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LA GRACIOSA
UNA ISLA VARADA ENTRE EL ENSUEÑO Y LA REALIDAD
“La Graciosa es sentir la arena bajo los pies descalzos mientras te proteges del sol con el sombrero de pleita”. Existen infinitas definiciones posibles de esta isla que parece producto de un sueño del que nadie querría despertarse. Ésta es la de uno de los vecinos de la capital de este paraíso atlántico, Caleta del Sebo. Miguel Páez es tan profundamente graciosero que escucharle hablar de la tierra y el mar donde nació es como percibir el rumor de las olas cuando se dirigen a las orillas doradas de la Playa de Las Conchas o de La Francesa.
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Miguel, por más señas, formó parte de la plataforma ciudadana que logró la declaración oficial de La Graciosa como la octava isla habitada de Canarias, un movimiento que mereció incluso la Medalla de Oro de Canarias y que encontró aliados en los puntos más insospechados. Por ejemplo en la Churrería Melián de Los Llanos de Telde, donde Celina Mendoza y su marido Francisco, enamorados confesos de la isla, reunieron cerca de 3.000 de firmas a favor de la causa.
Incluso siendo la suya una pasión en la que cabe toda La Graciosa, es cierto que Miguel tiene un lugar predilecto, en especial para contemplar alguno de esos atardeceres infinitos de La Graciosa, uno de esos, sí, en los que el cielo se enciende con los rescoldos de otro día que termina en este lugar pequeño pero inmenso. Se trata de Montaña Amarilla y su bahía de aguas transparentes abrazadas por las ruinas de un volcán que emergió en ese territorio fronterizo entre la tierra firme y el Atlántico.
Igualmente, La Graciosa siempre ha habitado en un espacio donde lindan la realidad y la imaginación. No es de extrañar por tanto que el ingeniero militar cremonés Leonardo Torriani, en su misión por mandato de Felipe II para organizar la defensa insular, fijara precisamente en Montaña Amarilla el lugar legendario donde la hechicera Armida mantuvo encantado al soldado Reinaldo, según se relata en el poema épico escrito por Torquato Tasso, que situaba la trama en una deslumbrante isla encantada.
Y La Graciosa, igual que la bruja Armida, hechiza con su magia blanca y su pócima de luces, arenas, gentes y salitres. La Graciosa brilla incluso en el marco de un océano resplandeciente. Lo hace del mismo modo que destellan las escamas de los peces que los pescadores traen a tierra, hasta el punto que parece que lo que descargan son rubíes, diamantes o turquesas en lugar de viejas, salemas o pejeverdes, siempre en esa permanente confusión entre lo que es y lo que parece ser que caracteriza a este territorio mágico. Los rituales de esos velos de luz y el manto de calmas que envuelven la isla han embriagado y siguen embriagando. Un navegante de las palabras, el escritor Ignacio Aldecoa, uno de los titanes de las letras españolas del siglo XX, decidió echar el ancla en La Graciosa en dos estancias que tuvieron lugar en 1961 y 1971 y que dejaron como resultado un libro, ‘Parte de una historia’, reconocido por algunos y algunas estudiosas como una absoluta joya literaria. El autor sentía una atracción irrefrenable por los lugares recónditos y aislados. Según el escritor y periodista Juan Cruz, en este rincón del Atlántico encontró “un monumento a la soledad”. Hoy en día, la escuela local lleva su nombre, como un recuerdo varado en la memoria colectiva.
La Graciosa se pobló poco a poco, con el movimiento sigiloso y en apariencia inexistente de cualquiera de sus dunas. Antes de eso servía de lugar de pasto para los ganados que se traían desde Lanzarote y para la pesca, el marisqueo y la caza. Su poblamiento se liga, según distintas fuentes, a la puesta en marcha en 1880 y posterior quiebra de la Sociedad de Pesquerías Canario-Africana para el desarrollo de una industria de pesca y salazón, para el que se contrató personal llegado de Lanzarote. De aquel naufragio surgió una nueva entidad y, al poco, una identidad absolutamente única. El investigador Agustín Pallarés aporta testimonios que atestiguarían la presencia anterior de varias familias llegadas de
Haría. En cualquier caso, fue a finales del siglo XIX cuando el territorio graciosero se sembró de desvelos y sueños humanos.
