Núm. 20 27/03/2017
RETO XX
El piropo
Tema propuesto por
EDUARDO TORRES
Eduardo Torres cuenta… La fea Cuando llegó de su pequeño pueblo natal, a los 15 años, aún albergaba la esperanza de dedicarse a alguna profesión glamurosa, cantante, actriz, tal vez bailarina. No es que fuera tonta. Sabía perfectamente que no era un canon de belleza. Además la leve cojera de nacimiento no aportaba ningún atractivo a su estética. Lo que no sabía por aquel entonces es que era fea. No tardó en descubrirlo cuando comenzó a ver a las preciosas mujeres que aparecían en las revistas y en los carteles publicitarios. En aquellos años en los que la televisión acababa de empezar las emisiones en pruebas y a su pueblo no llegaba ni la prensa.
Terminó por resignarse y comenzó a servir en casas de gente pudiente para ganarse el pan. Ni siquiera encontró a un hombre que se interesara por ella. Pero todas las tardes, al volver a casa, daba un enorme rodeo para pasar por la acera de enfrente del cuartel de infantería. Los muchachos, desde las garitas le proferían auténticas burradas, muchas de ellas pasaban del piropo a la grosería. Ella agachaba la cabeza y apuraba el paso como si le ofendieran los improperios, pero bajo el pañuelo que le cubría el cabello sonreía levemente y volvía a sentir el rubor en sus mejillas y la emoción en su pecho. Era guapa, por lo menos "guapa de cuartel".
Manuela Bodas Puente cuenta… -¡Bombón, estás que te derrites! -¡Estás de chupa pan y moja guapa! -¡Quién fuera tu abrigo, para poder resguardarte! Aquella muestra de requiebros dichos con cariño y respeto, eran un bálsamo para sus oídos. La lisonja que más le gustaba era: -¡Quien fuera tu abrigo, para poder resguardarte!- Pero acababa llorando recordando aquel día en el que llegó a casa con el abrigo. Aún no había descubierto, por mucho que se lo preguntara, qué instintos retorcidos, había despertado el abrigo, en la cabeza de su compañera. Le quitó el abrigo, la desnudó con cariño y delicadeza, comenzó a acariciarla desde los
pies, llevándola poco a poco hasta el éxtasis. Al llegar con las caricias a la altura del cuello, le colocó una gargantilla de dedos asesinos. Se acuerda de los gritos, de los golpes de los vecinos en la puerta. Luego se nubló la energía y despertó en urgencias. Su compañera desapareció. Pensó en deshacerse del abrigo, pero aquella prenda le traía también las caricias buenas, las horas hilvanadas con la pasión, el murmullo de las risas en común. Decidió darle al abrigo la misión curativa de ser el tacto bueno del ayer.
Macamen de Vega cuenta… Ella había sido una joven guapísima y, su belleza, objetivo en multitud de ocasiones de piropos de conocidos y desconocidos. Nunca los había necesitado para sentirse segura, a lo sumo le hacían gracia. Ella se consideraba grande más allá de su físico y todo lo que quería conseguir en la vida poco tenía que ver con la belleza. Quizás por eso solo había un piropo que recordara con una sonrisa. Se lo había dicho hacía muchos años un amigo del alma, de esos que como mucho se conoce uno en la vida. Tras unos años sin verse fue a pasar una semana a su casa y a conocer a sus hijos. Pasaron unos días maravillosos y al despedirse él le dijo: -No conocía tu faceta de madre, solo podía imaginarla. Ahora que la he vivido puedo decirte que si fuese un bebé a punto de nacer elegiría ser hijo tuyo, crecer en tu casa.
Quizás fue porque vino del corazón de quién mejor la conocía, quizás fue porque fue dicho con amor infinito, quizás fue porque iba dirigido más allá de su belleza, quizás fue porque necesitaba escucharlo….. El caso es que ese es el único piropo que recuerda su corazón.
María José Montero Núñez cuenta… Caminaba por la acera de la pequeña ciudad. Iba deprisa, como siempre, con la cabeza repleta de los quehaceres que debía cumplir, sin remedio, aquella tarde. Miraba sin ver, sin observar las figuras del paisaje urbano. Siempre iba a tiro fijo, en esta ocasión tenía que llegar a la hora para una entrevista de un periódico semanal con sesión de fotos incluida. No lo vio acercarse, solo se detuvo al oír sus palabras. No pensó a quien iban dirigidas. Alzó la vista y allí estaba aquel muchacho encantador, parado en mitad de la acera y observándola con admiración: -¡ Y después dicen que los monumentos no andan! -Volvió a exclamar como si hubiera visto a un mismo ángel.
