UNIVERSOS PARALELOS EDICIONEZETINA
UNIVERSOS PARALELOS ANTOLOGÍA DEL TALLER LITERARIO DE DANIEL ZETINA MAYO 2014
PROMOCIÓN ELECTRÓNICA GRATUITA
EDICIONESZETINA COLECCIÓN DETONADORES CINCO
CONTENIDO Presentación 4 MINIFICCIÓN Caloca Lafont 7 Carolina Jiménez Guzmán 9 Sebastián Tenopala Suárez 10 Zulemi Arrieta Robles 12 Alejandro Arévalo Mendoza 14 Ricardo Iracheta 15 POESÍA Ricardo Iracheta 17 Miriam Guadalupe Ferrétiz Ramírez 19 Alejandro Arévalo Mendoza 23 Daniela Ángeles Galván 24 Aldo Estévez 26 Carolina Jiménez Guzmán 31 Emmanuel Ribeiro Aceves 32 Caloca Lafont 34 CUENTO Zulemi Arrieta Robles 41 Héctor Luna Becerril 55 Daniela Hernández Pérez 64 Aldo Estévez 67 Daniela Ángeles Galván 70 Caloca Lafont 77 Daniela Roca Jijón 84 Carolina Jiménez Guzmán 86 Carlos Alberto Escutia Maldonado 88 LOS AUTORES 92
UNIVERSOS PARALELOS UNIVERSOS PARALELOS UNIVERSOS PARALELOS
PRESENTACIÓN Daniel Zetina
La presente antología incluye tres géneros breves. En orden de aparición: minificción, poesía y cuento. Todos los textos fueron desarrollados en el Taller Literario que impartí durante el primer semestre de 2014 en el TecMilenio campus Querétaro. Los participantes son estudiantes de preparatoria, en diferentes semestres. Se trata de catorce escritores en formación. Desde el inicio la mayoría de ellos mostraron una clara vocación hacia las letras. Si bien es cierto que su camino es largo e incierto, como el de cualquier artista, artesano o profesionista, también vale decir que están en el lugar adecuado para reafirmar sus convicciones. 4
Nuestras sesiones se desarrollaron dos días a la semana y en ellas, a través de ejercicios de creatividad escrita, llevamos a cabo una convivencia constante, que dio como frutos debates, lecturas, escritos, comentarios y dudas. Cada sesión se trabajó con puntualidad, y aunque a veces la dispersión natural del escritor parecía ganarles a los participantes, pudimos reunir una buena cantidad de textos para poder compartirlos a través de esta edición de lectura gratuita en internet. Esperamos que esta estrategia de difusión por medio de internet y redes sociales impulse el nuevo talento literario y que los autores encuentren voces con las cuales dialogar. Esta antología se complementa con una selección del trabajo visual de los alumnos del taller de foto de misma institución, a cargo de la maestra Chez Negrete.
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MINIFICCIÓN
Caloca Lafont
Saludable Amarte me es tan ligero como cenar torta de tamal con jugo de tuna.
Recuerdo Recuerdo tu recuerdo, y me acuerdo de recordar una vez más el acuerdo que recuerdo acordamos en el recuerdo de la luna pálida de enero, como la de hoy. Y junto a la memoria tu imagen, que en el recuerdo, recuerdo, y sencillamente he de anhelar un día no olvidar el recuerdo sublime de lo irrecordable de tu amor, que si bien recuerdo, fue un mal acuerdo que no recordamos acordar adecuadamente para un día como hoy, recordarnos mutuamente que nos amábamos y no que aquel recuerdo es más fuerte que lo que no había que recordar, nuestra falta de comprensión.
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Conclusión Y al final, después de haberse destrozado el corazón uno a uno lentamente, se dieron cuenta que sí era amor Encontré Subir lentamente entre tus dedos besando a caricias todo tu cuerpo, sentir cada parte de tu eterna piel mía, llegar a tu rostro y por un segundo contemplarte para decir entre susurros “jaja, no mames, ¡estás chimuela!” Volar al final Amándote extiendo mis alas para no mirar atrás. Al concluir este amor, personalmente te destrozo las ganas de si quiera, volver a ver el cielo Amigos Es el concepto en sí, más abstracto y sincero, son la luz de tinieblas que guían las sendas de lo que nunca se sabrá. Son un desmadre, pues.
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Carolina Jiménez Guzmán
No me verás Mi tristeza avanza para convertirse en ira, pero se queda atrapada, se acumula, crece. Se manifiesta con dolor, incluso se puede ver. Si miras con atención notarás que detrás de mí más grande sonrisa lo único que hay es un sollozo oculto, sabrás que si pudieras entenderme, derramarías lágrimas. Pero no te preocupes, no abriré mis páginas ante tus ojos, no leerás las palabras impregnadas en mi alma. No verás el patético ser que soy. Sin palabras Entraste en mi vida y lo entendí. Antes pensaba que las parejas se tomaban de la mano para reconocer ante todos que estaban juntos. Pero aquella primera vez que con timidez tome tu mano, simplemente lo supe. Es todo sobre mantener ese cálido contacto, es decir sin necesitar palabras “Te quiero conmigo, por favor no te vayas”.
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Sebastián Tenopala Suárez
Lágrima de pluma Al escribir desechamos emociones como tristeza, enojo e, incluso felicidad. El escritor expresa esos sentimientos que de otro modo no saldrían, por esa razón los escritores tardan tanto tiempo en terminar un escrito. Dejan parte de sí mismos en ellos, dejan en él un pedazo de su ser, sus sentimientos en cada letra y un recuerdo en cada frase para poder ayudar a iluminar a seres que viven encerrados en sus sentimientos, sin dejarlos salir, lastimándolos y dejando su vida opaca, y sin emoción de mantenerla con vida, arrepintiéndose de lo que dejaron pasar. Por eso los escritos son el modo de dejarse llevar por las olas de la vida, sin pensar en lo que fue o será, dejando que la imaginación vuele sin dirección ni preocupación. Por ello, al terminar de leer un escrito no debes de pensar en sus significados, sino solo dejarse llevar por los sentimientos más profundos y puros que dicta tu corazón y así lograr por fin tus sueños más deseados, donde puedas estar tranquilo, simplemente en paz. Si lo hiciste por mí te arrepientes y si lo haces por ti te arrepientes aún más, porque pensabas que era lo que más querías hasta que miras atrás.
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Dios, ilumina el camino del asesino para que sepa a quien matar Y ajusta el camino del canĂbal para acabar con los que se dicen que reina el mundo y junto con ellos a sus esclavos, que solo buscan las migajas del verdadero regalo de ti mĂ seĂąor.
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Zulemi Arrieta Robles
El regalo La vida de un minusválido es penosa, él lo sabía. Desde pequeño tuvo que arrastrarse debido a la falta de gran parte de sus extremidades. Avanzar apenas un poco, le demandaba mucho tiempo. Observaba con admiración a aquellos que corrían a gran velocidad, trepaban a los árboles con destreza y llegaban con agilidad a las cimas. Para él, eso era imposible. Últimamente había estado cansado. Dos días había renunciado a alimentarse al no tener energía para mover siquiera su cuerpo. Ante esa condición, decidió aislarse. Construyó un lugar seguro y compacto para descansar, sin que entrara la luz. Terminado su refugio, se entregó al sueño del que, tal vez, no despertaría. No supo cuánto tiempo permaneció inconsciente… ¿días, semanas? Despertó por una razón poco poética: necesitaba comer, no importaba cuanto tuviera que arrastrarse para lograrlo. Las paredes de su escondite se habían endurecido, pero no dejó de moverse hasta abrir un pequeño agujero por el que salió. De inmediato, desplegó las alas y lanzó
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el vuelo. “¿Alas?”, preguntó confundido. Impulsado por la curiosidad, voló hasta el lago. Para su sorpresa, el lago devolvió la imagen de un ser con alas azules y naranjas. No entendía cómo había sido posible tal transformación. No sabía si lo que veía era real o un delirio agónico. Y mucho menos sabía, porque ni siquiera lo imaginaba, que él era una muestra maravillosa de la extraña magia con la que está hecha la naturaleza.
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Alejandro Arévalo Mendoza
Conciencia ¿Qué es la conciencia? Si la conciencia no es más que yo hablando en mi cabeza, diciendo que es bueno y que es malo, pero eso no es más que mis padres hablando por mí, son ellos con mi voz, en mi cabeza, en mis pensamientos, pero no soy yo, entonces ¿Por qué le debo hacer caso a la razón? Si la locura soy yo gritando por ayuda. Mundo de concreto Sentado ahí entre entes oscuras no humanas, rodeado de putrefacción y animales descomponiéndose, grito por ayuda en este mundo irreal e inexistente, mi grito se pierde en la bruma de la hipocresía y de la inconsciencia, de respuesta se escucha un siseo rogando por silencio, así que con aguja e hilo coso mi boca de donde la sangre se precipita al suelo de concreto tiñéndolo del mismo color que una rosa. Ahora puedo morir en silencio me digo, un disparo resuena en aquellas calles donde a nadie le parece importar.
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Ricardo Iracheta
Amor al odio que dudo Odio mis malditas dudas, amo no saber. Coraz贸n abierto Disculpe la osad铆a, su coraz贸n se ha abierto y quisiera pasar.
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POESÍA
Ricardo Iracheta
Sólo me voy Heme aquí, soñando, descanso eterno, se siente suave y cálido el vientre de tela que me rodea, y al único brazo que me atormenta, aun así lo amo, porque quedaré vivo por siempre, en imágenes ambiguas, siempre en todos los que usen su memoria. Tarde de velo Sentado en aquella banca de siempre, bajo el mismo árbol, una tarde distinta, lloro frente a ti y te pido perdón, me aferro al asiento que cargo aquí todo el tiempo, aunque sé que es tarde, tu tumba no va a responderme.
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Memorias de penumbra Y ahí encerrado en confesiones, iluminado por la oscuridad, te sientes pequeño, como niño atrapado en sueños líquidos. La noche agobiante, ensordecedora con su silencio, mata mi cordura y hace divagar mi espíritu, la culpa inunda la habitación, mientras mis recuerdos se burlan del presente. Los recuerdos se reflejan, un error pasado, es un triunfo presente que purifica lo maldito y maldice lo puro. Cuando ya no queda nada, las sabanas de mis ojos, arropan las penas y hacen finito lo eterno.
