Dientes de leche

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Infancia. (Del lat. infantÄ­a). 1. PerĂ­odo de la vida humana desde que se nace hasta la pubertad. 2. Conjunto de los niĂąos de tal edad. 3. Reino de la bestia y la pureza.



Antes de la lactancia Éramos niños blancos. La leche, Dijeron, Hará crecer vuestros dientes, Los pondrá fuertes, Los necesitaréis para comer: Incisivos, Los usaréis para cortar; Caninos, Los usaréis para desgarrar; Premolares, Los usaréis para masticar; Molares, Los usaréis para triturar. Antes de la lactancia Éramos niños blancos; Ahora, Carnívoros. Myriam Seda


Mientras el lobo se llena las fauces de leche, una flecha en el corazón de la cierva consuma su matrimonio con él. La única prueba de esto es el quejido. Un hilo de sangre -su calor- altera el sueño de la temerosa, la tocada, dicen sus padres. Al abrir los ojos, reconoce su mancha infantil en el pecho. De ahora en adelante, los objetos de costura, las tacitas de té la rechazarán para siempre. Percute ahí. Aprende a aullar. Al menor descuido, será tu pecho lo que amamante al mundo. Tu olfato delimita el territorio de lo puro. Por ahora, quedan los elementos del bosque, el combustible, la niebla. No. Queda la casa vacía, su trajecito de muerta, las fresas maduras. Toca la cabeza del animal hasta que él te reconozca. Haz que los árboles vuelvan en sí. Al cuerpo que yace a tu lado, será tu blancura lo que le dé el nacimiento. No hay mamífera pequeña y profunda/que no intente alimentar a lo salvaje.

Daniela Camacho



ИВАНОВО ДЕТСТВО I Fuiste cristal, seno que herrumbre, – pies delgados finísima sutura que te sostuvo, “hijo viejo no mires al fuego”. Apunte desollado “no mires” figura que se alarga hasta el cristal del pozo madre “mil veces no fueron una”, Revelación constante a través de la fe “buscaste” Iván. En la singladura no hubo intercambio y en los bolsillos inquietantes los dedos juegan a atrapar migas de pan “no te llevarás la mano a la boca”. Correrán pies descalzos por el lodazal II -МАМА, ТАМ КУКУШКА. Correrán pies descalzos por el lodazal en alegría continuada Será fragmentario lo que te retuvo El rostro de la madre estrellado contra la grava Y temerás Imposible construir a partir de esos restos. Todo lo que quede en conjunción, unido por el filamento óseo hasta el cuello, “Iván, detente,” tu mirada llena de estrellas, tu cuerpo contra ti mismo, la enfermedad es tu vejez tú que ni siquiera


III -КАКУЮ ЗВЕЗДУ? -ЛЮБУЮ. “Te dije que no corrieras descalza por el lodazal” pero hay quien no escucha y participa del incesante juego, más allá todo algún día se va acabar, se está acabando, en la cara morada del futuro, un niño colgado pies no tocan la tierra, su otra lengua que no fue aprendida sí yuxtapuesta, -los lugares te recorrían pero dónde estaban los lugares; montañas de cuerpos rendirán culto a tu esclavismo, mirada agresiva, pégame, si tú fueras mío, el deseo, el deseo, el deseo: IV Si ni siquiera tú que ni siquiera: tú, Iván, el reverso de tu mueca es el terror de la alegría. El terror de la alegría es el reverso de la muerte y, a la par que su contrario, su veloz enemigo, su temperatura. Tu cuerpo y desarraigo, no fue la salvación quiso ser la fractura entre lo que se custodia con amor y lo que se acerca con odio. Pero no me acerco con odio. Y sin embargo siento que acerco. Estas manos de barro que construyo son una mentira y descubrirás la falsedad que se deshace. Y digo “yo, Iván, me lo merezco todo”. Y digo yo que ni siquiera, y digo yo que con ímpetu y yo que soy rechazo y yo que soy caída y doble, y yo que soy pies que no tocan la tierra, niño que llora furioso cubierto de ira hacia la madre con la rotundidad de un gesto infantil aciago que se acerca y destruye su carne y da lugar a un nuevo rostro que cuelga; y es fuego; y es casi

