Light In The Attic Records

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desde dentro

Light in The Attic Records

T E X T O :

D A V I D

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M O R E U

Aunque basado en Seattle, este imprescindible sello empeñado en recuperar las historias musicales menos conocidas se gestó en el centro de Madrid, donde Matt Sullivan fue becario en las abarrotadas oficinas de Munster.

PIENSA GLOBALMENTE, ACTÚA LOCALMENTE L

a industria musical está cambiando a la velocidad de la luz y nadie puede predecir cómo será en el futuro (más allá del éxito del streaming y del regreso triunfal de los vinilos). Pero lo que sí está claro es que cada vez juegan un papel más destacado las pequeñas discográficas que funcionan en base a la filosofía del “think globally, act locally” propia de las startup de la era digital. Es el caso de Light in the Attic, sello que nació en Seattle después de la resaca del grunge y que se ha especializado en la reedición de auténticas joyas del rock’n’roll, del funk, del punk y del soul. Además, es habitual que apoyen a artistas minoritarios y cada año organizan fiestas multitudinarias coincidiendo con el Record Store Day para dar a conocer sus trabajos. Una historia que empezó como un sueño de adolescentes durante un desmadrado viaje a Madrid y que hoy se ha convertido en un fenómeno de culto dentro de la galaxia musical alternativa. Quince años después de que montaran su primera oficina en un sótano y lanzaran un recopilatorio de The Last Poets, hemos hablado con el presidente y fundador Matt Sullivan para descubrir su pasión por la arqueología sonora, las rarezas que se atreven a reeditar y su estrecha relación con artistas de otra época que ahora vuelven a brillar con más fuerza que nunca. Bienvenidos al universo personal e intransferible de Light in the Attic Records. Tu aventura musical se remonta a la década de los noventa en Seattle, cuando entraste como becario en el sello SubPop. ¿Qué recuerdas de aquella experiencia en pleno apogeo del grunge? Mi socio Josh Wright y yo crecimos en los suburbios de Seattle, en una zona llamada Bellevue. Los dos colaborábamos en

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la emisora de radio de nuestro instituto y después dimos el salto a la emisora de la universidad, así que esa fue nuestra manera de involucrarnos en la escena musical. En 1996 estuve de becario en Loosegroove Records, el sello que fundó Stone Gossard de Pearl Jam y que editó el primer álbum de Queens of The Stone Age. Justo después entré a hacer prácticas en Sub Pop. El fenómeno del grunge me cogió en los años del instituto y fue un período mágico en la ciudad. Cuando viajaba, la gente siempre hablaba de Seattle como un lugar importante. Fue muy especial estar allí en aquel momento y vivirlo desde dentro. En la web de Light in the Attic comentáis que la idea de empezar un sello de reediciones surgió después de un accidente de coche en Madrid en 1997… ¡Puede que lo exageráramos un poco! Viajé a España en un programa de intercambio para trabajar y estuve viviendo con una familia. Desde los 16 años soñaba con montar una discográfica porque no sé tocar ningún instrumento y la idea de gestionar un sello me atraía mucho. Cuando estuve en España descubrí Munster Records y eso me abrió los ojos al mundo de las reediciones y de la música vieja, puesto que en aquellos días escuchaba cosas actuales y mucho más accesibles. Ellos fueron los primeros que me pincharon temas de Spacemen 3 y The Small Faces. Entonces yo era un gran fan de Nirvana y recuerdo que Kurt Cobain siempre hablaba de bandas que eran difíciles de localizar, como The Raincoats, Iggy & The Stooges y cosas de ese estilo. Así que puedo decir que Kurt Cobain nos educó musicalmente, pero esos tíos españoles me abrieron un universo musical completamente nuevo. Por curiosidad, ¿cómo llegaste a cono-

