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La urbe que pasa
2 Mirada Si usted se queja del tráfico de Medellín o de Bogotá, es porque no ha ido a Lima. Los miles de taxis informales y de microbuses atestados son arte y parte del caos vehicular que ocasiona la guerra del centavo, en este caso, de los soles.
En busca del sol de cada día Juan Carlos Gómez. juancargo19@hotmail.com
l primer día que salí en busca de un taxi seguí al pie de la letra la recomendación: “Amarillo o blanco, y solo tómelo en los acopios”. -Al Cortijo, cerca a la embajada de los Estados Unidos. -¿Por el Polo? -Sí, le respondí sin saber a qué se refería. -Son doce soles. Doce, pensé; de inmediato hice la conversión: ocho mil pesos. La recomendación también era regatear el precio del servicio. Y lo hice, 10 soles; pero el acento de extranjero se me notó al instante -con el tiempo aprendí a disimularlo-. -Pues, salga a la calle y búsquese un informal, él lo lleva por eso… El taxista respondió en un mal tono. Mal comienzo, tengo frío, hambre y ganas de llegar a mi destino pronto. Cuadré el trayecto en diez soles con el siguiente en fila y me pareció que estaba muy bien ahorrarme dos soles. El taxi era un Toyota, modelo 2012, con su cojinería intacta y un olor a nuevo que generaba confort. Me senté adelante en busca de una conversación. -¿Cómo le va caballero? El taxista reaccionó después de mi segunda pregunta. -¿Mucho frío? -Sí, joven, está frio el clima. Tosió con una tos seca, no sé si lo hizo intencionalmente para cortar el diálogo o solo por una afección respiratoria. Regatear no es un insulto, y para mí se convirtió en una necesidad con el pasar de los días. Pero el mal humor del hombre se evidenciaba en la forma como conducía. Eran las 11 y media de la noche, los semáforos no era importante respetarlos y los cruces los hacía solo con una cambio de luces. Imprudente, cruzaba a la derecha o a la izquierda y ya buscaba otra calle. Llegue al Cortijo en silencio, ni música; solo el sonido del motor de la calefacción del vehículo. Dos monedas de cinco soles. -Feliz noche, señor… -sin respuesta de nuevo. Mañana fría en medio de una brisa que no es llovizna, sino unas goticas que te pican la cara y fastidian hasta hacerte cerrar los ojos, te enfrían las orejas, la nariz. Salgo a la calle, ningún taxi blanco, tampoco amarillo. Decidí caminar hasta El Polo con El Derby, dos calles que se cruzan en la esquina de la Embajada de los Estados Unidos; los taxis pasaban ocupados. Un Nissan vino tinto me hizo un cambio de luces, lo único que lo identificaba como taxi era su letrero en el tablero, el mismo que, apenas te montas, es retirado por el conductor. Le dije que no con la cabeza. Ya han pasado cinco minutos y todos van ocupados.
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No. 60 Septiembre de 2012
Trancón de taxis en Lima
Otro carro baja la velocidad. Es un Nissan, gris con unas cintas reflectivas blancas y rojas en los laterales; se detuvo. Y de nuevo a regatear antes de montarse. -Al Jockey Plaza por Holguín. -Son seis soles, -me reí solo y le dije: -Cinco. -Está bien, pues -contesta el hombre. A su respuesta pensé: “Mierda, me vieron la cara anoche”, y me senté adelante. El sujeto retiró el periódico y corrió la silla hacia atrás. Estaba escuchando la Radio Capital en el dial 96.7, que es como el de Julio Sánchez en Colombia. Le pregunté por el clima, por su trabajo y cuánto llevaba en el gremio, si el taxi era suyo y cuánto liquidaba por día. -50 soles( $34.000 pesos), eso es lo que tengo que entregar, más la llenada de la bombona de gas que son 25 soles ($16.500) todo el día. Este taxi en particular ya no olía a nuevo y su aspecto no era el mejor, pero la cortesía del conductor hizo el recorrido agradable. Con el tiempo, y al conocer mejor las rutas y de instaurar mi tarifa en cinco soles, las cosas fueron más fáciles en medio de la informalidad del trasporte público de Lima.
El microbús parlante
La necesidad trae la informalidad, pero ello rebaja las condiciones de trabajo y sus beneficios. El gremio de los trasportadores se encuentra en crisis como en muchos países de Latinoamérica, en la capital de Perú, las cosas no mejoran y el paro de trasportes del 16 de agosto fue un fracaso. Los únicos afectados son los usuarios, están inconformes por las medidas que han tomado los gobiernos en la ciudad: desde controles innecesarios hasta medidas de choque en la seguridad y las normativas de movilidad para beneficiar a unos pocos o para fomentar el uso del Bus Metropolitano -algo así como el Transmilenio en Bogotá o el Metroplús en Medellín- que presta un servicio regular y en un trayecto pequeño. Las vías son intransitables en horas pico. La avenida Javier Prado -la arteria principal que se convierte en una locura a las seis de la tarde- está restringida en sus carriles expresos para el transporte público. Un circo de cientos de combis -microbuses- con sus cobradores arman las congestiones. Ellos irrespetan los paraderos aprovechando que miles de usuarios están ávidos de llegar a sus casas o al trabajo. Solo una centena de policías de tránsito intentan dar vía en las esquinas, con bastones de luces rojas y cámaras fotográficas que registran el mal uso de los sitios de descarga. Te puedes demorar varias horas en atravesar la ciudad desde El Callao hasta el sector oriental de Lima. Rosa saca la cabeza por la ventana y empieza a gritarles a los posibles pasajeros las calles que recorre su combi, desde la Embajada de los Estados Unidos hasta más
3 allá del centro de Lima. A su trabajo, se le conoce como “cobrador”, está mal remunerado y no es fácil. A diferencia de muchos de sus colegas, ella no parece andar a la defensiva, es capaz de reír en medio del frío de las mañanas de invierno. Usa una camisa café, vieja pero limpia, con el logo de municipalidad de El Callao. Su aspecto pulcro contrasta con el microbús sucio y descuidado en el que trabaja. “A la Vía Expreso son sol cincuenta”, dijo Rosa. Momentos antes, en el paradero, un par de señoras me habían repetido: “De aquí a la Vía Expreso son 1.20; no pague más”. Estaba dispuesto a ahorrar en este viaje a Perú y desde el primer día me propuse que no me iban a ver la cara, que no me iban a cobrar de más, y que iba a regatear cada sol que me pudiera ahorrar para poder comer bien y salir fuera de Lima a conocer otras ciudades. Pero me subí, le di las monedas, sonriendo. No tuve respuesta, “qué mal”, pensé, nadie sonríe y muy pocos saludan aquí, ¿será por el invierno o ésta es la dinámica de la cortesía limeña? Mientras Rosa no para de gritar las calles, le pregunto: -¿Cómo le va? -¿Qué ha dicho, joven? -es su respuesta. -¿Que cómo va el trabajo hoy? - Muy bien. -¿Mucho frío? -pregunto nuevamente-. No, está tranquilo el clima. “¡Mierda!”, me dije, “hoy he esperado en la esquina de El Polo con la calle El Cortijo, casi media hora. Me estoy helando y esta mujer saca la cabeza por la ventana todo el día y dice que está tranquilo. ¡Qué locura!”. Rosa me mira y se sienta en la silla al espaldar del conductor. Estoy frente a ella y empiezo a preguntar, las respuestas son solo monosílabos y frases a medias, entre de la dinámica de su trabajo. No hay timbres. Los pasajeros dicen: “Bajo” o “Baja” para solicitar el desembarco y Rosa repite las calles al conductor: “Bajo en tal calle”, “parada en la otra”. Los usuarios que están en los paraderos escuchan atentos las calles, el destino de la combi y ven cómo se abre una y otra vez la puerta corrediza. A veces van repletos estos microbuses, pero tanto los cobradores como el chofer deben tener cuidado, pues, a veces, los agentes de tránsito suben, toman fotos para multarlos con pruebas en la mano, en caso de que lleven sobrecupo. Al fin, un momento de calma. La combi está llena y no caben más pasajeros, no hay mas paradas y puedo seguir interrogando a Rosa. Habla más pausado y está menos atenta de cada paradero. Le explico que soy un turista y que quiero escribir algo sobre Lima y su día a día. Ella no entiende, pero acede a contestarme. Lleva más de dos años trabajando como cobradora de combis, por solo unos 500 o 550 soles al mes
($ 375.000). La vida no ha sido muy buena con ella, trabaja por necesidad y la rutina de cobradora le ha dejado secuelas: sus labios y sus pómulos evidencian el deterioro causado por el frío que, además, le hace mal a sus pulmones. Rosa tiene dos hijos y vive con su madre en las afueras de Lima, en El Callao, cerca al puerto, en una habitación de arriendo. Trabajaba en un puesto de comida en la calle del puerto, pero la Municipalidad y la Sanidad no permiten que trabajen allí tantos informales. Llegó a ser cobradora por una amiga que también trabaja en eso. Ya lleva año y medio. Sus manos están negras, no es la suciedad normal, sino una de color gris plomo, la que deja la manipulación de miles de monedas. Sus dedos están ultrajados y sus uñas descuidadas por estar corriendo la puerta corrediza a cada instante, para bajarse y empujar a los pasajeros dentro de la busetica. Por algo, sigue soñando con tener su propio negocio de comidas y olvidarse de las combis. El tráfico se complica mientras nos acercamos al Centro. Las combis de El Callao no pueden ingresar y tienen que dejar a los pasajeros en la periferia. La dinámica del recorrido cambia, los semáforos tienen un cronómetro de tiempo para cada luz roja y los conductores no están dispuestos a respetarlo. Rosa se levanta, empieza a bajar pasajeros y a acomodar a otros en esos puestos. Una señora quiere subir un costal lleno. Rosa la detiene en la puerta: “No, mi señora, ese bulto no sube. Súbase en un bus que es más grande; aquí no lo llevamos”. La pasajera hace cara de malas pulgas y pronuncia un insulto entre labios. Rosa se sienta de nuevo, no le gusta la situación. Yo no pregunto más. -Ya casi se baja joven, faltan cinco calles. Debo bajarme, pero le propongo que por 50 céntimos más me deje lo más lejos que pueda después de la Vía Expreso, pues quiero seguir conversando con ella. Le parece bien el trato, aunque el conductor mira por el retrovisor en gesto de desaprobación. Ya no veo la sonrisa con la que subí frente a la Embajada. El Centro la pone tensa, suben y bajan pasajeros, la competencia aumenta. Las otras combis pasan y pitan, el conductor solo pregunta: “¿Quién viene atrás?”. Rosa responde con apodos mientras no deja de cobrar y entregar una especie de comprobante por el pago. Ya no descansa. La mitad de su cuerpo vuelve a estar por fuera de la ventana, sigue vomitando nombres de calles. Gritar, bajar, empujar, cobrar, gritar, parar, empujar, el ritmo es incesante mientras la ciudad comienza a cambiar de aspecto. Salimos del Centro y ahora estamos en el Distrito de Surco que se caracteriza por la abundancia de chifas que son una combinación de restaurante chino con comida peruana. Rosa toma un respiro, se sienta. -Joven, ya faltan dos cuadras para bajarse. Toma una combi hacia el otro lado, se baja en la Expreso y toma el Metropolitano. Y ese lo lleva al centro de Lima. Asiento con la cabeza, afirmando que le entendí. Le deseo un feliz día y le doy las gracias a ella primero y al conductor, quien no me responde. Ella me deja con una sonrisa y una recomendación: -Cuidado con la camarita y su radio, joven. Escucho por última vez su voz repitiendo las calles y buscando quién ocupe el puesto que acaba de dejar vacío ese sujeto curioso y perdido.
La seguridad es mejor que la policía
Salgo a caminar en busca de un bar o un café en Surco; ya he caminado más de 10 cuadras. Son las 12:30 de la noche y solo encuentro una discoteca con un cover de 30 soles, mucho ruido y luces destellantes. Continúo un par de cuadras y compro una cerveza, llego a la calle Primavera. Le digo al costeño, un sujeto simpático y alegre de Barranquilla que vino a trabajar conmigo a Lima, que el caso está perdido. Las opciones son: un casino, una chifa, una droguería 24 horas, volver al apartamento o meternos a la discoteca estrato siete. Nos llama la atención una llamarada que se ve en una esquina. Es un artista callejero que bota fuego por la boca mientras monta en monociclo. Ahí está el guía que estamos buscando. -Parce, ¿un barcito por acá de rock? -No, parcerito, tienen que pegar para Barranco o Miraflores, aquí no encuentran nada. Cojan un taxi aquí en la esquina, cualquiera los lleva en 20 soles y se demora media hora. ¿Son de Colombia? Buena energía por acá en Lima. Decidimos seguir su recomendación e irnos para Barranco, un distrito muy conocido que está a orillas del mar. Taxis de muchos colores. Un Nissan blanco. El costeño regatea y saca la carrera en 20 soles. Me mira, le digo que está bien. Quiero irme adelante, pero me detengo ante lo que veo y me hago atrás con el costeño. Jesús Anco lleva más de 15 años de taxista, así ha sacado adelante a su familia. Él era supervisor en una procesadora de alimentos del sector industrial. Al terminar su turno, salía en la noche a buscarse la vida en un viejo Toyota modelo 80. Su mujer era muy nerviosa y no le gustaba que saliera a esas horas. Al principio, lo hacía por necesidad, con dos hijos pequeños y muchas obligaciones el taxi era la mejor opción, pero con el tiempo se convirtió en su rutina. “Llegaba cansado y me levantaba temprano buscando quién iba en mi misma ruta de trabajo”. Así se levantaba cinco soles para la gasolina. “Pero en las noches es mejor, el trafico es más fluido y las carreras se pueden cobrar más caras. La gente sale en busca de diversión y no hay tanta competencia”. El único pero es la seguridad: una malla metálica rodea la silla del conductor. No será la primera que vea. Así Jesús se siente más seguro. Eso lo complementa con que no apaga la luz al interior del vehículo. “Es mejor la seguridad, que la policía”, afirma en tres ocasiones a lo largo del recorrido. La última vez que le robaron a Jesús no fue en su Nissan blanco, fue en un Tico - una versión pequeña de taxi que abunda allí-. Se le llevaron todo, le dieron un puño en la cara y le hicieron un corte en la cabeza con el mango de un cuchillo. “El abrazo de la muerte” es la forma más fácil de robar y de someter a un taxista: entran al vehículo dos o tres personas, uno se sienta adelante y dos atrás. En un momento, te das cuenta que tienes un brazo sofocándote por el cuello, sientes una presión puntiaguda en el estómago y uno de los sujetos te revisa los bolsillos y te da golpes en las costillas para dejarte sin aire. Si te opones al robo, el cuchillo entra en el estómago. Por eso, Jesús decidió dejarse robar la última vez, pero no se quedaría sin recordarles a sus madres. La respuesta de ellos fue un golpe seco en la cara y otro en la cabeza. Su mujer le dijo que dejara el taxi, que se lo entregara al cuñado o a alguien de la casa para que lo trabajara, pero Jesús no se dejó amedrentar. Lo vendió y se compró un taxi de segunda. Lo primero que hizo fue, por 120 soles, instalarle las mallas que ya vienen construidas a la medida del vehículo, solo era soldarlas y listo. Alguien debe de estar haciendo mucho dinero haciéndolas. Recogemos lo de la carrera, tres monedas de cinco soles, dos de dos soles y una de sol. Pienso lo mucho que me asombra que se pueda pagar media hora de recorrido con solo monedas. Se las entrego por un pequeño espacio en los alambres, Jesús se despide con una sonrisa. Le pido el favor de tomarle una fotografía con mi teléfono, a lo cual accede sin reparo, se aleja en medio de la Plaza de Armas de Barranco en busca de un cliente más y con la convicción de que esta noche las cosas serán mejor, sin importar el frío o el destino.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
4 Editorial
Laboratorio ícese de un lugar dotado de los medios necesarios para realizar investigaciones, experimentos y trabajos de carácter científico y técnico. Ese es el primer significado que la Real Academia de la Lengua le atribuye a la palabra laboratorio. Pero hay una definición más: “Realidad en la cual se experimenta o se elabora algo”. Desde hace trece años, por una iniciativa que más bien era apasionamiento por el oficio que estaban aprendiendo, un grupo de estudiantes, con el aval de algunos profesores, emprendió la aventura de crear un periódico en el pregrado de Comunicación Social de la Universidad de Antioquia. Con concursos, con aprobaciones y desaprobaciones se llamó De la Urbe. Y desde el comienzo hubo claridad, consenso en que en él se haría “periodismo universitario para la ciudad” y no periodismo universitario de la universidad. Alimentado en la universidad pública, un espíritu rebelde, contestatario, de resistencia a los poderes hegemónicos, de curiosidad innata por saber, entender y contar otras historias de Medellín y de Colombia fueron consolidando una forma de ser de este periódico: Periodismo con independencia de los dictámenes emanados desde el Bloque 16 del Alma Mater; periodismo que no le copia a las agendas informativas impuestas por los “grandes” medios de comunicación; periodismo que busca mirar desde otros ángulos, territorios y actores las diversas realidades que nos tocan, y también, un periodismo que cree en la experimentación, en la búsqueda de otras estructuras y maneras de narrar. Es por eso que De la Urbe es un laboratorio. El entusiasmo inicial de los muchachos, la acogida dentro de la de Antioquia, y lentamente “afuera”, en otras universidades y otros círculos, fue permitiendo que el periódico hiciera parte del proceso pedagógico del nuevo pregrado de Periodismo. Ser parte de De la Urbe, participar en sus consejos de redacción, reportear, editar, publicar, repartir los diez mil ejemplares cada dos meses ya era en sí mismo un ejercicio de aprender haciendo, fuera de las aulas y más cercano a la ‘vida real’. Al hacer en prensa, con el tiempo, se le sumó el hacer en radio, televisión, y por último, en digital. De la Urbe se convirtió en Sistema.
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Opinión
l ciudadano de bien debe ser moralizante, irradiar su sentimiento de molestia y ganar adeptos para una causa difusa, fugaz y casi siempre contradictoria. En Colombia el sentimiento de indignación, con contadas excepciones, tiene alcances limitados y, por momentos, compartir el propósito de llenar cárceles se convierte en una condición para demostrar buenos modales. La violencia contra la mujer y contra los niños, los conductores borrachos, Samuel Moreno, los Nule, Chávez, el Congreso, las cortes, Piedad Córdoba, entre muchos otros actores con sus respectivos acontecimientos susceptibles de ser calificados con la palabra aberrante, han servido como detonante para episodios de indignación colectiva, delirante y pasajera. No se trata de una expresión de derecha o de izquierda; la indignación funciona incluso como punto de encuentro; en este caso, el odio diluye diferencias. Los jueces abundan en las discusiones de corrillo porque lanzando monigotes a la hoguera se aplazan los padecimientos y, para redimir culpas, es necesario buscar responsables y de paso sugerir castigos. Las garantías del aparato judicial y el sistema de frenos y contrapesos no son otra cosa que un límite tímido al autoritarismo; son un paso en la defensa de la libertad como principio y pretenden que los poderes públicos se controlen entre sí para impedir la supremacía de unos u otros. En esencia, funcionan para evitar que resolvamos nuestros problemas a machete. Sin embargo, los impulsos de un populismo punitivo con la consigna de “mañana puede pasarle a usted”, a veces explotando la imagen de figuras públicas con amplia aceptación popular, ha logrado que esos límites se desdibujen y sean rechazados por una masa cada vez más extendida, que a los gritos sugiere cerrar las cortes y repartir cadenas perpetuas y penas de muerte. Por fortuna, tal vez por la condición de indignados
Número 60 Septiembre de 2012
A diferencia de otras universidades que tienen facultades de Comunicación Social —solo hay dos pregrados de Periodismo en Colombia— aquí no creemos que pasar de lo impreso a lo digital sea un salto al progreso, a la evolución. El Sistema informativo De la Urbe cree en la convergencia de los medios, en su convivencia, en su conveniencia, en el cómo pueden fortalecerse unos a otros para dar cuenta a lectores, oyentes, espectadores y navegantes de los procesos y acontecimientos de la ciudad. Nuestra pasión es contar, y contar bien. Para ello, desde la academia se aprenden las reglas del periodismo, las de siempre, las que han replicado una y muchas generaciones de colegas, pero no para quedarse en ellas sino para cuestionarlas, replantearlas y proponer otras lecturas, otras maneras de percibir lo que acontece. De la Urbe llega en su año 13 a la edición 60. Y en este tiempo puede asegurar que por sus páginas sí que ha pasado la urbe. Ya lo prometía en octubre de 1999 su primera edición cuando en la portada se podía leer un gran titular: Historias de ciudad. Desde ese momento eso es lo que ha hecho, armar un álbum de Medellín y del país con todas sus postales: las del pasado, las del presente, las que bosquejan el futuro, las que están teñidas de sangre, de corrupción, de atentados contra los derechos humanos, de violencias y las que se pintan de heroicidades, extrañezas, perseverancias, enterezas y lo que tienen de humanidad unas y otras. Y todo ello con reportería responsable, con una apuesta por un buen y creativo uso del idioma, arriesgándonos a contar de otras maneras, hibridando géneros narrativos, haciendo desde close up a panorámicas, y huyéndole a los acartonamientos temáticos y de estilos en el que suelen caer muchos medios. Es así como debe ser un laboratorio de ideas, de escritura y de investigación periodística.