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Miriam Guadalupe Ferrétiz Ramírez
Mío Eres para mí, yo soy de ti cual latido y corazón somos tú y yo. Te me ofreces sin reservas dándome tu sangre hasta vaciarla, ya no tengo sed, logras saciarme con tu cáliz de Amor. ¿Qué clase de milagro eres, el más humilde o la pura expresión de la Creación? Desconozco tus modos, sé que encapsulas mi eternidad. Mi vida, amor mío, te deseo, c on un pensamiento que busca respetarte. Ensalzo el momento en el que tocaste a mi balcón sin aviso
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y con tu bellísimo mirar me invitaste a seguirte con lo mejor que tenías y que puede existir: amarnos con todo y manchas del alma. Para rematar tu propuesta me cautivaste al decir: este es el trato, tu aprecio a cambio de la Gloria. Por eso y más, te amo.
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Llegaste Desde mis entrañas surgen las palabras y te digo: ¡Aleluya, llegaste! Gracias x levantarme, es que resbalé por lo acolchonado que era el escalón, ya sabes parar, me acalambra. Te resumo que estoy haciendo cada peldaño de nuestra escalera, con mis manos, tu sudor y lágrimas de dolor que bien duelen, los conoces son los méritos de este amor. Un poquito más que ayer avanzo contigo,... Subo, sin divisar el cerrar de nuestros ojos sigo, por interés de tener belleza pues bajo, para contener la grandeza de este amor en mí. Demasiado es quedarse corto, contigo a mi lado ni la muerte alcanza nuestros límites, si es que los hay. Por este amor que nos aviva, sigamos y trataré de subir paso a paso, sin anhelar un elevador. No sé de dónde saque estas rimas solo te quería explicar porqué caí, espero que te hayan gustado porque hay más dentro de mí.
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Vanidad Vanidad eres una comedia te burlas de los mal vestidos y de la mala combinación del atuendo. Permaneces con los que financian tu vida y huyes de los inadaptados de la sociedad. Eres acaparadora de tiempo, objeto de libre albedrío y pegamento inadherible de la suela de la humanidad. Tu existencia es vital para darle gusto a la vista, pero la boca se queja de las críticas que recibe, y que, ella complacida está para murmurar. Otro quejumbroso es el oído, harto de tanta barbariedad de palabras sin sesos. Mientras que el olfato dispuesto está a ignorar a sus vecinos y abastecerse de un nuevo perfume que la vista y el tacto traman rociarse para engalanar su día. ¡Oh egoísmo aplastante! fragancia palpable de los ricos y vacío de los pobres, ¿hasta cuándo dejarás de resonar tu voz en los medios y multitudes? para dejar en paz a las inocentes creaturas.
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Alejandro Arévalo Mendoza
Lamentos del bosque Al fin ha llegado este momento que tanto he anhelado, regresaré a las estrellas, dejaré atrás mi recuerdo, El fuego de mi alma sucumbió en el frío de este bosque, aquí y ahora mi cuerpo deja de ser mío para ser de los lobos, ya no habrá más dolor en esta noche, solo el olvido de este hombre.
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Daniela Ángeles Galván
La suela de mi desgastada zapatilla La suela de mi desgastada zapatilla; acariciando levemente la pequeña porción de tierra. Mi mano, sujetando con fuerza aquella cuerda de introspectivo recuerdo. Las ramas del cedro crujían, al girar arrítmicamente el pequeño neumático. Mi cuerpo, disfrutando agónicamente el viento al caer la tarde. La humedad de un campo lluvioso. El exquisito susurro de las gotas al rozar el intrigante pastizal seco. La fantástica analogía imperturbable de mi imaginación.
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Cacofonía singular de la interesante circunstancia. Miles de palabras robadas en algún lejano lugar. Y un perturbador vacío. Fotografías perdidas en un mar de lejana textura. La cordura se ha disfrazado, dejando un murmullo irrevocable, recorriendo mi rostro; después nada. Sólo silencio.
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Aldo Estévez
COMPENDIO DE UN NO-POETA Tristeza por las Sirenas Salvajes Hoy es de esos días en los que traigo tristeza. Tristeza de ti de mí, y de mis patéticas poesías. Tristeza de la resistencia. Tristeza, de los personajes que habitan en mi cabeza. Vulnerabilidad en aquella chica (insertar nombre). Encontrarla drogada,
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recordarla sonriendo en aquellos buenos momentos. Cuántas Angelinas no rondan en este mundo. Cuántas Angelinas no he conocido. (Riffs de una canción violenta.) Sirenas salvajes agitándose en hoyos fonki. *** Hoy leí en un pizarrón: Los sueños mueren, si solo muere el soñador. Eso no es cierto, hay sueños que para no morir solos se llevan a su creador.
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Quedaste enterrada, entre escombros. Epífisis reventada por hipno-terroristas. *** Traigo tristeza de amarte. Tristeza de amar a una sirena salvaje. La necesidad Escupir tonterías en papel. Escupirlas en verso. Hacerlo por el amor al Arte---a Ti---a la Expresión (a mí). Gritar enmascarado versos que no son versos,
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ni cuentos, ni novela. Solo flemas amarillentas y enfermas. Usar cualquier excusa para disparar: —Concursos estudiantiles. —Talleres de literatura. —Un amor desesperado. —Escribir letras para bandas (que nunca serán tocadas) Ponerse nombres ridículos y así participar más de una vez. Todo por la necesidad no de ser leído, sino de dialogar. Por la necesidad de compartir este amor tan loco, que quema y consume.
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EpifanĂa en grano Olor a sierra que conmueve lo sentidos. Color de morena provinciana, que te incita a probarla. Sabor a carnaval, baile y Son. Entre el vapor naciente de la taza, diviso bellos paisajes. Pasan cĂĄlidamente los versos de Morales por mi garganta.
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Carolina Jiménez Guzmán
Volar para huir Dolor. Esos pensamientos enredados que no me llevan a ningún lugar. Solo veo esos ensangrentados muslos que se dicen ser míos. Estoy huyendo. Cada paso me acerca al vacío, al paisaje abstracto que no logro comprender. Nada entiendo y solo avanzo. Si miro atrás la punzada volverá. El viento sopla con salvajismo y me muevo con él. No pienso volver. Porque huyo de mi mente que me fatiga. No pienso a ese lugar desquiciado. Un paso más. Mi último suspiro. Caigo…
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Emmanuel Ribeiro Aceves
Escalera de cráneos muertos Político colgado del cuello, señor político representante del pueblo, cortabolsas de peinando al lado derecho y zapatos de charal, títere con las manos ahogadas en un mañana que nunca existirá, usted el que arrebató el sentido y pasión a ser político, el que le dio fama de rata a pertenecer al gobierno, el que tomó la honestidad y la lanzó por la ventana, usted apesta a vereda de París del siglo XVll, usted señor político que mató el saber para vivir de la ignorancia popular, usted lector bíblico de un inglés de mudo en un concurso de deletreo, señor que no conoce la miseria del suelo que pisa, poseedor del maso del jurado diario, usted señor político que sube escaleras de cráneos muertos para llegar a la cima. Con todo respeto me despido y de antemano le mando un cordial saludo.
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¿Crees que eso es vivir? Solo sé que vivir es más que estar pegado de culo de frente a un monitor atendiendo llamadas de gente igual de infeliz que tú, vivir es más que unas vacaciones en puerto Vallarta y que una cena de vino verde. La vida en este mundo enfermo está muy jodida si no vives con pasión, si no hay pasión por la vida no hay razón por cual vivirla. Esclavo mundo Pasión de rastro en tinta utópica según las piedras que la abollan, una pasión rota es arrancar los ojos, arrancar las orejas y la boca para no poder sentir más, una pasión rota es como ver las estrellas con la luz del día, como descubrir que los ojos que te hicieron el amor apenas te rosan con las pestañas, es olvidar el rostro de un difunto, es como encontrar la foto de una puta cuando era niña, ser una brisa que corre al unísono, es no tener el ardor que te empuje a sentir en el esclavo mundo una satisfacción de libertad.
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Caloca Lafont
El apartamento de mi padre El olor cancerígeno en las calles, como olor a pescado, moja mis zapatos de tránsito y mi asistencia remota. La pesadumbre del saco morado enviste con alivio mi espalda de quiropráctico: ¡émula de la llama! Y la propaganda celestial: el blancoazul, el tricolor, el sol azteca; la estrella, mejor amiga de los pollos. ¿Cómo puede un vendedor de álgebra en CD-ROM —factor común, polinomio, máximo común divisor ahorre hoy, hasta ochocientos pesos, sí, ochocientos pesos— encontrarse tan tranquilo? Si esta ciudad ya rebasó la mercadería, la camaradería, y el desteñimiento de los anuncios para tacos de guisado.
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¡Esclavos todos, esclavos de reproductores eme-pe-cuatro, esclavos¡ Tlamaltinimes pragmáticos, como olor a peróxido; the great pretender en la parada de autobús de Gabriel Mancera, tánatos involuntario. Si estos dioramas celestinos, a media calle, no fueran cárcel, ¿sería entonces, acaso un dandy muerto de ensueño? Si todas las grietas no lastimaran, o los manchones en las aceras, no fueran preguntas, ¿seguiría siendo un donjuán? Un Borges enamorado Un Borges enamorado, sutil, sol y pretendiente, ha de encantar a las suegras en lugar de a sus mujeres. Toma el té y juega cricket: y sabe decir “te quiero” en ocho idiomas con sus variantes respectivas de filigrana, alabando astros viperinos en esperanto, fenicio y sueco. En toda ocasión prudente, fulguran los murmuros a su paso:
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¡cuánto sabe!, ¿ya viste?, dice la Reina que lo ama, qué joven... qué elocuencia... qué manjar... A los tres años se sabía, los nombres originales, los fundantes, que le impuso la Trinidad a lo cósico, lo existente. Un cienpiés solitario, pecador, de tan solemne lo han de apodar el laureado; pero son otros, los aquellos que le dicen bicho raro, teto, nerd o hasta bizarro, como patina inútil que le sobaja la existencia por un rato. Un Borges enamorado jamás pisará un antro. Le gustan los versos del parque, hablar de clepsidras y flores, admirar a Giotto y Giordano, y cortejar usando al Dante. No dudo que prefiera el beso candencioso, dulce; ruin y desconsiderado, al desborde feromónico de la otra noche. Toma la fémina mano con su ruin, tentáculo frío, llamándola Terpsícore, o Artemisa, “de cariño”. Si va al cine no abraza, pero sí habla de Klaus Kinski.
