LA LEYENDA DEL VERANO SIN FIN Los documentales de surf se convirtieron en un mito en los años cincuenta, gracias a sus viajes exóticos y al misticismo de las olas. Actualmente, este género cinematográfico ha evolucionado y ofrece una manera única de ver el mundo que nos rodea. Un cine rebelde e inconformista, rodado a pie de playa. POR DAVID MOREU
La historia del surf siempre se ha relacionado con la figura del surfista aventurero y su búsqueda incansable de la ola perfecta. Pero el origen de este mito de la cultura pop no es nuevo, sino que se remonta a la década de los cincuenta, cuando los documentales de surf se convirtieron en un fenómeno en California, con su mezcla sugerente de viajes por carretera, paisajes de ensueño y el inconfundible espíritu beat de aquella época. La obra más legendaria de este género es The endless summer, rodada hace ya cincuenta años y estrenada en 1964, que narraba la historia de dos surfistas que perseguían utópicamente el verano alrededor del mundo. Aquel título, dirigido por Bruce Brown, se alzó como una obra de culto y dio un giro romántico a este deporte, animando a muchos jóvenes a viajar en busca de nuevas experiencias. «Al principio nadie se atrevía a poner dinero para que rodaras una película de surf y la única opción era hacerlo por tu cuenta —explica el propio Brown con una sonrisa—. Pero entonces éramos jóvenes, muy optimistas, y no dábamos demasiadas vueltas a las cosas. Simplemente las hacíamos». Visto con perspectiva, aquellos documentales con estética naíf nunca destacaron por su originalidad y todos tenían un argumento muy parecido. Pero los tiempos han cambiado y ahora han aparecido directores más vanguardistas, que ofrecen una mirada única de la sociedad desde la playa. Sensaciones en la cresta de la ola Los primeros indicios de este cambio los marcó Thomas Campbell con su documental The seedling (1999), una propuesta con espíritu artístico que revolucionó esta escena tan alternativa. Aunque el público empezó a vibrar de nuevo con la magia de las olas gracias a las películas que rodó Jack Johnson antes de consagrarse como estrella en el mundo de la música. Aprovechando su pasado como surfista profesional, no tuvo ningún problema para convencer a los nombres más ilustres de este deporte y embarcarse con ellos en un viaje por Indonesia. Aquella aventura quedó inmortalizada en The september sessions (2002), un documental que volvió a poner de moda este género cinematográfico. «Conocía a los surfistas, sabía que había otras facetas en su vida y eso era lo que realmente quería reflejar. La sensación que tienes cuando el sol se está poniendo, cuando aún notas la sal en la piel y las olas brillan con los últimos rayos del atardecer —nos comenta el artista hawaiano—. La idea era capturar aquella imagen casi en slow motion, junto con los momentos más tranquilos que también disfrutaban». Aquí, el póster de Lost & found junto con tres de las fotos que Doug Walker encontró en un mercadillo de Los Ángeles. A la derecha, los dos protagonistas de The endless summer, el documental de surf más legendario de todos los tiempos [Foto: Bruce Brown Films]. 36
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LA LEYENDA DEL VERANO SIN FIN Los documentales de surf se convirtieron en un mito en los años cincuenta, gracias a sus viajes exóticos y al misticismo de las olas. Actualmente, este género cinematográfico ha evolucionado y ofrece una manera única de ver el mundo que nos rodea. Un cine rebelde e inconformista, rodado a pie de playa. POR DAVID MOREU
