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Universidad Católica del Norte y Universidad Antofagasta
Universidad Católica del Norte y Universidad de Antofagasta
Antofagasta durante la década de 1950 vivió una febril actividad. Por un lado, de reclamos ante el centralismo político por los graves problemas que le aquejaban: carencia de electricidad, de productos agropecuarios, de agua potable y, por otro, de grandes iniciativas lideradas por el Centro para el Progreso y la Municipalidad, como solución la crisis que se sufría, y la exigencia de una zona franca alimenticia, los fondos del cobre y por cierto el anhelo de contar con universidades regionales.
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En 1956 surgió primeramente la Universidad del Norte como dependiente de la Universidad Católica de Valparaíso. Al frente como Director (Rector) quedó el sacerdote jesuita Gerardo Claps Gallo, antofagastino, que fue fundamental en la orientación de la Universidad hacia el tema que nos ocupa. Las pedagogías iban de la mano con la tecnología. La Universidad de Chile estableció ese año, la sede regional de Antofagasta que asumió el mencionado quehacer, haciendo confluir, en los hechos, idéntica preocupación y atención sobre el pretérito del territorio. Más tarde, la Universidad Técnica del Estado creó una sede regional apoyándose en la vieja Escuela de Minas, que tanto prestigio brindó a la región.
Las universidades contaron con el apoyo de la ciudad para acometer sus tareas. Algunas transformaciones se operaron como reflejo de la situación nacional. Así, en 1982 surgió la Universidad de Antofagasta, de la fusión de las sedes de la Universidad de Chile y de la Universidad Técnica del Estado. En 1990, la Universidad del Norte, retornó a la Iglesia, después de su intervención en 1973, y dio lugar a la Universidad Católica del Norte.
De comienzos modestos lograron antes de la década tener los campus que hoy exhiben, respectivamente.
Ambas universidades dieron cauce al rescate del patrimonio arqueológico de la zona, a los estudios históricos del pasado urbano y salitrero como también a la valoración de las etnias originarias y al acervo literario y, paralelamente, mantienen museos y una extensión cultural que permite a la ciudad disfrutar de la música, el teatro, las presentaciones folklóricas, etc. La presencia de ambas universidades refuerzan el interés por el pasado y la identidad urbana y del desierto de Atacama.
Sus publicaciones dan cuenta del nexo íntimo con la región y de que manera contribuyen a dar respuestas a los requerimientos de su población, de su aparato productivo, de las tecnologías y, en general, de profesionales que cubren las necesidades del Norte Grande de Chile.
José Antonio González Pizarro