De la Urbe 84

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2 Ciudad

Serenateros de la 70: Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

la última y nos vamos

María Paola Aristizábal Jaramillo Estudiante de Periodismo mpaola.aristizabal@udea.edu.co

V

iernes, 10 p.m. Qué rico unas cervezas, bailar una buena salsa, pero quién se aguanta la maluquera al otro día: ¡qué pereza levantarse de la cama! El Bulevar de la 70 sabe a licor, a parranda, a guayabo próximo, a nostalgia. Quiero cantarle, mi hermano, un pedacito de la historia negra, de la historia nuestra, caballero, y dice así: en los años 1600, cuando el tirano mandó, las calles de Cartagena aquella historia vivió. Apenas está comenzando la rumba, me paro al frente de La Charcu y comienzo a caminar en sentido sur–norte, avanzando por el andén derecho mientras observo aquello que entre los años ochenta y noventa fue la Zona Rosa de Medellín. Paso por la discoteca La Tienda: Pregúntele a su hija si es feliz conmigo, pregúntele a su hija si baila conmigo, pregúntele a su hija si goza conmigo, para que ella le digo lo que yo no digo… y sigo: BBVA, Gana, Casino Havana, Bancolombia, Discoteca 70. Veo todo tipo de personas, desde el negro que hace la fila más larga para entrar a Jennilao hasta la mujer más pudorosa entrando a Ali Baba, un sex shop. Huele a tocineta. Voy buscando la esquina de la 70 con San Juan. Quién como tú, que día a día puedes tenerle, quién como tú, que solo entre sus brazos se duerme, quién como tú… escucho los gritos de mujeres. No me detengo. Al frente de Melodía Para Dos, el sentimiento me sale a flote: ¡salud por ese güevón! A mitad de las cinco cuadras, desde la circular 3 con la 70, donde está La Charcu, hasta el cruce de la 70 con la calle 44, San Juan, ya estoy cansada de escuchar mujeres despechadas… Sin embargo, continúo: Hotel Gaudí, otro Melodía Para Dos, aunque menos adolorido; Droguería Alemana, La Parranda de la 70, Drogas la Rebaja… El que tenga tienda que la atienda, buen amigo, o se debe al cliente otro

No. 84 Medellín, junio de 2017

changarro bien surtido, no abras la canasta aunque la carne esté reseca, en el arca abierta hasta el ser más justo peca… “El Cabo”, aquel personaje de El Cartel de los Sapos, enorme bigote, sombrero, pinta deportiva y gafas oscuras, está apuntando con una pistola al frente de la Fonda La Vecindad. Sigo derecho, huele a carne asada, leo Carnes al Carbón, trato de embobar al estómago. ¡Por fin llegué!

“Papito” dice que los serenateros son descendientes de los payadores: “Hay gente que nos llama merenderos porque en la Edad Media había hombres que cantaban de hacienda en hacienda y en cada una de ellas les daban comida; pero yo no soy un merendero, a nosotros no nos gusta ese nombre. Yo soy serenatero, un hombre enamorado, rumbero, alegre...”.

Estoy en la esquina de San Juan con la 70, específicamente en Aquellos 60’, un lugar cuya fachada tiene un letrero rojo con fondo beige que dice “La Mejor Esquina de la 70”. Son las 10:30 p.m. y el tráfico aturde. Carros, buses y motos. Peatones. Semáforo verde, amarillo, rojo, verde. De un poste de luz cuelgan las guitarras. Pertenecen a los

serenateros, aquellos cantantes de fiesta, arregla-hogares y, en ocasiones, desvare de borrachos. Cuatro de ellos están sentados en un muro, dos conversan, los otros esperan, callan, piensan. Alrededor hay otros siete que están de pie, algunos caminan mientras tocan guitarra, ensayan, afinan, pasan la calle, regresan. Bien presentados: zapatos de cuero, pantalón, saco, la mayoría traen corbata. Cabello bien peinado, a algunos se les pueden ver las canas aplastadas por la gomina. Son en total veinticinco hombres, pero esta noche solo hay once; los otros están en serenata, en la casa o en camino. Solo se mueven de este andén cuando los contratan, no van de local en local ofreciendo canciones; están registrados en la Cámara de Comercio y aseguran que aquella esquina ya es propiedad de ellos. Me acerco a don Alberto Palacio, quien está callado, quizá necesite algo de compañía para matar el tiempo. Palacio trabaja de domingo a domingo, de lunes a jueves comienza a las 6 p.m. y termina a las 11 p.m. muchas veces sin dar ni una sola serenata; los fines de semana su horario se intensifica hasta la madrugada. Todos los días coge el metro en la estación Caribe, se baja en Estadio y llega a esta esquina, su lugar de trabajo desde hace treinta años. Sus sesenta años son calculados, no hace buena cara cuando le pregunto por su edad… Sus ojos llenos de angustia, secos sus labios de sed, parece que me dijeran: no llores por su querer, parece que me dijeran: no llores por su querer. Lo detallo de pies a cabeza y pienso en “El Cristo de la pared” de Los Pamperos. Mide 1,60 metros, es muy pálido y su cabello ya comenzó a caerse… Solo me hace compañía el Cristo de la pared… Es tímido, me dan ganas de golpearlo en la espalda para que se desahogue, para que escupa las palabras, repite algunas cosas; no sé si se hace el bobo o es sordo o no quiere responder. Me cuenta que él toca la guitarra y canta, que los serenateros por obligación deben hacer las dos cosas, pues una guitarra sin la voz no es nada y lo mismo una voz sin instrumento. No le gusta el licor, no sabe qué le gusta de su oficio, sabe cantar y como de eso puede vivir en eso se va a quedar,


3 dice. Cuando le hablo su mirada me echa, me desprecia, es como si me insultara interiormente. Al lado izquierdo, un hombre interrumpe el silencio, es Germán, quien me aclara que a él lo puedo llamar “Papito”. —¿Usted por qué está tan bien acompañado? —pregunta. Alberto agradece la interrupción y se levanta. “Papito”, en cambio, está contento, conversador, viene de tomarse un par de aguardientes… Si el mar tuviera tequila y los ríos tuvieran ron, yo me pasaría la vida bebiendo sin compasión… como me la paso crudo, mi mujer me corrió, dice que soy vagabundo, mujeriego y bebedor… “Papito” dice que los serenateros son descendientes de los payadores: “Hay gente que nos llama merenderos porque en la Edad Media había hombres que cantaban de hacienda en hacienda y en cada una de ellas les daban comida; pero yo no soy un merendero, a nosotros no nos gusta ese nombre. Yo soy serenatero, un hombre enamorado, rumbero, alegre...”. Tiene 68 años; veinte de ellos dedicados a este oficio, de jueves a domingo, desde las cuatro de la tarde hasta las seis de la mañana. Delgado, un metro cincuenta de estatura, canoso, de ojos y dientes pequeños. Trae su guitarra en la mano. Antes de dedicarse a la música fue peluquero de mujeres y mochilero. Es un viejito risueño, acelerado, que quiere hablar de todo. “Imagínese que una vez paró aquí un carro lleno de gays y me dijeron que necesitaban los dos serenateros más feos que tuviera porque un amigo estaba cumpliendo años. De una, yo me ofrecí; yo no me considero feo, pero uno es por el trabajo. Me dijeron que no, que yo aguantaba. Yo orgulloso les mostré a Fercha y a Muerte, dos de mis compañeros, y de una me dijeron que sí, que me había lucido con esa selección, entonces me tiraron la liga”. Y mientras recuerda, aguardiente que llega a sus manos, aguardiente que se toma. ¡Salud! ¡Salud! ¡Salud! Pa arriba, pa abajo, pa’l centro y pa dentro. “Una vez me llamó una niña que necesitaba una serenata porque los papás estaban cumpliendo años de casados. Yo fui hasta la casa y en la puerta me estaba esperando una niña de doce años, obviamente yo me la imaginaba más grande. Entramos a la casa. Los papás, sorprendidos con la serenata; y, a la hora de pagar, lo iba a hacer el papá y la niña salió con la alcancía ahí delante de todos diciendo que ella iba a pagar y la rompió”. Tanto aguardiente comenzó a hacer efecto y “Papito” suelta las lágrimas de todo ebrio. Al frente se estaciona un Mazda 323, una mujer de unos cuarenta años le pregunta a uno de los serenateros por la tarifa. Una serenata de seis canciones vale 110 mil pesos. “¿Quién sigue?”, grita alguien. Germán se para inmediatamente, tambaleante, porque es su turno: se necesitaban dos serenateros para ir a Envigado.

Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

A mi lado izquierdo, otro serenatero me explica lo de los turnos: en total son veinticinco y hay un fichero que va asignando el turno correspondiente al orden de llegada, “depende la cantidad de gente que pida serenatas la fila avanza, tristemente a veces uno se va sin bajar bandera, con los bolsillos vacíos, y toca echar pata hasta la casa”. Rogelio Calvo vive en La Iguaná y está de noveno en la lista, hoy llegó tarde. Trabaja viernes y sábados de 5 p.m. a 6 a.m. En su tiempo libre es profesor de guitarra en el colegio Gerardo Valencia Cano en el barrio San Germán. Tiene setenta años y la mayor parte de su vida la ha dedicado a la música. Es alto, robusto, canoso y de bigote, dice que su carta de presentación es su vestimenta. Vive con su esposa, tiene cinco hijos y diecisiete nietos, y comenzó a ser serenatero hace 35 años, cuando estuvo viviendo en Venezuela. “Yo aprendí que aquí se viene a esperar, uno sabe lo que le espera; el que no sea paciente, se jode…”. Mas luego cuando ellos se van, algunos sin decir adiós, el frío de la soledad golpea nuestro corazón y es por eso amor mío que te pido, como le pido a Dios… si llego a la vejez que estés conmigo, dice la canción. A Rogelio no le gusta el licor, no se lo recibe a sus clientes ni por educación, prefiere estar en sus cinco sentidos mientras trabaja. Cuando se enferma de gripa, obligatoriamente descansa porque su voz no funciona como debería. Los días más afortunados son aquellos en los que los borrachos pagan hasta doscientos mil pesos por serenata. “Ojalá que hoy no me vaya en blanco, está como cruel la cosa y más con fin de semana festivo”, dice mientras la mirada se le va entre los carros que transitan San Juan. “Si usted supiera lo peligrosas que son estas calles, mientras uno espera se entretiene viendo uno que otro accidente”. En el Éxito del frente hay un paradero de buses con tres personas, dos de ellos serenateros. “Ellos son Los Pino de Colombia, son hermanos y un amor de personas, si quiere conversar con más gente, yo sé que ellos le ayudan”, me dice Rogelio antes de despedirse. Prevenida, cruzo la setenta para abordarlos.

Óscar y Mario son “Los Hermanos Pino de Colombia”. Fotografías: María Paola Aristizábal Jaramillo

Óscar y Mario Pino son altos, con sombra en el bigote. Vienen de Toledo, municipio del norte de Antioquia, y llegaron a Medellín hace 31 años. Desde muy pequeños cantaban juntos música popular, decembrina y boleros mientras trabajaban en los cafetales. De lunes a jueves trabajan hasta las 10:30 p.m.; viernes y sábado, hasta las 5 a.m. Óscar viene de Blanquizal y Mario, de Bello; ambos viajan en metro; de este trabajo viven, pero son conscientes de que con los años la demanda de serenateros ha ido decayendo. Por ese motivo lanzaron un CD con canciones originales y ritmos tan variados como el porro, la guaracha y el merengue. Cuando alguno de los dos se enferma, no trabajan, pues solo tocan en pareja. “Hoy tenemos el último turno”, se miran los trajes y se ríen. Procuran ir uniformados: unos días con traje gris a rayas y otros con traje azul. “A Mario se le trocaron las cuerdas y se puso el que no era, siempre formando el desorden”, dice Óscar. Inmediatamente, un pito nos aturde, presenciamos todo: el freno en seco. El golpe. La caída. Los gritos. Un taxista acaba de atropellar a un habitante de calle justo al frente nuestro. La gente

comienza a rodear el herido, toman fotos, tratan de ayudarlo y llaman a la ambulancia. “Qué coge-coge el de estas calles, son un peligro”, dice Mario. La noche está fría y Óscar recuerda una anécdota: “Eran las dos de la mañana y el novio estaba peleando con la novia y la quería reconquistar, entonces nos llevó a darle serenata. Cuando terminamos, ella por hacerle la maldad le iba a tirar un balde con agua, pero la puntería le falló y nos mojó a nosotros dos con guitarras y todo”. Con los hermanos Pino está Jesús, un venezolano que llegó hace un mes a Medellín. Los tres cantan, conversan, comparten talentos. Sabes que para darte tengo poco, quisiera fuese el mundo aunque ni modo, pero puedo llenarte los oídos de todas mis canciones, no son muchas, las hice a punta de ilusiones…, ese es Jesús cantando y tocando una de las guitarras de los Pino, mientras a lo lejos se escucha una sirena de ambulancia acercándose. Al fondo, recogen el herido, se marchan, parece que no pasó nada. Anécdotas es lo que hay para contar en este oficio: la mojada, la amenaza, las serenatas a la “moza”, a la casada, aquellas que no pagan… Sin embargo, los serenateros siguen ahí, unos se añejan con el tiempo, otros se reinventan, otros se van. Me despido y los hermanos Pino me dan un CD de recuerdo. ¡Qué buena noche!, pienso. Comienzo a devolverme, ahora en sentido norte-sur… Dogger, Bienestar Familiar, más Años 60’, más discotecas, más música. La Guadalupana, La Jugosa, Oye Bonita… Yo pensaba que la vida era distinta, cuando estaba pequeñito yo creía que las cosas eran fáciles como ayer, que mi viejecita abuela se esmeraba por darme todo lo que necesitaba y hoy me doy cuenta que tanto así no es… Los caminos de la vida no son como yo pensaba, no son como los imaginaba, no son como yo creía…

El periódico entretiene Plazoleta Barrientos, diagonal a Frutikas

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión

Editorial

La ciudad que

Comité editorial Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez. Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Juan Manuel Valencia, Laura Cardona, Elisa Castrillón Palacio, Santiago Rodríguez Álvarez. Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas León Coordinación de fotografía: Carolina Londoño Mosquera, Juan David Tamayo Mejía. Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación general y de Radio: Alejandro González Ochoa Coordinación Televisión: Alejandro Muñoz Cano Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación Especiales y Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en Urabá: Juan Arturo Gómez Tobón Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5919 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde con los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector Edwin Carvajal Córdoba, Decano Facultad de Comunicaciones Juan David Rodas Patiño, Jefe Departamento de Comunicación Social

no se recuerda H

abía una vez una ciudad llena de edificios y de gente. Sus habitantes, cordiales la mayoría, solían jactarse de ser las personas más amables y hospitalarias de la región. Les gustaba pavonearse, pues de vez en cuando recibían reconocimientos de otras latitudes, y esto los hacía sentirse orgullosos de su tierra. Enarbolaban con optimismo los múltiples apodos que su ciudad había ido recogiendo con los años, como el de “Tacita de Plata”, supuestamente, por ser limpia y pulcra. Sin embargo, esta ciudad tenía un problema. Durante muchos años, fue construida con perseverancia, pero también con dolor y guerra. Bajo el pavimento de sus autopistas estaban enterradas las voces de quienes, tiempo atrás, vivieron y murieron con violencia. Esa violencia que se podía rastrear por siglos, desde la Colonia, pasando la independentista, la bipartidista, la de guerrillas, del narcotráfico, la delincuencia “común”, la doméstica. Y esta ciudad, que había sido cancha de casi todas sus expresiones, vivía sin recordar que llevaba una historia a cuestas. La ciudad respiraba de su aire contaminado pendiente de qué mención le daría el mundo. De cuándo la volverían a nombrar la más innovadora o la citarían en el ranking de los mejores lugares para vivir siendo joven. Claro, está bien ser reconocido cuando se tiene el mérito para serlo. Pero la Tacita de Plata solía privilegiar lo nuevo y brillante mientras ocultaba lo que no es tan esplendoroso. Todos necesitamos de la memoria en su función más básica, la de evitar que cometamos los mismos errores que ya hemos cometido. Desde hace algún tiempo, De la Urbe ha estado trabajando historias relacionadas con este tema. Asesinato de líderes sociales, Crímenes de otro siglo, Memoria histórica, son nuestros más recientes especiales periodísticos. ¿Por qué nos debería interesar?, ¿por qué hacer periodismo para la memoria? Estos informes especiales nacieron de la necesidad de preguntarnos por esos que vivieron y murieron con violencia. No solo eso, también de la intención de darle rostro al conflicto, desenterrar esas voces del pavimento y prestarles nuestras páginas, de papel periódico y digitales, para que ellas nos cuenten cómo vivieron. Y cómo murieron. No somos adalides de la moral, sino periodistas. Somos estudiantes, profesores, académicos inquietos. Somos universidad y, como tal, la memoria hace parte de nuestros principios. Muchas veces somos parte del problema, por no tener memoria para pensar en algo distinto al precio de la gasolina o al de las empanadas. Por supuesto que son cuestiones vitales para un debate público, pero también es importante que nos detengamos a analizar si estamos debatiendo con el mismo ímpetu para construir memoria. El periodismo es el ejercicio de la memoria. En esta ciudad que no se recordaba, un día, sin previo aviso, empezaron a surgir grupos culturales, artísticos, políticos, personas con experiencia empeñadas en hacer de la memoria un espacio para el diálogo. De la Urbe quiere hacer parte de esos grupos.

