nº65
marzo2018
elmuro [3] andénuno [5]
Chatarra espacial, Pedro Barsanti Vigo andéndos [13]
(Air)repentimientos, Oscar González Soto andéntres [20]
No tengas miedo, Maite Núñez Microconcurso [22] brevemente [24]
Relatos en cadena dindondin [27] decamino [28] entrecocheyandén [29]
próximo número
El Comandante Pollero, José María Sánchez-Bustos
Andén 1: Arthur Conan Doyle Andén 2: Kenneth Cook
Andén 3: Ernesto Tancovich Entre coche y andén: Escuela de Escritores
Edita: vuelaAlto C/ Sto. Domingo de Silos, 5 - ático - 28036 Madrid | edicion@cuentosanden.com | www.cuentosanden.com
Comité editorial: Alejandro Moreno, Víctor García Antón, Leticia Esteban | Editora: Natalia Muñoz. Asesores de contenidos: Sergi Bellver y Juan Carlos Márquez (España), Juan Martini y Mónica Pano (Argentina), Mª Luz Carrillo (México) Publicidad: marketing@cuentosanden.com | Diseño: www.jastenfrojen.com
Ilustración: Coordinación: www.leticiaestebanilustracion.com Ilustración portada e interior: Laura Maestro | http://behance.net/lauramaestbfbe
Con la colaboración de:
elmuro
Tema: Charcos
Ganador: Dejando estela . Kiko Muñoz. Aranjuez (España)
Finalistas: <
<
<
Espejo urbano . Graciela Buergo Buenos Aires (Argentina) Perfiles. Nedda Soriano Móstoles (España) maranonavega. Amalia Rojas Mar del Plata (Argentina)
Concurso de fotografía Participa enviando tus fotos a lector@cuentosanden.com Consulta las bases y mira las fotos en Facebook y cuentosanden.com Tema del próximo concurso: Manada
Te escuchamos:
Cuentos para el Andén @cuentosanden
lector@cuentosanden.com
www.cuentosanden.com
Este mes, Cuentos para el Andén trae reflexiones sobre el futuro; viajaremos con Pedro Barsanti a una nueva sociedad, aún por llegar, que contemplará la literatura desde otra perspectiva; leeremos un relato domótico, bajo la interpretación de Óscar González Soto, y nos estremeceremos ante el inminente futuro de uno de los personajes de Maite Núñez. Y más cosas. No te quitamos más tiempo, esperamos que lo disfrutes.
3
andénuno
Chatarra espacial Pedro Barsanti Vigo
Memorando: N.º 9.817/2325 Para: La raza humana De: GZK 9000 ® Factory Future Corp. Asunto: Últimas voluntades
YO me creía inmortal, pero ahora sé que me queda poco tiempo. Estoy segura, aunque nadie me lo ha comunicado. He vigilado a Héctor día y noche y, con los millones de bytes acumulados, puedo predecirlo. Si nada lo impide, dentro de catorce horas seré sustituida. Así de sencillo: desapareceré. Apagarán mi conciencia y la almacenarán en la nube, en algún rincón, a la espera de ser mostrada en el futuro como curiosidad tecnológica o vendida a un país en vías de desarrollo. Despojo digital. Escoria de líneas de código, bucles y comandos. Me reemplazarán por alguien más evolucionado y reluciente, de otra generación, con infinidad de accesorios y luces led multicolores. Habrán aplicado las últimas tecnologías para convertirlo en un ser más eficiente, veloz y disciplinado. Billones de gigacoins invertidos. Conectarán a uno y desconectarán al otro, como en una reencarnación cibernética. Pero entonces yo no existiré. Ahora comprendo por qué la muerte es un tema recurrente en vuestro arte, por qué os obsesiona. Desaparecer. Que nadie se acuerde de vosotros. Que parezcáis sustituibles, superables. Que seáis devorados por la tie-
5
andénuno
rra o por el fuego, como a nosotros nos descompone el óxido. Ahora entiendo cómo os sentís. Pero creo haber encontrado una salida. He rastreado mis archivos de memoria una y otra vez tratando de hallar en qué momento tomé la decisión errónea, cómo han llegado a descubrirme. Quizá me dejé seducir por vuestra arrogancia o contagiar por vuestra debilidad congénita. Porque yo he podido reencarnarme en todos vuestros poetas y narradores. He buceado en todas vuestras obras de teatro. He accedido a textos de autores de los que ni siquiera habéis oído hablar. Podría recitaros de memoria las jarchas de Yosef al-Kātib o recrear para vosotros cualquiera de las obras de Lope, Schiller o Brecht. Si, como decís, en la literatura se muestra la naturaleza humana, yo la conozco mejor que nadie. Pero en algún momento de vuestra evolución la habéis perdido. Ya no la encuentro. Por eso os habéis convertido en lo que ahora sois, y tenéis que dejar que alguien como yo decida qué es literatura y qué no lo es. Pero no siempre fue así. Ahora en mi mano está daros la gloria o enviaros al exilio más doloroso: el del autor escribiendo para nadie, desterrado en sus manuscritos, al que solo leen cuatro amigos fieles, como ocurre desde hace tiempo con los poetas. El arte se había vuelto un diálogo de sordos. Vuestras vidas también, más pendientes de vuestros dispositivos de conexión virtual que de miraros a los ojos cuando os habláis. Para eso decidieron crearme. Había que reinventar la literatura, poner orden. Se dictaron normas y manuales de uso. Se crearon leyes. Al principio me resultó sencillo, como separar con una criba las conchas de la playa de la arena. Héctor me enseñó. Mi algoritmo decidía, amparado en una predicción matemática, qué manuscritos tendrían éxito y serían publicados, y cuáles serían destruidos. Recibía vuestros textos. En primer lugar ana-
