Adiós desgarrado

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ADIÓS DESGARRADO

CRISTTOFF WOLFTOWN



ADIÓS DESGARRADO

CRISTTOFF WOLFTOWN


ADIÓS DESGARRADO Cristtoff Wolftown ©

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“El amor enloquece y el deseo ciega”


Aquella tarde, Tomás había regresado cansado y con ganas de relajarse a su manera, escuchando buena música junto a una cerveza. Sin embargo y a poco de llegar y acomodarse, tras su habitual rito ordenando y recorriendo la casa, mudándose de ropa por una más cómoda, sonó el teléfono y Vivi apareció en escena, nuevamente hablando por mensaje, de forma abreviada y como si no importase, contando una que otra última tragedia vivida; esta vez usaría a su propio hijo, aunque se encontrara de vacaciones con el padre, como excusa para lograr la suficiente atención y rematar con una sutil invitación a conversar: - Te voy a buscar, si quieres y si no estás ocupado o acompañado; de todas formas me serviría para tomar aire, con todo lo que he pasado. Lo necesito -.


A sabiendas de sus artimañas y del cómo Vivi podría variar su estado de un momento a otro y aunque le asegurase que se encontraba bien, podría no ser así, Tomás aceptó, como cada vez que ella aparecía; aunque se propusiera a sí mismo que nunca más volvería a caer en sus juegos, ni a soportar la violencia con que ella podría sorprenderlo luego de un par de tragos compartiendo y hablando de la vida. Ok, Vivi. Sólo espero que no estés bebiendo y me salgas con tonteras nuevamente. Mañana debo irme temprano. Así que, por favor, considéralo -. Entre mensaje y mensaje posteriores interrumpidos, cuyo fin manipulador conseguía mantenerlo sin que cambiase de idea y no permitiéndole seguir en sus quehaceres, le confirmó encontrarse afuera de casa


estacionada. Él, aún a regañadientes, salió a su encuentro. No demoró mucho en comprobar, cuando ingresó al auto y saludó, que una vez más el exceso de maquillaje y perfume volvían a ser utilizados para disfrazar toda una tarde bebiendo a solas y que todo esto se encontraba planeado de antemano. Pensó en bajarse del automóvil a poco avanzar, pero Vivi, como adivinando, lo tomó del brazo e hizo ver cuanto lo extrañaba y agradecía en el alma que hubiera aceptado acompañarla. Continuaron rumbo a su casa, escuchando la música de Kill Bill de fondo que, extrañamente sonaba desde la radio, supuestamente hace mucho defectuosa. Una vez en casa de Vivi y de pasar directamente a la habitación, Tomás no se sorprendió al verificar que se


encontraba prendida la televisión y los scaldasonnos en ambos costados de la cama; debidamente preparados en forma previa a su salida de cazadora implacable. Tampoco se asombró que al minuto, y como buena anfitriona, lo conminara acomodarse a su lado para ver una película juntos y se excusara unos segundos para mudarse de ropa por un pijama de satín suelto y del color que sabía lo cautivaba. Enseguida llegaría con una bandeja y cositas para picar más una cerveza, junto a un beso casual. Luego, le susurraría, como que no quiere la cosa, se alivianase de ropas, con una sonrisa entre cómplice, lasciva y picarona; si ya estaban en casa y calientitos, ¡qué más daba! Hasta ahí todo transcurría bien. Él, acomodado y algo extrañado, pero finalmente entregado. Había hecho una mala


lectura inicial y, al parecer, sí había un cambio en ella. Una cita extraña y con momentos de contención. La película y la conversación fluían. Habían visto juntos las noticias y la película escogida era un éxito según sus críticas. La noche avanzaba, así como las cervezas y el cansancio de él, que ya recostado, se hacía notar través de un que otro bostezo, mientras ella permanecía atenta, sentada y como si la noche recién comenzara. Al finalizar la función, Tomás recibiría una maternal caricia en su cabello, al tiempo que un tierno susurro: Duérmete, tontito; no quiero me culpes mañana por llegar tarde a ninguna parte; mal que mal dormirás a mi lado y cuando me de sueño tan sólo me dormiré abrazada a ti. Duérmete, amor -. Aquellas caricias lo fulminarían para


terminar plácidamente dormido, sin llegar a imaginar que la actividad mental de Vivi no cesaba, pues una vez asegurada del descanso de su amado, retomaría posición y daría play a otra película y, de paso, a otra cerveza. Se sentía felizmente acompañada por quien tanta protección y seguridad le brindaba; como nadie más en la vida podría. Aquella noche, el frío reinante abatía espíritus en la ciudad, mientras Tomás dormía cálidamente abrazado a Vivi sin sospechar los enigmas que una singular noche como ésta podría causar en quienes se mantuviesen en vela, acompañando su sombrío y sórdido transcurrir. Siendo las tres y media de la mañana, Vivi se rindió. Hizo eco al cansancio latente en sus ojos y en su cuerpo, como consecuencia del abuso que hizo de ellos desde


