Paisajes amurallados Segregación y aislamiento en la ciudad dispersa
Existe suficiente evidencia histórica y científica que comprueba que la capacidad del ser humano para comunicarse, organizarse y colaborar con los demás individuos de su especie ha sido el soporte para su supervivencia en el planeta durante miles de años. Hoy en día, estas particularidades a las que debemos el hecho de ser humanos, se encuentran en un proceso degenerativo que muy probablemente culmine con la extinción de nuestra especie. Las sociedades están cada día más polarizadas, sus estructuras se fundamentan en las diferencias y proliferan los discursos mal intencionados disfrazados de identidad, tradición y pertenencia que etiquetan al “otro” como el enemigo. Vivimos en una sociedad que continúa promulgando la violencia como su fe, a la exclusividad como su dios y a los muros como sus emblemas. De acuerdo a su escala, estos muros pueden aislar mayor o menor cantidad de personas, y definir desde un país hasta una clase social. En el modelo de ciudad dispersa impulsado en el continente americano, se hace evidente cómo grupos socioeconómicos que gozan de un poder adquisitivo relativamente mayor a la media, intentan alejarse y concentrarse en recintos cerrados. Justificados en la percepción de inseguridad y el mito de lo incierto que resulta vivir en contacto con el mundo exterior, estos “conjuntos residenciales” materializan, en una escala intermedia entre la nación y el barrio, los deseos de exclusividad que defiende nuestra civilización. 1 2
En la película La Aldea, (The Village, 2004) de M. Night Shyamalan, se observa cómo el hastío sentido hacia la sociedad moderna y la percepción de inseguridad que ésta produce, lleva a un grupo de personas a aislarse voluntariamente. Buscando alejarse por completo, ésta comunidad se instala dentro de una reserva forestal propiedad del líder de la agrupación, donde construyen su nueva identidad fundamentada en la nostalgia de la vida campesina del siglo XIX; además inventan mitos y leyendas sobre los peligros ocultos de los bosques y de lo que existe más allá para que las nuevas generaciones no piensen transgredir sus fronteras. Esta aldea desea lograr en el aislamiento un estilo de vida pacífico que rechaza lo que los medios promueven como cotidianidad urbana: violencia desmedida, asesinato, delincuencia, abuso, etc. Este ideal resulta estar totalmente alejado de la realidad, pues por un acto violento ejecutado por uno de sus habitantes, la hija del líder de la aldea debe atravesar los bosques y traspasar sus murallas para encontrar la ayuda que solo el mundo exterior contemporáneo ofrece. En el libro Ciudades para la gente, Jan Gehl nos dice que “tanto la percepción de seguridad como la seguridad real son cruciales para poder desarrollar una vida urbana”, y que “la tradición cultural, las redes familiares y la estructura social mantienen una baja tasa criminal a pesar de las malas condiciones económicas”, por lo que muchas de las “tácticas” con las que se intenta “mejorar” dicha seguridad no son efectivas, incluidas barreras y urbanizaciones cerradas.
Imagen de portada: Fotograma de la película La Aldea (The Village) 2004. 1 http://lareplica.es/los-barrios-cerrados-la-segregacion-social-urbana/ 2 https://elpais.com/internacional/2014/12/20/actualidad/1419113092_143703.html 3 http://www.elcomercio.com/actualidad/inseguridad-crece-ciudadelas-privadas.html 4 http://www.elcomercio.com/actualidad/casas-asaltadas-guayaquil-consejos-proteccion.html 5 https://www.eluniverso.com/noticias/2013/10/04/nota/1534321/72-horas-tres-robos-ciudadelas-privadas
Daniel Tello Enríquez
Esta teoría se demuestra en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, donde los casos de asaltos a viviendas ubicadas dentro de barrios cerrados han aumentado con los años, siendo un fenómeno que pone en evidencia las frágiles estructuras sociales sobre las que se levantan y fomentan este tipo de urbanizaciones. Tal como cuentan sus residentes, la percepción de inseguridad se agudiza intramuros, llevándolos a desconfiar incluso de sus vecinos. 3 4 5 En conclusión, se puede aseverar que el mito de la percepción de inseguridad defendida por los promotores de los “conjuntos residenciales privados”, convierte al suelo, la ciudad y la vivienda en productos de especulación patrocinados por el miedo, la segregación y el odio; por lo que desde el paisajismo, el urbanismo y la arquitectura, se deben plantear conceptos y proyectos que conciban espacios heterogéneos capaces de fortalecer las dinámicas naturales, sociales y económicas que generan calidad de vida en la ciudad, teniendo en la diversidad, la equidad social y el respeto a la naturaleza, la materia prima para la construcción de una identidad colectiva equilibrada y pacífica.