Cuaderno Ático 5

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CUADERNO ÁTICO r e v i s t a

Número 5

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p o e s í a

Otoño de 2014



CUADERNO ÁTICO



Número 5 | Otoño de 2014


Cuaderno ático,  Colaboradores: Aurora Luque, Antonio Ortega, Carles Mercader, Antonia Huerta Sánchez, José Luis Gómez Toré, Vicente Fernández González, Antonio Cabrera, Hilario Barrero, María López Villalba, Abel Murcia, Teresa Domingo Catalá, Sandro Luna, Teresa Garbí, Olivia Martínez Giménez de León, Antonio Moreno, Aitor Francos, Mar Benegas, Carlos Iglesias, Ibon Zubiaur, José de María Romero Barea, Trinidad Gan, Javier Sánchez Menéndez Dirección y edición: Juan Manuel Macías Diseño y maquetación: Tipografía sentimental

© De los textos, sus autores. © Cuaderno Ático 

direccion@cuadernoatico.es Revista editada en Madrid ISSN: -


EDITORIAL: DE CUADERNO ÁTICO A NOCHES ÁTICAS

Cuaderno Ático entrega su quinto número, y con él, a punto de acabar el año , cierra un pequeño ciclo. Durante este tiempo, y acompañados por la cálida acogida de los lectores, hemos procurado sostener, con la debida reverencia, una tímida apostilla a la célebre frase de don Nicanor Parra, de tal forma que nuestro lema velado en el subtítulo bien podría rezar así: que hasta la poesía puede ser poesía. Ahora nos retraeremos un poco más, y esta revista, de momento editada en papel virtual, saldrá ya sólo dos veces por año, en la primavera y el otoño. Pliega las velas, se demora y da paso a un nuevo proyecto en ciernes, un proyecto vivaz llamado Noches Áticas, ideado, fundado y dirigido por Anna Montes Espejo desde Tarragona y por Juan Manuel Macías desde Madrid. Un proyecto de aventura y tanteo, de campo abierto y textos fronterizos, de quiebros sin tregua a los venerables cánones, de diálogo (tal vez conspiración) entre las distintas artes. Por supuesto, amigos lectores, estáis invitados a velar con nosotros en estas Noches Áticas de próxima apertura. Entre tanto, os dejamos con el tardío número de otoño de Cuaderno Ático, esperando que os agrade. *** MÁS INFORMACIÓN SOBRE NOCHES ÁTICAS EN LAS REDES SOCIALES: https://www.facebook.com/mnochesaticas?fref=ts https://twitter.com/nocheaticas https://plus.google.com/+NochesÁticasmagacin

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CONTENIDO

Editorial: de Cuaderno Ático a Noches Áticas . . . . . . . . . . . A L. . . . . . . . . A O . . . . . . . . C M . . . . . . . A H S . . . . J L G T . . . . . . V F G. . . A C . . . . . . . H B . . . . . . . . R F . . . . . . . M L V . . . . . A M . . . . . . . . . T D C . . . . . S L . . . . . . . . . T G . . . . . . . . . O M G  L. A M . . . . . . . A F . . . . . . . . M B . . . . . . . . . C I . . . . . . . . I Z . . . . . . . . .

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.  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  .  . 

LA BIBLIOTECA  J  M R B . . . . . . . . . . . . . . . .  T G . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  J S M . . . . . . . . . . . . . . . . . 

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Aurora Luque AQUEL VIVIR DEL MAR E      (Selección y traducción de Aurora Luque) NOTA INTRODUCTORIA Toda la literatura griega está penetrada por el mar. El mar griego es —los poetas lo han hecho— veleidoso, pródigo en caminos, en historias y en versos, prodigioso en sus claridades y destellante en sus profundidades. La imaginación helénica del mar es copiosa y tonificante. Nos surte de una memoria entrecruzada de barcos, de hombres y de dioses; de delfines miríficos, de golpes de remos, de vientos húmedos, de mástiles que no olvidan su destino amparador de árbol en el mar, de cadáveres semidevorados de marineros, de conchas ofrecidas como exvotos, de redes exhaustas, de olor de algas, de puertos saludados. […] Es un reino poblado de vida brillante y enérgica. El mar refulge cruzado por naves negras, cóncavas y veloces. Solamente el mar griego, el mar homérico, tiene el color del vino, y se nos aparece como una acuarela vinosa, rojizo como un mosto. Pero también es canoso, violeta —el ponto color violeta—, azuloscuro o negro. Las naves pueden tener rojas mejillas y rojas proas o pueden avanzar con proa azuloscura. De las aguas surgen Poseidón, de melena azulada, o Tetis, vestida de añil. Y con el poeta Timoteo, el mar tuvo cabelleras de esmeralda. La palabra de los poetas griegos está impregnada de humedad marina, preñada de luz, de salada claridad, tintada de todos los azules. ¿Zarpamos? A L (Del prólogo a Aquel vivir del mar. El mar en la poesía griega. Antología, de próxima aparición en Acantilado)

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Cuaderno Ático, 

[El mar, en la épica, ya lo es todo: purificador de pesadillas, confidente de insomnios, altar y oratorio, proveedor de símiles para el deseo, ruta temible (que Hesíodo cruza a pesar de todo porque no quiere dejar perder su bolo literario), pretexto para un soberbio ejercicio de plasticidad y dinamismo en Apolonio a cuenta de los remeros de la nave Argo...]

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 AQUILES INSOMNE Homero, Iliada XXIV –

Rememorando aquello, derramaba tierno llanto, unas veces tendido de costado, otras de espaldas y otras boca abajo; luego se levantaba y, angustiado, vagaba por la arena. Siempre la diosa Eos lo encontraba al salir sobre los litorales y la mar.

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Aurora Luque

 EL DESEO DE PENÉLOPE Homero, Odisea XXIII –

Como cuando la tierra se aparece, anhelada, ante unos nadadores cuya nave bien hecha Poseidón la llevó a zozobrar, hostigada por recio viento y olas —sólo unos pocos huyen a nado hasta la tierra del mar emblanquecido, gruesas costras de sal se han criado en su piel, y ponen, anhelantes, los pies en tierra cuando ya han dejado atrás su perdición— así de deseable le sabía a Penélope su esposo , y lo miraba y ya no desataba de su cuello el luengo abrazo de sus brazos blancos.

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Cuaderno Ático, 

 RAZONES PARA EL VIAJE O HESÍODO VA A UN CONCURSO Hesiodo, Trabajos y días –

Si acaso desearas escapar de las deudas y del hambre tan áspera volcando en el comercio tu espíritu insensato, te mostraré las dimensiones del mar inagotable aunque no soy experto ni en barcos ni en el arte de la navegación. Jamás surqué en navío el ancho mar excepto cuando fui a Eubea desde Áulide (lugar donde pasaron el invierno los Aqueos reunidos en ingentes ejércitos que llegaban de Grecia rumbo a Troya, ciudad de mujeres hermosas). Entonces sí crucé yo el mar para ir a Calcis, a los juegos que honraban al brioso Anfidamante. Sus magnánimos hijos celebraron las numerosas pruebas ya anunciadas. Y allí os aseguro que vencí con un himno y me llevé de premio un trípode con asas que consagré yo mismo en honor de las Musas del Helicón, y allí, por vez primera, me hicieron alcanzar el canto más sutil. Y esta es mi experiencia, cuanta tengo con bien clavados barcos.

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Aurora Luque

 LIBACIONES Quinto de Esmirna, Posthoméricas XIV –

En la proa vertían los caudillos por la borda, en el mar, oscuro vino, suplicando a los muy felices dioses que un regreso tranquilo les otorguen. Sus plegarias se fueron a fundir con los vientos, y, lejos de las naves, en vano se enredaron en el aire y las nubes.

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Cuaderno Ático, 

 LA DANZA DE LOS REMOS Apolonio de Rodas, Argonáuticas I –

Los remeros, lo mismo que unos jóvenes que organizan un baile para Febo en Ortigia o en Pito o a orillas del Ismeno y al ritmo de la fórminge en torno del altar en un airoso grupo con sus ágiles pies golpetean el suelo, de igual modo, al compás de la cítara de Orfeo batieron con sus remos el agua muy briosa de la mar y las olas rugientes rompían empapándoles. A babor y a estribor, la salobre agua negra rezumaba de espuma, hirviendo pavorosa bajo la fuerza de hombres tan enérgicos. Al avanzar la nave bajo el sol las armas destellaban como llamas. Muy largas blanqueaban las estelas como senda que vemos cruzar un verde llano.

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Aurora Luque

 CIRCE SE LAVA EL PELO EN EL MAR Apolonio de Rodas, Argonáuticas IV –

En el puerto famoso de Eea fondearon y a la orilla lanzaron del barco las amarras. Allí mismo encontraron a Circe, que purificaba su cabeza con las aguas del mar. Tan alterada estaba por sus sueños nocturnos —sus alcobas y todas las paredes de la casa parecía que rezumaban sangre; consumía una llama sus pócimas reunidas con que antaño hechizaba a cualquier extranjero que llegase— que en cuanto que la aurora se extendía y ella se despertaba, a las aguas del mar iba a purificar una vez y otra vez sus crenchas y ropajes.

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Antonio Ortega

Es el temor sujetando el asombro, el vapor del aliento que, en la tenue bruma, desaparece a través de largos tubos de hierro, la luz que cae del cielo en las voces nocturnas. Es el tiempo que se acumula como si fuera de agua, como un gran estrépito de metales sobre el lomo metódico de una bestia distante en las copas de un bosque, fragmentos desprendidos al azar, el zumbido de un corazón recluido al borde del invierno. Lavada por el viento la tierra existe al margen de nosotros, cuando se esconde limpia en su espejo solar.

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Tras la calcinación viene la larga agitación del miedo, una vigilia que intercala meses. Tras las manos cortadas un guerrero sin armas nos azuza como la sangre que nunca se seca. Tras ríos desviados, montañas y bosques sobre las mesas, océanos allí, bajo los dientes. Tras los cofres abiertos de un perdido enemigo, el aliento extraviado en los pulmones. Tras el álbum del mundo, las heridas buscando unos labios que nunca están allí. Tras de un sucio cordel, una ceniza ligera en la arena persiguiendo una estación que no existe. César dijo que no se añade noche a lo que os hace sombra. Cruel e inútil juego cuando la muerte abriga con placeres fantasmas.

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Cuaderno Ático, 

El humo es silencioso, el estruendo llega después, es como un pájaro desorientado entrando en una habitación, volando entre las estrellas doradas de las cúpulas azules del Kremlin. Por encima de la línea del cielo un mar repleto de caballos, la blancura insensata de las sombras. Como de fría cal en el aire más débil, la aparición de un rostro bajo la luz del día, la placidez del agua antes de congelarse. Los perfiles de un muerto son como un suelo seco que no teme las huellas, como una mariposa envejecida.

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Son una plaga del azar las sombras cuando, en el alba, nos enseñan un paraje imposible, la belleza de la cera imperfecta: luz para no perderse, para no estar en silencio atónitos como infelices locos. Es el tiempo sin voz de una estación asombrada después del abolido paso de los trenes, la hora crecida sólo en la ceniza del invencible olvido, pábilos de aceite entre las plantas dejando adivinar en sus corolas el rumor de criaturas oblicuas. Somos sólo fantasmas expropiados, piedras desbordadas del lecho de la sed, húmedas acuarelas: juegos de agua y de azar.

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Siempre goteando en alguna parte, el agua nos deslumbra, fría como un corazón que sólo escuchara los azules sonidos del comercio, el silencio y el canto de un cuchillo en las quejas de madres llorando aún por sus olvidados hijos.

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Antonio Ortega

No somos sino una copia resuelta, la belleza es solamente armadura, copos secos los rostros, somos casi el fermento de sábanas grasientas, imágenes duras y obtusos cráneos desbordados en cálculos, somos la pintura que se desprende de un cuadro santo en un rincón oscuro. Apartados del mundo, igual que una pepita seca dentro de un hueso frío, somos sólo moscas en un trozo de sombra.

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Buscan la prisa líquida de una luz brillando en el blanco vello sobre las uvas negras, sólo así sus cuerpos salen del limo. Sólo cuando revienta la uva hinchada al sol se quema el vino, y agrietado en la luz, nuestro cuerpo se aquieta y se mecen sus sombras.