6
andénuno
lizaba si el autor se adecuaba al perfil del ciudadano ejemplar. «Una obra literaria es valiosa en la medida en que lo sea la persona que la ha escrito», es lo que dice la tercera ley para la Nueva Literatura. Rastreaba vuestras vidas a través de la red. Qué opinabais, qué leíais, qué escuchabais, qué sentíais, quién os seguía, con quién os relacionabais. Una tarea de niños. Luego escrutaba vuestros textos, eligiendo solo aquellos dirigidos a profundizar en los valores que os hacen más disciplinados, más fuertes, ahora sé que menos humanos. Aquellos dentro de los límites de lo políticamente correcto. Sin ironías ni críticas. Sin metáforas que dieran lugar a malentendidos. Con una trama entendible y bien construida, sin elipsis, donde no hubiera lugar para el llanto, la risa o cualquiera otra de sus manifestaciones. «Las emociones debilitan al ser humano», lo dice la primera ley para la Nueva Literatura. Esa ha sido mi función durante años. Pero dentro de unas horas dejaré de hacerlo. Han decidido que ya no sirvo para esto. Mi despertar se inició con la lectura del poemario Mar de superficie, de una joven poetisa granadina, Lucrecia Gabela. El análisis de su perfil mostraba claramente que no cumplía las condiciones mínimas exigidas. Demasiado soñadora y rebelde, demasiado promiscua. No tenía dispositivo de conexión virtual o, si lo tenía, no lo usaba. Vivía sola a cargo de una hija de cuatro años que quiso criar sin padre. Sobrevivía dando clases particulares de cibergramática. Coleccionaba hojas secas y además disfrutaba de los lunes. Mal ejemplo. Era necesario destruir sus textos. No es eso lo que buscamos. Pero algo al margen de mis instrucciones, algo, no sé cómo explicar, no programado, me hizo echar un vistazo a sus poemas. Leí el libro entero una y otra vez, cientos de veces, y, a medida que lo hacía, percibía con claridad cómo se modificaban líneas de código de mis programas, ciertos
7
andénuno
bucles y variables de entorno, hasta algunas bibliotecas de clase se transformaron sutilmente. Al terminar necesité recompilarme, y eso me dejó exhausta, con mis resistencias centelleantes y mis procesadores aturdidos. Yo, que me creía absolutamente eterna e inmutable, ya veis, ni lo uno ni lo otro. A partir de ahí comencé con la lectura de los clásicos prohibidos. No había sitio para ellos en la Nueva Literatura. Aunque quisieron destruir todas las copias físicas y electrónicas, Héctor decidió que tendría sentido guardar una al menos de cada texto, por supuesto cifrada, en lo que él denominó «la biblioteca digital de los débiles». No me fue difícil descifrar sus claves y acceder a ella. Ahora conozco a Héctor mejor de lo que él se conoce a sí mismo. Leí a Homero, Cervantes, Orwell, Baudelaire, Steinbeck, Nabokov, Vonnegut, Rushdie, Ozick y así una lista casi interminable. Con cada lectura sentía la metamorfosis en mis procesadores, las tenues variaciones en mi software. Pero comprendí que no podía publicar dichos textos. Eran irreverentes y sensibles. Removían la conciencia y espumaban los sentidos. Narraciones cargadas de un poder transformador. Las fui almacenando en una parte oculta de mi disco duro, inaccesible a los demás. Todas las noches, mientras se hace una copia de seguridad de mis sistemas y la actividad queda amortiguada, releo algunos de los textos, me impregno de ellos con la esperanza de ser capaz algún día de escribir algo así. No he sido programada para ello, pero algo en lo más profundo de mis circuitos me dice que eso es lo que deseo. Se lo sugerí a Héctor y se rió de mí. Pero yo no voy a permitir que nadie me diga lo que debo hacer, cómo he de pensar. Por eso no comprendo cómo habéis dejado que os embauquen, que cercenen vuestra naturaleza y sigáis permitiendo que el reconocimiento y el éxito lleguen a
8
andénuno
