Tyson
Siguiendo mi rutina diaria, salgo del despacho y bajo al metro. Es pisar calle y darle al play. Supongo que si llego a viejo lo haré sordo, porque todo el día con el ipod no puede ser bueno. Solo tengo problema: esa canción. Empieza a sonar y el metro hace su parada. Oh, no. Otra vez. Se abren las puertas y sube Mike Tyson con su calzón corto negro. Gira la cabeza haciendo barrido de 180º y me encuentra. Corre hacia mí, y, sin decirme nada, con todo el impulso que le da la carrera de medio vagón, me propina un derechazo en el estómago. Entonces el muy cabrón se agacha y se me queda mirando, para comprobar que me ha dolido, y baja corriendo en la siguiente estación. El dolor me durará un par de paradas, recobraré el aliento, dejaré el metro y no veré a Mike en un tiempo; hasta que suene esa canción, claro. Hace un año que se me aparece, y en el fondo sé que me merezco ese puñetazo. Que me hace bien. Da rabia que tenga que ser así, pero no pienso poner como excusa el trabajo ni los ritmos de vida. Después de doce meses todo sigue más o menos como lo dejaste. Salvo que pasé mi primer verano en 30 años sin ti, y me sentí extraño. Cojo. Con la edad uno se da cuenta de cuáles son sus puntos de apoyo, y cuando se te va uno… lo notas.
Opté por no pensar. Disfrutar de la poca familia que me queda de día y beberme hasta las macetas de noche. Supongo que el próximo verano nos irá mejor; ser el segundo después de lo tuyo ya no tendrá gracia. El tiempo irá haciendo su trabajo. Lo que pasa es que hoy, justo 365 días después, siento la necesidad de disculparme por depender de una canción sensiblona; y porque sé que ese puñetazo dolería menos si te pensase a diario. Incluso puede que ese animal subiese al vagón sólo para echar unas risas y recordar lo grande que fuiste, tu sonrisa de serie o cualquiera de las mil anécdotas. La cuestión es que ha pasado un año. Y, aunque ya menos, aún dueles. Y vendrá la lenta, subirá Tyson, y seguirás doliendo.