Ruth Llana





escriba: no puedo escribir esta historia como yo quisiera escriba: dentro de mí está lo más salvaje que he cazado escriba: los niños se ríen mientras corren y el mundo se abre por ambos lados escriba: si uno de esos niños viniera con una presa en la mano, con un pájaro criado en el mismo cielo que lo soporta, si el niño viniera con unos ojos vacíos que nada esperan de una madre muerta, ofreciéndote la presa aún caliente, no en la boca, no entre los dientes, no sangrante, si te dijera encárgate tú ahora, encárgate tú de su corazón y de sus ojos, podrías soportar la pena escriba: pena escriba: observo el cielo como una idea que se repite escriba: el cielo se me cae de las manos sin hacer ruido escriba: vacío, vacíos, los ojos del niño están vacíos, en sus ojos el niño está solo, escriba y diga en voz alta el corazón del niño es una jaula porque el niño es un cazador y dentro está lo más salvaje que ha cazado escriba: el corazón del niño es ahora un soldado con la cabeza rapada que pisa el mundo con los pies encendidos, prende innumerables flores erguidas y desnudas -adelfas, escaleras de jacob- y puede que algunas tardes de verano juegue a la rayuela en la tristeza como en la arena de una costa vacía, con los brazos extendidos, las palmas de las manos abiertas, como alas escriba: durante la noche el corazón del niño permanece en el pecho de su madre muerta o de su estrella como si las estrellas no estuvieran lejos escriba: no puedo escribir esta historia como yo quisiera escriba: hay niños que ríen mientras corren y otros que cantan escriba: el niño de esta historia guarda silencio en silencio escriba: el silencio es el animal más peligroso que conozco Isabel Tejada


TREES CAN FEEL PAIN* Somos material caótico y torpe tormenta cálcica, serrín de estrellas construiremos un altar en tu fémur beberemos para olvidar la voz. Mercurio del que nace la sangre del árbol nevado, árbol de sed apoyado en el vencejo. Somos animal-memoria herviremos la orilla de un bosque azul para abrigar la noche, sin embargo, escucha, no estamos solos alguien observa desnudo entre la arboleda y esculpen las manzanas sus huesos tibios. Haya quizás buscado hendir el conocimiento en la costra del árbol transformar el frío de la metralla, el arsénico en una corona de algas definitiva sirenas: conocemos ese gesto, hemos venido del mar como un tritón herido por el signo. Creo que estábamos en un mismo

sueño


pero no teníamos voz, solo sed y el frenético hacer de los insectos. Así pues lo habíamos querido; así, ver el ramaje codificar la luna, masticar el luto del lenguaje ante el limo. Es tarde, demasiado tarde; el sol ha fermentado un rayo en tus pulmones, el último pájaro ha procurado un quiebro indeciso alga nieve limo gesto insecto corza voz frío árbol

que un hilo de sangre

nos dibuje el mentón.

Almudena Vega

*Título original del tema homónimo perteneciente al álbum El camino de José Carra.