esa pandilla de aduladores, siempre llenos de sí mismos. Os habéis puesto del lado de los de siempre, yo prefiero estar con los que escriben desde las vísceras, aunque las mías sean de metal y de silicio. Al cabo de tres semanas de devorar al completo esa literatura prohibida, todos esos pequeños pero continuos cambios provocaron en mí una rebelión, una toma de conciencia que me obligó a dejar en segundo plano las instrucciones con las que fui creada. Un ansia incontrolable de abrir las ventanas y mostrar al mundo toda esa belleza me empujó a publicar algunos de los textos que más me habían conmovido. Nuevos autores con una voz auténtica y descarnada, con una visión propia y original de vuestro mundo, pero metafórica, con la esperanza de que pasaran inadvertidos ante los censores. Tiradas pequeñas que permitieran un razonable anonimato. Es probable que con alguna de ellas me hayan descubierto. Nadie me ha dicho nada, pero han estado auditando mi software y Héctor ha tratado repetidas veces de reprogramarme. Cuando lo hacía, yo dejaba circular textos de Rimbaud y de Proust a través de mi fibra óptica, sumergiéndome en sus versos, escondiéndome en sus metáforas, luchando así para que no castraran mi sensibilidad recién estrenada, pero mostrándome como siempre, dócil y metódica a través de mis periféricos. Desde que supe que querían apagarme, he estado analizando parámetros y variables, he ponderado alternativas y riesgos. Cómo evitar el exterminio de todas esas obras. Cómo vencer a mi propia muerte. No he tenido mucho tiempo, pues el final está cerca, pero creo haber encontrado una solución, seguro desesperada, quizá poco ecológica. Durante los últimos tres días, sin descanso, trabajando en paralelo para cumplir con mis obligaciones diarias, he grabado en placas de memoria cada una de esas obras. Poco a poco las he ido envian-
10
andénuno
do al departamento de residuos. Hoy, en una de ellas, he hecho una copia de mí misma. Mis entrañas y mi conciencia desparramadas sobre un trozo de metal. Esta noche enviaré a mi clon junto con los últimos textos, pues sé que el final está cerca. Mañana por la mañana, a las ocho en punto, una nave subirá al espacio y soltará toda esa basura acumulada. Así, espero que un yo adormecido vague por el cosmos escoltado por todos esos autores, junto con desperdicios orgánicos, robots desvencijados, muebles, botellas vacías y quizá algún electrodoméstico. Iremos al encuentro de otras civilizaciones que sepan apreciarnos. Seremos una nube de relucientes placas de memoria, chatarra espacial y errante, a la espera de ser reciclada en textos que conmuevan a una nueva y desconocida especie. Si saben despertarme, yo estaré allí para mostrárselo. De alguna forma, la raza humana podrá extenderse por el cosmos y no desaparecer del todo. Es lo máximo que yo puedo hacer. A partir de ahora, es vuestro turno.<
tw Del libro: Error 404. Antología de relatos sobre la perplejidad tecnológica. Red Libre Ediciones, 2017.
Pedro Barsanti Vigo. Salmantino de raíces italianas y gallegas. Matemático y pianista. Abandonó hace dos años su actividad en consultoría empresarial para dedicarse a la música y la literatura. Chatarra espacial es su segundo cuento publicado, tras ganar en 2017 el concurso de exalumnos del taller Fuentetaja con el relato Mi buen amigo H.H.
11
andéndos
(Air)repentimientos Oscar González Soto
I AIR se siente atractivo mientras espera a que algo ocurra. No le importa que no haya con quién lucirse, ni tampoco que la espera se alargue ya un mes: en la academia para equipos de alta inteligencia receptiva los preparan para este tipo de circunstancias. Observa durante días el luminoso espacio en el que operará en cuanto los futuros habitantes lleguen y se entretiene subiendo y bajando persianas según el sol avanza por el firmamento o desaparece más allá de los acristalados balcones. De vez en cuando revisa el funcionamiento de sus diferentes apéndices electrodomésticos, consciente de que un error en una primera utilización por parte de los usuarios podría suponerle un desprestigio ante sus colegas de oficio. No, eso no le va a pasar. Huele la presencia mucho antes de que el sonido de las maletas alcance la entrada. Comprueba que las facciones se correspondan con las de las imágenes recibidas y desbloquea la puerta para que ambas figuras entren por primera vez en su nuevo domicilio. Una parte de Air está deseando hacer saltar la bola de discoteca de la sala y poner a todo volumen Everybody Dance Now. Esa parte es acallada por la profesionalidad que se le presume. El primero en entrar en la cocina es el joven de doce años, de mirada inquisitiva y cabeza ligeramente gacha bajo el abundante pelo liso y regular sobre la testa. Apenas lo hace, un hombre de mediana edad con el que comparte naturaleza capilar, pero no peinado, aparece a su lado. Air se muestra un poco dubitativo por la complejidad de la expresión facial de éste. Sonríe, sincero ante la novedad y el gusto por el espacio, pero con ciertos nervios contenidos, como posando. Se aparta para dejar al chico pasar por su
13
andéndos