La historia del surf siempre se ha relacionado con la figura del surfista aventurero y su búsqueda incansable de la ola perfecta. Pero el origen de este mito de la cultura pop no es nuevo, sino que se remonta a la década de los cincuenta, cuando los documentales de surf se convirtieron en un fenómeno en California, con su mezcla sugerente de viajes por carretera, paisajes de ensueño y el inconfundible espíritu beat de aquella época. La obra más legendaria de este género es The endless summer, rodada hace ya cincuenta años y estrenada en 1964, que narraba la historia de dos surfistas que perseguían utópicamente el verano alrededor del mundo. Aquel título, dirigido por Bruce Brown, se alzó como una obra de culto y dio un giro romántico a este deporte, animando a muchos jóvenes a viajar en busca de nuevas experiencias. «Al principio nadie se atrevía a poner dinero para que rodaras una película de surf y la única opción era hacerlo por tu cuenta —explica el propio Brown con una sonrisa—. Pero entonces éramos jóvenes, muy optimistas, y no dábamos demasiadas vueltas a las cosas. Simplemente las hacíamos». Visto con perspectiva, aquellos documentales con estética naíf nunca destacaron por su originalidad y todos tenían un argumento muy parecido. Pero los tiempos han cambiado y ahora han aparecido directores más vanguardistas, que ofrecen una mirada única de la sociedad desde la playa. Sensaciones en la cresta de la ola Los primeros indicios de este cambio los marcó Thomas Campbell con su documental The seedling (1999), una propuesta con espíritu artístico que revolucionó esta escena tan alternativa. Aunque el público empezó a vibrar de nuevo con la magia de las olas gracias a las películas que rodó Jack Johnson antes de consagrarse como estrella en el mundo de la música. Aprovechando su pasado como surfista profesional, no tuvo ningún problema para convencer a los nombres más ilustres de este deporte y embarcarse con ellos en un viaje por Indonesia. Aquella aventura quedó inmortalizada en The september sessions (2002), un documental que volvió a poner de moda este género cinematográfico. «Conocía a los surfistas, sabía que había otras facetas en su vida y eso era lo que realmente quería reflejar. La sensación que tienes cuando el sol se está poniendo, cuando aún notas la sal en la piel y las olas brillan con los últimos rayos del atardecer —nos comenta el artista hawaiano—. La idea era capturar aquella imagen casi en slow motion, junto con los momentos más tranquilos que también disfrutaban». Aquí, el póster de Lost & found junto con tres de las fotos que Doug Walker encontró en un mercadillo de Los Ángeles. A la derecha, los dos protagonistas de The endless summer, el documental de surf más legendario de todos los tiempos [Foto: Bruce Brown Films]. 36
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Los documentales de surf han pasado de ser un producto exclusivo para los amantes de las olas a consolidarse como una ventana abierta a la historia del siglo pasado y a los conflictos sociales más relevantes. Siguiendo esta aproximación reivindicativa destaca White wash (2011), una película que reflexiona sobre la lucha por la igualdad de derechos y la oposición a la segregación racial en Estados Unidos, a través del testimonio de varios surfistas afroamericanos y algunos iconos de este deporte. Un viaje que nos lleva desde la psicodelia de los años sesenta hasta los grandes campeonatos actuales, acompañados por la música de The Roots y la narración de Ben Harper —un apasionado del surf, además de cantante comprometido—. Más surrealista es la propuesta de Between the lines (2008), un título que nos adentra en los horrores de la Guerra de Vietnam (1964-1975) a través de las experiencias de los surfistas que fueron llamados a filas para combatir en el sudeste asiático. Mientras algunos huyeron a Hawái para vivir en libertad, otros decidieron cambiar los longboards y la soleada California por el fusil y la lluvia del monzón, sin ser conscientes de que esa decisión marcaría sus vidas para siempre. «Aunque la escena de Apocalypse now en la que el coronel Kilgore decide atacar Charlie’s Point para poder disfrutar de las olas parezca exagerada, nos encontramos con anécdotas similares que sucedieron de verdad —explica Troy Page, productor de la película—. Nosotros entrevistamos a Tom Lucker, un veterano que se adentró junto a otro soldado en territorio enemigo e hicieron turnos de vigilancia en la playa para poder practicar surf». Huellas imborrables La propia historia de este deporte se ha convertido en un tema recurrente de muchos documentales, aprovechando la mitología de su cultura y el magnetismo que provocan las imágenes de archivo. Una de las retrospectivas más fascinantes es obra de Doug Walker, un cineasta que se encontró tres cajas repletas de negativos de olas gigantes de los años setenta en un mercadillo de Los Ángeles y decidió ir en busca de sus fotógrafos para revivir sus hazañas en las playas más emblemáticas del planeta. El resultado ha sido Lost & found (2011), una película