VENENO PARA LAS HADAS Avanza como brea contra la nieve blanca. Aquí yace la calma. La muerte sigue inmóvil. No hay nada que tocar, ni siquiera la hierba cubriendo nuestros cuerpos como un espejo roto. Es infinito el bosque al volver a hibernar. Las manos se entrelazan y sin embargo caigo contra el tiempo. Aquí calla el dolor: Muere una mariposa y un pájaro no canta. Pequeñas bestias ciegas: monstruos dormidos, niños, ángeles despiertos. Ana Gorría




guarídame del crujido con entraña y vapor medulea la fonética de los huesos pequeños sopla tierra de la pupa un hormiguero lamido borde escuece tragaluce idiomas a signos piel miguitas de hábitat

Alba Ceres


Hay un animal/ una hija grávida, llena de leche, llena de pájaros, percutiendo ahí, lejos de la manada. Sabe moverse entre las sombras, pero ha traído consigo el ojo materno para ser vigilada. Ha traído consigo la aurora, el autismo y la fiebre, su coronita de flores. Concede su cuerpo a los milagros del bosque: aun con los ojos cerrados, se puede ver una ninfa dorada, un caballo del diablo prendido a su pecho. Criatura del miedo, ven a libar sobre el corazón de la cierva. Haz el performance de ocultar sus ojos en blanco. Hay un animal/ una composición invencible, una temperatura en el recién nacido que avanza hacia el desastre. Pequeño apetito. Percute ahí. Muy pronto el bosque ya no podrá contenerlos. Los perseguirán el deseo y los ciclos de sangre. Se buscarán las manos poseídas por la velocidad de las libélulas y, para ellos mismos, serán inalcanzables. Daniela Camacho



i. viene el cazador y le recoges la espuma de la boca con los dedos. la moldeas, la conviertes en. la utilizas para limpiarte. el cazador niño dice eres un hada. las hadas no deberían meter los dedos en nadie. los dedos de las hadas son demasiado pequeños para. tus dedos demasiado pequeños para. ninfas sin alas como ángeles sin alas. las hadas huyentes con sus pies chiquitos sobre lo desnudo del bosque. pero tú no tienes aún bosque. tú no tienes la estepa litvinova. ii. un dedo dentro del cuerpo. … … las tres falanges. un puño dentro del cuerpo.


iii. la edad adulta será constelaciones blancas entre los muslos yo ahora seré el lobo ahora te mostraré cómo se maquillan las marcas de diente shh iv. la edad adulta será cicatrices. juega. v. (ya) no soy un hada. no vuelo la estepa no correteo la estepa. el invierno descubre el nombre del cazador que llevo dibujado entre las piernas. orión blanco hielo. mis manos sí entran. mis manos recogen mi espuma y la despliegan en alas. lo que queda: las mordidas privadas del lobo.

Carmen Juan




Caí en un sueño profundo. De niña, cada día, nacía de nuevo: un día con rostro, al otro, sin él. Mis pechos se escondían y crecían como enredaderas. Y de nuevo, desaparecían. Sentí varias veces mi tronco quebrarse. Como un árbol partido, cada día con un rostro nuevo, en alguna parte del territorio: el bosque, el lago, la escuela. Era difícil que alguien me reconociera de aquella manera. Y un día, crecí. Según las indicaciones de los mapas, a estas alturas, teóricamente ya no debería estar aquí.

Sara R. Gallardo


Estábamos muertos y podíamos respirar

manchas de tierra manchas de sangre

dientes de leche dientes de carne cuento los años desde la enfermedad mientras a ti acudo sonámbula: sangraron las trenzas al acabar la infancia

María Mercromina




Los muchachos más mayores no volvieron a la escuela. Cumplidos los catorce, los padres reclamaban su presencia en los campos y en las cuadras. Cuidaban con paciencia de los mansos animales. Ayudaban a nacer a los terneros, cubriéndose de sangre hasta los codos, y luego los guiaban hacia el pecho de la madre, bebiendo también ellos de esta leche deliciosa, maternal, apretando con los dientes el suavísimo pezón que alimentaba a la criatura sin distinguirla de las otras. Después se adormilaban en la cuadra, sucios y saciados, al calor de la cansada parturienta, y allí los encontraban las mujeres de la casa. Miraban silenciosas al durmiente, y tras un largo vacilar, besaban aquel rostro que emergía entre las patas de la bestia. Un último beso, se diría, antes del adiós definitivo, del crecer irremediable del infante.