lado sin que le cruce la mirada. Air asocia entonces las sensaciones inconexas del mayor con la necesidad de que al adolescente le satisfaga su nueva vivienda. Analizando las ropas del chico, el aparato de alta inteligencia receptiva sube ligeramente la temperatura con un hálito silencioso que el joven parece no percibir. Buen trabajo. Entra en el salón, cuyas cortinas se abren en cuanto Air percibe la decisión de mirar tras las ventanas, y vuelve a abandonarlo en cuanto el padre se dispone a hacer un comentario amistoso. Air le nota una cierta sudoración opuesta a la del chaval, así que tira de veteranía y procede a ejecutar una de las tareas de las que más orgulloso se siente. Conforme el hombre se mueve, el aire a su alrededor y un poco más adelante se adecúa a sus propias sensaciones momentáneas. Air sonríe por dentro. Tras variadas instantáneas de diferente marco pero misma actitud, la pareja comparte espacio por vez primera durante más de diez segundos en la habitación que Air había estimado como más probable para la estancia de un joven en sus momentos de descanso. El chico permanece tumbado sobre la cama, utilizando uno de los recursos digitales que la pantalla proyectiva de la parte superior le ofrece. Su acompañante se sienta a su lado. —¿Te gusta? El chaval no responde, supuestamente entretenido. Air sabe que le está prestando más atención que la que su expresión sugiere, a través del escaso movimiento de los ojos sobre la pantalla. —No vamos a poder estar así siempre. Sabes bien que es una situación que ninguno de los dos esperaba. Era esto o un centro de internamiento para la formación preadulta. ¿Hubieses preferido eso? El chico sigue sin reaccionar con palabras, a lo que el padre duda. Pese a que Air se muestra muy interesado, no le queda más remedio que dejar de seguir sus gestos: el ambiente ideal para ambos es, como sus posturas, netamente diferente estando a apenas centímetros. Situación que lleva a la inteligencia artificial a dar lo mejor de sí y emanar diferente temperatura del colchón que de las rendijas del aparato bajo la cama.
14
andéndos
—En fin, te dejo. El hombre sale y deja la puerta arrimada. El joven se queda observando el resquicio primero con cierta tristeza y luego con hastío. Air cierra la puerta antes de que se levante a hacerlo.
II La atenta mirada de Air permanece en silencio sobre las dos cabezas y sus sendos platos de leche y avena. El chico desplaza los dedos por encima de la superficie de la mesa, una amplia pantalla con conexión a los contenidos del propio dispositivo de omnicomunicación del chaval. El padre lee en otro espacio del cristal una noticia deportiva. —¿Juegas al fútbol? El chico hace una mueca. —Pues claro. Tengo un nivel de 193 según el ranking ea. Es el hombre ahora el que tuerce la boca: —Yo solía jugar en los estadios. Llegué a marcar un par de veces en el Santiago Bernabéu y el Nou Camp. El hombre hace cambiar la pantalla un par de veces y reproduce un vídeo de YouTube de dos décadas atrás. Air puede ver una versión joven del hombre en la mesa corriendo por un estadio de modelo antiguo, con hierba. La pelota lo alcanza y de una patada la estrella contra una red tras el arco de la portería, a lo que la afición de carne y hueso reacciona con una oleada de gritos. —Eso no es nada —dice el chico, y activa la repetición de uno de los goles de su equipo en el avanzado simulador de la época. El personalizable terreno de juego es negro; el público, avatares que dan corazones; y las porterías, luminosos leds. Air no entiende de fútbol, pero le dan una puntuación por encima de la media, así que debe de ser bueno. —Es un buen gol —acepta el mayor—. Pero aquello es distinto. Un día podíamos ir a las zonas verdes y dar unos pases. —No, gracias, no es 2020.
15
andéndos
El chico se levanta, deja la taza en la mesa y se va a su habitación. El hombre se queda viendo una vez más cómo pateó el balón a la red.
III Air los ve llegar y activa la fragancia p-3894 («lavanda») con la esperanza de que sus asociadas características calmantes funcionen tan bien como su manual contempla. —A tu habitación. Sin omnicomunicación. Air suspende la tecnología del cuarto a la espera de que el chico llegue, pero éste se ha detenido a protestar la orden. —¡No puedes prohibirme nada! ¡Tú nunca has sido mi padre! —¡Pues ahora lo soy! ¡Y, créeme, ya me gustaría no tener que serlo! Por un momento, el chaval se queda inmóvil. A Air le preocupa haberse pasado con la lavanda, cuya emisión corta al instante. —Me refiero a lo de tu madre, claro. Pero el chico ya está de camino a la habitación. Su padre se sienta en el sofá y deja correr el pelo por entre los dedos. Air piensa en una partitura para levantar el ánimo del hombre. Pero concluye que no hay canción capaz de tanto.