Masa de indignados
Juan David Ortiz Franco Juanda2107@hotmail.com
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Periodismo con independencia de los dictámenes emanados desde el Bloque 16 del Alma Mater; que no le copia a las agendas informativas impuestas por los “grandes” medios de comunicación; que busca mirar desde otros ángulos, territorios y actores las diversas realidades que nos tocan; y también, un periodismo que cree en la experimentación, en la búsqueda de otras estructuras y maneras de narrar. Es por eso que De la Urbe es un laboratorio.
que ostentan esos ciudadanos preocupados y con nostalgias monárquicas, sus alcances por ahora son igualmente limitados. El escándalo por la aprobación del proyecto de reforma a la justicia es un ejemplo de cómo se manifiesta la masa de indignados. Surgieron propósitos de referendos y revocatorias, se contempló la lapidación, pero además surgió una idea original: cerrar el congreso. La pregunta era simple ¿un país para qué necesita un Congreso? La propuesta rodó por las redes sociales mucho más rápido que una explicación clara sobre qué es una conciliación o sobre a qué se le llama ‘mico’ en un trámite legislativo. Los indignados, muchos de los cuales no saben por quién votaron en las pasadas elecciones —¡pero que por supuesto recuerdan que lo hicieron!—, coparon todas las tribunas y, casi sin entender por qué, se quejaron a gritos por la corrupción de esos personajes distantes y poderosos que denominan con el genérico de ‘senadores’. Los senadores, término que en Colombia al parecer incluye a los miembros de ambas cámaras, en su mayoría guardaron silencio, soportaron el embate de las críticas y, dispuestos a aplazar sus compromisos burocráticos para otra oportunidad, esperaron el desenlace de la indignación colectiva y la reacción estratégica del Gobierno. A pesar de todas las paradojas que surgieron con el escándalo el balance es claro. La masa se hizo sentir y consiguió un propósito que no estaba en sus planes, porque al parecer la indignación es un fin en sí mismo. La movilización fue útil, las fichas del Gobierno se movieron y, con la celeridad que ameritaba la molestia ciudadana, la reforma se hundió en el mismo escenario en donde antes se defendieron sus bondades. No obstante, la situación permite un diagnóstico adicional que remite a la pregunta de fondo por la representación y la legitimidad, y que parte de reconocer los riesgos que conllevan las expresiones de una democracia plebiscitaria, que si bien puede resultar efectiva para fines específicos, en muchos casos, no se traduce en nada distinto a la antesala del linchamiento.
Director periódico: Ramón Pineda. Coordinación editorial: Álex Esteban Martínez, Juan David Ortiz. Redacción: Juan Carlos Gómez, Estefanía Carvajal Restrepo, Juan David López Morales, Julio César Londoño, Jessica Castañeda Castillón, Estefanía Henao Arboleda, Álex Esteban Martínez, Deisy Villalba Barrios, Laura Duque Peña, Juan Felipe Mejía, Daniel Palacio Tamayo; Dossier: Laura Bueno Villada, María Clara Aguirre, Juan Carlos Gómez, Angie González Roldán, Julieth Andrea Idárraga, Lois Madrid, Álex Esteban Martínez, Iris Montoya Ricaurte, Valentina Obando, Duni Ortiz Echavarría, Luis Eduardo Ospina, Yonatan Rodríguez Álvarez, Jorge Ruiz Ayala, Carolina Saldarriaga, Deisy Villalba Barrios. Diseño: Julieth Duque Hernández. Corrección: Alba Rocío Rojas. Ilustración: Luis Eduardo Loaiza, Julieth Duque Hernández. Colaboración: Heiner Castañeda Bustamante, Alfonso Buitrago Londoño, Patricia Nieto, Carlos Uribe de los Ríos. Fotografía: Juan Carlos Gómez, Estefanía Carvajal Restrepo, Juan David López, Estefanía Henao Arboleda, Julio César Londoño, Álex Esteban Martínez, Carolina Muñetón Franco, Juan David Ortiz. Caricatura: Átomo. Portada: Panorámica desde el barrio La Cruz, Estefanía Carvajal Restrepo. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 10.000 ejemplares. Director Sistema Informativo De la Urbe: Jorge Ignacio Sánchez. Director TV: Jorge Alonso Sierra. Director radio: Luis Carlos Hincapié. Director digital: Diego Agudelo. Director periódico: Ramón Pineda. Editor general: Alfonso Buitrago. Comité editorial: Heiner Castañeda, Luis Carlos Hincapié, Patricia Nieto, Elvia Acevedo, Ramón Pineda, Raúl Osorio, Jorge Ignacio Sánchez y Gonzalo Medina. Universidad de Antioquia, Bloque 15, Museo Universitario, Aula Taller 1. Universidad de Antioquia. Rector: Alberto Uribe Correa. Decano Facultad de Comunicaciones: Jaime Alberto Vélez. Jefa Departamento de Comunicación Social: Deisy García Franco. Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia. delaurbe.udea.edu.co, delaurbe@comunicaciones.udea.net.co, delau.prensa@gmail.com, www.facebook.com/sistemadelaurbe, www.twitter.com/delaurbe
No. 60 Septiembre de 2012
FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia
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Una justa esperanza
Frente a los acercamientos entre la guerrilla de las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos, hay quienes desde los púlpitos tuiteros y los micrófonos esperan que no funcionen. Aseguran que esto no es más que una treta de Santos para asegurar su relección –que no es del todo descabellado- y de las Farc para fortalecerse y embestir contra el Estado y los ciudadanos. Seguramente nos tildarán de ingenuos. Más que ingenuos, somos optimistas. Es probable que después de la paz nos sigamos matando de otras maneras. Pero estamos hartos de la muerte de civiles, guerrilleros y militares –como diría Soto Aparicio muchachos pobres, muchachos del pueblo, muchachos colombianos– en los montes de nuestro país por una inútil guerra fraticida.
Ruido de sables
Opinión
Redundancia constitucional
La ruidosa salida de Alberto González Mascarozf del departamento de Información y Prensa de la Universidad de Antioquia plantea una serie de dudas. ¿Será que la administración de la universidad se enteró de la necesidad de renovar los medios de comunicación institucionales? ¿Acaso se debió a una maniobra política que refleja, una vez más, las pujas por el poder dentro del bloque 16? Es más, ¿por qué la resolución rectoral la firmó un encargado? ¿Será que el rector quería lavarse las manos ante una decisión incómoda? ¿Se trató de un cambio que apunta a cambiar o suprimir el tono de algunas columnas de opinión en Alma Máter o en Debates? ¿O querrán hacer de los medios institucionales los medios oficiales de la administración?
Támesis se le cruza a la minería
Mientras se negocia la extensión del contrato de explotación de Cerro Matoso; AngloGold Ashanti invierte en publicidad para exhibir su ‘cuidado’ del agua y patrocina al Deportes Tolima, y la canadiense Pacific Rubiales hace gala multimillonaria de su pretendido patriotismo, un pueblo de apenas 243Km cuadrados se le interpone a la locomotora minera del Gobierno Nacional. Se trata de Támesis, ubicado a 108 kilómetros de Medellín. Este municipio, a través del Acuerdo Municipal 009 del 31 de agosto de este año, se convirtió en el primer municipio de Colombia en crear una Zona de Protección Especial en todo su territorio donde está prohibida “la exploración y explotación minera de metales”.
Espectadores imprudentes
Julio C. Londoño A. jcmtv13@gmail.com
hora que García Márquez ha caído en la desmemoria, la misma que padeció el pueblo de Macondo durante la peste del insomnio, y que la serie de Escobar, tan de moda por estos días, reitera cada noche aquella frase ajada -pero bien merecida que se la tiene este país- de “quien no conoce su historia está condenada a repetirla” quisiera simplemente hacer un recuento de lo que los medios han mostrado como ‘conquistas’ en la lucha de los LGBTI por sus derechos, y que en realidad resulta ser un mero reencauche constitucional. Este año, la Corte Constitucional ha presentado tres fallos de interés para esta población: el primero de ellos le restituyó al periodista norteamericano Chandler Burr la custodia de sus hijos adoptivos que había sido derogada por el ICBF a causa de su orientación sexual; la segunda, reconocía el derecho de las personas LGBTI de expresar sus afectos en espacios públicos; la tercera ordenaba al Ministerio de Salud y Protección Social revisar la reglamentación de selección de donantes de sangre para eliminar el criterio de la orientación sexual. A esto se le suma la publicación del texto de sentencia de matrimonio de parejas del mismo sexo en el que se exponen los argumentos de por qué estas uniones sí constituirían familia. En esta maratón de fallos constitucionales, el secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Juan Vicente Córdoba, vociferó que la Corte estaba dando “pasos a manera de cascada” y que por fin estos desnaturalizados iban a poder adoptar, para multiplicarse y seguir avivando el calentamiento global. Además de mostrarse indignado, a monseñor le pareció un “adefesio de tipo jurídico y de tipo constitucional en el país” que la Corte legislara. Pero lo único que la Corte ha hecho en este 2012, es reiterar, repetir, reconfirmar, reencauchar fallos que ya existían. Por ejemplo, en el caso de la custodia de los hijos de Chandler Burr, ya en 1995 el alto tribunal se había pronunciado en un proceso similar, en el que se falló que la orientación sexual de una persona no debía ser criterio para la adopción de un niño. Otro de los fallos reiterados, es el de la tutela impuesta por dos hombres a quienes se les prohibió dar muestras de afecto en un centro comercial de Cali, y la Corte dictó que el acto había sido discriminatorio y que estaban en todo
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Los fallos están, pero son incapaces de transmutar los pensamientos de un procurador, de los dueños de los fondos de pensiones, de los policías tan poco cívicos que pelechan en estas tierras.
Estudios recientes y recuerdos de siempre revelan (?) que la vida en el colegio no es color de rosa. Los compañeritos ‘montadores’ ya no son esos sino bullies o matones. Sus prácticas no se limitan a los de los golpes, hurto de útiles, intimidación y zancadillas, sino que ahora hacen uso de la tecnología para prolongar la ofensa de sus jóvenes víctimas y potenciales victimarios. En uno de los casos, un par de jovencitas de Medellín amenaza e insulta a otra menor a través de un video publicado en internet que, a punta de múltiples reproducciones, se ha viralizado. Señalar responsables sería fácil, pero ¿hasta qué punto quienes vemos estos videos nos convertimos en partícipes y patrocinadores de esa nueva forma de humillación?
su derecho de expresarse libremente; para este caso, el espejo es el año 2000, cuando la Corte falló a favor de las parejas homosexuales que eran retiradas por la policía por darse muestras de afecto en las controladas playas de Santa Marta. La Corte ha hecho su trabajo, y no ha estado de más que nos recuerde sus decisiones. Si en este país tenemos por costumbre pasarnos por la galleta a la Constitución, o bien aderezarla a nuestro antojo, si pecamos por omisión o por prejuicios, la Corte Constitucional cumple con reafirmar sus decisiones y recordarnos las reiterativas violaciones a los mismos derechos reclamados año a año. Pareciera que estos fallos no lograran realmente permear los imaginarios sociales y transformarlos, como lo plantea Mauricio García Villegas de la corporación DeJusticia. Los fallos están, pero son incapaces de transmutar los pensamientos de un procurador, de los dueños de los fondos de pensiones, de los policías tan poco cívicos que pelechan en estas tierras. En un intento por eliminar esta brecha, han surgido iniciativas de crear una política pública nacional para los LGBTI, para exigir a cada municipio del país, a cada departamento, que vele por los derechos de esta población; y más que eso, que generen esos “procesos de transformación de los imaginarios culturales, que posibiliten el reconocimiento y respeto de la diferencia, identidad cultural y el libre desarrollo de la personalidad, para una vida libre de violencias y de discriminación por identidad de género y orientación sexual”, como lo plantea el acuerdo 08 de 2011 que adopta las políticas públicas de los LGBTI en Medellín. Si dan resultado esos esfuerzos que el gobierno está haciendo actualmente desde la Dirección de Asuntos Indígenas, Rom y Minorías del Ministerio del Interior y de Justicia, para crear aquella política pública nacional; sería un avance real para las lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales de Colombia en materia de derechos. Lo que siga de allí en adelante es camino pavimentado hacia la consecución de una ciudadanía más integral desde la diversidad.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
6 Semblanza
Esta es la historia de un hombre que domesticó el fuego. Óscar Botero estudió de todo un poquito y ha vivido mucho todo. Y tanto mundo lo llevó a atrapar el humo para convertirlo en la materia prima de su obra artística. Él es un humógrafo.
Estefanía Carvajal Restrepo lacocinadeolivia@gmail.com
da una capa de fijador a su obra para que el humo, que es tan escurridizo, no intente siquiera escapar. Esta técnica es la única hija de Óscar Botero Pérez. Él la bautizó Humografía. Curiosidad -¿A dónde va el humo? -Pregúntale al fuego. Antonio Orlando Rodríguez
rende el mechero con una mezcla de petróleo y aceite para que el humo sea más denso. Pega con imanes un pedazo de papel propalcote blanco, de unos 50 por 30 centímetros, en la placa metálica y ennegrecida que está instalada paralela al piso, justo encima del marco de la puerta del pequeño baño de paredes coloradas. Óscar ignora, a propósito, la estrechez del recinto, el piso de madera y que la única vía de escape para el asfixiante hollín es una ventanita más pequeña que la pieza de propalcote. Coge el mechero con la confianza que le brinda la experiencia y lo acerca a una imprudente distancia del papel, el cual milagrosamente no arde en llamas, aunque sí lo ha hecho en un par de ocasiones. En el propalcote, -el mismo tipo de papel del libro de Crónicas de José Joaquín Jiménez que él estaba leyendo cuando llegué a su casa- el humo dibuja rostros deformados, figuras fantasmales, criaturas demoníacas, casas abandonadas, montañas imponentes, bosques tenebrosos, noche, oscuridad, penumbra, sombra. El humo deja en el papel la constancia de que hubo fuego. El humo es el fuego que murió. Apaga el mechero al tercer soplido. Se limpia las gotas de sudor que le resbalan por las sienes con una toallita lila. Descuelga el papel de la placa metálica y lo lleva al rincón de la inspiración, en el que hay un banco de trabajo plegable, Redline Workbench 9000, que usa como mesa. Una cama sencilla cubierta con un tendido café de amable textura, hace las veces de silla. Sobre la mesa hay una lámpara de luz blanca con lupa incorporada, muchas hojas ordenadas aleatoriamente, un encendedor morado, un cenicero, una caja de cigarrillos Boston y tres tazas de cerámica con lápices, carboncillos, pinceles, colores, borradores, escobillas, pinzas, tijeras y reglas. De fondo suenan las bandas de jazz de Nueva Orleans o Mozart, Debussy o Led Zeppelin. La hoja que fue intervenida por el fuego él la trabajará ahora. Lo primero que hace es firmar la obra –que aún no es– con su huella dactilar. Después, borra por allí, quita por acá. En la negrura del hollín, comienzan a aparecer las luces que perfilan formas oníricas, algunas de ensueño, otras de pesadilla. Traduce lo que querían contar las llamas del mechero; es un exorcista, es un domesticador del fuego. Una vez que los blancos, los negros y los grises intermedios están donde les corresponde, le
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No. 60 Septiembre de 2012
La nueva ola, la vida loca
Todo lo escribía en los diarios. Sus primeras experiencias sexuales, los vuelos de la marihuana, las alucinaciones de los hongos, los poemillas de servilleta, las observaciones sobre lugares, personas y cosas; las curiosidades, los viajes echando dedo y que lo llevaron hasta Perú; las discusiones con su madre y sus tías, que fueron quienes lo criaron, porque su papá murió de cáncer en el hígado cuando tenía cinco años. De ahí en adelante, fue la imagen femenina –la de las mujeres que incidieron en su vida- la que remplazó la ausencia de la imagen paterna. Todo lo escribía en los diarios: lo que pensaba, lo que sentía y lo que lo preocupaba. Al sol de hoy, parecen insignificancias, como una noticia vieja, como un actor pasado de moda. Todo lo escribía en los diarios, y cuando hoy lee alguno de los 20 cuadernillos no siente nostalgia sino alegría por tener lo que muchos no poseen: memoria. Óscar Botero, quien nació en Sogamoso (Boyacá), el 5 de agosto de 1950, vive desde niño en Medellín. Viaja en el recuerdo hasta la primera película que vio, esa que proyectaron en el parque Gaitán de Manrique Oriental, cuando tenía ocho años. No se acuerda del nombre, porque las cintas eran viejas y generalmente empezaban donde les daba la gana. Lo que sí sabe es que era un filme animado de Disney, en blanco y negro, en el que Mickey Mouse no era como el de hoy, sino una rata flaca y trompona, de zapatos y ojos gigantes. También recuerda que desde peladito fue rebelde. Estaba interno en un seminario en San Pedro de los Milagros, en donde pasaba el tiempo leyendo a Emilio Salgari, a Julio Verne y la vieja enciclopedia El tesoro de la juventud. Una vez tuvo un accidente y lo mandaron tres meses para la casa. Con todo el día libre, se dedicó a escuchar la radio y a leer los libros de existencialistas, nadaístas, filósofos y orientales; fue entonces cuando se dio cuenta de que existían los jóvenes. Nunca más volvió al seminario; no pudo hacerlo porque su deserción forzada solo logró que le retiraran la beca. Hizo parte de una contracultura que se llamó la “Nueva Ola”, en la que ser rebelde era usar medias blancas en vez de oscuras, camisas de colores fuertes y escuchar a Rocío Durcal (antes de que sólo cantara rancheras), a Leo Dan, a Palito Ortega y a César Costa. Después fue hippie. Viajó por Colombia echando dedo y escribiendo diarios. Como mochilero llegó hasta Perú. Dejó de escuchar a los clásicos de las baladas en español para sintonizar La voz de la música, la primera y ya desaparecida emisora de rock de Medellín. Las bancas de cemento de la avenida La Playa fueron testigos de
7 los cientos de baretos que armaron los jóvenes excéntricos que proclamaban la paz y el amor libre. Drogas alcohol sexo libertad experimentación música buena música vivamos hoy no existe el ayer no sabemos del mañana vámonos para Ancón qué onda Ancón es que Ancón es el Woodstock colombiano.
La academia
Oficialmente, con constancia de matrícula en mano, estuvo dos veces en la Universidad. La primera vez se matriculó en la Escuela de Idiomas de la Universidad de Antioquia. Un mes después de haber comenzado la carrera, cerraron el Alma Máter por un año. La segunda, en la Fundación Universitaria Luis Amigó, en una extinta carrera llamada Pedagogía Reeducativa. Allí sólo estuvo tres semestres. Pero antes ya había pasado por las aulas. Sin terminar el bachillerato, Óscar entró en 1972 al viejo Instituto de Artes de la Universidad de Antioquia. Lo admitieron como asistente, y él se dedicó a estudiar. Entraba a las clases que le interesaban, disponía de los talleres, explotaba la compañía de los maestros. Sin nunca haberse matriculado, aprendió dibujo, pintura, escultura, grabado y fotografía. La primera universidad pública del departamento se convirtió en su casa durante varios años. Cuando no estaba en el bloque de Artes, lo podían encontrar en la Biblioteca, en el Museo o en el “Aeropuerto”. Nunca se matriculó en la Universidad Nacional, pero allí también fue estudiante de fotografía. Utilizó la misma estrategia que en la de Antioquia: hablaba con los profesores de los cursos que le interesaban para que lo dejaran entrar a las clases. Se hizo amigo de los encargados de los laboratorios y le prestaban las cámaras fotográficas, las ampliadoras y los cuartos oscuros. No le interesó revelar rollos a color. La afición al monocromo daba sus primeros pinitos. Pero él era de una familia pobre y los materiales que requería el estudio de las artes plásticas eran costosos. Cuando vivía en un apartamento en Buenos Aires, se fue la luz y jugando con una vela y una hoja de papel, descubrió que el humo podría servir como un material artístico alternativo y, además, muy económico. Así empezó una serie de experimentos para la cual utilizó como laboratorios los talleres de la Universidad de Antioquia. Dio como resultado la Humografía, una técnica única en Colombia y, quizás, en el mundo.
La humografía
En la antigua sabiduría china de I Ching, el Libro de las Mutaciones, el fuego significa “corazas y yelmos, significa lanzas y armas. Es el signo de la sequedad”. Para los cristianos, el fuego es el símbolo de la vida; la llama encendida de una vela representa la luz de Jesucristo. Pero también el fuego es el que purifica a los condenados al infierno. El fuego es capaz de destruir un bosque entero, de salvarnos de la hipotermia, de deformar nuestro cuerpo para siempre, de permitirle a un pollito huérfano salir del cascarón. El fuego es renovador, como el ave fénix que se quema para renacer de entre las cenizas. Venimos de lo líquido, de la placenta materna; pero el fuego es el fin, como los cuerpos que arden en los hornos crematorios. Por el fuego, los aborígenes australianos dejaron de comerse la carne cruda y pudieron mejorar las armas de cacería. El fuego es el destino o es la condena. Para Óscar Botero, el fuego es todo eso y, además, su herramienta de trabajo. Es signo Leo, cuyo planeta regente es el sol y el elemento, el fuego. Aunque no es pirómano ni le gustan los climas calientes, la relación que tiene Óscar con el elemento rojo es muy especial. La técnica de la humografía, que ha desarrollado durante casi 40 años, le permite transformar el caos de la llama en, a veces espeluznantes pero siempre deleitables obras de arte.