de surf atípica y romántica sobre una época que se perdió en el horizonte del tiempo. Durante décadas, los documentales de surf han dejado una huella imborrable en el imaginario colectivo gracias a sus viajes. Al principio se trataba de visitar países exóticos para disfrutar sus olas, pero hoy apenas quedan lugares nuevos para descubrir. Por este motivo los cineastas desean sumergir a los espectadores en las costumbres de pueblos remotos, utilizando este deporte como hilo narrativo. En Sliding Liberia (2008) seguimos a un grupo de surfistas en su periplo por este país africano, devastado por años de guerra civil, al mismo tiempo que los vemos convivir con su gente y perderse en sus rompientes interminables. La película también cuenta la historia de Alfred, un joven liberiano que se enamoró del surf cuando encontró una tabla mientras huía de los rebeldes y ahora tiene una segunda oportunidad, una nueva vida alejada de la violencia. Más allá de océanos y playas Uno de los títulos más premiados de la temporada es Splinters (2011), que rememora la llegada de este deporte a Papúa Nueva Guinea a finales de los años ochenta (cuando un piloto australiano olvidó su longboard) y explica las rivalidades que ha comportado su práctica en una pequeña aldea de la costa. Una historia real, violenta y emotiva sobre la influencia del surf entre los jóvenes que sueñan con un futuro más esperanzador. «Todo empezó cuando leí un artículo en The Surfer’s Journal que decía que en el pueblo de Vanimo la población local sentía una gran devoción por el surf —nos cuenta Adam Pesce, su director—. Entonces tuve curiosidad por saber cómo la llegada de este deporte afectaría a esa gente. Todo fue un acto de fe. Seis de los nueve meses que estuve allí rodando los pasé completamente solo, hasta que mi hermano vino para ayudarme». Actualmente el surf ha conseguido derribar fronteras y ha llegado a los rincones más inhóspitos del planeta, incluso donde ni siquiera hay océanos ni playas. Esto es lo que refleja Out of place (2010), documental protagonizado por un grupo muy pintoresco de surfistas de Cleveland (en el estado de Ohio), que se reúnen para coger olas en el lago Erie sin importarles en absoluto el frío y la nieve. Una locura underground que apareció en la portada de The New York Times y ya ha cautivado al público en multitud de festivales. John Milius, director de El gran miércoles (1978), ha comentado en varias ocasiones que el surf es el mayor símbolo del imperialismo californiano alrededor del mundo. Aunque pueda parecer una afirmación pretenciosa, es evidente que los documentales sobre esta cultura siempre han cautivado a los espectadores y han creado una mitología que trasciende la gran pantalla. No en vano, este año se estrenarán dos películas que prometen emociones fuertes: la primera será Orange sunshine, sobre una secta de surfistas de Laguna Beach (California) que se convirtieron en los mayores traficantes de LSD de Estados Unidos en los años sesenta; la segunda se titulará Sound of the surf y rendirá tributo a los grupos de música que pusieron ritmo a las olas antes del estallido del rock. El documental sobre surf es un género cinematográfico de leyenda que nos permite soñar despiertos en las calurosas noches de verano y reivindicar un mundo más justo desde la playa. Incluso si vivimos en el caos de la gran ciudad. ■ Arriba, un niño haciendo bodyboard en Splinters [Foto: Jason Pini]. Sobre estas líneas, imagen de Sliding Liberia, una escena de Splinters [Foto: Adam Pesce] y una fotografía de surf durante la Guerra de Vietnam de Between the lines [Foto: Greg Samp].
