MUNDOS VERTICALES Madagascar, paraíso de la escalada
El escalador belga Sean Villanueva fotografía a su compañero de expedición, Siebe Vanhee, mientras prepara el desayuno en su hamaca de pared, a 350 metros de altura en el Atsimo, una de las cumbres del macizo del Tsaranoro. La noche anterior habían consolidado el tramo más difícil de la vía «Fire in the Belly», que abrieron en agosto de 2015. SEAN VILLANUEVA NATIONAL GE O GRAPHIC AVE NTU RA
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MUNDOS VERTICALES Madagascar, paraíso de la escalada
El escalador belga Sean Villanueva fotografía a su compañero de expedición, Siebe Vanhee, mientras prepara el desayuno en su hamaca de pared, a 350 metros de altura en el Atsimo, una de las cumbres del macizo del Tsaranoro. La noche anterior habían consolidado el tramo más difícil de la vía «Fire in the Belly», que abrieron en agosto de 2015. SEAN VILLANUEVA NATIONAL GE O GRAPHIC AVE NTU RA
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Por David Moreu
Fotografías de Simon Carter y Sean Villanueva
C
EUROPA
iertos lugares del mundo se han
hecho famosos por el halo de leyenda que los envuelve, por el recuerdo de un pasado ilustre,
ASIA
ÁFRICA
MADAGASCAR Canal de Mozambique
de aventuras protagonizadas por piratas y navegantes, de revoluciones políticas y de
Antananarivo
batallas que cambiaron el curso de la historia. Uno de esos lugares es Madagascar, un país insular de grandes contrastes ubicado en pleno océano Índico, frente a la costa sudoriental de África. La cuarta isla más grande del mundo fue también una de las mayores colonias francesas desde 1897 hasta 1960, año en que la oposición logró proclamar la independencia del país e instaurar la primera república en un contexto geopolítico, social y económico dominado por las guerras antiimperialistas que se extendían por todo el continente africano y que tan bien retrató en sus libros el periodista polaco Ryszard Kapuściński. Desde entonces ha sufrido importantes transformaciones, aunque el modo de vida sigue girando en torno a la agricultura, la extracción de piedras preciosas (allí se concentra la mitad de la producción mundial de zafiros) y una creciente industria turística. De forma paulatina, la isla se ha consolidado como un destino popular para aquellos que buscan experiencias únicas en un marco natural incomparable. Sin embargo, poco imaginaban sus habitantes que Madagascar se convertiría en uno de los paraísos mundiales de la escalada y que recibiría expediciones procedentes de todos los rincones del planeta, siempre con la mirada puesta en sus cumbres de ensueño. «Es un lugar especial por su entorno natural, por la atmósfera que se respira y por su gente, además de por la calidad y la morfología de las rocas –dice el escalador suizo Fred Moix–. El paisaje y
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OCÉANO ÍNDICO
Fianarantsoa Macizo del Tsaranoro PARQUE NACIONAL DE ANDRINGITRA
Los macizos del Tsaranoro y del Karambony se han convertido en dos grandes referentes de la escalada libre internacional. Ambos se alzan imponentes en medio de las tierras áridas y poco habitadas del sudeste de Madagascar.