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El recuerdo del agua aún perdura después del largo tiempo de la muerte. Los días se alargan, como la luz menguante de un rescoldo que, ya frío entre la lumbre de un incendio, ha empezado a extenderse. Es entonces cuando el aliento forma hielo sobre los cuerpos, la lengua se retiene hasta que el cabello se vuelve blanco y, en la caída cierta de los acantilados, nos descubre su cara. En la fuerza de un glaciar la dulzura de la llama que se alarga buscando el aire más allá de todo alcance. Es entonces cuando creemos ver la exactitud perdida, oculta entre las salas de un hospicio, entre grandes bandadas de libélulas.

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Cuaderno Ático, 

Trozos de metal extraviados en una tormenta que dura siglos y nunca toca el suelo, un barco entre las olas que se cruzan, un puerto construido con espinas de arenque en la cara vacía de un planeta. Una mirada capaz de romper los arcos secos de todos los puentes desvelándonos el tiempo que nos devora, para que así seamos gatos lamiendo, en su tazón de estaño, la reluciente esencia de todo lo que es inasequible, de todo lo que esconden las abreviaturas simples del mundo.

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Una tumba cercada de laureles nos señala una falta, la incertidumbre de un pasado oscuro entre la ropa cierta que nos envuelve el cuerpo. El ser caprichoso de los ríos, el mar huidizo en el que su alma inmensa toma el color del lecho de un desierto. Sólo dejamos que el telar repose cuando suenan las vértebras y, en el punto de fuga de los muelles, el calcinado pecio de los barcos nos revela que, tras la bruma sorda, los extremos del mundo se despliegan como una cabellera sobre el agua. Que tengamos los huesos tan pesados es simple sedimento del azar. (siste viator) ***

Los pájaros no hablan, tienen los huesos huecos, acumulan el aire debajo de unas alas que la presión levanta en prueba de su vuelo, y al aire de su canto. Hacen su casa en las últimas cosas y a la hora justa en que el sueño fija la tentación del alma. —  —


Antonio Ortega

Un vaho la caída, la claridad un punto sobre el aire, nuestro cuerpo de pronto por encima de todas las cabezas en las alas de los ventiladores.

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Cuando soñamos con olores acres, en la boca entreabierta crece el rumor del llanto de cientos de perros extraviados, cuando oímos el silbido de un tren entre las copas oscuras de un bosque lleno de hayas cobrizas, surge la enfermedad como una tela escasa, sin pliegues que la oculten, y el sabor del terror hace de la lengua una piedra densa. Sólo entonces, de noche, sentimos la reserva de los gatos pegados al silencio en los muros de sus casas oscuras. El dinero, la muerte y el pan de los mastines firmes en su poder, alzados frente al mundo como la lluvia helada sobre el polvo. (Philippe Sollers) (Fray Iñigo de Mendoza, Coplas de Mingo Revulgo)

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Carles Mercader DÍAS Y NOCHES DE SOPHIE EVANS Creí en la pornografía Es todo lo que me queda J B

No es frío el invierno, este año en Budapest. Sophie Evans ha volado desde Barcelona para actuar en su nueva película. Ha sido un rodaje duro. Con una doble penetración que la ha dejado molida. En una librería cercana a la plaza de los héroes ha comprado una novela de Péter Nádas y dos reediciones de Sándor Márai. En la soledad del hotel piensa en como era esa niña que sólo se llamaba Zsofia Szabo y se pregunta por todas las noches pasadas en esta ciudad hendida por un río. Piensa también que el sexo le gusta casi tanto como la lectura. Le divierte la colección de pollas descomunales y novelas húngaras en que se ha convertido la colección de sus días. Dormida sobre el borde azul de las palabras, un libro abierto descansa sobre sus pechos y su sueño.

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Cuaderno Ático, 

BLUE VELVET

Es un mundo extraño este mundo Un caramelo envuelto en terciopelo azul. Eres tan dulce que me gusta hacerte daño. ¡No mires por la ventana! O vendrá el hombre amarillo y se te llevará. Las cortinas me dan miedo. Es un mundo extraño este mundo. Un caramelo envuelto en terciopelo azul. Eres tan dulce que me gusta hacerte daño. ¡No abras el armario! Los vestidos parecen suicidas colgados de un mismo árbol. Las cortinas me dan miedo. Duerme conmigo dentro de esta maleta Cerraremos lo ojos y contaremos hasta tres La muerte pasará de largo.

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Carles Mercader

EL HOMBRE DE LOS CARAMELOS ¿Eres uno de ellos? S S

Nunca me sonreía y era tan guapo. Venía con la tarde y era el rey de todas las plazas. Algunos días nos venía a buscar al colegio. Cromos y caramelos. La vida jugaba al escondite y nos abandonaba en el corazón de la pesadilla. Siempre la profundidad del bosque y nunca la casita de chocolate. Siempre y nunca y siempre las ganas de llorar Nunca fui elegido entre los demás niños. Nunca fui uno de ellos. Me hubiese gustado tanto cogerme de su mano.

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Antonia Huerta Sánchez [DEL LIBRO INÉDITO IMPLUVIO] Es como la tierra la casa del pobre: esquirla de un venidero cristal, ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída; pobre cual la cálida pobreza de un establo, y no obstante están los anocheceres: en ellos ella es todo, y de ella vienen todas las estrellas. R. M. R

Toda la noche mi carne ha buscado su cauce. Sobre hombros y manos invisibles anhelando su senda, como el viento que erguidísimo en poniente se estrecha entre las playas, como naves de odiseas cuya fragancia hiere hasta la muerte. Manos me crecen y se abren con esfuerzo, manos de aquellos que se levantan con bosques de sangre por cansancio, y protestas que látigos mediáticos anudan a la tierra. ¡Qué especie monstruosa es ésta, la del hombre! Sobre lo que nunca ama escancia el agua. Soy una voz con afán de savia, he filtrado ya las sombras, alimentando con sus despojos el mar entero. Para salir a la dicha, para resolver el enigma de los espejos me he dado toda. Nada ha quedado para mí. Se desgarra el vacío, generoso y húmedo. Se retira la lluvia con el tacto del hijo. Se hilan las brisas sobre el jazmín. Ya no hay nadie que estire su ramaje sobre mi mundo.

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Cuaderno Ático, 

Ondas o cadenas son lo mismo. En todas partes alguien huye mientras amanece. Alguien deja su casa, sus cosas hasta asfixiarse, hasta extinguirse, hasta que un ribazo lejos, muy lejos le dicta una verdad. En medio de la vida no basta, no basta habitar el camino, no basta bordear las puertas mientras crece sin descanso, como la mala hierba, como brozas ebrias en las vastas sombras lo que fuimos. Un álamo triste y miserable es el centinela de esta noche. Allí dejarán caer sus brazos como piedras, sus nombres escondidos, los vínculos que antaño abrazaron poderosos los abandonarán. Como légamo que sale al mar sin voz con la sospecha de remotos dientes dispuestos a roer se detendrán elegidos por el ocaso. Se harán fuertes, decididos, se arrojarán sobre promesas inhospitalarias hasta sentir su cuerpo diezmado.

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José Luis Gómez Toré HOTEL EUROPA

El resto es este rumor inconsolable, este chocar de esferas que van a la deriva. Desde aquí escucho los valses del Imperio con un aire de jazz mientras insisten lejos los obuses con su secreta música. Soy el último. El que husmea los sótanos, el animal dormido en las alcantarillas, el que friega furioso el suelo del lavabo y reclama su óbolo de avispas o silencio. Guardo entre noticias que fueron siempre viejas una corona de metal oxidado y los galones dorados del ujier. Es borroso tu rostro y, sin embargo, persigo cada noche tu cabellera lentísima en mis sueños. A veces, raras veces, he logrado olvidarme de tu nombre y entonces eres un número, el destino velado en cifras que no duelen. Porque el miedo es también un manojo de llaves, he abierto tantas puertas sin encontrarte nunca. Alguien me habló de ti. Posaba de pirata delante del espejo mientras los verdaderos nómadas cruzaban las fronteras. No quiero otro silencio sino el tuyo. Ni siquiera la obscenidad me sirve ya, Cordelia. ¿No te acuerdas de mí? Soy el padre de nadie, el que hace las cuentas con el amor de otros. Desde aquí escucho el chocar violento de las copas, cómo parten los trenes cargados de consignas. Yo guardo su secreto. Me empeño en ser el último. Todavía no he aprendido a callarme. Lo haré pronto.

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Cuaderno Ático, 

EL CUARTO DE VAN GOGH

Mi hijo me pregunta qué hay detrás de cada una de las puertas del cuarto de Van Gogh. Hasta ahora no me había percatado de que la habitación tiene dos puertas. Su madre tampoco se había dado cuenta de que una se abre hacia el viento amarillo y su región solar. La otra, a la noche ensimismada, a ese aletazo súbito en el rostro. Cómo podría ignorar ahora que ambas puertas conducen a un mismo pasillo interminable. Eso es también la infancia. Eso es también el vértigo. Objetos cotidianos. Retratos familiares. Habitación de paso.

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Vicente Fernández González LAS APORÍAS DE YORGOS SEFERIS Y EL SILENCIO DE ANDREAS CALVOS In memoriam Pedro Mateo Οὕτως ἀπὸ τὸν ἥλιον / ὡσὰν πυρὸς σταλάγματα / πέφτουσιν εἰς τὴν θάλασσαν / τῶν αἰώνων, καὶ χάνονται / διὰ πάντα ᾗ ὧραι. Bajo el sol de este modo / como gotas de fuego, / al océano caen / de los siglos se esfuman / las horas para siempre. (Andreas Calvos, [X]VIII ιβ΄)

La figura de Andreas Calvos constituye un capítulo extraordinario de la historia cultural de la Grecia contemporánea, y ello tanto por las vicisitudes de su obra en la configuración del canon literario —por el embarazo causado por la particularidad de su poesía—, como por la extrañeza y la inquietud causadas por el personaje del poeta, o mejor por la sombra en que ese hombre misterioso, del que no se conoce retrato alguno, parece transformarse tras la publicación en  y  de sus dos colecciones de Odas. Desde que Costís Palamás rescata del olvido a Andreas Calvos en la famosa conferencia pronunciada en el Parnaso y publicada posteriormente a finales de , la obra del poeta de Zante ha sido objetos 

Presenté una versión griega de este texto en el encuentro Neohelenistas Españoles & Poesía de las Islas Jónicas, celebrado en  en la Universidad Jónica (Corfú). Al mismo tiempo que la versión griega, preparé esta versión castellana; ninguna de ellas se publicó. Ahora, la pérdida de Pedro Mateo, que tanto se interesó entonces por aquella comunicación, me ha hecho rescatar el texto en su memoria; lo he revisado y lo he aligerado, sin introducir prácticamente modificaciones. Me remito siempre que cito versos de las Odas a la versión castellana del profesor Miguel Castillo Didier (Las odas griegas de Andreas Kalvos, Santiago, Publicaciones del Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos Fotios Malleros de la Universidad de Chile, ). La versión del infatigable neohelenista chileno era, por cierto, hasta la versión francesa de Ioannis-Andreas Vlachos, la única traducción completa a cualquier lengua del mundo, a excepción claro de las versiones francesas de Stanislas Julien y Pauthier de Censay que acompañaron en  y  a las ediciones del primer (Η Λύρα) y segundo (Λυρικά) volumen de Odas respectivamente. Para el texto calviano sigo la edición de Yanis Dalas en la colección Οι Επτανησιοι (Atenas, Ωκεανίδα, ). Más bien desde que el texto de Palamás es a su vez «rescatado» y empieza a ser tomado en consideración. Seguramente Nasos Vayenás tiene toda la razón cuando afirma: «La creencia generalizada [...] de que el descubrimiento de la poesía de Calvos tiene lugar en