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Una salida perfecta: concierto de Günter Herzog. Y mientras comen un helado, habla de alephs y heresiarcas, de cuánto ama los tigres, las mariposas, los ríos y todo lo heraclitiano... qué significa infinito, laberinto, tiempo o culebra. No hay series televisivas por la noche, escucha a Wagner, a Yo-yo má en los bordes fonográficos de su archivo insondable. Un Borges enamorado viste de saco, corbata, chaleco y ramo de flores. No conoce el Abercrombie, ni el Hilfigher, tal vez, tampoco lo que es ser joven. En lugar de serenata, es capaz de leer a Ruben Darío en aquel portón lluvioso, enfatizando los nombres griegos, arguyendo la pronunciación de Alfonso Reyes, o su frase favorita de “Las Tristes”: parve, liber in urbis... En la playa, traza con una ramita ***
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y habla sobre Ezra Pound, sobre Faulkner y Nathaniel Hawthorne. Puede hacer mil poemas (unos mejores que otros) todos bellos y repletos, de mil cosas que poco entenderías, que pocos saben. Y serás tú, en su cábala bendita, el centro numerológico y perfecto, del i-ching, la runa favorita, de un códice, tornada profecía. Un Borges enamorado, te mirará con ojos llorosos, como medallones lamentables. Te dirá con acento gaucho, emulando el compás de la vihuela de su amado Martín Fierro, que te ama visceralmente, y le dirás que ya te aburriste, que no hallabas cómo cortarlo. Él se ha de aferrar a su libro, preparando el mentón para el papel y tú, con más lástima que cariño,
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sobarás su espalda y susurrarás: hay muchas chicas, Georgie boy, hay muchas chicas. Y cuando veas que en la calle se aleja, sabrás que no lo mereces, y te ahogarás, pensando con la garganta, que él te hizo una musa que nunca fuiste. Que no ha de volver a verte, porque se hundirá en sus libros, en sus astros, en sus misterios. Que no quedará más espacio en su mente memoriosa, cual Funes, ni en su río eterno que reencarna, ni en su amplísima biblioteca de Babel, para alguna fotografía tuya. Y tras algún suspiro, correrás a los brazos de un imbécil, sabiéndote maldita a ratos: no habrá laberinto, mariposa, no habrá alfil, no habrá Ulises, Afrodita, no habrá ciclos, no habrá relojes de arena, no habrá cuentos policiales, no habrá pilares helénicos, no habrá, otro Borges enamorado.
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CUENTO
Zulemi Arrieta Robles
El espejo de María Luisa Anoche desperté en medio de la convulsión de mis sollozos. El sueño, estoy segura, ni siquiera tenía relación con mi tristeza. Es algo que de pronto se desborda incontenible, mi tristeza. Llevo dos meses ya encerrada en mí misma, sin hablar, sin realmente escuchar, actuando de manera automática. A cada llamada de Jorge espero que me confiese lo que su hermana, Paola, me reveló: “Jorge está ya preparando la boda con Karla. Dijo que ya había hablado de esto contigo…entonces ¿no te lo ha dicho?” Jorge no ha mencionado nada. Aparentemente seguimos con nuestra relación de noviazgo y todavía ayer caminamos tomados de la mano, como si todo estuviera normal. No lo creería de no ser porque Paola me envió una de las pruebas de imprenta de las invitaciones. De acuerdo con éstas, Jorge se casa con la hija de un poderoso empresario. ¿Por qué no lo encaro y le exijo que confiese lo de su boda? ¿Es acaso por el hecho de querer aferrarme hasta el último minuto a que nada de esto es verdad? Y él, ¿por qué continúa llamándo-
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me sin dar evidencias de que nuestra relación está ya terminada? ¿Por vileza? ¿Sadismo? ¿Cobardía? La noticia de su boda me ha vaciado. Es un dolor contenido que no logra estallar. Desde entonces perdí mi fuerza, mi capacidad de razonamiento, mi habla, inclusive mi capacidad de llorar. Desde entonces estoy en la nada, como muerta. Escucho la voz de mi madre: —Marilú, ¿no vienes a desayunar? Hoy cumplo diecinueve años. Mi mamá me ha preguntado la causa de mi silencio y desánimo, pero no le contesto nada. No tengo ánimos ni para mentir. Evidentemente, ella se preocupa ante mi mutismo, se angustia dado que soy su hija única. —¿Te gustaría que fuéramos a pasar el fin de semana a la ciudad de México? Anímate. ¿Te acuerdas de mi amiga Carmen Sáenz? La que me habla muy de vez en cuando por teléfono. Nos invitó a pasar con ella el fin de semana. Dice que quiere conocerte. Acompáñame, por favor. Haz un esfuerzo. —Está bien, vamos. Acepté acompañarla no tanto por tener algún interés en conocer a Carmen, sino por intentar saber un poco más acerca de su hermana, María Luisa. Mi madre y ella estuvieron muy unidas desde su niñez, y era tanto su cariño que mi madre me bautizó con su nombre en honor a su amistad. ***
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La historia de María Luisa me ha inquietado siempre. Mi madre no tiene fotos de esa época, mediados de los años cincuenta. Ha olvidado ya el detalle de los rasgos físicos, pero siempre ha dicho que, en general, soy muy parecida a ella: delgada, de cabello negro, tez blanca, ojos color ámbar y de carácter decidido. Las hermanas Sáenz eran de una posición económica media que les permitía ir a buenos colegios y vestir con cierta clase. Ambas hermanas eran muy asediadas por pretendientes de “buen nivel”. Sin embargo, María Luisa los desdeñaba. Al menor indicio de falta de inteligencia o tacto los eliminaba con la mirada penetrante. Cuando María Luisa festejó sus dieciocho años llegó a la casa acompañada de Eugenio. En él se denotaba de inmediato la clase social distinguida: sus modales, su vestir, el trato para María Luisa, todo era elegante. En medio de su elegancia Eugenio era sencillo. Departía con la familia de María Luisa sin mostrar menosprecio alguno por la evidente inferioridad de niveles económicos. Eugenio y María Luisa estaban siempre juntos. Él la invitaba a restaurantes de lujo, asistían a veladas de teatro, cine y baile. Los domingos, Eugenio acompañaba a la familia Sáenz a misa por la tarde y al salir los invitaba a cenar en sitios tradicionales. El carácter de María Luisa se había dulcificado, vivía literalmente arrobada por la personalidad de Eugenio. Cuando ella cumplió diecinueve años Eugenio le obsequió un gran ramo de rosas
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y una gargantilla de oro. Eugenio, que estaba ya por concluir sus estudios de abogacía, le prometió amor eterno. María Luisa soñaba con casarse con él, y no perdía oportunidad en insinuarle su deseo. Con los meses, la pasión entre ambos transformó la relación en la de amantes que no podían dejar pasar un día sin verse. Sin embargo, María Luisa no se sentía muy cómoda en su relación de escondites amorosos, si bien no le quitaban el sueño los fuertes prejuicios de la época acerca de las virginidades. Una noche María Luisa llegó a su casa y no dijo una sola palabra. Después de pasada una semana en la que mostraba la misma actitud, su hermana se atrevió a preguntar la causa. María Luisa respondió que era debido a la ausencia de Eugenio, quien había debido pasar unas semanas en Estados Unidos para encargarse personalmente de negocios de su padre. Pasaron dos semanas más sin que María Luisa mostrara una actitud diferente. Lo único que podía percibirse era un velo en su mirada que día con día se ensombrecía más. Con la intención de animarla, sus padres y su hermana le propusieron a María Luisa ir por la tarde del próximo viernes al cine en el centro de la ciudad. Ella no rehusó la propuesta y les dijo que los alcanzaría en el cine a una hora convenida. Sin embargo, llegado el día, María Luisa les dijo a sus padres que no podría ir con ellos debido a imprevistos en su trabajo. En realidad la propuesta
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de su familia para pasar la tarde del viernes fuera de casa convenía a las intenciones de María Luisa. Pidió autorización en su trabajo para salir antes de la hora habitual y se dirigió a su casa. Estaba demasiado cansada por las noches de mal dormir de las últimas semanas, necesitaba abandonarse a un largo sueño que la alejara del pensamiento, que como una canción con el reproductor descompuesto repite una y otra vez el mismo fragmento de melodía. En su cerebro una palabra se repetía día y noche sin tregua: Eugenio, Eugenio, Eugenio…. María Luisa tomó las tres primeras pastillas y esperó que su efecto adormecedor la fuera invadiendo. Cuando su pensamiento estaba quedando en la inconciencia tomó las pastillas restantes. Carmen sentía desasosiego aquella tarde, por lo que salió de la función de cine para hablar al trabajo de María Luisa. Al enterarse de la salida anticipada de su hermana, se dirigió de inmediato a su casa y la encontró inconsciente en su recámara. María Luisa despertó en el hospital con un tubo en la boca que llegaba hasta su estómago. Las preguntas de su madre y de Carmen sobre la causa de su empeño de muerte fueron ignoradas por María Luisa los dos primeros días; sin embargo, María Luisa terminó por revelarles la razón: Eugenio había contraído nupcias. Una búsqueda rápida en la sección de sociales del periódico de principal circulación de la época permitió a Carmen conocer los pormenores de la boda. El viernes mismo en que
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María Luisa había ingerido el barbitúrico, Eugenio se había unido en nupcias con la hija de una de las familias de mayor abolengo. Las sonrisas de los novios en la foto de boda laceró a Carmen. Al paso de los días el ánimo de María Luisa se fue recuperando. Si bien el estómago le provocaba aún fuertes dolores y ardores, su disposición a platicar, escuchar música y leer se manifestaba cada día con mejoría. Las amigas de María Luisa, entre ellas mi madre, la visitaban por las tardes para ayudarle a superar el malestar físico y anímico de aquellos días. María Luisa reaccionaba bien. Para que su hija terminara de sanar y limpiara su alma del “pecado mortal” que había cometido, la madre de María Luisa la había convencido de pasar una temporada en un convento de retiro espiritual. María Luisa había aceptado obediente. Su ingreso al convento estaba programado para el siguiente domingo, por lo que María Luisa llamó la tarde anterior a sus amigas con el objetivo de despedirse de ellas. Mi madre encontró a su amiga recostada en su cama quitando con todo esmero el esmalte de sus uñas, quería ingresar al convento con las manos impecables, le había dicho. María Luisa no mostraba ningún indicio de tristeza, podría decirse incluso que estaba contenta. Se animó al escuchar en la radio el tema musical de su relación con Eugenio “Sólo tengo ojos para ti”, sin dar muestras de nostalgia. Las amigas pasaron la tarde ayudándole a darse un largo baño y cepillándole el