Cuando conocí el trabajo de Óscar en un bar de Copacabana, sentí que estaba ante imágenes sacadas de un terrorífico cuento de Poe, de un maldito poema de Rimbaud o de las más escabrosas pesadillas de infancia. Óscar me confesó que sus pinturas también lo atemorizan. – ¿Y por qué el blanco y negro? –fue lo primero que le pregunté cuando llegué a su casa. Ya sabía yo que en fotografía tampoco había usado nunca el color. –Porque el color es una desfiguración del blanco y el negro es una negación del color. Todo nace en el blanco y termina en el negro. Es la vida y la muerte, el yin y el yang. Los colores son sólo los jugueticos que van adentro. Subimos unas escaleras casi verticales para llegar a El Gallinero, un segundo piso de madera que no estaba cuando Óscar y Luz Elena, su esposa, compraron la casa en Villas del Carmen, Sabaneta, en 1985. En El Gallinero hay dos habitaciones y un baño, a este último lo llaman “el cuarto del humo”. En la primera, hay un escritorio con un moderno computador; sobre éste, de la pared mostaza, cuelga una humografía de Óscar llamada Los tres jinetes y una aparición. En la ventana que da al frente de la casa se asolean unas macetas en las que la pareja sembró una pequeña huerta. En el lado opuesto, apuntando al cielo, un gran telescopio espera a que se haga de noche para saludar a sus amigas, las estrellas. La casa de Óscar y Luz Elena es la casa de las tecas. Al lado del telescopio, se arruman en perfecta organización, sobre una estantería del mismo color café del piso y del marco de las ventanas, libros, long plays, carpetas, casetes para grabadora y VHS, DVD; gran variedad de música, literatura, cine y arte. Además, sobre la estantería están parados tres retratos a lápiz que Óscar lleva en proceso: el de su tía Sara, que casi parece un autorretrato; el de Memo, un vendedor de libros de Sabaneta; y el de su madre lavando los platos en la cocina, antes de que le amputaran los pies hace dos años. Luz Elena me toma fotos con una cámara digital compacta “porque quiero que queden recuerdos del encuentro”. Y en la segunda, hay menos iluminación que en la primera porque las ventanas que dan a la fachada posterior, en lugar de vidrios transparentes, tienen unos coloridos vitrales a rombos y cuadros. Al lado de la ventana, reposa una mecedora con cojines turquesa, más allá una consola sobre el cual se hallan un televisor grande y plano, un reproductor de DVD y otro de VHS. En la otra esquina está el rincón de la inspiración. -¿Qué es el arte? –fue lo primero que le pregunté a Óscar cuando vi el rincón de la inspiración. El arte no existe como institución. El arte solo existe en la medida en que sea una manifestación humana que busque explicar la verdad y la existencia, más que la belleza. El ser humano es más noble cuando busca la verdad, y la verdad a veces es fea. –Entonces, ¿lo inspira la verdad? Sí, pero con un axioma: la verdad no existe; es relativa. Estamos en un mundo material donde todo está evolucionando. La vida es circunstancial, momentánea. En este nivel de vibración, la parte no puede abarcar un todo, y la vida es parte de un todo que no alcanzamos a comprender. Como dice la musiquita imbécil de Darío Gómez: “Nada es eterno en el mundo”. Por eso, no hay verdades ni eternas, ni absolutas. –En ese orden, ¿qué es ser artista? El artista no es diferente a cualquier otro ser humano, simplemente es un hombre o una mujer con una misión específica, que es la búsqueda de la verdad. Así, cada ser humano tiene su propia misión. -¿Puede definirse la humografía como arte? Sí bajo mi definición, pero la humografía se escapa al circuito material del arte. Es decir, es una técnica antisistema. No se limita por el costo de los materiales, o por el precio de aprenderla. Y en realidad, tampoco es comercial. A la gente no le gusta comprar obras que al artista no le costaron más que su esfuerzo. -¿Cuál es el límite de la humografía? Puede hacerse sobre muchas superficies: papel, vidrio o cerámica. El límite no es tampoco la imaginación porque la imaginación es ilimitada. En la casa de las tecas no hay límites. Los cuadros, de diversos tamaños, formas y colores, están colgados en las paredes de la mansión miniatura. Cada humografía de Óscar y cada óleo de Luz Elena, quien también pinta, son una puerta a un mundo desconocido y, a su vez, la ventana desde donde se pueden vislumbrar los más recónditos lugares del subconsciente de los creadores. Desde que se casaron por lo civil hace 31 años, Luz Elena y Óscar tomaron la decisión más inteligente de sus vidas: no reproducirse. Luz Elena, de estatura baja y semblante tranquilo, aprovecha sus días de jubilada para digitar los manifiestos que Bernardo Ángel, su cuñado, escribe para el grupo de teatro La barca de los locos. Ya antes Luz Elena había hecho un trabajo editorial, pues recopiló en tres grandes tomos toda la obra de su marido. En la otra habitación de El Gallinero, Óscar, robusto y de semblante tranquilo, se dedica a dibujar o a improvisar, empíricamente, en una vieja organeta de estuche de madera. No tiene idea del do re mi fa sol, pero sus dedos se menean como los de un pianista de jazz. En el teclado, a Óscar le va como en la pintura: descubrió una nueva técnica por accidente, o como por arte de magia, que desarrolló con tenacidad hasta lograr que cada una de sus obras sea única. Única como un sueño. O única como una pesadilla.
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8 Reconstrucción
Érase un pueblo fantasma… Plaza de San Carlos
Hace una década, el segundo parque más bonito de Antioquia estaba rodeado por garitas del Ejército, dispuestas para vigilar la seguridad de un “pueblo fantasma”. En San Carlos, hoy no hay garitas, el abandono forzado es recuerdo y aliciente de reconstrucción.
Juan David López Morales juda1026@gmail.com
Hace una noche fresca, el pueblo descansa de tanto calor. En el parque, un hombre vestido de camuflado se mantiene de pie frente al “jardín de la memoria”. Es joven, las víctimas que alcanza a leer en hojas y flores de colores no le pesan. Habla por celular, cuelga, vuelve a hablar, de rato en rato, los ojos del joven soldado pasan revista a una historia que no parece afectarle. as escenas de la guerra se hacen inimaginables para quien no fue testigo de ellas. Al llegar al parque de San Carlos, es difícil hacerse a la idea de que por esas calles, hoy tan tranquilas, merodearon el miedo y la muerte, tan campantes y tan de la mano. El sol se refleja en el agua fría de sus ríos y represas -que bien podían ser usados para bañarse o para arrojar cadáveres- y se pierde en la densidad de sus selvas. Allí también se vivió lo “exótico” del conflicto armado colombiano. San Carlos es un dosier de lo que Colombia ha sido, lo que es y, probablemente, de lo que podría ser. Solo 6 mil personas quedaron en el municipio tras uno de los episodios más agudos de desplazamiento forzado que el país pueda recordar. El 80 por ciento de los sancarlitanos dejaron sus tierras, sus casas, hasta sus familias, con la única intención de proteger su propia vida. 21 mil desplazados entre 1985 y 2010, según las cifras de Acción Social, justifican lo que dice Gonzalo Sánchez en el prólogo del libro San Carlos, memorias del éxodo en la guerra, del Grupo de Memoria Histórica de la desaparecida CNRR (Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación): “A comienzos del siglo XXI, San Carlos era un pueblo fantasma”.
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Piloto de restitución “Aquí todos somos iguales”, reza el primer letrero que se ve al entrar al cementerio del pueblo. Pero pareciera que, aún después de la muerte, tal suerte no es posible. En cada pabellón se destacan, por su cantidad, las bóvedas sin nombre, los desafortunadamente famosos N.N., casi todos sepultados entre 2000 y 2003. Ni siquiera allá todos son iguales porque no todos tienen derecho a haberse llamado de algún modo. Julio César Giraldo, un campesino de unos cincuenta y tantos años, vivía en la vereda El Chocó donde, además, era el presidente de la Junta de Acción Comunal. El solo hecho de ser un líder comunitario lo convertía en objetivo militar. En 2001, tras recibir amenazas de grupos paramilitares contra su vida, abandonó la vereda y el municipio. Vivió seis años en Cali, donde tuvo un asadero de pollos y una panadería. Fue atracado tres veces y no logró estabilizarse. Decidió viajar a Medellín en busca de oportunidades, sin correr con mejor suerte. El Chocó queda a unos 20 minutos en carro del casco urbano, sobre la vía que conduce al municipio de Granada. Destapada casi en su totalidad, esta carretera era un corredor estratégico para los armados, y por esto se convirtió en uno de los principales territorios en disputa. Al transitarla, se hacen evidentes no solo el abandono estatal, sino también las cicatrices del conflicto. Techos caídos, puertas y ventanas desvencijadas, salas vacías, todo enmarcado por una selva que recuperó su virginidad
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Aura Rosa en la puerta de su casa
y que amenaza con tragarse lo que queda. En la vereda vivían 70 familias; como sucedió en otras 31 veredas del municipio, no quedó nadie. Francisco Javier Álvarez, alcalde del municipio entre 2009 y 2011, no duda en calificarla como una “vía de muerte”. Es como un museo en el que cada casa -o cada resquicio de ella- es una pieza histórica que guarda, entre mugre y maleza, los relatos silenciosos de quienes no están, de quienes no han regresado. Pero son pocos quienes no han vuelto a El Chocó. Como la de Carlos Julio, otras 44 familias tomaron la decisión de regresar. Este retorno, más la recuperación de unas condiciones mínimas de seguridad -el desminado-, hizo que la Unidad de Gestión de Tierras del Ministerio de Agricultura escogiera a esta vereda como piloto para la restitución de tierras en Antioquia. Los 116 predios de El Chocó fueron abandonados, de manera que el proceso se hace relativamente más sencillo, distinto a lo que pasaría si hubieran sido despojados. La restitución hace parte de las medidas de reparación contempladas en la Ley 1448 de 2011 o Ley de Víctimas. Las medidas de restitución de tierras atraviesan varias dificultades. No todas las familias retornadas han solicitado ser incluidas en el proceso, siendo la voluntariedad el primer requisito. El retorno sigue siendo parcial. Aunque en El Chocó ha sido significativo, la situación de muchos predios no se puede resolver hasta que las familias propietarias o poseedoras se presenten. “Nos vamos a dar a la tarea de ubicar a cada
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9 familia”, cuenta Teresa Rivera, encargada del Enlace Tierras de la Unidad Coordinadora de Atención y Orientación a la Población Desplazada. La estabilidad económica es una de las mayores preocupaciones de los retornados. Antes, Carlos Julio tenía una vida campesina estable, ahora tiene que intercalar la recuperación de su finca con eventuales trabajos en construcción. Dice que “no hay la primera finca que esté dando el sustento para la familia”.
Víctimas y victimarios Israel se quedó en su pueblo. No veía televisión ni escuchaba música para que nadie -‘guerrillo’ o ‘paraco’, legal o ilegal, conocido o desconocido- se percatara de que había vida al interior de la casa, porque “a todos los sacaban”. Pasaba las noches en su hamaca, colgada en el solar de la casa, esperando el momento en que tuviera que saltar la barda y correr. Ahora vive tranquilo, administrando la farmacia de su familia. Parece más que una casualidad que él, el mayor de cinco hermanos, tenga nombre de patriarca. Aura Rosa Murillo vive en la vereda La María, cerca de la carretera pavimentada que conecta a San Carlos con San Rafael. Hace dos meses recibió una casa nueva hecha de madera, al estilo norteamericano. Junto a esta, se encuentra una casa vieja campesina, de las tradicionales, de la que salió en 1999 tras el asesinato de cuatro hombres en la vereda que, dice ella, eran “primos lejanos”. La nueva casa fue construida a través de la Alianza Medellín San Carlos, un proyecto interinstitucional que logró los mayores retornos colectivos al municipio, enfocado en 350 familias de las que se habían desplazado a Medellín. La mayoría de desplazamientos de San Carlos se produjeron por prevención frente a la agudización del conflicto y por el impacto psicológico generado por cada episodio violento. De allí que se hable de toda la comunidad como una víctima colectiva. Aunque Aura Rosa no sufrió ataques directos, la soledad en que quedó la vereda, con la partida de los vecinos y el miedo apenas natural en su situación, hicieron que se fuera con su mamá y cinco hijos a vivir en casa de una hermana en el barrio Robledo de Medellín. Así como las víctimas pierden el rostro al masificarse, los victimarios también tienden a perder la posibilidad de individualización. Cuando Carlos Mario Valencia, alias “El flaco”, llegó a San Carlos en 2004, ya habían sucedido muchos de los episodios más fuertes del conflicto, entre esos el desplazamiento masivo. Aun así, perteneció a las Autodefensas Unidas de Colombia y fue parte de la guerra. “El flaco” fue victimario; Aura Rosa, víctima. Sin embargo, él vive en esa casa vieja de la que ella tuvo que salir hace más de 13 años y que queda junto a su casa nueva. Aura Rosa es su suegra, y él es hoy un campesino más. Carlos Mario cuenta que hace algunos meses dos personas fueron detenidas en las afueras del pueblo con armas. Al rendir declaratoria, manifestaron que iban por él. Presuntamente, eran miembros de “Los urabeños”, y su tarea era tomar represalias frente a las negativas de ‘El flaco’ de volver a “trabajar”. “Todos quieren meterse acá pa’ coger el control de esa represa que van a hacer el otro año”, dice para explicar la insistencia de algunos excombatientes con el rearme. Con la misma seguridad con que habla de sus años como combatiente, pasando revista por nombres, fechas y lugares sin mayor problema, afirma que no está dispuesto a rearmarse y que prefiere la vida que lleva ahora, trabajando con la Administración Municipal de San Carlos como reciclador. “Extraña uno a los compañeros
Casa abandonada en zona rural de San Carlos
porque es gente que aprende a querer como hermanos o más, pero legalmente no hay como la tranquilidad de uno”, dice mientras se toma una limonada sentado afuera de su casa. ‘El flaco’ tuvo su propio proceso de retorno. Cuando la desmovilización los “cogió por sorpresa” a él y a otros 2.033 paramilitares de la zona en 2005, volvió a su natal región del suroeste, donde trabajó en minas de carbón. Hace unos años decidió volver a San Carlos, donde quedaban algunos compañeros y amigos, donde sigue su proceso como desmovilizado y donde está su familia actual. Así, entre unos cultivos de plátano y yuca que no tenían antes de desplazarse, viven Aura Rosa, algunas hijas y nietos, y su yerno. Y aunque él no cree en la reconciliación porque considera que las víctimas “mantienen el rencor”, ese par de casas, incrustadas en alguna cañada de la zona rural de San Carlos, deja espacio para la duda.
Los “nuevos desplazados” Años después de la huida, del éxodo obligado por los señores de la guerra, los campesinos de San Carlos tuvieron el valor de regresar, de intentar vivir de nuevo allí, donde alguna vez se les había prohibido. La historia repetida como tragedia y como comedia, la de aquellos hombres y mujeres que encontraron sus tierras vírgenes, como décadas antes, y que como décadas antes se dieron a la tarea de colonizar, aunque ya les pertenecían.
Las autoridades involucradas en la Alianza Medellín San Carlos estiman que fueron cerca de 6.000 los sancarlitanos que llegaron a la capital antioqueña. Los más pequeños de muchas de estas familias crecieron en la ciudad, incluso nacieron en ella. A pesar de tener sus raíces en el pueblo, los jóvenes que allí llegaron en los últimos años, más que retornados, son unos “nuevos desplazados”. Este fenómeno, que ha sido identificado por muchas de las organizaciones que trabajan con las víctimas del conflicto en el municipio, genera una arista nueva y de especial complejidad para entender las dinámicas del desplazamiento y el retorno, pues las víctimas se encuentran entre el desarraigo y el choque cultural. El proyecto Estrategia Animarte reunió hace cuatro años a varias organizaciones y proyectos que, de manera aislada, venían haciendo trabajo psicosocial con las víctimas del conflicto armado en San Carlos. Gracias al apoyo de diversas ONG, intervienen a la población infantil y juvenil del municipio, especialmente de las zonas rurales, por medio de actividades artísticas y deportivas. Explica Marlín Carvajal, asistente de coordinación de Animarte, que desde la comunidad surgió la necesidad de un acompañamiento “más humano” y no solo asistencialista a las víctimas. El objetivo fundamental de Animarte, impulsado por el Programa Promoción de la Convivencia del Programa de las Naciones para el Desarrollo (PNUD), consiste en “preparar a los niños y jóvenes para una no repetición del conflicto”, como manifiesta Marlín, quien agrega que esto se busca a partir de tres enfoques: reintegración comunitaria, reconstrucción del tejido social y construcción de paz. Los “nuevos desplazados” también han sido objeto de intervención por parte de Animarte, pues el choque cultural generado por los hábitos de ciudad, “mañas” como son llamadas por algunos, se evidencia en espacios como la familia y las instituciones educativas. “Hay mucha agresividad presente, los muchachos están portando armas, hay mucha drogadicción, (…) sobrepaso de confianzas”, señala Marlín. Trabajar con estos problemas es una tarea constante, pues aunque se sienten conformes con los resultados del proceso, cada nuevo retornado, cada “nuevo desplazado” implica, de alguna manera, comenzar el proceso de nuevo. Para ella, la gran ventaja es que los jóvenes están más prestos a los cambios, como no sucede con muchos adultos. Por su parte, Teresa Rivera, de la UCAD, señala otro problema con respecto a los “nuevos desplazados”. El arraigo a la tierra es un sentimiento que se manifiesta principalmente en las personas mayores, quienes nacieron y crecieron en el campo y como campesinos. No es raro entonces que dentro de los retornados haya una gran población de adultos mayores, como tampoco lo es que muchos de los jóvenes de las familias sancarlitanas decidieran no retornar, o que tras el retorno se dedicaran a actividades lejanas a la vida campesina. El problema, señala Teresa, es que los adultos mayores “no tienen la capacidad de mano de obra para volver a su tierra” o, por lo menos, para ponerla a producir. Esto genera otro cambio para la cultura de un municipio cuya vocación económica es principalmente agrícola.
Del tejido social o la colcha de retazos ‘Calavero’ y sus excompañeros decidieron dejar de encontrarse en lugares públicos del pueblo, pues, mientras se tomaban un tinto, la gente comenzaba a comentar sobre sus “malas intenciones”. Reconoce que también están quienes lo siguen buscando cuando tienen problemas personales porque lo “miran como un ejemplo”; pero él los remite al Comando de Policía. “Ahora está tan bueno esto aquí pa’ vivir que vivimos ya hasta con la guerrilla”, dice jocosamente refiriéndose a la presencia de exguerrilleros que no son del pueblo, con quienes comparten espacios en el proceso de reinserción a la vida civil. “Lo que fue, fue, mijo”, se dicen entre ellos. Cuando una comunidad se ve obligada a convivir con grupos armados, sus problemas cotidianos terminan siendo tramitados por las armas, de manera que el lazo comunitario se rompe y el tejido social se descompone. “Mi nombre es Yadira Andrea García, vivo en la vereda El Chocó, aquí nací y crecí. Me fui en el 2002 y, por cuestiones de trabajos y muchas cosas, volví en el 2007 otra vez al municipio porque la vida por allá en la ciudad es muy dura. Al volver, me encontré con que mi tierra no era igual, mi casa, mis cosas, mis vecinos… no éramos los mismos (…); gracias a Dios conseguí trabajo. Soy promotora de salud en la vereda, y también soy la secretaria de la Junta de Acción Comunal”. Yadira habla rápido y seguro, cuenta su historia de corrido pero sin recitarla; solo interrumpe su narración para decirle a su pequeña hija, rubia como ella, que vaya a buscar juego donde su voz no quede en la entrevista. El conflicto se llevó consigo a muchos líderes del municipio, bien porque cobrara sus vidas o porque el miedo se hiciera más fuerte que su liderazgo. La violencia termina por mandar al traste la vida social. Aunque Julio César Giraldo se fue de El Chocó por las amenazas en su contra, “presionado por la guerrilla y amenazado por los paramilitares”, su sobrino, Horacio de Jesús Quiceno, decidió quedarse, sucediéndolo en la presidencia de la Junta de Acción Comunal de la vereda. Julio César y Yadira coinciden en señalar que fue asesinado por paramilitares por su liderazgo. Después del retorno, Yadira se convirtió en una de las personas responsables de la “pujanza” de su vereda. “Ella estaba más pequeña, pero sí era muy colaboradora, muy participativa. Y ahora es una de las mujeres que ‘camella’ en forma”, cuenta Julio César. El retorno, el reencuentro, la reconciliación, la resistencia, tanto de quienes se fueron como de los “resistentes”, ha permitido que los sancarlitanos vuelvan a tener rostro en su pueblo. El tejido social de una comunidad es como una sábana hecha a partir de las redes que sustentan la vida en comunidad. Contextos de conflicto atravesados por situaciones tan difíciles como el homicidio, el desplazamiento, la desaparición forzada o la violencia sexual, terminan por destruir ese tejido, y la vida social queda tambaleando. Reconstruirlo es un proceso que involucra a todos con la comunidad y, aunque San Carlos ha logrado avanzar mucho en esta materia, por ahora, su tejido social es una firme colcha de retazos. Fanny, Carmen, Yarly, doña Martha, todas llevan consigo parte de la memoria de San Carlos. La parte trasera del Hotel Punchiná, el más prestigioso, era una de las mayores fosas comunes, y éste el centro de operaciones urbanas más importante para los paramilitares en la última década del siglo pasado. Las paredes que encontraron con inscripciones “obscenas” con sangre, están hoy tapizadas con dibujos de los sancarlitanos, sus propios “guernicas”. Y el “escalofrío” que antes sentían, se cambió por conversaciones, historias y sonrisas.
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10 Postales Salas de masajes, cabinas sexuales, uñas decoradas, pantaloncitos calientes, chorros de agua para bañarse en público, revoluciones vegetarianas y revoluciones antitaurinas, ‘parches’ para los más play y ‘parches’ para adolescentes homosexuales, dreadlocks, cupcakes, leggins, shots y call centers… tendencias que van y vienen. Medellín se transforma a cada momento y aquí los ponemos al día.
