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ENTREVISTA MARCOS SARMIENTO
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MARCOS SARMIENTO RODRÍGUEZ LLEGÓ A GRAN CANARIA CON 3 AÑOS DESDE CUBA, APENAS RECUERDA SU ETAPA EN LA ISLA CARIBEÑA Y A LA PREGUNTA DE SI LE HUBIERA GUSTADO VOLVER, DICE QUE SÍ, PERO QUE DOCE HORAS DE VUELO SON MUCHAS PARA SU FRÁGIL CORAZÓN. AUNQUE CON 101 AÑOS, LO DE FRÁGIL ES MUY RELATIVO. LA VIDA HA SIDO SU ESCUELA, MARCOS NO TUVO LA OPORTUNIDAD DE ESTUDIAR, PERO SÍ DE ACUMULAR LA SABIDURÍA DE UNA LARGA TRAYECTORIA VITAL. SE CONFIESA FELIZ, A PESAR DE ESTA PANDEMIA, Y GRAN PARTE DE ESA FELICIDAD SE LA DEBE A SU NUMEROSA FAMILIA Y A TEJEDA, EL PUEBLO QUE LE HA VISTO CRECER Y AL QUE HA CONTRIBUIDO LABRANDO SUS TIERRAS Y CONSTRUYENDO JUNTO AL RESTO DE SUS VECINOS, UNO DE LOS PUEBLOS MÁS BONITOS DE ESPAÑA. .
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María Doménech Tato Gonçalves
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–¿Cómo fue su infancia al llegar a Gran Canaria? –Cuando vine de Cuba mi padre puso una tienda en La Isleta, en la calle Pérez Muñoz, y con siete años, mi abuelo paterno que tenía una lechería en Las Palmas, le pidió a mi padre llevarme a vivir con él y con mi abuela porque vivían solos. Mi madre le dijo que sí, con la condición de que me pusieran en la escuela, pero la escuela que me dio mi abuelo fue un gancho, dos cacharros y de madrugada llenaba yo dos bidones de 200 litros, esa fue mi escuela. A trancas y barrancas aprendí un poco a leer, escribir y algo de números. Lo hice a través de un tío mío que repartía mercancía y yo me fijaba en como hacía las facturas más alguna explicación que él me daba. Lo hice sin nociones de ortografía, por eso escribo vaca tanto con “b” como con “v”.
–Y luego llegó la guerra… –Así es, cuando yo empezaba como se dice ´a mirar pal cañizo´ -a enamorar-, me llegó una notificación para presentarme en la caja de recluta, me dieron el uniforme y de allí a la guerra, casi no tuve tiempo ni de despedirme de mi familia. Me tocó el frente de Madrid, estuve mucho tiempo a la orilla del Jarama, estaban los republicanos en una parte de la orilla y nosotros en la otra. Cuando el río no tenía corriente hablábamos con ellos, les decíamos: oye ¿qué hora es camarada?, y allí estuvimos en primera línea de fuego y sin salir de la trinchera, trece meses y cinco días. Vivíamos rodeados de muertos por todos lados, yo era ´chiquitillo´, y creo que gracias a eso escapé.
–¿Es verdad que la guerra le ayudó a perderle miedo, al miedo? –Pues sí, en la guerra lo primero que se aprende es a no tener miedo. Recuerdo que por la noche dormíamos en un llano con mantas en el suelo y que allí se apilaban los muertos. Recuerdo con impacto ver como los veteranos se acostaban en el medio de ellos para combatir el frío, pues al mes yo estaba haciendo lo mismo.
–¿Y cómo fue su regreso a la isla tras la contienda? – Cuando regresé, en Las Palmas se pasaba hambre, era la época de la cartilla de racionamiento y aunque se tuviera dinero no había qué comprar. Mis padres tenían unos molinos en Tejeda, de molinero estaba un hermano mío, pero se enfermó y me tuve que poner yo al frente, estuve quince años y ahí me nacieron nueve hijos, en Las Palmas nació el décimo. Regresé a la capital porque tenía a mis hijos estudiando en la Universidad de La Laguna, en la Universidad de Salamanca, en los Salesianos de Guía y en las Salesianas de Las Palmas; y aunque estaban internos, los días de fiesta y fines de semana venían para casa. Todos mis hijos estudiaron carrera, menos uno que falleció con dieciséis años. Yo acabé asumiendo la empresa de mercancías de mi tío con el que trabajé desde pequeño y a veces pienso que mis hijos me vieron trabajar tanto y a deshoras que prefirieron estudiar a seguir mis pasos.
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–¿Es verdad que cuando regresó de la guerra ya no creía en el amor? –Yo me hice la promesa de que cuando la guerra se terminara regresaría a Cuba y pensaba que la única razón que podía hacer que no regresara, era enamorarme de alguna muchacha. Estuve casi cinco o seis años solo, sin enamorarme de nadie y siempre con la intención de regresar a Cuba. Había una vecina cuya hija se fue al convento de Teror, estuvo seis meses, no tuvo vocación y regresó. Yo no la conocía y me comentaron que a su regreso estaba
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guapísima por lo que dije, esta tarde la voy a ver. Al verla, sentí un flechazo, empecé a charlar con ella hasta que nos hicimos novios y nos casamos. Y desde que me enamoré de ella dije, se acabó Cuba. Me casé, me fue perfectamente, estuve sesenta y un años de matrimonio y creo que el secreto es que ella fue muy buena conmigo, y
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yo con ella.