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cabello hasta dejarlo reluciente. Finalmente, María Luisa las despidió con un tierno y fraternal beso. A la mañana siguiente, antes de la misa de una, mi madre le pidió a mi abuela pasar a casa de María Luisa para despedirse una vez más. Tenía la esperanza de verla antes de que la llevaran al retiro. De camino a su casa le compró un vaso de helado de limón, el favorito de su amiga. Pero, justo cuando dio la vuelta en la esquina de la calle, mi madre se sobresaltó: en el portón de la entrada de la casa estaba una gran corona de flores blancas. Mi madre corrió a la casa para encontrarse ante la escena de un ataúd blanco en medio de la sala. El ataúd abierto permitía ver el cadáver de María Luisa ataviada con un hermoso vestido largo blanco, diríase que de novia. Las manos con las uñas impecables de María Luisa reposaban sobre su pecho y su pelo negro enmarcaba su rostro apacible, pálido y lejano, tranquilo y liberado. Mi madre no recuerda cuánto tiempo pasó en un estado de hipnosis observando a María Luisa y escuchando los rezos, tal vez horas o tan solo minutos. Sin embargo, recuerda con precisión el instante en que una sombra se proyectó desde el marco de la puerta. La sombra de un hombre alto y esbelto con el pelo revuelto y el semblante desencajado. El hombre caminó hasta el ataúd y levantó el cuerpo de María Luisa para abrazarla, al tiempo que rompía en sollozos desgarradores. Eugenio, con voz enronquecida, se aferraba al cadáver gritando “Perdóname
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María Luisa. Mi amor, perdóname. Perdóname, por favor. María Luisa, mi amor…” Mi madre se desmayó ante el dolor de lo que presenciaba. En ese instante ella desconocía su incipiente embarazo. *** En el autobús camino a la ciudad de México un pensamiento me martiriza una y otra vez: hoy por la noche se casa Jorge. Leo en el periódico la fecha: 15 de marzo de 1975. Me llamó hace apenas dos días, pero no me atreví a contestarle. Mi dolor se mezcló con el coraje y mis lágrimas con la bilis vomitada. Hoy por la noche se casa. Este dolor es insoportable. Ahora entiendo a los drogadictos, cualquier cosa que me arranque este dolor, al menos por unos minutos, sería bienvenida. Carmen abre la puerta de su casa y mi madre y ella se abrazan con nostalgia. —¡Lupita, hace más de veinte años que no nos vemos! Carmen nos invita a sentarnos al tiempo que limpia sus lentes empañados por las lágrimas del rencuentro. —Carmela, por fin vas a conocer a mi hija, Marilú. —Mucho gusto, señora Carmen. Respondí. Carmen se acerca a mí para darme un beso en la mejilla, pero en el instante de verme más cerca se detiene. Me mira fijamente con un gesto de
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seriedad que me incomoda. Retrocede silenciosamente y se sienta cerca de mi madre. Mientras platican evocando sus recuerdos de niñez, yo contemplo los objetos de la sala. Mesas con fotos de niños que podrían pertenecer a sus nietos. Muñequitas de porcelana encerradas en pequeñas vitrinas. Platos colgados de un muro con paisajes de diferentes ciudades de Europa. Percibo en mi recorrido visual la mirada que Carmen me dirige varias veces de manera discreta. Finalmente, me atrevo a encararla: —Carmen, ¿hice algo que le haya molestado? Su mirada es insistente. Al escucharme, Carmen se levanta silenciosa y sale de la sala. Mi madre y yo nos miramos extrañadas. No sabemos si seguir esperando o retirarnos. Después de unos minutos, Carmen regresa. Me extiende su mano en la que trae una foto antigua. Yo observo la foto con curiosidad. Está ya un poco amarilla por el tiempo, es en blanco y negro. Es de una mujer joven con el pelo medio ondulado y negro. Sus ojos son claros, podrían ser verdes, azules o tal vez café muy claro, ¿ámbar, tal vez? Nariz recta. Sus labios carnosos intentan esbozar una sonrisa nerviosa a la cámara que está frente de ella. Su mirada es firme, retadora. Siento que me mira enigmática y penetrante a través del tiempo. Un escalofrío empieza a recorrerme lentamente el cuerpo, al tiempo que le digo a Carmen: —Pero…ella y yo somos… idénticas.
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—Como dos gotas de agua, Marilú. Como dos gotas de agua —repitió sigilosamente. La trampa de los universos paralelos La batalla contra los persas, en pleno desfiladero de las Termópilas, resultaba más agotadora de lo que los guerreros espartanos calcularon. Dos días de incesantes encuentros habían ya cobrado numerosas víctimas entre ambos ejércitos. Sin embargo, Bulípides, a pesar del cansancio tenía ánimo para arrojarse con su lanza siguiendo las órdenes que el rey Leónidas en persona daba en sus comandos de guerra. De improviso, un rugir proveniente de las entrañas de las montañas detuvo en seco la batalla. De lo alto del desfiladero caían enormes rocas contra ambos ejércitos y al fondo de las montañas se abrían grandes surcos en la Tierra que se tragaban caballos y jinetes, sin importar a cual bando pertenecían. Las montañas parecían desgajarse por el movimiento de la Tierra que trepidaba sin cesar. Bulípides lanzó un clamor al cielo pidiendo que el movimiento de montañas terminara, y, justo entonces, como respuesta de sus dioses, un fuerte golpe en la cabeza lo hundió en una especie de túnel que lo tragaba como en un torbellino profundo del que no era posible liberarse. En ese instante, a 2,500 años de distancia, en el universo paralelo en que el tiempo adquiere un
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cierto don de ubicuidad, Guillermo Bryan salía de su letargo autista en el que solía quedarse por largos minutos admirando su celular. Gritos a su alrededor y movimiento apresurado de la gente en todas direcciones le hicieron regresar a este mundo. —¡Chale! ¡Está temblando! Se precipitó hacia la salida del lugar pero, tras los primeros pasos, dio media vuelta al recordar que no traía consigo su imprescindible celular. A contracorriente de la gente se agachó para buscar el aparato cuando la turba lo arrojó con toda fuerza contra la esquina del puesto de quesadillas golpeándose en la cabeza. Guillermo Bryan sintió un fuerte dolor en la sien izquierda y la mirada se le nubló hundiéndolo en la inconsciencia. Cuando Bulípides abrió los ojos en medio de escombros y tierra, un estremecimiento le sacudió el cerebro: —¡Por Zeus! ¿Dónde me encuentro? Se levantó trastabillando y salió por una puerta encontrándose con la gente que miraba sorprendida hacia las casas semiderrumbadas. —¡Dioses del Olimpo! Qué hace esta multitud casi desnuda? Bulípides tragaba saliva con dificultad ante el atuendo de las mujeres que, sin ningún pudor, mostraban las piernas y entallaban el cuerpo dejando ver, con toda naturalidad, tanto curvas apetecibles como lonjas. Los hombres portaban especies de tubos que cubrían sus piernas y zapatos de tela con gomas, ninguno se protegía la cabeza
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con el casco guerrero ni traía su daga en el cinto. —¿Dónde está mi cinto, mi daga, mi casco? Bulípides reaccionó haciendo una breve inspección de él mismo. —¡Cáspita! Heme aquí vestido también con tubos de tela en las piernas!! Sus sandalias de cintas habían desaparecido y en su lugar los pies estaban cubiertos de un cuero cerrado y pequeños tacones. Tocó su cabeza y retiró de inmediato la mano al sentir con asco una mezcla pegajosa y babosa con la que su cabello estaba cubierto. —¿Piquitos? ¿Mi pelo peinado con piquitos duros? Bulípides cerró fuertemente los ojos y se pellizcó tratando de despertar de lo que pensó era una pesadilla. En ese instante sintió un golpe amistoso en la espalda: —Chale, mi Memo Bryan ¿dónde te agarró el temblor? ¿Estabas con la Lupe en las quecas? —Soltádme, so bellaco! Os exijo que me digáis que habéis hecho conmigo y mi caballo! ¿A dónde me habéis traído? Responded o, de lo contrario, os juro por Ares que os volveré papilla! —¿Qué onda, güey? No se te entiende nada ¿Cuál caballo? Estás aquí en el mercado de La Cruz, gorreando como todos los días. —¿La Cruz? ¿Es acaso un nuevo símbolo de los Persas? Confesad, bellaco. Oh, infames! Debo regresar presuroso a Delfos a dar parte de esta nueva intriga. Devolvedme mi caballo de inmediato!
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—¿Los Persas? ¿Es una nueva banda? Güey ¿pos qué te metiste ahora? ¿No me reconoces? Soy tu carnal, el Rolling. —No finjáis. Es en vano vuestro intento de engaño. Os mataré sin misericordia!!! Diciendo esto, Bulípides tomó por el cuello al Rolling en un intento por ahorcarlo. La gente gritó espantada al ver la escena y varios hombres los separaron. El Rolling comprendió que Guillermo Bryan había perdido totalmente la cordura y pidió a gritos que trajeran un médico y una ambulancia para su amigo. Los paramédicos llegaron apresuradamente y con la ayuda de dos policías intentaron someter a quien se pensaba era Guillermo Bryan. Pero Bulípides con toda la fuerza de su físico guerrero espartano impedía que lo sujetaran. En el instante menos esperado, uno de los paramédicos clavó una inyección en la pierna de Bulípides que comenzó a sentir un sopor embriagante entorpeciendo sus movimientos. Con el cerebro aturdido y la mirada borrosa, Bulípides sintió que ponían su pesado cuerpo en un camastro para meterlo en una especie de choza rodante de metal. —Oh, Atenea, Diosa del Olimpo, venid a liberarme de los Persas extraños y sus caballos metálicos de ruedas! Al escuchar el clamor del paciente, los paramédicos le indicaron categóricamente al conductor el hospital al que habrían de internarlo: —Al lado del General, en el de Salud Mental.
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—¡Infortunados bellacos, conducidme a Delfos, os lo imploro!… Fue lo último que se alcanzó a escuchar del interior de la ambulancia. *** Guillermo Bryan, en ese instante, a 2,500 años de distancia en otro universo paralelo, ataviado con sandalias de cintos, casco, escudo y espada, veía con incredulidad la horda de guerreros persas que, montados en cólera, corrían hacia dónde él se encontraba al grito de ¡Muerte a Esparta! Atónito, lanzó un grito al cielo: —¡JERÓNIMOOO! Y se lanzó al combate plenamente convencido de que todo eso no era más que un buen pasón.
