Dentro de...
CRISTTOFF WOLFTOWN
Dentro de…
CRISTTOFF WOLFTOWN
Dentro de… Cristtoff Wolftown ©
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“Es en los detalles más ínfimos de nuestra cotidianeidad donde pueden alojarse los peores miedos…”
Fatigada, luego de una larga jornada laboral y un día lluvioso, por fin llegaba a casa. Antes de ingresar arrojó la colilla de cigarrillo, con fina puntería, al primer charco que se había formado a la entrada. Abrió la puerta, encendió todas las luces al mismo tiempo y tiró las llaves junto a sus enseres en el sillón del living. Se acercó a la cocina, puso a hervir agua y sirvió un tazón de té. Luego de ello, enrumbó directo al dormitorio.
Alcanzó a dar un par de sorbos y prender la televisión para ver alguna que otra noticia del día, cuando cayó completamente rendida en un profundo sueño. Tendida sobre su lecho, aun vestida y con las luces y televisión encendidas, la fue encontrando la noche; una noche amenazante,
acompañada de fuertes vientos agitando las copas de los árboles, ramas y ventanales circundantes.
Fue así como se encontró soñando, primeramente como si fuese ella misma, desdoblada, contemplándose desde el umbral de la puerta de entrada e intentando apagar todo lo que había omitido debido al cansancio.
Al intentar presionar el interruptor de su dormitorio, sintió que su mano traspasaba la pared y debió esforzarse para recobrar el equilibrio. Lo intentó una vez más, con idéntico resultado.
Asustada, se dirigió al living y revisó todas las ventanas
y puertas, cerciorándose estuviesen bien cerradas. La cocina y el baño principal estaban en orden. Luego escudriñó a la ligera el baño de invitados, que se encontraba desordenado, cual improvisada bodega y desde donde llegaba una gélida brisa a través de la pequeña ventana semi abierta. Al intentar su cierre, azotó la mano en una espinosa rama que sutilmente se asomaba. Retiró su mano, quejándose por la mala suerte, pero al intentarlo nuevamente fue abducida de forma brutal por el mismo reducto semi abierto, golpeándose en hombros y caderas; de hecho sufriendo la luxación de su clavícula al pasar por aquel espacio de 30 centímetros cuadrados.
Al recobrarse y abrir los ojos se encontró de pie y al borde de un gran acantilado. No había forma de dar un paso
atrás. Una extraña fuerza la mantenía cual títere, totalmente a su merced, inmovilizada. Miró a izquierda y derecha sin encontrar más que un desolador paisaje; se encontraba sola en aquel paraje holocaustico y encima de ello inmóvil, contemplando aquel vertiginoso abismo delante suyo.
Trató de mover los brazos, pero el dolor le punzó hasta el alma. El hombro derecho era el más afectado. Su boca, reseca, sintió un pequeño sabor a hierro. Con su mano izquierda restregó la comisura de los labios... era sangre y luego de aquel gesto volvía a brotar, cual rojo manantial.
Me habrán golpeado, de seguro, pensó en el momento. Una paliza. Un asalto, tal vez, alcanzó a divagar.
De pronto y frente a ella, suspendido de la nada, apareció el marco de su ventana, la ventana de baño por donde, según recordaba, fue abducida, tras intentar cerrarla.
Parpadeó un par de veces, aún aturdida por tanta sensación junta y volvió a fijar la vista. Ahí estaba, entre abierta y haciendo juego hacia atrás y hacia adelante, con la misma rama espinosa asomándose; solo que esta vez y con cada juego, dicha rama se aproximaba más y más en dirección a ella.
¡Dios mío!, pero ¿qué mierda de sueño es todo esto?, gritó para sí.
Volvió a mirar al frente y aquella rama, que en primera instancia solo se asomaba perturbadora, ahora ya le rozaba la punta de la nariz, provocándole cosquilleo e inquietud, dado que ahora no era capaz siquiera de levantar su mano izquierda para ayudarse y sacársela de en frente.
El
cosquilleo
inicial
se
transformó
en
dolor.
Contrariada, miró detenidamente por encima de su nariz y divisó el amenazante camino de una larva oscura, llena de escamas y que la miraba fijo y de forma siniestra, trayendo consigo, cual ballesta, una especie de afilado cuerno o colmillo. Movió la cabeza, negando todo aquello; no podía ser cierto todo esto.
Seguramente ya despertaré de todo este maldito sueño, intencionó pensar, abstrayéndose por un instante de aquella agria pesadilla, pero la sorpresa la sacó de sí al sentir que aquella cosa oscura y puntiaguda tanteaba bruscamente la superficie de sus fosas nasales, enterrándose cada vez más, avanzando por su interior; lágrimas se mezclaban al sabor del hierro en la comisura de sus labios, totalmente ensangrentados.
Aquel bicho, sacado de la más horrenda revista de historietas, una figura kafquiana por esencia, continuaba introduciéndose en ella, sin hacer caso a su jadeo y movimientos que en vano luchaban por sacudirse el espanto de sentir como le iban destrozando internamente las vías
respiratorias, desgarrando tabique, faringe y paladar.
Entre nebulosas, divisaba vagamente aquel cuerpo extraño, sin fin, que serpenteaba y bajaba por su tráquea, obstaculizando
cualquier
intento
de
respiración,
provocándole el estallido interno del tímpano; inmóvil, pereciendo de a poco en un sufrir interminable.
Cuando el último halo de vida ya se iba de su ser en forma definitiva, aspiró repentinamente y logró abrir de par en par sus ojos. Sintió su respiración agitada, al borde del colapso. Miró nuevamente al frente de sí y vio las rayas y sonido estridente de la televisión encendida. Abrió sus labios para dar la bocanada más grande que alguna vez pensó dar y
saciar el vacío de sus pulmones que retornaban a la vida, así como todo su ser.
Rápidamente y una vez recuperada, se levantó rauda al baño de visitas, encendió la luz y cerró de un severo golpe la ventana que se agitaba y movía a merced del viento. Dio media vuelta y, permaneciendo inmóvil bajo el umbral de la puerta, miró en torno suyo. Todo estaba en orden, todas las luces encendidas, todas las ventanas y puertas cerradas.
Se llevó ambas manos a la cara. El corazón latía al borde del colapso. Cerró los ojos, agradeciendo a quien fuera, que todo hubiera sido un maldito sueño del que al fin se había despertado.
Antes de recobrar las fuerzas para terminar la tarea de apagar todo delante sí e irse a dormir, sintió una leve sensación acuosa bajando por su nariz hasta llegar lentamente a la comisura de sus labios. Tembló de pies a cabeza y se negó a averiguar qué podía ser. Sus manos no respondían y es más, ahora se hundían en su rostro, presionándolo con fuerza sin que lograra control alguno sobre ellas. Abrió los ojos y por entre los dedos logró divisar, con espanto, la aparición de la ventana del baño de invitados, ubicado a su espalda y que se suspendía de la nada frente a ella, como en aquel sueño, mientras un viento proveniente de la casa jugaba a abrir y cerrarla, rozándole manos y cara.
Una secreción acuosa se deslizó por su nariz y sintió el sabor a hierro en la comisura de sus labios…