–Tejeda es sinónimo de belleza, y una buena parte de ella se la debe a sus almendros. ¿Se ha notado el cambio climático en la vida de los almendros? –Lo que se nota es que este año ha llovido poco, imagino que habrá que atribuírselo al cambio climático. El almendrero es un mato silvestre que no se riega, lo hace cuando llueve. Ojalá este 2022 sea más lluvioso, recuerdo un febrero de hace veinte años que estuvo todo el mes lloviendo. Pero cuando los inviernos no entran con fuerza, las expectativas de lluvia decaen.
–Usted dice que la naturaleza es lo que le ha hecho darle importancia a la vida. –Disfruto viendo los frutos que da la naturaleza, me da la vida, en las épocas de mayor necesidad el mejor pueblo para pasar la crisis fue Tejeda, por su abundancia en árboles, pero también me gusta cuidarme. Fíjate que cruzo el cinto en el mismo ojete que hace veinte años cuando la tendencia a mi edad es a engordar. Me cuido para comer, comer mucho es malo, pero como de todo lo que me pongan; me gusta un caldito blanco, un potaje, un huevo frito con arroz y como con frecuencia gofio, por la mañana una escudilla de gofio y leche. Por suerte no me hace daño nada, no tomo bicarbonato nunca y de noche ceno poquito porque “de grandes cenas están las sepulturas llenas”.
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–¿Qué hay de cierto en que la recolección de la almendra ha traído muchos matrimonios a Tejeda? –Muchísimos porque era el lugar donde los jóvenes se encontraban recolectando la almendra, partiéndola y así como se daba la ocasión. Además, cosa curiosa, a las chicas se les pagaba por partir almendras, cuantas más partían, más ganaban. La almendra se parte en una piedra que se busca en el barranco y ellas buscaban una piedra en la que cupieran dos personas partiendo para tener un chico a su lado, de ahí que ese fuera el origen de muchos matrimonios. Y ya sabes que “el amor es como el fuego, que cuando prende ya no hay remedio”. Lo más lindo que hay en la vida es un matrimonio que se lleve bien.
–Hablando de cosas bonitas, usted dice que Tejeda es el pueblo más bonito de España porque sus gentes lo han hecho bonito. –Hemos sido nosotros los que lo hemos hecho bonito porque hemos respetado los espacios, adaptado las construcciones y todo sin que nadie venga de fuera a decirnos cómo hacerlo. Además, todo influye para que sea un pueblo bonito, por ejemplo, los frutos de Tejeda - y no es porque yo sea de aquí- son los mejores que hay. Aquí se riega con agua de naciente, nada de potabilizadoras ni depuradoras, el
agua va del naciente al ´surquito´, por eso el fruto es tan bueno.
–¿Y cómo valora usted estos tiempos de pandemia, esperaba vivir algo así? –Recuerdo vivir un poco el cólera, pero el cólera no estaba extendido por el mundo entero como sucede con la Covid. Yo estoy agradecido a la ciencia por haber dado con la vacuna, de hecho, yo ya tengo puesta mi pauta completa. Me sorprende que exista gente que no se quiera vacunar, me parece de género tonto no hacerlo ya que sólo hay que escuchar los informativos para entender que los no vacunados, son los que más camas están ocupando en nuestros hospitales.
–Con 101 años, ¿hay algo que le ha quedado por hacer o que le hubiera gustado ser? –Haber estudiado, porque cuando se terminó la guerra se perdieron muchas oportunidades para los que no teníamos estudios, pero se necesitaban por lo menos dos o tres añitos de bachiller. Tras la guerra se generaron oportunidades de trabajo en las distintas administraciones, pero sin estudios no era posible acceder. También te digo, Dios no me dio estudios pero sí salud, porque con 101 años y labrando la tierra, esto también es digno de estudio.
–Imagino que a usted también le gusta disfrutar de la Fiesta del Almendro en Flor. – Claro que sí, además, yo fui concejal de Enseñanza cuatros años del ayuntamiento de Tejeda, paradojas de la vida, no tenía estudios y fui concejal de Enseñanza. No recuerdo exactamente en qué año, calculo que a finales de los sesenta y me dedicaba a arreglar las escuelas. Recuerdo perfectamente cómo se organizaban las Fiestas del Almendro en Flor, nos reuníamos la corporación y acordábamos adecentar el pueblo, traer una banda música, poner chiringuitos y entre los once concejales –en aquella época no había oposición – todos llegábamos a acuerdos, cada barrio tenía un concejal y así era como trabajábamos en pro de nuestro municipio.
–¿Cómo ve la vida del siglo XXI? –No te voy a negar que vivo un poco asustado con esta pandemia, no quisiera que me diera esta enfermedad y morirme de Covid. Estoy en un buen momento de mi vida, no tengo hipoteca, estoy al corriente de la funeraria, de la luz, del agua, de la basura y me rompí el pecho como muchas personas para poder tener una vivienda. He tenido diez hijos maravillosos que son buenísimos conmigo, una familia numerosa en la que los hijos más ´grandillos´ cuidaban de los más ´chicos´ y ayudaban mucho a los padres. La comida era plato único y nadie se quejaba de si les gustaba o no, se comía de lo que había.
–Usted siempre dice que lo que le mantiene en pie es el amor a la vida. –Cierto, le doy mucho valor a la vida, yo me quedo mirando para aquel ´naranjerito´ y le doy las gracias, veo un naciente de agua y me da salud y, veo una muchacha guapa y todavía se me van los ojos.