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Cuaderno Ático, 

de innumerables estudios y aproximaciones. Los más importantes poetas y críticos, griegos y extranjeros, de todas las generaciones, muy especialmente la del treinta, se han ocupado de él . En los últimos años del siglo xx importantes contribuciones permitieron una aproximación más sistemática y documentada a los diferentes problemas de orden estético e ideológico planteados, y nunca definitivamente resueltos, por la obra de Andreas Calvos . El fervor patriótico revolucionario de las Odas —patriótico, o revolucionario, o patriótico y revolucionario— justifican la consideración de

 con la famosa conferencia de Palamás es errónea, puesto que esa conferencia apenas transcendió. Si seguimos su estela, constataremos que en realidad la crítica descubre a Calvos en la segunda década de nuestro siglo, cuando se han creado ya las condiciones que permiten el descubrimiento del descubrimiento de Palamás». (Nasos Vayenás, «Η παραμόρφωση του Κάλβου», en N. Vayenás [ed.], Εισαγωγή στην ποίηση του Κάλβου. Επιλογή κριτικών κειμένων, Iraclio, Πανεπιστιμιακές Εκδόσεις Κρήτης, , . (Cuando no menciono otra procedencia, las traducciones de los textos citados son mías). Agras, Menardos, Indianos, Dimarás, Pontani, Seferis, Elitis, Soras, Meraclís, Vitti, Dalas, Mulás, Lorendsatos, Politi, Steriópulos, Vayenás... Me refiero a obras como Ο Κάλβος και η εποχή του [Calvos y su época] (), de Mario Vitti, Πολύτροπος Αρμονία: Μετρική και ποιητική του Κάλβου [Armonía multiforme: la métrica y la poética de Calvos] (), de Evripidis Garandudis, Μοναχικοί Μαυροντυμένοι Περιπατητές της Κέρκυρας [Enlutados paseantes solitarios de Corfú] (), de Socratis Capsaskis, Ο Κλασικισμός του Ανδρέα Κάλβου. Η Αρχαία βάση και η υπέρβασή της [El clasicismo de Andreas Calvos. Los fundamentos antiguos y su superación] (), de Yanis Dalas. En el siglo xxi sigue creciendo el interés literario y académico por Calvos, y asistimos a la publicación de profundos y variados estudios sobre aspectos históricos, políticos, filosóficos, lingüísticos, poéticos, biográficos… de su figura y su obra. Estudios que alimentan a su vez el debate en las revistas académicas y literarias. Títulos como, entre otros, Ο βίος και το έργο του Ανδρέα Κάλβου [La vida y la obra de Andreas Calvos] (), de Lefkios Safiríu, Ο Κάλβος κι άλλη μια φορά. Συνοπτικό χρονολόγιο, αναλυτική εργογραφία και επιλεγμένη βιβλιογραφία Ανδρέα Κάλβου [Calvos una vez más. Cronología sinóptica, índice analítico de obras y bibliografía escogida sobre Andreas Calvos] (), de Yorgos Andriomenos, Τα θαυμάσια νερά: Ανδρέας Κάλβος. Ο ρομαντισμός, ο βυρωνισμός και ο κόσμος των Καρμπονάρων [Las aguas maravillosas: Andreas Calvos. El romanticismo, el byronismo y el mundo de los carbonaros] , de Aciná Yeorgandá, Αναζητώντας τον «άλλο» Κάλβο: Επιστημονικές ενασχολήσεις του στην Κέρκυρα (1826-1852) [En pos del «otro» Calvos: Sus quehaceres científicos en Corfú] (), también de Yorgos Andriomenos, Ξαναδιαβάζοντας τον Κάλβο. Ο Ανδρέας Κάλβος, η Ιταλία και η αρχαιότητα [Releer a Calvos. Andreas Calvos, Italia y la antigüedad] (), de Pasjalis Mijail... Y también, novelas como Οι μέλισσες του Κάλβου τριγυρίζουν στα λιβάδια του Λινκολνσάιρ [Las abejas de Calvos van y vienen por los prados de Lincolnshire] (), de Popi Jadsimanolaki, y Ανδρέας Κάλβος. Tο χαμένο πορτραίτο [Andreas Calvos. El retrato perdido] (), de Vlasis Trejlís (tercera biografía novelada de Calvos en el último medio siglo).

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Vicente Fernández González

Andreas Calvos como «poeta nacional». La peculiar sustancia lingüística de su expresión, así como lo extraño de su forma poética (metro, ritmo, acentuación versal…) han constituido el objeto de sesudos estudios e interminables controversias. Se tiene a veces la impresión de que muchos de estos estudios responden a la necesidad de sus autores de comprenderse a sí mismos, de entender la ambivalente reacción —rechazo y atracción— que ellos provoca la poesía de Andreas Calvos. En esta materia, como en tantas otras que tienen que ver con la configuración del canon literario y cultural griego, la posición de Yorgos Seferis es singularmente relevante. Casi podríamos hablar de un Calvos de Seferis, igual que hablamos de un Cavafis o un Macriyanis de Seferis. De suerte que la aproximación de Seferis a Calvos se convierte a su vez en objeto de estudio al que se dedican cada vez más páginas. Y hay que decir que, si bien es cierto que los juicios de Seferis sobre Calvos son, lógicamente, juicios de referencia que vertebran durante décadas el debate sobre el autor de las Odas, no es menos notable —y ello me interesa más en esta ocasión— la propia actitud de Yorgos Seferis hacia Calvos, paradigmática en cierto modo de la relación de al menos una corriente de la crítica griega con el poeta de Zante. Esa actitud emerge de forma esclarecedora en el mismo título del primero de los ensayos seferianos referidos al asunto: «Aporías leyendo a Calvos» , escrito en Korçë en . Posteriormente, Seferis le dedicaría —lejos siempre de Grecia— otros dos escritos recogidos también más tarde, como el primero, en sus volúmenes de ensayos: el «Prólogo a una edición de las Odas» (Pretoria,  ), encargado por Timos Mala

Junto —por diferentes razones— con las de Elitis y Tsatsos. «Aπορίες διαβάζοντας τον Κάλβο», incluido (pp. -) en el primer tomo de sus ensayos, Δοκιμές (-). En lo sucesivo, «Aporías»; cito por la versión castellana de Selma Ancira: «Aporías leyendo a Kálvos», en Giórgos Seféris, El estilo griego II. El sentimiento de eternidad, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, , -.  Seferis fue nombrado cónsul en Korçë (Epiro del Norte, Albania) el diecisiete de septiembre de . Se incorporó a su destino en noviembre y permaneció en él hasta finales de .  «Πρόλογος για μια έκδοση των Οδών», incluido (pp. -) en el primer tomo de Δοκιμές (-). En lo sucesivo, «Prólogo». No recogido en la edición de Selma Ancira ni tampoco en la selección de José Antonio Moreno Jurado (Yorgos Seferis, Diálogo sobre la poesía y otros ensayos, Madrid, Júcar, ).  Seferis siguió al gobierno en el camino del exilio ( de abril de ), primero a Creta, después a Egipto y Suráfrica, de nuevo a Egipto, y finalmente a Italia, para desde allí regresar a Grecia tres años y medio más tarde ( de octubre de ). Permaneció en Pretoria desde el verano de  hasta la primavera de . Al partir, de vuelta a Egipto, Seferis anota en su diario (lunes,  de abril): «Hemos dejado Pretoria y nuestra casa. La 

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Cuaderno Ático, 

mos para la edición de las Odas que preparaba en Alejandría, y «Calvos, » , páginas de diario en torno al envío a Grecia en marzo de ese año de los restos de Calvos y su mujer —«Εἶναι γλυκὺς ὁ θάνατος / Μόνον ὅταν κοιμώμεθα / Εἰς τὴν πατρίδα» («Dulce es la muerte / sólo si nos dormimos / en nuestra patria») (Ι, κγ´), había escrito el poeta— y al descubrimiento unos meses después de una placa conmemorativa en la iglesia de Keddington . Ha quedado dicho que me interesa aquí, más que sus juicios sobre la lengua y la poética de Calvos, la actitud de Seferis hacia el poeta de Zante; su sentimiento, si se prefiere. Un sentimiento que tiene que ver, más que con la expresión, con la propia experiencia de la poesía. En el tercer párrafo de «Aporías» Seferis escribe : Montaigne, en una época que ahora nos parece muy natural en la historia del arte, escribió: Un lector idóneo siempre encontrará en los escritos de los otros, cosas que el escritor jamás pensó incluir —un suffisant lecteur—. El único camino correcto que le queda al lector idóneo es, si siente una obra, intentar comprender qué le sucede con ese sentimiento, como intenta comprender qué le sucede con sus otros sentimientos. Y si no lo siente, las cosas se facilitan: cierra el libro . casa más tranquila que jamás haya tenido». Yorgos Seferis, Días -, sel. y trad. V. Fernández González, Madrid, Alianza, , . En lo sucesivo, Días.  «Κάλβος », incluido (pp. -) en el segundo tomo de Δοκιμές (-). En lo sucesivo, «Calvos»; cito por la versión castellana de Selma Ancira: «Kálvos, », en Giórgos Seféris, El estilo griego II. El sentimiento de eternidad, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, , -.  Calvos sigue en el centro de las preocupaciones de Seferis en «Η γλώσσα στην ποίησή μας», texto del discurso de aceptación del doctorado honoris causa concedido la Universidad de Salónica, pronunciado el  de abril de  e incluido (pp. -) en el segundo tomo de Δοκιμές (-). En lo sucesivo, «La lengua»; cito por versión castellana de Selma Ancira: «La lengua en nuestra poesía», en Giórgos Seféris, El estilo griego II. El sentimiento de eternidad, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, , -.  «Aporías», -.  Una sensibilidad no muy diferente expresa Luis García Montero —bajo la advocación también de Montaigne— en las primeras páginas de El sexto día. Historia íntima de la poesía española, su último libro hasta el momento: «El lector necesita devorar con su vida la objetividad de cualquier libro para que se produzca el efecto literario, haciendo suyo el miedo, el amor, el odio, el desprecio o la alegría. En el capítulo de sus ensayos que trata “De los libros”, Montaigne confiesa: “Cualquiera que sea la lengua que hablen mis libros, yo les hablo en la mía.” Por eso la escritura está también sometida al hielo, y si fija en el tiempo una posibilidad de comunicación es a costa de su propia flexibilidad, de abrirse a los ojos de los ausentes para que construyan el ámbito del intercambio con

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Vicente Fernández González

Seferis, que reconoce la legitimidad de una poesía «patriótica» , que encuentra en la vaguedad que nace de la escisión del espíritu» de Calvos una señal de su modernidad, que admira la velocidad —propia de la escritura automática— con que se suceden sus imágenes poéticas, choca desde  con el «yo lingüístico» de Andreas Calvos. «Un extraña mezcla» , se le antoja, de formas propias de los textos de Coraís y sus seguidores, por un lado, y la lengua vernácula de la época, por otro . Calvos el poeta se desvanece cuando irrumpe Calvos el maestro y erudito. El doctor Jeckyll y mister Hyde. Ya en el ensayo de , Seferis afirma «así como de Solomós no tenemos más que fragmentos, tampoco de Calvos tenemos un poema completo. Nada que pueda ofrecerse como poema completo al oyente. Solo pedazos y nuestra devoción» . En el «Prólogo» se ocupa de modo más prolijo del asunto de la lengua de Calvos y vuelve a formular el mismo parecer, ilustrándolo esta vez con decapentasílabos náufragos rescatados del proceloso mar de la métrica calviana : Cuánto más halagüeño habría sido su destino si nos hubiera dejado, como Solomós, solo fragmentos . Quién sabe, encontraríamos tal vez escudriñando viejos archivos, algún juicio o algún otro documento histórico que justificara las interrupciones. La psicología lo explica todo. Y completaríamos los huecos de las Odas con nuestra inconsu ideología, con una red distinta de sobreentendidos, donde los viejos saberes necesitan acomodarse a los nuevos matices. Nuestro placer de lectores ante libros antiguos es siempre la consecuencia de una falsificación verdadera. Admiramos aquello que facilita la impertinencia de nuestras propias inquietudes» (Luis García Montero, El sexto día. Historia íntima de la poesía española, Madrid, Debate, , -).  «Prólogo», .  «Aporías», .  En  lo expresa así: «No se aviene a hablar la lengua de nadie. Él es la «tercera vía» de Coraís. Una lengua con tentáculos aferrados al purismo, pero con un contrapeso que tira de ella hacia el habla viva» («Prólogo», ).  «Aporías», .  En un apunte de su diario —martes,  de diciembre de — confiesa sus reservas hacia la acogida que su texto pueda tener: «Me temo que no van a quedar satisfechos. Hablo demasiado de la lengua, y eso cansa. No es que haya hecho lingüística, tan sólo he hablado del material de que disponemos para hacer poemas» (Días, ).  «Prólogo», -.  Dice Juan Luis Panero a propósito de la obra poética de su padre: «La edición de su obra completa demuestra, una vez más, que todo poeta mejora en una antología, y que casi no existen poetas que soporten unas poesías completas [...] De cualquier poeta lo mejor que puede hacerse es una buena selección.» Juan Luis Panero, Sin rumbo cierto, Barcelona, Tusquets, , .

