Entrevista con Robert Crumb

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Robert Crumb Un icono de la contracultura (a su pesar)

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En el universo del cómic underground existen muchos dibujantes legendarios, pero ninguno ha sido tan influyente, controvertido y exitoso como el norteamericano Robert Crumb. Los inicios de su carrera estuvieron marcados por la contracultura de finales de los años 60 y los aires de revolución que se vivían en las calles de San Francisco, aunque fue en las décadas posteriores cuando sus viñetas repletas de músicos de blues, erotismo salvaje y crítica social se convirtieron en iconos irreemplazables del noveno arte. Desde entonces, su vida ha sido un auténtico rompecabezas en el que ha intentado compaginar una fama desmesurada con la credibilidad artística, al mismo tiempo que deseaba mantenerse al margen de una industria que lo amaba y odiaba a partes iguales. Bienvenidos a este viaje frenético por los momentos más destacados de su trayectoria profesional acompañados por las asombrosas portadas y viñetas que nos ha cedido Ediciones La Cúpula. Texto: David Moreu • Foto del artista: Jaqen (CC BY-SA 4.0) • Imágenes cedidas por Ediciones La Cúpula

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Tu carrera como dibujante dio un giro inesperado al mudarte a San Francisco en 1967 porque te sumergiste en la escena contracultural. ¿Cómo recuerdas el viaje hacia la costa oeste? Entonces vivía en Cleveland, estaba casado y trabajaba en una empresa de tarjetas de felicitación. Me sentía ansioso por hacer cosas distintas y quería encontrar algo que me motivara. Resulta que empecé a tomar LSD y coincidió que un amigo mío regresó de San Francisco con varios pósteres psicodélicos de conciertos de rock que se hacían en esa ciudad. Cuando me los enseñó, inmediatamente pensé: “¡Dios mío! Estos artistas toman LSD y es evidente que algo está sucediendo en San Francisco”. En aquella época acostumbraba a ir a los bares a tomar algo después del trabajo porque no me apetecía volver a casa. Una noche me encontré con dos tipos que conocía sentados en una mesa. No éramos amigos, solo habíamos coincidido en la escena musical, pero me dijeron que esa misma noche se marchaban a San Francisco. Les pregunté si podía ir con ellos y me respondieron que sí. Llevaba un poco de dinero en el monedero, tenía mi cuaderno de dibujo y decidí largarme con ellos. A los veintipocos años haces ese tipo de locuras. ¿Te sentías identificado con la manera de ver el mundo de los hippies o preferías seguir tu propio camino alejado de esas influencias tan “espirituales”? En muchos aspectos me sentía como un outsider. Tomaba drogas psicodélicas y mis ideas políticas eran claramente de izquierdas, así que coincidía con ellos en términos filosóficos. Sin embargo, no me interesaban en absoluto el rock, ni las guitarras eléctricas, ni los solos de 20 minutos. No soy religioso, pero sí que tomé LSD y me sumergí en mi propia búsqueda espiritual. Entonces tenía muchos amigos que se adentraron en esos aspectos tan psicodélicos de una manera muy seria. No lo hacían por diversión, sino que lo vivían como una especie de viaje espiritual, porque tomar LSD era algo muy fuerte. Me encontré muchas veces enfrentado con el cosmos y no lo pasaba especialmente bien.