la vegetación son únicos, completamente distintos al resto de los países africanos que he visitado.» Los amantes de la escalada encontrarán unas condiciones perfectas en el norte de la isla, donde se alzan las montañas cercanas a la ciudad de Antsiranana (antiguamente llamada Diego Suárez) y a la bahía homónima. Allí podrán disfrutar de verticales de caliza que desafían la gravedad rodeados de una vegetación exuberante, además de apreciar a vista de pájaro la arquitectura colonial que ha sobrevivido al paso del tiempo. Los aficionados a la modalidad libre que quieran afrontar retos de mayor envergadura tienen una cita
ineludible en el valle de Tsaranoro, en el sudeste de la isla, justo en el límite con el Parque Nacional de Andringitra. Aquí se yergue el macizo del Tsaranoro, una mole de piedra que se ha hecho popular gracias al boca a boca y cada año recibe la visita de los mejores escaladores, ansiosos por enfrentarse a sus numerosas paredes de granito. Toda aventura tiene un punto de partida, y las expediciones al Tsaranoro empiezan en el Aeropuerto Internacional Ivato de Antananarivo, la capital de Madagascar, ubicada en el centro geográfico de la isla. Una vez allí, es recomendable pasar un par de días en la ciudad para conseguir SIMON CARTER
todo aquello que sea imprescindible y no se haya podido embarcar en el avión y también para aclimatarse al hemisferio Sur: la mejor época para viajar a estas latitudes tropicales es entre mayo y principios de octubre, cuando la temporada de lluvias ha terminado y el calor no es tan persistente. Localizar un medio de transporte será una de las prioridades del grupo porque los campos base se encuentran en la famosa Ruta nº 7, que se adentra en los territorios del sur del país a través de 500 kilómetros de carretera asfaltada y de otros 20 por senderos polvorientos, con la silueta de las montañas dominando el horizonte. m und os v ertica les
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Por David Moreu
Fotografías de Simon Carter y Sean Villanueva
C
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iertos lugares del mundo se han
hecho famosos por el halo de leyenda que los envuelve, por el recuerdo de un pasado ilustre,
ASIA
ÁFRICA
MADAGASCAR Canal de Mozambique
de aventuras protagonizadas por piratas y navegantes, de revoluciones políticas y de
Antananarivo
batallas que cambiaron el curso de la historia. Uno de esos lugares es Madagascar, un país insular de grandes contrastes ubicado en pleno océano Índico, frente a la costa sudoriental de África. La cuarta isla más grande del mundo fue también una de las mayores colonias francesas desde 1897 hasta 1960, año en que la oposición logró proclamar la independencia del país e instaurar la primera república en un contexto geopolítico, social y económico dominado por las guerras antiimperialistas que se extendían por todo el continente africano y que tan bien retrató en sus libros el periodista polaco Ryszard Kapuściński. Desde entonces ha sufrido importantes transformaciones, aunque el modo de vida sigue girando en torno a la agricultura, la extracción de piedras preciosas (allí se concentra la mitad de la producción mundial de zafiros) y una creciente industria turística. De forma paulatina, la isla se ha consolidado como un destino popular para aquellos que buscan experiencias únicas en un marco natural incomparable. Sin embargo, poco imaginaban sus habitantes que Madagascar se convertiría en uno de los paraísos mundiales de la escalada y que recibiría expediciones procedentes de todos los rincones del planeta, siempre con la mirada puesta en sus cumbres de ensueño. «Es un lugar especial por su entorno natural, por la atmósfera que se respira y por su gente, además de por la calidad y la morfología de las rocas –dice el escalador suizo Fred Moix–. El paisaje y
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Fianarantsoa Macizo del Tsaranoro PARQUE NACIONAL DE ANDRINGITRA
Los macizos del Tsaranoro y del Karambony se han convertido en dos grandes referentes de la escalada libre internacional. Ambos se alzan imponentes en medio de las tierras áridas y poco habitadas del sudeste de Madagascar.
