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Sin ti
Ximena Gutiérrez
Priscila tenía seis años, a su corta edad le encantaba convivir con perros, porque desde pequeña, siempre estuvo rodeada de ellos, razón por la cual no sentía temor al estar frente a uno, le provocaban gran ternura, además, le gustaba cuidar a los que se encontraba en la calle y deseaba llevarlos a su casa,sin embargo, no contaba con recursos o espacio suficiente para atender a todos, eso le causaba una gran tristeza. Un día saliendo de casa acompañada por su madre, se encaminaron con dirección al mercado, cuando cruzaron la calle, se detuvo frente a una primaria y se dirigió hacia una esquina en donde observó que había un perro, él se mostraba sediento, cansado, hambriento y triste; Priscila al ver aquella expresión en el perro, no dudo ni un segundo y acudió a su madre. Estando junto a ella, Priscila le pidió regresar a casa para traerle un balde con agua y algo de comer, la madre aceptó sin ninguna condición, porque a ella también le gustaban los perros.Unos minutos después regresó al lugar donde estaba el animal, éste, asustado y lleno de desconfianza, se alejó del rincón, aún así Priscila colocó en el suelo el recipiente con agua y comida para después alejarse poco a poco. El perro continuaba ahí con el transcurso de los días, en tanto Priscila le seguía llevando alimento y agua. Estas acciones lo ayudaron a dejar su temor, dándole una señal de confianza a Priscila, la cual aprovechó para acariciarlo, pronto comenzaron a tener una relación más sólida, el perro se alegraba, acercándose con regocijo hacía Priscila cada que la veía venir. Durante las mañanas Priscila salía muy temprano para ir a la escuela acompañada por su madre; un día, al colocar las llaves en la chapa y abrir la puerta, fueron sorprendidas por el perro,éste se
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encontraba afuera esperándolas, moviendo su cola con mucha euforia. Las siguió hasta que ellas abordaron el taxi para después regresar a su lugar de siempre. Así, el perro realizaba la misma acción de acompañarlas todas las mañanas. Priscila y él habían forjado un lazo muy fuerte, sin embargo, al pedirle a su madre y padre permiso para poder adoptarla, ellos se negaron porque en el lugar donde habitaban no estaba permitido tener animales. Priscila estaba demasiado triste por no poder quedarse con él, pero sus padres nunca le negaron el permiso de seguir frecuentándolo, fue así como el vínculo entre ellos se hizo más grande. Priscila siempre guardaba la mitad de su sándwich para dárselo al finalizar la escuela y éste se lo comía saboreándolo muy despacio. Dos meses después, la madre de Priscila, le confesó que no era un perro como ellas habían creído, sino una perra, Priscila estaba muy sorprendida y con entusiasmo decidió ponerle el nombre de Pinga. Un sábado, mientras la niña contemplaba a Pinga, se dio cuenta que era necesario darle un baño porque se veía bastante sucia y descuidada, acudió con su madre para comentarle esta petición, la cual fue muy bien recibida, prosiguieron a bañarla ayudadas por una vecina, amiga de Priscila. La bañaron, cortaron el pelo, secaron y cepillaron, se veía muy hermosa, porque su pelo ya no tenía ese gris sucio tan opaco, en cambio se transformó por un blanco sedoso y brillante, al finalizar el día la perra se refugió en su lugar de siempre, esperando el amanecer. Cada mañana realizaba la misma acción, que consistía en acompañar a Priscila y su madre, para así esperar su pedazo de sándwich por la tarde, sin embargo, aquel día algo cambiaría sus vidas totalmente, cuando la madre se dirigía hacía un taxi, se encontró con Pinga, quien desesperada comenzó a rasgar su pantalón, pensó que quizás lo hacía porque extrañaba a la niña, por lo tanto prometió regresar en seguida con ella y su bocado. Priscila estaba muy ansiosa por ver a Pinga. Cuando el taxi se detuvo en la esquina, salió corriendo para buscarla y así reencontrarse, pero no había rastro de ella por ningún lado, le gritó, la buscó sin obtener respuestas, esto le pareció muy raro porque nunca abandonaba aquel lugar.
Mientras la niña seguía averiguando el paradero de Pinga, una señora que vendía fruta en esa misma esquina, llamó a la madre para confesarle el verdadero motivo: el antirrábico se la había llevado por ser considerada callejera y por más que les insistió en dejarla, ellos no accedieron. Sin entender cómo explicarle esto a Priscila, su madre fue por ella, prometiendo regresar más tarde, sin más remedio se marcharon. Estando en casa, la madre tomó una silla y acercó otra para Priscila, pidiéndole que tomara asiento, estando frente a frente, por fin le confesó la verdad, cuando terminó, Priscila rompió en llanto, quería hacer todo lo posible por recuperarla, pues ya la consideraba suya. Marcó al trabajo de su padre, y luego de contarle lo sucedido él prometió ayudarla. Aproximadamente tardaron dos semanas en encontrar el lugar donde había sido llevada. Estando ahí el encargado les dijo que ya la habían sacrificado porque nadie acudió a reclamarla. En ese momento Priscila se desmoronó,lloró y la invadió una enorme tristeza, simplemente no quería aceptar la situación, llegó a sentirse muy culpable por no haber hecho lo suficiente para salvarla y por primera vez, experimentó un inmenso dolor. Priscila nunca comprendió cómo las personas pueden decidir sobre la vida de un ser tan indefenso, no dejaba de recordar los momentos felices junto a Pinga, pues el amor que llegó a sentir por ella en tan poco tiempo fue tan grande, que no ha podido cerrar esa herida y está segura que seguirá ahí durante toda su vida, solamente deberá aprender a vivir con ella.