Sí, los ladrones tienen derechos

Capítulo Antioquia

ISSN 16572556 Número 84 Junio de 2017

Fotografía de portada: Juan David Tamayo Mejía

No. 84 Medellín, junio de 2017

Rosita González Muñoz Estudiante de Periodismo

L

as noticias de robos en semáforos, callejones, vías peatonales; los robos de carros, motos y celulares son cada vez más frecuentes en Medellín. Historias de personas con armas —muchas veces, de juguete—, que intimidan a algún ciudadano para robarle sus pertenencias se volvieron el común en la ciudad y, como consecuencia de esto, la justicia por manos propias también. Los ciudadanos decidieron olvidarse de las autoridades para resolver sus problemas con ladrones, violadores, etc…, y recurrir a su fuerza y a la de otras personas que, aunque no están involucradas, se suman a su intento de hacer justicia. Ahora el papel de las autoridades ha cambiado. Una de sus funciones se ha convertido en salvar a los ladrones del linchamiento y —muchas veces— la muerte. Ambos casos son recurrentes, tanto los robos como las golpizas a los supuestos ladrones. En años pasados, un joven fue asesinado a golpes cerca de la Plaza Minorista de Medellín por no tener dinero para pagar una recarga. A mediados de 2015, un hombre arrolló con su camioneta a dos hombres que le habían robado y, en Bello, la policía tuvo que salvar a un ladrón de celulares que casi muere a golpes. El periódico El Colombiano reportó que hasta noviembre de 2016 iban dieciocho fleteros muertos, cuatro de ellos “por acción de civiles armados”. Así, cada día son más las noticias de individuos que deciden tomar la justicia en sus manos.

El periodismo, guardián de la memoria

Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

Una mañana, cerca del teatro Camilo Torres: —Amigo, si querés, cogé un papel y un lápiz. Ponés el papel sobre la placa; por encima vas rayando, y empiezan a aparecer las palabras. —No. Es que yo ya lo transcribí del artículo que apareció en De la Urbe. Me pareció un buen gesto venir a reescribirlo. Y escribe. Con rojo, para que la memoria resalte; para que vuelvan del olvido las palabras. El artículo es “La placa del olvido de Elkin Eduardo” y apareció en la edición 82 (diciembre de 2016). También para eso sirve el periodismo: para que nuestros lectores sepan que vale la pena atajar a la desmemoria de una placa cuya leyenda se borra en los jirones del tiempo.

Aunque se debe tener en cuenta, también, que estas acciones se dan por la generalizada incredulidad de las personas hacia las autoridades, debido a la tardanza de sus acciones y su ineficacia en la mayoría de los casos, ya que si no hay una denuncia el ladrón no pasa más de 36 horas detenido. La policía captura, pero los jueces no condenan. Este tema genera un gran debate, pues entre los derechos de los ladrones, que a diferencia de lo que piensa la gente sí los tienen, está el del debido proceso. Se fundamenta en la Constitución, en el artículo 29. Por su parte, la Corte Constitucional, en la sentencia T-572 del 26 de octubre de 1992 dictamina: “El debido proceso comprende un conjunto de principios, tales como el de legalidad, el del juez natural, el de favorabilidad en materia penal, el de presunción de inocencia y el derecho de defensa, los cuales constituyen verdaderos derechos fundamentales. También comprende el principio de tribunal o juez imparcial.” Esto hace que las personas que cometan delitos tengan unos derechos, que ningún ciudadano debe violar ni debería desconocer. La ciudad y el país tienen un orden político y social que debe seguir sin alteraciones. Los derechos de las personas deben ser más importantes que los instintos primitivos de unos ciudadanos con sed de justicia. La descomposición social comienza en el momento en que nos creemos capaces de ejercer el papel de las autoridades y, por ende, hacer justicia. No solo a mano propia, sino acudiendo a terceros armados (como bandas criminales) para que castiguen a quienes decidieron robarnos, legitimando así la bien conocida “limpieza social”. Esto solo genera mayor criminalidad, pues si bien robar es ilegal, ajusticiar por nuestra propia cuenta también lo es. Así que cada vez que ocurren este tipo de situaciones, no es uno el criminal que se debe judicializar, sino dos. Cabe recordar que la sociedad tiene unas reglas y un sistema judicial que debe ser el encargado de perseguir y condenar. Nadie más tiene ese rol en la sociedad, así que ¿por qué correr el riesgo y asumirlo?


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La justicia divina como alternativa a la justicia colombiana Cristian Andrés Longas Oquendo Estudiante de Periodismo

fras de la situación penitenciaria actual, existen un total de 91.148 presos en estos centros. Casi el doble del grueso poblacional de hace diecisiete años. De este total, y gracias a este rencauche de la Ley del Jubileo, en promedio unos l artículo 19 de la Constitución Política de Colom40.000 presos podrían recibir este beneficio, pero volvienbia creó un precedente político en tanto cerraba la do a la vida civil de forma gradual. histórica, y poco sana, relación directa entre el EsEsta bendición del cielo fue impensable semanas atrás, tado y la Iglesia Católica. A partir de la citada Carta Magna cuando la Unión de Trabajadores Penitenciarios puso en se proclama libertad de cultos y se puso en el mismo rasero a marcha un paro en las cárceles de por lo menos diez centodas las doctrinas religiosas, quitando con ello el poder que tros carcelarios de Antioquia, luego de que las alcaldías de ejercía el Catolicismo sobre las decisiones de peso en todos Bello y Medellín hicieran los órganos de poder. Dejó oídos sordos a una serie de ser la cuarta rama, por de exigencias expuestas llamarlo de algún modo. por este sindicato. Pero como en el país La bendición papal llegará llena de Federico Gutiérrez, del Sagrado Corazón (realcalde de la capital annombre propicio para la rebajas de penas y perdones que dará tioqueña, meses antes nota) la ley solo es ley cuanescribió, como bien lo do es divina, es normal ver a diestra y siniestra. Pero el problema hicieron los presos en el en la sala del Congreso 2000, una misiva a una todo un grueso del legislaestructural del deficiente sistema instancia mayor para que tivo expidiendo la Ley del intercediera en esta proJubileo, que rebaja penas a judicial del país seguirá reproduciendo blemática, con la clara dilos presos, en el marco de esos errores en los procesos la visita del Sumo Pontífiferencia de que esta última iba con dirección a la ce a tierras colombianas. penitenciarios. Casa de Nariño. En esta Esto dice básicamente dos ocasión, las oraciones no cosas: que en términos de fueron escuchadas por respuesta a las necesidades esos altos ilustres. No se sabe si fue porque la carta era más de las poblaciones más vulnerables, el Estado se queda corun trámite obligado de lo que quedó de las promesas de to; y que solo responde oportunamente cuando se trata de campaña de este personaje o porque esta debía escalar más quedar bien ante la mirada inquisidora del altísimo. rápido en la jerarquía de este anhelo de Estado laico. Y esta abnegación ante el yugo de la Iglesia, bien sea La bendición papal llegará llena de rebajas de penas y por cuestiones diplomáticas o por cuestiones divinas, no perdones que dará a diestra y siniestra. Pero el problema es nueva. A mediados del año 2000, una serie de presos de estructural del deficiente sistema judicial del país seguirá las cárceles La Picota y La Modelo de Bogotá enviaron una reproduciendo esos errores en los procesos penitenciarios. carta al papa Juan Pablo II, donde le pedían que mediara Y, puedo asegurarlo, y espero con todas mis fuerzas equientre ellos y el gobierno de Pastrana, que pretendía objetar vocarme, pasarán de nuevo otras dos décadas para que, la ya aprobada Ley del Jubileo, que tendría vigencia en lo cuando al sumo Pontífice se le ocurra volver a pisar estas que durara el proceso de reintegración a la vida civil de los tierras, los reclusos puedan ver una luz en su penosa situapresos que encajaran con las exigencias de la ley. ción carcelaria. Porque a falta de justicia en las salas del Y su petición estaba justificada en aquel entonces. Y Congreso y de las Altas Cortes, sobra justicia en la espada peor aún, hoy en día lo está en una doble dosis: en el 2000, redentora, que parece ser que es la única que la reparte en de los 46.766 detenidos en las cárceles colombianas, 10.215 justas proporciones. Así sea por guardar las formas. quedarían libres en el marco de la Ley. Si revisamos las ci-

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Buenaventura mon amour En algo hemos llegado a parecernos a Venezuela por estos días: en la falta de papel periódico, cosa grave para una democracia. Aquí no ha sido por causa de un gobierno poco afín a la libertad de expresión —aunque, si miramos bien...—, sino por culpa de uno igual de reprochable: uno indolente, el mismo que ha permitido que la bomba social le estalle a Colombia en pleno corazón. En esta oportunidad ha sido Buenaventura, nuestro puerto sobre el Pacífico. Tras un par de semanas en paro, empezaron a escasear ciertas materias primas, una de ellas el papel necesario para que periódicos como De la Urbe salieran a tiempo. En medio de las negociaciones, y a pesar de la intervención del Esmad —tan violento como inefectivo—, los camiones que se atreven a salir del puerto son detenidos y quemados por gente que aprovecha para extorsionar a los conductores. Si ahora hemos logrado imprimir, no ha sido porque se solucione el paro ni porque el gobierno haya por fin cedido —cederá— a las peticiones de los organizadores, sino porque una editorial amiga le facilitó algo de papel a La Patria, nuestro impresor. Quisiéramos pensar que los acuerdos a los que lleguen el gobierno y la organización del paro van a cumplirse y que Buenaventura podrá, por fin, recibir un poco de la atención que merece. Quisiéramos que fuera así, pero la experiencia indica... Risa electrocutada ¿Qué dirían los miles de internautas que compartieron el video y los memes de ‘Péguelo’ si se enteraran de que la descarga eléctrica está catalogada por la ONU como una forma de tortura? Cuando Pacho Santos dijo en 2011 —en plena coyuntura de la MANE— que al gobierno lo que le hacía falta era innovar en el uso de armas no letales como el taser, ahí sí salieron todos indignadísimos a refutarlo. Y ni qué decir de los que se rasgaron las vestiduras hace poco con la aprobación del nuevo Código de Policía: ¡Los mismos que ahora se ríen del muchacho aprehendido por los agentes! Mejor publicidad no le pudieron haber hecho al taser. La decisión de matar Cada tanto se oye, en conversaciones por ahí, a la persona para quien la solución de los problemas es sencilla, antigua, un clásico: matar. Si hay corruptos que roban con descaro el erario: matar. Si hay ladrones viciosos y reincidentes: matar. Si hay violadores de infantes: matar. Esa parece ser la reacción común. Lo que sea que disguste, desconcierte o confunda al ser humano, tenderá a ser eliminado. Ese es el pensamiento que dejó la guerra a la sociedad colombiana. Jóvenes, que deberían tener una visión amplia del mundo, dispuesta a entender la complejidad del ser humano, deciden que la respuesta es eliminar lo que no les gusta, con una excusa vana de justicia bajo el brazo. ¿No se dan cuenta de que esa es la idea que ha mantenido a Colombia en guerra por décadas? Tal vez nunca se den por enterados, el temor disfrazado de odio siempre primará … #FicoElDeporteCuentaConVos Ya que hemos cogido confianza, querido alcalde, vení sincerémonos en otro temita: el deporte en la ciudad. El caballito de batalla -o helicóptero, como querás- de estos diecisiete meses de gestión ha sido la seguridad, eso ya lo sabemos; pero por qué tanto azare pa’ pararle bolas al tema del deporte asociado en Medellín y a las ligas deportivas que esperan hablar con vos. Alcalde, en tu carrera por la seguridad querés llegar primero, incluso dejando de lado a los que llevan corriendo más años por otros temas como el deporte paisa. No cojás esto tan “deportivamente” y sentate a hablar del tema con los que quieren seguir comprometidos con esta tarea conjunta. Tanto hashtag no puede ser en vano, portate bien y apretá la agenda, a fin de cuentas vos sos el patrón.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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ESPECIALn

¿Los mateares? por ser líd De la Urbe Fotografías: Archivos familiares

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ara la fecha en que se publica este especial periodístico, van nueve. Esos nueve, en Antioquia, durante los cuatro primeros meses de 2017. Esos nueve engrosan las listas de diversas organizaciones, oficiales y no oficiales. Para cada uno hay un renglón asignado con su nombre, una fecha y, en algunos casos, el colectivo o la organización social a la que pertenecía. Esos nueve son una fracción de un número más grande, de alcance nacional. Un número indeterminado y en disputa que varía dependiendo de quién esté llevando la cuenta. Hasta principios de mayo, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas hablaba de 41 asesinatos de defensores de derechos humanos en Colombia durante 2017. El Ministerio del Interior reaccionó a la cifra que circuló en los medios y explicó que, si bien ha recibido 41 denuncias, “solo” catorce casos han sido verificados, diez más se encuentran en proceso para establecer si eran o no activistas y en los demás está confirmado que no se trataba de defensores de derechos humanos.

Fotografía: Carolina Londoño Mosquera

No. 84 Medellín, junio de 2017

Ese es solo un ejemplo de la disparidad en las cifras, pero más allá de quién tiene la razón, hay dos realidades: la primera es que, líderes o no, en Colombia nos seguimos matando y la mayoría de esos crímenes quedan en la impunidad. La segunda es que, desde muchos sectores, parece haber un interés por manipular las cifras y hacer las listas más o menos extensas. ¿A esos muertos los usan para hacer política? Las nueve personas de este especial periodístico han sido reivindicadas como líderes sociales o defensores de derechos humanos. Ya sea sus familiares, las organizaciones a las que pertenecían u otros sectores que hacen seguimiento a la violencia contra líderes sociales, han defendido en algún escenario la relación entre sus asesinatos y su activismo social. Pero ese tampoco es un campo libre de disputas. En algunos de esos casos, hay voces que ligan los crímenes con otras motivaciones o, incluso, que no reconocen en las víctimas procesos de liderazgo. Al margen de esa discusión, son más que un número en una lista, son nueve víctimas, nueve personas con nombre propio, con rostro y con historia. Para incluirlos en este especial, tuvimos en cuenta información de prensa, denuncias y comunicados de organizaciones sociales, informes de riesgo, además de los listados de la Defensoría del Pueblo y la Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos. Ocho de esos nombres coinciden en ambas bases de datos. ¿Violencia sistemática? Con base en ese rastreo, definimos como líder social a una persona cuyo trabajo es defender y promover los derechos humanos de cualquier ciudadano. Se trata de representantes de comunidades o de poblaciones específicas, de abanderados de procesos sociales y, también, de personas que, pese a no contar con reconocimiento público, integraban organizaciones de representación política, social, comunitaria, gremial, etc. Entre ellos hay campesinos, líderes afrodescendientes, indígenas, representantes de víctimas, miembros de juntas de acción comunal, líderes de organizaciones ambientalistas, periodistas, representantes de la población LGBTI, sindicalistas. Tienen especial presencia en las zonas periféricas y rurales, pero también se mueven en las urbes. Son los voceros de procesos comunitarios, trabajan en asuntos como la restitución de tierras y la sustitución de cultivos ilícitos o ejercen vigilancia y veeduría al proceso de paz. Son autoridades ancestrales, populares o ciudadanas. ¿Por qué los asesinan? La respuesta tiene muchos matices. Lo primero que es preciso reconocer es que Colombia está atravesando una situación coyuntural con la implementación de los Acuerdos de Paz. La salida de las Farc de muchos territorios donde antes ejercían control ha generado nuevas disputas para explotar diferentes economías ilegales en esos lugares. En algunas zonas, deja expuesta y en riesgo a una base social que la guerrilla consolidó durante décadas. En ese contexto, los líderes sociales adquieren especial visibilidad al ser quienes señalan y se oponen a estas nuevas dinámicas en sus regiones. Diversos analistas explican esta situación por la existencia de un poder hegemónico que busca mantener el statu quo. Uno de ellos es Alfonso Insuasty, profesor de la Universidad de San Buenaventura e integrante de Kavilando, un grupo autónomo de investigación. Él asegura que, con los Acuerdos de Paz, algunas élites ven amenazado el poder que han ejercido y hacen uso de la violencia para preservarlo. Ejemplo de ello fue el exterminio de la Unión Patriótica. “Esa masacre —dice Insuasty— estuvo relacionada

