Abril 2013

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CORRESPONSABILIDAD PARROQUIAL Abril 2013 ORACIÓN DE CORRESPONSABILIDAD

Señor Dios, Sólo Tú eres la fuente de todos los dones que conforman nuestro universo, y el misterio de cada vida humana. Te alabamos y te damos gracias por tu bondadoso y fiel amor. Todo lo que somos y todo lo que tenemos son tus dones; y después de habernos creado, nos has dado a tu hijo Jesucristo. Llena nuestras mentes con Su verdad y nuestros corazones con Su amor. Que podamos unirnos afectuosamente, en Su espíritu, en una comunidad de fe, una familia parroquial, y un pueblo afectuoso. En el nombre del Espíritu de Jesús, nos comprometemos con nosotros mismos a ser buenos corresponsables de los dones que nos han sido confiados, a compartir nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros dones materiales y espirituales como un signo externo del tesoro que tenemos en Jesús. Oramos el nombre de Jesús, Amén.

El Espíritu de Amor del Resucitado hace nuevas todas las cosas «Nuevo», «novedad» pertenecen a ese restringido número de palabras «mágicas» que evocan siempre significados positivos. Nuevo flamante, ropa nueva, vida nueva, nuevo día, año nuevo. Lo nuevo es noticia. Son sinónimos. El Evangelio se llama «buena nueva» precisamente porque contiene la novedad por excelencia. ¿Por qué nos gusta tanto lo nuevo? No sólo porque lo que es nuevo funciona mejor. El motivo profundo es que la novedad, lo que no es aún conocido y no ha sido aún experimentado, deja más espacio a la expectativa, a la sorpresa, a la esperanza, al sueño. Y la felicidad es precisamente hija de estas cosas. Si estuviéramos seguros de que el año nuevo nos reserva exactamente las mismas cosas que el anterior, ni más ni menos, nos dejaría de gustar. Nuevo no se opone a «antiguo», sino a «viejo». De hecho, también «antiguo» y «antigüedad» o «anticuario» son palabras positivas. ¿Cuál es la diferencia? Viejo es lo que, con el paso del tiempo, se deteriora y pierde valor; antiguo es aquello que, con el paso del tiempo, mejora y adquiere valor. Ahora, con estas premisas, acerquémonos a la palabra del Evangelio. Se plantea inmediatamente un interrogante: ¿cómo se define «nuevo» un mandamiento que era conocido ya desde el Antiguo Testamento (cfr. Lev 19, 18)? Aquí vuelve a ser útil la distinción entre viejo y antiguo. «Nuevo» no se opone, en este caso, a «antiguo», sino a «viejo». El propio evangelista Juan, en otro pasaje, escribe: «Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio... Y sin embargo os escribo un mandamiento nuevo» (1 Jn 2, 7-8). En resumen, ¿un mandamiento nuevo o un mandamiento antiguo? Lo uno y lo otro. Antiguo según la letra, porque se había dado desde hace tiempo; nuevo según el Espíritu, porque sólo con Cristo se dio también la fuerza de ponerlo en práctica. Nuevo no se opone aquí, decía, a antiguo, sino a viejo. Lo de amar al prójimo «como a uno mismo» se había convertido en un mandamiento «viejo», esto es, débil y desgastado, a fuerza de ser trasgredido, porque la Ley imponía, sí, la obligación de amar, pero no daba la fuerza para hacerlo. Se necesita por ello la gracia. Y de hecho, el mandamiento del amor no se transforma en un mandamiento nuevo cuando Jesús lo formula, sino cuando, muriendo en la cruz y dándonos el Espíritu Santo, nos hace de hecho capaces de amarnos los unos a los otros, infundiendo en nosotros el amor que Él mismo tiene por cada uno. «Es este amor que nos renueva, haciéndonos hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, cantores del cántico nuevo» (San Agustín). Y es que el Amor nos habla: «He aquí que hago nuevas todas las cosas».


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