RETO SEMANAL CCC EL VINO

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Núm. 21 03/04/2017


RETO XXI

El vino

Ilustraciรณn: Kathy Womack


Tema propuesto por

MARÍA JESÚS MARCOS ARTEAGA


Brindis El vino, en un barco de nombre extranjero, navegaba envasado y precintado en las bodegas del carguero italiano que arribaría en Porto. Inácio aguardaba su partida procedente de Montepulciano, a cambio del cincuenta por ciento de su añada. Un cariñoso intercambio anual con su amigo Filippo, desde que se conocieran hace ya veinte años en Graves, próximo a Burdeos, trabajando en la misma bodega. Ambos encargaban un diseño especial cada temporada para que las etiquetas reflejaran distintos pasajes de su amistad. Este año, sobre un elegante fondo gris nacarado, decía el vino italiano : “Sean estas uvas no de la ira, mi muy querido Inácio, y sirvan de excusa perfecta para celebrar los amores que compartimos y que nunca se agostarán en el recuerdo”. Filippo, una vez revisada la mercancía, con la satisfacción propia del afecto, brindaba con sus empleados y se organizaba luego la distribución de parte de las botellas. “La vita incantata” era uno de esos restaurantes con encanto frecuentados por turistas amantes de los buenos caldos, y allí estaba Muriel con sus tres amigas, celebrando sus últimos días de soltera en Siena. Pidieron también un Oporto, en con-


sideración a Dulce, de madre portuense, que recitó la etiqueta: – “Gocen de esta Malvasía los amigos eternos como Filippo, y brinden los viajeros por los felices encuentros”. Muriel, viuda primero y divorciada después, rió divertida al recordar a un antiguo novio que había conocido en Burdeos, y a su amigo portugués, un tal Inácio. Pidió a sus amigas que se levantaran de la mesa y acercando sus copas, propuso un brindis: – “¡Por los que fueron y siempre serán, los que no han sido y los que vendrán!” – “¡SALUD!”, gritaron a coro las cuatro.

María Jesús Marcos Arteaga


La Bienvenida Cogió su botella de vino, se miró fugazmente en el espejo, salió y llamó a la puerta 17. - Buenas tardes, venía a darle la bienvenida. - ¡Qué sorpresa! Es la primera vez que hacen algo así. Pasa, por favor, no te quedes ahí El salón era enorme, decorado con el gusto de alguien acostumbrado a recibir visitas importantes. Al menos eso pensó Kay al ver todo aquello. Nada que ver con su piso, recogido, minimalista y sin una sola silla. - Le traigo este vino, es la última botella de mi colección "Vinos de la Abuela". Espero que la disfrute. Me llamo Kay. El caballero, engalardonado con aquel traje impecable, preparó dos copas y sirvió vino. - Siéntate, no te quedes ahí. Cuéntame, qué tal es la vida por aquí? - Lo preguntó por inercia.


Kay intuyó preocupación. No sabía si era el traje o las ojeras del caballero, pero sintió cordialidad forzada, de esas que deben ser y ya está. - La mía es cómoda, supongo que depende de a quien se lo pregunte. Pero descuide, aquí estará en la gloria. Los vecinos son estupendos. - Vaya, es curioso, esta mañana coincidí con los vecinos del cuarto, recién llegados también. Me descolocó su capacidad para ver La Magia. - Rió a carcajadas. - No entiendo - Eres joven todavía, pero escucha: hay que dejarles hablar, cuando alguien se entretiene en contar sus locuras, hay que dejarles hablar... Sólo así podrás saber hasta dónde llega su locura. - ¿Qué clase de locura? - La de ellos por ejemplo. Están convencidos de que la magia nos rodea... Uuuhhhh... Que si los árboles hacen magia con sólo nacer, que si las estrellas son pura magia, que si la luna lleva la magia dentro... magia, magia, magia...Pequeña, hazme caso, hay que dejarles hablar.


Kay le dejó hablar, y de paso dejó de escucharle. Le recordó a aquellos Grises del Principito. Decidió marcharse. Kay se disculpó y cogió su vino. - ¿También te llevas el vino? - Sí señor, es la última botella. Salió de allí, subió un piso y llamó a la puerta 22. - Buenas tardes, soy Kay, del tercero, me han dicho que sois nuevos por aquí. Venía a terminar esta botella de vino con vosotros. Os apetece? Es mi forma de dar la bienvenida. - Sonrió, le había gustado la sonrisa de aquella mujer. - Claro que sí, pasa. De qué cuento has salido? Pareces un hada...