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Tampoco era más feliz ni veía las cosas más bonitas. A veces daba mucho miedo. De hecho, era aterrador. Tu personaje Mr. Natural es un guiño cómico y satírico a esa nueva espiritualidad. Por supuesto. Era fácil bromear sobre la cultura hippie porque la gente se dejó llevar por los excesos y se hicieron muchas tonterías relacionadas con la búsqueda espiritual. No sé cómo explicarlo… supongo que tenían unas ideas románticas sobre lo que pretendían conseguir. Los hippies fueron los hijos de la clase media norteamericana que vivió el caos de la Segunda Guerra Mundial. Puede que necesitaran revelarse contra las tradiciones de sus padres. Tienes razón. Yo crecí en Estados Unidos en ese ambiente blanco y de clase media de los años 50 que era tan artificial. Por este motivo, una gran parte de mi generación empezó a buscar algo más auténtico y genuino. ¡Cualquier cosa era válida! Muchos decidieron volver al campo y llevar el pelo largo. Las chicas que conectaron con todo eso y se hicieron hippies dejaron de depilarse las piernas, se relajaron, dejaron de ponerse corsés, se olvidaron del maquillaje, del fijador para el pelo y de todas esas cosas horribles que estaban de moda a principios de los años 60. Fue fantástico y creo que supuso una gran liberación. Antes has comentado que uno de los motivos que te llevó a viajar a San Francisco fue la escena de los pósteres psicodélicos para conciertos. ¿Llegaste a dibujar alguno? Una de las primeras cosas que hice al llegar a la ciudad fue dibujar varias propuestas de pósteres psicodélicos y los mostré a la gente de Family Dog, el colectivo que organizaba los conciertos de rock en salas como el Fillmore y en el Avalon Ballroom. El tipo que se encargaba de todo, Chet Helms, miró las ilustraciones y me dijo: “Ya tenemos a suficientes artistas haciendo pósteres. No necesitamos a nadie más”. Pude colocar un par de pósteres, pero nunca se convirtió en un trabajo. El hecho de que no dibujaras pósteres de conciertos permitió

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que te dedicaras a los cómics underground. ¿Consideras que estabas en el momento adecuado y en el lugar correcto? Lo que pasaba era que necesitaba dinero y tenía que ganarme la vida de alguna manera. Era una lucha constante porque, en aquellos días, no tenía absolutamente nada en el monedero. La parte buena era que, a finales de los años 60, podías vivir con muy poco en Estados Unidos. Alquilabas un apartamento con otras personas y te salía muy bien de precio. Se trataba de ir tirando, aunque yo no lo lograba. Luego empecé a dibujar cómics y tampoco generaron dinero de inmediato. Con el primer número de Zap Comix no gané nada. Entre 1968 y 1972, mi mujer y yo vivimos básicamente de ayudas del gobierno y de prestaciones sociales porque ella quedó embarazada. En 1972 dejamos de recibir las prestaciones sociales porque los cómics empezaron a generar beneficios, aunque nunca fue demasiado. ¿Podrías contarme cómo surgió el concepto para el primer número de Zap Comix? A mediados de la década de los 60 habían surgido los periódicos underground en Estados Unidos, yo empecé a mandarles mis tiras cómicas y los editores estaban encantados de publicarlas. Un día me llamó el tipo que llevaba el periódico Yarrowstalks en Filadelfia y me dijo: “A todo el mundo le gustan tus tiras cómicas, ¿por qué no haces un cómic entero y yo lo publico?”. Evidentemente acepté y me puse a trabajar en el primer número de Zap Comix. Eso fue en el otoño de 1967, se imprimió en la primavera de 1968 y tratamos de convencer a las tiendas de Haight Street para que lo vendieran. Los propietarios nos miraban extrañados y nos decían: “¿De qué cómic me habláis? Aquí no vendemos ese tipo de cosas”. Era como intentar vender un carrito de bebé en la meca de la contracultura. Al cabo de seis meses empezó a tener éxito entre los hippies y otros dibujantes se animaron a hacer cómics dirigidos a ese público. A partir del segundo número decidiste invitar a otros colaboradores y organizaste maratones de dibujo en tu casa. ¿Crees que se ha