Ella se detuvo en ese instante, no cabía la menor duda de que aquel piropo iba dirigido a su persona. Entonces se fijó mejor en la cara del chico. No había en ella ni rastro de picar día, sí de admiración. La mujer se acercó y le puso la mano en el hombro. Le regaló una amplia sonrisa y le dijo: - Muchas gracias, de verdad. Nunca me habían dicho nada tan bonito. Y te lo agradezco, teniendo en cuenta que casi puedes ser mi hijo.
Flor Méndez Villagrá cuenta… La primera vez le hizo gracia - Parece que están cayendo ángeles del cielo – gritaron al pasar. Les dedicó una leve sonrisa y pasó de largo sin decir nada. Al día siguiente a la puerta de aquel bar, volvían a estar de nuevo y esta vez alguien lanzó un: - Quien fuera el espejo que todas las mañanas te ve, mi vida. Algo le hizo sentirse mal. Quizá que volvieran a estar esperando, quizá la forma, quizá el “mi vida”, quizá esa mirada que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Al tercer día cuando escuchó: -El mar se muere en la roca y yo muero por darte un beso en la boca; su paciencia terminó . - Ya está bien, déjadme en paz, no me hace ninguna gracia esto.
- Uyyy que carácter, mi amor, si no te vamos a comer - Que sucede, mi hombretón, replicó la mas atrevida, ¿no te gustan las mujeres? Su grupo de amigas rieron el comentario y una de ellas le gritó antes de verle desaparecer apresuradamente por la esquina - Dime cómo te llamas, mi cielo, y te pido pa reyes. Tenía las sábanas empapadas en sudor. No entendía como aquel sueño pudo afectarle tanto, al fin y al cabo eran los mismos piropos que él y los muchachos decían todos los días a la chica nueva de la floristería y estaba seguro que a ella le gustaba ¿o no?.
Juan Carlos García. Cuesta cuenta… Quique y Sofía Un día, cansado de tanto piropearla, cesó en su empeño de conquistarla y dejó de suspirar por sus huesos, dejó de idolatrarla, dejó de morir por un beso suyo y dejó de ser infeliz por no poder acariciarla. Ese mismo día ella descansó, por fin ese pesado la dejaba en paz y nadie la atosigaba con galanterías ni con piropos, nadie la buscaba por las calles, nadie la perseguía para amarla y ya nadie necesitaba sus besos. Se sintió infeliz y tan sola que cuando volvió a encontrarle se casaron y desde entonces ambos fueron felices.
Yo soy peregrina cuenta… I Llegó con su maleta azul eléctrico. Caminaba decidida en dirección a aquella calle que tanto le gustaba por larga y estrecha. Nunca pasaban coches por allí, no cabían. Era ese tipo de calles que cubres de lado a lado si colocas tus brazos en cruz. Perfecta. Recordó su última excursión a aquel rincón... Fue con él... El eco de aquellas paredes multiplicó por diez el orgasmo compartido. - Quiero volver a verte - Le había dicho ella al despedirse II Recordando aroma a sexo llegó a la mitad de aquella calle. Se dedicó un piropo, por el puro placer de escucharse: "Ni Afrodita, preciosa, ni Afrodita te iguala en esto". Sonrió.
III Encontrarse a alguien de frente suponía un roce necesario para poder continuar. Así de estrecha era aquella calle... Y en eso estaba cuando una silueta empezó a dibujarse un poco más allá, justo donde empezaba el final de su viaje. Se acercaban. Se observaban. IV Se cruzaron. Se rozaron. Se miraron. Sonrieron. - Sigues tan bonita como siempre. Espera, deja que cierre los ojos, quiero mirarte mejor. A ver? Sí, lo sabía, sigues tan bonita como siempre.
María Jesús Marcos Arteaga
María Jesús Marcos Arteaga cuenta… El duelo Sin haberla respirado, ni tocado apenas salvo en sueños, pidiendo permiso incluso para que invadiera su mente… Bosco la conoció, como quien descubre la primavera a golpe de latido desbocado, una tarde lluviosa de marzo. Supo que ella era el deseo que le había pedido a un eclipse de sol de hace años y entonces le dijo: –“Te pareces tanto a lo que eres…” Touché. Tocada y herida. Alguien se atrevía a retarla para demostrar que no era solo el envoltorio en que se paseaba, sino el espíritu rebelde que la empujaba hacia un universo propio tan libre como apetecible. Atrás que-
daban los aviones de papel anónimos, las cartas de amor de ocho folios, las flores mutiladas. Habían bastado siete palabras, sólo siete, para redoblarle el corazón, sin cofradía, tambores ni el mínimo atisbo de santidad. Siguieron buscándose a tientas en una semana de pasión que culminó con la estocada definitiva: –“¿Cómo haces para soportarte? A lo que Lía respondió, convencida: –“¿Cómo haces para resistirme?”
Y entre ambos sigue el duelo, muchos eclipses después.
El que gusta de ser adulado es digno del adulador. (William Shakespeare)
Editado por Puri Sรกnchez para