La urbe que pasa Redacción De La Urbe. Delau.prensa@gmail.com
n su libro La política, Aristóteles dijo, refiriéndose a Atenas, que “una ciudad está compuesta de diferentes clases de hombres; personas similares no pueden crear una ciudad”. Y eso que la ciudad más importante de Grecia no alcanzaba el millón de habitantes. Ahora, con la existencia de las megametrópolis de 15, 20 y hasta más millones de habitantes, esa afirmación sí que hace ver más la heterogeneidad de las urbes. Vistas desde lo más alto de un edificio, pareciera que sus gentes se mueven como una masa, en una misma dirección, como haciendo una coreografía de pasos rápidos, lentos, pausas y aceleres, como si fuera un solo cuerpo. Ya lo decía el escritor John Steinbeck, Premio Nobel de Literatura en 1962: “Una ciudad se parece a un animal. Posee un sistema nervioso, una cabeza, unos hombros y unos pies. Cada ciudad difiere de todas las demás y tiene emociones colectivas”. No hay dos ciudades parecidas. Por eso es que desde los imaginarios siempre se hacen comparaciones: ¿en qué nos parecemos?, ¿en qué nos diferenciamos?, ¿qué hace a Medellín semejante o diferente a Bogotá, a Cali, a Madrid, a Nueva York? El semiólogo Armando Silva expone que las ciudades son también una construcción imaginaria. Desde ese punto de vista, cada una de ellas tiene unas particularidades en sus condiciones físicas, naturales y construidas, en sus usos sociales, en sus modalidades de expresión y en sus modelos de morada ideal, de un tipo especial de hombre y una mentalidad general que le es propia. Y viéndolo así, a Medellín uno la nombra como la Capital de la Montaña, la de la Eterna Primavera y la Tacita de Plata, entre otros apelativos que aluden a sus condiciones físicas. También es la ciudad de la Feria de la Flores, de las ferias de moda, de los alumbrados pomposos, la del progreso, la moderna, la más educada, la de los emprendedores, de los amables, de los conversadores, de los que no se varan; aludiendo a sus modos de expresión, a su mentalidad, al tipo de hombre que la habita. Pero la Medellín imaginada es mucho más compleja que un catálogo turístico, que un portafolio para atraer inversionistas. Está su contraparte, la ciudad de las comunas, de los sicarios, del narcotráfico, de las chicas plásticas y tontas, de las prepago, de los avivatos, de los que se creen lo mejor de Colombia. Ya Fernando Vallejo lo escribía de una manera más sencilla en La Virgen de los sicarios, con desgarro, con nostalgia: Sí señor, Medellín son dos en uno: desde arriba nos ven y desde abajo los vemos, sobre todo en las noches claras cuando brillan más las luces y nos convertimos en focos. Yo propongo que se siga llamando Medellín a la ciudad de abajo, y que se deje su alias para la de arriba: Medallo. Dos nombres puesto que somos dos, o uno pero con el alma partida. Pero hay otra Medellín, tal vez la más real, que no es ni ‘buena’ ni ‘mala’, sino que fluye en su diferencia, en sus contradicciones, en sus encuentros; que, como dice el español Manuel Delgado en su libro Ciudad líquida, ciudad interrumpida, es “una densa red simbólica en permanente construcción y expansión”. Él afirma que lo que hace diferente a una ciudad de otra no es tanto su forma arquitectónica, como sí los símbolos que sobre ella construyen sus habitantes. “Pero el símbolo cambia, como cambian las fantasías de una colectividad, lo urbano es dinámico y abierto, tiene un escenario cambiante”. Este dosier de De La Urbe, realizado por los estudiantes del curso de Narrativas Urbanas del primer semestre de 2012, pretende dar cuenta de esa ciudad dinámica, que no es una estructura sólida, sino que fluctúa, que es un escenario de metamorfosis. A manera de álbum urbano, éste es un recorrido por tendencias surgidas o afianzadas en los últimos diez años, década en que nuestro periódico fue creciendo y consolidándose. Las mil y unas formas del rebusque, el crecimiento de la oferta sexual, los últimos gritos en la moda, las nuevas asociaciones, los puntos de encuentro y algunos cambios de infraestructura –intencionalmente dejamos por fuera a la piedra, a las nuevas construcciones para enfocarnos en los movimientos de la gente– están aquí presentes para dar cuenta, como dice Delgado, que de un lado tenemos la ciudad geométrica, geográfica, la que está hecha de construcciones visuales, planificada y legible; y del otro, tenemos “la ciudad-otra, poética, ciega, opaca, trashumante, metafórica, que mantiene con el usuario una relación parecida a la del cuerpo a cuerpo amoroso. Allí se registran prácticas microbianas, singulares y, al tiempo, plurales, que pululan lejos del control panóptico, que proliferan muchas veces ilegítimamente, que escapan a toda disciplina, de toda clasificación, de toda jerarquización”.
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No. 60 Septiembre de 2012
Diversión a chorros En un día caluroso de la mal nombrada ciudad de la Eterna Primavera, espejos, pantallas y fuentes de agua son una buena opción para bajar la temperatura y para tener un rato de diversión. La pantalla de agua, que en su primera función reflejó a Simón Bolívar, no se usó más para proyectar imágenes. Desde la celebración del Bicentenario de la Independencia, cuando se inauguró el Parque Bicentenario en el barrio Boston, la pantalla se convirtió en un manantial de diversión: niños y grandes se posan debajo para ser bañados por los chorros. Los más grandes pasan corriendo, para que no sea mucha la emparamada; los adolescentes son víctimas de los empujones de sus amigos o de que los arrastren o pasen cargados; y los niños más pequeños, en su eterna libertad, van preparados con sus vestidos de baño para mojarse sin preocupaciones. Los fines de semana, familias por montones habitan el parque, unos llevan fiambre, otros comen mazorcas, crispetas, manzanas de caramelo, algodón de azúcar, paletas y helados que ofrecen los vendedores ambulantes que allí buscan su sustento. La puerta de agua del Parque Bicentenario es la más reciente de esta tendencia de bañarse en público, que comenzó en Los Pies Descalzos, siguió en Los Deseos y luego, en el Paseo del Río.
Saxo en la Playa En uno de los lugares más concurridos del Centro, en pleno cruce de La Oriental y La Playa, a todo el frente de la clínica Soma, en el separador de la avenida, se escucha el bullicio de los carros. Pero sobre ese estruendo, se oye una música melodiosa de saxo, que sobresale. Se ve a la gente haciéndole un círculo al hombre que toca saxofón. El saxofonista Arsenio Montes, “El Bárbaro”, es costeño y tiene una carrera de saxofonista de más de 40 años. Pero su mayor orgullo lo representa haber estado en la orquesta de Pacho Galán por 15 años, con la cual tuvo el gusto de tocar en países de Latinoamérica; en esa buena época, su mayor logro fue subirse al escenario del Madison Square Garden. La crisis económica de los 90 fue la que lo llevó a trabajar como músico callejero y así pasa los días, en los cuales puede llegar a ganarse desde 12 mil pesos, hasta 120 mil pesos en una buena jornada.
11 Publicidad al volante Aparecen de la nada cuando se transita por las aceras del Centro de Medellín. Frotan maniáticamente paqueticos de papelitos entre sí; extienden su brazo y atraviesan la mano con uno de los papeles a algunos de los transeúntes. Hay quienes los evaden porque ya han visto muchas otras veces dicho volante que promociona los servicios economicomísticoafectivos de brujos como El Segoviano y los demás de su especie que tienen como sede el antiguo y bello edificio La Ceiba, en La Playa entre Junín y Sucre. La promesa está viva y a crédito (“Hacemos su trabajo y después lo paga”) en estas monocromáticas hojitas de esperanza: “Amor, suerte, dinero, protecciones para maleficios, espíritus o enfermedades postizas”. Se paran en la misma acera de la Oriental o de La Playa e interfieren en el camino; aparecen, entregan el volante e indirectamente colaboran a que la ciudad se vea más sucia, pues luego de recibidos, una buena parte de los transeúntes los tiran al suelo. Pero no tienen la culpa, es un trabajo difícil que, además, es controlado. No pueden hacer trampa y constantemente están vigilados por supervisores que se dan cuenta si están haciendo bien su trabajo, no vaya a ser que se les dé por tirar todo el paquete a la basura para luego decir que lo repartieron. Esta manera de publicitar a los brujos debe ser efectiva, pues a la estrategia se han sumado, en los últimos años, las salas de masajes eróticos.
Jugueticos para adultos La disputa por ser la primera sex-shop de Medellín se la juegan Alí Babá, de Junín, y La Sex-Shop de la 10, en el Poblado. Ambas surgieron a finales de los 90 y básicamente su mercancía es la misma: dildos o consoladores, vibradores, huevos a control remoto, bolas chinas y aceites edulcorados de todos los colores, sabores y olores. “Al principio, las personas eran muy tímidas y solo miraban rápidamente sin entrar, o se camuflaban; pero con el paso de los años, ser cliente del sex-shop ha llegado a ser un símbolo de estatus”, comenta Francy Arango, administradora del Sex-Shop Fantasías ubicado en el Pasaje Comercial La Bolsa. Y sí, ahora abundan. Se les puede ver en los pasajes de Junín, o al estilo de grandes almacenes como Alí Babá, localizado en un exclusivo sector de La 70, o como las que surgieron a partir del proyecto periodístico en la red, Guía Cereza, que, a partir de su éxito, ya tiene varias tiendas en la ciudad y ofrece hasta servicio a domicilio.
Solo para adultos “Se solicita personal femenino con buena presentación. Sala de Masajes Alejas está aquí para cumplir tus deseos. De 18 a 25 años. Relájate mientras hermosas mujeres te satisfacen. Buen pago, horarios flexibles. Abierto de 8:00 a.m. a 5:00 p.m.” Bajo una fachada de masajes, en ambos lados de una tarjeta, se ofrecen relajantes momentos sexuales, se solicitan prostitutas. Compitiendo con los bares de striptease, las salas de masaje están de moda. Son el nuevo concepto de lo que solíamos llamar burdeles o casas de citas. Abundan en La 33 y en El Palo que se han convertido, poco a poco, en dos de las calles que más ofrecen “entretenimiento para adultos”. Geishas, Coffe Shop, Luna Lunera, Venus, son algunas de ellas. Incluso hay una -El Molino Rojo- atendida por travestis. La mayoría funcionan sin avisos, sin estruendos -se dan a conocer por medio de volantes- en casas viejas, que antes fueron amplias residencias y cuyas salas se convirtieron en pequeños bares mientras el resto de las habitaciones están subdivididas para dar cabida al placer.
El nuevo parche Con la creación de Ciudad del Río, el Museo de Arte Moderno de Medellín se trasladó a lo que era conocido como los Talleres Robledo y de nuevo, como sucedió en el barrio Carlos E. Restrepo, a su alrededor se gestó un punto de encuentro, para estar, para pasar tiempo, para salir de la rutina, especialmente los fines de semana entre 4 p.m. y 7 p.m. Este es un espacio de más de 300 mil metros cuadrados que tiene vivienda, comercio, entretenimiento y arte. Se terminó de construir en 2010 y, desde entonces, varios públicos se lo apropiaron. La primera cuadra, yendo de norte a sur, es para los papás que llevan a sus hijos a montar bicicleta, las personas que van a pasear los perros y a practicar juegos familiares. Poco a poco, como en degradé, van apareciendo las personas sobre los manteles, a manera de picnic, con canastas artesanales. En lo que queda de espacio, aparecen los skaters que practican con sus patinetas en el bowl, uno que otro músico con guitarras e incluso baterías, y otro tipo de jóvenes que, en el lenguaje de las tribus urbanas, se cataloga como hipster.
Para comer en dos mordiscos Pequeños, decorados y de colores son los cupcakes, conocidos desde el siglo XIX. Aparecieron en Estados Unidos, se encuentran registros del término “cupcake” en un libro de recetas publicado en el año 1828. Su nombre se debe a que, en aquella época, las amas de casa medían con tazas (cup) los ingredientes de las tortas (cakes) y, además, las horneaban en las tazas, con el motivo de hacer una torta, no solo individual, sino también creativa y divertida. A Colombia, la moda de estos pastelitos llegó hace aproximadamente cuatro años, y en Medellín, han tenido gran acogida desde hace dos. Además de ser deliciosos, de su llamativa decoración, son prácticos por su tamaño. Los compran todo tipo de personas y está in ofrecerlos en eventos corporativos, en bodas, cumpleaños, juegos de amigos secretos, navidades y en cuanta celebración exista.
La moda de “expandirse” Transformar el cuerpo en busca de la belleza absoluta se volvió una práctica cotidiana. Hoy en día, las modificaciones corporales como las cirugías estéticas, los tratamientos para adelgazar, la escarificación, los tatuajes y las perforaciones, entre otros, no son el privilegio de unos cuantos y mucho menos la locura de algunos otros. La expansión del mentón, la nariz o los lóbulos, por ejemplo, hace parte de una nueva concepción de lo bello que burla los cánones impuestos a la fuerza por la sociedad. Ya no es extraño en la ciudad ver hombres y mujeres de edades y estilos muy diferentes con un ‘hueco’ enorme en el lóbulo y una joya de colores, formas y tamaños llamativos allí incrustada. Hace aproximadamente cinco años empezó el fenómeno de la masificación de los expansores en Medellín. Estos artilugios exclusivos de metaleros, locos y vándalos se extendieron al grueso de la sociedad, a tal punto que hoy no es posible saber qué tipo de música escucha quien luce un expansor. En la ciudad, los locales para esta modificación corporal se encuentran en el Paseo La Playa, allí puede acudir con confianza quien quiera “expandirse”. Las posibilidades son múltiples: desde $10.000 hasta $30.000, del calibre uno al 35, desde el negro hasta el magenta y en toda la gama de colores.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
12 Postales Vendiendo tiempo
En pantaloncitos calientes Los hot pants o pantaloncitos ‘calientes’ son unos shorts de botón y cierre que van hasta más de una cuarta por encima de la rodilla. Este uso llegó a la ciudad hace menos de un año pero, como tantas otras, es una moda reciclada que, en este caso, nació en la década del 70. Los hot pants, al ser tan ajustados y cortos, hacen ver las piernas más largas. Esta prenda de tela, de jean o de dril se viste con cualquier tipo de camiseta que también puede acompañarse con un blazer. Hay quienes lo utilizan con leggins. Se permiten las botas, las chanclas o tenis, pero si se van a lucir esos pantaloncitos calientes es importante hacerlo sin medias. Se consiguen por un precio que va desde 60 hasta 120 mil pesos en almacenes como Karibik, Tennis, Cocoa Republic, Chevignon o Americanino
La revolución de la cuchara “Nosotros amamos a los que comen carne. Pero también amamos a los animales, por eso los amaríamos aún más si se hicieran vegetarianos. La revolución es entre tú y tu plato. Lo que comes tiene consecuencias políticas y sociales que desconoces. Tu cuchara es la mejor arma. Conoce por qué sacar la carne del plato puede ser más efectivo que hacer marchas, política o caridad”. Amar a los animales, fomentar una vida saludable y generar mayor conciencia sobre los efectos sociales, políticos, ambientales y económicos que producen los alimentos que consumimos –especialmente la carne–, hacen parte de la filosofía de La Revolución de la Cuchara; un movimiento pacífico que se opone al orden del cuchillo y el tenedor. En Medellín, la Revolución comenzó como una campaña de vegetarianismo que adoptó modelos de países de Latinoamérica y Europa. En nueve años, entre eventos como Carnívoros Anónimos y charlas en colegios y universidades, se ha extendido a otras ciudades de Colombia. En Medellín, tiene como punto de reunión a Govindas, en Boyacá con Carabobo, en donde cada primer sábado del mes se enseña a ser vegetariano y un buen recluta de la revolución.
Puente de la 4 Sur Al río Medellín se le han impuesto elementos desde la creación de la Villa. Pero las exigencias del tráfico han dejado atrás los viejos puentes como el de Guayaquil con sus cuatro arcos y su construcción en ladrillo. Las nuevas moles de concreto que se balancean sobre el río son un elemento del paisaje y cumplen su función de unir los extremos de la ciudad, antes lejanos a lomo de mula y hoy transitables en cuestión de minutos. El Puente de la 4 Sur se levanta como una obra monumental -así como les gusta a los paisas- bella y realizada con agilidad. Aunque, en medio de su construcción, partes suyas colapsaron, ahora se impone sobre el río para unir dos lados de la ciudad, dos polos. En minutos pasas de cruzar una vía llena de hoteles cinco estrellas para llegar a un barrio sombrío con ‘jíbaros’ en cada esquina. Eso sí, los trancones en La Aguacatala no han mermado.
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A las ocho de la mañana, llega Natalia a la esquina del Palacio de Bellas Artes. Lleva consigo su chaleco en el que aparece el aviso de “Minutos a 200”. Ella trabaja como vendedora de minutos de celular, su horario va de las ocho de la mañana a casi las ocho de la noche; depende de la afluencia de gente que haya en la calle. Natalia se gana 20 mil pesos por día. El dueño de los planes de minutos tiene otros tres trabajadores, cada uno tiene tres celulares con planes de 1.500 minutos, pero a los vendedores solo les corresponde estar ahí y vender. Él se encarga de lo que tiene que ver con mantener cada uno de los celulares con minutos, para que la venta no se detenga. Los vendedores de minutos de celular son el remplazo de los teléfonos públicos, que cada vez parecen tener menos clientela. Los planes de las empresas de celulares han permitido que muchos hagan de este negocio una empresa que va en aumento, y no parece que fuera a fracasar por ahora. Cada vendedor, que es quien menos gana en esa cadena, se las ingenia para que esos aparatos –que no les pertenecen– no se vayan de sus manos. Por eso es cada vez más frecuente el uso de los chalecos de los que cuelgan una decena de cadenas: el cuerpo es el poste.
Duuulceeeesss donaassss Uno está acostado en la cama, en la tardecita, tan tranquilo. De repente, empieza a sonar la cancioncita que lo desconcentra a uno de lo que esté haciendo: “ Duuuuuulces donas, dulces donas quiero yo; duuuuulces donas, dulces donas quiero yo. ¡Arequipe! ¡Fresa! ¡Mora! ¡Chocolate y Chantilly! Los ricos sabores de dulces donas ”. Y a uno se le queda pegada la canción todo el día. Y es que se ha vuelto algo tan común. Antes las donas eran algo más exclusivo, y en sí, sólo conocíamos la franquicia de Dunkin Donuts, pero ahora están en todas partes. En microbuses blancos, con estribillos que recuerdan el “duuuunkinnnnnn donuuuuutss” se le ve pasar por barrios, por calles, estacionados a las entradas de las universidades, de las estaciones del Metro. Cada vez son menos caras -a 8 mil la caja de diez-, y claro, menos ricas, con sus harinas y rellenos de menor calidad. Si Homero Simpson supiera de la existencia de Medellín, y que es el paraíso de las donas, ya habría abandonado a Springfield.
“El cartel” de Los Deseos No solo es una conexión con el cosmos a través de las atracciones que están ahí enfrente del Planetario. El Parque de Los Deseos es hoy un lugar de esparcimiento y encuentro de la comunidad LGTB de Medellín, principalmente de adolescentes que aprovechan este espacio público para reunirse con sus amigos. Los viernes es el día LGTB allí, es el día en que muchos menores de edad, que no pueden ingresar a bares o discotecas y no tienen el dinero para consumir, comparten una cerveza, interactúan y expanden su círculo social, allí en lo que ellos llaman “el cartel”. En bus, en metro, en taxi o caminando llegan los viernes al encuentro en el Parque. Cantan, ríen y charlan en un espacio que les ha permitido expresar sus preferencias sexuales con libertad y con especial protección de la Personería de Medellín, que tiene la oficina de la Unidad Permanente de Derechos Humanos, vecina al parque.
13 Entre el sol y la sombra Anteriormente, las corridas de toros eran un espectáculo para la clase alta, pero con el paso del tiempo y el progreso de los ambientalistas y los protectores de animales, se han tornado casi en una práctica satanizada. Las nuevas generaciones se han puesto en el trabajo de protestar, han levantado la voz, han hablado claro y fuerte, han salido a las calles, han tomado las plazas públicas y las de las redes virtuales, en todo el mundo, para cuestionar la tauromaquia, para gritar que las corridas de toros no son entretenimiento. El movimiento antitaurino en Medellín -que ha cobrado fuerza en los últimos cinco años con estrategias que ya van más allá de marchas y bloqueos a la Feria Taurina de La Macarena- afirma que cada vez es menos la gente que va a toros en la ciudad. Con sitio en internet, con publicidad llamativa, con recursos de donaciones y hasta del Municipio, con campañas en universidades públicas y privadas, y apoyados por muchas organizaciones que trabajan para la protección de la vida de los animales –incluyendo el medio de comunicación virtual El reportero animal– ganan cada vez más adeptos. Y desde este año tienen un incentivo adicional: la decisión que tomó el alcalde Gustavo Petro en Bogotá: eliminar las corridas y convertir la plaza de toros en un escenario cultural.
Mechones dreads Los dreads o dreadlocks (mal llamados rastas), esos mechones de cabello enmarañado, han venido popularizándose en los últimos años en Medellín. Cada vez más son una tendencia que se desliga del asunto religioso u orden de vida con que los llevan los rastafari. Ellos las llaman trenzas sagradas y las usan como símbolo de distinción en su vínculo espiritual con Jah. “Hace diez años no era frecuente tener así el cabello. Caminar por Medellín con los dreads era tener muchos ojos encima; en cambio, hoy es muy frecuente entre los jóvenes”, comenta Dilson Díaz, vocalista de La Pestilencia y uno de los muchos que tiene los dreadlocks, por un asunto diferente al de los rastafari. “No todo rasta es un dreadlock y no todo dreadlock es un rasta”, dijo Bob Marley en alguna entrevista, rompiendo con la polémica de la exclusividad del corte en un único grupo social. En las calles, son cientos de jóvenes los que llevan uno o muchos mechones de estos; son evidencia de la ruptura en esta vieja polémica.
Las uñas son el lienzo
Extrañas pero llamativas son las uñas de colores. No se sabe bien desde cuándo existe la costumbre de pintarse las uñas. Aparecen registros de que se originó en China en el año 3000 a. C., pero se dice que los japoneses, desde mucho tiempo atrás, se coloreaban con mezclas de rosas y otras flores machacadas. El esmalte de uñas se inventó en 1924; sin embargo, siempre se habían usado los colores y decorados tradicionales. Pero eso de pintarse las uñas de manera diferente, de volverlas paisajes, de que cuenten una historia, es más reciente. La tendencia nació en Europa y se ha extendido. En Medellín, está en furor entre las adolescentes. Todo tipo de motivo es susceptible de pintar en un año y hay sitios especializados en adornarlas. Ya no basta con el esmalte. Mireyas, gel y polvos acrílicos también se necesitan. Las manicuristas se han convertido en artistas, y las uñas son el lienzo de esas obras de arte en serie de a diez que las muchachas exhiben orgullosas ante las demás. Aunque no todas las usuarias son jóvenes: la mujer con las uñas decoradas más largas del departamento -le miden 9 cm- pasa de los 60 años. Se llama Margarita Marulanda, y las adorna de acuerdo con la época; cada una de las 10 uñas tiene un motivo distinto y hasta se pone piercing en ellas.
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Los buses ligeros Mantener el control de la ciudad y vigilar los movimientos de sus ciudadanos es la premisa en esta nueva dinámica urbana y la movilidad controlada por particulares, pero con los lineamientos de la administración pública, es otro componente del nuevo orden ciudadano. Se han perdido los derechos a ser “autónomos y libres”, bajo una sensación de seguridad y confort irreales. Luego de tanto esperar, luego de tantos tacos, luego de tantos rumores, el Metroplús llegó. Se habló de pérdidas, robos, licitaciones no tan lícitas, pero al final, luego de comenzar a rodar el primer bus, muchas voces se acallaron. Hermano del Transmilenio de Bogotá, el Megabús de Pereira, y el Mío de Cali, llegó a Medellín para ayudar a la consolidación de un sistema integrado de transporte en el Valle de Aburrá. Si bien ya se estrenó la primera parte (Ruta 1), falta por culminar los demás tramos que llevan años en construcción. Aun así, los paisas y los visitantes de la ciudad están ‘gomosos’ y satisfechos -aquellos que logran, a través de este servicio, recortar tarifas y tiempo en movilidad-.