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mitificado en exceso el trabajo que hicisteis para Zap Comix? Contar con otros dibujantes no fue idea mía, se invitaron a sí mismos. El primero fue S. Clay Wilson, que había quedado encantado con el primer número. Recuerdo que vino a mi casa, nos conocimos y me dijo que quería dibujar algo parecido. Entonces me propuso: “¡Hagamos un cómic juntos!”. Más tarde se apuntaron Rick Griffin, Victor Moscoso, Gilbert Shelton, Robert Williams y Spain Rodríguez. De repente, Zap Comix dejó de ser un proyecto personal y se convirtió en una sociedad. No hay otra manera de explicarlo. En aquellas maratones de dibujo se tomaban muchas drogas. Yo acostumbraba a fumar marihuana, pero el resto prefería la cocaína. Esa droga era muy habitual en nuestras quedadas. Tu serie de postales de blues apareció en los años 80 y la recopilación de historietas Melodías animadas se publicó en 1995. ¿Por qué tardaste tanto en dibujar sobre tu pasión musical? Esa primera serie de postales fue un encargo de Nick Perls. No recuerdo cómo nos conocimos, pero él se puso en contacto conmigo en los años 70 para que le hiciera las portadas de las reediciones de discos de su sello, Yazoo Records. Después conocí a otros tipos que también se dedicaban a reeditar grabaciones viejas y me pidieron que les hiciera portadas. Sabían que me gustaba esa música y acordamos que, en lugar de pagarme en metálico, me pagarían en discos de 78 RPM. Recuerdo que Nick Perls me dio unos discos fabulosos de Blind Lemon Jefferson y de Blind Blake. No podía creer que hubiera conseguido esos ejemplares tan raros y difíciles de encontrar. Tengo entendido que tu estudio estaba repleto de pequeños objetos que ibas coleccionando, como si fueran souvenires de la cultura pop. ¿Cómo era tu proceso creativo en aquella época? Todavía los tengo expuestos en la habitación desde donde estoy hablando ahora mismo por teléfono. Es mi colección de pequeñas estatuillas, figuras, juguetes, caricaturas y fotografías de diversos lugares. Me encanta mirarlos. Por lo que se refiere a mi proceso crea-

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tivo y a mi manera de trabajar, hubo una especie de línea divisoria coincidiendo con la llegada de la fama. Antes de ser conocido, tenía mucho tiempo para dedicarme al trabajo. Era lo único que hacía y por eso fui tan prolífico. Sin embargo, al hacerme famoso me vi inmerso en una batalla constante para alejarme de la gente que me rodeaba a todas horas y poder encontrar tiempo para dibujar. Era una lucha que nunca terminaba y llegó un día que me di por vencido. A principios de la década de los 90 te mudaste con tu esposa al sur de Francia para llevar un estilo de vida más relajado. ¿Te lo planteaste como una especie de exilio voluntario? Trasladarnos al sur de Francia fue decisión de mi esposa y yo, simplemente, la seguí de manera pasiva. Ella se encargó de gestionar el papeleo, la mudanza e incluso se apuntó a clases de francés para poder hacer frente a la vida cotidiana una vez llegáramos. Yo todavía no hablo francés y no entiendo nada de lo que dicen. Mi estilo de vida no ha cambiado en absoluto en comparación con Estados Unidos. La mayor parte del día estoy encerrado en el estudio con mis discos, mis libros, mis cómics y mis juguetes viejos. ¿Me preguntas si lo considero un exilio? Creo que no. Este es un buen lugar para vivir y, de todos modos, siempre me sentí como un inadaptado social en Estados Unidos. Para terminar la conversación, ¿cuál es tu motivación actual para seguir dibujando? Todavía dibujo de manera ocasional, aunque ya no siento la misma motivación que antes. Ahora solo cojo los lápices cuando me hacen un encargo y lo más habitual es que me pidan una única ilustración. Hace años que no hago ningún cómic, supongo que es un juego para gente más joven. Maldita sea, creo que ya he hecho suficientes dibujos en esta vida. Podríamos decir que un río entero de tinta se echó a perder por mi culpa. Además, he dejado de ser relevante. La generación woke actual me odia porque los jóvenes creen que soy un viejo repugnante, racista y sexista. Es como si me hubieran “cancelado”. Bien, veamos qué hacen con su energía creativa. ❧

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