Yo soy peregrina


Amanece El sol destapó las hebras rotas de sus manos. Entre sus dedos una copa de sufrimiento, había sucumbido al canto de la vida. En la botella, el resol de los labios secos, todavía hervía en el caldo, en el rojo caldo que le dio fuerzas para romper los hilos. Al fin, una cosecha con la fuerza y la pureza suficientes, como para poder elegir la soledad salvadora de los días. -¿Suicidio? ¡No es posible! ¡Cómo se ha atrevido a hacerme esto! El sol cayó en la cuenta de la hermosura de aquella piel ya muerta. En la hermosura y en las cicatrices de tantas noches sin retorno, y…, del salvoconducto que fue el vino, para poder soñar que una vez fue barro, pétalo, sol, sangre, camino y brazos para amar.

Manuela Bodas Puente


El vino del amor María adoraba la época de vendimia desde niña. Era sin duda su parte preferida del año. La recogida y la pisada de la uva para la posterior fermentación del vino convertían el ambiente del pueblo en una fiesta que duraba días. Lo que más le gustaba era el ritual de vestirse de blanco para pisar descalza las frutas rojas que acababa impregnando a todos y a todo con su color y su aroma. Aunque el vino que hacía su padre para la taberna con los racimos del viñedo familiar era de pésima calidad, la fiesta de la uva era grande y hermosa. Aquel famoso año conoció a Loic. Llegó desde Francia con una gran cuadrilla de muchachos que buscaban trabajo y aventura. Se enamoraron al primer encuentro de miradas. Juntos, ese otoño, pisaron la uva agarrados de la mano, bailando encima de las frutas con toda la pasión y el peso de su amor. Nadie en la comarca recuerda un vino mejor que el de su familia de aquel año. Su padre aún guarda alguna botella que descorcha cuando alguien necesita del dulzor y la pasión que encierra en su esencia ese vino del amor.

Macamen de Vega


Confesión Como me gustaba disfrutar de una copa de vino tranquilamente y compartir una charla, sobre todo si era un encuentro cara a cara, mirándose a los ojos, saboreando cada sorbo lentamente, degustando y dejando que las papilas se regodearan en los innumerables y delicados toques de un buen vino tinto o en la frescura y gracia de un blanco. Pero aquel mensaje que él le había enviado la noche anterior, para decirle que quería verla al día siguiente en su bar favorito para tomar un vino, le producía mucha inquietud. Últimamente le notaba nervioso y extraño, demasiado taciturno unos días, demasiado parlanchin en otros. Fui puntual. El ya estaba en el local. Se sentaron y pidieron dos copas de vino, tinto crianza. Con las copas delante, él la miró a los ojos y finalmente habló: “Tengo algo que decirte”. Agaché la cabeza, ¿miedo? Sí, lo confieso, el estómago se me revolvió de pronto. “Quiero …. Quiero comprar una cama más grande, ¿qué te parece?”. Me bebí la copa de un trago y respiré.

Julia Álvarez


El vino El pater se estiró ( por una vez y sin sentar precedentes ) y apareció con una botella de vino en la mano. - Hoy el vino lo pongo yo! Exclamó ufano. Su sobrina lo miró de arriba abajo sin dar crédito a lo que acababa de oír. Y no era para menos ya que su tío, el pater, como ella le decía, aparecía frecuentemente a la hora de comer, con el estómago abierto y las manos cerradas. Come como un cura y lo de " venga a nos " lo lleva a rajatabla - solía contar, con ironía, la muchacha Aquella botella de vino hizo historia. Jamás contó el cura de dónde la había sacado. Se daba por sentado que era el vino " de misar " . Lo comprobó el domingo siguiente que fue a comulgar, aprovechando que tocaban las dos especies. Desde entonces, una vez al mes hay un grupo de amigas que van a misa y comulgan. ¿ Quién me mandaría ser abstemio?

María José Montero Núñez


El vino Las seis de la mañana y todo preparado. Cinco cestas fuertemente amarradas llenaban el pequeño carro y la mula Paca esperaba impaciente las ordenes de Braulio para arrancar hacia el valle las viñas. Ramiro nos levantaba en el aire a mis primos y a mí y nos metía dentro de uno de los cestos que olían a mosto dulzón. El viaje se convertía en el mas fabuloso parque de atracciones que un niño pudiera tener. Nos agarrábamos con fuerza cuando el carro pillaba los baches del camino y reíamos sin parar por cada coscorrón que recibíamos. En la viña los niños competíamos por ver quien llenaba primero el cesto, los mayores sudaban. Por la tarde los niños dormíamos la siesta a la sombra del carro, los mayores sudaban. Al anochecer, los carros volvían llenos camino al lagar donde Ramiro y Braulio esperaban ya para pisar la uva. Inocencia y Elicia se dedicaban a recoger el mosto del pilón donde caía y colarlo a las enormes cubas que esperaban dormir en la bodega. Hoy tiraron la casa de la abuela . Entre los escombros unas cajas de madera dejaban al descubierto tres botellas de vino, una de ellas aun conservaba un papel pegado donde reconocí la letra de Ramiro: “