Este paisaje puede resultar relativamente minúsculo, pero está repleto de historias gigantescas. Es el caso del camino que seguían hace décadas las mujeres gracioseras para remontar el imponente Risco de Famara (al norte de Lanzarote y muro físico y casi mental para La Graciosa) transportando sobre sus cabezas cestos llenos de pescados para intercambiarlos por papas, huevos, batatas, tomates, millo o lo que fuera en el pueblo de Haría. A la vuelta, al pie del macizo, encendían hogueras en la orilla para que sus maridos supieran que era el momento de volver a por ellas. Así era un día cualquiera.
La Graciosa está circundada igualmente por la mayor reserva marina de Europa, la del Archipiélago Chinijo del que forma parte, un prodigio de vida océanica de más de 70.000 hectáreas de extensión. Estas aguas por las que hoy van y vienen los barcos cargados de turistas que zarpan del puerto de Órzola, en la costa del municipio de Haría, fueron en el pasado escenario de frecuentes escaramuzas de piratas, como aquel día de 1537 cuando unos corsarios franceses capturaron en El Río, el brazo de mar que separa a La Graciosa de Lanzarote, a una nao española. Hoy en día las únicas capturas son las que siguen haciendo los marineros en sus salidas a la mar y las de los teléfonos móviles de las y los visitantes para dar fe en las redes sociales del tránsito por el paraíso.
A este archipiélago se le puede llamar chinijo, pero en sus aguas, como se recuerda precisamente en el coqueto y recomendable Museo Chinijo enclavado en Caleta del Sebo, vivió el tiburón más grande del mundo, el extinto Megalodón, que podía medir veinte metros y alcanzar las cien toneladas de peso. Pero su grandeza, en realidad, radica en los detalles, en esos gestos y pinceladas geniales que traza la Naturaleza cuando se siente inspirada. Cuando esto ocurre deja ante nuestra mirada atónita estampas como la de la salvaje Playa de Las Conchas enfrentada a la silueta de cetáceo colosal o de barco fantasma de Montaña Clara, los Arcos de Los Charcones donde parece que el fuego se petrificó por arte de magia -otra vez- en pleno salto hacia el mar o esos complejos dunares semejantes a un campo de interrogantes sobre la faz de este falso espejismo.
Antaño, las gentes de La Graciosa acudían a las zonas de costa donde el mar arrojaba a su suerte lo que encontraba a su paso. Eran los ‘jallos’. Actualmente, las olas siguen arrastrando hasta la isla la promesa de sentir qué se siente al caminar con los pies descalzos sobre una arena con la que se pueden construir castillos imaginarios y momentos indelebles, tanto que no podrían ser borrados ni por el mayor y más real de los temporales.
Juanga Bastante
Y, ahora, empieza lo mejor.
Bueno, en realidad, empezaría… empezaría… Empezarían esas noches que no terminan nunca. Bailando y riendo sin horas esas noches que no terminan nunca. Bailando y riendo sin horas de reloj. Empezarían esos viajes con los amigos. Esas aventuras inolvidablesEmpezarían esos viajes con los amigos. Esas aventuras inolvidables con un nuevo amor. Empezaría a construirse un con un nuevo amor. Empezaría a construirse un futuro futuro y aparecerían nuevas y aparecerían nuevas metas, distintos propósitos. metas, distintos propósitos. Y aunque ahora tengamos que Y aunque ahora tengamos que esperar esperar y ser y ser responsables, responsables, seguimos seguimos teniendo esa alma joven y libre. Ese espíritu que nos llevará a conseguir todo alma joven y libre. Ese espíritu que nos llevará a conseguir todo lo que nos propongamos. Porque así son los 18. Así somos nosotros. Esa lo que nos propongamos. Porque así son los 18. Así somos nosotros. Esa puerta que se abre y que nos muestra que lo mejor está por venir.y que nos muestra que lo mejor está por venir. Por eso, te invitamos a celebrarlo con nosotros de una manera diferente. te invitamos a celebrarlo con nosotros de una manera diferente.