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CULTURA DEFENESTRADA

La cultura colombiana se ha cobijado con el manto de la tristeza, de ver cómo los baluartes que la construyeron, de la cual su legado debe estar presente, se han empezado a desfilar hacia la eterna partida, sin retorno. Ya quedan pocos genios en el cubículo de los elegidos, aquellos que nos han dejado un legado y una obra desde la cual perpetuaron su nombre y su memoria.

Con escasos días, las letras y la música del Caribe y del mundo en general se vieron sacudidas por los vientos telúricos de la parca, que se enseñoreó con la nobleza macondiana de quien le mamaba gallo a la vida y a ella misma. “Lo único que llega con seguridad es la muerte” decía el escritor Gabriel García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba. Pues esa seguridad llegó, y como una hojarasca, se lo llevó y a los que quedamos anclados en el puerto prestado de lo terrenal nos toca hacer doble trabajo: recordar y evitar que el olvido no se lleve hasta el último aliento de la última generación de los Buendía. Otro gran amigo de él, Rafael Escalona Martínez, que alcanzó a cumplirse la promesa a su amigo, eol pintor Jaime Molina, escribía

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“Su entusiasmo por los vallenatos está expresado en sus libros, con ellos abarca todo el folclor. Como él mismo dice, lo que yo expreso en cuatro estrofas él lo hace en 400 y pico de páginas, pero él eligió una forma mejor orientada, más profunda y filosófica de contar las cosas.Aunque para mí sus libros seguirán siendo un vallenato”

Ese el punto de intersección con el otro personaje que se adelantó, ligero de equipo, pero cargado de versos románticos y nostálgicos. Diomedes Díaz Maestre, que sin duda dio mucho de qué hablar e hizo gastar más tinta a per odistas que de costumbre, era la retaguardia en la que se atrincheraba la última esperanza de la música vallenata. “El día que se acabe mi vida, les dejo mi canto y mi fama”, cantaba a voz en cuello en una de sus composiciones.

Queda en la estela gravitacional de la órbita cultural la sensación de comprender las grandezas de estos hombres que humildes, se hicieron al pulso de la honradez y de su trabajo denodado por darnos alegría y esperanzas en un país donde la cultura está defenestrada por la barbarie y la brutalidad de quienes imponen la razón a punta de fusil y saquean las arcas públicas sin ningún pudor. Ellos no necesitaron de la desfachatez y del cinismo para convertirse en referentes del pasado para comprendernos mejor como civilidad. Por ahora, toca leer al gran poeta Porfirio Barba Jacob, en su bello poema Futuro:

Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!) soberbio y desdeñoso, pródigo y turbulento, en el vital deliquio por siempre insaciado, era la llama al viento... Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales, que nunca humana lira jamás esclareció, y nadie ha comprendido su trágico lamento... Era una llama al viento y el viento la apagó.

Marcos Vega Seña

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