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Crónica de un chico trans, por León
Crónica de
escribe: León2
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Soy un chico trans. Y eso dice mucho de mí. Dice de mi disforia diaria, de las preguntas absurdas que me hace todo el mundo, de los comentarios llenos de odio, pero también sobre aprender a conocerme y aceptarme a mí mismo.
Las señales son débiles al principio. Es que cuando separan a niños y niñas en la escuela, piensas «las niñas y yo»; no «nosotras». No era una de ellas.
Luego viene la sensación de que eres diferente, de que algo está mal contigo. ¿Por qué sientes una inexplicable incomodidad?
Tengo síndrome de Turner, por lo que el desarrollo de mis caracteres sexuales secundarios fue tardío y se debió más a hormonas de crecimiento y estrógenos en pastillas, indicación de mi endocrinóloga.
Me miraba y... no, si no era «feo», ¿qué era lo que no me gustaba de mí?
Como la situación en casa en esa época de preadolescencia era tensa, por problemas familiares, sentí que no debía incomodar con mis tonterías.
Llegó la época de los cumpleaños de quince, y exploté al máximo mi lado femenino. Nunca me gustaron los vestidos, pero prefería eso a pollera, entonces usé vestidos. En mi mente no era posible salirme de eso, ser más transgresor. Mi cara pálida quedaba linda con el maquillaje, pero toda esa ropa que intentaba resaltar mi supuesta belleza, en mi opinión solo resaltaba lo femenino de mi cuerpo, y eso me molestaba. Me molestaba que se notaran mis pechos. Me molestaba mi voz aguda y aniñada.
Recién a esa edad empecé a escuchar algo sobre la homosexualidad y transexualidad. En mi casa jamás se había hablado del tema.
Al poco tiempo, entré en colapso. No entendía qué me estaba ocurriendo. No supe ponerlo en palabras. Desarrollé ansiedad y depresión. Sentía taquicardia y una fuerte presión en el pecho que me impedía respirar. Culpa. Rabia. Sentirme menos. ¿Por qué?
Al inicio, en aquella época pensé que era lesbiana. Que tal vez era eso lo que me tenía así. Pero no terminaba de entenderme a mí mismo. Mi madre, mi único y gran apoyo en esa época, se frustraba por no entenderme. Su falta de sensibilidad me hizo pensar que yo era un exagerado. Me sentía dependiente, incapaz, egoísta por estar necesitando ayuda.
Me sentí tan culpable y tan mala persona que intenté suicidarme. Fueron muchos meses de no sonreír.
Empecé tímidamente a adoptar un estilo andrógino. Fueron meses y años de negar, creyéndome tan solo una «mujer masculina». A finales de 2019 todo empeoró. Sentía que yo «no tenía arreglo». Que no era posible ser feliz.
Empecé a autolesionarme y cada día era una tortura para mí. Caí en una depresión terrible, en la que no conseguía hacer nada. Estaba paralizado, totalmente paralizado.
1 Crónica realizada en el marco de la convocatoria «Cronistas de la Diversidad». Escrita con el acompañamiento de Gianna Camacho García. 2 Estudiante de letras, nacido en Buenos Aires, Argentina.
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A escondidas, empecé a hacer búsquedas en internet. De más chico, sobre la lucha por los derechos de los homosexuales, y en 2019, no sé por qué milagro, me atreví a investigar sobre la transexualidad. Vi infinidad de videos de chicos trans contando sus experiencias. Investigué sobre los efectos de la testosterona. Y mi cabeza era una licuadora. ¿Me gustan los hombres o las mujeres? Y yo, ¿yo qué soy?
Vi diversos videos de cómo otros chicos trans se dieron cuenta de que eran trans. Y algo que me quedó dando vueltas fue uno que dijo: di en voz alta «soy mujer». ¿Cómo te sientes? Luego di «soy hombre». Y finalmente comprendí.
Cuando me acepté como hombre, me sentí libre. Mi lado masculino quería salir. Pujaba dentro de mí, reclamando por el espacio que le negué, exigiendo salir a la luz.
Tal como esperaba, al hablar con mis papás escuché cosas como «degenerada», «preferiría tener una hija prostituta a una que se cree hombre», y un sistemático ataque a la «ideología de género». Ni siquiera intentaron ponerse en mi lugar.
Me consideré un monstruo y una decepción para mis padres, pero transformé ese dolor en ganas de superarme y ser feliz. Me da orgullo haber salido del pozo depresivo en el que negarme a mí mismo me había hundido. Me da orgullo decir que me amo tal como soy. Sí, siento orgullo de levantarme y continuar, aún teniendo a mis propios padres en contra, y habiendo recibido insultos de las personas que más amo.
Entendí que para ser auténtico no solo requeriría coraje, sino paciencia, perseverancia, fe y resiliencia. Reaprendí a amar la vida, a amarme a mí mismo, y a estar en paz con Dios.
Fue un proceso sufrido, lleno de momentos de sentirme perdido y solo. Pero fue un proceso que me llevó al autoconocimiento y a mi libertad.
No solo me acepté tal como soy, como también aprendí a tener independencia emocional. Aprendí que no debo esperar nada de nadie, soy yo quien debo luchar por mi felicidad.
Aún con miedos, inseguridades y ansiedad, soy una persona distinta, porque sé que estoy dispuesto a luchar por mis sueños.
Conocerse a uno mismo es un viaje, una odisea sin fin, un proceso que nunca acaba. Soy de los que creen que siempre tenemos algo para aprender y para mejorar. Cuando crees que te conoces, resulta que ya eres una persona diferente de ayer. Más madura, quizá. Menos miedosa, con preocupaciones diferentes, con nuevas formas de ver el mundo.
Algún día podré mirarme al espejo y verme reflejado. Algún día mis miedos de hoy me darán risa. Porque voy camino a ser, externa e internamente, mi versión más auténtica. La disforia y el preconcepto no pueden vencer esta batalla porque han perdido de antemano. «La vida es una rueda; gira con ella», decía una gitana. Espero que cuando la vida nos reencuentre, más pronto de lo que esperamos, yo haya aprendido de la vida y sea una mejor versión de mí mismo. / /