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Arquitectura ciega
Isabel Rosas Martín del Campo
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Había caminado pueblos enteros, ciudades completas, calles interminables cuando desperté y me encontré justo enfrente de aquella acera peculiar esperando dentro del auto con el sol en pleno zenit. Todo era abruptamente silencioso, no pasaba gente caminando, la soledad que sentí me dio escalofríos. Aunque la vegetación de algunos elegantes árboles me acompañaba no me fue suficiente para sentirme cómodo.
No me había dado cuenta de que había pasado más de una hora esperando a que saliera mi acompañante de aquella casa. El problema es que su fachada distante no me permitía mirar al interior para, por lo menos, percibir un poco del movimiento interno, Tal vez sombras, murmullos, música o el ladrido de un perro o, el maullido de un gato; algo más humano, el griterío de niños jugando. Parecía una colonia abandonada de humanos y habitada por seres extraños que no conviven entre sí. Que no se miran en ningún momento, porque eso ya no importa. Supongo que salen de su casa en auto con tal rapidez que no habría tiempo para detenerse a mirar a quienes pudieran pasar caminando. Hay una belleza, casi perfecta, en la hilera de las silenciosas fachadas, ciegas todas, no tienen ventanales que se asomen curiosos a la desolada calle, que vaga día y noche tratando de rescatar un poco de algarabía. En cambio, hay muros ciegos, todos soberbios, pareciera que su notoria elegancia los pusiera a competir en cuál es el más bello de todos. La belleza formal prevalece, muros prominentes retan la gravedad en volados arquitectónicos que levitan sobre las alfombras de césped lubricadas por los riegos obedientes y metódicos de cada lar.
Definitivamente el lenguaje de la arquitectura moderna habla otros idiomas. Unos muy distintos a los tintes y acordes de la tradición arquitectónica que te llama y te invita a pasar al interior. La modernidad es hedonista, su fluir sigue una velocidad que se antepone al hombre que habita hacia afuera. Que espera gustoso el saludo del transeúnte o que es testigo del dolor humano cuando este ocurre en sus narices. De qué se oculta el nuevo habitante que vive hacia dentro, atrapado en su propia libertad revestida de belleza geométricamente perfecta.
O, es que acaso es arquitectura epicurista que busca reencontrar el silencio perdido entre la mixtura sonora que delinea la ciudad pensando que es introspección. El hombre se defiende de él, porque el hombre peligra ante el ruido en cualquiera de sus formas. La arquitectura es refugio, esta, es uno muy distinguido, bello y perfecto. Saldré a caminar quizá me encuentre algo…
Blind architecture
Isabel Rosas Martín del Campo
Ihad walked entire towns, entire cities, endless streets when I woke up to find myself right in front of that peculiar sidewalk waiting inside the car with the sun in full zenith. Everything was abruptly silent, no people were walking past, the loneliness I felt gave me chills. Although the vegetation of some elegant trees accompanied me, it was not enough to make me feel comfortable.
I had not realized that I had spent more than an hour waiting for my companion to leave that house. The problem is that its distant facade did not allow me to look inside to, at least, perceive a little of the internal movement, perhaps shadows, murmurs, music or the barking of a dog or, the meow of a cat; something more human, the screaming of children playing. It looked like an abandoned colony of humans and inhabited by strange beings that do not live with each other. That they do not look at each other at any time, because that no longer matters. I suppose they drive out of their house so quickly that there would be no time to stop to look at those who might walk by.
There is an almost perfect beauty in the row of silent facades, all of them blind, they do not have windows that look out curiously at the desolate street, which wanders day and night trying to rescue a bit of hubbub. Instead, there are blind walls, all superb, it seems that their notorious elegance puts them to compete in which one is the most beautiful of all. Formal beauty prevails, prominent walls defy gravity in architectural flies that levitate over grass rugs lubricated by the obedient and methodical watering of each lar.
Definitely the language of modern architecture speaks other languages. Some very different from the tints and chords of the architectural tradition that calls you and invites you to go inside. Modernity is hedonistic, its flow follows a speed that precedes the man who lives outside. Who gladly awaits the greeting of the passerby or who is a witness of human pain when it occurs in their noses. What is hidden from the new inhabitant who lives inwardly, trapped in his own freedom clothed in geometrically perfect beauty.
Or, is it perhaps epicurist architecture that seeks to rediscover the silence lost between the sound mixture that delineates the city, thinking that it is introspection. Man defends himself against it, because man is in danger from noise in any of its forms. Architecture is a refuge, this is a very distinguished, beautiful and perfect one. I’ll go for a walk, maybe I’ll find something ...