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Cuaderno Ático, 

solable amargura por un genio malogrado, junto con el placer que nos procuran los vestigios. Si tuviéramos, por ejemplo, de Calvos solo algunos pentadecasílabos como estos: Ρόδα με’ τὸ ἀμαυρότατον πέπλον σκεπάζῃ ἡ νύκτα [...cubre] con su tul oscurísimo las rosas celestiales (I, ε´) Ὡς μέσα εἰς τὰ πολύδενδρα δάση τὸ βράδυ εἰσπνέει Cual en el bosque espeso al crepúsculo sopla (VI, β´) Θλίβει ὁ καπνὸς τὸ διάστημα γαλάζιον τῶν ἀέρων La humareda entristece el éter azulado (VI, θ´) Τῶν ὁσίων τὰ πνεύματα ὡς ἀργυρέα ὁμίχλη De los santos las almas, como bruma de plata (VIII, δ´) Μία δύναμις οὐράνιος εἰς τὴν ψυχήν σας δίδει πτερὰ ἐλαφρά, καὶ ὑψώνεται λαμπρὸν τὸ μέτωπόν σας Una fuerza divina entrega a vuestras almas a las leves y se alza diáfana vuestra frente (IX, θ´) Κύτταξε πῶς ὁ ἥλιος χρυσώνει τὰ πανιά των· κύτταξε πῶς τὸ πέλαγος ἀπὸ σπαθιῶν ἀκτῖνας Mira Tú cómo el sol sus velámenes dora, y mira cómo el piélago con reflejos de espadas ([X]III, ιδ´) Μόνον ἀκούω τὴν θάλασσαν, ‘ποὺ ὡσὰν μέγα ποτάμι Sólo escucho la mar, que como inmenso río ([X]III, λγ´) Πήγαινε εἰς τὸν παράδεισον· μία δάφνη ἐκεῖ βλαστάνει Camina al Paraíso; allí crece un laurel ([X]VIII, ιε´)

A Calvos «lo disfrutas más —confiesa Seferis en el apunte ya citado de su diario— cuando cierras el libro, cuando olvidas que ha escrito odas (en las que tanto insiste en sus manías). Está bien cuando caminas abstraído —  —


Vicente Fernández González

en tu cuarto y oyes de repente el murmullo de sus auténticos versos. [...] Es de agradecer que no se haya conservado ninguna imagen de su aspecto físico. Hay que olvidar el cuerpo de su obra y su propio cuerpo. Lo que queda son los fragmentos de una voz incorpórea». Más allá de lo que sus convicciones estéticas y lingüísticas se lo permiten, Seferis no deja de experimentar una fuerte atracción por esa voz incorpórea que con tanta frecuencia se desvanece . En , en Louth —la villa inglesa en la que el poeta de Zante vivió los últimos dieciocho años de su vida — releyendo las Odas, Seferis intuye el fondo latino de la métrica de Calvos, el eco de Catulo. Ahora no busca pentadecasílabos ocultos. Se pregunta, sin embargo, qué es lo que hace griego a Calvos. La respuesta, en las Odas ([X]VI, γ´- δ´): Καλῄτερα, καλῄτερα Διασκορπισμένοι οἱ Ἕλληνες ’να τρέχωσι τὸν κόσμον, μὲ ἐξαπλωμένην χεῖρα ψωμοζητοῦντες· παρὰ... Mejor, mejor sería que dispersos los griegos vagaran por el mundo, con la mano tendida, pidiendo pan, que...

Calvos no deja, en definitiva, de ser un griego de la diáspora. «Griego de la diáspora, lo veamos desde el punto de visto de su arte, o desde el punto vista de su vida, es decir, del hombre engullido poco a poco por el exilio» . La diáspora, el destierro, experiencias colectivas de los griegos, señas de identidad que no dejan de conmover a Seferis, al desterrado, siempre, Seferis. No se trata en este caso de un destierro más. Calvos es uno de los grandes espíritus europeos que vivieron intensamente entre el 

«[...] siendo poeta, es decir, una persona que ha manifestarse por la palabra, nos causa muchas veces la impresión de que se desaparece tras su expresión lingüística, como detrás de un telón» («Πρόλογος», ).  «Dieciocho años sin una palabra de griego. ¡Hasta sus sueños eran en otra lengua!» («Calvos», ).  «Calvos », .

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Cuaderno Ático, 

sueño ilustrado y el desencanto romántico. Como Goya. Como Hölderlin. Uno de los grandes creadores que soñaron la revolución y despertaron en el conflicto civil y el absolutismo. Que conocieron el exilio de la patria. Y un exilio más radical: el exilio de la poesía. Por la locura, como Hölderlin. Por el silencio, como Calvos, o como, más tarde, Rimbaud. Calvos, había escrito Seferis en , «es un límite, […] en donde la abstracción lingüística deja una voz prácticamente inarticulada y líneas en el cielo; en el fondo es silencioso» . El silencio. Una voz que se calla a los  años. Más allá de sus escrúpulos lingüísticos, Seferis, un poeta que se debate toda su vida entre el arte y el mundo, que en , en la conferencia pronunciada con ocasión del doctorado honoris causa que le había concedido la Universidad de Salónica, alude a su vida «un tanto disipada» , no puede dejar de sentir fascinación por la radicalidad de la experiencia poética de Andreas Calvos. Una experiencia que «plantea preguntas a las que solo el cielo podría responder; quizás porque expresa, a menudo, un sentido del vacío, de la ausencia» . . De nuevo lejos de Grecia, desolada ahora por la dictadura, Seferis acude a Hölderlin en su diario : «Desde hace un mes me encuentro en el punto x del universo, un oasis dentro de un oasis dentro de un oasis [...]. Me siento fuera, al margen de todo. Vuelven a mi cabeza los versos de Hölderlin que en  adopté como lema de Diario de a bordo, I; eran años duros entonces, como ahora: “Pienso, mientras tanto, / mejor dormir que estar sin compañeros, / esperar de tal modo y qué hacer entre tanto y qué decir, / yo no lo sé, y ¿para qué poetas en tiempos de miseria?”» . Me pregunto si no evoca sin nombrarlo el cristalino silencio del poeta Andreas Calvos.



«Aporías», . «La lengua», .  «Calvos », .  Días,  (Manuscrito oct. ).  «Pan y vino». Friedrich Hölderlin, Las grandes elegías, ed. bilingüe, trad. de Jenaro Talens, Madrid, , . 

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Antonio Cabrera DOS PÁJAROS

 L      .- El azar a veces conforma estampas que adquieren un evidente aire de artificialidad. Lo que entonces ocurre ante nosotros parece capricho de la recurrencia de nuestra imaginación, que por fin tiene a bien materializarse por si pensábamos acaso que la imaginación era un impulso impotente, limitado tan sólo a su parcela de virtualidad. A veces sucede lo que parece que no podría suceder, no tanto por imposible o improbable, sino por rebuscado en demasía. No resulta difícil —todo lo contrario— ver una urraca posada en un poste de la luz o encima de una señal de tráfico bien conspicua o en el punto más prominente del tejado. A las urracas les encantan las atalayas. Habiendo como hay tantos lugares donde un pájaro puede posarse, las urracas propenden con obsesión hacia los más altos y apuntados, siempre que eso no las aleje de nosotros. Somos sus primeros proveedores. Por eso estas aves decidieron hace tiempo que su mundo —o uno de sus mundos, ya que tienen coraje para ocupar otros— iba a ser el nuestro, tan rico en cultivos, árboles de adorno o fruto, carreteras, periferias urbanas, vertederos, parques y tantas posibilidades más para ellas. Es habitual, por tanto, ver en la punta de muchas cosas una urraca posada. Con todo, siempre sostuve para mis adentros —sin decírmelo— que el remate tan agudo y blando de los cipreses era una punta prohibida para un ave relativamente grande como ella. La punta del ciprés no es que sea alargada y por ello fácil de combar, es más bien corta y fácil de combar y, por ello, no pensaba yo que la urraca la tomara como soporte apetecible. Me equivocaba. Hoy he visto una urraca sobre la punta de un ciprés, y permanecía quieta, en equilibrio, adoptando una postura de desafiante elegancia. Estampa de esas que el azar —como si no actuara como azar, sino a propósito— conforma a veces. Un ciprés soberbio, espléndido. Lo encuentro en mi trayecto de todos los días, alzándose desde el centro de una rotonda. Con más de diez metros de altura, tiene una anchura que sin embargo respeta la natural estrechez cónica del árbol. Son proporciones que le otorgan una presencia dominante. La mirada se va hacia él de manera automática. Hoy daba lugar además a una impresión plástica —  —


Cuaderno Ático, 

muy intensa. La urraca en la cúspide, con su combinación de blanco y negro tornasolado, con su larga cola forzando un ángulo hermoso, ponía altivez —quizá también una pizca de violencia muda, y así hacía más compleja la belleza— sobre la geométrica y oscura elevación del árbol. Hoy he sido testigo, en definitiva, de un caso de altiva serenidad, nada menos, y no era resultado de la imaginación ni del artificio.

 L      .- Lo que puedo decir de las oropéndolas guarda relación directa con lo que he podido observar de ellas a lo largo de los años. Se me viene a la cabeza, en primer lugar, y es lógico, el amarillo de los machos, una de las rotundidades cromáticas más llamativas de la naturaleza europea. El nombre de esta ave emana de ese color. Por culpa de la esdrújula castellana, tal vez su nombre sea responsable de la consideración cursilona que de ella se tiene, a la que no ha dejado de contribuir la poesía modernista. Pero las oropéndolas, fuera de los poemas, son de todo menos blandengues. Pocos pájaros hay tan pendencieros, tan malhumorados y retadores, sobre todo durante el mes de julio, cuando ya han sacado adelante los pollos y se entregan al grito, al gemido, al silbido jactancioso, no sólo dentro del seno familiar sino, por supuesto, contra cualquier otra oropéndola extraña, y habitualmente contigua, que roce o entre al vago territorio arbóreo y aéreo que consideren propio. Los sotos fluviales y las arboledas junto a cultivos se llenan entonces de su bulla verdiamarilla, hembras y machos en discusión acrobática entre las ramas. Por lo general la oropéndola es difícil de ver y fácil de oír. Cuando aparece, lo hace en vuelo velocísimo, siempre como de huida más que de desplazamiento. Es tímida por ser arisca o viceversa, quién sabe. He tenido la continua impresión de que, cuando está posada, se deja ver sólo desde lejos. A muchas aves les pasa: no toleran la cercanía humana, la mirada nuestra que pueda ser consciente para ellas. Las oropéndolas no quieren que las miremos, no lo soportan. Son un caso verdadero de desdén de lo bello hacia nosotros. No obstante, una vez, por azar, tuve muy cerca, a escasos metros, a un macho adulto, puro amarillo en máximo contraste con las manchas negras de las alas. Fueron apenas segundos, hasta que me descubrió recostado y quieto sobre el tronco de un alcornoque. Se había posado de súbito sobre una rama de adelfa en flor. Ante mí, aquella combinación —  —


Antonio Cabrera

inimaginable de colores: verde mate, fucsia intenso, amarillo fortísimo y negro azabache. Fue un exceso, pero un exceso hermoso porque era real. La oropéndola huyó enseguida llevándose la mitad de los colores. Quedó en balanceo la rama de adelfa, con sus verde y fucsia indiferentes, vívidos.

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Wallace Stevens | Hilario Barrero TRECE MANERAS DE MIRAR UN MIRLO (Traducción de Hilario Barrero)

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Cuaderno Ático, 

I

Among twenty snowy mountains, The only moving thing Was the eye of the blackbird.

II

I was of three minds, Like a tree In which there are three blackbirds.

III

The blackbird whirled in the autumn winds. It was a small part of the pantomime.

IV

A man and a woman Are one. A man and a woman and a blackbird Are one.

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Wallace Stevens | Hilario Barrero

I

Entre veinte montañas nevadas lo único en movimiento era el ojo del mirlo.

II

Yo tenía tres opiniones, como un árbol en el que hay tres mirlos.

III

El mirlo giraba en los vientos otoñales. Era una pequeña parte de la pantomima.

IV

Un hombre y una mujer son uno. Un hombre y una mujer y un mirlo son uno.

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Cuaderno Ático, 

V

I do not know which to prefer, The beauty of inflections Or the beauty of innuendoes, The blackbird whistling Or just after.

VI

Icicles filled the long window With barbaric glass. The shadow of the blackbird Crossed it, to and fro. The mood Traced in the shadow An indecipherable cause.

VII

O thin men of Haddam, Why do you imagine golden birds? Do you not see how the blackbird Walks around the feet Of the women about you?

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Wallace Stevens | Hilario Barrero

V

No sé qué preferir, la belleza de las inflexiones, o la belleza de las insinuaciones, el mirlo silbando o justo después.

VI

Los carámbanos cubrían la larga ventana con bárbaro cristal. La sombra del mirlo lo atravesó de un lado a otro. El estado de ánimo dibujó en la sombra una causa indescifrable.