la vegetación son únicos, completamente distintos al resto de los países africanos que he visitado.» Los amantes de la escalada encontrarán unas condiciones perfectas en el norte de la isla, donde se alzan las montañas cercanas a la ciudad de Antsiranana (antiguamente llamada Diego Suárez) y a la bahía homónima. Allí podrán disfrutar de verticales de caliza que desafían la gravedad rodeados de una vegetación exuberante, además de apreciar a vista de pájaro la arquitectura colonial que ha sobrevivido al paso del tiempo. Los aficionados a la modalidad libre que quieran afrontar retos de mayor envergadura tienen una cita
ineludible en el valle de Tsaranoro, en el sudeste de la isla, justo en el límite con el Parque Nacional de Andringitra. Aquí se yergue el macizo del Tsaranoro, una mole de piedra que se ha hecho popular gracias al boca a boca y cada año recibe la visita de los mejores escaladores, ansiosos por enfrentarse a sus numerosas paredes de granito. Toda aventura tiene un punto de partida, y las expediciones al Tsaranoro empiezan en el Aeropuerto Internacional Ivato de Antananarivo, la capital de Madagascar, ubicada en el centro geográfico de la isla. Una vez allí, es recomendable pasar un par de días en la ciudad para conseguir SIMON CARTER
todo aquello que sea imprescindible y no se haya podido embarcar en el avión y también para aclimatarse al hemisferio Sur: la mejor época para viajar a estas latitudes tropicales es entre mayo y principios de octubre, cuando la temporada de lluvias ha terminado y el calor no es tan persistente. Localizar un medio de transporte será una de las prioridades del grupo porque los campos base se encuentran en la famosa Ruta nº 7, que se adentra en los territorios del sur del país a través de 500 kilómetros de carretera asfaltada y de otros 20 por senderos polvorientos, con la silueta de las montañas dominando el horizonte. m und os v ertica les
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El escalador alemán Toni Lamprecht, un especialista en la modalidad boulder, acarrea el equipo en una mochila a lo largo de un sendero acondicionado para las expediciones en la base del Tsaranoro.
Otro alemán, Benno Wagner, abre el largo 13 de «Manara-Potsiny», una vía de dificultad 8a que se estira sobre 600 metros, divididos en 18 tramos, en la famosa pared Be del Tsaranoro.
«El camino estaba en malas condiciones, casi siempre atascado por el paso de rebaños, gente andando y autobuses públicos destartalados, a reventar de viajeros y con gallinas en el techo –recuerda la escaladora australiana Monique Forestier de la larga ruta hacia el sur de Madagascar–. Lo que debería haber sido un viaje de un solo día nos llevó tres jornadas en medio de un paisaje deforestado y con signos de pobreza, aunque los niños de las aldeas nunca dejaban de sonreír.» Este trayecto, ya sea en una furgoneta privada o en un taxi-brousse compartido con gente del lugar, es lo más parecido a emprender un viaje en el tiempo hacia la otra realidad del país, aquella que permanece ajena al caos de las ciudades y aún mantiene el encanto de los campos de arroz, los paisajes rurales con casitas minúsculas y los puestos de mercado que se arremolinan a ambos lados de la carretera. El pueblo más cercano al valle de Tsaranoro es Ambalavao, un lugar de referencia en el comercio de cebúes y la última oportunidad que tienen los equipos para abastecerse de comida.
La Ruta nº 7 se adentra en los territorios del sur del país a través de 500 kilómetros de carretera asfaltada y de otros 20 por senderos polvorientos.
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Todavía les quedan dos horas de camino. A unos kilómetros al sudeste, en medio de un paisaje de tonos verdes y ocres, se alza el Tsaranoro. «Recuerdo la sensación de aventura al estar junto a animales extraños en un valle perdido en el fin del mundo, algo surrealista –comenta Fred Moix–. Un escenario que, por su geología, su fauna y su vegetación, no desentonaría en una película de ciencia ficción.» A pesar de que la escalada en esta parte de Madagascar vive una época dorada, adentrarse en este territorio sigue siendo un reto de proporciones épicas debido a la falta de infraestructuras y a que solo hay dos campos base a pie de montaña. Por un lado está el Camp Catta, que abrió en 1997 y se convirtió en un referente cuando esta zona aún no aparecía en los mapas turísticos. Actualmente está muy solicitado por sus bungalows, el camping low cost y su ubicación privilegiada, aunque no solo está dirigido a escaladores sino también a un sector de turistas más amplio. Por otro lado está el Tsarasoa Camp, que se inauguró en 2004 bajo la filosofía de la permacultura y está gestionado por un francés amante de los deportes de aventura que quiere contribuir a un desarrollo más sostenible de la región. «Ahora hay más alojamientos, escuelas, centros de salud, fuentes de agua potable e incluso ha aumentado la superficie de campos de arroz y el número de árboles –explica Gilles Gautier, su propietario–. El valle se está abriendo al mundo.» SIMON CARTER (AMBAS)
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El escalador alemán Toni Lamprecht, un especialista en la modalidad boulder, acarrea el equipo en una mochila a lo largo de un sendero acondicionado para las expediciones en la base del Tsaranoro.