cer un sello tan alternativo como Munster? En mi última etapa en SubPop, expliqué a la gente que iría a España y un compañero me mostró un vinilo de una banda de Seattle llamada The Fastbacks que estaban con SubPop, pero ese single lo había editado Munster. Entonces me dijeron que debía llamar por teléfono a ese sello que tenía las oficinas en Madrid y comentarles que estaba interesado en hacer unas prácticas con ellos. Y así lo hice. Un día llamé, ellos no sabían de qué les hablaba y tuve que explicarles que quería trabajar para ellos gratis. Se quedaron en silencio, hubo una larga pausa y, evidentemente, aceptaron. Si no hubiera sido por ese tío en SubPop, nunca habría vivido esa experiencia en Madrid y puede que ahora tuviera una empresa completamente distinta. Además de recorrer Madrid en coche y de escuchar muchos álbumes, ¿qué aprendiste durante tu colaboración en ese sello de reediciones? Mi tarea principal era tratar con la prensa y las revistas extranjeras. Pero lo que realmente saqué de esa experiencia fue una gran educación musical, sobre todo de cosas que pasaban desapercibidas, que eran del pasado o que resultaban demasiado oscuras para el oyente medio. Como puedes imaginar, nada relacionado con Led Zeppelin o The Who. Por ejemplo, escuché por primera vez a bandas que te he comentado, como Spacemen 3 y The Small Faces, pero también a The Monks, los New York Dolls y Suicide. Aprendí que ahí fuera hay un mundo musical fascinante que la gente desconoce por completo. Supongo que cuando regresaste a Seattle tenías muchas ganas de lanzarte con tu propio sello… No fue tan rápido. Regresé de España a finales de 1997 y terminé la universidad en 1998, aunque parecía que nunca era el

Matt Sullivan, el cerebro de un sello imprescindible para el aficionado serio (foto: Jennifer Maas)

momento oportuno para montar el sello. Entonces empecé a trabajar en una empresa que se llama The Real Network, que desarrolló una plataforma on-line de música conocida como Rhapsody y funcionaba con Real Audio y Real Video. Yo formaba parte de un grupo que se encargaba de promocionar música en su web y estuve allí dos años y medio. Lo mejor que me sucedió fue marcharme y poder concentrarme en buscar trabajo. Pero como eso no funcionó, decidí montar mi propia discográfica en 2001. Tardé un año en editar el primer álbum, un recopilatorio de The

Last Poets, y yo mismo me encargué del diseño, de la presentación y del marketing. Poco después se unió mi amigo Josh como socio. ¿Crees que el hecho de empezar una aventura discográfica en pleno apogeo de las empresas on-line os facilitó las cosas? Sí, fue una gran oportunidad porque una de las tareas principales consiste en localizar música de grupos y artistas que ya no están en activo. Internet se ha convertido en la gran fuente de información para contactar con la gente, con los sellos

pequeños y también para compartir música. No creo que hubiésemos sido capaces de montar esta empresa en 1980… entonces ya estaba Rhino Records, pero el trabajo debía ser muy distinto sin acceso al mundo on-line. Las reediciones de Light in the Attic son famosas por su diseño, por los textos y por el material de archivo que incluyen. ¿Podrías contarnos cómo es el proceso de reeditar un álbum perdido? El primer paso consiste en encontrar un disco y, normalmente, es un amigo o un conocido quien nos pone sobre la pista de

algo que le ha encantado. Después debemos localizar a los propietarios de los derechos, una tarea que conlleva mucho tiempo y nos impide sacar el álbum más deprisa al mercado. También intentamos contactar con el artista, a pesar de que muchas veces ellos no poseen los derechos de su obra. Piensa que este proceso legal puede llevarnos desde tres meses hasta siete años. Habitualmente, los mejores discos son los que más trabajo cuestan. Las reediciones de Rodríguez tardaron cuatro años y la colección de demos de Kris Kristofferson nos llevó seis años, pues-

to que es una fase que necesita tiempo. Una vez la parte burocrática está solucionada, nos sentamos y empezamos a revisar el material de archivo para el packaging e intentamos encontrar los másters originales, aunque si no están disponibles buscamos el mejor vinilo posible para masterizar el audio. Por último, tenemos que encontrar a alguien que escriba un buen libreto para acompañar el álbum. ¿Cómo acostumbran a reaccionar los artistas cuando les proponéis reeditar una obra suya que estaba prácticamente olvidada? Siempre intentamos contactar con ellos para que participen porque muchos están vivos y tienen ganas de contarnos anécdotas. A veces, las reediciones destapan recuerdos tristes del pasado puesto que la mayoría de estos discos fueron un fracaso comercial en su momento y los artistas sienten pena al recordar su experiencia. Muchos músicos fueron maltratados por la industria y nosotros les mostramos ilusión, aunque lleva cierto tiempo ganarse la confianza de alguien. En otras ocasiones no quieren participar y eso es una pena porque nos gusta colaborar con gente que siente la misma pasión que nosotros. Así todo es más divertido. Por ejemplo, Rodríguez, Ray Stinett o Wendy Rene siempre se mostraron positivos, compartieron sus buenas vibraciones y estaban emocionados al saber que su música se comercializaría de manera adecuada tantos años después. Por cierto, ¿qué resulta más complicado, trabajar en un recopilatorio o en un álbum de un artista en solitario? Un recopilatorio es mucho más difícil de editar porque las canciones acostumbran a tener diversos propietarios. Por ejemplo, el recopilatorio de Marcos Valle solo tiene un propietario de los derechos de los masters, pero en el caso del álbum Country Funk que tiene dieciséis canciones, nos encontramos con diez propietarios distintos. Es maravilloso cuando ves el trabajo terminado de un recopilatorio, aunque son muy complicados de llevar a cabo. Uno de nuestros primeros proyectos se tituló Wheddle’s Groove y era una colección de música soul grabada en Seattle en los años sesenta y setenta. Nos llevó mucho tiempo gestionar la licencia de las dieciocho canciones de dieciocho artistas distintos y de otros tantos propietarios. Me gusta esta profesión, sin embargo, ahora entiendo porque los grandes sellos no se centran en recopilatorios que impliquen diversos propietarios de derechos, puesto que nadie quiere tantos quebraderos de cabeza. Realmente es un negocio mucho