con el inicio de las elecciones populares de alcaldes [1988]. Hoy vuelven a estar en riesgo el poder regional y el poder económico. Ya no estamos hablando de un partido, sino de líderes sociales que pueden tener incidencia bajo la lógica de la participación en los asuntos regionales”. Frente a este fenómeno, distintas organizaciones se plantean hipótesis sobre quién o quiénes son los responsables de estos asesinatos. Para el caso de Antioquia, la Defensoría del Pueblo, en su Informe de Riesgo N.° 10 de 2017, identifica dos grupos armados como fuentes de amenazas: el ELN y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC). Por su parte, Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación, cree que detrás de esos crímenes están “sectores que quieren tomarse las economías ilegales y sectores con miedo a la verdad que están pagando matones para que asesinen a los líderes”. A su vez, Insuasty habla de unas lógicas paramilitares heredadas por combos que actúan como mercenarios. “¿Cuál es el acuerdo? ‘Usted me controla la zona y, eventualmente, yo le doy la orden de que mate a alguien. Usted ni siquiera sabe quién es’, y resulta siendo el presidente de una junta de acción comunal”. Según datos de la Defensoría del Pueblo, Antioquia es el segundo departamento con más asesinatos a líderes sociales, solo superado por el Cauca. De los 156 asesinatos ocurridos entre el primero de enero de 2016 y el 5 de marzo de 2017, veinticinco ocurrieron en Antioquia. Además, este departamento está en el primer lugar en número de hechos victimizantes contra líderes, con 79 casos en veintidós municipios, entre los que hay amenazas individuales y colectivas, atentados y homicidios. En el contexto nacional, la Defensoría explica que por lo menos el 69 por ciento de las víctimas desarrollaban su labor comunitaria en zonas rurales y que un veinticinco por ciento eran líderes de pueblos y comunidades indígenas. Esa entidad expresa además su preocupación porque muchos de esos crímenes quedan en la impunidad. Carlos Jaime Taborda, director Seccional de Fiscalías de Antioquia, señala la relación que existe entre ese fenómeno y actividades como el tráfico de estupefacientes, la minería ilegal y, en general, las dinámicas criminales del departamento. A eso suma la salida de las Farc de algunas zonas para iniciar su proceso de desarme. Eso ha generado, según Taborda, que “otras organizaciones delincuenciales quieran entrar a cooptar [llenar los espacios que quedaron vacantes] el territorio. Eventualmente los líderes sociales no quieren que eso siga ocurriendo y es ahí donde los amenazan y, no en pocas ocasiones, los matan”. Frente a la sistematicidad del fenómeno también hay opiniones diversas. Imelda Daza, sobreviviente del exterminio a la Unión Patriótica y actual integrante del movimiento político Voces de Paz, explica que “la sistematicidad de los asesinatos la podría dar la frecuencia, el tipo de víctima y las formas en que se perpetúan. Para el asesinato de líderes sociales, se deben ver los motivos más que los perfiles. Es lo mismo un conservador que reclama su tierra que un socialista que reclama su tierra”. Por su parte, el defensor Regional del Pueblo de Antioquia, John Jaime Zapata, aunque no afirma que se trate de un accionar sistemático, reconoce que sí hay elementos que se reiteran: “No solo la amenaza, no solo los homicidios, sino las agresiones, la estigmatización y los hostigamientos. El tema no es local, no es regional; es una dinámica que se está dando contra los defensores a nivel nacional”. Otros sectores de la oficialidad niegan esa sistematicidad. Así lo ha hecho el Ministerio de Defensa y con ello coincide la directora seccional de Fiscalías de Medellín, Claudia Carrasquilla: “Hemos podido establecer que no es un ataque sistemático ni sistémico a los líderes sociales, sino que, por el contrario, obedece a diferentes circunstancias”. Circunstancias todas ellas que, en cualquier caso, han costado la muerte de decenas de personas en toda Colombia durante los últimos meses. Como dice Ariel Ávila, “esto no es normal en una democracia”. Y lo es menos si recordamos que cuando pusimos en marcha este especial eran ocho las víctimas en Antioquia; unas semanas después la cifra subió a nueve y amenaza con seguir creciendo. Como ya dijimos, esos números son un campo de disputa. Publicamos este especial periodístico convencidos de que esas vidas perdidas no valen menos o más por su condición de líderes o por la relación de esos liderazgos con sus asesinatos. Lo hacemos con el sinsabor que nos deja el habernos preguntado: “¿Qué pasa si en unos días ya no son nueve, sino diez?”.


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Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juand.tamayo@udea.edu.co

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l cuerpo de José Yimer Cartagena Úsuga fue encontrado el 11 de enero, al mediodía, en un potrero cercano al hospital del municipio de Carepa, en el Urabá antioqueño. Según un líder de la zona, que estuvo entre las primeras personas en ver el cadáver, presentaba más de treinta puñaladas, la lengua cortada y signos de tortura. Aunque aún no hay pronunciamientos oficiales que den cuenta sobre los responsables o motivaciones del asesinato, otros líderes campesinos aseguran que este crimen fue la manera de acallar su labor social con los campesinos del Alto Sinú. José Yimer se desempeñaba, desde hace más de siete años, como líder campesino en toda la zona del sur de Córdoba, más exactamente en el corregimiento de Saiza, del municipio de Tierralta, lugar donde, en los años noventa, las Farc y las AUC provocaron masacres, tomas y desplazamientos. Desde 2012, trabajaba con la organización Marcha Patriótica y, luego, se unió a la Asociación Campesina para el Desarrollo del Alto Sinú (Asodecas), de la cual era vicepresidente. Esta zona del Nudo de Paramillo, reserva natural donde está enclavado el corregimiento de Saiza, fue por años un fortín cocalero de las Farc. Con la implementación de los Acuerdos de Paz y el traslado del Frente 58 y de la columna Mario Vélez a las zonas de concentración, los líderes y la comunidad en general enfrentan un nuevo panorama: desde la necesidad de cambiar la base de su economía por un esquema de negocio legal hasta aprender a lidiar con la presencia de otros grupos armados ilegales que están llegando a la región, según afirma Andrés Chica, militante de Marcha Patriótica en Córdoba. Chica ve con temor la pretensión de estos grupos de tomarse a la fuerza el control del narcotráfico en esa región estratégica que facilita la salida de la droga al Golfo de Urabá.

Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo juan.florezarias@gmail.com

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l 18 de diciembre de 2000 llovía cerca de la quebrada La Linda, en Jardín. Juan Lázaro Toro, ingeniero forestal, realizaba un estudio junto a otros científicos y un habitante de la zona, Gustavo Alberto Suárez. A las once de la mañana, el investigador vio unos loros que despertaron su curiosidad. Gustavo se los describió como quien no hace un descubrimiento: los veía desde la infancia, puede que hubiera cazado alguno en aquella época. Pero entonces, Juan Lázaro supo que eran loros orejiamarillos, una especie en vía de extinción, cuya única población conocida se encuentra en Roncesvalles, Tolima, en la cordillera Central. Los que veía ahora estaban en la cordillera Occidental, a más de cuatrocientos kilómetros de allí, por lo que, con la naturalidad de un accidente, habían encontrado la segunda población de esta especie en el mundo. El descubrimiento de esos loros orejiamarillos convirtió a Jardín en un destino de turismo ambiental y a Gustavo Suárez, en ornitólogo empírico. Durante los siguientes años, participó en la creación de la Fundación ProAves, a través de la cual se desarrolló el Proyecto del Loro Orejiamarillo en ese municipio, una iniciativa para la conservación de esta especie y su hábitat, la palma de cera. También aportó al descubrimiento y registro de otras especies en el Suroeste antioqueño y en otros lugares de Colombia, incluso en países como Venezuela y Perú. Fue coautor de artículos científicos y enseñó a estudiantes de Biología y a otros curiosos de las aves a recorrer el monte, a observar y escuchar. Asesoró a varias ONG en la compra de predios para reservas naturales y administró algunas de ellas, como El Olinguito y la Mesenia-Paramillo, ambas de la Fundación Colibrí. Era hijo de campesinos, nacido con la ayuda de una partera, acostumbrado a caminar descalzo y a madrugar a las cuatro a cargar leche para repartir en el pueblo. Gustavo sabía hacerse visible; con cada uno de sus gestos parecía decir: “Aquí estoy yo”. La primera impresión de María Patricia Agudelo al verlo fue de disgusto. Ella acababa de llegar de Betania

a estudiar el bachillerato nocturno en Jardín y la desconcertaba ese compañero que decía conocerla, aunque nunca se habían visto. Al desconcierto le siguió la atracción: sentirse identificada en un lugar en el que era una extraña, acabó por seducirla. Pronto, Patricia supo, y lo corroboró durante sus diecisiete años de matrimonio, que su esposo también sabía hacerse invisible. Lo había aprendido desde niño, durante sus recorridos por los montes cercanos a la Cueva del Esplendor con cauchera en mano, en busca de pájaros desprevenidos. Durante su vida, no cambió de oficio; los acumuló. Fue campesino, bombero, tecnólogo agropecuario, parapentista, practicante de rápel. Tampoco dejó de ser un cazador, aunque esta afición pareciera contrastar con su posterior compromiso con la conservación ambiental. Las cacerías de la infancia agudizaron sus sentidos, lo hicieron mejor observador. “Creo que no se pierde el espíritu de la cacería, se sustituye”, comenta Ana María Castaño, miembro de la Sociedad Antioqueña de Ornitología (SAO) y amiga de Gustavo a partir de sus jornadas de avistamiento. “En lugar de un disparo, hay una obturación y el trofeo no es el cuerpo de un animal, sino una fotografía”. “Si yo me muero, tiene que ser en un accidente o que me den un tiro en la cabeza”, solía decirle Gustavo a Patricia. Varias veces estuvo cerca de cumplirse el primer presagio: se cayó de la moto, de una ‘chiva’ y, hace menos de un año, de un parapente a ocho metros de altura. La muerte, sin embargo, no le llegó con la naturalidad de un accidente, sino con un disparo. Fue cerca al hospital de Jardín, el 22 de enero, cuando se dirigía, en moto, a cerrar la venta de un carro con un desconocido de Medellín. Patricia no sabe quién ni por qué mataron a Gustavo, tampoco por qué fue incluido en las listas de líderes asesinados; pero no cree que su liderazgo ambiental haya sido la causa de su muerte. “Si alguien hubiera sabido que lo iban a matar, a Gustavo lo salvan”, se dice. Bajo aviso, Gustavo sabía hacerse invisible, dejar de ser incómodo, si alguna vez lo fue. Sin aviso, sin amenaza, su muerte corre el riesgo de adquirir, equivocadamente, la naturalidad de un accidente.

Por estas razones, Yimer, junto con la Coordinadora de Organizaciones de Cultivadores de Coca, Amapola y Marihuana (Coccam), trabajaba con los campesinos incentivándolos a entrar a programas de sustitución de cultivos de uso ilícito, pero también presionaba al Gobierno para evitar la erradicación forzada. Osnéider Córdoba, comunicador de Asodecas, recuerda que uno de los objetivos del líder asesinado era la pedagogía de los Acuerdos de Paz con los campesinos para que aceptaran la sustitución. Pero también les enseñaba cómo reaccionar cuando el Ejército llegara a hacer erradicaciones forzadas. Según un integrante de Asodecas, desde hacía un tiempo se venían oyendo comentarios sobre la incomodidad que generaba la labor social de Yimer y de otros de sus compañeros. Eso quedó confirmado en diciembre de 2016 cuando fue abordado, junto con otro líder campesino, por un integrante de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), quien los agredió físicamente y les advirtió que debían dejar de influenciar a las personas para abandonar el cultivo de coca. Aunque este hecho fue notificado e ingresado al Sistema de Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo, Luis Carlos Suárez, coordinador de Asodecas, afirma que las autoridades nunca tomaron medidas para proteger la vida del líder. Tampoco se conocen los detalles y las autoridades dicen que las investigaciones continúan. Pero la última persona en hablar con él, un compañero de Cocam, afirma que el 10 de enero, a las cuatro de la tarde, Yimer se dirigía desde la vereda El Cerro hacia Carepa para asistir a una supuesta reunión en la Alcaldía de ese municipio que había sido citada el día anterior. En el trayecto, una camioneta blanca de alta gama, con hombres armados, hizo detener el vehículo en el que Cartagena se movilizaba. Lo obligaron a subir a dicho carro y partieron con rumbo desconocido. Su cuerpo sin vida fue hallado al otro día con una bolsa en la cabeza y las manos amarradas. El asesinato ocurrió pese a las denuncias públicas sobre la llegada a esa zona de las AGC y el aumento de intimidaciones y agresiones a líderes. Ese grupo, por medio de un comunicado, negó su responsabilidad en el hecho: “Somos ajenos a las muertes que se siguen presentando de líderes sociales y miembros de Marcha Patriótica”. Además, calificó como “repudiable” la muerte de José Yimer. Sin embargo, las miradas apuntan a esa organización y a su interés de quedarse con el millonario negocio de la coca que antes controlaban las Farc.

ESPECIAL

¿Los matan por ser líderes?

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Elisa Castrillón Palacio Estudiante de Periodismo castrillonelisa@gmail.com

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Edmiro León Alzate lo hallaron al borde de un camino tras dos días de búsqueda. Había dejado de comunicarse con su familia y, aunque el caballo en el que se desplazaba había regresado al potrero de su finca, Edmiro no aparecía por ninguna parte. El 12 de enero salió de su casa en el casco urbano de Sonsón a la finca Los Mangos, en la vereda Llano Cañaveral. Su intención era reunirse con varios habitantes del sector y socializar la problemática de la negociación de sus predios para el proyecto hidroeléctrico Encimadas, que construye la empresa Hidroarma, propiedad del Idea (Instituto para el Desarrollo de Antioquia). Un día después, la familia informó a los vecinos sobre su desaparición, ya que luego de visitar a los campesinos cerca de Los Mangos, Edmiro debía haber llegado a la finca Cañaveral, también de su propiedad; pero nadie lo había visto allí. Desde hacía aproximadamente tres años trabajaba por la protección de los recursos naturales y porque se respetaran los derechos de los propietarios, a quienes, según decía, Hidroarma les desconocía los precios reales de los terrenos, el costo de perder sus cultivos y la posibilidad de organizarse para la socialización de los avances. Su actividad como líder había surgido en este contexto, pues sus dos fincas son los terrenos más grandes necesarios para la construcción de la carretera y del cuarto de máquinas del proyecto. De acuerdo con Mario Cardona, presidente del Consejo Territorial de Planeación de Sonsón (CTP), la lucha de Alzate era contra la forma en que la empresa interviene en el territorio y no contra la construcción de la hidroeléctrica. La vocería y su liderazgo lo habían acercado al Movimiento por la Vida y la Defensa del Territorio

(Movete). En esa organización consiguió apoyo y asesoría para avanzar en el proceso. Con ellos, comenzó a visibilizar la problemática más allá de la vereda, intervino en un cabildo abierto en el que se ventiló el tema por primera vez, participó en varios festivales del agua (un espacio en el municipio para socializar las luchas sociales y promover el cuidado del medio ambiente) y trató de denunciar el tema ante la Gobernación de Antioquia y el Congreso de la República. Carmenza Cardona, integrante del Movete, recuerda que en ese proceso Edmiro tuvo discusiones fuertes con gerentes y empleados administrativos de Hidroarma. El 14 de enero de 2017 un familiar encontró su cuerpo sin vida, al lado de un potrero, con el rostro y el cuerpo con heridas y cubiertos de sangre. La hipótesis que surgió durante el levantamiento, y que después expresó la Alcaldía de Sonsón, apuntaba a un accidente: Edmiro habría muerto al caer del caballo y enredarse con un alambre. Sin embargo, Nelson Fernando Gómez, personero de Sonsón, asegura que, días después, los resultados de la necropsia revelaron que se había tratado de una muerte violenta ocasionada con un objeto cortopunzante. Sus compañeros del Movete y del CTP de Sonsón aseguran que Edmiro no había recibido amenazas por su actividad como representante de los campesinos. Según Mario Cardona, la situación de los líderes en el Oriente no es nueva. En los últimos meses, Alirio Quintero, líder del corregimiento de Jerusalén, también en Sonsón, recibió amenazas por su oposición al proyecto de una planta cementera de la empresa Corona que, como en el caso del proyecto Encimadas, necesita de varios predios para su construcción.

Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social - Periodismo juan.gomez2@udea.edu.co

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ESPECIALn

¿Los mata s? por ser lídere No. 84 Medellín, junio de 2017

entado en la vieja mecedora, después de una larga faena, Porfirio Jaramillo miró con ternura los puños de arroz guindados de las vigas del techo. “La cosecha no pudo ser mejor, la suerte nos está cambiando”, le dijo a su esposa, hijas y nietos la noche del 28 de enero. Por fin, el hambre parecía cosa del pasado. Nadie presagiaba el desenlace que tendría ese día. Tres fuertes golpes a la puerta retumbaron en el rancho. Doña Anselma abrió y uno de los dos hombres que llegaron a su vivienda, sin mediar saludo, preguntó por su esposo: “¿Se encuentra don Porfirio Jaramillo Bogallo?”. Él salió desde detrás del quicio de la puerta donde se guarecía y les dijo: “Soy yo. ¿Para qué les soy bueno?”. “Somos de la Unidad Nacional de Protección. Están planeando un atentando contra su vida. Tiene que venir con nosotros. En la carretera nos esperan dos carros con la seguridad”, respondió el hombre. Para Jaramillo, no había más opción que proteger a su familia. Su esposa le pasó, con disimulo, sesenta mil pesos que representaban todos sus ahorros. Al momento de la despedida, su pequeña nieta le preguntó: “Abuelito, ¿por qué lloras?”; él le respondió: “Cosas de la vida, cosas de la vida”. Al llegar a la carretera, dos hombres los esperaban en sus motos encendidas. Todos se percataron del engaño al ver que el grupo se perdía en la noche. A Porfirio se lo llevaron en una de esas motos, sentado entre dos hombres, y a pocos metros lo escoltaban los otros dos. Tenía la piel color marrón, como la tierra por la que murió. Era un hombre de mucho oído y pocas palabras. Por culpa de la violencia paramilitar, en 1995 abandonó El Consuelo, su terruño de veintisiete hectáreas en la vereda Guacamayas, de Turbo. Con su ‘recua’ de hijos y nietos tomó rumbo hacia Tierralta, Córdoba. Allí, a pesar del fuerte trabajo, cada día había menos comida en el plato.