VII

Oh, delgados hombres de Haddam, ¿por qué imagináis pájaros dorados? ¿no veis cómo el mirlo camina alrededor de los pies de las mujeres de vuestro entorno?

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Cuaderno Ático, 

VIII

I know noble accents And lucid, inescapable rhythms; But I know, too, That the blackbird is involved In what I know.

IX

When the blackbird flew out of sight, It marked the edge Of one of many circles.

X

At the sight of blackbirds Flying in a green light, Even the bawds of euphony Would cry out sharply.

XI

He rode over Connecticut In a glass coach. Once, a fear pierced him, In that he mistook The shadow of his equipage For blackbirds.

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Wallace Stevens | Hilario Barrero

VIII

Sé de acentos nobles y ritmos lúcidos, inevitables; pero tambien sé que el mirlo está involucrado en lo que sé.

IX

Cuando el mirlo se perdió de vista, marcó el borde de uno de muchos círculos

X

A la vista de mirlos volando en una luz verde, hasta las alcahuetas de la eufonía chillarían ásperamente.

XI

Cabalgó sobre Connecticut en un coche de cristal. Una vez, un temor lo traspasó de haber confundido la sombra de su equipaje con mirlos.

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Cuaderno Ático, 

XII

The river is moving. The blackbird must be flying.

XIII

It was evening all afternoon. It was snowing And it was going to snow. The blackbird sat In the cedar-limbs.

Wallace Stevens, (–)

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Wallace Stevens | Hilario Barrero

XII

El rio se mueve. El mirlo debe de estar volando.

XIII

Toda la tarde fue prima noche. Estaba nevando e iba a nevar. El mirlo se posó en las ramas del cedro.

Versión de Hilario Barrero

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Rafael Fombellida AVENA SALVAJE

Junto al borde saliente de esta roca pulida como un plato cocino mi pobreza en el río de agosto. Reposas a mi lado, conjeturo. A ráfagas, el soplo del nordeste tremola y rumorea en mis oídos enredado con un habla difusa. Cuando tus labios quieren conversar sobre la cortadora, o el tumor en el ovario de tu hermana, la bruñida quemadura me suspende y nada escucho con exactitud, nada atiendo que no sea recóndito. Cabecean los cirros en su piélago y cimbrea la luz como una cabellera vigorosa. Formo un ángulo recto con antebrazo y codo, y encuadro tu cadera y el vello que, cobrizo, se remueve como avena salvaje. La brisa da su voz a este amargor del véspero. Desearías decirme que la temperatura ha decrecido y patina el frescor en tus facciones y a tus muslos flagela un aura incómoda. Dirías, si pudieras hacerme comprender, que la arena te aguija la piel, y la granula, estás presente, y el temblor te ovilla. Pero no te percibo. Soy el último amante desceñido del halago de agosto, el último en gozar su piedra cálida y bañarse feliz en la elegía.

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Cuaderno Ático, 

EL CIELO NO TIENE HORIZONTE

Bajo la suela negra de mis botas de agua se retuerce el carrizo con un chillido amargo de ave ahorcada. Mi lámpara va haciéndose vereda. Miro el cielo nocturno. Las estrellas cintilan tímidas, expirantes como el hálito de un anciano intubado. Ya no sé regresar. La vía de retorno se ahoga en esta ciénaga, ese enjambre o racimo de pupilas nerviosas declinó envuelto en velos de gas neutro. El carro de Orión, Perseo, los dos Canes vigilan mi cabaña de ventanas cerradas. Ella encenderá dentro briosas constelaciones, prenderá del cabello la cola de un cometa, balanceará sus pechos filtrados por el véspero. Será después la gata ebria de sueño. Mas no sé regresar adonde desperté. Los astros que una vez fueron sendero dejan en la majada la huella de un cadáver, un entreclaro herido en la laguna. Lúgubres son ahora estas viejas esferas. Su apaciguado magma extraviará mi paso si su luz es la luz. Chasca la broza, sigo un mezquino rastro de linterna, escucho el bisbiseo de animales ocultos. Por aquí debería existir un hogar.

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María Lainá | María López Villalba TÉCNICA MIXTA (Selección y traducción de María López Villalba) NOTA DE LA TRADUCTORA María Lainá (Patras, ) es escritora. Poesía, teatro, ensayo, traducción. Los poemas seleccionados pertenecen a su último libro publicado, técnica mixta (Pataki, ). A Chema Cobo, Leandro García Ramírez, Rosa Lefevere, Costas Paleologos y Panayotis Xuplidis, gracias.

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Cuaderno Ático, 

ράθυμος ήλιος μαραμένες γυναίκες παρήγορο φως απ᾽ το μικρό τετράγωνο τζάμι τα σκεβρωμένα δέντρα παράξενη η περασμένη νιότη ασυλλόγιστη

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María Lainá | María López Villalba

sol indolente mujeres marchitas luz reparadora por el pequeño cuadrado de vidrio los árboles combados extraña la pasada juventud irreflexiva

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Cuaderno Ático, 

μια πέτρινη γέφυρα το μικρό του σπίτι κι αυτός καθισμένος στο μικρό του γραφείο· ξύλινη πόρτα σπασμένα χρώματα λίγο πιο πέρα το κανάλι περνάει κόσμος απ᾽ την πέτρινη γέφυρα ένα κάρο με γέρικα άλογα μια γυναίκα με μωρό στην πλάτη φτελιές δεξιά λόφοι με θάμνους δύο μεγάλα δέντρα σταγόνες κόκκινο στο χώμα πάνω από τη γέφυρα και το κανάλι πάνω από το σπίτι πάνω απ᾽ τη γυναίκα και τα άλογα ένας ασημόγκριζος ουρανός αχνιστό βαρύ κίτρινο μεσημέρι σχεδίασμα με πένα και μολύβι    

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María Lainá | María López Villalba

un puente de piedra su casa pequeña y él sentado en su pequeño escritorio; puerta de madera colores rotos un poco más allá el canal gente que pasa por el puente de piedra un carro tirado por caballos viejos una mujer con un niño a la espalda olmos a la derecha montes con matorrales dos árboles grandes gotas de rojo en la tierra sobre el puente y el canal sobre la casa sobre la mujer y los caballos un cielo gris plata vaporoso pesado amarillo mediodía boceto a lápiz y pluma    

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Cuaderno Ático, 

νεαρές οξιές οξυκόρυφα φύλλα στο χώμα ψηλόλιγνοι μίσχοι· το ξερό κλαδί δεν ξέρει τι να κάνει το πόδι του έχει μπλεχτεί στον πίνακα βελανογραφία

***

τρίζει στις λακκούβες η μπρούντζινη άμαξα οι πιτσιλιές λερώνουν την μπετούγια και το λεπτό κιγκλίδωμά της στο βάθος καπέλα σκυμμένα στο καστανό χώμα σινική με πενάκι

***

σπατάλησε μια ολόκληρη όμορφη μέρα κοιτάζοντάς την τι άλλο να ‘κανε;

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María Lainá | María López Villalba

hayas jóvenes hojas puntiagudas en la tierra tallos largos; la rama seca no sabe qué hacer se le ha enredado el pie en el cuadro grabado a punta seca

***

Chirría en los baches el carruaje de bronce las salpicaduras manchan el tirador y su delicada rejilla al fondo sombreros inclinados sobre la tierra rojiza tinta china a plumilla

***

desperdició todo un precioso día mirándola ¿qué otra cosa podía hacer?

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Cuaderno Ático, 

η σκιά φτάνει ως το ταβάνι τα δοκάρια την κάνουν κομμάτια το ρολόι λούζει το κρεβάτι ο φόβος μ᾽ έχει συνεπάρει ***

τα αντικείμενα που βλέπετε εδώ δεν έχουνε καμία αξία δείχνουν απλώς πώς ζούσαν οι άνθρωποι πώς έσουρνε επίτηδες τα πόδια του ένα παιδί κι αυτή τη στιγμή τα δάχτυλά του φυτρώνουν στο χώμα λάδι σε μουσαμά

—  —


María Lainá | María López Villalba

la sombra llega hasta el techo las vigas la hacen pedazos el reloj baña la cama el miedo me ha cautivado

***

los objetos que aquí ven no tienen valor alguno muestran tan solo cómo vivía la gente cómo arrastraba a propósito los pies un niño y en este instante sus dedos germinan en la tierra óleo sobre tela

—  —


Cuaderno Ático, 

φυσική σπηλιά με λαξεύματα ζώνες από λιθάρια σταχτόχρωμα το περίκεντρο σχήμα της θόλου προδίδει ίσως μια κεντρική θέση βωμού ή φλόγας λατρεύτηκε κανείς εδώ; υπήρχε κάποιος; ή πέρασε απλώς ο χρόνος και άφησε την ομορφιά του; χάραξη με βελόνα

***

δεν έχει νόημα για τη ροδακινιά ο θάνατος ούτε για τα δαμάσκηνα ο κυνηγός και τ᾽ άλογό του η λάμπα σβήνει και εγώ τη μέση σου αγκαλιάζω

—  —


María Lainá | María López Villalba

cueva natural con paredes talladas vetas de piedra color ceniza la planta circular de la bóveda delata tal vez la ubicación central de un altar o un fuego ¿fue adorado alguien aquí? ¿había alguien? ¿o sencillamente el tiempo al pasar dejó su belleza? grabado con buril

***

no tiene sentido para el durazno la muerte ni para las ciruelas el cazador con su caballo la lámpara se apaga y yo tu cintura abrazo

—  —


Cuaderno Ático, 

συνήχηση του μπλε κοιμάται ξαπλωμένη κίτρινη   

***

η μέρα εκτυφλωτική ο ήλιος, η σκιά της και μέσα μου δεν έχω τίποτα ***

αλλόκοτη που είναι η ζωή στους θερμούς βάλτους κι ο χρόνος που ενώ δείχνει ετούτο κάνει εκείνο

—  —


María Lainá | María López Villalba

consonancia del azul duerme tumbada amarilla    

***

el día deslumbrante el sol, su sombra y dentro de mí no tengo nada

***

qué rara es la vida en los pantanos cálidos y el tiempo que muestra una cosa y hace otra

—  —


Cuaderno Ático, 

φυσικά είναι νύχτα να ένας στίχος που δεν έπαψα να τον ζηλεύω νύχτες και μέρες τώρα που ξαπλώνω στο κρεβάτι μου νύχτα είναι και το κομμένο δέντρο θα ξαναβγάλει φύλλα αλλά εγώ ποτέ ξανά από θυμό το πρόσωπό μου δεν θα πρασινίσει κάρβουνο

—  —


María Lainá | María López Villalba

naturalmente es de noche∗ este verso siempre me ha dado envidia noches y días ahora que me acuesto en la cama es de noche y el árbol cortado volverá a echar hojas pero yo nunca más de cólera se me pondrá la cara verde carboncillo

Naturally it is night [Naturalmente es de noche], primer verso del poema «Air» de W. S. Merwin, en versión de Giselle Rodríguez Cid. La traducción del verso en griego, φυσικά είναι νύχτα, es de Yorgos Juliaras.

—  —


Cuaderno Ático, 

Στην Ένη

ξερολιθιά με άνοιγμα στη θάλασσα· σκέψου τα πράγματα που δεν θα κάνουμε ποτέ σινική με καλάμι

***

να φεύγουν όλα κι εσύ να φεύγεις σαν τίποτα να μην ήσουν ποτέ ούτε γύμνια στον ήλιο ούτε φλόγα τρελή

—  —


María Lainá | María López Villalba

A Eni

pared de piedra seca abierta al mar: piensa en las cosas que no haremos nunca tinta china a cálamo

***

perder de vista todo perderte a ti también como si nada hubieras sido nunca ni desnudez al sol ni llama loca

—  —



Abel Murcia

este día ha amanecido noche decidida a acompañarme como el dócil perro de las horas acompaña al reloj la calle se presenta como un campo de batalla a la espera de ese otro enemigo que me sigue allá donde me mueva yo soy tantos otros que resulta imposible no ser yo mi propia sombra ajeno a mí mismo me busco en el caleidoscopio gris de esta oscuridad la nieve me devuelve a la luz (moscú, noviembre de )

—  —


Cuaderno Ático, 

es esta tarde el eco de otras tardes que entonces eran días y estas cuatro paredes recuerdan otros muros cuando miro el espejo si aguzo la mirada también consigo ver algunos rasgos familiares en aquel que me mira y así como si en esto de vivir hubiera un protocolo voy desgranando tiempo granos color oro de una mazorca antigua y apagada recogida hace años (moscú, noviembre de )

—  —


Abel Murcia

¿recuerdas? apenas si fue ayer y ya todo tan lejos tan lejano del hoy y de aquel antes que un día lo fue todo después llegó el silencio la casa se nos fue quedando muda la luz llenaría de sombras sus rincones hasta apagarse por fin y ahora este seguir aquí en este ningún sitio abandonado tan vacío de ti y de nosotros tan no lugar tan páramo tan yermo manteniendo el rescoldo de las llamas (moscú, noviembre de )

—  —


Cuaderno Ático, 

tras las ventanas de este décimo piso de este alto laberinto personal arrastrado hasta aquí por todos los otoños que se encuentran en éste tras los helados cristales que el frío empaña al abalanzarse sobre ellos tras los restos deformes de un desvencijado balcón sobre el que se posan los gorriones que asaltarán astutos los comederos del cercano zoológico tras las ventanas de este décimo piso no siempre es fácil encontrar un cielo (moscú, noviembre de )

—  —


Abel Murcia

CANCIÓN DE CUNA (PARA DORMIR OLAS)

Llegan a la orilla y vuelven atrás. Grandes y pequeñas todas desde el mar. Corren a la playa, la mar queda atrás. Vuelven a la orilla vestidas de espuma. Las mecen las aguas dentro de su cuna. Todas recubiertas de su blanca espuma. Corren a la orilla y besan la arena. Al cabo de un rato otra vez se alejan. Hacen en el borde dibujos de arena. Juegan en la orilla, dejan de ser olas. Cogen y se esconden en las caracolas. Y al llegar la noche se duermen las olas.

