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DÍAS DE FINADOS
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Domingo J. Navarro, en sus recuerdos referidos al siglo XIX grancanario, herederos muy próximos de otros de siglos anteriores, deja claro que la “Noche de Difuntos” tenía el carácter de la “última fiesta del año” –la Navidad en realidad sugiere más ser la puerta simbólica de entrada en un nuevo ciclo, en un nuevo año–, en cuanto se refería a fiestas usuales de la isla, y en ella “… se reunían las familias a jugar a la perinola, comiendo castañas y dulces, que saboreaban con buenas copas de vino rancio y con licores, en festiva francachela, cuentecillos chistosos y alegres bromas…”, junto con otras muchas tradiciones y costumbres que se procuran mantener igual de sugestivas; incluso pese al temor grave que a muchos infunde la expansión de celebraciones y ritos ajenos, deslocalizadores –y valga este concepto tan del gusto de ejecutivos y que no recoge el DRAE, pero que tanto ha cundido y ahora bien utilizarlo aquí– del ser y sentir propio de una comunidad, pues sólo el hecho de retomar con fuerza una celebración, sean cual sean transitoriamente sus manifestaciones externas, invoca ya la fuerza y el carácter de ineludible que tiene en lo más hondo del magma constitutivo de ese cuerpo social pues, como asevera Marvin Harris en sus bases antropológicas, indefectiblemente “todas las sociedades tienen sus creencias, símbolos y rituales sagrados que se oponen a los acontecimientos ordinarios o profanos”, y tarde o temprano terminan por encontrarse incómodas, incluso con cierto sentimiento de angustia, con todo aquello que, en definitiva, les es ajeno, que les aleja del verdadero sentimiento en el que han conformado su idiosincrasia.
Si seguimos, con detenimiento y curiosidad, las celebraciones que se daban y se dan en la actualidad por estas fechas, nos aparecerá un camino que lleva más allá de las fronteras isleñas, desde antiguas y olvidadas prácticas que tienen su origen en los pueblos del Mediterráneo, hasta las más vivas, coloristas y sugestivas de la mayoría de las comunidades americanas, sin olvidar el insípido, anodino y mercantilista Halloween -que en vez
de convivir pretende anular a las verdaderas expresiones tradicionales-. En todo lo visto y disfrutado la “fiesta de finados”, la “noche de difuntos”, se convierte en el trasunto de una maravillosa celebración de vida que danza en esa frontera invisible entre el presente y el más allá que, por esa noche, parece estar aquí. Son celebraciones populares tradicionales, aunque también pueden tener enunciados más elaborados, como representaciones teatrales y conciertos, pero que también son motivo de una expresión que llega a conformar el propio carácter urbano y monumental, determinadas expresiones artísticas y culturales. La ciudad de los vivos no olvida a la de los muertos que, en tiempos, levantó muy próxima, quizá para que la eternidad estuviera también presente por mucho tiempo en esta residencia en la tierra. Y ese conjunto arquitectónico, artístico, antropológico, social y cultural que es un camposanto, que cobra verdadera presencia y particular sentido en estos días de finados, se alza como un verdadero monumento inseparable del rostro más propio de la ciudad, de su aspecto físico y de alma que señala y da carácter a sus vecinos. Es algo de lo que ha acontecido con un cementerio como el de Vegueta, cuya declaración de BIC avalan todas las justificaciones habidas y por haber, y declarado, no hace muchos años, por Ayuntamiento y Cabildo como verdadero “Panteón de Grancanarios Ilustres”, al que sustraerle la más mínima piedra de sus longevos y sagrados muros es extraerle una parte de su quintaesencia simbólica y ritual para el ser y el sentir, la idiosincrasia y el carácter de Las Palmas de Gran Canaria en su historia y en su devenir. Desde su misma construcción, a partir de 1811, unió a su existencia el nombre de importantes artistas grancanarios y foráneos. Si ya en sus comienzos contó con el propio escultor José Luján Pérez para el diseño del frontis de su portada neoclásica, a lo largo de una gran parte del diecinueve, en una época fundamental para la historia de este primer camposanto de Las Palmas de Gran Canaria, su historia estuvo muy unida al nombre de ese gran e inexcusable artista para la capital grancanaria que fue Manuel Ponce de León. A su inspiración y diseño se deben elementos tan señeros para la imagen que ha consolidado con el paso del tiempo como es el pórtico de su entrada, la desaparecida verja de su puerta principal o la gran cruz neogótica que se alza en el centro del primer patio, junto a una serie de monumentos funerarios tan destacados, como el de la familia León-Joven de
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representaciones teatrales y conciertos, pero que también son motivo de una expresión que llega a conformar el propio carácter urbano y monumental, determinadas expresiones artísticas y culturales. La ciudad de los vivos no olvida a la de los muertos que, en tiempos, levantó muy próxima, quizá para que la eternidad estuviera también presente por mucho tiempo en esta residencia en la tierra. Y ese conjunto arquitectónico, artístico, antropológico, social y cultural que es Salas, la Capilla Funeraria de la esposa de Francisco de León, la un camposanto, que cobra verdadera capilla del Panteón de la familia García-Sarmiento o el imprepresencia y particular sentido en es- sionante monumento funerario de Cristóbal del Castillo. En el tos días de finados, se alza como un siglo XX su primer patio se vio enriquecido con esculturas como la que el gran artista palentino Victorio Macho realizó para la tumba del poeta Tomás Morales, la del monumento de Candelaria Manrique de Lara del escultor italiano Rinaldo Rinaldi, o ya más recientemente las esculturas que el artista grancanario Juan Correa hizo de Antonio López Botas y del Dr. Chil y Naranjo, así como la escultura de Alfredo Kraus de la artista Lourdes Umerez, y la obra que Martín Chirino dejó diseñada para su propio enterramiento. Un año más el camposanto veguetero resplandece en esta celebración isleña de los difuntos, pues se constituye en monumento de todos esos finados que transitaron las páginas más puntuales, Escultura de Rinaldo Rinaldi en Cementerio Vegueta. arriesgadas o gloriosas de la historia insular. le la más mínima piedra de sus lon-
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Cementerio de Vegueta a comienzos del siglo XX.
JJ Laforet JJ Laforet
Monumento funerario de la familia de D. Cristóbal del Castillo.
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