Aunque sabía que no iba ser fácil, en 2014 tomó la decisión de volver a su parcela y levantar un rancho. El predio había sido vendido de forma irregular por una persona a la que Jaramillo le confió su cuidado cuando tuvo que salir desplazado. Ahora era un extraño en la tierra que le pertenecía. A las pocas semanas de su retorno, las paredes de plástico de su vivienda fueron rasgadas en tajos con un cuchillo. Las amenazas arreciaron cuando inició el proceso de reclamación ante la Unidad de Restitución de Tierras. Cultivos destruidos, cercas cortadas, intimidaciones. Por Guacamayas corrió el rumor: “Si el viejo Porfirio no se va, lo van a matar”. Una semana antes de ese 28 de enero, apareció un papel bajo su puerta. Lo amenazaban de muerte si no abandonaba la parcela. Denunció ante la Fiscalía y la Policía, y dijo que entre los responsables estaría un hombre conocido con el alias de El Cura. Jaramillo era miembro del Consejo Comunitario de La Larga Tumaradó y servía de enlace a la organización Tierra y Paz. Un vocero de esa ONG, que agrupa a víctimas reclamantes de tierras en Urabá, explica que en esa zona “hay un grupo de empresarios, ganaderos y políticos que están en contra de la reclamación de tierras, ellos cuentan con unos mercenarios conocidos como Ejército Antirrestitución de Tierras. Jaramillo llevó su caso a la Unidad Nacional de Protección, pero al momento de su muerte estaba en etapa de evaluación”. Según la Unidad de Restitución de Tierras, actualmente en Urabá hay 7.109 solicitudes de reclamación de tierras y solo 176 han sido resueltas desde el inicio del proceso. “Mi papá murió esperando una respuesta que nunca llegó”, dice su hija. El 22 de abril, el vicepresidente de la República, Óscar Naranjo, reconoció en una visita a la región que “el problema de seguridad en Urabá está íntimamente ligado a la restitución de tierras”. El cadáver degollado de Porfirio Jaramillo fue encontrado pasada la medianoche del 29 de enero, cerca de su parcela, en la vía que de Chigorodó conduce a Nuevo Oriente.


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ESPECIAL

¿Los matan por ser líderes?

Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com Sara Rivera Monsalve Estudiante de Periodismo sarariveramonsalve@hotmail.com

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l 27 de febrero, a eso de las 7:30 de la mañana, llamaron de la Sijín a Diana Patricia Sierra. Le hicieron varias preguntas y, solo al final, le dijeron que Leonidas, su esposo, estaba muerto. Ella, que no durmió en toda la noche, había intentado comunicarse con él hasta casi las seis de la mañana; aunque el celular repicaba, nunca contestó. El cadáver presentaba fracturas de cráneo, al parecer, por golpes con un objeto contundente. Leonidas González Pérez tenía cincuenta años y era periodista deportivo. Aunque amaba el fútbol, no era fanático, sino reservado. Era, además, miembro de la Asociación Colombiana de Periodistas Deportivos (Acord), capítulo Antioquia, y uno de los fundadores de la Mesa de Derechos Humanos de los Periodistas de Medellín y Antioquia (Mesdhupera), en la que asumió la coordinación del Capítulo Afro. Estudiaba Periodismo en la Universidad de Antioquia y había sido narrador en diferentes emisoras y en eventos como el Pony Fútbol. Cristian Longas, compañero de estudio de Leonidas, lo recuerda como una persona callada: “Era padre de familia, narrador deportivo, a veces incluso colaboraba en pequeñas redes de comunicación en otros lugares. Leo amaba el fútbol y todo el tiempo hablaba de él. No creo que haya estado involucrado en un tema un poco más grueso en el que la vida de él corriera peligro”. Diana nunca supo de amenazas contra Leonidas, ni por su labor periodística ni por otros motivos. Dice que su esposo era muy callado, “no se metía con nadie”. Dice, también, que quizás había cosas que él a veces sentía y que nunca le contaba, para no preocuparla. Y aunque su nombre hace parte de varias listas de líderes sociales asesinados, ella explica su asesinato de una forma diferente: “Yo pienso que fue por robarlo. Por ahí roban mucho. Además, hay combos y gente maluca. Imagínese que el otro día Leo y yo vimos desde la ventana de la casa cómo le estaban pegando con un palo a un muchacho... Pobrecito mi Leo, ojalá no haya sufrido mucho”.

Por su parte, Juan David Betancur, presidente de Mesdhupera, explica el asesinato del periodista a partir de varias hipótesis. Asegura ser la única persona a quien Leonidas le confesó que un hombre lo llamó desde un celular para la venta de minutos y le dijo: “Seguí hablando, sapo hijueputa, y te vamos a matar”. Esta amenaza, considera Betancur, podría estar vinculada a algunas píldoras informativas que el narrador deportivo realizaba sobre barras bravas o sobre discriminación racial. La segunda hipótesis de Betancur es que González, hace aproximadamente diez años, había hecho varias denuncias sobre el paramilitarismo en Urabá. En una tercera posibilidad el asesinato estaría relacionado con un caso de falsos positivos en Urabá, pues al periodista le habrían ofrecido dinero para que sirviera de falso testigo en la Fiscalía. “Porque allá hay un cartel muy grande de eso. Y, claro, Leo, padre de familia, estudiante, trabajador freelance, ¿qué creyeron? Pues que por la necesidad iba aceptar, pero no fue así”, indica Betancur. La última de sus hipótesis está relacionada con las discusiones que Leonidas mantenía con el dueño de la vivienda en la que vivía. “Él no le debía plata a ninguno de los combos del barrio, pero al señor del arriendo a veces sí se le atrasaba. El señor le gritaba y lo insultaba en la calle, delante de la gente. Un día, me contó Leo, se paró con esa gente malosa de ‘Los Mesa’, al frente de la casa, a cuchichear y a señalarlo”, agrega. Claudia Carrasquilla, directora seccional de Fiscalías de Medellín, indica que inicialmente se atribuyó la muerte de Leonidas a un accidente, pero luego Medicina Legal estableció que se trató de un asesinato. Sin embargo, negó que el homicidio haya sido motivado por un proceso de liderazgo: “No hay presencia o móvil para que el asesinato sea porque es un líder social o defensor de derechos humanos”. Ese domingo, Juan David habló con él hasta las 11:20 de la noche y Leonidas le dijo que estaba en el estadio. Después le contaron que había salido a tomar algo con algunos colegas en el sector de Laureles y, en la madrugada, lo mandaron en un taxi para la casa. Esa misma tarde, entre las 5:00 y las 5:30, su esposa lo llamó. “Ganó Medellín, ¿contento?”, le dijo a Leonidas, porque sabía cuánto le gustaba que su equipo ganara. “Pues sí. Más tarde hablamos”, le contestó. Esa fue la última vez que Diana Patricia pudo hablar con él.

Santiago Rodríguez Álvarez Estudiante de Periodismo santiago.rodrigueza@udea.edu.co

E

n la vereda Las Cruces del corregimiento El Llano, de Yarumal, una de sus habitantes, Luz Herminia Olarte, sale de su casa a las dos de la tarde. Al caer la noche, todavía no ha vuelto. Su hija de diez años, y su padre, a punto de cumplir noventa, esperan su regreso ese domingo 29 de enero; pero ella nunca volverá. No era raro que Luz Herminia saliera a hacer mandados o a cualquier cosa, afirma su hijo, José Olarte. Lo raro era que no regresara. Por eso, cuando el lunes 30 de enero por la mañana llamaron a decirle a José que su madre no había vuelto a la casa, él se alarmó, al igual que toda la comunidad de Las Cruces. El martes cerca de setenta personas de la vereda organizaron su búsqueda. Ese día no encontraron nada, ni el miércoles ni el jueves, el viernes tampoco. A las diez de la mañana del sábado 4 de febrero, unos perros cazadores encontraron a Luz Herminia Olarte muerta, enterrada boca abajo en una zona boscosa de la misma vereda, con la sudadera a la altura de las rodillas, con cortes de machete en el cuerpo y degollada, al parecer, con la misma arma. “Yo pienso que ella fue la mejor mamá del mundo, nunca tuvo un marido y nos sacó adelante a los cinco hijos que tuvo. Ella trabajaba en casas de familia y si le tocaba irse para el monte a coger café o a trillar, lo hacía”, dice su hija Yolani, quien no entiende quién pudo matar a su mamá ni cuáles habrán sido las razones. “A esa señora la adoraban en ese pueblo”, complementa José.

La Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos denuncia que Luz Herminia fue la quinta líder social asesinada en Antioquia durante este año. De otra parte, sus hijos, Julio Aníbal Areiza, alcalde de Yarumal, y Oswaldo Guzmán, presidente de la junta de acción comunal de la vereda Las Cruces, coinciden en decir que Olarte fue siempre una ciudadana común que no lideraba ningún proceso social. Sin embargo, Luz Herminia, como muchos otros de sus vecinos, sí estaba vinculada con la JAC y hacía parte de esos espacios. “Ella sí iba a las reuniones, pero participaba poco y era más bien tímida”, recuerda Marta Zapata, enfermera de Las Cruces. Pese a los rasgos de su personalidad, de acuerdo con el presidente de la Junta, Luz Herminia se apoyó en la organización cuando empezó a tener dificultades con un hombre con quien había tenido una relación. La Junta, según dijo, lo expulsó de la vereda. La hipótesis del alcalde de Yarumal sobre el crimen concuerda con esa versión: “Fue un homicidio por motivos sentimentales, relacionado con un compañero que ella tenía; un hombre que estaba en medio de las drogas y que decide asesinarla”. En cualquier caso, y aún con su nombre haciendo parte de las listas de líderes asesinados, las investigaciones por el caso parecen no avanzar. “Aquí no ha venido nadie, ni nos han dicho nada”, dice Guzmán. Los familiares de Luz Herminia tampoco han recibido información de la Fiscalía o de la Policía y las únicas hipótesis sobre las motivaciones y los responsables del asesinato las han construido con los pocos rumores que circulan en el pueblo.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com

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Condiciones del crimen: En la madrugada del 2 de marzo, Fabián, de veintitrés años, fue baleado mientras conducía una motocicleta, cerca al cementerio San Andrés, en la diagonal 61 con la avenida 49, barrio Niquía Camacol de Bello. Hipótesis: Sus familiares no tienen hipótesis sobre el crimen. Claudia Carrasquilla, directora seccional de Fiscalías de Medellín, dijo que se trataría de un crimen pasional y desligó el caso de su liderazgo comunitario. Liderazgo: Presidente de la junta de acción comunal del barrio Rosalpi en Bello. Contexto regional: A la influencia armada de las bandas de ‘Los Chatas’, ‘El Mesa’ y ‘Pachelly’, se suma el control que ejerce en el municipio el sector político de la familia Suárez Mira que, en nombre propio o por medio de terceros, ha tenido el control de la administración municipal de Bello desde hace más de veinte años. Por una parte, el mapa de la criminalidad depende de las disputas o de las alianzas entre las bandas; por otra, los líderes comunitarios —como Fabián Antonio Rivera— y sus procesos sociales deben enfrentarse o ceder a las presiones de esas mismas organizaciones y del clan político que gobierna el municipio.

Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

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l cuerpo sin vida estaba a un lado de la carretera, en la vereda Las Cruces, a una hora de San Vicente Ferrer, en el Oriente antioqueño. La mujer había pasado caminando por allí un rato antes para ir a entregar la leche ordeñada de sus vacas en el tanque recolector. La caminata duró unos quince minutos, como todas las mañanas. Hacía unos años que caminaba ida y vuelta desde su casa, cargando la leche que vendía para suplir los gastos familiares. Esa mañana solo completó el camino de ida. Ella, una mujer blanca, cabello castaño, un metro y 54 centímetros de estatura, fue encontrada sin vida a unos cinco minutos —a pie— de su casa. Se llamaba Rubiela Sánchez Vanegas y fue asesinada esa mañana del 18 de abril. Tenía 49 años. San Vicente está ubicado sobre la cordillera Central, a hora y media en carro de Medellín. Desde allí, el recorrido en bus de escalera dura una hora hasta llegar a la vereda Las Cruces, un sector rural de carretera destapada y baja señal telefónica. Rubiela llegó a vivir a ese lugar hace veintitrés años, cuando se casó y dejó la cabecera municipal para empezar su vida familiar. Era la tercera de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Omaira Cardona Sánchez, una de sus hijas, la vio por última vez en el pueblo, el Domingo de Resurrección. Se encontraron y comieron algo antes de despedirse. El martes siguiente, cuando contestó una llamada de celular, Omaira se enteró de que ese encuentro había sido el último. Recibieron el cuerpo de Rubiela ese mismo martes, sobre las diez de la noche. Su madre había sido asesinada con un impacto de bala. n ¿Los mata Omaira dice que fue un su? s e r e por ser líd ceso inesperado, pues Ru-

ESPECIAL

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sta historia empieza en la madrugada del 2 de marzo de 2017, cuando Fabián Rivera, de veintitrés años, presidente de la junta de acción comunal del barrio Rosalpi, en Bello, fue asesinado. Empieza cuando el nombre de Fabián pasó a una lista junto a otros líderes que, igual que él, ahora ocupan el lugar de víctimas. Este artículo no podrá decir por qué alguien empuñó un arma contra la humanidad de Fabián. Julián Jiménez, presidente de la Asociación Municipal de las Juntas de Acción Comunal de Bello, nunca supo de amenazas; la familia Rivera jamás conoció problemas en los que él estuviera involucrado; solo la Fiscalía sostiene la hipótesis de un pleito sentimental. Así, este artículo solo podrá, palabra a palabra, buscar una imagen que narre el hombre que fue. La primera imagen de Fabián se construye volviendo a su infancia, cuando un día de matrículas una sicóloga del colegio le dijo con tono quejumbroso a Antonio, su padre, que el niño era muy hiperactivo. El término, que define un trastorno infantil, logra mostrar un rasgo de Fabián: su desbordada energía para realizar sus proyectos. Uno de ellos fue llegar a ser presidente de la junta de acción comunal, idea que nació en una conversación con Hernán Darío Montoya, amigo de la familia, cuando Fabián le confesó su deseo de trabajar por la gente: “¿Usted quiere ayudar?, ¿le gusta eso? Entonces aspire a la junta de acción comunal”. Y así empezó su campaña. El 24 de abril de 2016 ganó las elecciones con 450 votos de 482. Para Antonio Rivera, esa victoria tiene su explicación en la labor comunitaria que su hijo había realizado por años: si alguien se accidentaba, él lo visitaba y buscaba cómo ayudar; si sabía de una familia con pro-

biela nunca recibió amenazas. Había sido delegada de la junta de acción comunal de Las Cruces y madre líder del programa Familias en Acción. En las últimas elecciones locales fue candidata al Concejo municipal, pero ninguna de estas labores le había dejado enemigos conocidos por sus familiares. Con la noticia de su muerte, circularon algunas versiones que mencionaban a Rubiela como una líder campesina de la zona. Si bien ella asistía frecuentemente a las reuniones citadas por la junta de acción comunal, sus allegados explican que la reconocían como líder, sobre todo, por su interés en ayudar a las personas de su comunidad. Su familia y las autoridades de la zona destacan la empatía que tenía Rubiela con la gente de su vereda. Desde aquel martes, Omaira y el resto de la familia tuvieron que asumir el proceso de una muerte violenta: el levantamiento del cuerpo, la espera para recibir el cadáver en la morgue del hospital, el desconocimiento de los hechos, el silencio de los avances de la investigación del crimen, las escasas respuestas… Comenzando la década del 2000, habían enfrentado una situación similar cuando tres hermanos de Rubiela y su padre fueron asesinados por un grupo de paramilitares que los sacó a la fuerza de su casa. De esa vez, la familia tampoco tiene mayores respuestas. Autoridades locales de San Vicente Ferrer señalaron que la muerte de Rubiela habría sido un ajuste de cuentas porque, al parecer, ella habría presenciado el robo de una motocicleta cuando volvía de dejar la leche en el tanque recolector. Esta versión agrega que un poblador de la vereda, con antecedentes penales, sería el responsable del asesinato. En su finca, una casa sencilla de paredes blancas y azul celeste, queda el recuerdo de los días que esta mujer campesina y madre de familia pasó atendiendo las labores del hogar y algunos animales domésticos que criaba para el sustento familiar. Allí también quedan sus hijos, quienes esperan una respuesta que les permita dejar su recuerdo en eterna paz.

blemas económicos, él estaba ahí. Vio la necesidad de un ‘policía acostado’: él mismo compró los materiales y lo construyó con ayuda de la gente del barrio. En diciembre, daba regalos a niños en veredas y barrios periféricos. Cuando Fabián llegó al cargo de presidente de la JAC, logró, en pocos meses, el patrocinio necesario para hacer un parque infantil. Una hazaña que sus vecinos vieron con asombro, pues en poco tiempo demostró todo lo que podía hacer por su comunidad. Pero ese joven con esa energía y ganas de hacer, ese hombre de voz y risa fuerte, ese que cada noche revisaba que sus tres hermanos estuvieran en casa, ese que estudiaba Criminología y Estudios Forenses y que veía la carrera de Derecho como su siguiente meta, para ser concejal, para cumplir proyectos más grandes, ese joven fue asesinado mientras conducía una motocicleta, en la madrugada del 2 de marzo, en el barrio Niquía Camacol. Sus proyectos quedaron en el intocable plano de lo que pudo ser. Claudia Carrasquilla, directora seccional de Fiscalías de Medellín, dice que, hasta el momento, la investigación indica que esa muerte sería un crimen pasional y que no estaría conectada con su labor social. En casa, su familia insiste en que no hay razones que expliquen por qué alguien estaría interesado en asesinarlo. Hernán, ese amigo de la familia que conocía a Fabián desde los cuatro años, sostiene, con seguridad: “En el tiempo que lo conocí, no supe ni de un vicio ni de una mala propuesta ni de una cosa mal hecha”. Mas este relato no puede responder al interrogante por la muerte de Fabián Rivera. Solo puede trazar un bosquejo de su imagen a partir de las voces de su familia y sus amigos. De la de su padre, quien habla de un joven que fue amado por su familia y por su comunidad, esas personas que estuvieron presentes en el funeral, tantas, que para él fue una sorpresa ver a cuántos alcanzó a tocar su hijo en veintitrés años de vida.