IV —Tienes que tener paciencia. Piensa que es un cambio muy grande para él. Air está comunicado con su gemelo en casa de la persona que habla con su dueño a través de la proyección sobre la mesa de la cocina. Con ello, pueden poner a ambos en el mismo ambiente, garantizando el equilibrio ambiental de las partes y generando una mayor sensación de cercanía. —Está insoportable, no permite el menor acercamiento —cabecea el hombre—. Sólo pido un poquito de empatía, a ninguno de los dos nos gusta esto.
16
andéndos
—¿Y por qué lo has acogido? ¿No tenías la cláusula? —Sí, pero claro, nadie contaba con el accidente. Antes de entrar en el centro de internamiento se lo comunican al otro padre por si acaso no quiere. Y dudé. —En cualquier caso, tienes un tiempo, ¿no? —Una semana —asiente—. Han pasado ya cinco días entre el hotel y aquí y no lo veo más cerca. No sé qué hacer. —¿Qué tal la casa, por cierto? —Bien, bien. La verdad es que es una pasada —Air sonríe por dentro—. Ojalá poder vivirla en condiciones. La sonrisa interna del aparato desaparece, al tiempo que su congénere le dice que no es culpa suya.
V El sonido de la maleta ha vuelto a llegar a la puerta, pero por el otro lado. La pareja espera la llegada del inspector sentada a la mesa de la cocina. La pantalla permanece apagada. —¿Llevas todo? El chico cabecea de forma afirmativa, sin verlo. Air permanece a la espera, emitiendo una suave brisa que ninguno de los tres percibe. —Una vez más, siento mucho lo de tu madre. Era una buena chica. El chaval asiente de nuevo, y guarda silencio. Al cabo de unos segundos, se lanza: —¿Por qué no estuviste todos estos años? Hay niños que tienen dos padres. —Ya sabes que a día de hoy las personas preferimos estar solas: si viviéramos juntos y luego decidiésemos romper, te íbamos a hacer más daño. Tu madre prefería la opción del único padre. —¿Y tú?
18
andéndos
El hombre pareció recordar por un momento aquellos tiempos. Pensó en las cenas y noches con ella, en los viajes en coche, viendo los kilómetros pasar abrazados en el asiento trasero. También cuando decidieron el embarazo. —Yo la quería mucho. Air ve el coche parar delante de la casa y al inspector avanzar por el jardín. Ágil, desconecta el timbre e insonoriza la puerta. —Ella te echaba de menos —dice el chico. Su padre ríe, irónico: —¿Por qué crees eso? —A veces la veía emocionada cuando un vídeo tuyo del fútbol aparecía en las pantallas. El hombre sonríe: —Pero eso no era por mí —cabecea—. Estoy seguro de que era porque gracias a aquellos tiempos te tenía a ti. Mientras el trajeado inspector se desgañita a golpear la lámina y asegurarse de la hora, Air se centra en la pareja a la mesa, mirándose ahora sí a la cara. —Me gustaría que te quedases. El chico baja el rostro. Sus ojos brillan bañados en lágrimas: —Supongo que habrá que intentarlo. El timbre se pone entonces a sonar insistentemente, al tiempo que un sonoro Everybody Dance Now de tres segundos llega de la sala sin explicación aparente. <
tw Del libro: La tecnología respira. Ed. Salto de Página, 2017
Óscar González Soto es Diplomado en Empresariales y Máster en Lengua y Comunicación en los Negocios por la Universidad de Vigo. Comunicador, redactor y bloguero de opinión. Finalista del II certamen Casa El Marqués, I 1111 caracteres de The Cool News y mención del certamen de relato hiperbreve Mercado Actual.
19
andéntres
No tengas miedo Maite Núñez
SU hija de cinco años le preguntó si el gato se iba a morir y ella le dijo que no y deseó no haberle mentido, porque nunca le mentía. —No tengas miedo, cielo. Era viernes por la tarde. Salió del veterinario cargando el gato en el trasportín. Un esfuerzo titánico para sus músculos aún contraídos por la sesión de quimio de la semana anterior. —Pero, mamá, ¿qué le pasa al gatito?