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Los documentales de surf han pasado de ser un producto exclusivo para los amantes de las olas a consolidarse como una ventana abierta a la historia del siglo pasado y a los conflictos sociales más relevantes. Siguiendo esta aproximación reivindicativa destaca White wash (2011), una película que reflexiona sobre la lucha por la igualdad de derechos y la oposición a la segregación racial en Estados Unidos, a través del testimonio de varios surfistas afroamericanos y algunos iconos de este deporte. Un viaje que nos lleva desde la psicodelia de los años sesenta hasta los grandes campeonatos actuales, acompañados por la música de The Roots y la narración de Ben Harper —un apasionado del surf, además de cantante comprometido—. Más surrealista es la propuesta de Between the lines (2008), un título que nos adentra en los horrores de la Guerra de Vietnam (1964-1975) a través de las experiencias de los surfistas que fueron llamados a filas para combatir en el sudeste asiático. Mientras algunos huyeron a Hawái para vivir en libertad, otros decidieron cambiar los longboards y la soleada California por el fusil y la lluvia del monzón, sin ser conscientes de que esa decisión marcaría sus vidas para siempre. «Aunque la escena de Apocalypse now en la que el coronel Kilgore decide atacar Charlie’s Point para poder disfrutar de las olas parezca exagerada, nos encontramos con anécdotas similares que sucedieron de verdad —explica Troy Page, productor de la película—. Nosotros entrevistamos a Tom Lucker, un veterano que se adentró junto a otro soldado en territorio enemigo e hicieron turnos de vigilancia en la playa para poder practicar surf». Huellas imborrables La propia historia de este deporte se ha convertido en un tema recurrente de muchos documentales, aprovechando la mitología de su cultura y el magnetismo que provocan las imágenes de archivo. Una de las retrospectivas más fascinantes es obra de Doug Walker, un cineasta que se encontró tres cajas repletas de negativos de olas gigantes de los años setenta en un mercadillo de Los Ángeles y decidió ir en busca de sus fotógrafos para revivir sus hazañas en las playas más emblemáticas del planeta. El resultado ha sido Lost & found (2011), una película
de surf atípica y romántica sobre una época que se perdió en el horizonte del tiempo. Durante décadas, los documentales de surf han dejado una huella imborrable en el imaginario colectivo gracias a sus viajes. Al principio se trataba de visitar países exóticos para disfrutar sus olas, pero hoy apenas quedan lugares nuevos para descubrir. Por este motivo los cineastas desean sumergir a los espectadores en las costumbres de pueblos remotos, utilizando este deporte como hilo narrativo. En Sliding Liberia (2008) seguimos a un grupo de surfistas en su periplo por este país africano, devastado por años de guerra civil, al mismo tiempo que los vemos convivir con su gente y perderse en sus rompientes interminables. La película también cuenta la historia de Alfred, un joven liberiano que se enamoró del surf cuando encontró una tabla mientras huía de los rebeldes y ahora tiene una segunda oportunidad, una nueva vida alejada de la violencia. Más allá de océanos y playas Uno de los títulos más premiados de la temporada es Splinters (2011), que rememora la llegada de este deporte a Papúa Nueva Guinea a finales de los años ochenta (cuando un piloto australiano olvidó su longboard) y explica las rivalidades que ha comportado su práctica en una pequeña aldea de la costa. Una historia real, violenta y emotiva sobre la influencia del surf entre los jóvenes que sueñan con un futuro más esperanzador. «Todo empezó cuando leí un artículo en The Surfer’s Journal que decía que en el pueblo de Vanimo la población local sentía una gran devoción por el surf —nos cuenta Adam Pesce, su director—. Entonces tuve curiosidad por saber cómo la llegada de este deporte afectaría a esa gente. Todo fue un acto de fe. Seis de los nueve meses que estuve allí rodando los pasé completamente solo, hasta que mi hermano vino para ayudarme». Actualmente el surf ha conseguido derribar fronteras y ha llegado a los rincones más inhóspitos del planeta, incluso donde ni siquiera hay océanos ni playas. Esto es lo que refleja Out of place (2010), documental protagonizado por un grupo muy pintoresco de surfistas de Cleveland (en el estado de Ohio), que se reúnen para coger olas en el lago Erie sin importarles en absoluto el frío y la nieve. Una locura underground que apareció en la portada de The New York Times y ya ha cautivado al público en multitud de festivales. John Milius, director de El gran miércoles (1978), ha comentado en varias ocasiones que el surf es el mayor símbolo del imperialismo californiano alrededor del mundo. Aunque pueda parecer una afirmación pretenciosa, es evidente que los documentales sobre esta cultura siempre han cautivado a los espectadores y han creado una mitología que trasciende la gran pantalla. No en vano, este año se estrenarán dos películas que prometen emociones fuertes: la primera será Orange sunshine, sobre una secta de surfistas de Laguna Beach (California) que se convirtieron en los mayores traficantes de LSD de Estados Unidos en los años sesenta; la segunda se titulará Sound of the surf y rendirá tributo a los grupos de música que pusieron ritmo a las olas antes del estallido del rock. El documental sobre surf es un género cinematográfico de leyenda que nos permite soñar despiertos en las calurosas noches de verano y reivindicar un mundo más justo desde la playa. Incluso si vivimos en el caos de la gran ciudad. ■ Arriba, un niño haciendo bodyboard en Splinters [Foto: Jason Pini]. Sobre estas líneas, imagen de Sliding Liberia, una escena de Splinters [Foto: Adam Pesce] y una fotografía de surf durante la Guerra de Vietnam de Between the lines [Foto: Greg Samp].
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