Cruzando Falsas Fronteras

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El asesinato de un Aj’qi’j Quemar la Sabiduría no es Posible Cuando el Fuego es la Misma Sabiduría Job’ Tz’i

Henning Sac

D

omingo Choc Che era, Ajq’ij, contador del tiempo, esposo, padre, abuelo, hermano, guía, consejero y científico. Fue asesinado por un grupo de personas que lo acusaron de brujería en la Comunidad Chimay, del municipio de San Luis, Petén. Lo amarraron, lo golpearon, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Así terminó su vida. Desde hace más de 500 años desde la llegada de los españoles se ha desvalorizado la espiritualidad maya, trayendo una nueva religión, el cristianismo católico. Según los documentos de la época, se relataba al rey de España que las prácticas de los encontrados en este territorio eran satánicas y demoníacas. Todo lo juzgaban desde su corta visión, desde su ignorancia, creyendo que traían la verdad suprema, sin entender, ni investigar lo que veían. La espiritualidad maya tiene siglos de existir, se practica en nuestros días y es esencial para la vida maya. Es un elemento que afirma la identidad como ser humano y reafirma la pertenencia a un grupo. Para mí, desde la primera experiencia frente al fuego, sentí algo especial, algo que se encendió dentro de mí. Ahora cada vez que practico una ceremonia maya, me siento pleno y me lleno de energía. Pienso que todos traemos ese recuerdo en nuestro interior, algo impreso en nuestra esencia, ese recuerdo que los abuelos de mis abuelos habían vivido y que está dentro de mí. Estudié muchos años en establecimientos religiosos, católicos y evangélicos, pero nunca me sentí parte de ellos. Había algo en mí que no entendía; se hablaba de amor al prójimo y era notable la diferencia entre los sacerdotes o

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los pastores y los miembros comunes de la iglesia; no era fácil en mi mente de niño entender que en un libro se mencionara al dueño y señor de la creación; era muy fuerte escuchar que lo que las personas (que eran iguales a mí por color de piel, vestimenta e idioma) pensaban y creían que era algo malo. Al tener la oportunidad de estar cerca de un abuelo, de un guía y escuchar que todos éramos parte de la creación, sin nadie ser más o menos; me sentí muy bien, escuchar que una piedra tiene energía acumulada por su tiempo en un lugar, que una planta era más sabia que un humano por el tiempo que lleva en su ciclo de vida y que los animales eran hermanos con diferentes formas, me sentí libre y contento de respetar y poder ser parte de algo tan grande. Eso es la cosmovisión maya, la forma en que vemos el cosmos, la forma de percibir y convivir con el lugar que habitamos, el universo entero que está fuera y dentro de cada ser, que cada variación en él, define la personalidad y energía con la que vivimos. Somos parte de algo grande y hermoso, lleno de color, vida y alegría; todos somos parte del ciclo de la vida, y en algún momento nos alimentamos de otro ser y también seremos alimento para otro, aunque claro, no se puede dejar de lado que como humanos tenemos momentos que nos llevan a competir y luchar para sobrevivir. A punta de espada y golpes prohibieron las prácticas mayas y nuestras antiguas costumbres; nos obligaron a ir a la iglesia, a adorar a su dios, ese que ellos mismos mataron por ser diferente y radical. Construyeron templos sobre nuestros lugares energéticos, quisieron borrar nuestra memoria, pero incluso cuando hoy se va a una iglesia sabemos que ahí están las cenizas del fuego que nos conecta con la vida, con la sabiduría de nuestro pueblo. Nos siguen robando la tierra, esa a la Todas las fotos por Henning Sac.


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