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Aunque basado en Seattle, este imprescindible sello empeñado en recuperar las historias musicales menos conocidas se gestó en el centro de Madrid, donde Matt Sullivan fue becario en las abarrotadas oficinas de Munster.

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a industria musical está cambiando a la velocidad de la luz y nadie puede predecir cómo será en el futuro (más allá del éxito del streaming y del regreso triunfal de los vinilos). Pero lo que sí está claro es que cada vez juegan un papel más destacado las pequeñas discográficas que funcionan en base a la filosofía del “think globally, act locally” propia de las startup de la era digital. Es el caso de Light in the Attic, sello que nació en Seattle después de la resaca del grunge y que se ha especializado en la reedición de auténticas joyas del rock’n’roll, del funk, del punk y del soul. Además, es habitual que apoyen a artistas minoritarios y cada año organizan fiestas multitudinarias coincidiendo con el Record Store Day para dar a conocer sus trabajos. Una historia que empezó como un sueño de adolescentes durante un desmadrado viaje a Madrid y que hoy se ha convertido en un fenómeno de culto dentro de la galaxia musical alternativa. Quince años después de que montaran su primera oficina en un sótano y lanzaran un recopilatorio de The Last Poets, hemos hablado con el presidente y fundador Matt Sullivan para descubrir su pasión por la arqueología sonora, las rarezas que se atreven a reeditar y su estrecha relación con artistas de otra época que ahora vuelven a brillar con más fuerza que nunca. Bienvenidos al universo personal e intransferible de Light in the Attic Records. Tu aventura musical se remonta a la década de los noventa en Seattle, cuando entraste como becario en el sello SubPop. ¿Qué recuerdas de aquella experiencia en pleno apogeo del grunge? Mi socio Josh Wright y yo crecimos en los suburbios de Seattle, en una zona llamada Bellevue. Los dos colaborábamos en

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la emisora de radio de nuestro instituto y después dimos el salto a la emisora de la universidad, así que esa fue nuestra manera de involucrarnos en la escena musical. En 1996 estuve de becario en Loosegroove Records, el sello que fundó Stone Gossard de Pearl Jam y que editó el primer álbum de Queens of The Stone Age. Justo después entré a hacer prácticas en Sub Pop. El fenómeno del grunge me cogió en los años del instituto y fue un período mágico en la ciudad. Cuando viajaba, la gente siempre hablaba de Seattle como un lugar importante. Fue muy especial estar allí en aquel momento y vivirlo desde dentro. En la web de Light in the Attic comentáis que la idea de empezar un sello de reediciones surgió después de un accidente de coche en Madrid en 1997… ¡Puede que lo exageráramos un poco! Viajé a España en un programa de intercambio para trabajar y estuve viviendo con una familia. Desde los 16 años soñaba con montar una discográfica porque no sé tocar ningún instrumento y la idea de gestionar un sello me atraía mucho. Cuando estuve en España descubrí Munster Records y eso me abrió los ojos al mundo de las reediciones y de la música vieja, puesto que en aquellos días escuchaba cosas actuales y mucho más accesibles. Ellos fueron los primeros que me pincharon temas de Spacemen 3 y The Small Faces. Entonces yo era un gran fan de Nirvana y recuerdo que Kurt Cobain siempre hablaba de bandas que eran difíciles de localizar, como The Raincoats, Iggy & The Stooges y cosas de ese estilo. Así que puedo decir que Kurt Cobain nos educó musicalmente, pero esos tíos españoles me abrieron un universo musical completamente nuevo. Por curiosidad, ¿cómo llegaste a cono-