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Héctor Luna Becerril
Solo así sabremos quién es más poderoso —¡Vamos pelea!— Dice un brujo retando a un guerrero, en las entrañas de una gran casa, que se ubica en la cima de una montaña—. —Espera, meterse con los cuatro elementos de la naturaleza es muy peligroso. —¡Me importa un comino! Tras las insistentes amenazas que el guerrero sufre, no le ha quedado más opción que salir de la casa, gracias a que un hechizo del mago lo obligaba. El valiente, saliendo de la construcción, comienza a treparla por fuera. —¡Detente, esto provocará grandes desastres! ¡Recapacita, estamos en la cima de una montaña! —Grita el soldado sin obtener respuesta o al menos que los hechizos cesaran. En ése momento, la casa comenzó a desmantelarse, sin embargo, los grandes pedazos se dirigían a una velocidad violenta hacia el luchador, el cual se defendía con sus dos espadas hasta llegar al tejado. Una vez ahí, volvió a insistir:
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—¡Maldito loco! ¡Debes ponerle un alto a esto, no sabes las consecuencias que esto puede desatar! El tejado se movió violentamente, obligando al guerrero a caer. —¡Vamos, solo así sabremos quién es más poderoso, tu o yo! —Responde el brujo. —¡Podemos hacerlo en algún lugar que no afecte nadie, aquí podríamos matar a mucha gente, que vive aquí cerca! De repente, en el interior de la casa algo muy grande explota, provocando que el luchador salga volando de aquella montaña y cayera en otra. Los suspiros del combatiente comienzan a alborotarse mientras pequeños susurros del mago, se burlan de él: —Oh, Fernando. ¡Fernando! Ja, ja, ja. La montaña se rompió desde el pequeño punto donde el soldado estaba, dejándolo caer a un vacío. El guerrero, aterrado por lo que le ocurriría, saco sus dos espadas y las posiciona sobre sus manos de tal manera que lo protegieran del impacto. La caída era muy alta, así que el valiente cierra sus ojos, esperando a que cuando los abra, su destino haya cambiado y lo haya llevado a un lugar más seguro que no atente contra su vida.
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Los dos estudiantes malcriados —¡Muere, muere maldita perra! —estas son las palabras de uno de los estudiantes que se pelean por enemistad. En su transcurso desde la escuela han agarrado todo con lo que se encuentran, palos, piedras, herramientas, solo para dañarse uno a otro. Cada vez más se van alejando de la ciudad donde viven. No se han dado cuenta porque no piensan en otra cosa más que en matarse. Los malcriados se llaman, Fernando y Lalo. —¡Te romperé la boca para que dejes de decir tonterías! —grita Lalo mientras pelea con un fierro de metal que ambos agarraron de un montonal de metales viejos cerca de la escuela. Esta lucha no terminará menos que alguno de los dos se rinda. Sin embargo, en medio de los golpes, no se dan cuenta de que se adentran a un templo antiguo. Entonces, desde las profundidades de la construcción, una espada comienza a levitar, se dirige a los estudiantes y destruye los fierros que sostenían en las manos. —¡Pero qué demonios! —exclamo Fernando sorprendido por lo que había sucedido. La espada terminó enterrada en la pared, pero hasta los violentos adolescentes se dieron cuenta que cada vez que la espada tenía algún contacto físico con algo, aparecía un guerrero que aparenta portar y atacar con esa espada.
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Así que el arma comienza a moverse hacia un lugar aún más profundo del templo. —¡Hay que seguirle! —dice Lalo con mucha curiosidad —¡Espera, no debemos ir, qué tal si llegando por allá nos corta la cabeza! —¡No creo, se está alejando de nosotros! Los estudiantes deciden seguir la espada, comenzaron a trepar muros, a saltar por los techos y esquivar algunas trampas que la construcción tenía como seguridad. Todo esto hasta que se topan con una gran puerta. Fernando la abrió y se encontró con que se había topado con otro Universo completamente distinto, muy lejos de sus hogares. —¡¿Qué rayos?! ¡Oh, Lalo! ¡¿En qué nos has metido?! —reclama Fernando muy molesto —¡Ja, ¿lo que yo he metido?! ¡¿Qué rayos tengo que ver yo con esto, Fernando?!
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El ojo de Quetzalcóatl He ahí un pequeño niño, apartado de la sociedad por causas misteriosas, se la pasaba jugando con un grandioso poder que lo distinguía de los demás, que al juntar las manos una de otra, conseguía un rayo verde que desprendía plumas verdes y rojas. Un día, él se preguntó: ¿Por qué tengo estos poderes? ¿De dónde vienen? Pasó un día entero averiguando por qué. —No, no es herencia. No, tampoco es de una leyenda. No es brujería —pensaba el niño sin detenerse. Era tanta su desesperación de saber el origen de su fantástico rayo verde o al menos el hecho de tener la capacidad de volar, que buscó hasta debajo de la tierra. Días y días transcurrieron y el niño no obtenía ni una pista de lo que quería saber. Así que, triste por no haber encontrado nada, vuela y se adentra a una pirámide azteca. Pero no contaba con que se toparía con un gran enigma. Dentro de la pirámide, encontró pinturas, joyas preciosas y hasta un sarcófago, del cual tenía grabada la siguiente frase: ¨Y se marchó, con la esperanza de saciar su culpa, con la promesa de regresar con su pueblo¨ Cuando el chico termina de leer aquella oración, escucha una extraña voz que intenta captar su atención.
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—Psst, psst. —¡Ah! ¿Quién anda ahí? ¿Qué quieres? El infante preguntó, a lo que la voz le contestó. —Soy tu padre. Fui gobernante de mi pueblo, sin embargo, por alguna extraña razón, pequé tentando contra las leyes que yo inculque a mi ciudad. Me sentí muy avergonzado, no podía cargar con tanta culpa. Entonces tome la decisión de agarrar una barca y marcharme, no sin antes, haberle hecho la promesa a mi gente, de que volvería renacido. Antes de marcharme, dejé un ojo, escondido dentro de una de las pirámides, de ahí nacería mi hijo y gobernaría el tiempo que yo estuviera fuera de mi mando como rey. Pero al parecer, estuve lejos por mucho tiempo y cuando regresé a mis tierras para darle gloria a todo lo que amaba, me topé con la sorpresa, de que mi pueblo desapareció. Ahora te he encontrado, y quisiera pedirte que reconstruyas mi patria. De repente, cuando aquel personaje terminó de hablar, un tornado se hizo presente en el lugar. Esos vientos tenían consigo a Tepeu, uno de los grandes dioses mayas. —Muchacho, no hagas caso de lo que te han dicho, por favor, en vez de hacer lo que te ha pedido esa voz, reconstruye mi pueblo, el mío —reclama el gobernante maya El niño queda impactado por las dos versiones, pues a quién obedecería, a su padre o solo a otro rey, así que contestó:
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—Él es mi padre, así que reconstruiré su patria y le daré la gloria que se merece, no puedo ayudarte porque no eres mi sangre. Tepeu se enfurece y con su larga espada intenta herirlo —Te he dado la oportunidad de vivir en un mejor reino y lo has rechazado. Así que lo único que puedes merecer ahora, será la muerte. El pequeño se defiende y huye, sabiendo que el rey lo persigue, llegando así hasta la Gran Tenochtitlán. El momento era muy decisivo, pues se presenciaba la lucha entre un mortal y un dios. —¡Ya basta! Estoy harto de esta tontería –grita el atacante mientras empuñe su espada y salta para clavársela al infante. En ése momento, no contaron con que otro ser se hiciera presente, el dios Huitzilopochtli, se postró ante los dos, deteniendo el ataque del rey maya y diciendo: —Tepeu, déjalo en paz, él no ha tenido ninguna culpa. Este dios, es realmente gigante, el niño y el gobernante, parecen hormigas en frente de Huitzilopochtli. —¡Ah! Jamás, no ha querido reconstruir lo que por derecho me corresponde, así que nadie me impedirá atravesarle mi furia por el pecho —grita el monarca— ¡Lárgate ahora que es tiempo, porque cuando sea tarde, mi furia caerá también sobre ti!
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El soberano se lanza sobre el muchacho, mientras Huitzilopochtli carga sobre su mano una gran tormenta de fuego, así que el monarca logra abatir al pequeño. —Ríndete, pequeño. No seas necio, un mortal jamás podrá contra un ser divino. El niño, al terminar de haber escuchado las palabras de Tepeu, comienza a obtener fuerza que de una extraña divinidad que se acerca detrás de la Pirámide del Sol. El infante se levanta y antes de terminar la pelea con su golpe más poderoso, le dirige a su contrincante sus palabras: —Si yo no debo necio, mucho menos tu que eres un dios, entiendo que nunca reconstruiré tu pueblo. Así que el crío, le arranca el ojo al rey y lo saca volando lejos de él, sin embargo, éste último no pudo escapar de las garras de Huitzilopochtli quien lo amenaza: —Ahora no te dejaré escapar, prepárate para tu castigo infernal. —¡No, espera! Mi ojo, ha quedado en las manos equivocadas. —¡No te lo mereces! El gigante corre, salta atravesando la Gran Pirámide y abraza al Sol, desapareciendo junto a Tepeu. Enseguida, la voz que se apareció dentro de la pirámide, se vuelve hacer presente en la cima de la Pirámide del Sol y llama la atención del muchacho.
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—¡Ah! Papá, he logrado librar esta fuerte guerra, aunque no sé si fue lo correcto —le confiesa el niño a su padre. —Me has impresionado, ahora estoy mucho más seguro que eres mi hijo. Así que ahora agarra el ojo de Tepeu y protégelo, de ahí te aseguro que mi pueblo renacerá. El niño agarra y el ojo y vuelve a subir a la cima de la Pirámide y pregunta: —Papá ¿cómo te llamas? —¿Mi nombre? Quetzalcóatl.
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Daniela Hernández Pérez
Viaje de imaginación Cuenta la leyenda que solo una vez cada 50 años un muñeco dotado con una magia inexplicable, se convierte en humano, éste contaría con solo unas horas para encontrar al amor de su vida y así quedaría como humano para siempre, sino de lo contrario, un terrible temblor ocurriría, y este a su vez, en muñeco volvería. —Pero abuelo, ¡eso es imposible! —decía Carlitos a Don Luis. Eso solo pasa en las películas, nunca veremos algo como eso aquí en el mercado. Don Luis, un señor trabajador, vendedor de muñecos de acción y luchadores le contesto a su nieto, el único: —¡Ay, Carlitos! A veces lo imposible puede convertirse en realidad si tienes un poco de imaginación. —¡Carlitos, ya vámonos a casa, es tardísimo! —mamá grito. Carlitos recogió sus juguetes, le dio un beso al abuelo y salió disparado al coche sin darse cuenta que su muñeco espartano se le había tirado en la calle.