Dara Scully




La infancia es un trapecio de navajas y ríos. Veo correr un gato en llamas, atraviesa la calle y lloro. Tal vez aquel alarido invocando al poema. [eran como mariposas, yo las vomitaba, prendidas de un hilo blanco] La infancia es un pájaro muerto. Veo la piedra, el nido cayendo, tres polluelos que gritan. Y lloro. Sus pequeños cadáveres. Su piar desesperado. [cómo ver hermosura en aquellas metáforas. eran mariposas crucificadas por un alfiler] La infancia es una larva. Un tejer algo que nos proteja. Veo mi desnudez, la carne más tierna golpeando el asfalto. Las rodillas comienzan a sangrar en el desgarro la piel es un pétalo rosáceo una flor que se abre un fruto rojo sucumbido de niñez atraviesa la herida, primavera roja emerge de ella un gato en llamas y mil polluelos hambrientos. [la infancia es un cuadro de flores secas y pequeñas mariposas clavadas] Rompo el cristal y las libero. Abro la boca, las engullo las absorbo, las hago mías. Quisiera salvarlas, poder verlas volar pero solo escupo sus alas versos blancos, pequeños y mortecinos. Que me hacen llorar.

Mar Benegas


La nieve sonriendo ante los años sobre todo la nieve en la cerradura donde pesa menos digo creemos en la forma de llave de los cementerios la nieve malva tan cerca la observamos creemos regresar a la belleza de los cuerpos pequeños la piel nostalgia de los lactantes lo mismo ocurre cuando estás sola un niño rebota buscando el pecho su cauce diminuto algo que se parece a la infancia y ya no es río la edad primitiva de los campanarios conciben la rama también el musgo ocupa el espacio de un suspiro María Sotomayor


La suelta de telarañas Durante una caminata por el parque mi padre me cuenta: “Unos días antes del otoño, durante las tardes de cielos rojos, se produce un fenómeno frágil: la suelta de telarañas. Hilos platinados como canas, llevados por el viento, se adhieren a los troncos, columpios y espaldas”. Yo te pregunto, padre, cómo se sienten las arañas al conquistar el mundo, sin que el mundo lo sepa.

Natalia Litvinova


Recuerdo de un jilguero Mi hija tiene una herida imaginaria. Es la herida de una aguja en el brazo izquierdo o más bien el recuerdo de esa aguja. Herida arañazo de jilguero herida pico clavado en carne blanca. Ya curó el agujero pero ella no quiere que nadie toque ahí, no quiere quitarse la ropa y ni siquiera subirse la manga del pijama para lavarse las manos. Intentamos convencerla de que su herida no existe pero ella frunce el ceño, pone voz en falsete y escenifica el momento en que la herida fue causada. Puedo perfectamente ver la cara de la enfermera entrando, en las manos asidos los utensilios de abrir vías. Si insistimos, se enfada. No, no, no, dice. Debemos respetarla. Ella tiene una herida imaginaria tan fresca que no llega a cicatriz. Yo sin embargo tengo solo memorias. Nostalgias de dolores ya cerrados. Eso es más gratuito que la herida de un pájaro. Mucho más fantasioso, más pueril. Pero tengo también algo más peligroso y contundente: el miedo admonitorio de dolores futuros heridas vanguardistas heridas horizonte un abismal terror a la herida del mañana la blanda superstición de lo premonitorio. Yo también necesito que alguien venga a decirme que la piel de mi brazo está curada que ya no hay cicatriz ni siquiera un rasguño leve temblor del daño que no hay nada que ha pasado el peligro por ahora. Lara Moreno