Otro alemán, Benno Wagner, abre el largo 13 de «Manara-Potsiny», una vía de dificultad 8a que se estira sobre 600 metros, divididos en 18 tramos, en la famosa pared Be del Tsaranoro.
«El camino estaba en malas condiciones, casi siempre atascado por el paso de rebaños, gente andando y autobuses públicos destartalados, a reventar de viajeros y con gallinas en el techo –recuerda la escaladora australiana Monique Forestier de la larga ruta hacia el sur de Madagascar–. Lo que debería haber sido un viaje de un solo día nos llevó tres jornadas en medio de un paisaje deforestado y con signos de pobreza, aunque los niños de las aldeas nunca dejaban de sonreír.» Este trayecto, ya sea en una furgoneta privada o en un taxi-brousse compartido con gente del lugar, es lo más parecido a emprender un viaje en el tiempo hacia la otra realidad del país, aquella que permanece ajena al caos de las ciudades y aún mantiene el encanto de los campos de arroz, los paisajes rurales con casitas minúsculas y los puestos de mercado que se arremolinan a ambos lados de la carretera. El pueblo más cercano al valle de Tsaranoro es Ambalavao, un lugar de referencia en el comercio de cebúes y la última oportunidad que tienen los equipos para abastecerse de comida.
La Ruta nº 7 se adentra en los territorios del sur del país a través de 500 kilómetros de carretera asfaltada y de otros 20 por senderos polvorientos.
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Todavía les quedan dos horas de camino. A unos kilómetros al sudeste, en medio de un paisaje de tonos verdes y ocres, se alza el Tsaranoro. «Recuerdo la sensación de aventura al estar junto a animales extraños en un valle perdido en el fin del mundo, algo surrealista –comenta Fred Moix–. Un escenario que, por su geología, su fauna y su vegetación, no desentonaría en una película de ciencia ficción.» A pesar de que la escalada en esta parte de Madagascar vive una época dorada, adentrarse en este territorio sigue siendo un reto de proporciones épicas debido a la falta de infraestructuras y a que solo hay dos campos base a pie de montaña. Por un lado está el Camp Catta, que abrió en 1997 y se convirtió en un referente cuando esta zona aún no aparecía en los mapas turísticos. Actualmente está muy solicitado por sus bungalows, el camping low cost y su ubicación privilegiada, aunque no solo está dirigido a escaladores sino también a un sector de turistas más amplio. Por otro lado está el Tsarasoa Camp, que se inauguró en 2004 bajo la filosofía de la permacultura y está gestionado por un francés amante de los deportes de aventura que quiere contribuir a un desarrollo más sostenible de la región. «Ahora hay más alojamientos, escuelas, centros de salud, fuentes de agua potable e incluso ha aumentado la superficie de campos de arroz y el número de árboles –explica Gilles Gautier, su propietario–. El valle se está abriendo al mundo.» SIMON CARTER (AMBAS)
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Esta espectacular panorámica muestra los grandes contrastes del valle de Tsaranoro. En medio de un paisaje árido y abrupto que se extiende hasta el horizonte, se yerguen majestuosas paredes de granito. Benno Wagner, a punto de coronar la cima del sector Lemur Wall, deja tras de sí una vía de dificultad 8a y 255 metros de ascenso. SIMON CARTER
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Esta espectacular panorámica muestra los grandes contrastes del valle de Tsaranoro. En medio de un paisaje árido y abrupto que se extiende hasta el horizonte, se yerguen majestuosas paredes de granito. Benno Wagner, a punto de coronar la cima del sector Lemur Wall, deja tras de sí una vía de dificultad 8a y 255 metros de ascenso. SIMON CARTER
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El escalador suizo Fred Moix asegura el tramo 6 de la vía «Cas Nullard» del Karambony, con una dificultad 6a, 450 metros y 10 largos (izquierda). En la fotografía de la derecha, el francés Felix Frieder en el tramo 3 de la vía «The Swiss Guides Route», de dificultad 6b+, 170 metros y 4 largos en el sector Lemur Wall de Tsaranoro. SIMON CARTER (AMBAS)
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El escalador suizo Fred Moix asegura el tramo 6 de la vía «Cas Nullard» del Karambony, con una dificultad 6a, 450 metros y 10 largos (izquierda). En la fotografía de la derecha, el francés Felix Frieder en el tramo 3 de la vía «The Swiss Guides Route», de dificultad 6b+, 170 metros y 4 largos en el sector Lemur Wall de Tsaranoro. SIMON CARTER (AMBAS)
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En la pared Be del Tsaranoro, los alemanes Wagner y Lamprecht se disponen a abrir el tramo 16 de la nueva vía «Manara-Potsiny», de dificultad 8a, 600 metros y 18 largos.
