Jon Langford Centauro del desierto La música y el arte han mantenido una relación simbiótica y promiscua a lo largo de las décadas, contribuyendo así a engrandecer la mitología salvaje del rock ‘n’ roll. Puede que los casos más evidentes sean los diseñadores de portadas de discos que dejaron una huella imborrable en los albores de la psicodelia o los pósteres de conciertos que hoy se venden como objetos de coleccionista en las tiendas de merchandising de cualquier ciudad de provincias. Sin embargo, también existe un selecto grupo de músicos que se han adentrado en los turbulentos senderos de la creación visual y han consolidado una carrera paralela con cierto éxito internacional. Evidentemente, cada uno de vosotros tendrá sus preferencias y sus nombres fetiche en este ámbito, pero es evidente que Jon Langford se ha convertido por méritos propios en uno de los abanderados a la hora de mezclar el espíritu del punk con una iconografía kitsch alejada de los cánones ortodoxos. Una historia fascinante que se remonta a su época de estudiante en la Universidad de Leeds durante los convulsos años 70, cuando abandonó los pinceles para formar la legendaria banda de The Mekons, aunque fue a partir de su reubicación en Chicago en 1992 cuando su faceta de artista plástico eclosionó gracias a exposiciones de sus obras, al diseño de cubiertas de vinilos, a la creación de tiras cómicas para periódicos y a diversos espectáculos multimedia. Bienvenidos a un universo personal e intransferible plagado de guiños publicitarios, de parafernalia del oeste norteamericano y de la paranoia en tecnicolor de la Guerra Fría, con una mirada mordaz al mundo que nos rodea. Texto: David Moreu. Imágenes cedidas por La Fiambrera Art Gallery. Web del artista: www.jonlangford.de
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Te propongo remontarnos a los inicios de esta aventura musical y artística tan apasionante. ¿Cómo era Gales a principios de los años 70, cuando descubriste tu vocación creativa? Recuerdo que entonces me pasaba el día dibujando, también me dedicaba a copiar fotografías de los periódicos a lápiz y me gustaba hacer retratos de futbolistas locales. Más tarde me adentré en ese surrealismo tan “nocivo” que se popularizó por culpa de las portadas de álbumes de bandas de rock progresivo de mediados de los años 70. En aquella época vivía en Newport, un pueblo conocido sobre todo por su puerto. Gales era un lugar verde y hermoso, así que justo antes de trasladarme a Leeds para empezar las clases
en la escuela de arte era muy feliz pintando cuadros de árboles rodeados por nubes, como si fuera un joven artista impresionista. En 1976 decidiste aparcar los estudios de bellas artes en la universidad para montar una banda llamada The Mekons. ¿Qué influencia tuvo el punk en la sociedad acomodada de aquella época? Cuando llegué a Leeds, la pintura me parecía algo aburrido y totalmente pasado de moda. Por el contrario, el punk era ese extraño movimiento colaborativo en el que podías crear tus propias normas y donde la música, la moda, las artes visuales y la política se mezclaban de manera promiscua.
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Cuanto más lejos estabas de Londres, más “Do It Yourself” se volvían las cosas. Londres era la capital y allí estaban la industria musical y los medios de comunicación. Pero Leeds era diferente y nosotros creábamos las cosas a medida que avanzábamos. Nos tomamos muy en serio las ideas fundamentales del punk porque lo veíamos como una manera de escapar del control que las empresas y las corporaciones ejercían sobre la cultura. Sin embargo, The Mekons, fichamos por el sello Virgin Records en 1979 y fue un pequeño desastre. Después de varios años dedicado a la música, volviste a la pintura con unas obras marcadas por la temática countr y. ¿Qué in-
fluencia ha tenido en la cultura popular este género “maldito”? Ahora interpreto la iconografía Country & Western que aparece en mis pinturas como algo completamente autobiográfico. Si pintaba un cuadro de Hank Williams o de Bob Wils firmando sus respectivos contratos discográficos, en realidad estaba hablando sobre mis propias experiencias como soldado raso en la industria musical. Me encantaban los paralelismos que existían entre el movimiento punk y la música country gracias a las estructuras tan simples de las canciones y a unas letras que reflejaban la vida real. La música country actual no significa nada para mí, es un simple mecanismo
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para que las grandes corporaciones sigan amasando millones de dólares. Es evidente que existen diversos paralelismos entre la esencia reivindicativa del punk y la mentalidad outsider del country ejemplificada por personajes como Hank Williams. Entonces veíamos el country norteamericano como una extensión de la música folk o incluso como una versión blanca del blues. Sin duda, se trataba de un buen medio para contar historias y era un género en el que artistas como Merle Haggard y Hank Williams podían hablar libremente sobre sus vidas. No en vano, aquellas canciones enlazaban con las experiencias del público que les seguía a todas partes. El punk fue una
reacción contra las canciones pop que no tenían ningún tipo de sustancia y también una oposición al rock progresivo de los años 70, donde el virtuosismo con los instrumentos y las letras basadas en temas de fantasía pretendían canalizar la rabia de la gente. ¿Magos y elfos? Para nosotros el punk eran dos o tres acordes y experiencias reales. Queríamos eliminar el espacio físico y mental que separaba los artistas del público. Por curiosidad, ¿qué proceso creativo sigues a la hora de empezar una obra? Seguramente haces bocetos en una libreta para capturar la idea principal. Acostumbro a llevar libretas para anotar ideas de canciones y de cuadros. Me gusta trabajar deprisa y
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existe una gran retroalimentación entre mis pinturas y mi música. En este sentido, una letra puede convertirse en un cuadro o una idea visual puede inspirar una canción. Tengo muchísimas ideas guardadas en la recámara y siempre estoy intentando recuperarlas de algún modo. Mi proceso creativo está a medio camino entre la planificación y el buceo temerario a través de los bocetos. Pero como viajo bastante por culpa de las giras, entonces dispongo de mucho tiempo libre para reflexionar sobre el arte. Lo que sí tengo claro es que me gusta empezar a pintar muy temprano por la mañana. ¿Podrías contarnos qué técnicas utilizas habitualmente para realizar tus cuadros y qué te aporta cada una como medio de expresión?