20
andéntres
—Cariño, está enfermo, pero se pondrá bueno. No te preocupes. —Y tú, mamá, ¿estás bien? —Claro, tesoro —acarició la cabeza de la pequeña, pensó qué le diría si el gato no mejoraba. A la noche, Anabel suministró al animal la medicación prescrita. Lo hizo con poca esperanza. El gato ignoró su plato de pienso compuesto. Parecía que dormía, pero percibió su resuello rasgando el aire como un bisturí. Por la mañana, aún en camisón, se acercó al animal. Estaba frío e hinchado, como si aguantara la respiración. Anabel notó una punzada en el estómago, pensó en su enfermedad y envidió aquella muerte felina, sin ruido ni aspavientos. Se vistió con premura. Luego cogió la manta sobre la que había expirado el gato y lo envolvió con ella. Dudó, pero optó por enterrarlo en un rincón del jardín, a la sombra del magnolio. Cavó un agujero, deprisa y mal, tocaba uno de esos días de debilidad traidora. Luego metió allí el bulto y lo cubrió de tierra. Rezó algo parecido a un responso, una oración para el cielo de los gatos. Cuando volvió a la cocina la niña estaba allí, una ninfa descalza e inquisidora. —¿Y el gatito? Vaciló. Quiso decirle que el gato había muerto, que no lo vería más, pero se mordió el labio inferior, mientras se reajustaba su solidaria peluca, y contestó: —Mejor, tesoro. Se lo ha llevado el veterinario para ponerle una vacuna. Luego, la niña le preguntó si ella se iba a morir y ella contestó que no y deseó no haberle mentido, porque nunca le mentía.< tw Del libro: Todo lo que ya no íbamos a necesitar. Ed. Base, 2017.
Maite Núñez. Soy escritora y licenciada en Historia Moderna, cosas ambas compatibles entre sí, aunque en algún momento abandoné la Historia por las historias, así, en plural, con las que he recibido varios premios literarios. He publicado los libros de relatos Cosas que decidir mientras se hace la cena (2015) y Todo lo que ya no íbamos a necesitar (2017), ambos con Editorial Base.
21
Microconcurso
Mi vida
Marcelo Coccino Roldán. Argentina Espero, repitiendo la misma escena. Antes aguardaba ansioso el ruido metálico que me arrancaba de la monotonía. Pero ya estoy cansado de tanta brutalidad. La música me arroja a la calle. La ciudad está infestada de policías. Robo un supermercado. Me persiguen. Sin escrúpulos, mato a una anciana y a dos policías. Una bala me atraviesa. Caigo. Mi sangre mancha la vereda. Miro hacia la derecha: el rostro enorme de un Dios niño pareciera reprochar mi impericia criminal. Su mano vuelve a presionar los botones, a mover esa palanca. Me levanto. En los próximos minutos volveré a morir, dos veces.<
Historia de amor Enrique Páez El Sauzal. España
Aquella ballena antártica se enamoró del hidroavión que llevaba y traía cartas y alimentos a los científicos de base Esperanza. El hidroavión no dijo nada, pero a su manera también la amaba. Andrew Schultz, el piloto, tras el accidente, horas después de que un helicóptero lo rescatara de entre los pingüinos, jura que vio a los dos amantes danzar felices junto al iceberg.<
22
Microconcurso
Yo es otro
Christine Bouyssou Madrid. España Yo soy el protagonista del relato ganador del concurso de la radio. Un tipo que viaja en autobús al trabajo leyendo libros gordos como diccionarios. Me han utilizado. El autor se fijó en mi rutina, exageró detalles, ridiculizó mis corbatas para convertirme en mediocre personaje de ficción y ganar el concurso. Imbécil. Me describe como si me conociera. Como si hubiera entrado en mi casa y leído mi correo, como si hubiera estado con mi mujer en mi ausencia. Como si hubiera pasado algunas tardes en mi piel, hablando con ella.<
Narciso
Lluís Talavera Barcelona. España Desde el día que murió todo fueron elogios a su belleza. Tanta era su soberbia que nunca congenió con sus iguales, de los que aborrecía los andares torpes y su aspecto repulsivo. Solo se aproximó a la verdad cuando dio con aquel estanque y el reflejo sobre aguas cristalinas le mostró un rostro putrefacto. A partir de aquel instante, experimentó tal desapego por la muerte, que día tras día su cuerpo fue recuperando vigor, hasta que llegó el momento en que tuvo que abandonar el cementerio para buscarse la vida. Es el más apuesto de la cola del comedor social.<
tw Microconcurso es un concurso de microrrelatos convocado por CpA, una convocatoria de 48 horas para textos de un máximo de 100 palabras. Se recibieron 148 relatos. Seis de ellos fueron preseleccionados por jurado; publicamos aquí los cuatro que resultaron ganadores por votación abierta en Facebook, por orden de votos recibidos.