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ESPECIAL

¿Los matan por ser líderes?

Sergio Alejandro Ruiz Saldarriaga salejandro.ruiz@udea.edu.co Juan Diego Restrepo Toro jdiegorestrepo@gmail.com Periodistas de U. de A. Noticias

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ija de campesinos, Alicia López Guisao nació en Dabeiba el 14 de noviembre de 1982. Fue desplazada dos veces, a los nueve y a los veinte años de edad. Primero, en 1991, cuando fue desarraigada del barrio Policarpa Salavarrieta, en Apartadó, donde sus familiares trabajaban en la Junta de Acción Comunal y militaban en la Unión Patriótica. Salieron de ese municipio huyendo del exterminio contra los integrantes de este partido político, el cual terminó cobrando la vida de más de 1.500 de sus militantes entre los años ochenta y noventa. Tras perder su casa, la familia buscó refugio en Medellín, “en un rancho de tablas del barrio Olaya”, según recuerda su hermana mayor, Martha: “Ali era una mujer sonriente, fuerte y emprendedora, que le decía la verdad a quien fuera, no se guardaba nada”. Fue la menor de seis hermanos. Su madre era cabeza de familia, como varias de sus hermanas y como ella lo sería después. Allí iniciaron una nueva vida. Con su familia, vinculada a la Junta de Acción Comunal del barrio ubicado en la comuna 7, en límites con la comuna 13, Alicia se interesó en un grupo juvenil y en un comité de salud, con el sueño de estudiar algo relacionado. Impulsó la construcción de un puesto de salud que dotaron gracias a la cooperación nacional e internacional. Ese espacio, sin embargo, fue destruido por una tanqueta de la Fuerza Pública durante la operación Mariscal (2002), antecedente de la operación Orión y una más de las acciones conjuntas que se desarrollaron en esa época entre autoridades y grupos paramilitares con el supuesto objetivo de expulsar a las milicias guerrilleras de la ciudad. Durante dicha intervención militar, fue golpeada y detenida delante de su hijo. Permaneció un año en la cárcel, acusada de pertenecer a las milicias urbanas. Según la Corporación Jurídica Libertad, no se le comprobó ningún vínculo con esas organizaciones y fue absuelta en el proceso judicial. Al salir de la cárcel, por los señalamientos que recibió en su barrio, Alicia y su familia enfrentaron su segundo desplazamiento, esta vez a Bogotá, donde permaneció seis años, hasta que una propuesta laboral se le presentó en Chocó. Como había participado en redes internacionales de promoción de los derechos de las mujeres, compartió este conocimiento con las comunidades de ese departamento. Desde 2015, emprendió una nueva lucha social

Condiciones del crimen: Alicia López regresó en febrero a Medellín, de donde salió desplazada en 2002, para visitar a su hermano en el barrio Olaya Herrera. Llevaba dos semanas en la ciudad cuando en una cafetería dos sicarios encapuchados y motorizados le propinaron ocho balazos. Ese mismo día su familia fue amenazada, por eso la velaron en absoluta discreción.

como dinamizadora del proyecto de Kinchas Agroalimentarias para la soberanía alimentaria de los pobladores del Chocó. Su fuerte, el enfoque de género para comunidades indígenas, negras y campesinas. En eso estaba cuando su historia volvió a dar un giro. Regresó a Medellín para realizar diligencias personales y al barrio Olaya a visitar a su hermano, único miembro de la familia que había permanecido allí. En la mañana del 2 de marzo estaba en la cafetería ´Donde Naza´, cuando dos encapuchados la mataron a balazos y huyeron en una moto. Su familia fue amenazada de muerte si hacía un velorio público. No había llegado la noche cuando, en un noticiero, Claudia Carrasquilla, directora seccional de Fiscalías de Medellín, declaraba sobre la familia de Alicia que “se pudo determinar que en el pasado fueron de las milicias y comandos armados”. Aún muerta, era acusada de un delito sobre el que la justicia ya se había pronunciado. Con su asesinato, se repitió el desplazamiento forzoso, el miedo, la persecución política y el desarraigo que ella misma vivió en su niñez. Pero, en esta oportunidad, las víctimas son la nueva generación de su familia: los dos hijos que le sobrevivieron. El 3 de abril, la fiscal Carrasquilla cambió su versión y le dijo a De la Urbe que nunca aseguró que Alicia integró las milicias. Agregó sobre el crimen que la lideresa “había sido interceptada por una organización delincuencial y, al parecer, ellos fueron los causantes de su muerte”. En ese momento, aún no había un responsable. Sin embargo, el 27 de abril fueron capturados, por ese caso, Santiago Uribe, alias Macario, y Jorge Mejía, alias Talibán, quienes pertenecen a la estructura que comanda desde la cárcel alias Carlos Pesebre. En sus ires y venires, Alicia trató de escapar de la persecución a la que estuvo sometida desde niña, y lo hizo con sus luchas sociales para mantenerse en pie. Su colega Adolfo Murillo, integrante de Asokinchas, dice que fue “una mujer luchadora que nos acompañó con toda la voluntad que tenía”. En el Chocó, se quedaron esperándola. Con su memoria, quedará viva la dignidad. “Porque seguiremos nuestra lucha, así nos cueste la vida —dice su hermana Martha— como les costó ya a Ali y a muchos líderes y defensores de derechos humanos”.

Hipótesis: El día del crimen, Claudia Carrasquilla, directora seccional de Fiscalías de Medellín, declaró que Alicia había pertenecido a los “comandos armados de las milicias urbanas”. Después negó haberlo afirmado. El 27 de abril fueron capturados alias Talibán y alias Macario, presuntos homicidas de Alicia e integrantes de la organización liderada por alias Carlos Pesebre. Para la familia, el asesinato responde a la larga historia de persecución que tiene origen en su liderazgo social. Liderazgo: López participó en la Junta y en los grupos juveniles del barrio Olaya. Hizo parte de la Escuela Nacional de Mujeres de Comunicación y de la Escuela Regional de Mujeres del Coordinador Nacional Agrario. En 2015 llegó al Chocó para trabajar con comunidades indígenas, negras y campesinas. Fue dinamizadora en el Medio San Juan del proyecto Kinchas Agroalimentarias de la Cumbre Agraria y del Congreso de los Pueblos. Contexto regional: Medellín tiene una larga historia de violencia asociada con el conflicto armado y con el control territorial de mafias del narcotráfico. 2002 fue un año clave por las alianzas entre autoridades y paramilitares en operaciones contra las milicias guerrilleras. Ese proceso generó cientos de víctimas, desapariciones, y el desplazamiento de líderes como Alicia López. Su asesinato ocurrió en un contexto marcado por el poder ilegal de las organizaciones que controlan negocios como la extorsión y el microtráfico.

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12 Análisis

Periodismo

universitario y posverd El 4 y 5 de abril tuvo lugar en Manizales el segundo Encuentro de Directores de Medios Periodísticos Universitarios de Colombia. La propuesta: una mirada al posconflicto desde la óptica de quienes forman a los futuros periodistas. El presente análisis es una puesta al día de la ponencia presentada por el director de De la Urbe. César Alzate Vargas Profesor de Periodismo delau.prensa@gmail.com Ilustración: Raúl Edinson Trujillo

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a palabra posverdad me disgusta como todo lo que está de moda y lo que, a punta de incesantes repeticiones, se convierte en una forma de algo que, para seguir acuñando términos con el prefijo pos, podríamos denominar posconocimiento o poscomprensión, mientras que, de facto, está nominando viejas, antiquísimas formas de dominación de las masas a través del discurso. Hablo de todo aquello que está después de. Y que, de tanto estar después de, acaba estando más allá de todo y, en definitiva, sumido en la nada de las ideas, en ese médano del espíritu en que todo lo que podría ser deja de ser para convertirse en lo que los dueños de la mentira quieren que sea. Más allá de la verdad está la mentira, y logramos convencernos de que en el rincón más emotivo de la mentira se halla la verdad. No quería ni siquiera incluir esta palabra en mi exposición, pero me ocurre igual que al periodista al que no le agrada la noticia que se le encarga cubrir: si es fiel a los postulados de su oficio, no tendrá más remedio que plasmar en su trabajo los hechos tal como ellos son. Así, dado que hablar de posconflicto implica, inevitablemente, entrar en los terrenos de la posverdad, he tenido que abrir en mi vocabulario un espacio para el odioso término. A fin de acercarme a su comprensión, he consultado diversas fuentes. Debo confesar que estuve a punto de aceptar como definición más acertada del término la que ofrece Wikipedia, esa inagotable fuente de verdades difusas en la que con tanta sed de conocimiento bebemos los periodistas de nuestro tiempo. Sin embargo, para no sucumbir a la tentación de las citas endebles, opto por consultar la versión que ofrecía El País de Madrid cuando el 17 de noviembre pasado nos informaba que el diccionario Oxford “entronizaba” a la posverdad como palabra del año 2016. Cito, reduciendo el asunto a su forma más elemental: “[la posverdad es] un híbrido bastante ambiguo cuyo significado ‘denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal’”.

liberal, Santos le apostó el grueso de sus recursos políticos a la negociación de los tratados de La Habana con las Farc y para ello se valió de todos los artilugios posibles, siendo el más importante el reconocimiento mismo de que Colombia era un país en guerra consigo mismo. Reconocimiento bastante tardío, si tenemos en cuenta que los varios gobiernos de los que Santos fue ministro en diversas carteras se empecinaron en desconocer, al menos, la existencia de un conflicto armado en nuestro país. Y lo extraordinario, lo estrambótico o estrafalario de la situación, es que la facción opuesta a la gubernamental sea precisamente la expresión más delirante de la extrema derecha representada en el mentor y ahora enconado enemigo de Santos, su antecesor Álvaro Uribe Vélez. Tanto la paz lograda por Santos como la paz en constante riesgo de boicot por Uribe (dos paces distintas y un solo engaño verdadero) son resultados de la aplicación en nuestro país de la doctrina ejercida por los impulsores del neologismo que el Diccionario Oxford entronizó. El momento culminante del drama de la paz se produjo hace poco más de siete meses, cuando el 2 de octubre último fracasó el plebiscito que Santos había impuesto para ratificar los Acuerdos, convencido como estaba de que lo iba a ganar. Todos sabemos lo que tuvo que ocurrir para que un pueblo tan urgido de paz como el colombiano decidiera, primero, ausentarse masivamente de las votaciones y, segundo, votar mayoritariamente en contra de la ratificación del instrumento suscrito pocos días antes por el presidente de la República y el comandante de la guerrilla próxima a desmovilizarse. El fracaso del plebiscito por la paz en Colombia fue visto por los analistas del mundo, junto con el Brexit y la elección de Donald Trump, como uno de los tres mayores hitos de la imposición de la posverdad en 2016. Cuando digo que “todos sabemos lo que tuvo que ocurrir” para que el plebiscito fracasara, me refiero, por supuesto, a las revelaciones que durante la semana siguiente hizo uno de los alfiles de Uribe, en el sentido de que se había instado a los electores a votar con rabia, “emberracados”, mediante la masiva difusión de mensajes falaces, mismos que acabaron por sembrar en las mayorías la errada convicción de que a la guerrilla desmovilizada se le iban a perdonar todos sus crímenes y se le iba a entregar el país en bandeja de plata. La campaña del No apeló, pues, a los instintos básicos de la población y logró implantarle en la conciencia la verdad falsa de las concesiones y la verdad, muy peligrosa, de que era preferible dar al traste con la primera posibilidad de paz que en medio siglo se presentaba con la más feroz de

Nuestros estudiantes no juegan a ser periodistas: lo son. Y nuestros periódicos existen y tienen audiencia.

Dos posiciones distintas, un mismo Establecimiento ¿Qué es el posconflicto colombiano, si no un síntoma más de esa enfermedad que agobia al mundo y que consiste en la difuminación de los conceptos que antes servían para explicar la realidad? Partamos del hecho, entre extraordinario y estrafalario, de que dos formas antagónicas del establecimiento persisten desde hace años en interpretar con razones acomodadas las versiones que ambas tienen del conflicto armado colombiano y de la solución final que ha venido a dársele, al menos, a una parte de dicho conflicto. La primera de estas formas del Establecimiento es, claro, el Gobierno de Juan Manuel Santos. Derechista y neo-

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cuantas guerrillas han asolado nuestro territorio. Triunfó la mentira disfrazada de verdad. Triunfó la verdad reducida a la condición de emotividad histérica. Como entre alguna forma de la paz y la perseverancia de la guerra es preferible la primera opción, a la mayoría de nosotros nos alegró que Santos, impulsado por las circunstancias de esa vorágine en que se sumió el país durante la semana posterior al 2 de octubre, Premio Nobel incluido, acabara sacando a flote los Acuerdos con la guerrilla. Sin embargo, una mirada sincera al proceso nos demostrará que el mismo es también un resultado de la sistemática aplicación de conceptos procedentes del lado oscuro de la tradición maquiavélica y terminan en lo que ahora ha dado en llamarse posverdad. Desde el reconocimiento de que estábamos enfrascados en una guerra que era necesario terminar hasta el desconocimiento —torpe o cínico, imposible determinarlo— de que nuestro conflicto no se agota en las Farc, el discurso entero de Santos y su gente, Uribe incluido, no ha sido más que una continua recurrencia a la emotividad como fundamento principal para el posicionamiento de las ideas que a la gente se le quieren imponer. Las certezas que la gente, a la larga, acepta como suyas, sea que vote Sí o sea que vote No, en un plebiscito por la paz. Y cuando menciono a Maquiavelo, no me limito al sentido simplista de aquello de que el fin justifica los medios, sino que hablo de la contradicción de intereses entre quienes detentan el poder y quienes son gobernados; entre quienes se atribuyen el derecho al monopolio de la fuerza y las armas y quienes se alzan en armas para “defender” intereses populares. Los medios ¿Qué papel desempeñan en este drama los medios masivos de comunicación? Por extensión, la pregunta in-


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Para poder hablar, necesito que no me maten

dad cluye a esos medios en estado germinal que son los laboratorios de prácticas periodísticas de las universidades. En tanto laboratorios, los medios universitarios (periódicos impresos, principalmente, pero también las expresiones digitales y audiovisuales), más que reproducir, anticipan las condiciones de los medios masivos de capital privado o estatal. Es de sobra aceptado que los periódicos universitarios, siendo espacios para la experimentación, lo son sobre todo para el llano ejercicio del periodismo. Nuestros estudiantes no juegan a ser periodistas: lo son. Y nuestros periódicos existen y tienen audiencia. De lo anterior se concluye, inevitable aunque felizmente, que la pregunta por asuntos como el posconflicto y su daño colateral, la posverdad, nos toca tan de lleno como a los medios que se producen por fuera de las aulas. En la región antioqueña existen varios casos de prensa universitaria exitosa. Hago hincapié en dos experiencias particulares, las de dos laboratorios de universidades colegas, antiguas ambas en la tradición de formar periodistas, cercanas en la geografía y en el afecto, pero, afortunadamente (porque la diversidad amplía las opciones), alejadas en la concepción ideológica de la enseñanza y, por consiguiente, en el abordaje de lo que se considera verdad. La Universidad de Antioquia, la más antigua de la región y la única pública del país que ofrece un pregrado específico en este campo del pensamiento, y la Pontifica Bolivariana, de tradición católica, tienen al servicio de sus estudiantes sendos laboratorios de formación: el Sistema Informativo De la Urbe, la primera, y el periódico Contexto, la segunda. En el caso de De la Urbe, el periódico surgió en 1999 por iniciativa de un grupo de estudiantes y llegó a convertirse en el núcleo de un sistema de medios que incluye expresiones en radio, televisión y web, con el pleno respaldo institucional y económico de la Universidad. Respaldo que, como todo en el periodismo universitario, y en general en el periodismo, está atravesando un momento de crisis. Somos conscientes de que nuestra tarea como laboratorio universitario de periodismo es poner a los estudiantes en contacto real con el oficio que, esperamos, desean ejercer (aunque ni ellos ni nosotros ni nadie sepa a ciencia cierta qué hacer con el periodismo en estos tiempos, ni si quiere hacer algo). Desde luego, nos enfrentamos a la realidad de que al salir del nido universitario y aterrizar en los medios, los periodistas graduados se encontrarán con unas condiciones frecuentemente adversas a los caros principios del oficio. En resumidas cuentas, en un alto porcentaje el ejercicio profesional en los medios es ajeno al servicio que privilegia a la comunidad como foco de interés del periodista. Me parece que, en este sentido, nuestro papel es mostrarles cómo se hace el buen periodismo para fomentar en ellos un espíritu de resistencia que en el campo laboral los lleve a hacer el mejor periodismo posible, incluso en contravía de los intereses de los propietarios. Y esto no es nuevo. La situación que vivimos en Colombia después del conflicto es muy similar a la de antes. Esto se debe a que el concepto de posconflicto, como la posverdad, no deja de ser el resultado de intereses en gran porcentaje ajenos a la verdad. No hay una guerra menos en el mundo, como afirma Santos en su discurso exultante. Lo cierto, quizá, es que hay un conflicto con posibilidad de resolverse, pero bien sabemos que ese conflicto no es el único de los que vivimos en Colombia. Los acontecimientos de los últimos siete meses nos lo demuestran, y tenemos que registrarlo y promover su reconocimiento por parte de los futuros profesionales. Nuestra tarea y la de ellos sigue siendo la de siempre: la búsqueda de la verdad, incluso reconociendo la inexistencia empírica de esta. Después del conflicto, en últimas, lo que sigue es… el conflicto. Ni más ni menos. Nos corresponde contarlo, pero, además, permitir que nuestros estudiantes relaten eso que se llama posconflicto y, también, que lleguen a vivirlo: cualquiera que sea la manera en que nuestra sociedad se desenvuelva cuando las múltiples formas de la posverdad den lugar por fin a la simple y concreta verdad. A esa que seguimos teniendo la obligación de registrar.