Piruetas sobre ruedas ¡Squiik!, pronuncian las ruedas del skateboard, cuando se deslizan sobre la madera y el pavimento; tras un flip, silenciosas, se liberan por un instante de la superficie y rugen al aterrizar. Más adelante, un majestuoso ollie eleva la tabla y la conduce sobre la baranda metálica, la cual chilla hasta que el slide concluye. Los skater parecen Peter Pan, son como eternos adolescentes y el skateboarding es su estilo de vida. Cuando parecía que era una tribu urbana más, de existencia efímera, ellos siguen, han ganado adeptos, así como los espacios para su práctica en la ciudad. En los barrios Santa Lucía, Manila, Sevilla y Ciudad del Río hay plataformas para ellos, algunos en mejor estado que otras; pero es el Skatepark del Estadio –remodelado luego de los Juegos Suramericanos– el que los ha comenzado a concentrar masivamente. Y verlos hacer sus piruetas se ha vuelto un buen plan de ‘desparche’ los fines de semana.
You wanna marry me? La industria de las citas románticas ha sido transformada por la aparición de las nuevas tecnologías. El internet ha fomentado la posibilidad de que las relaciones sentimentales traspasen fronteras. En Medellín, existen agencias matrimoniales de diversas categorías: unas solo generan el contacto a través de internet; otras, en cambio, ofrecen servicios tan especializados que van desde el chat común por internet, con servicio de traducción, pasando por el envío de flores, hasta los Tour Romance en los que extranjeros vienen durante una semana a conocer mujeres que se pueden convertir en sus esposas. Únicamente ellas son las que se pueden inscribir en las agencias matrimoniales aquí. Se les crea un perfil en el sitio web para que los hombres extranjeros puedan conocer sobre ellas y luego iniciar el contacto por medio de la agencia; chat, cartas, regalos y visitas. El costo de todos los servicios lo pagan los extranjeros. La membresía para los clientes puede costar unos 25 dólares, las traducciones tienen un costo aproximado de 15 dólares la hora, enviar una carta cuesta 1.5 dólares, conversar por chat 0.12, conversar por chat usando cámara 0.24, enviar flores puede costar hasta 100 dólares y un tour 1.590 dólares, que no incluye los tiquetes aéreos. Con amor o sin él, las parejas se vinculan buscando felicidad de acuerdo con su ideal de ella: estabilidad económica, tranquilidad, compañía, nacionalidad extranjera, etc. Es posible que el amor llegue mucho después del “You wanna marry me?” (“¿Te quieres casar conmigo?”).
Masificación del fiado “La gente no compra si no es a crédito. Aunque tengan la plata de contado, prefieren sacar fiado”. Estas son las palabras de Pureza Penagos, administradora de un almacén de ropa en El Hueco. Ella asegura que todos los almacenes del sector tienen la modalidad de fiar solo con la cédula. Además de las formas ya conocidas de fiar, implementadas por Flamingo y Agaval, hoy existen varias modalidades: el Plan Separe y el Crédito Inmediato, que se hacen directamente con el local comercial y solo con la cédula, y Totalcrédito, que es una empresa creada con el objetivo de hacer estudios de crédito a los clientes de El Hueco. Esta entidad paga la deuda al negocio comercial y los clientes adquieren la financiación con la intermediaria. En la última década, se masificó el fiado y dejó de ser un hábito exclusivo de las clases populares; entre las clases medias y altas también se accede con frecuencia a toda la gama de créditos. El auge de productos como las tarjetas Éxito, Falabella, La Polar, EPM y, en general, todas las del sector bancario, así lo demuestran. Según cifras de la Superintendencia Financiera, en febrero de 2002, había 1.4 millones de tarjetas de crédito vigentes en el país, mientras que hoy circulan 8.3 millones.
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De shots en shots Se llaman shots y se han convertido en todo un hit en los bares de Medellín. Vienen en copas pequeñas y mezclan diferentes licores con toda una posibilidad de almíbares, esencias y sabores. Los precios rondan entre los dos mil, tres mil y los seis mil pesos. Con unas tres copas, el efecto puede ser casi el mismo que el de media botella de cualquier licor. Las posibilidades son infinitas y sus nombres varían tanto como sus sabores. Algunos shots se han consagrado ya como clásicos: la Cocaína Rusa y el Jager Bomb. Se han insertado en la vida nocturna de la ciudad y existen bares dedicados únicamente a la venta de estos mini cocteles.
15 Sexo en cabinas En Maracaibo, Junín, Itagüí, Bomboná, Parque Berrío y dios sabe donde más, están las “cabinas sexuales” que no son más que cafés internet donde se puede navegar por el ciberespacio y también por la anatomía humana. Por aproximadamente 3.000 pesos la hora, se puede vivir una acalorada sesión de amor, cubierto únicamente por la intimidad que brinda una delgada cortina. Esta idea nació aproximadamente hace siete años, aunque es difícil rastrear cuál fue la primera. Ya existen franquicias, incluso chats especializados como Las cabinas online que hace parte de la oferta de Las Cabinas, la más popular de todas, que tiene su sede principal en Maracaibo, entre Junín y Sucre. En una casona vieja de segundo piso, abierta las 24 horas, cuenta con dos espacios: uno familiar y otro más intimo en los que se dan citas virtuales y reales, hombres que buscan sexo con hombres.
Chicles, chicles “¡A $100, a 100, llévelo a 100! ¡Para la migraña, para la sonrisa, para el estrés lleve el chicle a 100; óigalo bien, a 100, a 100!”. Así grita Norbey Serna bajo el viaducto del Metro de Medellín, en el Parque Berrío, en el cruce de Colombia con Bolívar. Norbey es uno de los chicleros que últimamente abundan en la ciudad vendiendo, literalmente, baldados de chicles. Él y sus colegas se surten en las cigarrerías de las calles Cúcuta y Cundinamarca, compran chicles al por mayor para vender en baldes, ‘graniadito’ como él dice. 120 chicles tienen un valor de $5.400, es decir, la cajita sale a $45, como la venden a $100, los chicleros le ganan a cada caja $55, y como “el chicle lo compran desde los niños hasta los viejos”, el negocio es bueno. El plante diario de Norbey, es decir, su inversión en chicles oscila entre 30 y 40 mil pesos, de la inversión inicial saca al final del día, una ganancia de 20 a 25 mil pesos. Con eso del desempleo que azota al país, fenómeno del que Medellín no se salva, apropiarse de cualquier esquina para vender chicles es una posibilidad que suena viable.
Se reserva el derecho de admisión Río Sur es un edificio terminado hace menos de dos años, pero que durante décadas estuvo en obra gris. Los rumores dicen que era de Pablo Escobar. Esta construcción, ubicada en la Milla de oro, al frente de Oviedo, tiene en sus siete pisos almacenes, restaurantes, bares y discotecas; pero es reconocido por ser el nuevo lugar de rumba de cierto estrato de Medellín. Allí van las personas que hace algunos años dejaron de ir al parque Lleras porque se volvió “mañé” y que iban a La Strada hasta que apareció Río Sur. Para rumbear en Río Sur se recomienda que las niñas vayan de falda cortica (nada de cosas hippies) o de vestidito, tacones preferiblemente altos y el maquillaje que se desee. Claro que también hay una que otra mujer de bluyín y camisa, pero, la verdad es que desentonan. Los hombres deben vestir camisa tipo polo o de manga larga y un bluyín acorde para la ocasión. Pocos son los de camiseta, pero que los hay, los hay. Si usted desea ir con otra ropa, quizás no de marca o con algo exageradamente simple, corre el riesgo de que un hombre a la entrada de las discotecas le diga cualquier excusa para no permitirle el ingreso. Pero, la verdad será que usted no parece tener mucha plata o mucha clase para pagar 20 mil a la entrada (sin nada consumible, por supuesto), pedir una media de aguardiente que vale más o menos 40 mil y una botella del mismo licor por más de 80 mil. Si usted desencaja demasiado en el lugar, no podrá beber los cocteles moleculares y bailar con la música house. Quizás en su billetera no tenga suficiente efectivo ni tarjetas American Express, Diners, MasterCard o Visa. Lo sentimos, su saldo es insuficiente.
Una prenda a medias Son un punto intermedio entre unas medias veladas y un ‘chicle’ ajustado: de cuero, algodón, jean o sintéticos; desde el clásico negro hasta los más recientes estampados y texturizados. “Son muy cómodos y te hacen ver sexy”, dice Carolina, quien lleva un clásico leggin negro con una minifalda de jean. Medellín se ha inundado de ellos y, aunque no son una prenda nueva, han regresado desde hace ya unos tres años y siguen usándose. Con blusones, vestidos, faldas o shorts, todas las combinaciones son válidas. Tacones, valetas, sandalias e incluso tenis, sirven para completar el atuendo. Todo depende del gusto de la usuaria.
El otro cerebro Hasta hace menos de 15 años, un celular era un lujo, no importa que fuera grande y pesara en los bolsillos y en los bolsos. Tenían antena para captar la señal y solo servían como teléfonos. Las cualidades del producto eran magnificadas: una linterna, alarma, timbres polifónicos y, claro está, la capacidad de hacer llamadas. Nokia, Motorola, Siemens, LG o Samsung; que 1100, C115, V3, 1108, 1200, 3310… Esos héroes del pasado, solo están en el presente para vender minutos. Pero esas “panelas” se han ido transformando. Las especies de ahora, que abundan en los rincones de Medellín, para lo que menos sirven es para llamar. ¿Hablar? Na, eso es para los dinosaurios. Ahora los celulares son tan inteligentes, que algunos han trasladado a sus memorias de diez gigas, su cerebro.
Los porno-piratas Atrás quedaron las revistas de desnudos que se leían con un sola mano, atrás van quedando las salas XXX a las que había que esperar tener 18 años para tener acceso, atrás quedaron también las secciones traseras de las videotiendas. El uso del internet se convirtió en una cantera de acceso al porno, y los piratas han hecho de eso un negocio que en Medellín es más visible en el pasaje Boyacá entre Palacé y Junín. Sus mercaderes fueron llegando allí hace siete u ocho años, pero cada día son más. Entre ellos “se cuidan la espalda”, cada vez que aparece la Policía, alguno grita y salen corriendo, y en cuestión de segundos, desaparecen. Las películas las compran especialmente hombres y muchos ancianos que primero se encomiendan a Dios y a la Virgen en la iglesia de La Candelaria. Se venden a 2 mil pesos y hay para todos los deseos, incluyendo porno de animales, de gordas, de embarazadas, de ancianas, de travestis, de bisexuales y gays.
En contacto con el mundo Por la amabilidad, por el clima, por las condiciones laborales, Colombia se ha convertido en la nueva tierra prometida del negocio de los contact center. El primer lugar lo tiene la India, y en América Latina fue Argentina el país en el que más se desarrolló el negocio. Medellín es, después de Bogotá, la ciudad que ocupa el segundo lugar en número de contact center así como por el número de personas que se emplea en este sector. “No es el mejor trabajo, pero es fácil y puedo estudiar”, afirma Camilo Vargas. Atendiendo clientes nacionales e internacionales, miles de jóvenes medellinenses se emplean por primera vez en un contact center, pues no se requiere mayor experiencia laboral. Además, los horarios son flexibles, por lo que los estudiantes encuentran allí una opción laboral que les permite mantenerse en la universidad.
El circo callejero
Fueron in crescendo. Tímidamente se les veía en una esquina de Laureles o de la Avenida Oriental jugando a tirar las bolas en el aire para recibirlas una y otra vez, sin dejarlas caer al suelo. Poco a poco, fueron atreviéndose a más: lanzallamas, juegos con cuchillos, monociclos, saltos gimnásticos. Y ya no una, sino equipos de dos, tres, cuatro, hasta cinco personas. Las calles de Medellín, esas dónde hay semáforos concurridos, se volvieron circos callejeros. Sorprende ver en los trancones a esa chica que salta por los aires y no se la ve caer en el pavimento. Sorprenden los morenos que hacen pirámides humanas que se deshacen en menos de los 30 segundos que dura el semáforo en rojo. No hay edad, raza, sexo y país –algunos son extranjeros recorre mundos– que excluyan de la práctica del malabarismo callejero. Los objetos que más se usan: cuchillos, aros, rombos, antorchas y, claro, el mismo cuerpo. El arte del rebusque.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
16 Biblioteca
Fiesta de libros Comenzó una nueva Fiesta del Libro. Un evento que buscar ser más que una pasarela en la que se compran libros, para ser un espacio de reflexión sobre la lectura, sobre el arte, sobre el placer de saber, de recorrer con palabras historias de otros que pueden ser las nuestras. De La Urbe está presente en esta feria, en esta fiesta, celebrando su año 13, su edición 60. Libreros, editores, escritores están en estas páginas, en las que hemos querido destacar la producción editorial de docentes y estudiantes del Pregrado de Periodismo y la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, una producción variada, que no solo incluye periodismo, investigación etnográfica, ensayo filosófico, relato intimista y poesía.
Redacción De La Urbe Delaurbe.prensa@gmail.com
Salen del clóset arece un despropósito, pero tuve una novela guardada casi 20 años. Un editor me contestó que el tema no le interesaba y otro prometió que la publicaría, pero un mes después se declaró en quiebra. Hasta que un día me dijo Miguel Escobar Calle (q.e.p.d.): “En estos tiempos, uno mismo tiene que publicar sus cosas”. Eso me quedó dando vueltas en la cabeza. Comencé entonces a buscar la manera más apropiada de publicar Noches enteras. Leí en internet sobre la impresión por demanda y la auto impresión. Me llamaba la atención la alternativa de poder publicar los ejemplares que uno necesitara o pudiera pagar, sin los costos de la impresión tradicional. Sin embargo, ambas presentan limitantes sobre el diseño, fórmulas prefabricadas que me resultaron poco atractivas. Me pareció que ese era el camino a seguir, era accesible y eliminaba las trabas y conceptos comerciales que aplican las grandes editoriales, pero quería algo más personalizado, un estilo propio. Empecé a pensar también que debía haber más personas a quienes les interesaría publicar sus originales, personas conocidas, que así tendrían la oportunidad de convertir sus textos en libros que se pudieran regalar o vender –según sus planes– a precios muy cómodos, entre un público quizás pequeño, pero definido; en vez de estar acumulando polvo en las bibliotecas, sin alcanzar siquiera la oportunidad providencial de un lector. Así empezó el recorrido de OjoXojO. Hice una lista de candidatos, la mayoría de ellos de la carrera de Periodismo de la Universidad de Antioquia. Entre los que me contestaron, fueron quedando los interesados, quienes estaban más seguros de sus trabajos o que habían recibido premios o reconocimientos y gozaban de un cierto prestigio. Ahora, era necesario conseguir quién diseñara y diagramara la colección, y una empresa local con impresora digital. Cada paso se tomó su tiempo. Por fortuna, Luisa Uribe hizo un gran trabajo de diseño, gratuitamente; también, conseguí quiénes diagramaran sin cobrar por ser la primera vez y visité todos los impresores digitales de Medellín, para encontrar los mejores precios y calidad. Lentamente, los originales fueron llegando después de ser sometidos a una última revisión por cuenta de sus autores, y fue tomado cuerpo OjoXojO: libros que salen del clóset. Me quedaba claro. Se trataba de un proyecto cultural antes que de una empresa comercial. El otro paso fue pensar el proyecto. No íbamos a seguir en la misma línea de los editores comerciales tradicionales ni en la plataforma habitual de los editores de libros por demanda. Por eso, establecimos algunas pautas claras sobre el proyecto: Se dedica a la publicación de libros de literatura, periodismo y ensayo, principalmente. Pero, sobre todo, de aquellos textos de calidad que son o han sido rechazados por las editoriales con razones como “no nos interesa el tema”, “no venderíamos suficientes ejemplares”, “no hay mercado para su propuesta”… Se encarga de buscar y gestionar la publicación de trabajos de grado (pregrado y posgrado), según su novedad, interés o pertinencia. El costo lo asumen los autores. OjoXojO aporta la gestión editorial, diseño, diagramación, impresión y asesoría en la divulgación y distribución, a precios realmente competitivos. El autor es, por tanto, el dueño de sus libros. Garantizamos precios atractivos por unidad –en relación con la cantidad de ejemplares– gracias a la impresión digital y a un diseño y una diagramación comunes que le dan carácter a la colección y facilitan los procesos. OjoXojO dispone de una página en internet (ojoxojo.co) en la que se recoge la información fundacional del proyecto y se publica la información relativa a cada título, para que los interesados tengan a la mano todos los datos. También mantenemos una página en Facebook, a través de la cual se ofrece información sobre el proyecto y el mundo de los libros y de los autores, en general. Después de afinar paso a paso los procesos y superando pequeños obstáculos, entre los siete libros publicados por OjoxojO se encuentran dos de jóvenes egresados del pregrado de periodismo de la Universidad de Antioquia: Niños de carbón, de Yhobán Camilo Hernández C. y Los hijos de la violencia: historias de niños invisibles, de Martha Patricia Giraldo y Mariluz Palacio Úsuga.
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Carlos Uribe de los Ríos info@ojoxojo.co
No. 60 Septiembre de 2012
Reseñas nuestras Memorias del agua: oralidad, naturaleza y cultura en el Pacífico Colombiano. Jaime Andrés Peralta.
Chocó es universo acuático. Pero también es relatos, prácticas culturales e imaginarios propios de la identidad negra. Como la de Riviel, un ser maldito, un espanto, un espectro distinguido desde Cabo Corrientes hasta Bahía Solano porque viaja “rápido como una centella”. O la de los cholos o indios de agua, una especie de seres peludos y con un fuerte olor a pescado que, según algunos habitantes negros, vaga por las aguas de la región y es capaz de estropear atarrayas, volcar champas y ahogar pescadores. Esa naturaleza del Chocó biogeográfico, reunido a través de una investigación etnográfica con 168 testimonios, fue materia de investigación por parte del profesor Jaime Andrés Peralta y de un grupo de estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia y está plasmada en el libro Memorias del agua: oralidad, naturaleza y cultura en el Pacífico colombiano, publicado por La Carreta Editores.
Encuentros del cine y la literatura en Colombia. Recuento histórico y filmografía total de adaptaciones 1899-2012. César Álzate Vargas
Así como el título es sugerente, el subtítulo es comprometido: “filmografía total de adaptaciones 1899-2012”; es decir, 113 años totales, sin concesiones, sin dudas; 113 años de encuentros mágicos, a veces furtivos, otros escandalosos; unos afortunados y muchos otros fracasados entre la veterana literatura y el juvenil cine; como la historia de Lolita, pero con una maestra veterana que se enamora de un adolescente impúber, inteligente y atrevido. En este libro del escritor y periodista César Alzate Vargas, las historias de esos encuentros tienen en común una misma celestina: la creación colombiana. Bien sea porque que el director que adapta la obra literaria para la pantalla es colombiano o porque lo es la obra adaptada. En él encontramos desde Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, llevada a la pantalla por Francisco Norden, hasta La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, adaptada por Barbet Schroeder. Este periodista y escritor nos ofrece una original aproximación al panorama del cine nacional y las influencias mutuas con la literatura, desde lo histórico y académico, pasando por un totalizador registro de sus encuentros. Este libro es beca de Investigación en cine 2008, y Premio de Publicaciòn de Investigaciones en Cine y Audiovisual Colombiano 2011, del Ministerio de Cultura.
Déjanos encontrar las palabras. Selnich Vivas Hurtado
Selnich Vivas no es un hombre convencional. Está lleno de máscaras. Es capaz de vestirse de mujer, con un traje largo morado y así leer en alemán los poemas de Sueta Aluna, una joven mujer artista en la que él se encarna para que con esa voz femenina fluya su poesía. Es capaz de transformarse en chamán y cantar cien cantos en la lengua de los indígenas del Ingarapaná, en la selva amazónica. “Escribir en otros idiomas ayuda a perfeccionar el estilo” afirma este escritor que vivió once años en Europa y que paradójicamente está empeñado en difundir, dominar nuestras lenguas autóctonas, esas 65 lenguas indígenas que tiene Colombia. Déjanos encontrar las palabras (1948-1959) deja ver su fuerza cómo poeta, con un versos construidos con una gran economía de recursos, plenos de palabras desnudas. Ganador de XXVIII Premio Nacional de Literatura, Modalidad Poesía este libro en clave epistolar da cuenta de la historia de amor o desamor entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan. Ella, hija de un asesino nazi. Él, hijo de judíos asesinados. Cómo se afirma al comienzo del libro, tanto los temas, los motivos y los firmantes de esas cartas que compone el poemario, son prestados. Una máscara más con las que el autor se viste y convive. Colección Premios Nacionales de Cultura. Universidad de Antioquia.
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El hombre que no quería ser padre No son pocos quienes se han aventurado a escribir sobre sus padres y lo que han significado en sus vidas. Cómo no recordar la Carta al padre de Kafka y El olvido que seremos de Abad Faciolince. Ahora, un periodista nos regala un relato intimista del suyo, Alonso, El hombre que no quería ser padre*, en una ciudad que, como Medellín, venera la figura materna.
Alfonso Buitrago Londoño fonso.buitrago@gmail.com
Herencia
a noche anterior a la cirugía le pedí, medio en broma medio en serio, que pronunciara sus últimos deseos. —Bueno, don Alonso, deje su testamento, que si las cosas no salen bien callará para siempre —le dije–. Diga dónde tiene escondida la caleta –añadí haciéndome el gracioso. Me miró por unos segundos, en los que tuve tiempo suficiente de advertir mi torpeza, y esbozó una sonrisa complaciente. Más que una herencia material, que sabía que no existía, yo necesitaba saber qué camino debía seguir, si su vida había valido la pena. ¿Había tenido sentido su rebeldía, esa lucha incesante por lo que llamaba su “libertad individual”? Al verlo en silencio, enfermo, volvían a mi memoria algunas de las batallas que había librado y de las que fui testigo, como la separación de mi madre, con sus gritos y golpes, que él decía que habían sido necesarios para liberar a sus hijos de la opresión materna. Las apuestas por su libertad no habían sido pacíficas. El sentimiento que más me costaba controlar frente a su enfermedad era un intenso deseo de sacarle en cara su violencia y de confrontar su forma de vida: su pobreza y su marginamiento. Al mismo tiempo, me daba cuenta, por los comentarios y susurros de familiares y amigos, que ellos también querían reprocharle otras cuantas cosas: deudas, críticas, posiciones radicales; pero preferían hacerlo en voz baja, en esa voz que desaparece pero queda en la memoria. Las personas que vivimos muchos años en este valle, llamado de Aburrá, sentimos una poderosa fuerza centrípeta que nos empuja a aplastar al caído, como si fuéramos rocas gigantes que se despeñan montaña abajo —pero, entonces, no volvemos a subir la roca, permitiéndonos reflexionar en la subida, sino que preferimos esperar a que la siguiente generación conserve la tradición y se deje caer a su vez sobre los que han sobrevivido—: “Él se buscó su desgracia”, pensábamos en secreto. Cuando le pregunté por el testamento, me dijo con su voz enferma: “Si muero, pueden hacer conmigo lo que quieran que, si existe un más allá, yo vendré a buscarlos”, y soltó una carcajada sorda, como haciendo gárgaras hacia adentro. Decir “más allá” le producía risa. Recordé un verso de “La violencia de las horas”, el poema de César Vallejo, que no se cansaba de repetir y con el que le gustaba reírse de cualquier posibilidad de trascendencia: “Murió mi eternidad y estoy velándola”. ¿Eso era todo? ¿Mi herencia era la promesa de una compañía metafísica y la libertad soberana de hacer con él lo que quisiera?
