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Un maestro feliz

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Cuento

Cuento

He meditado en este último año, con la pandemia que se ha expandido en nuestro planeta, cuan frágil es la vida. También he reflexionado como nos encontramos con

nuestra familia, tratando de equilibrar el tiempo que damos al trabajo y el que pasamos con nuestros seres queridos. El stress nos arrasa, cuántas horas dormimos, qué tiempo reservamos para nuestros alimentos, cuándo nos divertimos y hacemos ejercicio.

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Recordando mi infancia, era diferente, si bien mi mamá se encontraba muy ocupada atendiendo y organizando a la familia, había más tiempo para conversar, compartir los alimentos, salir a jugar, ir al inglés, a realizar ejercicios y alguna otra actividad extracurricular. Mi papá salía a trabajar, pero se encontraba presente en las reuniones de la escuela, en los eventos escolares y familiares.

Mis padres eran personas muy afectivas, nos abrazaban, nos daban consejos, fueron un gran apoyo en mi niñez. Cómo olvidar nuestros paseos al Bosque de Chapultepec, a las ferias, al Desierto de los Leones, a viajar… De forma temprana me independicé y sus grandes enseñanzas fueron las que me acercaron a terminar de prepararme académicamente, a distinguir entre buenas y malas decisiones.

Los valores que me inculcaron desde mi infancia, en más de una ocasión me han mantenido a salvo y lejos del mal.

Actualmente a nuestros hijos los guiamos con valores que nunca dejan de tener vigencia porque ellos nos permiten tener una mejor forma de vida, la honestidad, la responsabilidad, la libertad, la justicia, el respeto, la tolerancia, la equidad, la paz y la lealtad.

Estos valores van de la mano y generan un beneficio común familiar y social.

Solo que ahora se tiene menor tiempo para estar en casa, estamos ocupados en una infinidad de actividades, que para nosotros como adultos son normales, los hijos adultos pueden tomar ya sus propias decisiones y atenerse a sus consecuencias, pero qué pasa con los menores de edad que aún vamos guiando, ellos necesitan frenos, esa cercanía que nosotros tuvimos con nuestros padres. Y no son hijos de los hermanos, ni de los abuelos o tías; son

nuestros y mañana estarán llevando su propia vida.

Ahora que la pandemia nos ha mantenido mayor tiempo en la casa, bueno a los que pudimos hacerlo, nos damos cuenta de que, si bien es buena la convivencia familiar, este encierro también nos ha enseñado que dos de los valores que menciono y que son muy importantes, la Libertad y la Paz, nuestros niños, jóvenes y adultos las han perdido, por la salud de todos.

De un día a otro salimos de vacaciones y no regresamos de esa larga cuarentena, perdimos, perdieron ellos Libertad de socializar, de ir a la escuela, de ver a la abuela, a la familia fuera de nuestro círculo de casa, de ver a los amigos, a la novia o novio, en fin, toda su vida se nos trastornó, pero a los niños y jóvenes les afectó más aún, recordemos como padres todas las hermosas actividades que se realizan a esa

edad, desde salir a dar una vuelta, tomar un helado, excursiones, recreos, descansos, cuanto nos ha robado esta enfermedad.

También nos ha robado Paz, porque si bien en nuestra familia no hubo decesos, si nos llegaron noticias que, en la escuela, en familias de compañeros, amigos y conocidos si murieron, incluso familias enteras.

Después de varias investigaciones y pruebas aparecen las vacunas, con sus efectos secundarios o no, como todo medicamento nuevo, pero de pronto aparece un rayo de luz, que puede normalizar, quizás permitir volver nuevamente a clases, a nuestra vida, pero con cautela, con precaución.

Maestra Flor de María Ruiz López.

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