temprano. Cerró la cubierta del Notebook y lo dejó aun lado de la cama, se irguió, respiró profundamente y encendió la luz del velador, que había procurado apagar cuando Tomás se durmió. Lo miró dulcemente, sintiendo como yacía aferrado a sus caderas. Tanta inocencia, tan frágil e indefenso, tan suyo. Una oleada de ternura se apoderaba de ella y la tomaba por sorpresa. Sintió un escalofrío de pies a cabeza ante todo el amor que por ese hombre sentía. Cuánto lo amaba. Cuánto lo deseaba. De solo pensarlo, su cuerpo estremecía y respondía al instante. Y hoy, al fin, ahí estaba. A su lado, desnudo y entregado a ella, como siempre debió haber sido; como siempre debiera ser, porque le pertenecía. Porque ese hombre, que podía amarla con solo mirarla, que tenía el poder de darle los orgasmos que en su vida entera


nunca conoció; él debía permanecer con ella. ¿En qué minuto se le fue de las manos y lo dejó escapar?, se preguntaba observándolo, mientras la ira comenzaba a florecer de la nada. Quizás se había equivocado un par de veces, pero cuánto se había entregado por él… ¡Ni en su matrimonio! ¿Por qué el muy infeliz ya no quería nada con ella, que tanto le había dado? Por un par de situaciones, tal vez, pero todas por culpa de él mismo; si nunca le exigió más nada. Lo atendía como ninguna otra perra podría. Anda a saber con qué zorra se habría metido y que no le confesaría nunca… - Que inocente te ves dormido, maldito – murmuró enojada. - ¿Creerás que alguien podría montarte como yo, que soy tu mujer, desgraciado! – gritó y le asestó una feroz bofetada en plena cara. - Dime, infeliz, ¿Con quién mierda te


estás acostando ahora, que se supone no me quieres! – volvió a la carga intentando dar otro golpe que, sorpresivamente fue detenido en forma instintiva por Tomás, quien se vio violentamente despertado e intentaba repeler aquel ataque repentino, sin aviso ni sentido. Mediante un fuerte forcejeo, a mitad de la noche, luchaba por mantener las manos de Vivi alejadas de su rostro, pero no logró evitar que, cual bestia embravecida se montara en él. Su cara, roja de ira y fuera de control, cedió a la defensa de Tomás y apartó sus manos, descolocada. Miró hacia abajo y airosa volvió a fijar sus ojos desafiantes en él. Aquel hombre, su hombre, se encontraba dispuesto, como siempre y a pesar de la situación y del odio que la embargaba. Sintió su miembro endurecido y solo atinó a tomarlo con ambas manos. Tomás no cabía en el asombro,


aún resentido del primer golpe y de procurar su defensa frente a la ofensiva de quien se encontraba totalmente fuera de sí. Vivi, en cambio, lo estimulaba triunfante. Era ella y solo ella quien podría provocar que su hombre estuviese así de dispuesto. Lo soltó de improviso, se tomó el pelo en un moño simple y luego hizo a un lado el calzón desde su entre pierna y lo montó hasta sentirlo completamente suyo, como siempre sería, aunque el idiota ya no la quisiera, aunque seguramente no lo volviese a ver después de esa noche; nada importaba. ¡Era suyo! Y lo haría explotar dentro de ella para atesorar toda su simiente y sobre llevar la ausencia inminente. Suyo, con toda la rabia y pasión infinita que solo él podía procurarle; que sólo Tomás le despertaba. Así, mientras lo embestía y disfrutaba por sorpresa, él respondía


como ella tan bien sabía, aferrándola con fuerza hacía sí mismo, recorriendo adormilado su cuerpo, su voluptuosidad, reservada únicamente para aquellas manos expertas. De un momento a otro volvió en sí, lo miró fijamente a los ojos, agachó su rostro en son de besarle y mordió sus labios con toda la ira contenida y le exclamó al oído: - ¡Desgárrame los labios con un último adiós, mientras salvaje te cabalgo y sacio este deseo inmundo e inmenso que seguirá por ti latiendo... en vano! -.


Tomás, debiese haber llegado a su trabajo… Sin embargo de él, nada se sabe, más allá de que la música en casa sigue sonando, junto a un vaso de cerveza que a medias habría quedado abandonado…




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