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Un día la leyenda se cumplió y Alejandro de ser un muñeco espartano se convirtió en un valiente guerrero de carne y hueso. Siguiendo la profecía se propuso encontrar al amor de su vida. Caminaba sin rumbo por los pasillos de ese lugar lleno de gente, parecía extraviado. Hasta que se detuvo y logro ver unas letras grandes que decían: Mercado Josefa Ortiz de Domínguez “La cruz”. Siguió caminando y en el cruce de dos pasillos choco contra alguien, los dos cayeron. Alejandro levanto la mirada y sintió que el mundo se detuvo. Era una preciosa chica de cabello castaño, ojos color miel y una piel tan bronceada como el sol. Ambos se sonrojaron y fue cuando Alejandro supo que a su verdadero amor había encontrado. Entre tanta gente se perdieron el uno del otro hasta que no hubo rastro de ella. Desesperado la buscó por todos lados pero no la encontró. Frutas, verduras, pollos y pescados era lo único que había, pero ni una señal de ella. Ya cansado de buscar, cansado de esa música tan raramente peculiar y de un sinfín de olores desagradables (algunos de ellos más que otros) Alejandro se sentó en la banqueta junto a un viejo de sombrero y con una guitarra que parecía deshacerse. En un momento de tristeza y dolor al no haber encontrado a su amada, nuestro guerrero se dio por vencido. Al momento de levantarse del suelo y asumir su derrota, vio la silueta de una chica
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mirándolo y sonriéndole, era ELLA, su chica ideal. Ambos se abrazaron, él estaba decidido a besar sus labios rosados pero era demasiado tarde, el tiempo que la profecía dictaba había terminado. Alejandro sintió el suelo moverse, como si temblara, de pronto un remolino arranco a la chica de sus brazos, él trato de impedirlo pero fue inútil, ya que empezaba a ver todo enorme, poco a poco empezó a encogerse hasta convertirse en una figura de acción de quince centímetros. Todos habían terminado. —Carlitos, ¡Carlitos!, ya despiértate mi amor, tenemos que ir a ver a tu abuelito —la voz de mamá levanto al niño de ese viaje lleno de imaginación.
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Aldo Estévez
Blanca rutina Levantarse muy temprano, unas cuantas líneas y un vaso con leche; ir por el cargamento, probarlo (E-SEN-CIA-LÍ-SI-MO), acomodarlo de forma apropiada; ir al aeropuerto a las 7 A.M, unas cuantas líneas pláticas con funcionarios y ahora, en ese pequeño camión. Todo el día, precisamente de 3 A.M hasta la hora que da el reloj de aquel gringo en frente de Agustín: la 1:30 P.M, pasa ante sus ojos cómo en una película a alta velocidad. —Señor, tendré que registrar esa maleta, es muy grande para llevar en el avión. <<Maleta…muy grande>>. Grande la carga que viaja en ella y de una calidad magistral, sacra y blanca como leche de virgen. —Va conmigo —exclama atropelladamente, Agustín con un humor de la chingada (lo que lo hizo entrar al negocio) y triplicado al triple por Doña Coquita. Mujer maligna y terrible pero sumamente atractiva, con un perfume riquísimo, cuánto daría Agustín por abrazarla con sus narices para siempre ¡Oh esa niña blanca que trans…!
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—No es permitido cargar con una maleta de aquellas dimensiones-sí está permitido, pero era obvio que ese equipaje no cargaba calzones y camisas-debe ser registrada, no es tardado- replicaba el pobre Ángel, su primera semana en el aeropuerto internacional “Benito Juárez” y ya se enfrentaba a un problema de aquél calibre. —No, tiene que ir conmigo. —Señor, no atrasemos más a la gente, es rápido, sólo démela —la gente, en su mayoría extranjeros miraban el espectáculo entretenidos. —¡Llevo esperando desde las 7 de la mañana! Así que la maleta, va conmigo- sentenció Agustín, balaceando amenazas con sus ojos dilatados al triste de Ángel que sólo concluyo todo con un asustado y confundido <<ok>>. ¡Oh esa niña blanca que transmuta en bruja! Bruja que profetiza todas las verdades, su leche alimenta al débil, sus senos son descanso para el agotado y su cueva refugio para el asustadizo. Tan bella y tan tóxica. Provocadora de muertes y guerras, infla los bolsillos de unos cuantos y habita en su forma natural en Sudamérica. Viaja fragmentada del sur para el norte. Es la reina de este siglo XXI y en los medios es el demonio, miles de famosos que la adoran y practican su dogma a la vez participan en campañas en contra de ella. <<Casi me la pelo>> pensó Agustín muy tranquilo, a pesar de la aceleración que le provoca la Blanca. Se mantiene tranquilo, siempre inmutable;
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ya tiene callo, no es cualquier chavito novato que usan de anzuelo para que luego el gobierno lo use en sus comerciales de <<En México, la guerra contra el narco, la vamos ganando>>. No, él es un profesional, todo un maestro en el área. Arribó al avión con su nena cargando y desapareció en las fauces del águila de hierro, como tantas otras veces; ésta no sería la primera y (si dios quiere) ni la ultima.
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Daniela Ángeles Galván
Porcelana rota Había mágicas melodías, trágico en absoluto. Emily no dejaba de colorear, incluso un trozo de su arrugada hoja comenzaba a presentar agujeros; no existían historias en su dibujo, sólo trazos corroídos por una inquietante soledad e inocencia interrumpida. Se levantó, y comenzó a brincar en un sólo pie, sus zapatitos manchados por lodo imaginario, eran ella y un espacio perdido, sus anchas caderas y lo desconocido. Ligeras gotas golpeaban la chirriante venta, se acercó “Somos el vacío, lo inusual, lo trágico, las malas palabras y sorbos de té; somos tristes”, terminó, dejando caer su delgado dedo índice, frotándolo contra el pulgar. Se alejó al fondo de la sustancial penumbra, tomando una cajita de porcelana, su bailarina rota. Se deslizó a un rincón, sigilosamente, incluso antes de ver el pestillo de la puerta moverse, reprimió un sollozo, mordiendo su labio. —Oh, Emily, Emily —se acercó y robó un mechón de su castaño cabello—. Deberías dejar los jardines falsos —una ronca voz comenzó a aplas-
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tar su pecho—. Aquí, tus flores no tiene color, no hay cielo tesoro —quitó los primeros botones de su transparente blusa y besó su clavícula izquierda. Antes, ella habría intentado gritar y lloraría mientras robaban su virginidad. —Oh cariño —gimió él—. Sorbos de té, ángel, sorbos tristes —terminó, pero ella estaba lejos, escuchando una canción country de fondo. De pronto, no había nada, una pequeña y su cuerpo desnudo con la vista en el pecho. La caja de música se había quebrado de nuevo. A través del cristal —Witzy, witzy araña, tejió su telaraña —un último susurro, antes de sentir la respiración pesada de mi hermana, sus delgados dedos apretaban con fuerza en el pecho, casi podía escuchar el crujido de su frágil corazón, incluso, en su dormitar, existían ligeros sollozos. La observé con desesperación, había un vacío, más como un eco triste en la habitación. Y me alejé. Caminando lento y con pasos pequeños, fuera, donde el frío carcomía mis notables huesos, absorbía la palidez bajo mis ojos. A veces, en mi distorsionado reflejo, me parecía notar una sutil belleza, entonces el trozo de hielo se quebraba y me echaba a llorar, los morados aparecían de pronto, y las marcas de sus manos surcaban mi rostro, los labios me escocían, los cor-
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tes recordaban su espacio entre mis muslos, una metamorfosis oscura. La realización golpeó en alguna de mi cuerpo, y corrí, retornando a su lado, raspando mis rodillas, desordenando mi cordura. Llegué a una escena, padre lastimando a mi hermana, sacudiéndola, azotando su cabeza contra el espejo, los oídos comenzaron a pitarme, jadeé. Un olor metálico a pérdida, su última mirada, atravesándome, antes de escuchar un cuerpo inerte en el suelo. Cerré los ojos, anhelando, y ahí estaban las cenizas, adornando una chimenea inestable, frías sábanas escurriendo anatomías inexistentes, me acurruqué debajo de una, apretando mis dedos contra el pecho. —Witzy, witzy araña… —y comencé a ver a mi hermana de nuevo. Guerreros caídos —Y entonces, la masacre finaliza, un último golpe de valentía, la espada cruzando a través del pensamiento fatalista. ¡Larga vida al rey, larga vida a Esparta! —termina un monólogo propio de fantástica historia bélica. A mitad de un pasillo maloliente, con expresiones frustradas y palabras altisonantes, precios por debajo de lo establecido y comida esparcida alrededor de aquél pobre hombre. Aspecto desgarbado y sueños altruistas, un trozo de madera,
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simulando una afilada herramienta asesina en la mano izquierda, con la cual sostenía sus anhelos y el poco juicio que poseía. Al bajar de una caja con productos comestibles, se encorvó y encendió un cigarrillo, perdiendo la postura y caracterización del ser mitológico que deseaba haber sido. Vaya que se había perdido dentro de sus libros y viejas películas de guerra, donde lo maravilloso eran las cabalgatas y el admirar la sangre de otros soldados resbalar entre sus anchos dedos. Las ilusiones comenzaron al acabarse su medicamento, y el poco dinero en tragos amargos. Sin embargo, ahí se encontraba, en su mundo paralelo, con un puñado de garbanzos en la boca. Optó por sentarse a lado del basurero público, olvidando su tristeza, prometiendo ganar la próxima vez, regresar a casa después de una épica batalla, vencedor. De pronto, pareció apreciar el frío, los objetos le parecieron más pequeños, incluso creyó ver como el suelo se abría delante de él, y la gente gritaba, corrían, agitándose, iracundos. Los edificios se precipitaban a su alrededor, uno a uno, cayendo. Con sorpresa, sus oídos pitaban, y una sensación de ahogo infinito inundó su otra vida, sus ojos crepitaron ante un pronto final, sin armadura, sin sentimientos, ese espartano guerrero.
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Fornitura de un reloj Dibujando arcoíris, sonriendo a la perfecta afonía del bosque, observando colores en el nítido aire. Giraba, giraba, caía recostada sobre superficies intrépidas, invisibles. Mi largo vestido, recreando una tarde de otoño, la cordura carecía de importancia, respirar no era necesario, nada; tenía un nombre ahora. Había saltado un charco de lluvia, disfrutando el desliz de mis piernas a través de él. Detuve mi inesperada danza cuando escuché un desgarrador sonido procedente de la cabaña. El día dejó de ser fortuito, para tornarse aterrador. Un escalofriante frito, corrí, tropezando con minúsculas piedras, cortando mi anatomía con cada caída, el tiempo ahora me parecía que transcurría demasiado pronto, se consumía rápido, escurriéndose entre mis larguiruchos dedos Ahora podía observarlo, tenía el aspecto de polvillo dorado, mi cerebro no lograba comprender, se acumuló en una pequeña silueta humana y desapareció al cerrar mis párpados. Sujetaba pedazos de arbusto para cruzar la colina. Atravesé el porche, subí los escaloncillos. Una cuerda había sido tirada, la desilusión traspasó mi rostro. Con los ojos comprimidos entré al salón principal, nadie, la colección de fosforitas de mi madre continuaba intacta.