En el marco del Seminario de Libertad de Ideas y Expresión, organizado por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín el pasado 20 de abril, Pedro Vaca, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), habló con De la Urbe acerca de la libertad de expresión y el periodismo. Santiago Rodríguez Álvarez Estudiante de Periodismo santiago.rodrigueza@udea.edu.co

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egún la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP, organización no gubernamental que promueve y vigila la libertad de expresión en Colombia, entre 1977 y 2016 fueron asesinados por su actividad 153 periodistas en Colombia; un claro indicador de la violencia que en el país se ejerce contra quienes le garantizan a la sociedad el derecho fundamental a la información. Sin embargo, las cifras también muestran una disminución, en los últimos años, del número de perioPedro Vaca en el Seminario internacional: Las mujeres y los medios en los procesos de paz. distas asesinados. Para el director Fotografía: Archivo FLIP de la FLIP, Pedro Vaca, esto es solo una cara de la moneda, pues tras esa disminución está el aumento de la audispensable: para hablar en Arauca necesito saber que no tocensura, sobre todo en las regiones. En su concepto, es me van a matar. Ahora, es deseable ser independiente, es vital generar una conciencia acerca de la importancia de la deseable ser objetivo; pero la libertad de expresión tamlibertad de expresión y las consecuencias de no tenerla. “A bién me permite estar parcializado. Ahí comenzamos a cruzar una frontera muy delgada, pero que para nosotros la libertad de expresión se le atribuye lo que los abogados es muy clara, y es la diferencia entre la libertad de exprellaman un rol instrumental. Es decir, sin libertad de expresión y la ética periodística. Cuando yo hablo de libertad sión yo no puedo disfrutar de otros derechos”, afirma. de expresión, me meto en el mundo del derecho, de los compromisos públicos que como sociedad hemos hecho ¿Y la libertad de expresión cómo se promueve? y encomendado al Estado para que los garantice; cuando La libertad de expresión es un derecho de todos y requieme meto con la ética periodística, me meto en el fuero de re del concurso de todos los que debemos ejercerla, para prolos compromisos que yo como periodista y como medio tegerla. La FLIP la defiende principalmente frente al Estado, de comunicación hago con la audiencia. porque es quien se comprometió a garantizárnosla y además porque es el actor más poderoso y quien tiene más posibilidaVolviendo a la censura: esta se ejerce muchas veces dentro de los des de afectarla. Cuando amenazan a un periodista, nosotros mismos medios. lo apoyamos para que reciba la debida protección estatal. Yo creo que es legítimo que los medios decidan de qué temas hablar y de qué temas no. Pero creo que eso Precisamente, en relación con el Estado, antes veíamos que había formas de censura más directas: decretos y leyes que restringían la libre se vuelve un problema cuando no hay pluralidad. Si yo expresión. ¿Cuáles podrían ser, hoy, las formas menos visibles de censura? tengo pocos medios, las posibilidades de que ellos escojan Hay censuras sutiles. Por ejemplo, de las más comunes qué contenidos consumo o no, son mucho más altas. Si en Colombia es la pauta publicitaria oficial. No está mal que yo tengo más medios, me va a importar muy poco que el Estado paute en los medios; es más, es importante que cierto medio se autocensure o que el otro no hable de cierel Estado se comunique con la ciudadanía. Lo que está mal to tema, porque voy a encontrar otro que va a suplir ese es que yo como alcalde publicite un programa de jóvenes, déficit de información. Ahora, los medios son actores de pero por debajo de la mesa diga: “Usted se atreve a criticarpoder y, como todo actor de poder, conservan ciertos teme y olvídese que le voy a pautar aquí”. Ese es un mecanismas que les permiten seguir teniendo ese poder. mo sutil de censura muy potente en Colombia. Otra es lo que nosotros llamamos acoso judicial. La censura por medio de la violencia es en Colombia quizá lo Funcionarios públicos que denuncian a periodistas por más crítico. ¿Cómo hacer para denunciar estos actos violentos en contra injuria y calumnia, no con el ánimo de condenarlos o que de periodistas, sin prestarle una voz al miedo que genera precisamente vayan a la cárcel, sino de asfixiarlos judicialmente para estos actos, que posteriormente son culpables de la autocensura? que dejen de hablar de un tema. Entonces, si yo digo que Yo creo que esa es una gran paradoja. El hecho de equis funcionario es corrupto y tengo la documentación, que maten a un periodista o amenacen a un periodista, sí el funcionario no discute conmigo en lo público, sino que debe tener una reflexión pública y, para que la haya, ojalá se me lleva a un plano judicial donde yo tengo que pagar un publique en los medios de comunicación. Pero debería de abogado y aguantarme cuatro o cinco años de un proceso. haber no solo el registro de que hay censura por violencia, Allí también hay un mensaje oculto a otros periodistas: si sino que debería de haber un interés periodístico por deeste se atrevió a decir que yo soy corrupto y lo denuncié, velar quién es el actor censor que está detrás de ese hecho, atrévase otro y también lo denuncio. porque mientras ellos tienen las armas, el único recurso con el que cuenta el periodista es la palabra. Para que la Si no hay independencia para asumir una postura, ¿puede haber censura no triunfe, toca seguir contando lo que pasa. libertad de expresión? Hay asuntos que son indispensables y hay otros que Continúa en la página siguiente son deseables. El trabajo de la FLIP se encarga de lo in-

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14 Posconflicto Viene de la página anterior

Hollman Morris: periodista en contravía

Hollman Morris fue director del programa Contravía, gerente del Canal Capital de Bogotá y realizador de documentales. Un periodista tan alabado como criticado, siempre polémico, siempre político. Hoy en día es concejal de la capital por el Movimiento Progresistas. Nos cuenta que, desgraciadamente, “el periodismo también sirve para perseguir”. ¿Por qué decide dejar el periodismo y meterse de lleno a la política? Le aposté al Canal Capital, un proyecto que quería construir televisión pública de valor para Colombia. Pero también viví la persecución, por parte de colegas, a ese proyecto de televisión pública. Por eso me dije: yo pude ser un buen gerente de televisión pública, hice un gran proyecto, pero este país me cerró las puertas. ¿Por qué? Porque pienso diferente, porque pienso progresista, porque me siento identificado, en parte, con Gustavo Petro. Eso en este país es como abrirle las puertas al demonio. La decisión de meterme a la política no fue fácil porque yo en mi vida respiro periodismo, pero finalmente fue algo pragmático.

Cortesía Hollman Morris

¿No cree que tener afinidades políticas claras y expresas pudo dañar la credibilidad de sus investigaciones? No, yo no creo que tener afinidades políticas claras sea un impedimento en la credibilidad; por el contrario, creo que a mí me pueden creer más porque me he definido políticamente. Lo digo claramente, soy un defensor de los Derechos Humanos y hoy me siento un hombre que está del lado de los proyectos políticos alternativos de este país. Creo que puedo tener más credibilidad que un tipo como Darío Arizmendi, que posa de independiente, pero que todos los días le está haciendo favores al gran capital y a los poderosos de este país. ¿Cómo cree usted que se puede hacer un periodismo de rigor, teniendo una posición clara y expresa? Yo parto de la base de que el periodismo objetivo no existe, creo en el periodismo equilibrado que trata de buscar dos posiciones. Lo riguroso, lo responsable, lo ético contigo mismo es tratar de mostrar las dos caras de los hechos o decir también que estás mirando una realidad desde cierto punto de vista. Yo siempre pongo el ejemplo del periódico El País, de España, que se declara como totalmente socialista y, desde esa realidad socialista, lee la realidad española y es un muy buen periódico, porque es claro y sincero con sus consumidores. Eso no pasa en Colombia. Yo creo que aquí, como en ningún otro país, se hace política desde los medios de comunicación.

Elisa Castrillón Palacio Estudiante de Periodismo castrillonelisa@gmail.com Mariana White Londoño Estudiante de Periodismo mariana.white@udea.edu.co

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anta Lucía está ubicada a 32 kilómetros del casco urbano de Ituango; un recorrido que dura entre tres y cuatro horas en chiva debido a las condiciones de la carretera. Esta vereda fue elegida como una de las veinte Zonas Veredales Transitorias de Normalización (ZVTN) para el desarme de las Farc luego de suscribirse los acuerdos de paz entre la guerrilla y el Gobierno nacional. El Frente 18, presente en el territorio por lo menos hace veinte años, ha hecho de esta vereda un objetivo militar y paramilitar. Un territorio que resiste al abandono estatal, entendido no como ausencia de forma física, sino como un Estado que no garantiza los derechos fundamentales de la población. En el 2000, los paramilitares incendiaron casas y desplazaron a la mayoría de sus habitantes. Meses después, algunas familias regresaron para reconstruir sus hogares y reafirmar su identidad como comunidad. El que fuera elegida como ZVTN ha traído esperanza a Santa Lucía; eso dicen sus habitantes y lo evidencian los hechos... Aquí, cuatro imágenes, cuatro historias, cuatro maneras de reafirmar el anhelo de paz de esta vereda y de muchas otras que han padecido la guerra en Colombia.

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El juego de la reconciliación Un ‘cotejo’ en la cuadra, ‘un picadito’ en el barrio, ir al estadio a ver jugar el equipo del alma, reunirse con los amigos —hacerse amigos— y seguir a la selección nacional a través de una pantalla: por estos actos, el fútbol nos une, porque se juega o lo vemos jugar con la mirada puesta en el mismo objetivo, sin perder el rumbo. Y no hay religión, no hay política ni ideología que nos distancie. Entre el 6 y el 8 de abril, diez equipos de las Farc y catorce de la población civil , masculinos y femeninos, participaron en un torneo que se celebró en Santa Lucía. Días en los que la lluvia no amedrentó a los jugadores, todos muy organizados con sus respectivos uniformes a un color y el nombre del equipo: Santa Lucía, Guacharaqueros, Las Arañas, El Quindío, Ituango o ZVTN Camarada Román Ruiz —el uniforme de estos últimos llevaba la foto estampada del comandante del Frente 18, dado de baja en 2015; el del equipo de las mujeres llevaba la fotografía de su compa-

ñera—. Además, medias altas y tenis, o en ocasiones botas pantaneras por aquello del agua que no cesó hasta la final. Llegaron hasta este punto los equipos femeninos de la guerrilla y Guacharaqueros, y los equipos masculinos de la guerrilla y Santa Lucía. A los cuatro les tocó jugar sobre un suelo aguado y por partes empantanado, pero ante un público que se emocionaba con cada pase, se sorprendía con cada caída y celebraba cada gol. La dinámica de la vereda giró por aquellos días en torno a lo que sucedía en la cancha. Si la gente no estaba ahí, estaba más arriba hablando del marcador, esperando a los campeones o planeando celebrar en la noche. De ellas, ganó el equipo de la ZVTN Camarada Román Ruiz. Alguien comentó que fueron las mujeres las que sacaron el pecho por la guerrilla, que contaba con una mayoría masculina abismal. Y de ellos, ganó el local, Santa Lucía, un equipo con algunas dificultades físicas. En medio de la llovizna, que ya ni sentían por el calor de los cuerpos, recibieron las medallas y los trofeos sin rastro de rivalidad.


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Campamentos En la entrada a Santa Lucía, donde están o deberían estar los campamentos para la guerrilla, hay unas placas grises como carpas a medio construir. Después de casi cinco horas de viaje en chiva y por carretera destapada, la obra inconclusa contrasta con las camionetas 4x4 de las Naciones Unidas y los campamentos dispuestos para que sus miembros puedan dormir y comer. Con menos del ochenta por ciento de la construcción terminada —historia que se repite en todos los campamentos de las demás Zonas Veredales Transitorias de Normalización—, la guerrilla se acoge a las reglas del proceso, sus dinámicas y exigencias, a pesar del incumplimiento por parte del Gobierno nacional en lo que se refiere a los espacios destinados para el alojamiento de las Farc. A los miembros de la guerrilla, la falta del espacio físico no les ha impedido establecer sus tres campamentos en la vereda, ubicados en zonas altas de las montañas que rodean a Santa Lucía. Campamentos en los que duermen, comen y conviven entre sí como lo han hecho a lo largo de los más de cincuenta años de conflicto, adentro, en las selvas

más espesas del país. En esos campamentos, cercanos a los contenedores destinados para ello, se adelanta también el proceso de dejación de armas que comenzó el primero de marzo y se extenderá hasta noventa días después, momento en que terminarían de operar también las ZVTN. “Si hemos construido nuestras camas con tres palos y un caucho, ¿por qué no vamos a hacer lo mismo ahora que nos acogimos al proceso?”. Son las palabras de Olga Marín, miembro del Mecanismo de Monitoreo y Verificación por parte de las Farc, cuando se le pregunta por la precariedad del espacio en que conviven los guerrilleros más de 150 días después de que comenzara el conteo regresivo para dichas zonas. A esta problemática se suman los conflictos entre el desarrollo de los acuerdos y los demás actores que participan en ellos. En Santa Lucía, el dueño del terreno en que se dispone la construcción decidió cerrar temporalmente la vía que comunica los campamentos con las casas de la vereda porque el Gobierno no paga el dinero que el dueño pide. Sin embargo, mientras de parte y parte se comenten errores y en el cronograma aumentan los retrasos, los habitantes de Santa Lucía guardan la esperanza —y la viven— de compartir en paz el territorio donde han estado, a veces a la fuerza, todos los actores del proceso de paz.

De la propaganda a las comunicaciones “Es muy duro que nosotros los guerrilleros no tengamos la oportunidad de reconciliarnos con la población civil, entonces me siento orgullosa porque poquito a poco nos están dando la oportunidad”, comentó una de las jugadoras de la ZVTN Camarada Román Ruiz. A un costado del espacio que funcionaba como tribuna del torneo de fútbol en Santa Lucía, y bajo el techo que cobijaba al mismo público, Cristina, habitante de la vereda, realizaba las entrevistas propias de un juego de tal magnitud. Un(a) representante de cada equipo pasaba a responder las inquietudes ante una cámara fija en trípode: ¿Cómo estuvo el partido? ¿Con qué sentimiento te vas hoy? ¿Cómo aportan este tipo de encuentros a la paz de Colombia? Nadie titubeó: por el contrario, muy seguros coincidieron en que lo más importante del juego no era ganar o perder, sino la reconciliación entre actores. Por lo mismo, valía la pena, también, que quedara aquella jugadora de la ZVTN compartiera cancha con otra de Ituango, víctima de la bomba puesta en el pueblo en 2008 y atribuida a las Farc. Y valía la pena también que quedara registrado por un grupo de jóvenes entusiasmados con la comunicación, la mejor arma ahora que no tendrán armas a la hora de expresarse y defenderse de acusaciones que enturbian el camino.

Ahí está uno de los puntos al cual quiere llegar este grupo de jóvenes de la guerrilla: pasar de ser un equipo de propaganda política a un colectivo de comunicaciones que haga mucho más que convencer a quienes ya están convencidos y no aleje más a quienes ya están alejados. Algo que cobrará relevancia cuando se cumpla con el punto 6.5 del Acuerdo Final entre las Farc y el gobierno, que promete la creación de veinte emisoras en las zonas del país más afectadas por el conflicto, además de una estrategia de difusión de los acuerdos en redes sociales y un espacio garantizado en el Canal Institucional para hacer pedagogía de paz e informar sobre los avances. Espacios donde es obvia la participación de la guerrilla si lo que se busca es una democracia real.