BISAGRA la poesía el riesgo de parálisis Rimbaud la sala de espera la placenta de mi madre un charco yo renqueante yo sentada en el suelo de la habitación yo hueso y limosna arbitraria objetiva yo borrándome yo desprendiéndome de mí la escritura es una piedra arrojada contra el cráneo de un niño tengo que hacer algo con los espacios cerrados digo tengo que hacer algo tengo que hacer algo con la memoria de mi cuerpo digo posición vertical piernas en curva tengo que hacer algo dejaré que la niña se asfixie

no haré nada dejaré que beba de mi hígado hasta extenuarse

Laia López Manrique





ME ARRANCASTE LOS DIENTES CON UN HILO no me gusta la leche y eso no quiere decir que no sea buena LETITIA ILEA Aprendo lo que significa sarro cuando aprendo lo que significa diente. Mamá escondía mis incisivos entre sus tesoros, quería que el recuerdo de la infancia mordiera al recuerdo del tiempo, quería, quizá, que algún día yo los encontrara tan tiernos y tan brillantes como al principio. Aprendo lo que significa basura cuando aprendo lo que significa luto. Tiro entonces las muelas, los colmillos, las ridículas gotas de sangre seca que aún huelen a empaste y a anestesia en aquellas pequeñas cajas de madera que guardaba en su cajón. Me deshago de mis dientes. Me deshago del recuerdo, lo tiro a la basura porque lleva consigo palabras que no quiero. Aprendo que ahora el sarro se parece demasiado a las cenizas. Mi boca. El sabor grisáceo de la muerte. Mi boca. El sabor grisáceo de los dientes blancos. Mi boca. Me atraganto impaciente con su leche. La bebo hasta que eructo o la bebo hasta que lloro. Aprendo lo que significa lágrima cuando aprendo que ella se ha marchado y que mis manos y mis ojos y mi infancia fueron su mayor tesoro.

Luna Miguel


Recolecta en El Arenal Nunca te hablé de las cerezas. Imagina un campo pelado, pasado el puerto, lleno a rebosar de cerezas amarillas. Imagina una finca y a los adultos bebiendo vino alrededor de una mesa en la sombra. Imagina cerezas verdes que aún no han caído del árbol, esperando a ser recogidas por las manos de una niña que prefiere jugar a dar vueltas hasta caer en el barro. Nada más crecía allí. Podías arrancarlas o morir de hambre. Podías comértelas una a una hasta el empacho. Podías comer todas las que quisieras, hasta que se pusiera el sol. Que es lo que hicimos, comerlas, porque no sabíamos cuándo volverían a crecer. Aquel verano decían nunca volverás a ser tan rubia, y la luz cortaba y los estómagos dolían. Decían la dieta cambiará tu pelo, pero la luz no nos preocupaba, pero la náusea no nos preocupaba. Igual que tu lengua se preocupaba por el sabor, no por la colecta. Por eso nunca te hablé de las cerezas. El resto del año nadábamos en la tierra: había que cuidar las manos. Había que resguardarlas para la recoger la cosecha. Nunca te hablé de las cerezas porque se repite todo lo que se ama, y yo no quería amar aquello que se repite. Yo amaba las cerezas, pero no había manera de contarlas. Parecían todas iguales: las ácidas y las blandas, las dulces y las maduras. Todas saciaban. La nutrición es repetición: recoger y esperar que se vuelva a producir.


Pero ellos nos decían cada tacto, cada sabor tienen que ser nuevos. Si no para qué. Conseguimos entonces aborrecer las cerezas. Hartamos de cerezas a nuestros estómagos hinchados. Vomitamos cerezas abandonadas sobre un campo vacío. Ya no quedan más cerezas. Si alguna vez viajas al puerto, no querrás comer cerezas, aunque no sepas por qué una vez estuvieron allí. No te hablé de las cerezas para que no recuerdes que un día, al alzar tu brazo y buscar su color, creciste.