—  —



Teresa Domingo Catalá En derredor me vive la distancia, y sólo quiero ser desnuda. Aunque no estés, estás conmigo, no me puedo separar del corazón, como si su palpitar se escondiese y entre el musgo encontrara tu belleza. Mi amor, cuando regreses sabrás cómo me llamo, conocerás aquellos números que el destino convierte en los presagios de un deseo que desborda las palabras encarnándose en el día, en esa aurora que empieza como un niño, que deviene mañana y prosigue por la tarde con la luminosidad lúbrica de unos ojos que miran en la sangre, que traspasan el cuerpo y se transforman en los cráteres de la luna, en las serpientes que me acarician en los pechos, y el amor, como una saga, transcurre en los límites y, fuera de los márgenes, inunda las estrellas. En la negrura que antecede al alba se mira el interior de mis muslos como en un espejo. La noche envuelve mi feminidad y en mis simas sé quién soy. Fulguro en el iris del sexo, invoco a Dionisos, y en mi conjuro estallan miríadas de cristales que uno en el telar con la paciencia de la mujer que anhela que la folle el hombre al que ama.

—  —


Cuaderno Ático, 

Oh amor, cómo aromas los cerezos, cómo me avituallas con sus flores y me ofreces tus pies para volar por el rincón más recóndito del cielo. El corazón sobrevuela el Hades, cruza por la Estigia y le da las monedas a Caronte pero no olvida, como si la memoria fuera un manuscrito indescifrable que se inscribe en las raíces de la noche. Marina, como la perla que crece en su envoltura, como la casa que se inunda en el océano, invoco la sal y el perfume de la sal que me das cuando me ciernes. Hay un territorio anómalo en el amor. Es como un lunar, un pigmento oscuro. Se traslada por la piel con la inercia de los astros y se inmiscuye en las heridas. Necesidad de ti, es lo que tengo. Así las cicatrices se me abren, como tatuajes del deseo. Te necesito como si en ti habitara el agua, como si mi sangre dependiera de tus ojos, como si mis ingles te escribiesen. Estás en mí, vives en mi cuerpo, y mi ansia es fervor enfebrecido, enfermedad y transparencia.

—  —


Teresa Domingo Catalá

En el sexo hay un poso de penumbra que se alcanza con el éxtasis, un centro oscuro desde el que se origina la luz, donde la lluvia eclosiona como una llama preparada para arder en el mismo umbral del fuego. Cae la mariposa deslumbrada por el foco, cae y se queman sus alas en la ascensión y en la caída, y como en un vendaval que a sí mismo se encendiera, se desparrama en el suelo y muere. Hay muerte en el amor, y eso le permite renacer. Más allá del cielo vive la consciencia, y saber que las huellas de mi cuerpo con tu cuerpo se deslíen y que el ansia permanece, crea brocales secos que la aridez inundará siglos más tarde, cuando se pierda la memoria del amor y la amnesia engendre la locura. Como un talismán vive la piel, como si pudiera alumbrar el Fénix, como si pudiera parir el Hades, como si la caricia contuviera el hálito, como si el suspiro quedara prendido en el aire y se expandiese hasta llegar a donde vive el vacío del que nace el deseo. He hablado con la lluvia, Poemas inéditos.

—  —



Sandro Luna TABULA RASA

I (Girasoles) ¿Quién toma esta cicuta? ¿Quién se inmola por dentro como hacen los jazmines? ¿Quién se atreve a mirarse en la carne humillada?

II (Toma tu sitio) No me escuches y deja que me aparte. ¿Qué sol por mi ventana? ¿Qué ráfaga de trigo? Este aire verdadero.

—  —


Cuaderno Ático, 

III (Noche) A Ana Luna

Perla viva, callada. Hágase la intemperie en tu noche de luz.

IV (Quién) ¿Quién da la luz aquí? Habla, para que yo te conozca. Y deja que te siga.

V (Paz) A la memoria de Miguel Ángel Velasco

Seco, como una aguja, mi corazón de pino. ¿Qué sombra nos cobija en este ahora? Esta paz de luciérnagas, ¿qué me canta?

—  —


Sandro Luna

VI (Donde no mira nadie) Esta arañando el cielo una pestaña, ¿acaso no lo veis? Donde no mira nadie, tan al claro de todo, tan salvaje. En el mismo aposento de la luz.

VII (Ser salvaje) Regalarse es volver a ese sitio de nadie. Cuántos pájaros juntos en la mesa de una brizna de hierba.

VIII (No preguntes) Como las gotas, todo ocupa su lugar en este sitio. Así que toma asiento para verte cuando caigas sin más. Y no preguntes.

—  —



Teresa Garbí LA ESTRELLA BLANCA

El hombre está sentado en la plaza mayor de San Juan de Plan. Ha venido a aquel valle apartado para descansar durante una semana. No conoce a nadie; come solo en el comedor del hotel y hace excursiones también solo. Casi está a punto de terminar su estancia. Minuciosamente, cada noche, apunta cuál ha sido su actividad. De esa manera no olvidará su vida. Cuando abra su libreta de notas, recuperará esa semana: los desayunos a primera hora; las marchas a través de valles recónditos; el tiempo que pasa de noche en la terraza, contando las estrellas fugaces —es San Lorenzo—, que caen desde hace miles de años para los que contemplen el cielo o vete a saber para qué. Está atardeciendo. El cielo adquiere una luminosidad amarilla y violeta, antes de cerrarse en la noche. Como el día ha sido muy cálido, la gente se ha sentado a las puertas de su casa y hablan animadamente. Quizá se han fijado en el hombre sentado en la plaza y quieren llamar su atención. Pero él, en ese momento, está completamente absorto: ha visto en una casa, a la izquierda de la escuela, a una anciana de pelo blanco. Está sentada en una silla y contempla la calle. Posiblemente se ha fijado en el hombre y no le importa que la mire, porque para eso están las personas: para mirar y ser miradas con absoluta desnudez. Pero ahora el hombre se ha inquietado. Esa anciana de pelo blanco que lo está mirando le recuerda a su madre, muerta hace ocho meses. Tiene su rostro anguloso, su mismo cabello de una blancura luminosa. Tal vez, piensa, emocionado, como mi madre, está orgullosa de esos cabellos tan blancos que no amarillean. Ella lo mira fijamente. ¿Qué otra cosa puede hacer si se ha sentado en su galería para ver qué pasa en la calle y ese hombre forastero, sentado en la plaza, solo, es un buen objetivo? ¿Quién será?, se pregunta acaso en un murmullo, mientras las campanas de la iglesia han dado las nueve y la música del atardecer —esquilas, pasos, ruido de agua del riego y del río— suena como una placentera respiración. Sí, es ella, se dice el hombre. En la plaza no están más que él y, enfrente,

—  —


Cuaderno Ático, 

arriba, su madre. Su madre blanca, que lo mira fijamente. Durante un tiempo, quizá varios minutos, permanecen así. ¿Me habrá reconocido?, piensa el hombre. No nota ninguna animación especial en el rostro de la mujer y si ve bien, se habrá dado cuenta de que estoy llorando. Mueve los brazos, saludándola, pero ella no responde. Él comprueba los gestos de su madre en aquella mujer que en todo se le parece: se aparta el cabello con gestos menudos; se frota las mejillas; une las manos en el regazo, a la altura de la cintura. Se mira las manos, sus manos aún hermosas, piensa el hombre. ¿Cómo me va a contestar?, piensa. Los muertos son así: están al otro lado y no se inmutan por lo que nosotros podamos decir o hacer. Nuestro tiempo ha terminado. Ya no hay vuelta atrás. No podemos alcanzarlos para que nos perdonen. Nada puede perdonarse porque aquello, el error, sucedió para siempre. Sólo los muertos se liberan de sus errores. —Si yo pudiera decirle, susurra el hombre, incorporándose y gesticulando de nuevo para que la anciana se dé cuenta. Pero la mujer ni siquiera ha advertido sus esfuerzos. Se ha levantado también y se ha metido en la casa. Al verla de pie el parecido es aún más asombroso, piensa el hombre. Es ella, sin duda. De inmediato recorre las calles de al lado de la plaza pero todas las casas están cerradas. Es difícil saber cuál es la de la anciana, porque el pueblo ha crecido como un aglomerado de piedras y no hay orden, sólo callejuelas empinadas que se pierden unas en otras. —Es esta, dice, llamando a una puerta. Toda la casa retumba. —Nunca más la voy a ver, lo sé, pero al menos que me escuche. Se reclina sobre la puerta. Nota el aroma a madera vieja, recalentada por el sol, el aroma a heno. Cierra los ojos y le parece estar reclinado en el regazo de su madre. —Perdóname, dice, en voz baja. Vuelve a llamar de nuevo, esta vez con más fuerza. Nada. Hay tantas telarañas en el llamador, tanto abandono en la madera, que no es posible que viva nadie entre esa suciedad. Ni siquiera una anciana. Conmocionado, se aparta de la puerta y sube la empinada callejuela hasta la carretera. Se vuelve varias veces, por si aparece de nuevo la silueta de su madre. Nada. Es tarde. Al final de la calle ve una estrella pequeña de metal plateado, hundida entre las piedras. Seguramente, piensa, habrá una estrella esta noche, sin ella. Para siempre todas las noches sin ella. —  —


Teresa Garbí

Así ha sido: el hombre ha pasado un buen rato en la terraza del hotel. Mira como miraría su madre. No se va a dormir hasta que ve caer una estrella fugaz en la oscura noche. Es igual a la pequeña estrella aplastada en el asfalto.

—  —



Olivia Martínez Giménez de León AGOSTO ES UN ASUNTO EFÍMERO

I Agosto es un asunto efímero. Todo lo que suceda en este mes lo vamos a olvidar. El calor intentará convertirnos en piedras, intentará hacernos creer que vivimos para siempre en una barbacoa nocturna, el calor intentará convencernos de que todo ha pasado y que somos una fiesta que no se acaba nunca, y mientras, nos convertirá en piedra. Por suerte, agosto es un asunto efímero, material inflamable o material ya ardido antes de ser, unos farolillos de papel de colores que atraviesan el jardín y la terraza. Agosto y la canícula no nos harán de piedra, aunque lo intenten. Será un asunto efímero y menor lo que consigan, y nos olvidaremos los unos de los otros.

—  —


Cuaderno Ático, 

II Cuando sea mayor no tomaré un refresco en el aperitivo. Me tomaré un vino, blanco, o tomaré un vermut. Escribiré con el ritmo que impone el vino, ya sabéis, el ritmo de los tejidos líquidos y de la palabra que se enreda, el ritmo del sexo como un dibujo fractal, una suerte de cola de pavo real que empieza en un cruce de piernas y, vino a vino, se amplia y no se acaba. Quiero decir que, cuando sea mayor y tome un vino en el aperitivo, un vino blanco o un vermut, será como caminar sobre un barco a mediodía con el equilibrio alterado a pesar de la luz. Será como ir perdiendo gravedad quitándole peso a la gravedad de la tierra, como si todo fuese agua salada o como si todo fuese la luna, a pesar de la luz del mediodía. Vendrá el aperitivo y me haré arbórea en sus líquidos y llegará la tarde y se caerá la luz, y todo irá dando igual, desde el aperitivo hasta la medianoche.