L
Orgullo y vanidad
[…] Mi hermano y yo crecimos con la presencia permanente de un padre que no se consideraba como tal, en una ciudad que desprecia la figura paterna y sobrevalora la materna. A veces, en las noches, cuando pensaba en Alonso, oía en las montañas del valle una letanía… Maaaaaadre no hay si no unaaaaaa… Paaaadre es cualquier hijueputaaaaaa… Del mío también decían que era un hijueputa, con rabia. Sobre todo mi madre. Alonso se hizo un hijueputa leyendo. Leer era adicción y cura, una terapia que lo acercaba y lo alejaba de su padre, de su pasado. Cada semana recorría las ventas callejeras de libros de segunda del conocido pasaje La Bastilla, en el centro de Medellín, buscando obras que después de leer ponía a circular entre sus amigos. No pocos mecánicos y cerrajeros aprendieron a querer la lectura de cuenta de Alonso. Para ellos, como le pasaba a Vargas, uno de los hermanos mecánicos para quien dictó un mensaje de despedida la noche antes de morir, el encuentro más cercano que tenían con la cultura era tomar aguardiente con Alonso. A él le regaló El cuchillo, de Patricia Highsmith, un libro que yo le había regalado a mi madre en un cumpleaños y luego le presté a Alonso. […] Alonso era un tipo que no se podía comprar, al que no lo seducían las vitrinas ni los brillantes. No podía aparentar lo que no era ni era capaz de crear o acumular riqueza material. Su posición en contra de una forma de vida basada en la acumulación o que generara “relaciones de poder y sometimiento” era radical. No acumulaba, distribuía. Cada día hacía el dinero necesario para subsistir, aunque casi
nunca le alcanzaba, y lo que conseguía de más, cuando se ganaba un chance, por ejemplo, se lo gastaba con sus hijos o compartiendo con sus amigos. Lo único que pudo acumular fueron deudas y algunos amigos, los más tercos. Muchos de ellos le prestaron dinero o le sirvieron de fiadores y en el proceso de pagarles, por retrasos o incumplimientos, perdió algunos. A Jairo, un funcionario de Rentas Departamentales, con quien hizo negocios y acompañó en su duelo de separación matrimonial; o a Jorge, un pintor de desnudos, acomodado, con quien se encontraba cuando el artista estaba deprimido y quería hablar de las mujeres. A ellos los perdió en el camino. Intentó acabar con sus deudas, llevando sus cuentas con cuidado, inventándose negocios cooperativos, pero fracasó metódicamente. Para tener éxito económico hubiera tenido que dejar de ser Alonso.
El río de su propia vida* El libro que De la Urbe presenta en esta edición es revelador no tanto por ahondar en las relaciones difíciles entre un padre y un hijo –tema central de grandes novelas- sino por el abordaje metodológico y la propuesta estética de Alfonso Buitrago, su autor. La novedad metodológica se origina en que el autor es a la vez objeto de investigación y esto pocas veces ocurre en el periodismo. En El hombre que no quería ser padre, Buitrago remonta el río de su propia vida para hallar el sentido de su relación con el hombre que fue su padre. A diferencia de las crónicas en las que los escritores narran experiencias en lugares exóticos, expresan sus pareceres acerca del mundo que exploran o abren espacios para reflexionar sobre el oficio de reportear y escribir, Buitrago se obliga a bucear por su propia historia y a indagar en los rincones de su propia intimidad. Y hasta esos lugares, custodiados por los guardianes que son siempre las certezas, las vergüenzas, y los secretos de cada vida, Buitrago hace que lleguen las voces de los otros. Él acude a los relatos de su madre, sus tíos, sus amigos viejos, sus vecinos para que echen luz sobre las oscuridades y maticen los grises con relatos nuevos que ayudan a comprender la vida particular de un hombre. Por lo anterior, el resultado final no es una autobiografía o un testimonio de familia como podría esperarse. El hombre que no quería ser padre es un gran reportaje construido con las voces de quienes compartieron la existencia con Alonso, un hombre tosco, rudo y amante hasta el límite de la libertad individual. Al final, Buitrago sobrevive al paso por el túnel que significó escribir este libro. Sale fortalecido como hombre porque sin duda enfrentó al padre y simbólicamente lo mató para poder seguir de pie, sin quejas y sin dolores. Y crece como cronista porque nos enseña que es posible reescribirse a través de una mixtura de géneros que universalizan su historia. Y hacerlo con la certeza de que su oficio le sirvió para salvarse. Patricia Nieto *Fragmentos del libro El hombre que no quería ser padre, ganador de las Becas de Creación en Periodismo Narrativo Alcaldía de Medellín. Editorial Planeta, 2012. El autor es Comunicador Social-Periodista, de la Universidad de Antioquia, y uno de los fundadores del periódico De La Urbe. En la actualidad, es docente del pregrado de Periodismo de dicha universidad.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
18 Biblioteca “Ser o no ser, he ahí el dilema”, diría Hamlet. Ahora, con internet, esa duda ha ganado otros matices: ser o no ser en la web. ¿De qué manera existir en ella? Por fuera de nuestro cuerpo y sí con las palabras, con los símbolos, los caracteres que conforman lo que somos o queremos ser. En este texto*, damos cuenta de los diversos tipos de sujetos que habitan en el universo de la virtualidad.
Navego, luego existo Heiner Castañeda Bustamante. heiner.cb@gmail.com
a aparición y desarrollo del universo internet, y todo lo que en éste converge, no representa simplemente un cambio tecnológico referido a un nuevo canal o sustento de contenidos, sino que, además, y sobre todo, simboliza una transformación en la manera de concebirnos en el mundo, en la forma de visibilizarnos y en el modo de apropiarnos de un sistema que marca una frontera entre quienes hacen parte de él y quienes todavía no se reconocen como habitantes de una comunidad virtual. Esta condición obliga entonces a ubicar la discusión en dos estados: uno, asociado con el mundo de lo real, y el otro, en el ámbito de la virtualidad como nueva forma de realidad, pero con diferencias abismales en cuanto a lo que significa vivir en uno u otro. No solo porque son realidades distintas y distantes en cuanto a su configuración como lugar de encuentro, sino porque en el ciberespacio el sujeto que participa adquiere una dinámica propia, no necesariamente relacionada con su ser o estar real. El ágora web abre sus páginas al internauta haciendo uso de la libertad que promete la red para un diálogo colectivo, sin las cortapisas de la censura del saber probado ni de la identidad de quien lo hace. La simulación del sujeto es, a su vez, un elemento que obliga a pensar en lo que significa la representación de quien habla. No para cuestionar la definición de una existencia así de incierta, sino para entender que las máscaras representan una forma de ser. Lo que afirman o niegan esas máscaras no diluye el significado y el impacto que tienen sus discursos porque ya ellos, más allá de lo que traduzcan las palabras o los signos que lo componen, dan cuenta de un individuo que es, a la vez, uno y muchos; que es al tiempo un léxico y otro, que es “real” de otra manera. En síntesis, es un sujeto que se redefine y al que solo es posible acercarse si se le otorga su estatus dentro de la red porque, por fuera de ella, no resiste la misma descripción y el mismo reconocimiento. Lo significativo es que su existencia en la web está determinada por su capacidad de navegar. Es lo que hemos nombrado como un homo-web que existe en cuanto navega y navega, en cuanto tiene una presencia virtual. Pero esa existencia está mediada por las huellas que dejan sus discursos o los registros digitales que aluden a él en la malla global. Ese navegante que denominamos sujeto-discurso lo es sin que tenga que ser asociado a su alter ego real. Su existencia es autónoma en la medida en que navegue su léxico, ya que el sujeto-web no es más que eso: palabra y/o símbolo que se muestra ante sus iguales, no como un cuerpo que ocupa un lugar en el tiempo y en el espacio; sino como un conjunto de datos a los que es posible asociar con una representación real. Pero, en última instancia, es un interlocutor, con o sin máscara, que está ahí haciéndose presente. No obstante, es viable que en la web coincidan sujetos que muestran su identidad y sean reconocidos por sus iguales, tanto dentro como fuera de ella. En este caso, la web solo actúa como un canal de comunicación que permite mantener relaciones en el marco de la realidad, como podría hacerse a través de cualquier otro medio. La red es solo un instrumento evolucionado y novedoso, desde el punto de vista de la tecnología; pero incompleto en cuanto a sus demás posibilidades relacionadas con el ocultamiento, la simulación, el diálogo colectivo, el enredo de redes y la interconexión siempre presente.
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Los sujetos-web
Los sujetos-discurso o los discursos que le dan vida al sujeto virtual tienen, a su vez, características que los diferencian y que les otorgan un rol específico dentro de la comunidad a la que pertenecen. He denominado sujeto-discurso uno (encuentro entre iguales) a aquellos que buscan comunidades afines para construir sus mundos, como una religión, sin importar las visiones de los otros y sin entrar en contradicción con ellas.
No. 60 Septiembre de 2012
El sujeto-discurso dos (el dominio de la mayoría) que acude a las visiones que otorgan los grupos de poder y se pliegan a ellos por la capacidad de penetración y reconocimiento que tienen. El sujeto-discurso tres (convencer más que argumentar) que ampara su existencia en la capacidad de seducir más que en la manera de certificar lo que expresa; es una suerte de sofista electrónico. El sujeto-discurso cuatro (intuición de los navegantes solitarios) entendido como un internauta indiferente y escéptico que no pertenece a ninguna comunidad virtual; pero construye léxicos sin importar que coincidan con los de otros. El sujeto-discurso cinco (existencia silenciosa) aquel que visita la red, pero no participa de manera activa. La utiliza como un gran enciclopedia de consulta y deja su huella en los datos informáticos que dan cuenta del tipo de lugares a los que asistió. El sujeto-discurso seis (participación visible y activa) que representa a los individuos que ven en la red el espacio propicio para el activismo y la visibilidad que no pueden obtener en la realidad del afuera. Su existencia virtual se hace cada vez más preponderante. El sujeto-discurso siete (el mundo de los avatares) que encuentra en esta dimensión un espacio expedito para la simulación y la construcción de múltiples identidades que lo llevan a vivir una existencia propia, independiente de la que ocupan en el espacio físico. El sujeto-discurso ocho (los ojos de la tradición) que adoptan el rol de veedores de la verdad defendida por la tradición, a partir del conocimiento de los expertos que aprueban o desaprueban los léxicos inciertos. He encontrado que esta clasificación es importante porque cada uno de ellos tiene una existencia particular de acuerdo con su rol, pero eso no implica que los internautas actúen siempre en solo una condición, sino que por el contrario, combinan muchas de acuerdo con las situaciones particulares a las que se enfrenten en los diversos momentos en que están conectados. Dada esta circunstancia, denomino sujeto-discurso nueve (mixtura de roles) a aquel individuo que actúa en la red haciendo uso de más de una de las categorías, a las que pertenece el común de los sujetos. De la sumatoria e interpretación de los tipos de existencia que he sugerido, se desprende, por último, el sujeto-discurso diez que conforma el culmen de lo que implica la presencia que emerge de la existencia de los otros, no como sumatoria de los relatos individuales, sino como sujeto-colectivo que es superior a las partes que lo conforman. Este entramado de individuos fabrica un termitero-web, en alusión a las termitas que juntas construyen unas estructura de gran tamaño, de la que no son necesariamente conscientes, pero que ante los ojos de quienes las descubren, generan perplejidades, no por las características específicas que El homo-web existe en cuanto ellas tienen, sino por la estructura misma. En ese mismo sentido, la construcción conavega, y navega, en cuanto lectiva comporta un proceso parecido a la sitiene una presencia virtual. napsis en donde, como neuronas, cada individuo se intercomunica dando pie al llamado “cePero esa existencia está rebro” colectivo. Éste se halla compuesto por mediada por las huellas que los discursos que representan a los internautas y a sus maneras de ser en materia de identidejan sus discursos o los dad y de rol descritas. Desde esta nueva óptica obligan a leer el significado de conceptos como registros digitales que aluden conocimiento, verdad, ética, democracia, Estaa él en la malla global. do, libertad, soberanía, identidad y existencia, entre otros muchos aspectos involucrados en lo que significa vivir en el universo de los nave navegantes creados por dioses de bytes. *Este es una síntesis de un capítulo de Navego, luego existo, libro publicado por la Editorial Universidad de Antioquia, 2012. Heiner Castañeda es Comunicador SocialPeriodista, especialista en Economía y magíster en Filosofía. Es docente del pregrado de Periodismo de la Universidad de Antioquia.
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La pasión de editar Cuarenta años está celebrando Lealon, esta editorial que, desde Medellín, se distinguió por su propuesta de libros buenos, económicos, y para estimular a nuevos escritores. Detrás de su historia, se halla Ernesto López, un señor editor, un resistente.
Estefanía Henao Arboleda. estefaniahenao.a2@gmail.com
Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Jorge Luis Borges l pensar en 1969, vuelven a Ernesto López los recuerdos del hombre conquistando lo desconocido, el espacio en el Apolo 11. Neil A. Armstrong, Edwin E. Aldrin y Michael Collins caminaron sobre la superficie de la luna: “Un pequeño paso para un hombre y un paso gigantesco para la humanidad”. Estas palabras del recién fallecido Armstrong todavía tienen un efecto estremecedor. Regresa también el recuerdo de su primera experiencia como editor independiente. Editorial Prisma fue la empresa que creó con dos amigos con los que trabajó en Editorial Bedout. “En 1969, después de una huelga del sindicato y de la Asociación de Linotipistas de Antioquia, entramos a negociar un pliego de peticiones con Bedout. La empresa nos propuso que cambiáramos el pliego de peticiones, las cesantías y las indemnizaciones por maquinaria. Que le siguiéramos trabajando pero desde la calle, desde otra empresa que fundáramos nosotros”. De esta manera empieza el camino de Ernesto como tipógrafo autónomo. Editorial Prisma le imprimía libros a editores independientes y a Bedout. Sonríe al mencionar algunos de los títulos que le publicaron a esa reconocida editorial, en la que aprendieron las últimas mañas del oficio y que, finalmente, los incentivó a crear
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la empresa. Historia de la Revolución en Colombia, de José Manuel Restrepo y los de Fernando González son de los que más recuerda. Los tres tipógrafos tenían mucha experiencia, pero se instruyeron completamente en el arte de hacer libros cuando empezaron a trabajar con editoriales de izquierda que sacaban grandes tirajes para la época. Fue un nuevo reto tomar las decisiones y asumir las consecuencias. Su experiencia llegó a su punto más alto cuando Moisés Melo, gerente de la Editorial Oveja Negra, los contrató. “En esa época, la editorial hacía pedidos de libros con un tiraje de tres mil y de cinco mil ejemplares”. Ernesto López Arismendi, el “Hacedor de libros”, empezó el largo camino en el mundo de las imprentas con los salesianos del Colegio Pedro Justo Berrío. Allí estudió la técnica en tipografía. Terminó sus estudios en 1956 y trabajó durante un año dirigiendo la Imprenta del Seminario de Misioneros de Yarumal, sitio en el cual hizo sus primeras impresiones de libros y revistas. Trabajó por cinco años en la Editorial Gran América y aprendió a hacer libros, dice que así se inició en el oficio y que fue amor a primera vista. Entró a trabajar en la Editorial Carmen y aprendió a publicar periódicos. Un año después, volvió a los libros en Editorial Bedout, donde estuvo cinco años, “tenía unos linotipistas muy buenos y aprendí mucho de ellos”. En 1971, decidió cerrar la Editorial Prisma y empezar con una empresa que fuera solo suya. En febrero de 1972, crea la Editorial Lealon con un solo propósito: publicar libros “bien hechos y baratos”, en una época en la que había pocos editores en Medellín. “Seguí haciendo libros para todas esas empresas de ‘animales’ que había en aquel entonces y a las que le trabajamos con Prisma que eran Editorial Oveja Negra, El Tigre de Papel, Editorial la Pulga y otras editoriales de izquierda que había en Colombia en ese tiempo”. Lealon sacaba en un mes libros de profesores, sacerdotes, poetas, autores de izquierda y de derecha. Ideas de todas las tendencias y rarezas pasaron por las firmes manos de Ernesto y nunca tuvo problemas con los autores. Cuando el oficio radica en el amor por hacer, en poner cada letra y cada hoja en su lugar, hasta que todo cobre sentido, hasta que todo cobre vida, el oficio toma otros rumbos. La empresa se posicionó rápidamente en Medellín. Las universidades hacían parte de los clientes fijos que la nueva editorial cultivaba. Le publicó varios libros y revistas a la Universidad de Antioquia, a la de Medellín, a la Nacional y a la Autónoma, además de algunos autores que no tenían contrato con ninguna editorial y pagaban la publicación de sus libros por sus propios medios. En la década del 80, Lealon se empezó a conocer en la Costa Atlántica, con la publicación del libro Murrucucú, de Guillermo Valencia Salgado, por encargo de Juan Luis Mejía, entonces director de la Biblioteca Pública Piloto. Era de mitos y leyendas, de historias populares del Caribe colombiano, con ese libro llamó la atención de muchos autores y editores costeños, así se fue difundiendo la idea de que en Lealon se hacían libros buenos y baratos: “Hasta en Bogotá, que para mí es un honor muy grande porque hay mil o dos mil imprentas, los últimos tres meses del año pasado les hice seis libros”. Ernesto ha trabajado siempre con un catálogo de los libros que ha publicado y que tiene clasificados por regiones. “Llegan y dicen: ‘Hágamelo como se lo hizo a Fulano o como me lo hizo la otra vez’”, siempre por recomendación de algún amigo o editor; aunque, los más de 4 mil títulos que han pasado por sus manos, hablan por sí solos. A menudo, habla con orgullo de la colección que hizo a lo largo de 10 años para la Fundación Simón y Lola Guberek: 55 títulos de escritores reconocidos y de otros que recién salían del anonimato, libros baratos sin mucho interés comercial que tenían el único objetivo de que curiosos lectores conocieran los Antes tenía 18 trabajadores, textos. Autores como Raúl Gómez Jattin, Daniel ahora son cinco personas y Samper y Carlos Lleras Restrepo hicieron parte del proyecto. Otra colección que recuerda es la hasta la secretaria, dice, es de La Nueva Historia de Colombia, editada por una excelente correctora. Lo la Editorial La Carreta. Títulos como Introducción a la historia ecobuscan mucho para eso, sobre nómica de Colombia, de Álvaro Tirado, que se imprimieron 13 veces en un año, acreditaron la todo los costeños. Tiene claro editorial ante la comunidad académica. Los auque para hacer una buena tores, felices con los productos, volvían después o mandaban a otros autores. “Algún libro hay edición es necesario entender de Lealon en todas las bibliotecas de Colombia, la forma en la que hablan. sean particulares o públicas”, presume con mirada pícara. Le ha dedicado a la editorial más de la mitad de su vida; entre esto y su familia, vive la mayor parte de su tiempo. Una familia que le ha aportado una parte importante a la historia de publicar libros en Colombia. Dos de sus hijos heredaron el oficio. El mayor, Albeiro, aprendió al lado de su padre, mientras trabajaban juntos en Lealon; ahora está en Editorial Cadejo. El menor, Fáber, trabaja en la Imprenta de la Universidad de Antioquia. Y Norberto está de curador del Herbario del Jardín Botánico, “es el científico de la familia”. Su esposa, Olga Lucía Álvarez, es papelera, “me acompaña cuando hay mucho que hacer y me ayuda mucho en la encuadernación, es muy hábil en su oficio”. El negocio ya no es rentable, pero Ernesto sigue haciéndolo por tradición porque sus cansados ojos no contemplan una actividad diferente a la de editar y hacer libros. La competencia y los clientes, buscando la economía ante todo, han hecho que la editorial entre en crisis. “Un libro es una cosa que va a quedar para la posteridad, para la eterna memoria. El libro es el pensamiento que le deja una persona para toda la vida. ¿Por qué tiene que escoger el más ordinario o el más barato? Es una cosa contradictoria. Y en esa base de ideas, en Medellín se han quebrado como diez empresas”. Su valor agregado está en la corrección de los textos que, aunque a veces llegan de profesores universitarios y de Español y Literatura, tienen ciertos errores y costumbres que pasan de la forma de hablar a la de escribir, y que no se corrigen fácilmente. Antes tenía 18 trabajadores, ahora son cinco personas y hasta la secretaria, dice, es una excelente correctora. Lo buscan mucho para eso, sobre todo los costeños. Tiene claro que para hacer una buena edición es necesario entender la forma en la que hablan. La crisis de Lealon empezó hace 18 años cuando decidieron cambiar de tipografía a litografía; la inversión de aproximadamente 80 millones en esa época, las máquinas de tipografía se convirtieron en chatarra. “Desde ahí se trae un déficit económico que ha ido creciendo como bola de nieve”. Además de la distribuidora que montó para ayudar a los clientes en la comercialización de sus libros, muchas librerías nunca pagaron y asumir esos costos provocó que la bola de nieve siguiera creciendo. Ernesto mira con nostalgia su biblioteca, sonríe al ver cada libro, recuerda al autor y, en la mayoría de los casos, de qué se trata. Es como si el tiempo no pasara, como si el libro llevara tan solo un mes de publicado. Ahí está él, con la paciencia de un hombre de 74 años y 40 de trabajo exhibido en los estantes.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
20 Biblioteca
Palabra de librero Acarician, huele, cuidan, recorren las páginas de sus libros como si fueran sus hijas. Siete libreros de Medellín, libreros de corazón, responden quince preguntas, quince provocaciones que hablan de su oficio y el criterio con el que lo ejercen; lo viven. A la memoria de Alberto Aguirre, el librero mayor.