Más de treinta vías de escalada
Con su inconfundible perfil recortado en el horizonte, el conjunto de cumbres que forman el macizo del Tsaranoro, en el sudeste de Madagascar, se ha convertido en uno de los paraísos mundiales de la escalada, con nueve paredes clásicas que ofrecen más de treinta vías excepcionales para todo tipo de aficionados. En el extremo norte se alzan las paredes de Vatovarindry y Mitsinjoarivo; en el centro está el macizo del Tsaranoro con las paredes Atsimo (800 metros en la vía «Tokagasy»), Be (800 metros en la vía «Gondwanaland»), Kelly (750 metros en la vía «Norspace») y Nord (490 metros en la vía «Bravo les Filles»); y en el extremo sur, el Karambony (380 metros en la vía «Tough Enough»), Ecole y el sector de Lemur Wall. Tsaranoro
Pared B Pared A
Be
Atsimo
Pared P
Pared K
Kelly
Karambony
Pared N
Pared E
Pared W
Ecole
Lemur Wall E4
Nord/Avaratra
E5
Pared M Mitsinjoarivo
A2
A3 A4 A5
B3 B1 B2
P1
P3 P2 N1
K1
E3
W4 W2 W3
W5
K4 E1 E2
P4 M1
V2 V3
K5
N2
Vatovarindry
V1
W1
N3
A1
Pared V
K2
K3
V4
CADA UNO DE LOS SECTORES, O PAREDES DEL MACIZO, TIENE VARIAS VÍAS, QUE EN EL MAPA SE INDICAN CON LA INICIAL DE LA PARED CORRESPONDIENTE.
Una vez el equipo ha llegado a destino, solo hay que dar un paseo antes de la puesta de sol y mirar hacia lo alto para descubrir las nueve paredes de granito alineadas que forman el Tsaranoro y que resultan únicas para la práctica de la escalada libre. Entonces es inevitable cerrar los ojos e imaginar cómo logró llegar la primera expedición liderada por los británicos Di Taylor y Tony Howard hasta ese punto remoto de Madagascar hace tres décadas, cuando aún no se conocía su potencial ni había carreteras. Sin embargo, no fue hasta 1995 que los alemanes Kurt Albert y Bernd Arnold abrieron la primera vía en el Karambony, una ruta hoy ya clásica de 420 metros de longitud, 10 largos (o tramos de distancia variable) y dificultad 7b+ que bautizaron con el nombre de «Rain Boto».
Otro de los atractivos que esta región ofrece a los escaladores es la posibilidad de abrir nuevas vías en algunas de las verticales más famosas.
