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HISTORIAS DE FUERTEVENTURA

Se dice que fue la despensa de Canarias pero también conoció la virulencia de las sequías y el hambre. Un lugar que miraba al cielo y la tierra, a la agricultura y al agua, y que tenía en el grano su principal sustento. Fuerteventura conoció en el Siglo XVIII el hambre y la miseria, su dependencia exclusiva de la agricultura, provocó que una parte importante de su población eligiera la emigración como la ruta hacia la subsistencia.

LAS GRANDES HAMBRUNAS DE FUERTEVENTURA

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Los grandes períodos de sequía sufridos por la isla de Fuerteventura en el siglo XVIII causaron graves consecuencias entre su población. El libro “El hambre en Fuerteventura (1600-1800)”, de Roberto Roldán Verdejo, data las peores hambrunas entre los años 1721-1723 y 1769-1771. En ambos casos la ausencia de lluvias en una isla con dependencia casi exclusiva de la agricultura (el grano era el principal sustento de la población) provocó numerosas muertes y una emigración desesperada. El aislamiento y la falta de

EL AISLAMIENTO Y LA FALTA DE COMERCIO EXTERIOR AGRAVARON EL PROBLEMA Y SUMIERON A LA ISLA EN UNA SITUACIÓN LÍMITE EL DRAMÁTICO PANORAMA PROVOCÓ EL ÉXODO DE GRAN PARTE DE LA POBLACIÓN MAJORERA Y LANZAROTEÑA A GRAN CANARIA Y TENERIFE

EN BETANCURIA, LA CAPITAL INSULAR, LA DESESPERADA BÚSQUEDA DE ALIMENTOS PRODUJO SERIOS ALTERCADOS ENTRE LA POBLACIÓN

comercio exterior agravaron el problema y sumieron a la Isla en una situación límite.

La gran hambruna de 1721 -Fuerteventura contaba entonces con 4.453 habitantes- se gestó varios años antes con una severa sequía que terminó por arruinar las cosechas. Los granos almacenados durante los años más benignos se habían exportado a otras islas. El dramático panorama provocó el éxodo de gran parte de la población majorera y lanzaroteña a Gran Canaria y Tenerife. La avalancha fue tal que el Cabildo de Gran Canaria acordó no admitir más emigrados de estas dos islas después de superar las tres mil entradas. El Cabildo de Fuerteventura, bajo la presi- dencia de Antonio Téllez de Silva, respondió con un llamamiento desesperado: “Los habitantes de la Isla se hallan de lugar en lugar y de puerta en puerta pidiendo socorro, como no se puede imaginar. Habrá escasamente 60 vecinos que pueden mantenerse un año, no pudiendo socorrer a parientes ni a pobres”. La publicación de Roldán Verdejo recoge el desembarco de 600 majoreros y lanzaroteños en la costa de El Sauzal (Tenerife). En Betancuria, la capital insular, la desesperada búsqueda de alimentos produjo serios altercados entre la población. La Junta de Abasto, nombrada por el Capitán General Juan de Mur Aguirre, recurrió, ante la emergencia social, a 45.000 reales del Arca de Quintos -un impuesto percibido por los señores de la Isla-, pero apenas repercutió en la población. En 1722 el resto de islas dictaron providen- cias en las que se prohibía la entrada a los majoreros, lo que acarreó la expulsión de los foráneos de Fuerteventura por orden del Cabildo.

La historia se repitió con la otra gran hambruna del siglo. La falta de pastos, hierbas y granos obligó de nuevo en 1770 a una huida masiva de los habitantes de Fuerteventura y Lanzarote. A este episodio se le denominó la “sequía bíblica”. Ese año se recurrió, por primera vez, a la Virgen de la Peña, que fue venerada en procesión. Entre 1832 y 1846 Fuerteventura volvió a sufrir una época de hambre, epidemias y emigración. En ese período perdió 6.000 habitantes, la mitad de su población. 

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