Ricardo López y Denis Hernández
Ricardo López: El Acontista Hacer disparos al aire y suponer la flecha donde la clava el ojo, dice De Greiff en el poema que da nombre a este restaurante, café, bar y librería. “Nada más. Nada menos. Y tengo sueño y tengo sed, señor”. Y para la sed, don Ricardo López ofrece una copita de amaretto, que es buen digestivo después de una buena cena en el primer piso de El Acontista, por supuesto, rodeado de libros y mucho jazz. 1. De La etimología de Corominas. 2. Hamlet. 3. Tratados Morales, de los filósofos moralistas griegos. 4. Cien Años de Soledad. 5. La llave del griego, del padre Félix Restrepo, del Instituto Caro y Cuervo porque está descontinuado. 6. Libros de cartografía de la Colonia, que son joyas. 7. Alfaguara. 8. “Para un nuevo mosquetero que va aprender muchas cosas en bachillerato”, de mi padre en Los tres mosqueteros. 9. Madame Bovary, de Gustave Flaubert. 10. Shakespeare. 11. García Márquez. 12. Los ejércitos de Evelio Rosero, un escritor nuevo. Impresionante. 13. Alicia en el país de las maravillas. 14. Sigue sin terminar, mi vida. 15. Ninguno, por respeto, guardaría silencio.
Alberto Aguirre (q.e.p.d.) y Luis Alberto Arango
Redacción De La Urbe delaurbeprensa@gmail.com
or lo menos dos generaciones de lectores en Medellín entraron alguna vez a la Librería Aguirre. A lo largo de su existencia tuvo dos sedes. Ambas en pleno Centro, en Sucre, entre Caracas y Maracaibo. Allí estaba él, presente con su conocimiento de la vida y de los libros. Aguirre siempre tenía algo sorprendente para decir. Sus palabras, sus ideas, no pasaban desapercibidas para quienes lo admiraban y para quienes fastidiaba. Diría Gonzalo Arango, en una entrevista ya célebre que le hizo para la revista Cromos en octubre del 66, que éste periodista, librero, editor era intelectualmente es un escéptico. “Las pocas convicciones que posee han resistido un implacable análisis, y repudia con horror los valores convencionales, los sistemas anacrónicos de la sociedad y la cultura. Su escepticismo no es gratuito. Viene de muy lejos, de muy hondo, de una vasta experiencia vital, y de una densa formación intelectual”. Aguirre, ya no está, tal vez se fue “a reventar espalda” como le contestó al nadaísta cuando este le preguntó que a qué se iba a dedicar después de muerto. Desde hace años había dejado de ser librero, pero sí que fue maestro de otros. Es fácil distinguirlos de cualquier vendedor de libros. Cuando uno entra en sus librerías sabe que corre el riesgo de quedarse mirando los estantes, ojeando las colecciones, conversando, tomándose un tintico. Si uno busca el libro tal, no tienen que ir al computador a hacer la búsqueda, tampoco preguntan de nuevo “¿Cómo es que se llama?”, ni es necesario aclararles la ortografía de quien lo escribió. Ellos van a la fija a dónde está el libro que uno necesita o te dicen que no lo tienen, pero que te lo consiguen. Los libreros de pasión, de corazón, tienen la librería en su cabeza y dentro de ella, miles de escritores y miles de sus obras. Les gusta vender, pero no están afanados por hacerlo. Son prudentes a la hora de hacer una recomendación y son casi que sicólogos que aprenden a leer en los gestos, en las palabras del cliente, sus estilos, sus amores por un tema, una editorial, una colección, un autor. Aquí, en estas páginas, encontrarán las palabras de siete reconocidos libreros de Medellín, libreros con criterio, libreros que son lectores por pasión y por oficio, al mismo tiempo. A todos les hicimos las mismas preguntas, al estilo de lo que se conoce en periodismo como el Test de Proust, para que respondieran corto y más desde la intuición que desde la razón. Tal vez si Aguirre pudiera responderlas, habría dicho como en aquella entrevista de Gonzalo Arango, que estas preguntas son como hechas “para una reina de belleza, o para un intelectual puro”.
P
1. ¿De cuál libro se enamoró? 2 ¿Y de qué personaje? 3. Su libro de cabecera. 4. Su libro pródigo. 5. Uno que le haya dolido vender. 6. El que nunca ha podido tener en su librería. 7. Un buen editor. 8. La dedicatoria que más recuerda. 9. Un clásico que todo el mundo debería leer. 10. ¿Shakespeare o Cervantes? 11. ¿García Márquez o Vargas Llosa? 12. Un libro colombiano. 13. Uno para niños. 14. El que no fue capaz de terminar. 15. ¿Y el que quemaría?
No. 60 Septiembre de 2012
Gustavo Zuluaga: En este lugar de la noche En los años 70, vendía hamacas y leía libros. Luego conoció la Biblioteca de la Universidad de Antioquia y se enamoró. Empezó encuadernando libros sin recibir remuneración, terminó como asesor cultural. Más tarde, le prestaron unas mesas y estuvo 10 años con su librería en las afueras de la Biblioteca. En el 2000, la administración de la Universidad expulsó a todos los vendedores y tuvo que instalarse con sus libros bajo el puente de Barranquilla, hasta que José Manuel Arango, el escritor, su amigo pagó un espacio: “En este lugar de la noche”, donde lleva ya 12 años. 1. Entre Rimbaud y Artaud. En una época fui muy adicto a una edición de las Cartas del Vidente de Rimbaud. 2. Sigo siendo un eterno enamorado de la Alejandra que hizo Sábato en Sobre héroes y tumbas. 3. Cada año tengo uno un libro de cabecera. He sido un gran admirador de Cioran. Ahora diría, por decir algo, que todas las traducciones del Prajñ P ramit , del budismo Mah y na, y el Badavaguita. 4. Las obras de Alejandra Pizarnik, que van y vienen. Se va, se pierde dos o tres años y vuelve. 5. Las obra completas de Fernando Pessoa, en portugués y en español, que fue el último regalo de mi maestro José Manuel Arango. Todavía me duele, pero era la única manera de pagar el arriendo. El dinero es el estiércol del diablo, y con ese estiércol me salvé de un mes de arriendo. 6. Las obras completas de Rilke que me iba a prestar José Manuel Arango, y una novia se me lo robó. Hace unos diez años lo espero y no llega. 7. Acá en Colombia tenemos uno que hace libros de pastas lujosas y papeles finísimos, Villegas Editores; pero son libros como para señoras de la alta burguesía del norte de Bogotá. Ese no es para nosotros. Empecemos a bajarnos, hay unas buenas ediciones de Hombre Nuevo y siempre me gustan las ediciones de Lealón, de Ernesto. Me quedo con esas dos: Lealón y Hombre Nuevo. 8. No tengo memoria del pasado, siempre vivo en el presente; entonces, ninguna dedicatoria se me pasa, no hay dedicatoria. 9. Un autor que yo he admirado siempre es Cioran. Diría que Breviario de podredumbre es un clásico que todo el mundo debería leer. 10. Para mi Cervantes fue la tortura del bachillerato, siempre perdí las tareas con El Quijote. Entonces desde esa época odio a Cervantes y al Quijote. Shakespeare siempre estará rondando en mi imaginación, el personaje de Hamlet es como el Quijote moderno; Shakespeare es absolutamente contemporáneo. 11. El ‘puñetazo’ que le dio Vargas Llosa a García Márquez en un libro que se llama Historia de un deicidio, que después tuvo que recoger porque era un libro atacando a García Márquez. Ese ‘puñetazo’ es el que me gusta. 12. La Vorágine. 13. Yo nunca tuve infancia, entonces esa pregunta no tiene respuesta. Los primeros libros que leí fueron los de Vargas Vila. A los niños, los pondría a leer libros de grandes. Les entregaría El Corazón del Hombre, de Erich Fromm, o, por ser iconoclasta, las Flores del Mal, de Baudelaire, a ver qué pasa. 14. No sé que me pasó con Los hermanos Karamazov. Estuve muy emocionado y no fui capaz de terminarlo. Me pareció demasiado intenso, insoportable y no lo terminé. 15. Me parece un acto de la inquisición. Pero hay libros a los que uno les tiene pereza como librero. Un libro que yo odio, que lo veo en todas partes, es el de Círculo de Lectores, Vientos de Guerra, tomos I, II y III. En todas partes lo veo y me gustaría tirarlo a la basura, pero no llegaría hasta quemarlo.
21 Luis Alberto Arango: Palinuro Vende libros leídos porque a un grupo de amigos se le ocurrió, hace poco más de nueve años, la idea de cumplir el capricho de Obregón: tener una librería de viejo. La condición para administrar la librería era dejar de beber. Y por eso, Héctor Abad Faciolince, su socio, junto a Elkin Obregón y Sergio Valencia, cuenta que Luis Alberto, el Maraquero, brindó con jugo de papaya el día de febrero de 2003 cuando se abrió Palinuro. 1. Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio. 2. Estefanía, del libro de Fernando del Paso, Palinuro de México. El que no se enamore de ella en los dos primeros capítulos, no tiene corazón. La primera edición de ese libro la encontré y la compré -con los 1.500 pesos con los que me indemnizaron por el choque de mi carro- en la librería de Alberto Aguirre. Me costó 1.200 pesos… obviamente el carro se quedó sin arreglar. 3. Alfabeto del mundo, de Eugenio Montejo, y Palinuro de México, de Fernando del Paso. 4. Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. 5. El que más recuerdo es una primera edición de la traducción de La metamorfosis de Franz Kafka realizada por Jorge Luis Borges. Es uno de tantos. 6. Habla memoria, de Vladimir Nabokov. 7. Ediciones Aguilar y Editorial Sudamericana. 8. “Para Luis Alberto con mi admiración clandestina”, Gabriel García Márquez. 9. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. 10. Cervantes. Es que El Quijote nos enseñó todo. 11. García Márquez. Los adoro a los dos pero soy tan gabófilo que tengo una gaboteca. 12. El Otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez. 13. Los libros de Rudyard Kipling. Lo sé porque se los leía a mis hijos y gozaban. 14. Papá Goriot, de Honorato de Balzac. 15. Los libros del Dr. Humberto Bronx.
Denis Hernández: Palacio de la Cultura Denis Hernández Díaz -más conocida como Bárbara- es la responsable de la librería del Palacio de la Cultura. Al entrar en su sitio de trabajo, se la puede ver como un ángel: un halo de luz ilumina las páginas que lee mientras escucha música clásica. Aunque es de Galeras, Sucre, su forma de hablar está marcada por el seseo paisa. Adora su trabajo: dos veces por semana agradece al universo estar allí, recetando lecturas según los gustos de cada cliente. 1. ¡Yo me enamoro de muchos, soy de una infidelidad perversa! Aunque el primero fue El principito. 2. Me enamoré tanto de Adriano como de Antinoo en Memorias de Adriano. 3. Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. 4. El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. 5. “Obras completas”, de William Shakespeare en Aguilar. 6. Los de Tragaluz Editores y Cátedra porque no tienen convenio con la Universidad. 7. Jorge Herralde, de Anagrama. 8. “Para los muertos” en Las benévolas de Jonathan Littell y “Mira qué te regalan y te diré cómo te admiran”, escrito de un amigo a otro en El idiota de la familia, de Gustave Flaubert. 9. Shakespeare. Por haber sido llevado tantas veces al teatro, como que la gente no lo ha leído. 10. Shakespeare. 11. ¡García Márquez! ¡Eso no lo pienso dos veces! 12. Los ejércitos, de Evelio José Rosero. 13. Los de Hans Christian Andersen y Cornelia Funke. 14. Las benévolas, de Jonathan Littell. 15. No, mis respetos con los libros. Por malo que sea un libro para mí, no quiere decir que otra persona no lo pueda disfrutar.
Patricia Melo: Al pie de la letra Desde muy niña, Patricia Melo ha estado rodeada de libros. Es sicóloga y ejerció su profesión durante mucho tiempo hasta que nació su hijo y optó por dedicarse de lleno a la maternidad. Cuando su hijo cumplió 7 años, decidió buscar un empleo que le dejara tiempo para ser madre. Por esos días, sus hermanos abrieron una sucursal de la librería Al pie de la Letra. Desde ese momento, los libros tomaron otro papel en su vida. 1. De tantos…, pero del que más me he enamorado últimamente es de El último encuentro de Sandor Marai. 2. De entrada, no se me ocurre ninguno. 3. Depende mucho de la época. Recientemente, tengo en la mesa de noche Los tweets, de Camilo Durán. 4. El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. 5. Las memorias de Serrat, un libro muy grande y costoso…, lo quería para mí, pero tuve que entregarlo. 6. Ninguno. 7. Herralde de Anagrama. En Medellín, últimamente hay muy buenos editores como Tragaluz, por ejemplo. 8. Hay una dedicatoria que me gusta mucho, pero no recuerdo de quién es ni de cuál libro, se llama: “A quién, si no a ella”. 9. Don Quijote de la Mancha. 10. Cervantes, por el Quijote. A Shakespeare lo conozco poco. 11. Son muy distintos, los dos me gustan mucho. 12. El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. 13. Chocó encuentra una mamá, que hace parte de la literatura infantil moderna. 14. Ulises. No porque no sea bueno, sino porque es muy difícil, hay que hacerle muchos intentos. 15. Ninguno, más bien reciclaría el papel.
Juan Hincapié y José Aníbal Laverde
José Aníbal Laverde: Librópolis Hace 24 años es librero. José Aníbal Laverde comenzó en la Continental, la famosa librería de don Rafael Vega, que quedaba en la esquina de la carrera Palacé con la avenida Primero de Mayo. Llegó allí como mensajero y fue ahí donde comenzó a amar los libros. A limpiarlos, a cuidarlos, a ordenarlos, a olerlos, a leerlos, a disfrutar de venderlos. El año pasado –contra todo pronóstico de quienes piensan que con en el mundo digital, el papel desaparecerá- decidió abrir su propia librería: Librópolis, en uno de los pasajes de Junín. El cree que es necesario para la ciudad, seguir incentivando la pasión por la lectura. 1. Yo he sido muy promiscuo en el amor por los libros, pero si me toca escoger, están: El último encuentro, de Sandor Marai, y La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel, y claro, La bendición de la tierra, de Nnut Hamsun 2. No se trata de amor, sino de cómo me marcó: el coronel Aureliano Buendía. Recuerdo esos pescaditos, la paciencia con los que los hacía, para luego fundirlos y volverlos a hacer. 3. Sin duda, El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, llevo 20 años leyéndolo. 4. La bendición de la tierra. Hamsun, su autor, es un escritor noruego que fue Premio Nobel en 1920. Es un libro que quiero mucho, y siempre que lo vendo, vuelvo a comprarlo. 5. Uno de mi biblioteca personal: Los evangelios apócrifos. Era una bella edición en pasta dura, de la editorial Bach. Un amigo muy especial me imploró que se lo vendiera, y lo hice. 6. Hasta hace tres meses, habría contestado fácil esa pregunta; ya no. Soñaba con tener libros de la editorial argentina Cuenco de Plata, que tiene colecciones de filosofía y sicología. Pero desde ese tiempo, ya la tengo en mi librería. 7. El español Jorge Herralde, fundador y editor de Anagrama. 8. Recuerdo una propia. Fue el escritor español Javier Moro. Coincidimos en una feria. Yo había leído su libro La pasión India, y me lo autografió con una dedicatoria: al “apasionado y cuidador de libros”. 9. El que mencioné anteriormente, La bendición de la tierra. El valor, la constancia, la lucha, la perseverancia del personaje principal lo convierten en un clásico que todos deberíamos leer. 10. Eso es muy cruel, ¿por qué no me la pone más fácil? Son dos grandes nuestros de la literatura. 11. Difícil elegir. De García Márquez, me quedo con sus cuentos, y de Vargas Llosa, con sus novelas…. ¡Hmmm!, pero de escoger a uno, prefiero al peruano, por la forma como cuenta las realidades latinoamericanas. 12. La tejedora de coronas, de Germán Espinosa, ¡ufffffffff! 13. Los cuentos de Rafael Pombo. Desde que mi mamá, cuando estábamos chiquitos, nos narraba esas historias se me quedó en el inconsciente. 14. Sinceramente, lo digo, el Ulises, de Joyce. Pero no digamos que no he sido capaz de terminarlo, sino que he aplazado su lectura, se me ha convertido en un reto. 15. Yo soy librero, nunca lo haría… Eso es como condenar a un hijo.
Juan Hincapié: Las joyas de Juan Juan Hincapié es aficionado a los libros y, en especial, a los antiguos, ha dedicado su vida a localizarlos y describirlos. Su local, ubicado en el centro de Medellín, se especializa en libros raros, primeras ediciones, libros firmados, ejemplares únicos o libros que por su antigüedad son una verdadera joya. Con una colección de más de 20 mil títulos, esta librería posee todo un patrimonio de textos cuidadosamente seleccionados y puestos a disposición de apasionados y coleccionistas. 1. Miguel Strogoff, El correo del zar. 2. Miguel Strogoff. 3. Crimen y Castigo. 4. Álbum de caricaturas, de Ricardo Rendón. 5. Todos, me resisto a vender joyas a curiosos con dinero. 6. Atlas anexo, de José Manuel Restrepo, de 1527. 7. Jorge Luis Arango, editor de mediados del siglo XX y Arturo Zapata, de los años 30. 8. Libro de Shakespeare, edición de 1700. En la parte de Hamlet, encontré una tarjeta que decía: “Solamente tú y yo sabemos quiénes somos”. 9. Crimen y Castigo. 10. Cervantes. 11. García Márquez porque creó un mundo inexistente. 12. Cualquiera de Carrasquilla porque recupera la antioqueñidad y no lo grotesco de los paisas. 13. Fábulas, de Esopo. 14. Algunas cosas de Germán Castro Caicedo. 15. Cualquiera escrito por el procurador Ordoñez.
Patricia Meloy Gustavo Zuluaga
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
22 En primera persona
Rolos vs. paisas Una disputa, una reflexión de nunca acabar. En la política, en los deportes, en el humor, en el progreso y por cualquier evento, rolos y paisas, dos maneras de ser colombiano, se enfrentan en la discusión de cuál es el mejor. Un bogotano que se vino a estudiar periodismo en Medellín, trata de encontrar en este artículo las razones de esta rivalidad. Luis Eduardo Ospina. luchospin@gmail.com
que dan los medios, más aún, las noticias de los canales nacionales. Esos mismos noticieros que rellenan información con trancones en Fontibón y huecos en la malla vial de Chapinero ¡Y se consideran noticieros nacionales! Queda claro que quien ve eso en Amagá o en Caucasia, además de no importarle, va a pensar en Bogotá como una suma de huecos y caos que ojalá nunca le toque pisar y, si lo hace, sin duda que va predispuesto. A su vez, muchos bogotanos tienen un prototipo de Antioquia basado en la última tendencia de telenovelas, cuyos temas son el narcotráfico y el sicariato. Donde Medellín, y un acento raro que intenta simular el voseo antioqueño, es la puesta en escena perfecta para esas costosas y pretenciosas producciones de tipo hollywoodense, con armas y muertos por montón. Somos un país de telenovela, nos cuenta Jesús Martín Barbero, y éstas influyen, más de lo que creemos, en los imaginarios nacionales. Por eso, Rosario Tijeras, La bruja y Tres milagros, fueron el tema central en un encuentro que tuve hace poco con algunos compañeros del colegio. Al calor de un aguardiente Néctar, me preguntaban que si todas las paisas están ‘buenas’ y que si no me ha tocado un tropel con tiros y sicarios. Tal vez, no sobre decir que desconocen a Medellín…
ontó Alonso Salazar, en un evento organizado por La Hoja de Medellín -en el que le correspondió hablar de lo malo de ser antioqueño- que alguna vez cometió el error de hablar bien de Bogotá en una reunión de paisas y que una amiga, colega suya, periodista, lo miraba asombrada, mientras él describía algunas cualidades de la capital, hasta que ella reventó: -¿Y vos por qué hablás mal de Medellín? -me dijo. -Yo no he dicho nada sobre Medellín -le repliqué. -¡Ah!, pero como hablás tan bien de Bogotá. ¿Por qué los paisas odian a los rolos y por qué los rolos odiamos a los paisas?, es una pregunta que de inmediato suscita interés entre unos y otros. Para nadie es un secreto que la ‘bronquita’ entre antioqueños y bogotanos viene de antaño; todo el siglo XX fue de odios heredados. Es una constante tensión, a veces más fuerte, a veces más suave; pero siempre latente. Basta con mencionar la expresión rolos vs. paisas en la web para que te despliegue toda una lista de comentarios, foros, artículos, videos, grupos en redes sociales… Los enfrentamientos son de toda clase: por fútbol, por deporte –ahora que pasaEl estereotipo ron los Olímpicos–, por clima, por transporte, por acento, por mujeres, por políticos, De seguro, mis compañeros no odian la capital de la montaña, así como la mesepor artistas… Casi cualquier área cultural o cotidiana en manos de un fanático del regionalismo puede volverse un tema en contra de su opuesto. Todos los argumentos ra tampoco odia la capital de la República, mal haría yo en tildarlos de fanáticos del valen para erigir su ciudad como lo mejor que le ha pasado a este país. regionalismo basándome apenas en esos inocentes comentarios. Lo que sí puedo decir es que esas ideas trilladas son estereotipos; bien lo define la RAE como “una imaLa pregunta no es fácil de responder, tampoco de argumentar. Lastimosamente gen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. no hay estudios estadísticos que tipifiquen tan nodal asunto para uno de esos fanátiEn un tema como el regionalismo, sí que se presentan este tipo de esquemas cos de la región. Lo que sí les puedo decir es que la causa del odio de los rolos hacia mentales. Al indagar con personas de una y otra región, así como viendo la web en los paisas es la misma que la de los paisas hacia los rolos; o de los vallunos contra diversos foros y textos, se intuye un perfil común para referirse a los rolos y uno en los costeños y de los unos contra los otros y viceversa, en el sentido contrario. Suena lo que respecta a ser paisa. Hay un prejuicio generalizado sobre las características cantinflesco, pero así es el asunto. de los ciudadanos de una y otra región. A los antioqueños se los ve como tramposos, Para empezar, creo conveniente decir que el lenguaje no es neutro y la acepción marrulleros, machistas y que toman atajos. A su vez, a los bogotanos se los ve como de la palabra rolo tiene ciertos matices peyorativos. Basta con ver la mueca que hacen costeños o antioqueños al referirse al término rolo; confirma el asunto. Por si algo, un estirados, creídos, engreídos, antipáticos y que se creen los dueños del país. artículo en internet titulado Rolo, cachaco, bogotano: ¿más que inocentes palabras?, reEs una generalización que impera, donde se considera que la sociedad antioqueflexiona sobre el uso despectivo de los gentilicios hacia el nativo de la sabana de Bogotá. ña es endógena, lo que quiere decir que tiende a un desarrollo hacia el interior, no le interesa interactuar con la diferencia, sino más bien transformarla en su igual. AdeEn aras del equilibrio, hay que decir lo mismo de la palabra paisa que enmarca más, el prejuicio establece a la sociedad bogotana como egocéntrica, una serie de características propias que tienen los habitantes de sintiendo que su región es centro y motor del país. una zona del país. Un artículo en internet –que para ser de WikipeLos enfrentamientos son Todas estas caracterizaciones son esquemas fijos y preconstruidía es extenso– describe la etimología de la palabra, el fundamento dos, según Juan Herrero Cecilia, experto en teoría del estereotipo: histórico de la raza y su ascendencia directa de las poblaciones de toda clase: por fútbol, “No hace falta elaborarlos personalmente, sino haberlos asimilado de Asturias y el País Vasco, entre otros. Hasta salen estudios respor deporte –ahora que del contexto cultural o a través del conocimiento y del uso de la paldando un aislado genético en Antioquia asegurando que son lengua para poderlos aplicar a nuestra percepción de la sociedad y descendientes europeos. Parece que muchos fanáticos de la región pasaron los Olímpicos–, por del mundo”. –ahora con respaldo científico– están metidos en una película de clima, por dimensión, por Así nos dice que no se necesita cruzar el río para recoger agua, raza pura en este país de mestizos. en lo que tiene que ver con los estereotipos. Basta con estar en el Sabiendo ya lo poco imparcial que puede ser el lenguaje de Castransporte, por acento, por contexto y ser usuario de una lengua para crear una imagen trillatilla –no de Asturias ni del país Vasco– solo me queda remitirme al da, con pocos detalles acerca de un grupo de gente que comparte trabajo de campo, a los comentarios que he escuchado de bogotanos mujeres, por políticos, por ciertas cualidades y características. y antioqueños en mis constantes viajes de una a otra ciudad. artistas… Casi cualquier El estereotipo es un acercamiento al ajeno desde la ignorancia, porque no se busca interactuar con el otro, sino se inicia desde ideas Idea venida de la TV área cultural o cotidiana En algún restaurante de Medellín, mientras me comía un ‘copreconcebidas. Así, ese odio entre bogotanos y antioqueños es fruto en manos de un fanático rrientazo’, obviamente con fríjoles, suena una frase casi tan típica del desconocimiento de ambas partes sobre la otra ciudad, pues solo para mí como esos frijolitos: “¿Vos sos rolito?”, pregunta la mesese construyen una idea desde los medios y los estereotipos. del regionalismo puede ra. Y sin esperar respuesta, continúa: “¡Qué pereza Bogotá!, si no Si los bogotanos y antioqueños conocieran a fondo las ciudades volverse un tema en contra mirá esos huecos en la calle”. Comenta ella, señalando la pantalla que les desagradan; entonces, sus opiniones serían diferentes a las de televisión, en pleno noticiero del medio día. Ella nunca ha ido de los prejuicios y las generalizaciones que se forman en los medios de su opuesto. Todos los a Bogotá, lo supe porque conversamos un rato y me dijo que ni de masivos. Bien me recalcó una vez una abuela antioqueña al hablarargumentos valen para erigir vainas iría a esa ciudad de frío y caos. me de Guarne, su pueblo: “El que no ha ido, no conoce; y el que no Ese cuadro me lleva a pensar que la forma en que el antiosu ciudad como lo mejor que sabe es como el que no ve”. queño promedio califica a Bogotá, lo hace basándose en la imagen
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le ha pasado a este país.