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Pero ¿cómo se establece el nivel de dificultad de una vía? El criterio es bastante subjetivo, y existen diversas escalas de graduación. En España y otros países europeos se utiliza el sistema francés, que otorga el número 1 a las más sencillas y va ascendiendo hasta el 9, la dificultad máxima alcanzada hasta el momento. Estos valores del 1 al 9 se conceden por tramos y se complementan con letras (a, b, c) y símbolos (– y +) para detallar su nivel técnico. Por ejemplo, un largo 8b+ es de una dificultad superior a un 8b y un 8a, pero inferior a un 9a–. El nivel otorgado a una vía corresponderá al de su tramo de mayor dificultad. Con el paso de los años se han abierto más de 30 vías en esta zona de Madagascar, que van desde la dificultad 6a hasta la 8c+ y coronan paredes de más de 800 metros de altura. Cada expedición es irrepetible y solo algunos profesionales se han convertido en leyenda gracias a gestas que parecían imposibles y que fueron culminadas en condiciones a veces extremas. Sin lugar a dudas, el ascenso libre más recordado es el que protagonizó a finales de septiembre de 2010 el checo Adam Ondra en la ruta «Tough Enough» del Karambony SIMON CARTER
(considerada la más exigente del hemisferio Sur): completó sus 380 metros y 10 largos de dificultad 8c en una única jornada memorable. Otro de los atractivos que esta región ofrece a los escaladores es la posibilidad de abrir nuevas vías en algunas de las verticales más famosas y dejar así sus nombres escritos para la posteridad. Esto es lo que probablemente se propusieron los belgas Sean Villanueva y Siebe Vanhee cuando se desplazaron hasta el Camp Catta en agosto de 2015 y descubrieron una vía no explorada en el Atsimo del macizo del Tsaranoro. Evidentemente, se trataba de un reto tentador y lo prepararon a conciencia para no cometer errores. «Nos llevó seis días de trabajo llegar hasta la cumbre –rememora Siebe–. Tuvimos que escalar hacia lo desconocido con el taladro y los parabolts para protegernos de posibles caídas al vacío.» Un ascenso de tales características siempre está condicionado por el peso del material, las paradas que se realizan cada siete metros para asegurar las cuerdas y las decisiones que se toman para avanzar sin riesgos. En estos casos la veteranía es un grado, y los dos amigos fueron precavidos: llevaron ILUSTRACIÓN: DAVID MARTÍNEZ. FUENTE: CAMPCATTA.COM
provisiones para varias jornadas y una hamaca de pared para pasar las noches en las alturas. «Nos despertábamos con el sol en la cara y una vista impresionante del valle, la selva y los pueblos en el horizonte –relata Sean–. Al anochecer incluso se escuchaba la música que llegaba del campo base. La experiencia no podía ser más auténtica.» Alcanzar la cima fue la demostración de que aquella nueva vía era una realidad y la bautizaron como «Fire in the Belly» (o «fuego en la barriga», inspirándose en el libro homónimo de Sam Keen), aunque todavía les quedaba cumplir la segunda parte del reto: escalarla en estilo libre. Volvieron al campo base, descansaron un par de noches y regresaron a la pared únicamente con el material básico. Esta vez el ascenso fue mucho más rápido, se turnaron a la hora de encabezar los tramos más exigentes y solo tardaron tres días en coronar esta vía de 700 metros, 12 largos y dificultad 8a+. «Muchas veces llegas a la cumbre cansado y la meteorología te obliga a descender de inmediato –explica Siebe Vanhee–. Pero en aquella ocasión tuvimos tiempo de disfrutar del reto, reponer fuerzas y apreciar todo lo que habíamos logrado.» j m und os v ertica les
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En la pared Be del Tsaranoro, los alemanes Wagner y Lamprecht se disponen a abrir el tramo 16 de la nueva vía «Manara-Potsiny», de dificultad 8a, 600 metros y 18 largos.