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De pronto rugidos transitaron las habitaciones de arriba, habían recorrido un objeto. El banquillo de mi hermana. No terminé de soltar el aire en ésa respiración. Un delgado y afilado objeto a través de un cuerpo. ¡Silencio! Otro movimiento, di dos pasos. Escuchaba cada latido de mi órgano vital, estrujando mis oídos, sofocándolos. Intenté observar por el barandal que conectaba con las escaleras. Susurros. Después, una sombra proyectada en la blanca y rigurosa pared. Tragué saliva. Mi pecho agitaba frenéticamente, cada vez que un peldaño quedaba atrás, mi piel se contrajo al llegar arriba. Parpadeo. Una larga túnica se perdió tras la puerta del estudio. El suelo crujía en cada movimiento por alcanzar aquello que desconocía. Tomé le perilla, un repiqueteo en el pulso, girando de manera metódica. Mientras observaba con temor al abrirse la puerta, un silbido en el fondo de mi cabeza gritó. El cuarto estaba helado, sin telarañas en los escurridizos bordes. El ordenador estaba apagado, la silla intacta, flores esperando por un poco de agua, objetos inmóviles. Mi pánico se encogió. Miré los alrededores, deteniéndome un momento en el marco abierto de la ventana, las viejas cortinas chocando contra el viento, me acerqué inquieta, tomando el borde del cristal, dando un vistazo al oscuro bosque. Me alejé de ahí. Aplastando la fornitura de un reloj de bolsillo roto, lo tomé cuidadosamente,
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entonces un par de botas de montaña aplastaron mi mano. Levanté los ojos, sintiendo como tiraron de mi corto cabello. Ojalá hubiera gritado, ojalá. Un extraño escozor se instaló en lo bajo de mis hombros. Jadeé. Ahora una jeringa descansaba en mi brazo y una enfermera me miraba fríamente desde la blanca habitación. Intenté rascar mis brazos, pero la camisa encerraba todo lo que pude ser. Ella abandonó la habitación, al cerrar la puerta de metal que conectaba mi mundo con el resto de los —supuestamente— vivos. Grité al sentir un par de manos acariciando mi torso. Ven a jugar con nosotros. ¿No quieres recordar? Tu madre saltando por una ventana, tu hermana y su cuerpo quemado en el ático. La fornitura de un reloj. Me quebré y cerré los ojos. “Dibujando arcoíris, sonriendo a la perfecta afonía del bosque, observando colores en el nítido aire. Giraba, giraba, caía recostada sobre superficies intrépidas, invisibles...”
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Caloca Lafont
Era yo ¡Ay de mí! Que si en la revuelta era, que en mis versos pesaba y en mis sentimientos callaba. ¡Ay de mí! Somos dos en cadenas, que tus besos enredaron mis muñecas, como acariciaba tus muñecas sobre la cama cuando nos besábamos aquella noche. Era yo aquel quien con un ojo entre abierto y el otro observándote, me disparaste la mirada de una garganta chillante, fui aquel que en mis agresivas uñas, y en lo tosco de mis dedos, lo perverso de mi sonrisa y lo delirante de mi cuello, amaba tu cabello, esmalteaba nuestras obras, porque eso sí, no hacíamos amor, hacíamos arte, aquel arte que manchó la pared en el regreso con sangre, que destiló mi cabello y rapó mis sueños. Lo lamento, era yo el cantante de Neruda, que pictoreaba nuestros delitos, había sido el mismo que con la maldita quijada, recordaba a tu seno, mis poemas de verano. Sí, fui y aún sueño seguir siendo el de los brazos mordidos, un abdomen destruido y una mente tan audaz para enamorar a la chica del barrio, o para espantar tu madre, que reposaba con un ramo por las noches antes de concebirte
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fui aquel, el mismo que entre tus párpados encerró los besos, que el suelo nos simbolizaban nubes y el que cayó por el cielo infernoso dado a los pecados alternos nunca confesados en nuestro último beso. Fui Conde en Barcelona, Rey de Tepito y trovador de Roma. Me comí al mundo en cuanto nos aborazábamos entre roces de mirada y labios partidos. Hoy recuerdo, soy tu memoria maldita, el rostro del diablo exhiliado a la tierra, una Virgen de Guadalupe desnuda y el bolígrafo roto, mis ojos no me sirven más que para entre clarobscuros, ver tu silueta, mis manos condenadas por tu rabia, me gritan por escribir el naufragio del mismo poeta. Soy dolor en cuerpo y figura mal hecha, boca silenciada y sueños martirizados Ya por favor, no me preguntes quién soy, que mis manos negras narran la Tempestad de Sheakespeare, y mi gesto de susto el rechazo del mayor Sabines... no cuestiones mi ser que en lo ancho de mi cama, las yagas Camelinas llenan mi pecho que resguarda un corazón de hierro heredado por Dumas, mis piernas inútiles acogen tu delirio y ahora sólo puedo decirte que en lo miserable de Victor Hugo, resguardo tus palabras como si fuera Dios en el suelo, cual decía Borges. ¿Qué más te digo? No me comprendes. No lees! y nunca sabras que los secretos Heminghway, son mis pupilas y que hoy, soy García Márquez ahogado en cólera. Debo callar y añado amor, bruja, ráfaga de viento y sueños... fui el único que probó tus labios Eris. Ni Odiseo se acercó.
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Mermelada Las blancas habitaciones diáfanas resguardan mi historia, estoy encerrada aquí más que por mi locura, por mi pecado. Aún las recuerdo ¡Ay, mermelada! Tan deliciosas todas, de fresa, piña, durazno, zarzamora y hasta de tomate, todas son grumosa viscosidad dulce que acaricia mis papilas gustativas y cautiva mi garganta en cada besar de un bebé. Parecía ayer aquel invierno en el que después de una semana de no moverme del sofá, encontré a mi puerta una canasta con el cuerpo de un niño, conocía bien la ley Chihuahuense y sabía que un cargo por asesinato no me convendría, así que guardé el cadáver en el estante tras el televisor, no puedo negar que me hacía ojos pizpiretos y se veía tan tierno, tan lindo tan… ¡delicioso! Abrí con un cebollero el cuerpo desde el cuello hasta su ombligo, lo lavé con desengrasante, fui llenando a cucharadas el cuerpo de mermelada lentamente, hasta llenar cada uno de los dedos, cada pedazo para después hornearlo dos minutos y comerlo de postre con un atole. Fue ese día el primero que me condenó a vivir para robar bebés, robarlos para llenarlos de mermelada y esto para degustarlos después de un puro habano y un café de Colombia. No tardó mucho para que me atraparan, sólo apenas saboreé doce niños, interraciales claro, no me gusta eso de la discriminación. Tras el juicio, me
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enviaron a este manicomio que ahoga epifanías y sólo puedo degustar mi pasado con este dedo que le corté al guardia y este sobre de mermelada que robé de KFC. Sin aliento A reproches y regaños, con el pecado de nacer preguntando, una maldición que arrastro en la misma existencia. No comprendía a mi corta edad, en ese entonces, el mal que causaba yo al hablar, viví con el pecado de nacer, crecí anhelando enorgullecer a mis padres y logré hacer, a mi entendimiento, la máxima muestra de amor en busca de honrarlos. Era una noche pasada a mi primer cumpleaños de puberto, por cuestiones lógicas me habían regañado como era de costumbre por lo que decía, las palabras de mi padre taladraban mi sentimiento “Esa boca tuya que no sabes controlar”, la escena de mi madre llorando y yo con la culpa por haber hablado una vez más. En la noche desesperado, salí de la casa hacia la covacha de herramienta, era una noche particularmente fría, nunca en plena ciudad había escuchado lobos aullando y a cada paso que daba en lo que atravesaba el patio, me congelaba las entrañas: manos sudorosas, piernas temblando, el cuello adolorido y disfrutando en sobre manera
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la sal de mis lágrimas que escurrían por mi rostro hasta besar mis labios. Tomé de un garrafa pintada de negro un sorbo de gasolina y lo mantuve en la boca, mientras me asqueaba, alcancé a leer en un frasco triangular amarillo la palabra “Aditivo” y decidí y introducir el líquido fosforescente en mi boca y luego revolverlo dentro de ella con la gasolina; sabía que no resistiría mucho, si no era un desmayo por el hedor del petroquímico, era daño cerebral, o bien podía vomitar en cualquier instante, tomando el extintor, esparcí un poco sobre mi mano para embarrarlo sobre mis labios. Se aumentaba considerablemente el frío y los ruidos nocturnos, el nudo en la garganta y el dolor de cabeza era atroz y sin pensarlo dos veces, cerré los ojos, abrí la boca, mi garganta débil a punto de escupirlo todo y le di chispa al encendedor acercándolo a mi boca. De un momento a otro, abrí los ojos y se encendió el sol a media noche, el dolor inmenso no me permitía si quiera gritar y tratando de escupirlo todo, caían gotas de fuego lentamente hacia el suelo. Caí de rodillas rendido hasta el dolor y lleno en lágrimas, lo irónico del caso fue que las lágrimas fueron lo último que saboreé. Los dientes carbonizados, y mi boca se consumía en fuego como zarza a media noche, mi lengua se fue achicharrando y se cocía con la sangre coagulada, me arrastré hasta la llave de agua tratada que estaba a dos metros de mi y la abrí para controlar el incendio interno,
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fue impresionante que no me supiera a nada, más que a paz. Sólo recuerdo esa escena de un niño tirado en lo frío del adoquín, alumbrado por la luna y en pleno llanto mudo. Hoy estoy ante ti, madre, nunca te imaginé tan hermosa recostada sobre tu ataúd, sé perfectamente que no me escuchas y que no sabré más de mi padre por el monstruo en el que me convertí por las quemaduras, sólo espero que en mi alma repose contarte mi historia, decirte que esa sonrisa en forma de cicatriz, aquellos labios negros, y boca eternamente muda fue para, por una vez en mi vida, enorgullecerlos. Fue por ti mami, por seguir los mandatos de tu religión. Crecí con mi quijada cubierta por vendas, mi mirada se secó y me convertí en un rostro carbonizado, a la larga mi padre se desentendió de mí y tú a diario te lamentabas por mi desgracia, yo bien quería honrarte nada más, no volví a escuchar de ustedes aquellos reproches diarios de “comes compulsivamente” o “todo lo que dices es insolencia y estupidez”, ahora sólo escuchaba llantos al verme. Después de varios años y sin poder hablar, me he dedicado a leer y escribir cuanto en la vida se me presente, sé perfectamente que nunca seré un premio nobel o bien, mínimo uno de poesía en la escuela, me propuse ser un experto de arte, pintar y contagiar a mis semejantes, locos que por amor (en mi caso a ustedes), dieron hasta lo último que pudieron.