No. 60 Septiembre de 2012
El recreo
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El Moreno del Medellín Juan Felipe Mejía . caminitolaboca@hotmail.com
a primera vez que escuché su nombre, bueno, realmente escuché su apellido, fue en 1986. Y esa incongruente frase salió de los labios de mi hermano que tarareaba el recientemente estrenado disco del DIM que compuso, y todavía canta, el genial Alfredo Gutiérrez: Jugando fútbol del bueno /El Poderoso no engaña, /de Moreno a Comesaña /de Comesaña a Moreno. Según mi hermano, un neófito en asuntos futboleros, igual o peor que yo, por aquel entonces la palabra “Moreno” indicaba una clara referencia a los jugadores negros que ese año vestían la casaca del DIM: Luis Carlos Perea, Jorge Olaechea, Pedro Juan Ibargüen, William Knight y Luis Octavio “Ormeño” Gómez. Nada más alejado de la verdad… …El 17 de febrero de 2003, Buenos Aires amaneció soleada. La emoción por conocer La Bombonera era incomparable. Atrás iba quedando la avenida del Libertador. A lo lejos, se divisa mi sueño: una mole de cemento pintada de amarillo y avisos de Cerveza Quilmes. Entre tanto, por el micrófono del autobús, Flavio, nuestro guía, bostero a muerte y exvecino del barrio, anuncia con cierto toque de solemnidad: ¡Chicos, bienvenidos a la República Independiente de la Boca! Es el barrio más lindo de la ciudad. El riachuelo todavía conserva reliquias del otrora puerto que le dio la bienvenida a más de un millón de inmigrantes a principios del siglo XX. Por acá, anduvo Gardel y es el lugar donde nacieron los clubes más importante del país: Boca Juniors y River Plate… Los demás no existen, bueno, River tampoco existe, por eso los echamos, ja. Sin embargo, Flavio y la mayoría de guías parecen ignorar o pasar por alto el detalle no menor de que allí, un 3 de agosto de 1916, nació el más grande jugador del fútbol argentino hasta mediados del siglo XX (algunos insisten, todavía lo es): el “Moreno que jugaba fútbol del bueno”, al que inmortalizó en un vallenato el compositor, cantante y acordeonista Alfredo Gutiérrez… …Cuando en la noche del 26 de marzo de 2003, saltaron al gramado del Atanasio Girardot: Independiente Medellín y Boca Juniors, mi abuelo Hernando sufrió un deja vú. “Hace muchos años -me dijo en medio de la algarabía- yo vi a Medellín contra Boca y ganamos, por goleada”. Mi padre, que nos escuchaba, volvió a su adolescencia y remarcó, no sin dejar lugar a las lagunas del tiempo: “No sé si fue 4 a 2 o 5 a 2… Moreno era técnico y jugador; íbamos perdiendo 1 a 0, se cambió, jugó y hasta hizo 2 goles”. Sobre un asunto tan poco relevante, las fuentes consultadas no llegan a un consenso. Para unos, ese partido se jugó en 1957 y para otros, en 1961. Lo digno de resaltar, es que faltando 5 minutos para concluir el juego, Moreno pidió el cambio y, antes de salir, levantó las manos agradeciéndoles a los asistentes, quienes no entendieron la naturaleza de aquel gesto. En silencio y con 44 años cumplidos, se retiró oficialmente como jugador activo. Quien aún no era mi padre y quien aún no era mi abuelo –no se conocían– presenciaron, cada uno por su lado, el adiós del mejor jugador del DIM… …Junio de 2008. El Ferrocarril del Oeste me lleva desde la estación Once hasta Merlo. El frío es insoportable, la neblina cubre casi todo el recorrido. Caballito, Flores, Liniers, Ramos Mejía, Castelar, Ituzaingó son las estaciones que el viejo tren de la línea Sarmiento va sobrepasando con cierta dificultad hasta que llego al final de mi recorrido. La plaza de Merlo es chica. Tiene jardines bordeados por caminos de concreto, árboles de gran tamaño y la infaltable bandera izada: celeste, blanca y con el sol en medio, que lucha contra el viento, la neblina y el frío. Parece que en este lugar, ayer no más, ocurrió la Revolución Industrial. Lo que quiero ver son los bancos vacíos y mojados en los que Wbeimar Muñoz Ceballos esperó, antes de ser conducido a la casa de José Manuel Moreno, para realizarle la que sería su última entrevista en el invierno de 1978. El reportaje salió en El Colombiano y fui hasta el mismo archivo del diario, con mi padre, 20 años después
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“Yo jugaba para las populares porque la gente que ocupa esas tribunas hace muchos sacrificios para ir al fútbol. ¡Ah!, y los goles te los cantan desde allí arriba”, solía decir “El charro” Moreno, aquel futbolista argentino que fue considerado el jugador del Medellín de todos los tiempos.
a buscarlo. Lo leo y releo. Todo me pareció importante y si debo extractar algo, tiene que ser la nota entera. A Moreno le gusta la Argentina y cree que saldrá campeona del mundo, le encanta un delantero jovencito de Italia que se llama Paolo Rossi y le envía saludos a la fanaticada del DIM. Me imaginé esa mañana fría de julio a Wbeimar en la plaza, esperando a que Moreno se vistiera para la ocasión, pese a llevar ya un largo tiempo enfermo. “Tengo mucho amor propio y no quiero que me vean mal”, alcanzó a comentar antes de la entrevista. Nada nuevo, una vez jugando para River le tiraron un botellazo desde la grada que le rompió la cabeza… Él, siguió jugando como si nada y sus compañeros recién se enteraron en el camerino: “¿Y por qué no dijiste nada, José?”, le preguntaron. Aferrado a los códigos de guapo que tanto aparecen en los tangos, se limitó a contestar: “¿Y qué querés? ¿Qué les dé gusto a los boludos que la lanzaron? Ni en pedo”. Casi un mes después de la entrevista a Wbeimar Muñoz -y luego de ver campeona a su Argentina- el 26 de agosto de 1978, se fue a jugar al equipo del cielo. Y Adolfo Pedernera, “padre del fútbol colombiano” y eterno amigo de Moreno, repitió en varios diarios y revistas lo que siempre opinó de “El Charro”: “fue el mejor jugador que vi en mi vida. Y por varios cuerpos. Tenía todas las virtudes: una formidable habilidad, le pegaba con las dos piernas –no con potencia, pero sí con una gran precisión-, cabeceaba y lo hacía con tanta violencia que parecía que pateaba de voleo, tenía aire de sobra. Jugaba con alegría y era guapo. Casi nada, ¿no?”. …En 1957, mi padre visitaba con cierta frecuencia el Café Tropicana. Uno de sus motivos era que allí iban a parar las figuras de su amado DIM antes y después de cada partido. Moreno, su ídolo, era cliente habitual. En más de una ocasión le pidió autógrafos, lo vio emborracharse, bailar tango, mambos, boleros y guarachas, lo vio salir ayudado sus compañeros de farra rumbo al camerino del Atanasio. Un tintico amargo, una pequeña siesta y el insider derecho estaba listo para “volverla un corozo” y salir ovacionado por su público. Mientras él comentaba su clave del éxito a toda persona que le reprochaba su modo de vida: “Sí, me gusta la noche, ¿y qué? No me vengan con eso de que tome leche: la vez que tomé leche, jugué mal”. Y es que el ídolo del River Plate argentino, del Deportivo España mexicano (donde heredó el apodo de “Charro” por su bigotito y pinta de galán), del uruguayo Defensor de Montevideo, de la Universidad Católica de Chile y por sobre todas las cosas, del Deportivo Independiente Medellín de Colombia, siempre amó la noche, el baile, el licor y la pelota. Amó la pelota desde chico, cuando no era el “Charro”, sino el “Pibe Rulito” que jugaba en los potreros y calles de la Boca. Este fanático reconocido del “xeneixe, donde solo jugó poco menos de 20 partidos, pero que triunfó en River; este chico que trabajó en El Gráfico doblando pliegos de papel mientras esperaba su turno para debutar en primera; este hombre adulto, que en sus últimos años dirigió al Deportivo Merlo logrando que su apodo pasara al club como por inercia, también le enseñó a una joven fanaticada del DIM que hoy son abuelos y bisabuelos, a amar su divisa. Por todo ello, aunque ya no estés: gracias y felices 96 años don José Manuel “El charro” Moreno. …Marcos Paz, localidad de Buenos Aires, julio de 2011. Ariel, oriundo de La Banda, a 1.500 km de Buenos Aires, es además de un magnífico asador de carnes y tío de mi comadre, un excelente conversador de política, rock nacional y un fanático del Deportivo Merlo. Orgulloso me muestra la camiseta azul que viste cada vez que va a la cancha y me advierte que no la puede regalar, porque su valor simbólico es incalculable. Pasará un mes para que pueda observar nuevamente la camiseta del Deportivo. Ariel, la tiene en sus manos, camina despacio, sonriente, y me la regala. Para vos, me dice, y yo siento que me obsequió un tesoro muy preciado, invaluable, y puedo ver en su mirada la misma de mi hermano en 1986 cuando cantaba: “Jugando fútbol del bueno /El Poderoso no engaña, /de Moreno a Comesaña /de Comesaña a Moreno”.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia
En las aulas ronda el miedo
Ilustración: Luis Eduardo Loaiza
24 Mirada
Daniel Palacio Tamayo dpalacio367@gmail.com
su gran sueño es invertir en la Bolsa de Valores y tener una pared con todos los diplomas. Sabe que ahí es cuando el dinero cobra sentido. Ha visto cómo se esfuma. Quiere ganar dinero y seguir estudiando, especialmente Matemáticas -Eso nunca engaña, mijo. Regresa al tema de su hermano. Andrés* se graduó, prestó servicio militar en la Comuna 13. “Nosotros lo visitábamos. Cuando terminó, mi mamá le pagó los exámenes para ser soldado. Ella trabajó mucho, se iba a pie, hizo muchos esfuerzos. Éramos necesidad”. Pero le quedó restando un examen; nadie le quiso colaborar. Haciendo un gesto con su lengua, infla el cachete izquierdo, indica que quienes pudieron estaban cerca: 80 mil pesos lo apartaron de su sueño de ser soldado. Se quedó en la ilegalidad. Por un par de meses, perdieron su rastro. En el ambiente: explosiones de pólvora. Lucecitas titilando a destiempo en la montaña. Fue la primera y única vez que Leonel vio a su madre preocupada, desconsolada. En enero del año siguiente, recibieron la llamada del hijo mayor: estaba en un grupo armado de la Comuna 13. -¡Qué casualidad!, en el lugar donde prestó servicio. “Una vez fuimos a visitarlo”, recuerda. Esperaron una hora el bus para ir a San Javier La Loma. Llegaron a una casa de solo muchachos. Era un segundo piso, con buena panorámica: “¡Más bonita!”. Tres piezas y una cocina, aunque no cocinaban. Lo supo porque no había nada en la nevera. Andrés tenía la pieza más grande. El cuarto era azul claro, como cielo, para atenuar el ambiente a infierno que sintió Leonel: “Era sucia, vivía el estrés encima”. Se fueron a vivir cerca de su hijo mayor. En la escuela del nuevo barrio, Leonel conoció a la profesora E. Tenía el cabello negro, largo hasta la cintura; él jugaba con su pelo. “Es que los niños de La Loma a lo que iban era a dejarse querer”, afirma ella. Luego tuvieron que salir también de la Comuna 13. Era mitad de año y no tenía los papeles en regla de su colegio. Pero de nuevo, como siguiendo a la E, encontró en la nueva institución de Belén a la profesora de San Javier-La Loma. Allí también eran épocas de guerra y la rutina no sería diferente. “Cuando me vio, se le abrió tremendo corazón”, recuerda ella. La sonrisa de la profesora E -de Estella-, a diferencia de los ojos de Leonel, es amplia y brillante. Ella le enseñó a leer y a escribir, le enseñó valores. Para él, ella sigue siendo la profesora E -de excelencia-. “Un imán me trae detrás de la E”. Cuando llegó de nuevo al colegio, la vio con el pelo corto. Las canas habían aparecido. Ya tiene 55 años. Luego del hecho, el respiro fue corto. Leonel se abrigó con unas cobijas regaladas a los paramilitares desmovilizados en 2005 que, en Medellín, fueron cerca de 3 mil hombres. Cuando estaba en quinto de primaria, su hermano los sostenía. Su madre recibía regalos de ‘Tato’, un amigo de su hijo que llegaba en esas motos que corren como llorando: ¡Pii, piii, pii…! Ese año, Leonel hizo su Primera Comunión. -Yo decía que de esmoquin porque me sentía más creído.
imón Bolívar encabezó la marcha de los próceres del Bicentenario. Las botas de los pequeños actores no eran más que zapatos envueltos en bolsas negras de basura; el uniforme, un frac azul y un jean; y el estandarte del ejército, la bandera patria. El Libertador es un joven trigueño, de mentón hacia arriba, largas patillas maquilladas y voz firme. Cuando sus armónicos y pausados pasos cesaron, gritó: ¡Libertad! El ambiente, una batalla con decenas de muertos. No muy lejana a la vivida afuera de la escuela donde se presenta la obra de teatro. Leonel*, sin titubear, declama el repertorio de Bolívar. En su oreja izquierda, las cicatrices de los aretes que usó; en su rostro, otras más El conflicto armado en que hablan de dolores pasados. Sus cejas apenas alcanzan a enmarcar sus ojos chiquitos de mirada intensa. Además de muchos barrios de Medellín actuar, toca el timbal. Lo acompaña con la tambora, la lira y la corneta; la combinación de instrumentos es lo que más también se refleja en las le gusta. Bien podría olvidarse de ellos porque los lleva en su garganta: Bambamquiririnbambá . Un primo le enseñó a escuelas y colegios. El imitarlos. A él no le da miedo ser el responsable de la música del asesinato de estudiantes, colegio después de las 6:30 de la tarde. Así silencia las balas que zumban aquí y allá, a las que ya no les corre. A sus las amenazas a otros y las compañeros les sobra miedo o mejor, “les falta disciplina”. Y para colmo, muchas de sus madres no los dejan asistir a dificultades para llegar a los ensayos. Leonel ya le perdió el miedo a la guerra. Sabe la dinámica del conflicto. Lo asume con tranquilidad, aunque estudiar en medio de fuego, la soledad se sienta en la orquesta, en las aulas, en la noche de afuera, en el luto. son el pan de cada día. Salones desolados De los establecimientos educativos de la Comuna 16 Según la Personería de Medellín, en esta ciudad hay 23 -Belén, “se han retirado 189 estudiantes, uno asesinado, dos instituciones educativas oficiales en situación de riesgo por amenazados y una amenaza generalizada contra la población fronteras ‘invisibles’ impuestas por ilegales. La cifra de deafrodescendiente”, advierte un informe de la Personería Muniserción oscila entre 40 y 150 casos en cada una. “La violencia intrafamiliar y el cipal. En todo Medellín, el número de estudiantes desertores es de, por lo menos, 1.200. conflicto social y armado que atraviesa la ciudad, continúan afectando un número Sobre una mesa, Leonel dibuja con sus dedos un mapa. Tiene claro cuál es la importante de ellas, muchas de éstas localizadas entre fronteras territoriales ilegales, estrategia de los dos ‘combos’ que se disputan el poder a plomo. Marca el territorio quedando expuestas al fuego cruzado”, concluye el informe. Y de acuerdo con la Unique le corresponde a cada uno, y el punto exacto, camino al colegio, desde el que le ha dad Permanente de Derechos Humanos, en 2011 fueron asesinados 14 estudiantes y tocado devolverse un par de veces porque anuncian que se desató un enfrentamiento. amenazados 370. La comunidad estudiantil está en medio de ese plomo. El colegio es estratégico: está La escena de estar en el piso protegiendo a sus niños de las balas, la ha vivido la rodeado de canchas de fútbol y de parqueaderos de buses tradicionalmente utilizados profesora E. Su salón tiene ventanas de vidrio que le permiten ver cómo se enfrentan por los ilegales. los ‘combos’. Un salón desolado. La mayoría de sillas, vacías, como si los pequeños Él sabe que la hora pico del barrio depende de la salida y entrada de la jornada estuvieran en descanso. Solo cerca del 30 por ciento asistieron a clase a raíz de los escolar. Es cuando más personas hay en las calles y empieza a caer la noche. A la disturbios del orden público en la zona, a mediados de 2011. La amenaza era general salida, los estudiantes son ideales para ellos camuflarse, romper la frontera y ganar para quienes pasaran los límites impuestos por los ‘combos’. Unos 15 niños alcanzaterreno. Son también potenciales clientes del negocio de la droga. ron a ir a clase. El barrio se expande entre una quebrada que sirve como frontera social y un La profesora se sienta un segundo en su escritorio y toma aire. Les esconde a los morro de casas apeñuscadas, de cuadras quebradas en esquinas de callejones estreniños su dolor; han sido momentos muy duros. Se para al tablero, propone una actichos y empinados. En los quiebres, camuflados con el paisaje urbano, los ‘combos’. vidad. Les da la espalda y dos niños juegan a esconderse entre las sillas para poner El 8 de mayo de 2011 encontraron allí un verdadero arsenal de guerra: tres fusiles sus dedos en formas de pistolas. Juntan sus manos y con sus dedos índices le apuntan AK 47, cuatro pistolas, una escopeta, proveedores de fusil y cerca de 900 cartuchos 9 por la espalda. Disparan. Dan ganas de llorar. Ella no desfallece. Los niños, si las mm, un revólver, una escopeta, radios Avantel y droga, entre otros elementos. En el fronteras de violencia dejan, deberían ir al colegio a dejarse querer. operativo, a menos de una cuadra del colegio, se capturó a un mayor de edad y a un adolescente, como lo informó la Policía.
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Historia de dos hermanos
El hermano de Leonel fue quien le quitó el miedo. -Él fue tan juicioso en el colegio… allá, en Armenia Mantequilla. Fue acá, en Medellín, donde se empezó a dañar. Armenia está al occidente de Antioquia. Es un pueblo pequeño y de cuentos de brujas parecidas a las que aparecen en los sueños de Leonel. Cuando está despierto,
*Los nombres de las personas fueron omitidos o cambiados por seguridad de las fuentes, así como los nombres del colegio y del barrio por protección de los menores de edad.