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OPINIÓN: ANTONIO SÁNCHEZ

Hora de demostrar la canariedad

Antonio Sánchez

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Periodista

No es nuevo ese adagio popular de que ‘toda muerte acarrea un dolor’. Es una frase que usamos para recordar a nuestros seres recientemente fallecidos y que con la desgracia de lo ocurrido en la isla de La Palma se ha hecho válida para elementos inertes. Es imposible que no se te salte una lágrima cada vez que ves imágenes en distintos canales informativos, o simplemente escuchando el desarrollo de los acontecimientos a través de las emisoras de radio. Lo ocurrido en ‘La Isla Bonita’ ha sido de una magnitud tal, que la insensibilidad no existe.

Desde el domingo 19 de septiembre hasta ahora se ha dicho, visto y escrito lo inimaginable en relación a la última erupción volcánica de Canarias. Si es cierto que el primer día se generó una expectación de curiosidad por ver qué pasaba desde que el fenómeno volcánico se puso en marcha, los rostros de los no afectados directos fueron cambiando con el paso de los días, de tal forma que empatizamos con los más desfavorecidos y sufrimos cada revés que se anunciaba, sobre todo cuando el devastador efecto de las lenguas de lava fue derribando y sepultando parte de la vida de miles de palmeros.

Es durísimo. Por mucho que queramos ponernos en su piel, es casi imposible. Perderlo todo de un plumazo era algo impensable hace menos de un mes. Es cierto que empezó el ‘run-run’ de los enjambres, de los primeros ‘meneos’ subterráneos, pero quizá los antecedentes del Teneguía no les hacían ponerse en el peor de los escenarios, ni por asomo pensarían ser víctimas de la devastación que están sufriendo.

Nada puede ser como antes para miles de palmeros. Un borrón y cuenta nueva en sus vidas no es fácil de asimilar. Por rápido que haya sido el comportamiento de los dirigentes políticos, al lado de los afectados desde el primer momento, siempre habrá voces contradictorias que crean que es poco. El Gobierno de Canarias y el de España han anunciado medidas y han ejecutado algunas, como compra de viviendas, sin saber cómo va a quedar todo cuando la actividad volcánica cese.

Lo primero han sido las personas, como no podía ser menos. Entre la confusión de sentirse desbordados por los acontecimientos, los responsables políticos han tratado de que las necesidades de los afectados se cubriesen en el menor tiempo posible. No es fácil, hay que inventariar y escrutar cada caso, pero las administraciones tienen que ser conscientes de que el tiempo apremia y que miles de personas reclaman el derecho a una vida digna, como la que la mayoría tenía, y que ha truncado un desastre natural.

Hay que evitar que con el paso del tiempo esto se banalice hasta considerarlo normal. Nuestros hermanos palmeros merecen ser atendidos sin desmayo, pasar un trance como el de La Palma es lo más duro que alguien puede vivir. En La Palma nada será igual, habrá menos casas, menos cultivos, la fi sonomía de los pueblos será otra, pero la vuelta a una realidad cercana a la pretérita es algo en lo que todos debemos implicarnos, incluidos políticos e instituciones del signifi cado que sea. Solo siendo solidarios, ayudando a los hermanos palmeros, podremos mostrar las bondades de esa canariedad de la que tanto presumimos en los anuncios.

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