Los libros de la paz

El periódico informa Portería del metro

En Santa Lucía no había casi letras. Pocas veces los habitantes de la vereda tenían contacto con libros o películas, y los espacios de convivencia de niños, jóvenes y adultos eran muy reducidos. Ahora, los libros parecen poblar un rincón de la vereda que, si bien antes estaba destinado para la escuela, comienza a convertirse en un nuevo escenario de encuentro y aprendizaje. Las Bibliotecas Públicas Móviles son una iniciativa que promueve el Ministerio de Cultura en las ZVTN. Veinte espacios equipados con libros impresos, lectores digitales, computadores portátiles y pantallas para proyección de películas y videos, con los títulos de los libros elegidos por los mismos miembros de la guerrilla y la comunidad a través de una encuesta. Esteban Castañeda tiene veintiún años y llegó a Santa Lucía gracias a esta iniciativa. Es quien se ha encargado de montar, organizar y operar este espacio que es nuevo para los habitantes. Llegó desde El Retiro gracias a la Biblioteca Pública Rural Laboratorio del Espíritu, la corporación de la que hacía parte y que ganó una mención especial por parte del Ministerio de Cultura. Su trabajo, como el de los otros

diecinueve jóvenes que se trasladaron a las demás zonas veredales, no solo es dejar la biblioteca lista para ser usada, sino también presentarla a la comunidad y preparar a otro habitante de la vereda como bibliotecario de la misma para que esta pueda seguir funcionando en su ausencia. Parece una tarea difícil en medio de un territorio al que estos espacios le son extraños, y donde la comunidad ya ha manifestado las primeras reticencias, pues el espacio físico elegido para la biblioteca desplazó lo que antes fue un salón de la escuela veredal. Con casi dos meses de trabajo, Esteban recorre el lugar como si hubiese vivido allí toda la vida. Conoce a los niños, los guerrilleros, los campesinos, y habla con ellos como con amigos. Los invita, los saluda, les muestra cómo avanza la biblioteca que, a diferencia de las otras diecinueve, fue la última en estar organizada por cuestiones logísticas y de presupuesto. Todos los días se traslada de Ituango a Santa Lucía en una hora de viaje en moto y por carretera destapada. Y, aunque dejó en Rionegro su estudio y su familia, cree profundamente que la biblioteca es capaz de hacer el cambio por sí misma. Les apuesta a ella y a los habitantes de Santa Lucía, seguro de que finalmente, aunque el día no haya llegado, terminarán agradeciendo la posibilidad de tenerla.

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16 Testimonio

La historia de Fernando Jiménez:

violación,

tortura y sanación No intuyó el giro que daría su vida al escuchar los tres golpes en la puerta de su casa. Desde ese instante, vivió por dos meses en el infierno. Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social Periodismo juan.gomez2@udea.edu.co

Periodista, espero que sea muy paciente conmigo”, dice al iniciar el diálogo. “Solo es la segunda vez que cuento esta historia y no es fácil hablar de eso”. Rememora; vuelve a ese doloroso episodio de su vida… Es una mañana de muchos años atrás. El ruido de unas botas pantaneras que se acercan le arrebata el débil sueño; por instinto, se voltea y entrega, resignado, de nuevo, la desnudez de su cuerpo. “No es fácil hablar de recuerdos que por 35 años llevo enquistados en lo más profundo de mi mente”, insiste. Olvidada entre 8’405.265 víctimas de la guerra en Colombia reconocidas por el Estado (cifra a marzo de 2017), está la historia de Fernando Jiménez. Sobre ella y las de cientos de hombres se ha levantado el silencio, como si no

Fernando en la casa de citas La Sínger. Circa 1975. Fotografía: Archivo Fernando Jiménez

No. 84 Medellín, junio de 2017

se quisiera hacer memoria. Perdida entre las estadísticas de la Unidad para las Víctimas está la cifra de 732 varones que han sufrido violencia sexual desde 1985. Poco se habla sobre esta realidad, pues seguramente para los actores armados, entre ellos el Estado, es difícil reconocer que un hombre es accedido de forma carnal y abusiva por otro hombre. En los dos últimos años, Fernando Jiménez se había convertido en un mito para mí. Escuché hablar de su historia un par de veces de boca de otras víctimas. Una tarde, en medio de una reunión de líderes sociales para la implementación de los Acuerdos de Paz con las Farc en Urabá, cuando había perdido toda esperanza de hallarlo, un líder juvenil sentado a mi lado señaló con su mirada a un hombre ya mayor y me dijo: “La historia de ese señor es la más dura que he escuchado: un grupo armado lo tuvo secuestrado por dos meses y lo violaron durante ese tiempo”.

Fernando Jiménez lidera la corporación Todos Somos Iguales. Fotografía: Lina María Arias Hernández

Puta o peluquera, los caminos Ser puta o marica era una vergüenza para la típica familia paisa de los años cincuenta. En la de Fernando había monjas, curas, abogados y hasta un obispo. “Desde muy niño se me veía lo florecita que iba a ser”, cuenta. Su madre, de raíces liberales, fue su cómplice. Lo disfrazaba de gitana para las fiestas de la escuela. En cambio, su padre “no era conservador, sino godo”, y le dejó de hablar a los quince años, cuando “salieron por fin las plumas”. En 1975, a los dieciocho años, la coronaron como reina marica de Bello y la pasearon en carroza por las calles del pueblo. “Uno de los jurados me echó el ojo y me llevó para la única casa de citas de maricas que había en Medellín, La Singer la llamaban, era un lugar muy discreto y quedaba en plena Plazuela de Zea”. Se vestía de mujer los fines de semana para prestantes hombres de la sociedad antioqueña; “esos de rosario y misa diaria, me pagaban doscientos pesos por estar con ellos”. Durante cinco años fue transexual por la paga, pero un día tomó una decisión: no quería ser más una marica de las que se visten de mujer para satisfacer los deseos de viejos con plata, “eso de ser una marica cartera o pilón no era para mí”. Cansado de ser utilizado, entró a estudiar peluquería en la academia Mariela. “Ser marica declarada era muy difícil en esa época, solo quedaban dos caminos: ser puta o peluquera”. Pero lo que en verdad buscaba Fernando era su identidad: “Hoy soy un hombre que

le gustan los hombres. Bueno, diez por ciento mujer y noventa por ciento hombre”. Actualmente, solo se viste de mujer por “diversión”. Fernando llegó a Urabá por invitación de una clienta de la peluquería en 1981; su sueño era conocer el mar. “Cuando llegué, me enamoré de esta tierra, debió ser por lo rico del plátano de acá”, comenta en medio de una risa estruendosa. Alquiló una pequeña pieza en Chigorodó, y por dos años anduvo las calles del pueblo con una carreta vendiendo sopa de mondongo para conseguir el plante y montar su negocio. Con los años, Retoque, su peluquería, se volvió el lugar de encuentro social de las damas y caballeros de Chigorodó. Para Fernando, las cosas no podían ir mejor, repartía su vida entre la atención de su negocio y las fiestas de la sociedad chigorodoseña. Pero la noche del 19 de octubre de 1985, tres golpes en la puerta de su casa le cambiaron la vida. “Empeloten a esa marica, ahora sí va a saber qué es tener un hombre encima” Era normal que lo buscaran bien entrada la noche, por eso atendió el llamado a su puerta a pesar de la hora y del fuerte aguacero. Todo sucedió en un instante. Haló el macho de la chapa, respondió sí cuando le preguntaron si era Fernando Jiménez y al piso fue a dar cuando recibió un fuerte puñetazo en su vientre. “Con el golpe quedé groguis”, recuerda. ”Me


17 pusieron una capucha y me subieron al temido Trooper color verde militar. Ese carro andaba como un fantasma por las calles de Chigorodó, el solo verlo pasar cerca generaba pánico. Los que subieran a ese campero, pocos regresaban vivos”. El silencio que acompañó el viaje fue roto cuando un hombre le quitó el costal de fibra que le cubría la cabeza, lo agarró del cabello para levantarle el rostro y con voz de mando preguntó: “¿Esta es la famosa marica de Chigorodó?”. Luego fue arrastrado de los brazos por los dos tipos a través de un camino de tierra húmeda y fangosa; no habría regreso, pensó. De un solo tirón fue arrojado a una especie de catre y encadenado a una de sus patas empotradas en la tierra. Golpes mezclados con insultos y pequeños lapsos de tranquilidad lo llevaron a un estado de pérdida de la voluntad y lo mantenían tambaleante, en ese tenue límite entre estar consciente y la inconciencia. Fernando reitera esto, nunca perdió la conciencia. Esa es la finalidad de la tortura: obligar a la persona a hacer lo que el victimario desea, llevándola a la pérdida de su voluntad, pero consciente. Ya entrada la noche, llegó el comandante del grupo, y soltó un grito que presagiaba los vejámenes que por dos meses Fernando iba a sufrir: “Empeloten a esa marica, ahora sí va a saber qué es tener un hombre encima”. Durante la noche se turnaron los tres hombres: “Mientras uno me sostenía la piernas abiertas, otro me penetraba y el tercero apuntándome con un pistola en la cabeza me obligaba a tener sexo oral”. Lleva sus gruesas manos al rostro, restriega fuerte su cara con ellas y rompe en llanto para decir: “No sé cómo no me volví loco, era preferible la muerte”. En la mañana siguiente, entró un joven al cambuche, zafó la cadena de la pata del catre, lo paseó en medio de la tropa y lo llevó a la orilla del río. Fernando se dio un baño. Desde ese día, aquellos instantes serían los únicos de paz. A pesar de tener los párpados hinchados por los golpes, distinguió en el hombro del joven un brazalete: “Farc-EP”. En repetidas veces, semana tras semana y a lo largo de dos meses, vivió la misma acción. “Me volvieron un objeto y así me sentía. Cuando percibía la llegada de pasos a mi infierno, me descobijaba y volteaba el cuerpo, ese que ya no sentía mío”. El 9 de diciembre de 1985, Fernando presintió que todo cambiaría. Ese día no tomaron la ruta del río, sino que lo llevaron a un lado del campamento, le entregaron una pala y le ordenaron cavar una fosa. “El clima en las selvas del Chocó se puso a mi favor, los tres últimos días no paró de llover. Hundía y hundía la pala y la tierra se desmoronaba llenando el hueco”. De la nada apareció un comandante guerrillero de más alto rango, al que Fernando nunca había visto y a quien todavía hoy considera su ángel salvador, y le apuntó: “Con vos nos equivocamos”. La dignidad de Fernando resurgió y le dijo: “Eso sí son mentiras, a mi casa llegaron preguntando por Fernando Jiménez”. Hubo silencio, pero Fernando sintió alivio, pues a pesar de los vejámenes y lo cercano de su muerte, aún le quedaba un ápice de dignidad. Avanzada la noche, de un fuerte empujón lo tiraron del carro en movimiento en las afueras del pueblo, no sin antes advertirle: “Sabemos dónde vive tu familia, así que silencio”. Caminó sin rumbo por las calles del pueblo y despertó dos días después en una cama de hospital, todavía hoy se pregunta quién lo llevó. Todo lo construido en años de trabajo se esfumó, pero lo que más le dolió fue el abandono de su familia. Intentó suicidarse dos veces: la primera vez, la viga del techo cedió; después, una vecina lo salvó de la muerte. Mesa para el diálogo diverso Su casa parece un mercado de las pulgas. En los sillones de la sala hay arrumes de ropa y zapatos de segunda organizados por sexo y talla; en el suelo, seis cajas grandes repletas de platos, pocillos y cucharas; en el piso de la cocina, plátanos, un bulto de arroz y un gran bongo para preparar alimentos. Fernando lidera la corporación Somos Iguales, Mesa de Trabajo Diversa; en ella, acompañado de jóvenes de diferente identidad sexual, “patonean”, como él mismo lo dice, “los barrios y veredas alejadas de Chigorodó”, a donde llegan con el vestido de gala y los zapatos para la quinceañera; o con las tablas y las tejas para reparar el rancho del par de viejos olvidados; o con el menaje completo para el restaurante de una escuela rural. Cada fin de semana eligen una trocha diferente y dictan talleres de salud sexual, seguridad alimentaria y proyectos de vida. Sentado al mediodía en el zaguán de su casa, Fernando ve pasar a Chigorodó; saludos van y vienen, “tardes, don Fernando”, le dicen los tres niños que regresan de la escuela; igual hace el padre de familia que llega al hogar a la hora de almuerzo y lo propio hace el ama de casa que, afanada, va para la tienda a comprar un par de plátanos para el almuerzo. La mujer se detiene un instante y le entrega una bolsa con ropa de bebé. A sus sesenta años, Fernando tiene la energía y la lucidez de un joven de treinta; no es un hombre rico, seguro está en igual condición que aquellos a quienes ayuda. Su fortuna, una pequeña casa de dos habitaciones, en la que hospeda y ayuda a rehabilitar a jóvenes de las drogas. Fue despedido de la alcaldía de Chigorodó en enero de 2016, “por no estar

Visita de Fernando y sus compañeros al barrio Brisas del Río, Chigorodó. Fotografía: Lina María Arias Hernández

En la casa de Fernando siempre hay una muda de ropa para donar. Fotografía: Lina María Arias Hernández

preparado para el cargo que desempeñé por diez años”, dice Fernando con ironía. Ni él entiende cómo sobrevive, pero con los años se ha granjeado buenas amistades, las cuales afloran con una ayuda cuando menos lo espera. Hoy goza del olor masculino en la intimidad y siente placer con el roce de piel de un hombre desnudo. “Soy un hombre de pareja, pero veo difícil poder entablar una relación estable. No siento nada en el coito, quedaron muchas secuelas en mi cuerpo y en mi mente”. Para Fernando, la paz no es una firma entre el Estado y un grupo armado, tampoco un asunto que construyen solo ellos. Aún no ha perdonado, aunque sabe que el perdón es esencial para sanar. Espera algún día mirar los ojos de sus victimarios y encontrar en ellos el arrepentimiento: “En ese instante, ese perdón se liberará desde lo más profundo de mi ser”, dice.

El periódico forma Plazoleta Barrientos, junto a la cafetería de Pastora

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18 Documentos

E D S E N E M Í CORTRO SIGLO

Angie López Cardona Estudiante de Periodismo angiev.lopez@udea.edu.co Ilustración: Juliette López Cardona

J

U ZGADO PENAL MUNICIPAL. Sonsón, Antioquia. Octubre dieciséis de mil novecientos setenta y cinco. En la fecha se hizo comparecer al despacho del Juzgado a un individuo a quien, libre de toda presión, coacción o amenaza se le hizo saber que va a ser sometido a diligencia de indagatoria. Nombre José Libardo Cardona López; natural de Aguadas, Caldas. Hijo de Cornelia y Fernando. Nació en 1956, no sabe el mes y el día. Diecinueve años. Indocumentado. De profesión agricultor. Es primera vez que se encuentra detenido. *** A Los Medios fui por primera vez hace unos doce años, que me llevó mi papá antes de morir. Ahí conocí a los López Nieto, que por allá llaman Los Perros. Yo vivía con mi mamá en Medellín y, de vez en cuando, me resultaba trabajo en construcción o como jardinero. Cuando había cosecha de café, aprovechaba y me venía para Sonsón a jornalear en la finca de Fabio López. La última vez que fui él me dijo que me quedara y me empezó a dar 175 pesos semanales. Con esa plata le ayudaba a mi mamá. Recuerdo que ese domingo, 21 de septiembre del 75, hacía mucho calor, un calor ni el verraco. Como eran las dos de la tarde y el sol estaba pegando de ese lado, me tocó bajar rápido de la finca; yo sentía que los pies se me achicharronaban con cada paso. Cuando arrimé a la caseta de la Acción Comunal, me compré una cerveza donde Abelardo Valencia, que estaba atendiendo en la cantina, y me senté a descansar en un banquito mirando para el lado de la cancha porque ahí estaban jugando un partido. A las cuatro de la tarde ya habían llegado los Orozco, María Elisa Marín, María Lucía Betancur y Los Perros. Entonces nos juntamos los hombres a tomar cerveza y las mujeres con su gaseosa a comadrear, mientras se terminaba el otro partido. Apenas el sol bajó, nos empezamos a entonar con una que otra ronda de aguardiente a la que algún cliente invitaba. Don Hernán le subió el volumen a la rocola, y todos nos paramos a bailar. Como a las siete de la noche llegó Simón Bolívar, un tipo gordo y cachetón, de unos treinta y tantos. Ya lo había conocido en el pueblo hacía seis meses, pero no habíamos hecho amistad porque era como manilargo, entonces disgustamos. Pensé en irme a la casa para evitar algún problema porque unos vecinos comentaron que Bolívar estaba bebiendo desde antes del mediodía, y al hombre ya se le notaba la borrachera; pero estaba muy amable y contento. Hasta nos invitó a un servicio, si no fue a todos, sí a muchos de los que estábamos ahí. Al rato, como a las nueve, me fui a conversar con Abelardo y me senté en el mostrador. Bolívar se fue para donde mí y me invitó a otra cerveza. Yo le dije que se quedara tranquilo porque ya me estaba tomando una, pero no me hizo caso. A mí no me caía muy bien, pero no quería ponerme de zalamero con nadie. Se paró al lado mío y me puso conversa. Después de un rato, como a la media hora, me empezó a molestar diciéndome que yo era muy bonito. A esa hora, ya estaba muy oscuro porque solo había una lámpara de gasolina alumbrando toda la caseta. Cuando menos pensé, sentí la mano de Bolívar entre las piernas y si no es porque yo se la quito, me agarra los testículos. Cuando me iba a bajar del mostrador, se paró ahí al frente para no dejarme ir. A mí me dio por ponerme las dos medias de cerveza que tenía entre las piernas, para que Bolívar no me siguiera cacorriando.

