Tapรณn
Hacía tiempo que la cutrez y la desidia se habían apoderado de La Galera. Lugar de referencia en la noche rompiera siglos ha, los recuerdos que durante tanto fueron impregnando sus paredes ahora se habían mudado al olvido. A años luz de un esplendor ya casi jurásico, sobrevivía ahora como motel de mala muerte, cimentado sobre un bareto indignantemente caro en planta baja. Y claro, su clientela se reducía a la rutina de cuatro viejos que iban a hacer el café o alguna que otra francesita con ganas de marcha que se había perdido en su búsqueda del macho ibérico. Pero Tapón no olvidaba. Era un jodido romántico. Sólo así se explicaba que al pasar por aquella oscura posada a él se le escapase siempre una sonrisa cómplice. Y el motivo no era otro que eso, un recuerdo. Una calurosa noche de agosto que el tiempo acabaría por hacer histórica. Habían pasado cerca de catorce años, pero parecía que fuese ayer. Aún oía las risas y la música de un Km14 colindante y hortera a más no poder. Entre el gentío, presidiendo la concurrida terraza de una apoteósica Galera, estaba su hermano. Su nombre, Jordi. Apellido, “la nuit”. Flanqueado por chicas de muy buen ver y colegas de futuro incierto, sentado en una de esas sillas metalizadas, echaba unas risas entre trago y trago de vodka con limón. Entonces él, seis años menor, decidió acercarse temeroso a pedirle algo de dinero para colarse con sus coleguillas en el Km. Al verle venir, Jordi,
brillante, dejó ir una sonrisa sincera que rápidamente se tornó forzada, de cara a sus contertulios. Estaba actuando y era la estrella, pero veía en Tapón la inocencia que él a base de noches había dejado atrás hace mucho. Al sentirse observado, Tapón se acordó de aquella tarde de sábado en la que él merendaba copiosamente ante el televisor y su hermano se disponía a salir para hacer daño en la noche de la condal. Entonces, Jordi, al ver que su hermano estaba entradito en carnes y no paraba de engullir, le sentenció: - Ten cuidado, Tapón. La noche es muy dura. No olvidaría esa frase en la vida, y menos ahora, que por fin la entendía. Inició procesión hacia la mesa, protagonista, maldiciendo todos y cada uno de los pastelitos mientras duraba la radiografía, con la única compañía de esa voz en off de un hermano ahora ya elevado a profeta. Un Jordi áureo que se mostró exageradamente agradable, sobreactuado, haciendo puntos para conseguir su objetivo prioritario de aquella noche: cualquiera de ellas. Le pidió el dinero y él le dio un manojo de monedas que sacó de su bolsillo, sobradísimo, así como con un aire medieval, sin contarlas. Con aquello creyó tener para abrir un fondo de pensiones, ya que su baremo eran las chuches y no los cubatas.
Rematando faena, Jesús preguntó a su apóstol: - ¿Quieres limonada? - Bueno, vale.- respondió el títere, sin sed, por aquello de alargar sus quince minutos. Después del segundo trago hizo una mueca significativa, que provocó las risas de los de la mesa. Había picado. No era preciso ser muy listo para entender que aquello no era limonada. Y sonrió como lo que era: un pardillo. Pero no se sintió incómodo, al contrario, orgulloso de que su hermano hubiese perdido el tiempo en hacer una broma con él, haciéndolo así partícipe de la noche que él compartía con aquellas féminas, y que éstas se encargarían que acabase siendo lujuriosa. Ya tenía algo que ver con ellas, pues. Dejaba aquella mesa más seguro de sí mismo, más hombre. Y aún oyendo a su espalda el descojone general, dejó La Galera rumbo al Km. Firme, pisando fuerte. No por el hecho de estar muy verde, y acabar de demostrarlo; sino porque ya no era un pardillo cualquiera. Cuidado. Ahora todos sabían que era “el hermano de Jordi”.