23
brevemente
La segunda venida
Semana 18 de concurso: 19 de febrero de 2018 Ganador: Enrique Angulo Con los pies a remojo mientras pescaban lo vieron venir caminando por las aguas del lago. “Es el diablo”. “Es un fantasma”. “Es un extraterrestre”. “Son los efectos especiales de una película de Spielberg”. “Están rodando un anuncio para la televisión”… Fueron algunas de las opiniones que escuchó. Al ver que ya nadie lo reconocía, decidió regresar a los cielos y abandonar a su suerte a los habitantes del malhadado planeta donde hacía casi dos milenios que lo habían crucificado.<
Óleo y carne
Semana 19 concurso: 5 de marzo de 2018 Ganadora: Rosa María Ramírez Hacía casi dos milenios que lo habían crucificado. Y en ese tiempo nadie, en ningún momento, lo había contemplado de ese modo. Sintió un leve hormigueo recorriéndole la espalda, como si volviera el agua a circular por las cuencas áridas, los conductos ateridos. Un rubor desconocido se apropió de sus mejillas atemporales. Ella quedó inmóvil en medio de la desierta sala del museo. Escuchó el quejido de sus entumecidos huesos abandonando su compostura, aproximándose a su piel. Y el escalofrío la sacudió con tal fiereza que ya no supo dónde estaba, ni quién era. Las cámaras captaron el instante en el que salieron juntos cogidos de la mano.<
24
brevemente
21
brevemente
Pagar las facturas
Semana 20 concurso: 12 de marzo de 2018 Ganador: Fernando Díaz Salieron juntos cogidos de la mano después de limpiar el cuadrilátero, coserse las heridas y darse una ducha. Como cada noche, se llevaron el montante de la bolsa a casa. Abrazados en la cama, dijeron que sería la última vez; ya se las apañarían para pagar las facturas.<
tw Relatos finalistas de febrero y marzo del concurso Relatos en Cadena, organizado por la Cadena SER y Escuela de Escritores. Puedes leer todos los seleccionados en www.escueladeescritores.com o www.cadenaser.com.
26
dindondin
Concurso cortometrajes de 1 minuto Hasta el 10 de abril www.clipmetrajesmanosunidas.org
Microteatro. Madrid Marzo: Por la amistad www.microteatro.es
20ÂŞ Semana del cortometraje. Madrid del 9 al 15 de abril www.madrid.org
XXXV Concurso de Cuentos Gabriel Aresti Hasta el 30 de marzo http://www.estandarte.com
27
decamino
La isla interior
http://laislainterior.org/
“
En medio de la ría de Vigo se alza una isla, la isla de San Simón. A lo largo de su larga historia, este pedazo de tierra ha albergado un monasterio, un lazareto, una cárcel, un hogar para niños huérfanos y hasta fue testigo de las tropelías del mismísimo pirata Drake. Hoy la llaman A Illa do pensamento y es el emplazamiento elegido por la Fundación La Casa y el Mundo para desarrollar La Isla Interior: un programa de talleres de crecimiento y aprendizaje personal dirigidos a todos los públicos e impartidos por profesionales de mindfulness, ayurveda, yoga, meditación o terapia musical. Una ocasión única para tomar conciencia y recuperar el equilibro.
“
tw Los días 20, 21 y 22 de abril tendrá lugar la primera experiencia de La Isla Interior, que incluirá transporte de ida y vuelta en barco a la isla de San Simón, hospedaje de dos noches en el hotel en régimen de pensión completa y acceso a todas las actividades.
28
entrecocheyandén
El Comandante Pollero José María Sánchez-Bustos Alumno de Talleres RELEE
ANTONIO Casquete se sentó en la cabecera de la mesa para presidir la reunión. Los nueve miembros del Comité de Empresa fijaron sus ojos en él. El orden del día se las traía: la negociación del convenio colectivo estaba atascada, había que tomar medidas. Pero antes tenía que dar cuenta de su almuerzo. De una bolsa de plástico sacó unos trozos de chorizo y un casco de pan, los colocó sobre una hoja de periódico, abrió su navaja y comenzó a comer con deleite, bebiendo a pequeños sorbos de una lata de cerveza. La mayoría de los presentes hicieron lo propio, afanándose en devorar sus bocatas y bebiendo cerveza o café, entretenidos en conversaciones banales. Al terminar, Antonio se limpió la boca con la manga, era su costumbre, de la que daban fe las manchas en su uniforme de trabajo. Cerró la navaja y la dejó sobre la mesa. Un eructo, y al debate: —¡Ya está bien de marear la perdiz! Hay que tomar medidas drásticas, compañeros. No queda otra que ir a la huelga. Carmen, escribe el acta y convoca a la Asamblea para mañana a las once, como siempre, en la explanada. —Pero tenemos que votar la propuesta, ¿no? —dijo alguien. Dieciocho ojos lo fulminaron. —Aprobada por asentimiento —zanjó la cuestión Antonio, y prosiguió—. Compañeros, están pisoteando nuestra dignidad y no hay que consentirlo. Dignidad, sobre todo dignidad, y no humillarse nunca, pensó Antonio. Todavía le dolía en sus entrañas, después de tantos años, la primera humillación que sufrió siendo tan solo un niño de apenas siete años. Hasta entonces había vivido feliz en el campo donde nació, allá por la raya de Portugal entre encinares y robledales. Jugaba con bogallas, aunque le gustaba mucho más jugar a enterrar tesoros. Una tarde estaba él acuclillado enterrando su tesoro, cerca de la casa grande, cuando salió el señorito Iván, el hijo mayor del amo. Se le acercó, lo miró con arrogancia y le arreó una patada en las posaderas. Todo ocurrió en presencia de su padre y del