cer un sello tan alternativo como Munster? En mi última etapa en SubPop, expliqué a la gente que iría a España y un compañero me mostró un vinilo de una banda de Seattle llamada The Fastbacks que estaban con SubPop, pero ese single lo había editado Munster. Entonces me dijeron que debía llamar por teléfono a ese sello que tenía las oficinas en Madrid y comentarles que estaba interesado en hacer unas prácticas con ellos. Y así lo hice. Un día llamé, ellos no sabían de qué les hablaba y tuve que explicarles que quería trabajar para ellos gratis. Se quedaron en silencio, hubo una larga pausa y, evidentemente, aceptaron. Si no hubiera sido por ese tío en SubPop, nunca habría vivido esa experiencia en Madrid y puede que ahora tuviera una empresa completamente distinta. Además de recorrer Madrid en coche y de escuchar muchos álbumes, ¿qué aprendiste durante tu colaboración en ese sello de reediciones? Mi tarea principal era tratar con la prensa y las revistas extranjeras. Pero lo que realmente saqué de esa experiencia fue una gran educación musical, sobre todo de cosas que pasaban desapercibidas, que eran del pasado o que resultaban demasiado oscuras para el oyente medio. Como puedes imaginar, nada relacionado con Led Zeppelin o The Who. Por ejemplo, escuché por primera vez a bandas que te he comentado, como Spacemen 3 y The Small Faces, pero también a The Monks, los New York Dolls y Suicide. Aprendí que ahí fuera hay un mundo musical fascinante que la gente desconoce por completo. Supongo que cuando regresaste a Seattle tenías muchas ganas de lanzarte con tu propio sello… No fue tan rápido. Regresé de España a finales de 1997 y terminé la universidad en 1998, aunque parecía que nunca era el

Matt Sullivan, el cerebro de un sello imprescindible para el aficionado serio (foto: Jennifer Maas)

momento oportuno para montar el sello. Entonces empecé a trabajar en una empresa que se llama The Real Network, que desarrolló una plataforma on-line de música conocida como Rhapsody y funcionaba con Real Audio y Real Video. Yo formaba parte de un grupo que se encargaba de promocionar música en su web y estuve allí dos años y medio. Lo mejor que me sucedió fue marcharme y poder concentrarme en buscar trabajo. Pero como eso no funcionó, decidí montar mi propia discográfica en 2001. Tardé un año en editar el primer álbum, un recopilatorio de The

Last Poets, y yo mismo me encargué del diseño, de la presentación y del marketing. Poco después se unió mi amigo Josh como socio. ¿Crees que el hecho de empezar una aventura discográfica en pleno apogeo de las empresas on-line os facilitó las cosas? Sí, fue una gran oportunidad porque una de las tareas principales consiste en localizar música de grupos y artistas que ya no están en activo. Internet se ha convertido en la gran fuente de información para contactar con la gente, con los sellos

pequeños y también para compartir música. No creo que hubiésemos sido capaces de montar esta empresa en 1980… entonces ya estaba Rhino Records, pero el trabajo debía ser muy distinto sin acceso al mundo on-line. Las reediciones de Light in the Attic son famosas por su diseño, por los textos y por el material de archivo que incluyen. ¿Podrías contarnos cómo es el proceso de reeditar un álbum perdido? El primer paso consiste en encontrar un disco y, normalmente, es un amigo o un conocido quien nos pone sobre la pista de

algo que le ha encantado. Después debemos localizar a los propietarios de los derechos, una tarea que conlleva mucho tiempo y nos impide sacar el álbum más deprisa al mercado. También intentamos contactar con el artista, a pesar de que muchas veces ellos no poseen los derechos de su obra. Piensa que este proceso legal puede llevarnos desde tres meses hasta siete años. Habitualmente, los mejores discos son los que más trabajo cuestan. Las reediciones de Rodríguez tardaron cuatro años y la colección de demos de Kris Kristofferson nos llevó seis años, pues-

