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Sociedad

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Sumario

Sumario

• Marcela Fernández Vidal

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Según el relato, una de las inquietudes que movilizó ardorosamente la inteligencia y sagacidad del neurólogo austríaco Sigmund Freud fue averiguar qué querían las mujeres. La pregunta se convirtió en un abono que, lanzado en un campo ya para entonces bien predispuesto, rindió infinitos frutos. Ese enigma fue también el motivador central que llevó a Ricardo Coler, médico y fotógrafo, a recorrer remotos rincones del planeta. Su atención se dirigió a conocer de primera mano las pocas sociedades actuales que respondían al concepto de organización matriarcal, es decir, comunidades donde las mujeres establecían la mayor parte de los parámetros de vida.

Siguiendo las líneas trazadas en un planisferio cual si fuera el hilo de Ariadna, visitó el estado de Megala, en la India; Puchitán, pequeño pueblo de Oaxaca, en México, y la isla de Jeju en Corea del Sur. Y, lo que

El último matriarcado

Ricardo Coler, médico argentino, nos habla del matriarcado de los Mosuo, un pueblo de 25 mil personas afincado a orillas del lago Lugu, en Yunnan.

interesa más para esta nota, el poblado de Loshui, a orillas del lago Lugu, entre las provincias chinas de Yunnan y Sichuan. Es ahí donde pasó varios meses conviviendo con sus habitantes, la etnia de los Mosou, que durante su estadía sumaban unas 25.000 personas. “Decidí quedarme un tiempo para conocer más a fondo esta comunidad, que para mí es la sociedad matriarcal más pura”, sostuvo para Dang Dai. “Lo extraordinario es que inmediatamente uno se da cuenta de que la mujer manda porque tiene todo bajo control. Desde ya, la economía. Además son siempre las que se dirigen a uno, hablan como si fueran superiores, inclusive levantan un poco la voz e hinchan el pecho, se nota ese domino”.

De esa experiencia nació su libro El Reino de las Mujeres (Editorial Planeta, 2005). Para el viaje se valió de intérpretes y de cámara de fotos, filmadora y cuadernos para apuntes. Todo sirvió de base para su libro, que se ubica en el género “realidad literaria” pues la información es presentada de manera narrativa y con reelaboraciones en las que usa recursos de la literatura.

“Mi objetivo no era hacer un libro científico o con una mirada neutral, no soy antropólogo, sino escribir para dar cuenta esencialmente de cómo impactó en mi sensibilidad aquello que iba a contramano de mis ideas y saberes. Quería expresar cómo las ideas tan serias y armadas que uno tiene de golpe vuelan en pedazos”, dice.

Entre las cosas que le parecieron más sobresalientes, Coler refiere la falta total de violencia en la comunidad. “Ahí me parece que hay una marca que imprime la mujer. No sólo eso se da en todos los vínculos sino también en que no hay deportes violentos. Hay una cosa mucha más relacionada con el afecto, la solidaridad”.

Un elemento clave de la estructura social es que las familias nunca se dividen, todos sus miembros continúan viviendo en el hogar materno aun cuando cualquiera de ellos tenga hijos, que eventualmente se sumarán al grupo. La pregunta que se impone, entonces, y de nuevo evocando a Freud, tiene una respuesta contundente: “El padre no desempeña ningún rol”, afirma Coler para hacer tambalear de un plumazo los cimientos de las sociedades patriarcales. “En la última entrevista que hice —cuenta— un hombre me hablaba de sus sobrinos (hijos de su hermana) y no de sus hijos. Esto es difícil de entender para nuestra mentalidad. Ahí los hijos son de las mujeres y punto. No quiere decir que los hombres tengan mala relación con los chicos porque, al contrario, son muy cariñosos.

Muchas veces no saben las mujeres ni los hijos quién es el padre pues ellas cambian mucho de parejas y como todo lo material es de ellas, tampoco les importa aclarar la cuestión". Por eso es central también el tema de la herencia, que nunca se divide justamente porque heredan sólo las hijas de las mujeres.

Uno de sus mitos personales que empezó a resquebrajarse es aquel que alude a que las mujeres sólo desean casarse. “Las Mosuo sólo quieren estar enamoradas y para ellas el matrimonio arruina ese estado especial”, señala el entrevistado. Son ellas las que eligen a sus compañeros. Nunca conviven con ellos, pero sí pueden llegar a mantener una larga relación y, por supuesto, hijos. La mujer es libre de decidir cuándo cambiar de compañero y cuando ejercer su sexualidad a partir de la pubertad.

El hombre, en todos los casos, continúa viviendo en la casa materna, adonde regresa después de cada encuentro. Más de una vez alguna de las mujeres sorprendieron al autor proponiéndole tener hijos, ante lo que Coler manifestaba como respuesta

su inquietud por la posibilidad de establecer un vínculo. “Ellas me respondían que para qué quería verlos, o me decían que podía ir dos o tres veces al año a visitarlos”.

En cuanto a la economía del poblado, tanto hombres como mujeres trabajan duro, principalmente en tareas agrícolas. Pero son ellas las que organizan y distribuyen ese trabajo. Y el dinero obtenido por el intercambio comercial con otras comunidades o por otras actividades manuales es indefectiblemente entregado a la mujer que lidera cada casa.

“Básicamente es una economía agrícolaganadera, con algunas pocas cosas que fabrican ahí y que comercian con el exterior. Les va mucho mejor que a las comunidades patriarcales que viven alrededor. Pienso que se debe a que la familia no se separa nunca, así la herencia nunca se divide, pasa de generación en generación. Por otra parte, también contribuye el hecho de que tienen una organización del trabajo donde cada uno tiene un rol. Son como un equipo de mucha gente trabajando en cada propiedad como si fuera una empresa”.

Amablemente la comunidad le abrió sus puertas a Ricardo Coler, un extraño hombre venido de las remotas tierras sudamericanas. Quizás la enorme curiosidad que despertó facilitó que lo dejaran participar en sus vidas cotidianas, rituales y fiestas.

Al reflexionar sobre la brecha con nuestras sociedades que presenta este matriarcado chino, el entrevistado sostiene: “Es una sociedad muy tranquila, de gente muy amable, con una vida amorosa sumamente activa. Nadie quiere juntar guita por juntar guita. La pasan bien. Ahora, yo no sé si soportaría a una mujer que me gritara tanto. Un poco sí, pero no todo el tiempo. O sea, no me parece bien que me manden todo el tiempo. Y tampoco sé si una mujer occidental se enamoraría de un hombre tan frágil como son ellos. Pero para ellos, su sociedad es perfecta así como es”.

Ya pasaron diez años, otros libros publicados y China se siguió transformando. Coler está tentado de volver a esa comunidad a la que sólo se accedía por precarios y arriesgados caminos, para ver el cambio.

“Me enteré hace poco —concluye— de que como la comunidad tiene una fama de libertad sexual, cuando se construyó una autopista que pasa por el pueblo, un grupo de prostitutas se fue a establecer ahí, disfrazadas como mujeres del lugar. Y que también hubo gente que empezó a vender souvenirs de la comunidad. Me gustaría ver realmente cómo la construcción de la autopista afectó la vida de los Mosuo”. ■

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