Más de treinta vías de escalada
Con su inconfundible perfil recortado en el horizonte, el conjunto de cumbres que forman el macizo del Tsaranoro, en el sudeste de Madagascar, se ha convertido en uno de los paraísos mundiales de la escalada, con nueve paredes clásicas que ofrecen más de treinta vías excepcionales para todo tipo de aficionados. En el extremo norte se alzan las paredes de Vatovarindry y Mitsinjoarivo; en el centro está el macizo del Tsaranoro con las paredes Atsimo (800 metros en la vía «Tokagasy»), Be (800 metros en la vía «Gondwanaland»), Kelly (750 metros en la vía «Norspace») y Nord (490 metros en la vía «Bravo les Filles»); y en el extremo sur, el Karambony (380 metros en la vía «Tough Enough»), Ecole y el sector de Lemur Wall. Tsaranoro
Pared B Pared A
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Kelly
Karambony
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Nord/Avaratra
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Vatovarindry
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Pared V
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CADA UNO DE LOS SECTORES, O PAREDES DEL MACIZO, TIENE VARIAS VÍAS, QUE EN EL MAPA SE INDICAN CON LA INICIAL DE LA PARED CORRESPONDIENTE.
Una vez el equipo ha llegado a destino, solo hay que dar un paseo antes de la puesta de sol y mirar hacia lo alto para descubrir las nueve paredes de granito alineadas que forman el Tsaranoro y que resultan únicas para la práctica de la escalada libre. Entonces es inevitable cerrar los ojos e imaginar cómo logró llegar la primera expedición liderada por los británicos Di Taylor y Tony Howard hasta ese punto remoto de Madagascar hace tres décadas, cuando aún no se conocía su potencial ni había carreteras. Sin embargo, no fue hasta 1995 que los alemanes Kurt Albert y Bernd Arnold abrieron la primera vía en el Karambony, una ruta hoy ya clásica de 420 metros de longitud, 10 largos (o tramos de distancia variable) y dificultad 7b+ que bautizaron con el nombre de «Rain Boto».
Otro de los atractivos que esta región ofrece a los escaladores es la posibilidad de abrir nuevas vías en algunas de las verticales más famosas.
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Pero ¿cómo se establece el nivel de dificultad de una vía? El criterio es bastante subjetivo, y existen diversas escalas de graduación. En España y otros países europeos se utiliza el sistema francés, que otorga el número 1 a las más sencillas y va ascendiendo hasta el 9, la dificultad máxima alcanzada hasta el momento. Estos valores del 1 al 9 se conceden por tramos y se complementan con letras (a, b, c) y símbolos (– y +) para detallar su nivel técnico. Por ejemplo, un largo 8b+ es de una dificultad superior a un 8b y un 8a, pero inferior a un 9a–. El nivel otorgado a una vía corresponderá al de su tramo de mayor dificultad. Con el paso de los años se han abierto más de 30 vías en esta zona de Madagascar, que van desde la dificultad 6a hasta la 8c+ y coronan paredes de más de 800 metros de altura. Cada expedición es irrepetible y solo algunos profesionales se han convertido en leyenda gracias a gestas que parecían imposibles y que fueron culminadas en condiciones a veces extremas. Sin lugar a dudas, el ascenso libre más recordado es el que protagonizó a finales de septiembre de 2010 el checo Adam Ondra en la ruta «Tough Enough» del Karambony SIMON CARTER
(considerada la más exigente del hemisferio Sur): completó sus 380 metros y 10 largos de dificultad 8c en una única jornada memorable. Otro de los atractivos que esta región ofrece a los escaladores es la posibilidad de abrir nuevas vías en algunas de las verticales más famosas y dejar así sus nombres escritos para la posteridad. Esto es lo que probablemente se propusieron los belgas Sean Villanueva y Siebe Vanhee cuando se desplazaron hasta el Camp Catta en agosto de 2015 y descubrieron una vía no explorada en el Atsimo del macizo del Tsaranoro. Evidentemente, se trataba de un reto tentador y lo prepararon a conciencia para no cometer errores. «Nos llevó seis días de trabajo llegar hasta la cumbre –rememora Siebe–. Tuvimos que escalar hacia lo desconocido con el taladro y los parabolts para protegernos de posibles caídas al vacío.» Un ascenso de tales características siempre está condicionado por el peso del material, las paradas que se realizan cada siete metros para asegurar las cuerdas y las decisiones que se toman para avanzar sin riesgos. En estos casos la veteranía es un grado, y los dos amigos fueron precavidos: llevaron ILUSTRACIÓN: DAVID MARTÍNEZ. FUENTE: CAMPCATTA.COM