—  —


Vicent Andrés Estellés | Antonio Moreno CUADERNO PARA NADIE DE VICENT ANDRÉS ESTELLÉS (Versión de Antonio Moreno) NOTA INTRODUCTORIA «Cuaderno para nadie (). Escrito en Valencia. Es, el suyo, un tema que me ha obsesionado a lo largo de los años. No puedo más que recordarlo con melancolía». Es la breve nota que, en Les pedres de l’àmfora, segundo volumen de su obra completa, Vicent Andrés Estellés escribió acerca de los doce poemas de amor que componen este apesadumbrado y secreto librito. Sin ninguna necesidad, los traduje para mí en agosto de , sólo por oírlos contrapunteados en las dos lenguas propias de estas tierras. Quadern per a ningú es un inmejorable ejemplo de que la concisión de un cuaderno con un reducido número de versos puede tener tanto o más cuerpo poético que una obra extensa. A M Elche,  de agosto de 

—  —


—  —


Vicent Andrés Estellés | Antonio Moreno

A Francesc Vallverdú I me dices que no podrás venir como me habías prometido sin que te lo hubiese pedido yo, y tratas de justificarte aduciendo las muchas ocupaciones a que te ves obligada, y yo bien que lo comprendo y que me hago cargo, como he comprendido muy bien que a todos nos toca en vida una lenta, cruel, inteligente preparación para la inmensa soledad postrera, y me he sentido en casa hoy como en un nicho.

II no me has escrito y te escribo estas líneas que dejaré después olvidadas en cualquier cajón, sin que jamás lleguen a tus manos, aquellas manos pequeñas y tan fácilmente adorables. he pensado muchas veces en ti. he recordado tus cabellos negros y tus ojos igualmente negros, tu muy benigno seno, como tu paso ligero y la graciosa petulancia de tu culo. me habría gustado, a pesar de eso, recibir unas líneas tuyas. pero tú no te acuerdas del hombre viejo que soy y de mi necesidad de recibir unas líneas tuyas y de leerlas clandestinamente y después, ah después, quemarlas como si fuesen sarmientos. te evocaría en la pequeña llama como fuiste, criatura. un pequeño homenaje que me daba tanto gozo.

—  —


Cuaderno Ático, 

III esta es la última vez que te escribo. he mirado a la calle para ver si venías, para ver si venía alguna carta tuya. sonaba el viento entre las hojas. muy tristemente me he sentado a ver en familia la televisión.

IV vosotros que un día acaso encontraréis estos papeles y los leeréis con una explicable avidez, no sabréis nunca quién fue aquella criatura de quien hablo con quien hablo. os he dado mis versos. os he dado en cierta manera mi vida. nunca os daré este nombre.

V desde hace quince días no te he escrito ni una línea. tenía una necesidad demasiado intensa de ti. demasiadas ganas de ti. ahora sí, ahora te escribo, ahora que no te deseo, ahora que no te necesito, ahora que puedo hablar contigo como en aquellos días en que hablaba contigo. tú mascabas el chicle. te reías. me referías tus cosas, te escuchaba. yo sentía el deseo de dejar mi mano en tu rodilla. difícilmente me contenía. lo habría podido hacer: nada habría pasado. y ya tampoco quería eso. —  —


Vicent Andrés Estellés | Antonio Moreno

me contenía y sufría muchísimo. después salíamos a la calle. llamabas a una amiga, la saludabas con el brazo en el aire, todo aquello, todo aquello.

VI mucho me habría gustado ser tu amante solícito ser tu amante solícito examinando desde la mañana a la noche los movimientos de tu corazón el pequeño indicio de cualquier capricho tuyo. pienso que he nacido para quererte así. podría ser tu padre si nos atuviéramos a unos datos pero impensadamente me surgió un sentimiento de amor mortal. a veces te recuerdo despótica. trémulo mi corazón de perder tu afecto, quizá me he vuelto indigno. indigno y todo, te quiero. sales esbelta y te miro con los ojos complacidos. entre el padre que podría ser y el amante que nunca he de ser déjame que te mire, déjame participar, aunque sea mínimamente, de esta turbadora intimidad tuya, este hilo que me sostiene asido a la vida. eres ya lo único que me queda.

VII no moriré de amor. me moriré de cualquier cosa. pero en el último momento, con los ojos bien abiertos, los ojos de los moribundos, apretaré los labios para no pronunciar tu nombre. —  —


Cuaderno Ático, 

lo quiero para mí solo para toda la muerte.

VIII habré sido en tu vida un episodio insignificante. o habré dejado en ti la efímera señal del junco en el agua. en todo caso, me recordarás algún día al coger un libro mío, al oír que hablan de mí. ah, sí, yo le conocí. y si acaso te lo piden, rescatarás del olvido algunos detalles, algunos fragmentos, y continuaréis bebiendo y hablando de otras cosas.

IX la has saludado siempre muy efusivamente. o bien discretamente le has tomado la cintura. la has mirado con afecto paternal —hay otra gente. esencialmente es para ti una criatura. seis veces tan sólo le has besado las mejillas.

X pasan los cielos pero es el mismo cielo que siempre pasa. en mis modestos versos siempre pasa el mismo verso, aquel que trata de evocarte. tú nunca lo sabrás.

XI es mejor que nos despidamos pero es inútil el adiós. —  —


Vicent Andrés Estellés | Antonio Moreno

no te he visto. no sé si te he de ver. probablemente no te veré nunca. no me hace ninguna falta. te tengo como te quería, en tu momento preciso, mi momento preciso, como te quería para mí solo.

XII fue un amor lo reivindicas al cabo de los años con la voz trémula intentarías añadir alguna cosa desistes evocarías un paisaje, pero desistes, también. fue un amor. lo que quieres es dejarlo bien claro desde el principio. fue un amor. estimas mucho estos papeles. ¿te quieres?

—  —



Aitor Francos MITO Insectos y bichos huían de ese hombre tan inmenso K H

Descubro que soy solo alguien que observa su interior. La verdad es un cuerpo ocupado, sólo está presente para constatar una existencia. Imágenes regulares, que se superponen y suceden, a intervalos. Paredes que parecen hechas de agua, y, sin embargo, siguen sosteniendo nuestra transparencia. Marco una línea en la pared: señal de una isla. El presente es, ante todo, un acierto logrado con perseverancia, y ha de coincidir, exactamente, con mi extinción. Decidiría permanecer un poco más si este cuerpo estuviese habitado. En él, cualquier lugar triste es el poema. Cada palabra que no escribo puede dejarme solo irremediablemente.

—  —


Cuaderno Ático, 

MUSEO DE REPRODUCCIONES

Cada palabra vuelve a ser otra cuando no la dices. Tiene el blanco aspecto de estar triste, y de seguir diciendo, una y otra vez, la misma cosa, escribí —recuerdo— en un poema titulado Variación sobre Wallace Stevens. Lo que subrayo ahora me desfigura en la mirada que es igual en lo que ve y en lo que no ve. Me reúno —invariablemente— en lo que no soy.

—  —


Aitor Francos

MUNDINOVI

Cierta dedicatoria, con la impronta de «Bilbao, ediciones Vascongadas, diciembre de mil novecientos treinta y nueve» hace más raro mi ejemplar, envidia de bibliófilos. Anacrónico y erudito, atiendo, con lisonja de bachiller, ese tratado que redactara un pariente vasco de H.G. Wells, y me aplico a traducir de ese inglés benevolente, versos que prefiero, destacando (de entre pésimas canciones de guerra) las líneas que aluden a motivos personales, impregnándolas de cierta tonalidad elegíaca de escritor de provincias.

—  —


Cuaderno Ático, 

VUE DE L`ATELIER DE L`ARTISTE No: tienen color y forma / y existencia solo. F P

Ha dispuesto los componentes básicos. Escribe varias anotaciones en un cuaderno de arandelas. Comprueba de nuevo la textura mientras un cuerpo reafirma su oscuridad ocupándola, un cuerpo que hace que nada lo separe de la noche y que el color toque el fin del poema.

—  —


Mar Benegas SER ISLA:

Porque la mujer que escribe, antes de nacer de madre nació de isla. Construyó un océano. Piedra a piedra, un idilio con la tormenta. No cuerpo-carne, ni oscura placidez amniótica. Emerger de la violencia de un choque tectónico, hace un millón de años. Así, esculpida de soledad, una soledad cárstica. Y al decir soledad saberse sedimento y mineral. Pequeños animales, seres unicelulares, habitando el espacio impronunciable. Podría haber muerto mil veces antes de acarrear mis propias piedras, o los trillones de mundos que habitan mis orillas. Amarillos o blancos, como el miedo. No es a la oscuridad a lo que temo, sino a la luz. Podría decir que escribir es una isla y un océano me circunda. Que soy un piélago sucumbiendo a mis propias embestidas. Todo es una tristeza tan grande, tan grande, como esta solemnidad, salada e irremediable. Todo es una boca-cráter y unos dedos como lava que quieren sanar pero queman, e, incandescentes, se derraman. Todo es una esperanza de agua, algún frescor que evapore el fuego del lenguaje, la pasta de mis pensamientos. El deseo, gigante como un universo, de que llegue aquella tormenta milenaria y asfixie todo el daño. Ese ardor que me licua por dentro o las emociones que emulsionan y se expanden, son serán letras sobre el papel blanco. Deseo solidificar el magma, las metáforas líquidas que me habitan, este infierno poético. Cubrirme de piedras negras y porosas, ser cobijo de palmeras y poder alimentarme de cosas cotidianas, beber y saciarme con la sencillez del agua blanca del coco. Y una playa de oscuridad, en cuya memoria duerman los trilobites. Pero... ¿cómo se regresa de esta isla? Sin remos, ni tablas, sólo el amor, y el odio, y esta guerra, ¿cómo? —  —


Cuaderno Ático, 

¿Acaso se puede regresar de la muerte o de la vida? ¿Cómo ser otra o irme de esta tierra de palabras, de esta hambre, de este querer dejarme ir en el poema, como quien se deja ir en la orilla del mar?

—  —


Carlos Iglesias EL SUEÑO DEL JINETE

En el fondo de la copa, apura su último cansancio el jinete. Cuando Lisboa inventa sus inviernos, la memoria es una enredadera creciendo sobre el plenilunio.

—  —


Cuaderno Ático, 

HOY

El amor es un grifo que gotea de vez en cuando. La soledad es una película con demasiados extras. El dolor es un gato, nacido sin cola. Tú y yo somos una promesa que cumple sólo el aire. Y tu silencio son estas palabras ciegas que hoy te escribo.

—  —


Carlos Iglesias

Tú: señal de labios en un vaso, un silencio de zapatillas blancas. Tú: una hoja entre las páginas de un libro, un pañuelo de papel arrugado. Tú: azul iluminando la caverna, un llanto en la oscuridad. Tú: un mensaje en el contestador, compases musicales apenas esbozados. Tú: borrador de un poema, del Poema. Tú.

—  —



Ibon Zubiaur DIARIO, 

Sábado,  de enero, en Bad Tölz En la Süddeutsche Zeitung de hoy, reseña por un tal Till Briegleb de un libro de conversaciones con Anselm Kiefer. En tono ponderado, como corresponde al Feuilleton de ese periódico, pero declaradamente escéptica. El final: «Y así mejora Anselm Kiefer el mundo imperfecto de Dios con pincel, fuego y motosierra, y crea con ello su propio mito. Y lo cierto es que tras la lectura hemos llegado a entender éste. Pero al final de un diálogo tan exhaustivo uno desea ver, en realidad, no sólo a un Prometeo, sino también a un hombre. Y seguramente éste no llega a aparecer entre la polvareda de una charla apacible sin el shock de las preguntas críticas.» Nada menos. Al margen de la inveterada impertinencia de los críticos al achacar a un libro no ser lo que ellos quisieran que fuera (y no lo que desea ser), sobresalen dos afirmaciones (matizadas por locuciones adverbiales: «en realidad» y «seguramente»): que en una obra sobre un artista uno desea ver también al hombre, y que esto no es fácil que ocurra sin el shock (nada menos) de las preguntas críticas (que el libro logre hacer entender el mito de todo un Anselm Kiefer no debe parecerle al crítico un mérito a la misma altura). Lo primero responde obviamente a una preferencia personal y desde el punto de vista de la filosofía del arte resulta infantil, pero lo segundo es decididamente inquietante. Presupone, para empezar, que el hombre oculto detrás del artista no va a desvelarse voluntariamente: que su mito personal es una máscara, si no falsa, en todo caso radicalmente incompleta (esto sin duda es cierto), tendencialmente complaciente y con gran probabilidad poco sincera. Supone, además, por ello, que el hombre requiere un interrogatorio suspicaz y hasta agresivo (y no «la polvareda de una charla apacible»). No sé si el crítico extiende el esquema a todos los seres humanos; me temo que sí. Pero aunque lo limite al elaborado mundo del arte, convierte la comprensión en un ejercicio de sospecha, en una labor detectivesca. Malos tiempos para la escucha; también para el discurso público sobre uno mismo.