Cosecha del 64” y todo me llevó de nuevo a las seis de la mañana. Aquel día comí en la residencia con Inocencia, sus 94 años le habían sumido en un Alzheimer avanzado, pero cuando probó aquel vino, sus ojos me miraron y supe que su reloj había retrocedido cincuenta años.

Flor Méndez Villagrá


Rojo amargo El bebía y ella bebía con él. Los vasos de amor se convertían en vasos de odio, haciéndole daño con las mismas manos que en un tiempo ya lejano la acariciaban con pasión, mirándole con ojos de locura que ya no recordaban las tiernas miradas del pasado. Un amanecer los ojos de Ella se cerraron para siempre. Ahora Él se dió cuenta de lo que había perdido, de cuánto la había querido! El vino secó su fuente y desapareció, cual manantial estéril en la roca fría de la vida. No tardó en reunirse con Ella. ¡Ojalá en algún lugar el amor les haya vuelto a juntar y darles la oportunidad de quererse y decirse todo aquello que aquel vino viejo y amargo no dejó hacer, ni decir, ni sentir, cegando sus ojos, nublando su mente. Lo que si les permitió el destino es dejar su rastro en el camino de la vida y mucho amor. Razones suficientes para brindar en su honor con la copa alzada llena de amor y de rosas. Su recuerdo nunca morirá.

Mari Carmen González Pinillas


La cata Fue antes de cumplir los 18 que la madre de mi mejor amigo intentó seducirme. - Oscar no está, pero ven,-me dijo-, bebe un vino conmigo, me hace falta compañía. - Lo siento es que tengo prisa, -mentí, pero la vi realmente tan necesitada, tan sola, tan sensual y excitada que di un paso al frente y asustado, entré. Me llevó al salón, abrió una botella que me contó era reserva especial y se dispuso a catarlo en un riguroso ritual que fue despertando sus sentidos, incluyendo el sexual. Apenas mojó los labios me confirmó que era una excelente cosecha. - Ven, te enseñaré cómo se bebe el vino,- susurró a la vez que me arrastraba a su lado- vas a probar el mejor caldo de toda tu vida- y me beso en la boca dejando caer su bata, quedando completamente desnuda. Me hizo arrodillarme bajo su sexo y echó un gran trago directamente de la botella dejando que el vino se desbordara por su cara, por su cuello, inundara y tiñera de rojo sus turgentes pechos y continuara bajando cómo un torrente desbordado por su vientre y


su ombligo, llegando a su poblado pubis donde sin duda bebí el mejor vino que jamás cate. Juan Carlos García Crespo


EMOTIJURADO ha decidido que el ganador de esta semana sea el relato de… Vicente Álvarez

léelo a continuación…


Ligeramente ácido -Prueben éste y ya me dirán.

Tomó con cuidado la copa, como se lo había visto hacer al profesional. La primera gota que rozó sus labios le quemó. Conocía ese sabor. Paseo por el bosque cogidos de la mano. Las vacaciones en Bretaña. Quedarse tirados en medio de la noche en aquella carretera desierta. Las risas en el bar de debajo de casa. Conversaciones a las tantas de mañana sobre poesía, filosofía y proyectos de futuro. Sus guantes olvidados en la butaca del salón. Miradas. Ternura. La historia de su amiga Silvia. El entierro de mi padre. Listas de la compra y listas de deseos. Y Deseo con mayúsculas. Aquel malentendido tan gracioso. Y aquel que puso entre los dos aquella maldita niebla. Reproches. Descenso a los sótanos del alma. A aquello que no queremos ver de nosotros mismos. Celos. Furia. Venganza. Ausencia…Renacer. Paz. Serenidad. Largos paseos por el parque. Aire libre que renueva por dentro. Arrebatos de auto-compasión. Lluvia que lo limpia todo, que arrastra las hojas caídas del amor para que salgan otras nuevas. Luz. Luz intensa y esperanzadora.


-¿Verdad que se perciben los aromas cítricos y el toque a tabaco añejo? -Sí, por supuesto…

Vicente Álvarez


“El vino siembra poesía en los corazones.” Dante Alighieri.


Editado por Puri Sรกnchez para


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