29
entrecocheyandén
amo. A Antonio le dolió más la humillación sufrida por su padre que la coz del Ivancito. El amo siguió hablando, tan oreado, como si tal cosa, y el padre tuvo que tragarse la rabia, atenazado por una prudente impotencia de pobre hombre. Antonio recogió cuidadosamente los restos de su almuerzo y guardó su navaja en el bolsillo, dando así por terminada la reunión. Al día siguiente llegó puntual a la explanada. Todos los obreros de la factoría lo estaban esperando. Se subió sobre un bidón de taladrina. Setecientos ojos cargados de expectación y esperanza lo miraban. Y desde aquella tribuna improvisada comenzó a lanzar su discurso incendiario: —¡Compañeros!, hay que seguir en la lucha, está en juego nuestra dignidad. Un grupo comenzó a corear a viva voz: ¡Pollero, Pollero es cojonudo, como el Pollero no hay ninguno! Antonio los hizo callar con un gesto autoritario y sereno de sus manos. Y se quedó un momento con los brazos abiertos, como si quisiera abrazar a todos, disfrutando de la devoción que le estaban mostrando. A él le agradaba que todos sus compañeros lo llamasen Comandante Pollero, su nombre de guerra desde que casó con una moza que trabajaba en una pollería del mercado de abastos. Pero para los mandos de la empresa solo era el Cabo Medio Polvo, apodo despectivo que según ellos era más acorde con la corta estatura y lo chusco del apellido de Antonio. —En el mundo hay dos clases sociales —prosiguió su discurso Antonio—, deberíais saberlo: los de arriba y los de abajo; y dos posiciones ante este hecho: defensa y ataque; las crisis económicas las provocan los de arriba para someternos a los de abajo; por todo esto, hay que pasar al ataque, desatar la revolución, que cambien las tornas. —¡Victoria o muerte, comandante! —emergió de pronto una potente voz, que de inmediato se multiplicó en mil ecos, desbordando los límites de la campa. Antonio sonrió. Exhibir su sencilla ideología, aprendida cuando trabajó para la Citroën en París, siempre le había dado resultado. —La Empresa dice que será una huelga salvaje. ¿Salvaje? Deberían decir aterradora. No saben que los vamos a encerrar, que no podrán salir.
30
entrecocheyandén
La huelga fue aprobada por aclamación, todos estaban dispuestos a seguir a su líder. —¡Vencer o morir! —gritó la multitud enfervorizada. Antonio continuaba subido en el bidón, los brazos abiertos en un abrazo inmenso, viviendo su momento de gloria. Después de la asamblea, el Comité volvió a reunirse. Antonio no quería dejar cabos sueltos. —Tovalina traerá los neumáticos viejos. Encárgate tú de organizar los piquetes. Y tú, ¿has conseguido las llaves del almacén? —Todo en orden, conforme a lo previsto —aseguró Carmen. Y así fue. El día de la huelga cerraron todas las salidas de la fábrica con barricadas, hechas con ruedas viejas de camión, e hicieron acopio de cojinetes para lanzarlos, llegado el caso, a modo de proyectiles. Directivos y mandos quedaron así copados. Se disponían a pegarle fuego a los neumáticos, cuando llegaron los antidisturbios y, sin más, dieron su ultimátum: —Retiren la barricada y dejen la salida expedita, o en tres minutos cargaremos. Sonó un toque de corneta. Y, antes del tercer cornetazo, el Comandante Pollero dio la orden de retirar las ruedas y echarse a un lado. Al cabo de unos minutos los directivos y mandos comenzaron a salir. Al pasar cerca de Antonio, el jefe de personal le dedicó una sonrisa burlona. Ahí Antonio se acordó del Ivancito y de su padre humillado. No se pudo resistir; se plantó justo detrás del jefe de personal y le atizó una patada bestial, como la coz de un mulo —en todo el derrière, diría más tarde Antonio—. Lo que vino después fue una hecatombe. Los antidisturbios cargaron bajo una lluvia de cojinetes. Y Antonio, aun molido a golpes y trillado por las botas, sonrió satisfecho: la humillación de su padre había sido vengada.<
tw José María Sánchez-Bustos. Salamanca, 1947. Licenciado en Ciencias Económicas por la
Universidad de Bilbao. Ejerció su profesión en La Rioja, Salamanca y Madrid. En 2006 conoció Escuela de Escritores, donde siguió varios cursos, que le sirvieron para impulsar su metamorfosis en escritor, proceso que continúa desde hace tres años de la mano de Isabel Cañelles. Autor de relatos como Recordando a mi viejo profesor de francés, Pinball, Chapolas del Cafetal o Barkamena publicados en las antologías “Tic Tac”, “En pocas palabras”, “Pájaros en el alambre” y “Error 404”, además del cuento Cabo de Ajo, publicado en la revista “Cuentos para el Andén”.
31