provisiones para varias jornadas y una hamaca de pared para pasar las noches en las alturas. «Nos despertábamos con el sol en la cara y una vista impresionante del valle, la selva y los pueblos en el horizonte –relata Sean–. Al anochecer incluso se escuchaba la música que llegaba del campo base. La experiencia no podía ser más auténtica.» Alcanzar la cima fue la demostración de que aquella nueva vía era una realidad y la bautizaron como «Fire in the Belly» (o «fuego en la barriga», inspirándose en el libro homónimo de Sam Keen), aunque todavía les quedaba cumplir la segunda parte del reto: escalarla en estilo libre. Volvieron al campo base, descansaron un par de noches y regresaron a la pared únicamente con el material básico. Esta vez el ascenso fue mucho más rápido, se turnaron a la hora de encabezar los tramos más exigentes y solo tardaron tres días en coronar esta vía de 700 metros, 12 largos y dificultad 8a+. «Muchas veces llegas a la cumbre cansado y la meteorología te obliga a descender de inmediato –explica Siebe Vanhee–. Pero en aquella ocasión tuvimos tiempo de disfrutar del reto, reponer fuerzas y apreciar todo lo que habíamos logrado.» j m und os v ertica les
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Fred Moix asegura a la experimentada escaladora australiana Monique Forestier en su ascenso del tramo 6 de la vía «Pectorine», con dificultad 6b, 350 metros y 7 largos, en el sector de Lemur Wall del valle de Tsaranoro. Esta vía, convertida en un clásico, fue abierta en 1999 por Gerard Thomas y Jacky Sananes. SIMON CARTER NATIONAL GE O GRAPHIC AVE NTU RA
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Fred Moix asegura a la experimentada escaladora australiana Monique Forestier en su ascenso del tramo 6 de la vía «Pectorine», con dificultad 6b, 350 metros y 7 largos, en el sector de Lemur Wall del valle de Tsaranoro. Esta vía, convertida en un clásico, fue abierta en 1999 por Gerard Thomas y Jacky Sananes. SIMON CARTER NATIONAL GE O GRAPHIC AVE NTU RA
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Siebe Vanhee escala el largo 10 de la vía «Fire in the Belly», que abrió junto a su compatriota Sean Villanueva en agosto de 2015 en el Atsimo del macizo del Tsaranoro. Consolidar este tramo de dificultad 8a+ les llevó dos días de trabajo porque tenían que parar cada siete metros, utilizar el taladro y fijar los parabolts. SEAN VILLANUEVA
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Siebe Vanhee escala el largo 10 de la vía «Fire in the Belly», que abrió junto a su compatriota Sean Villanueva en agosto de 2015 en el Atsimo del macizo del Tsaranoro. Consolidar este tramo de dificultad 8a+ les llevó dos días de trabajo porque tenían que parar cada siete metros, utilizar el taladro y fijar los parabolts. SEAN VILLANUEVA
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En el Tsaranoro, los momentos de euforia suceden a los de máxima tensión y dificultad. Sean Villanueva y Siebe Vanhee pasaron seis noches colgados en su hamaca de pared. ¿Su objetivo? Liberar en el Atsimo una nueva vía de 700 metros, 12 largos y dificultad 8a+ que bautizaron como «Fire in the Belly» («fuego en la barriga»). SEAN VILLANUEVA
NATIONAL GE O GRAPHIC AVE NTU RA
MADAGASCAR NOU.indd 74-75
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En el Tsaranoro, los momentos de euforia suceden a los de máxima tensión y dificultad. Sean Villanueva y Siebe Vanhee pasaron seis noches colgados en su hamaca de pared. ¿Su objetivo? Liberar en el Atsimo una nueva vía de 700 metros, 12 largos y dificultad 8a+ que bautizaron como «Fire in the Belly» («fuego en la barriga»). SEAN VILLANUEVA
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