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de radio (aficionados)

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Sin poder volar

Sin poder volar

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Registro de la Propiedad Intelectual 2017:

5346657 ISSN 1852-7663

Incluido en el Registro de Medios de la Ciudad de Buenos Aires

Por Daniel Aresse Tomadoni (*)

La semana pasada, conversando con mis hijos sobre tiempos idos en mi hermosa infancia en Liniers, les comentaba que cuando era chico, la radiodifusión -ya con unas cuantas décadas encima- dividía a los receptores hogareños en “Onda Larga”, más tarde llamada “Onda Media” o amplitud modulada (AM) y “Onda Corta” (SW). La Frecuencia Modulada (FM) recién llegó al final de mi infancia. Sin dudas, aventurarse una noche a sintonizar el enorme receptor valvular de mi casa (la otra, una portátil “Alfide”, apenas tenía AM) era ingresar a un mundo mágico con las voces del mundo y sorprenderse con tonos engolados de hombres y mujeres hablando en distintos idiomas. Desde Londres a Nueva York y de Francia a Rusia o China, con sólo mover lentamente la perilla de la sintonía.

Pero en Liniers, algunos se animaron a ir un poco más allá. Recorriendo el barrio, descubríamos una gran cantidad de enormes antenas de variadas formas y tamaños, que pertenecían a los radioaficionados barriales. Recuerdo una en la zona de “las mil casitas”, sobre la calle Carhué entre Tuyutí y Palmar, donde en lo alto de la edificación, enormes antenas cubrían casi toda la superficie. El propietario había instalado los equipos en la habitación del entrepiso, ya que hacia allí bajaban gruesos cables desde las antenas.

Cerca de allí, otra antena, de grandes dimensiones, pero más baja, se ubicaba en una vivienda de la calle Boquerón y el pasaje Amalia. Pero había más, como las ampulosas antenas en la esquina de Patrón y Cosquín.

En todos los casos, se trataba de equipos enormes y valvula- res que despedían un intenso calor, pero eran fieles en calidad y prestaciones. Sin dudas, la que más recuerdo era una inmensa antena colocada en la terraza de una casa de dos plantas ubicada frente a la mía, en Pilar y Caaguazú. En el silencio de la noche, se escuchaba el rum rum que generaba el poderoso motor que hacía girar la estructura, en la búsqueda de señales o voces. Más de una vez, al transitar por estos sitios, se alcanzaban a escuchar los jugosos diálogos que mantenían los radioaficionados, con una jerga propia. Y mientras hoy muchos permanecemos largas horas frente a la pantalla de una PC o de un celular, ellos, con una paciencia única, pasaban jornadas completas frente a sus equipos, contactándose con sus pares a miles de kilómetros de distancia, en los lugares más recónditos del mundo.

Cabe destacar que muchos de los radioaficionados de Liniers tuvieron activa participación en ayudas de todo tipo, ya sea en catástrofes o buscando a través de las redes radiofónicas un medicamento que era necesario y que estaba en la otra punta del globo. Ellos, con sus gestos desinteresados, acortaban distancias en forma humanitaria, siendo reconocidos muchas veces por su labor.

A todos ellos va dedicada esta columna mensual. Hoy son parte de los recuerdos del “Liniers que yo viví”. Gracias por permitirme compartirlos con ustedes. Hasta la próxima.

(*) Aresse Tomadoni es director general de Multinet (Radnet/ La Radio, El Viajero TV, Club de Vida TV)

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