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Primavera en otoño: Las historietas pornofestivas de Rubén Sáez, por Hernán Migoya.

Primavera en otoño: Las historietas pornofestivas de Rubén Sáez

escribe: Hernán Migoya*

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ilustración: Rubén Sáez

Hay una secuencia en el filme El cónsul de sodoma de Sigfrid Monleón que a menudo recuerdo por su intensidad decadente: la imagen del poeta Gil de Biedma enfermo de sida —encarnado por un sobresaliente Jordi Mollà—, pagando a un puto joven para que le acompañe a una habitación de hotel de baja estofa y baile desnudo frente a él.

Esa Muerte en Venecia de estar por casa, trasladada al barrio chino barcelonés, comparte espíritu con la historieta Otoño de Rubén Sáez (Lima, 1968): ¿quién dice que no existen las obras maestras del cómic de mínima extensión?

Otoño lo es, precisamente porque no es sólo eso que destaco del filme mencionado: en cinco páginas, su autor consigue con una concisión memorable encerrar en un frasco visual la alegría de vivir, la melancolía de la vejez y la amargura de la vida impostada, con un dinamismo que raya la perfección y una ejecución artística que directamente la logra.

Gozar la joie de vivre, expresar la tristeza tras el polvo al regresar a la realidad y golpear los ojos lectores con la sorpresa de una vida de fingimiento: ¿se puede concentrar mucho más en apenas cinco páginas y de manera tan hermosa? Yo creo que no.

Cualquier instante de Otoño viene a desmentir que no se pueda crear una obra de trascendencia artística a través del lenguaje de la pornografía. Y nos indica también lo muy en serio que Rubén Sáez se toma su arte. En cada viñeta hay no sólo claridad expositiva, sino también delicadeza, amor por la caricia del trazo, incluso ternura a raudales, ya sea para plasmar un coito frívolo como para subrayar una mirada de pena.

Rubén Sáez no es nuevo en esto de los cómics y resulta muy gracioso que un autor de tamaña sensibilidad haya encontrado su vehículo natural de expresión —o su vehículo más cómodo, compatible con su talante tímido y perennemente dubitativo, sufridor— en el tebeo porno. Nada que lamentar, pues como digo todo género posee su dignidad —¡faltaría más!— y sus posibilidades de excelencia. Y, como demuestra en Otoño, Sáez es capaz de sacarle todo su jugo a dicho género.

Incluso tal vez sea capaz de hacerlo porque sabe que implícitamente el cómic porno no goza de gran consideración y eso le permite trabajar sus historietas sin sentir encima el peso —en ocasiones inaguantable para espíritus tan meticulosos y frágiles como el suyo— de la responsabilidad artística excesiva. Sáez se resiente si cree que genera demasiada expectativa allá afuera, prefiera ejercer su arte pillándonos por sorpresa, sin que esperemos nada de él.

Y luego nos sacude no sólo el sexo, sino también el corazón con obras magnas como ésta.

Si leyéramos solamente esa obra de cinco páginas de Rubén Sáez, ya sabríamos que es un artista polifacético, porque Otoño está repleta de capas y pinceladas temáticas de múltiples matices emocionales. Por eso ya no nos sorprendería su habilidad para crear, dentro del marco porno, aventura, fantasía, imaginación, espectacularidad, comedia, intimismo, afecto por sus personajes, y todo lo que se puede encontrar en estos tebeos suyos concebidos para la revista Sextories y la editorial canadiense Class Comix. Pero no deberíamos perder de vista tampoco su virtuosismo para la acuarela, como nos demuestra la galería de ilustraciones disponible en su cuenta @rubo.art de Instagram.

Sólo un añadido final, de tipo sociológico: en tiempos recientes, me cabreó sumamente un mensaje popular en redes donde se trataba de convencer a los internautas de que durante los años 80 hubo mucha mayor permisividad que hoy a la hora de encauzar y mostrar en público la orientación sexual, y se ponía como ejemplos ilustrativos a varias estrellas del pop: entre ellas, destacaban Freddie Mercury y George Michael. Precisamente dos figuras gays que sufrieron muchísimo la imposibilidad de salir del armario en su juventud y que, tal vez, hoy seguirían vivas de haber podido vivir una sexualidad menos escondida, más sanamente abierta. Uno lo pagó con su salud y el otro psicológicamente.

Bueno, después de la fiesta loca y la depresión postcoital, Otoño también nos propina un pellizco en el culo sobre esa durísima realidad —no bajemos la guardia— todavía vigente.

Otoño debería ser una obra leída en todos los institutos.

Y a escondidas, jamás. / /

* Hernán Migoya (Ponferrada, 1971) ha escrito guiones de cómics, guiones de cine, novelas, biografías y ensayos. Vive entre España y Perú.

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