Me gusta crear una superficie muy inestable para que el trabajo tenga una apariencia frágil y vaya acompañado de una estética desgastada. No tengo la intención de falsear los cuadros para que parezcan obras viejas, sino que me gusta usar mi habilidad con el dibujo para crear algo muy fotográfico y luego destruirlo. Es una buena metáfora para hablar del abandono y del maltrato que reciben los artistas por parte de la gente que tiene dinero. Me encantan la textura y la presencia física de la madera como lienzo porque es un material que presta cierta resistencia, implica lucha y acostumbra a imponerse en medio del proceso creativo. Siempre empiezo pintando la tabla con diversas capas de colores en
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acrílico, en óleo o pastel. Esto me permite disponer de una base muy inestable para seguir trabajando el cuadro. Los temas más recurrentes en tu obra son los iconos de la cultura popular y los esqueletos de tradición mexicana. ¿Qué quieres transmitir con esta iconografía de carácter kitsch? En un viaje a Londres en 1988 tuve la oportunidad de ver una exposición de arte basado en el Día de Muertos mexicano y me impresionó mucho. Eran obras originales y divertidas, pero nunca basadas en el miedo. Sin embargo, la oscura tradición europea del género vanitas de los siglos XVI y XVII también es una buena fuente de inspiración gracias a esos señores ri-
cos que aparecen sentados en unas mesas adornadas con calaveras y candelabros a medio quemar. Quiero que mis obras sean como un extraño espejo poético que refleja el mundo que me rodea y mi relación tanto con el dinero como con el poder. Podríamos decir que este es un tema habitual de mis pinturas. ¿El arte es un espejo o un martillo? ¡Creo que me gusta golpear a la gente en la cabeza con un espejo! Hace un par de años el Country Music Hall of Fame and Museum te encargó una serie de retratos para la exposición Dylan, Cash, and the Nashville Cats: A New Music City. ¿Cómo afrontaste ese proyecto con tanta repercusión mediática?
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Fue una grata sorpresa porque yo me imaginaba el Country Music Hall of Fame como un lugar donde únicamente guardaban los calzoncillos de Garth Brooks en una vitrina de cristal, pero resulta que es un museo enorme donde viven con mucha pasión la historia y la difusión de este género musical. Y en seguida vi que tenía muchas cosas en común con la gente que trabajaba allí. La exposición fue fantástica porque, en lugar de recrearse en los mitos de la escena country de Nashville, se dedicaba a mostrar el funcionamiento interno de la Music City en la década de los 60 y evitaba todas esas estúpidas categorías que la gente habitualmente usa para definir ese tipo de música.
También diseñas portadas de libros, dibujas cómics e incluso has ilustrado etiquetas para una marca de cerveza. ¿Existe alguna diferencia entre tu trabajo personal y los encargos comerciales? Nunca me han pedido que hiciera algo con lo que no me sintiera cómodo. Y me gusta diseñar las etiquetas de la marca Dogfish Head Brewery porque me encanta su cerveza. Realmente no tengo ningún dilema moral a la hora de mezclar arte y negocios si el producto resultante es interesante. Por lo que se refiere al cómic Great Pop Things, mi amigo Colin B. Morton y yo lo pasamos genial durante diez años creando unas viñetas que reventaban las burbujas tan pomposas que
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las estrellas de la música habían creado a su alrededor. Sin embargo, las firmaba con el pseudónimo de Chuck Death. El hecho de que gente como el famoso periodista musical Greil Marcus disfrutara leyendo aquella tira cómica de periódico es algo que me halaga mucho. Soy un gran seguidor de sus libros. Tengo entendido que conociste a William Burroughs a mediados de la década de los 90. ¿Qué recuerdos tienes de ese día que pasaste junto a uno de los padrinos de la generación beat? William Burroughs nos invitó a Alan Doughty, a Steve Goulding, a mi esposa y a la esposa de Alan a visitarlo en su casa en Lawrence (Kansas). Ellos eran mis compañeros en la banda The Waco Brothers. En-
tonces pasó algo sorprendente porque nos encontramos a Allen Ginsberg sentado en la mesa de la sala de estar comiendo gachas de maíz con huevos. Ambos escritores fallecieron poco tiempo después de aquella breve visita, pero fue un día memorable. Hablar sobre peces de colores con Burroughs es uno de los puntos álgidos de mi vida. Para terminar la entrevista, una pregunta de ciencia ficción: si tuvieras una máquina del tiempo, ¿a qué personaje histórico te gustaría conocer? Esta es una buena pregunta. Me encantaría hacer una ruta de bares con el mismísimo Karl Marx porque creo que sería muy divertido verlo borracho. ❧
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