to que es una fase que necesita tiempo. Una vez la parte burocrática está solucionada, nos sentamos y empezamos a revisar el material de archivo para el packaging e intentamos encontrar los másters originales, aunque si no están disponibles buscamos el mejor vinilo posible para masterizar el audio. Por último, tenemos que encontrar a alguien que escriba un buen libreto para acompañar el álbum. ¿Cómo acostumbran a reaccionar los artistas cuando les proponéis reeditar una obra suya que estaba prácticamente olvidada? Siempre intentamos contactar con ellos para que participen porque muchos están vivos y tienen ganas de contarnos anécdotas. A veces, las reediciones destapan recuerdos tristes del pasado puesto que la mayoría de estos discos fueron un fracaso comercial en su momento y los artistas sienten pena al recordar su experiencia. Muchos músicos fueron maltratados por la industria y nosotros les mostramos ilusión, aunque lleva cierto tiempo ganarse la confianza de alguien. En otras ocasiones no quieren participar y eso es una pena porque nos gusta colaborar con gente que siente la misma pasión que nosotros. Así todo es más divertido. Por ejemplo, Rodríguez, Ray Stinett o Wendy Rene siempre se mostraron positivos, compartieron sus buenas vibraciones y estaban emocionados al saber que su música se comercializaría de manera adecuada tantos años después. Por cierto, ¿qué resulta más complicado, trabajar en un recopilatorio o en un álbum de un artista en solitario? Un recopilatorio es mucho más difícil de editar porque las canciones acostumbran a tener diversos propietarios. Por ejemplo, el recopilatorio de Marcos Valle solo tiene un propietario de los derechos de los masters, pero en el caso del álbum Country Funk que tiene dieciséis canciones, nos encontramos con diez propietarios distintos. Es maravilloso cuando ves el trabajo terminado de un recopilatorio, aunque son muy complicados de llevar a cabo. Uno de nuestros primeros proyectos se tituló Wheddle’s Groove y era una colección de música soul grabada en Seattle en los años sesenta y setenta. Nos llevó mucho tiempo gestionar la licencia de las dieciocho canciones de dieciocho artistas distintos y de otros tantos propietarios. Me gusta esta profesión, sin embargo, ahora entiendo porque los grandes sellos no se centran en recopilatorios que impliquen diversos propietarios de derechos, puesto que nadie quiere tantos quebraderos de cabeza. Realmente es un negocio mucho

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desde dentro más pequeño y complicado que editar un disco de un único artista. ¿Has tenido la oportunidad de viajar por el mundo para conocer a los artistas o buscar álbumes legendarios que no estén en circulación? Me encantaría, aunque pocas veces lo hago. Viajé a Francia para conocer a una gente con la que queríamos reeditar un disco, pero lamentablemente no he podido ir a Tailandia para el proyecto de Thai Funk. Espero poder viajar más adelante, a pesar de que actualmente todos los trámites se hacen por mail y por teléfono. Eso sí, hemos recorrido varias veces los Estados Unidos y Canadá, fuimos a Detroit para conocer a Rodríguez y estuvimos en Memphis para las reediciones de Stax Records. Me encantaría poder ir a Zimbabue a buscar álbumes y conocer a artistas, pero tiene que ser un proyecto muy grande. ¿Vuestro interés por Rodríguez surgió antes o después del éxito del documental Searching for Sugar Man? Empezamos a trabajar con él mucho antes. El documental fue premiado en el Festival de Sundance de 2012 y empezó a exhibirse en otros países a finales de ese

La incomparable Betty Davis comiendo pollo frito; Big Boys actuando en 1985 (foto: Pat Blashill); Packy Axton junto a Steve Cropper y Duck Dunn; Rodríguez en vivo en el club The Sewer

mismo año, pero nosotros editamos Cold Fact, su primer disco, en 2008 y un año después lanzamos Coming from Reality. No supimos que estaban rodando el documental hasta el 2007 y nosotros empezamos a trabajar en el proyecto de reedición dos años antes, en 2005. El director Malik Bendjelloul y yo compartíamos el mismo

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tal sobre su carrera y mucho menos que ganaría un Oscar. Es evidente que sentís una gran predilección por Stax Records puesto que habéis reeditado joyas de Packy Axton y Wendy Rene, además del recopilatorio Never to Be Forgotten. ¿Por qué crees que fue tan especial la música que grabaron en aquella época en Memphis? Simplemente soy un fan de aquella discográfica y tenemos una gran relación con la gente del Stax Museum de Memphis. Nos encantan sus álbumes y visitar la ciu-