—  —


Cuaderno Ático, 

Sábado,  de mayo, en Bad Tölz Reportaje en la Süddeutsche sobre Helmut Berger. En un estilo más bien neutral, la sucesión de anécdotas bastaba para transmitir el clima y retratar al personaje de forma reconocible. Esa particular dialéctica de autodominio en la prestancia y desmesura en el abandonarse a los caprichos y los vicios. Me interesó no tanto su tragicidad final como su trabajosa gestación, la disciplina no del aristócrata sino del Lebenskünstler arribista, cuya arma principal, poderosísima pero marcada desde el origen por la caducidad, es un formidable atractivo físico ejercido como arte. Pensé en Christian. Y quise concluir que mi apuesta inconsciente fue una dialéctica inversa, dada la disparidad de los talentos (mi propia capacidad de fascinación, intelectual y en cierto modo retórica, cotizaba poco en mi entorno): sentí siempre un rechazo visceral por los excesos más convencionales (la embriaguez, la acumulación de sensaciones) y aspiré por encima de todo al autocontrol; si luego me entregué a otras modalidades de desmesura (en el amor, la erudición, en esa abigarrada intensidad no sólo de mis emociones, sino de mi búsqueda moral), ahora comprendo que en ello hubo un momento de compensación, de válvula de escape tras el anverso de un ferviente empeño en la elegancia.

Lunes,  de julio, en Warnemünde Amaneció con tiempo desabrido y renuncié a salir antes del desayuno. Luego, desde la ventana, resultaba decididamente inspirador. Ahora, tras el paseo por la playa, le adivino un guiño cómplice a su engañosa hosquedad, como si quisiera disuadir sólo a los no iniciados: lo cierto es que no llueve, la temperatura ambiente es llevadera, y si no deja de soplar el viento y la niebla cubre los pisos superiores del Neptun (y luce bandera roja y no se baña nadie), en todo ello cabe leer una forma norteña de recogimiento, un subrayado del carácter específico del Báltico. Quizá a la base de la familiaridad de los paseantes esté la aspereza del entorno, como en la montaña: no creo mucho en místicas de la naturaleza, pero quienes coinciden en paisajes menos evidentes se ven abocados a una forma más elemental de solidaridad y de respeto (Rücksicht ist ein schönes Wort).

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Ibon Zubiaur

Sábado,  de octubre, en Múnich En un correo a Javi de marzo de , justo después del funeral de mi abuela, le contaba un sueño de abrazos con J. «Era una dicha prístina y sin grumos.» Quizá una de las mejores frases que he escrito, alambicada y candorosa al mismo tiempo. Caro me cuenta que hace poco habló de mí con Berenberg y éste le dijo: «dieser Mann muss schreiben». Yo me demoro en cada frase y la rehago veinte veces, sólo para que alguna que olvidé me parezca lograda al reencontrarla. La autoconciencia es, desde luego, irreversible. Quizá en su exhibición desnuda, sin ostentación y sin vergüenza, esté la posibilidad de la inocencia.

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LA BIBLIOTECA



José de María Romero Barea HORTENSIAS DE AZUL FUEGO

Los poemas Desde el balcón del cuerpo (Vaso Roto, ) suponen una vuelta a los temas esenciales del hombre y la mujer contemporáneos: el sufrimiento, el sentido de lo trágico, la guerra, la meditación sobre el tiempo, el destino de nuestro mundo. La intensidad de su autora, la italiana Antonella Anedda, surge de estos temas y está profundamente ligada a la tensión ética de su escritura, donde se entrelazan el espíritu poético y el cuestionamiento filosófico. Esta profundidad, sin embargo, llega reconciliada con la ligereza, en una poesía que une la tragedia y la comedia, donde la atención al detalle se conjuga con la introspección más aguda y el dolor con la suspensión del sufrimiento. La belleza es más intensa y radiante cuanto más cerca de su raíz oscura. Como Anedda misma explica en «El sentido de los sonidos»: «El amor es un oficio solitario. / El amor correspondido pesa sobre nosotras, almas, hasta aplastarlas.» (p. ). Lejos de la celebración egoísta, del narcisismo del yo, la poesía de Anedda parece surgir de un acto de emoción, casi de sacrificio. «La infelicidad es escandalosa», escribe Anedda en «Habla el abandono», y añade: «El cuerpo es solo un techo. / No existen nombres, ni deseo ni sexo» (p. ). Anedda es una poeta dueña de su mirada, pero sobre todo una mujer, capaz de escuchar, pero con su propio oído, capaz de hablar o gritar, pero con su propia voz: «Hay un alfabeto incomprensible, un lenguaje olvidado (…) ¿Ella, es decir yo, hacia dónde tiende?» (p. ). Anedda es una poeta férrea en su empeño, de una parquedad que contrasta con la elocuencia y el lirismo característicos de la tradición poética italiana (y por ende latina). Su voz pertenece a un paisaje desconocido. Aunque nacida en Roma en , Anedda procede de una familia de

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Cuaderno Ático, 

Cerdeña y ha pasado gran parte de su vida entre la capital y una pequeña isla, La Maddalena, frente a la costa de Cerdeña. Los idiomas en los que se educó fueron el catalán de Alghero y el corso francés mezclado con el dialecto de La Maddalena. Su voz, por lo tanto, pertenece a los diferentes, a los abandonados, a los excluidos: «Es el hambre lo que le abre la garganta: / una cucharada de consonantes, / una espátula de hueso sobre el paladar.» En «Mujer que escribe» (p.) la exclusión se vuelve estilo, su idioma queda absoluta y extraordinariamente libre de gratificación retórica. La precisión expresiva de su palabra sin adornos cumple y se corresponde con el objeto. Aunque que los poemas de Desde el balcón del cuerpo barren un amplio espectro geográfico, Anedda insiste en el detalle doméstico: «Vive en los bajos de una casa cercana, de ventanas por la mitad enterradas/ con el televisor encendido que da luz como una chimenea». Casa, ventanas, televisor, chimenea, elementos que a menudo se consideran demasiado humildes como para merecer atención poética. En el poema «El mundo a las puertas de nuestras casas» (p. ), un contexto amable («El hombre barre las hojas. Cava bajo las flores, / quita brugos y malezas/ limpia los escalones uno por uno») da paso a una reflexión inquietante: «¿Quién soy yo para imaginarlo triste; dónde termina mi vida y dónde prosigue la suya?»). El punto de referencia de la italiana es, por tanto, la realidad desnuda, los paisajes y los objetos de la vida cotidiana. El día a día parece ser la única dimensión de la que Anedda se siente parte, en el que Anedda busca un vestigio de sentido: «No tienes ataúd que arrastrar por la nieve/ sino un perro que tirita en la oscuridad.» (p. ). La realidad es perecedera, necesita nuestra protección: «Dos manzanas sobre la mesa resplandecen. / Hablan con serenidad/ su lengua hecha de esferas» (p. ). La poesía nos protege del dolor, de la violencia en el mundo, del abandono, del peligro insidioso de silencio que constantemente amenaza con disolver nuestra realidad precaria y la palabra: «Este techo que se asoma desde la noche nos protege/ más que una cruz o un santo. / Ahora que de pronto llueve es bendito. / En una bóveda de plástico mojada/ resplandecen hortensias de azul fuego» (p. ). Antonella Anedda ha estudiado en Roma y Venecia. Es docente. Ha publicado poesía, ensayos y traducciones, sobre todo de la poesía (incluyendo autores como Ovidio, St. John Perse, Philippe Jaccottet, y Jamie McKendrick). Sus escritos han sido publicados en varias antologías italianas y extranjeras. En , fue galardonada con el Premio Eugenio Montale por su poemario Notti di pace occidentale. Juan Pablo Roa sabe —  —


José de María Romero Barea

traducir el lenguaje anónimo y exacto de Dal balcone del corpo (). Lo hace con un rigor que es íntimo, como el de un ejercicio espiritual. Su traducción es esencial, pero también suave y apasionada. La voz de Roa es vigorosa y amable, como la de Anedda, susurro al oído, grito cuando hace falta. Sevilla, 

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Trinidad Gan PAPEL CENIZA

Papel ceniza. número  de la Colección de poesía de Valparaíso Ediciones, año . Foto de portada de Joaquín Puga. Un protagonista misterioso atraviesa este libro, lleva en sus bolsillos trozos de papel escrito, hojas sueltas de un cuaderno perdido, marcas donde se agita el pasado, arañazos de tiempo, humo y rescoldos en el camino. La soledad como un grifo goteando el olvido, recomponiendo las piezas de una historia. Detrás de cada máscara de vida ¿tan sólo lo tachado? Papel ceniza es un apasionado viaje al interior de uno mismo, un mapa que dibuja el ayer en la arena quemada de un cuerpo. Así este magníficamente construido y medido libro de Trinidad Gan se convierte, además, en una meditación sobre la vida y el modo de vivirla y llevar ese equipaje que hemos ido acumulando a lo largo del tiempo: el amor, el dolor, la felicidad, las renuncias, las derrotas, el ayer que arrastramos, crece ante nuestros ojos pero también se va quemando, mariposa en cenizas desatada, como la robusta encina de la Soledad gongorina.

Á M

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Cuaderno Ático, 

TRAZO QUEBRADO

Sabes, abierta la ventana, que el horizonte es una cabellera trenzada por los ojos, una línea de sombras y de luz que hacen mudar las horas, un cuerpo que se tiende, tan lejano, que cambia si te acercas —vana impresión que huye en tu mirada—. Y que la realidad nunca confirma el calado de ningún sueño: arriesga solo unos perfiles, confunde las distancias, trueca cuentas y planes. Te obliga a caminar sobre la cuerda de las cosas posibles como un equilibrista que llevara en las manos esa pértiga inútil del deseo. No pongas ya tus pasos en el aire. Tendrás que separar el cielo de la tierra con trazo más preciso, más quebrado, como el que hoy te ofrecen las montañas.

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Javier Sánchez Menéndez LA MUERTE OCULTA

La muerte oculta. Ateneo de Córdoba , Vitela 

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Cuaderno Ático, 

SUITE DE UNA NOCHE DE GOZO «Nur eine Nacht der Wonne» (De una noche de gozo) N

I No te presentas, noche, y te siento. El espacio ya es tuyo y todo lo posees. Entre los bastidores, las ruinas, entre los corazones y sentidos creces con los minutos y lo inundas todo. Porque noche es amor.

II Ya la palabra noche se entrega entre las sombras. Ya la palabra noche es amor, es palabra. Ya puede ser nombrada. Su nombre arrastra todo cuanto venga. Su nombre ahora soy.

III Todo lo que te he dicho, noche, está bien, está completo. Pero, ¿y mi noche? ¿dónde estará mi noche? ¿me basta su recuerdo?

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Javier Sánchez Menéndez

IV La noche es amor. La noche es la discordia. El día es la luz y es la vida. Sueño siempre su luz y estoy con la noche. Vivo siempre en la vida y me mantengo en sombras de la noche.

V El hombre es sólo hombre ante la noche que guarda rigurosa los pronombres y los esconde lejos: sin límites ni éticas posibles. El hombre ha de asentir ante la noche porque es solo hombre ante la vida.

VI Reinan en la penumbra las sombras. Anónimo es el rito de ser nombrado solo. Reinan los individuos calladamente deseando la noche. Por eso mi corazón te llama, y también quiere ser protagonista —hombre o sueño— de la noche.

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Cuaderno Ático, 

VII Puede llegar la luz y romper la historia de la noche. Pero aún es tarde, porque la oscuridad reina en silencio. Puede llegar la vida como hace siempre: con voz baja entre gritos.

VIII Casi a la luz del alba la noche es la más pura de las noches y sobre la ventana contemplo cuatro cielos sin estrellas. La noche ya es la noche, la terrible canción sin fin ninguno. No hay realidad en la noche y ya llegó mi vida, mi amor y mi destino: siempre es la claridad.

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Este quinto número de C Á ha sido compuesto en XETEX sobre un sistema Linux con tipografías Sabon, Optima y Gill Sans en otoño de 




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