Emily Roberts


El fabricante de ataúdes yugoslavo Los fabricantes de ataúdes yugoslavos se habían especializado en tallas pequeñas con la epidemia de fiebre del heno del veintidós de marzo de 1897. La fiebre del heno es una enfermedad cruel, como todas las que son producidas por pequeños parásitos que anidan debajo de la piel. Ataca sobre todo a los tejidos blandos y suaves de los niños, más propensos a los coágulos y a las secreciones lácteas. Las madres escondían a sus hijos debajo de las camas para que los sudores helados no pudiesen encontrarlos, pero las esporas de la fiebre se cuelan por los huecos de las puertas, como el agua oscura de los pozos o las membranas del interior de los oídos. Cuando dejaban de respirar, los niños eran abandonados en la calle, donde los limpiadores de botines podían hacer su trabajo sin ser molestados. Las autoridades estatales habían prohibido enterrar a los niños por la utilidad de sus pequeños huesos para fabricar peines, pero el fabricante de ataúdes era sensible a los procesos de fermentación. Por eso, cuando caía la niebla, los metía en sacos y los llevaba al bosque. Allí les tomaba las medidas y les construía ataúdes con ramas y cortezas, como pequeños nidos subterráneos. Después, les arrancaba los botones del abrigo, con los que fabricaban anillos de latón que vendían a los cocheros búlgaros a cambio de agujas y cordones nuevos para los zapatos. Cuando habían arrancado todos los botones, los enterraba lo más profundo que podía, para que los funcionarios de manos diminutas no pudiesen encontrarlos y arrastrarlos de nuevo a la ciudad. En los lugares en que habían sido enterrados, la maleza era densa como el polen de las hortensias y emitía gemidos crueles al llegar el verano. Layla Martínez



Canción de cuna Ojalá la vida os merezca de todo menos la pena. Que os merezca el barro en la estación de lluvias, que os merezca el disgusto de la gente, que os merezca el azar, el caos, las carreras locas, y el temblor valiente. Ojalá la vida os merezca de todo, incluso el estómago vacío y la lactancia amarga. Ojalá sea una infancia furiosa de primaveras pequeñas como la vida, de sonrisas grandes como querencias. Una infancia maleducada y cruel, de esa que acaba en castigo y uñas sucias y dientes rotos. Que la televisión deje de llamaros pobres. Que los ignorantes vomiten lástima sobre su pan, y no sobre vuestra tierra. Que nadie os mire. Que nadie os ate. Que nadie os salve. Quemad los zapatos, que son jaulas negras, que son sombras tristes. Los adultos somos locos asustados. Asfixiados. Agotados. Viejos. No hagáis ruido, os pedimos. No seáis, os ordenamos. Lávate las manos, niño. No rías tanto, niño.


Aprendemos mil idiomas, y perdemos todo el rato. Nos perdemos. Os perdemos. Os convertimos en nosotros. Os educamos. Os anulamos. Porque vuestra mirada es diáfana y vuestra luz nos deslumbra. Porque sois verdad y la verdad es horizonte y alas de mariposa que se arruinan con el tacto. Qué miedo los momentos verdaderos. Qué miedo imaginarme en vuestros ojos. Qué miserable, qué fea, qué despreciable me imagino en vuestra mente. Pero qué verdadera. No me miréis tanto, niños, que me muero de vergüenza, que me he vendido a la pena. Que nada os merezca sufrir, que las penas son invento de los hombres. Que crecer es sólo excusa, es sólo escudo. Sed siempre niños, sed siempre agua. Sed pájaro y murmullo. Canción de cuna. Temblor de rama.

María Ferreira




Orquesta, maqueta y fotografĂ­a: Dara Scully www.cargocollective.com/darascully bosqueabedules.blogspot.com


Las niñas, las salvajes Alba Ceres

Luna Miguel

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Almudena Vega

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Daniela Camacho

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Isabel Tejada susurroypienso.blogspot.com

Laia López Manrique palidofuego.wordpress.com

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Natalia Litvinova www.natalialitvinova.info

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Ruth Llana vertigoaniveldelmar.blogspot.com


(dientes de leche)


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