Ahora entiendo porque los grandes sellos no se centran en recopilatorios que impliquen diversos propietarios de derechos. Realmente es un negocio mucho más pequeño y complicado que editar un disco de un único artista

amor por la música y recuerdo que él me mandaba versiones preliminares del documental para que las viera. Al final les gestionamos la licencia para la banda sonora, pero esa película tan fantástica fue responsabilidad suya. Cuando fuimos a Detroit a conocer a Rodríguez en 2006, nunca imaginamos que habría un documen-

dad. Lo que realmente hace única la música de Stax, incluso más que la de Motown, es que resulta más orgánica porque no se trataba de una fábrica de hits en cadena. Además, allí había una mezcla de artistas blancos y negros que no era nada forzada. En los años sesenta, la gente que trabajaba en aquel sello solo buscaba un lugar en

Secretos de buhardilla Aunque cuidan a los artistas contemporáneos —impulsando las carreras de nuestros queridos The Black Angels o Nicole Willis— los chicos de Light in the Attic son arqueólogos de corazón que igual exploran las raíces folk (Willie Nelson, Tim Buckley, Louvin Brothers), el blue-eyed R&B (Terry Reid, Spooner Oldham, Jim Dickinson), el rock más genuino (Vagrants, Thin Lizzy, The Sonics, Roky Erickson, PIL, Grateful Dead) o el acervo afro (Jackie Mittoo, Sly Stone, D’Angelo, Bernard Purdie, Betty Davis, Barbara Lynn). Su eclecticismo no tiene límites, así que igual reeditan blues desértico como el que cocinan Tinariwen, a los heterodoxos guitarristas Michael Chapman o Gabor Szavo y a bandas alternativas como Mercury Rev o Built To Spill. Y no ignoran el viejo mundo, como testimonian sus discos a nombre de Jane Birkin, Serge Gainsbourg, Françoise Hardy, Annette Peacock o Lucio Battisti. Ah, y han reeditado a The Shaggs para que no se pierda su ingenuo y atemporal encanto. 78 | RUTA 66

la industria musical y querían potenciar su talento, algo que no era frecuente en ese ambiente segregado. Lamentablemente, después del asesinato de Martin Luther King, las cosas cambiaron a peor. Puede que Memphis sea una de las ciudades menos valoradas musicalmente porque allí no solamente estaba Elvis, sino que también empezó Johnny Cash, Stax Records y Hi Records con Al Green. Es un lugar que siempre me inspira. Sorprende que un álbum tan bueno como A Fire Somewhere de Ray Stinnett estuviera olvidado durante varias décadas. ¿Cómo lo localizasteis y qué recuerdos tienes del proceso de reedición? Tenemos un amigo en Los Ángeles que es un gran coleccionista de discos y un día encontró una copia original de un vinilo de prueba en una tienda. Lo curioso es que ese trabajo nunca se llegó a publicar. Entonces nos contó la historia y nos sugirió que lo reeditásemos. Así fue cómo iniciamos el proceso y contactamos con Ray, que es un tipo fantástico y había sido el guitarrista original de Sam The Sham & The Pharaohs. Nunca tuvo su oportunidad en solitario, aunque conservaba las cintas originales y el material gráfico del álbum, puesto que todo estaba terminado y listo para editar. Pero resulta que A&M Records decidió aparcarlo en una estantería. Ray no quería ser una gran estrella porque ya lo había sido con su banda y solamente deseaba editar su obra. Lamentablemente, aquel sello no fue honesto con él. Con el tiempo recuperó los derechos y así pudimos reeditarlo. También habéis lanzado una reedición del Where’s My Towel? de los legendarios The Big Boys. ¿Por qué crees que sigue siendo un referente del punk? Patrick McCarthy, que trabaja como responsable de proyectos en Light in the Attic, fue el encargado de producir la reedición del disco de The Big Boys. Cogió un vuelo hacia Austin, Texas, para entrevistar a Tim Kerr y a Chris Gates con el objetico de rodar un cortometraje documental sobre su experiencia. ¿Cuál creo que es la magia de este álbum? Pues que se trata del original y que ellos crearon las bases para muchas otras bandas de punk que vinieron después. En la fiesta de presentación del disco de The Big Boys contasteis con la colaboración de Stereo Skateboards. ¿Se podría decir que en Light in the Attic se respira la cultura del monopatín? Colaboramos con Stereo para organizar la fiesta de presentación y la exposición del lanzamiento del álbum de The Big Boys en Los Ángeles. Tim Kerr vino especialmente desde Texas para asistir al evento y mostrarnos su obra. ¡Deberíais haber venido, fue alucinante! Cuando era joven intenté patinar, pero fracasé miserablemente. Patrick y Cassie son los verdaderos adictos al skate en Light in the Attic, siempre están haciendo ‘’ollies’’ por los pasillos y las mesas. *


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