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Esas ansias de agradarles, esa supuesta maldición mía que fue la boca, la intercambié por el dolor constante al respirar, la pena de verme al espejo y el rechazo por miedo. Hoy, madre mía, sé que por darles un poco de felicidad al no escucharme , perdí la oportunidad de sentir mi primer beso, de gritar en un concierto o de cantar al amanecer, hoy no sabré lo que es disfrutar un helado en verano, un café por la mañana o un caldo de pollo cuando hay frío, sé que he perdido la capacidad de enseñar, que no habrá más palabras en mí, que las dudas las resolveré con misterio y no con preguntar, sé que no habrá sabores, no habrá “te amos”, no creo en tu dios ya, y también sé que me quede sin aliento.
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Daniela Roca Jijón
Un recuerdo conmigo Supongo que recuerdas el reloj rosa con blanco que llevo a menudo. Para las personas que me han visto con él no es más que un simple reloj roto, pero lo que ellos no saben que hay una historia detrás de ese simple artefacto con el cristal roto. Fue hace dos años —cuando las cosas estaban bien entre nosotros dos—. Pasaste por mí a las cinco de la tarde como de costumbre y nos fuimos al parque. Nuestro parque. Nos sentamos en la pequeña banca, tú a mi izquierda. El tiempo pasó entre pláticas, risas, chistes malos, abrazos y silencios donde las miradas gritaban desesperadamente lo que nuestros corazones callaban. Como siempre hacíamos desde aquel 14 de abril. Te percataste de mi reloj de pulsera. —¿Puedo verlo? —preguntaste observando el reloj. —Claro —respondí al tiempo que bajaba la mirada al reloj y lo desabrochaba torpemente con mi mano derecha.
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Te lo pasé y lo sostuviste como si fuese un tesoro, lo examinaste y te percataste que la hora estaba mal con una diferencia de diez minutos así que lo pusiste a la hora. Yo solo te observaba con cariño. Me pasaste el reloj y con un movimiento torpe lo dejaste caer accidentalmente, lo recogiste al tiempo que te disculpabas y examinabas el cristal que ahora está roto, yo solo te decía entre risas que no te preocuparas, que había sido un descuido y no tenía importancia. El cristal se cuarteo en tres partes separadas por dos líneas. Desde aquel día no he dejado de usar el reloj. Las personas que tienen el detenimiento de observarlo me sugieren cambiarlo por uno nuevo e incluso otros preguntan cómo se rompió, yo respondo que por ahora no pienso cambiarlo y que por mi descuido se rompió. El reloj esconde un secreto que no me he atrevido a revelar en su totalidad. Las personas piensan que uso un común y corriente reloj de pulsera cuyo cristal está roto por mi torpeza pero no saben que llevo conmigo una memoria, un recuerdo, te llevo a ti.
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Carolina Jiménez Guzmán
Vestidito azul Él me mira y suspira. Bajo las escaleras con cuidado de no pisar mal. Me he puesto ese vestidito azul, que sé que tanto le encanta. Llego al último escalón y me sonríe. Toma mi mano y con un brillo especial en sus ojos acerca sus labios a mi oído y me dice lo especialmente hermosa que me encuentra esta noche. Yo solo consigo dejar salir un suspiro. Y lo beso, lo beso como hacía días no lo hacía. Me inundo de su perfecto aroma y un cosquilleo en mi estómago me sugiere que profundice aquel beso. Lo hago. Es uno de esos besos que se sienten como el primero, lleno de misterio, duda, pasión y ánimos de seguir. En mi mente aparecen esos bellos recuerdos de las tardes en invierno, con sabor a café y a él. También recuerdo las largas noches en vela que susurraban un “Por siempre”. Pienso en cómo nos conocimos, aquella fiesta en ese jardín donde sentados entre los jazmines platicamos con palabras que se tropezaban pero que seguían. En ese
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momento usaba este mismo vestidito, este que me acabo de poner pero que de mí va a desaparecer. “Te extraño” A veces esta distancia me cansa, me entristece pensar que estas a kilómetros de mí, que no puedo acudir a ti por un abrazo, uno de esos que me hacen saber que todo va a estar bien. A pesar de eso avanzo porque sé que a ti no te gustarían este tipo de pensamientos, sé que me regañarías porque siempre me dices que libere mis anclajes. Pero ¿Cómo liberarme de ellos su son los que me atan a ti? Entraste tan profundo en mi vida que incluso siento que tus vértices se engancharon a mi alma. No puedo evitar llorar al ahogarme de tu recuerdo. A donde quiera que voy te encuentro. Veo una tienda y ahí está el color azul que tanto usabas, escucho una canción y recuerdo aquellas palabras tan tuyas, camino por el centro y aspiro ese a roma a café que nunca en tus labios faltaba. Estas en todas partes aunque ya no sé si eso es real o solo es un excusa mía para pensarte. Que ridiculez, no puedo negar lo que vuela en mi mente. Te extraño, joder, te extraño tanto que duele, justo donde dejaste aquel último beso, duele.
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Carlos Alberto Escutia Maldonado
Los malditos estereotipos Un día de aquellas tardes aburridas en la ciudad, una niña de unos diez años en un vecindario de clase media se encontraba sola, sus papás se habían ido de vacaciones y la dejaron con una niñera, la cual nunca llegó, la niña no dijo nada pues ella estaba feliz de tener la casa para ella sola y hacer lo que quisiere, esa tarde ya estaba cansada, pues había jugado suficiente y había hecho sus deberes por sí misma, así que se propuso ver la televisión para quitar un poco el aburrimiento, lo único que encontró en la televisión fueron programas con estereotipos de mujeres y hombres, así que después de haber checado toda la programación y no encontrar nada decidió salir a jugar, pues ya había recuperado fuerzas, fue al campo de football que quedaba a dos cuadras de su casa y observo a un grupo de niños que estaban jugando, trato de jugar con ellos pero el estereotipo de la mujer pudo con ellos, así que, no teniendo una mejor idea, se disfrazó de hombre, tenía un equipo de protección y un casco, ya que en
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su escuela practicaba el deporte, así que regresó al campo de football y entró a jugar, jugaron un rato, después de un tiempo el capitán del equipo contrario se dio cuenta de la farsa y trato de negarle jugar. —Eres un mentiroso… ¿O querré decir mentirosa? —dijo el capitán. —¿De qué estás hablando? Preguntó uno de los lame botas del capitán. —Mira fijamente a nuestro nuevo amigo ¿No te parece que tiene algo raro? —dijo el capitán —No… —dijo el lame botas. —Quítale el casco idiota. Ya que no puedes ver algo tan tonto… —le encomendó el capitán —¡Aléjate de mí idiota! Le gritó la chica. Trató de defenderse pero fue demasiado tarde pues el lame botas ya tenía el casco en sus manos y la niña dejó al descubierto su cara y su cabello. —¡Tenía razón! ¿Qué haces aquí? ¿Qué no ya te habíamos dicho que no queríamos jugar contigo? —dijo el capitán. —Yo solo quería divertirme un rato —respondió la niña. —Pues no queremos divertirnos contigo —le dijo el capitán. —¿Qué tiene de malo jugar con ustedes aunque sea una niña? —Mira, si nos ven jugando contigo, nos consideraran débiles y no queremos ser molestados por otros niños, así que mejor vete, es lo mejor para todos —le respondió otro lame botas.
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—Pues estas equivocado, pero no quiero perder mi tiempo con ustedes —dijo la niña. Después de aquella conversación la niña regreso a su casa enojada y recordó por que odiaba tanto los estereotipos. El investigador loco Aquí en este pueblito alejado de la ciudad y la suciedad no sucede nada interesante… generalmente, algunos ruidos extraños algunas noches y desaparición de algunos animales en pocas ocasiones. Al principio, cuando era más pequeño, no le di importancia pero, conforme iba creciendo mi curiosidad fue aumentando a tal grado que un día me propuse investigar sobre aquel asunto. Después de ayudar a mi padre en la granja, empecé a recabar información de lo más extraño que había sucedido en el pueblo desde años atrás, todo me guiaba a brujería o espíritus chocarreros como decían las amas de casa. Una de aquellas noches que no se puede dormir bien escuché el sonido de una gallina, el cual, hacia parecer que la agarraban en contra de su voluntad. Me levanté rápidamente y salí en pijama hacia donde se había producido el sonido, pero cuando llegué lo escuché todavía más lejos y decidí aventurarme hasta que ya no escuchaba mas ese sonido, camine un rato hasta que llegué a una
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casucha con una ligera luz encendida, me asomé por la ventana y observe la figura de un hombre de espaldas, continué observando por un rato, viendo que era lo que hacía, parecía que realizaba un rito, pues danzaba de un lado a otro y decía cosas extrañas hasta que después de un tiempo observe que trazaba una figura con los huesos de la gallina que había escuchado anteriormente. Cuando terminó de trazar la figura giro bruscamente y se acercó a la ventana velozmente, susurró: sal de aquí ahora que puedes, después será demasiado tarde, no dude ni un segundo pues mientras el terminaba de decir su advertencia yo lo observaba, tenía la cara desfigurada, de un color casi negro y unos larguísimos dientes así que al haber terminado su advertencia yo salí corriendo, me perdí, estuve dos o tres días perdido hasta que un campesino me ayudo a regresar al pueblo, cuando le conté a todos mi historia dijeron que estaba loco y desde ese momento me trataron diferente, como cualquier persona trataría a un loco.
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LOS AUTORES
Caloca Lafont
Zulemi Arrieta Robles
Carolina Jiménez G.
Alejandro Arévalo M.
Sebastián Tenopala S. Ricardo Iracheta
Miriam G. Ferrétiz R.
Héctor Luna Becerril
Daniela Ángeles G.
Daniela Hernández P.
Aldo Estévez
Daniela Roca Jijón
Emmanuel Ribeiro A.
Carlos A. Escutia M.
Edición única • Mayo de 2014 © Caloca Lafont, Carolina Jiménez Guzmán, Sebastián Tenopala Suárez, Zulemi Arrieta Robles, Alejandro Arévalo Mendoza, Ricardo Iracheta, Miriam Guadalupe Ferrétiz Ramírez, Daniela Ángeles Galván, Aldo Estévez, Emmanuel Ribeiro Aceves, Héctor Luna Becerril, Daniela Hernández Pérez, Daniela Roca Jijón, Carlos Alberto Escutia Maldonado, Daniel Zetina © EdicioneZetina, diseño editorial Los derechos patrimoniales de los textos pertenecen a los autores, quienes son responsables de la originalidad de su obra. No pueden reproducirse sin la autorización de los mismos. edicioneszetina@yahoo.com
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UNIVERSOS PARALELOS Se editó en mayo de 2014 entre el día de la madre y el día del maestro (todo escritor tiene una y quizás dé clases un día) Se aprovechó la tipografía Futura Md BT Los folios se compusieron en 12 puntos Alabada sea la reunión de la juventud en torno del arte y no de la violencia