No. 84 Medellín, junio de 2017

El hombre, muy insistente, me cogió la cara para darme besos; pero yo no me dejé. Me quitó la boinita de lana que tenía en la cabeza, y me dijo que así también me veía muy lindo. El desgraciado ese se la metió dentro del pantalón con la intención de que yo se la sacara de ahí. Como yo le había contado que me había venido de Medellín porque tenía que trabajar, me dijo que me daba quinientos pesos para que nos fuéramos a dormir a la cementera o a la casa de él. Eso nunca me había pasado, yo no sabía qué hacer. Cuando me cogió la mano izquierda, para metérsela en el pantalón, sin pensarlo mucho cogí una de las botellas que tenía en las piernas y se la estallé en la cabeza. Cuando vi que el tipo cayó al piso, salté del mostrador, muy asustado, y salí volado para la carretera. Bolívar se paró del suelo con la cara llena de sangre y estaba sacando el machete de la vaina. Como yo tenía mucha rabia por lo que había pasado, me dio por lanzarle la otra botella que estaba llena, y parece que le volví a dar en la cabeza porque sonó como un taquito. En la caseta se armó un alboroto: las mujeres empezaron a gritar y los hombres se levantaron a ayudar a Bolívar que había quedado en el suelo, todos quebraban envases con la intención de salirme a la carretera. Cuando los Orozco sacaron las peinillas en defensa del herido, oí el voleo de botellas. Como esos hombres se me iban a ir encima, les tiré otro envase que cogí del suelo. Yo no sé a dónde o a quién le pegué porque mejor eché a correr para la casa del patrón. Estando en la finca, no pude pegar el ojo porque no sabía si había matado a ese hombre. Por la mañana, cuando prendí el radio, oí por la emisora que se lo habían llevado para la ciudad y ahí sí me terminé de asustar. No esperé a que los patrones se levantaran para despedirme porque de pronto Fabio no me dejaba ir, y cogí el carro que iba hacia Aguadas porque allá vive una hermana. Estuve ayudándole a coger aguacates a ver si juntaba algo de plata y me podía ir para Medellín, donde mi mamá. Como a la semana de estar en Aguadas, llegaron por mí los policías y me tocó quedarme montado en un palo de aguacates todo el día porque nada que se iban. Menos mal ese día ya había recogido la plata que necesitaba y me escapé para Medellín. Pero como yo sabía que allá también me podían buscar, preferí volver a Sonsón porque

me parecía bobada estar de huida de la ley. Ya también sabía que habían detenido a Los Perros y los habían acusado del delito que yo cometí. *** Simón Bolívar Cardona López presentó secuelas definitivas por lesión ocasionada con cuerpo contundente: Perturbación funcional permanente del órgano visual derecho y desfiguración facial permanente por enucleación de ojo derecho. El Juz gado Penal Municipal de Sonsón dictó medida de detención, de manera preventiva, contra Fabio y Antonio López Nieto y contra Libardo Cardona López. Sonsón, septiembre 23 de mil novecientos setenta y seis. Siendo ya suficientemente narrado el desarrollo de los hechos por parte de los testigos, concluimos que no puede establecerse plenamente la responsabilidad de Antonio y Fabio López Nieto, respecto a la agresión realizada a Simón Bolívar Cardona. Según lo aportado al proceso, la actitud criminosa de Libardo Cardona López, encaja dentro de las modalidades del delito de lesiones personales, que trae aparejada pena de presidio de dos a seis años y multa de doscientos a cinco mil pesos. Que se cumpla la Sentencia.

El periodismo escrito no ha muerto Primer piso del bloque 12


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CORÍMENE TRO SIGS DE LO

Ana María Gómez Uribe Estudiante de Periodismo anamariagomezuribe@gmail.com Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

Bajo la gravedad del juramento, describa los hechos del acto sexual con Héctor Sánchez. —Yo salía con mis compañeras del trabajo y él me vio, me cogió del brazo y me dijo que lo acompañara por el carro. Cuando íbamos llegando al mismo hotel de siempre, le dije que quería irme. El expresó que solo tenía que recoger un paquete, pero en realidad me volvió a entrar a la pieza y me pidió que me desvistiera. Le dije que no porque me daba pena; entonces, él comenzó a desvestirme y me dijo que no temiera que si cualquier cosa pasaba él se casaba conmigo. Se acostó en la cama y se me montó encima, me metía esa cosa por donde él orina por la vuelta mía por donde yo orino. Me dolió mucho, pero no salió sangre. Ese día lo hicimos dos veces y se demoró media hora en cada una. Esta no era la primera vez que Sara Castro, de dieciocho años y habitante del Barrio Obrero, era asediada por Héctor Sánchez Franco. Sánchez trabajaba en Fabricato y era vecino de Sara desde hacía varios años, cercanía que los llevó a comenzar una relación. Rápidamente, los padres de ella desaprobaron el noviazgo por la mala fama de él. Sin embargo, esto no fue impedimento para que Héctor continuara pretendiendo a la joven. Sin poder visitarla en su casa, la nueva técnica consistió, precisamente, en esperarla y seducirla para que lo siguiera a la salida del trabajo. Una tarde de enero de 1959, a eso de las 6:30, recostado contra la pared blanca tiznada de rojo, Héctor esperó a que Sara saliera de su turno en los almacenes Tía. La pareja caminó por el pasaje Vásquez, luego voltearon por Bolívar y, siguiendo los adoquines de sus calles, llegaron al Hotel Imperio. Desde un asiento en el juzgado, Sara describió un año después la forma en que este caballero la abordó sexualmente por primera vez: —Él me entró a una pieza y cerró la puerta. Yo le hice repulsa para salirme, pero no pude. —Si se vio usted en situación de peligro, ¿por qué no le dijo al camarero que le ayudara? —Cuando entramos al hotel, había una camarera; pero como él me tenía cogida del brazo, no dije nada. A mí me parece que ya tenía cuadrada a la vieja porque fue entrando como si fuera la casa de él. Al cerrar la puerta, Sánchez intentó convencerla de desvestirse y, en vista de la negativa de la señorita, intentó desnudarla a la fuerza. A pesar de su insistencia, Héctor no logró quitarle la ropa, por lo cual le propuso que se acostaran sin más exigencias. Luego del rechazo de Sara, el noviazgo se debilitó. Dejaron de hablar por dos meses, y cuando él la buscaba ella respondía que ya tenía otro novio. Sánchez, entonces, contestaba con cartas, como consta en el sumario del caso: “Negra, qué te pasa que no te dejas ver ni en la puerta. Necesito hablar contigo urgentemente. Si quieres saber la suerte de los dos, salí inmediatamente al parque, al Salón Horizontes… Tu negro, Jorge Héctor Sánchez”.

Un día cualquiera, Héctor volvió a aparecerse a las afueras del almacén Tía. La agarró de nuevo del brazo y repitió, paso por paso, el primer encuentro infructuoso que habían vivido en el hotel de la carrera 51. —Para verificar: ¿Dice usted que luego de ese segundo encuentro en la pensión, hubo un tercero en el cual usted se le entregó carnalmente? —Sí, inspector. El tercer encuentro fue el que les describí al principio, en el que Héctor con pretextos de reclamar correspondencia, me entró al hotel. Diez veces más frecuentaron el hotel, diez veces más de encuentros sexuales en los que ella asegura que estaba tranquila porque creía en su palabra de matrimonio en caso de algún percance. Sánchez nunca le pagó por los encuentros sexuales. A veces le ayudaba con los pasajes e incluso una vez le regaló unos centavos para que se cortara el pelo. Y era por ese trato que ella confiaba en sus promesas. El 22 de mayo de 1960, con seis meses de embarazo, Sara Castro Agudelo, hija de Pedro y Ana Rosa, presentó una denuncia contra el señor Héctor Sánchez Franco por el delito de estupro. Ante el incumplimiento de la promesa de matrimonio por parte de Héctor, Sara había sido echada a la calle por sus padres, lo que la obligó a mudarse a la casa de unas tías. *** El 24 de mayo de 1960, en la Inspección Quinta de Medellín, se hizo comparecer al acusado para declarar sin juramento. A Héctor lo representaba el abogado José María Márquez. —¿Podría usted contarnos, si le es posible, el tipo de relación que tenía con la ofendida? —A Sara Castro la conozco de vista. Ella era vecina mía e iba mucho a mi casa a buscarme el lado.

—¿Niega entonces haber tenido cualquier tipo de relación con ella? —No. Con ella estuve tres veces sexualmente pero nunca fuimos novios y yo a ella nunca la busqué. Según el sindicado, la noche del primer encuentro sexual él pasaba a eso de las 7:15 p.m. por la esquina donde estaba ubicado el almacén Tía y Sara ya lo estaba esperando ahí. Al verlo, le había preguntado si se dirigía a Bello y se quedaron conversando. Sara, muy contenta, lo invitó a que dieran una vuelta y después de caminar entre Maturín y Amador llegaron al Hotel Imperio. Ella le dijo que entraran y él no se negó. Por el contrario, alquiló una pieza en la cual asegura que se desvistieron al mismo tiempo y ella se le entregó sin necesidad de promesas. —Díganos quién sería el individuo que desfloró a la señora Sara Castro. —No sé quién es. Cuando yo tuve relaciones con ella, ya estaba perjudicada porque no echó sangre ni se quejaba y daba unas vueltas como si estuviera acostumbrada a eso. —Díganos quién sería el individuo que visitaba a la señora Castro en su casa en calidad de novio. —No sé quién es. Yo a ella nunca la buscaba, pero mi compañero de Fabricato, Antonio Muñoz , me cuenta que Jaime Arteaga sí la veía frecuentemente a la salida del trabajo. Bajo la presión de permanecer en la cárcel hasta que la Inspección tuviera un veredicto, Sánchez confesó que alguna de las tres veces que estuvieron juntos él la remuneró económicamente. Asimismo, señaló que ella, en varias ocasiones, le había enviado cartas donde le hacía promesas de amor. Para probar tal situación, Héctor se valió de Julio Pinzón, un joven estudiante, quien aseguró, bajo testimonio, que Sara le pagaba entre diez y veinte pesos por entregarle a Héctor dichas cartas. *** Para fines de la investigación se citó a nuevos testigos. En su mayoría, decían conocer bastante a Sara y daban testimonio de que era una joven distinguida por su buena moral. Solo la exnovia del acusado dijo que Sánchez era una persona honorable y respetuosa. La inspección pidió a los médicos determinar si Sara estaba efectivamente desflorada y si era de nueva o vieja data ya que la falta de sangrado era controversial en la época. Un himen anular dilatable que permite el paso de un miembro viril sin causar desgarro es una característica anatómica que salva a la ofendida de las dudas sobre su virginidad, dictaminó el médico legista. El delito de estupro, vigente para la época, consistía en hacer uso de engaños para lograr un acto sexual con una mujer. Héctor Sánchez fue absuelto el 26 de abril de 1960, ya que él en ningún momento le pidió matrimonio a Sara antes de consumar el acto sexual, y ella, por su parte, tampoco lo había puesto como condición, sino como una garantía en caso de quedar en embarazo. Para los representantes de la justicia, ambos tenían claro que era un arreglo condicional. Después de todo, la inocencia y la credulidad no eran cualidades muy beneficiosas para las mujeres de la época; al contrario, muy a menudo tales virtudes garantizaban la condena pública de la ofendida.

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El otro sueño olímpico Sergio Alzate Estudiante de Periodismo sergio.alzate91@hotmail.com Fotografías: Juan David Tamayo Mejía

P

odría haber empacado otras cosas antes, haber destinado ese espacio para algo más. Pero Juan Fernando Morales sabía que debía llevarse a Brasil, a Río de Janeiro, su edición de Cien años de soledad. La maleta, ante él, abría su boca de ballena y recordó su primer viaje: en el 2006, completamente solo, fue a Buenos Aires como voluntario de los Juegos Suramericanos. Desde entonces, aquel libro, aquellas páginas manoseadas, aquellas esquinas dobladas, son para él un amuleto de buena suerte. Pero ese día, con la perspectiva del viaje, era algo a lo que aferrarse con devoción: cumpliría, al fin, su sueño de estar en los Juegos Olímpicos. “Cuando uno va a cumplir algo que ha esperado toda su vida, todas las escenas son como si corrieran en cámara lenta”, cuenta. Recuerda todo con precisión. Su llegada al aeropuerto, la fila ante el mostrador de la aerolínea, la espera en la sala de abordaje —contaba los minutos, las horas, los kilómetros mentalmente—, la llegada del avión y su camino hasta la panza de la aeronave. Medellín, Panamá. Panamá, Río de Janeiro. En total casi ocho horas de vuelo, “demasiado para alguien a quien no le gusta volar”. Pero era por su sueño. El Sueño, con mayúscula inicial.

Hay quienes esperan cada semestre, con emoción desbordada, las ligas de fútbol. Otros pedalean como espectadores, año a año, el Tour de Francia. Pero para Juan Fernando Morales el mundo se expande y se condensa cada cuatro años: los Olímpicos son su emoción, su vida, su sueño. Uno que cumplió en Brasil, no como deportista, sino como voluntario.

*** Tenía tres años. No tiene recuerdos específicos de esa época, del instante; pero sí una imagen: la llama olímpica galvanizando la pantalla del televisor. Aquel momento se le grabaría por siempre como un designio. Todo lo otro es un túnel oscuro. Pero al final, al otro lado, la llama de los dioses del Olimpo resplandece aún hoy, cuando tiene 31 años. Esperó, sin saberlo, cuatro años más. De Seúl, los Juegos Olímpicos pasaron a Barcelona 92. Casi que podía sentir el salitre del Mediterráneo. Vio los partidos de la Selección Colombia y celebró el momento en que le colgaron a la atleta Ximena Restrepo el bronce. Pero el asunto no pasaba de ser para Juan más que una curiosidad de feria. “Los primeros Juegos que sí viví consciente de la magnitud del deporte, fueron los de Sídney. Desde ahí, cada cuatro años me volví un fanático”, dice. *** La primera semana la pasó en Copacabana, a una cuadra de la playa. Llegó el 8 de julio. Su primer acto en Río fue ir al mar y meterse en el agua hasta las rodillas, sin quitarse la ropa ni los zapatos. El sol iba creciendo en su fuerza, las olas se enredaban en sus piernas como sábanas. “Fue mi forma de sentir que ya había llegado, que era verdad, que todo me sucedía de verdad”, cuenta. Se recorrió la playa de extremo a extremo. Brasil bullía a su alrededor. Caminó, caminó, caminó. La ciudad se vestía de los Juegos. Juan se sintió abrumado, pero feliz. Al terminarse esos primeros días, comenzaron para Juan sus obligaciones como voluntario. Fue por su uniforme, hasta el otro extremo de la ciudad. Una ciudad enorme,

atravesada por moles de concreto y de personas. Una ciudad hecha de ruido y movimiento. Llegó a Cidade do Samba tras más de una hora de recorrido. “El recibir mi acreditación como voluntario fue como recibir mi medalla de oro”, dice. “Mi aporte a todo ese movimiento olímpico era mi voluntariado. Me sentí reconocido, fue algo muy especial”. *** Los Olímpicos regresaban a su lugar de nacimiento: Grecia. Juan Fernando sentía el escozor de los nervios. Decidió presentarse al voluntariado. Pasó todo el proceso, pero económicamente no podía asumir el costo: diez mil dólares que no tenía. Vio cada competencia con la nostalgia de lo que no ha sido: saudade. Sin embargo, como si fuera un atleta, decidió prepararse para su oportunidad futura. Fue voluntario en los Juegos Suramericanos, Buenos Aires 2006 y Medellín 2010. También en los Juegos Panamericanos Guadalajara 2011 y Toronto 2015. Hizo puentes entre delegaciones. Creó lazos con la delegación argentina. Y cuando supo que, tras esos años de espera, se abrían las convocatorias para Río 2016, supo que era su momento. Aplicó y pasó. Ayudaría a la comisión argentina, su vieja conocida. *** Juan no es delgado, tampoco de contextura gruesa. Es lampiño, blanco y demasiado formal en sus maneras, como si no tuviera 31 años, sino más. Es estudiante de sexto semestre de Entrenamiento deportivo, en la Universidad de Antioquia. La vocación profesional no le

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llegó rápidamente, fue un proceso de ensayo y error: primero cinco semestres de Periodismo, luego otros siete de Derecho. De esos años le quedó una crisis vocacional ya superada. El deporte es lo suyo. No solo como espectador, sino también como parte activa: es tirador de la Liga de Esgrima de Bogotá. Solo quien ha vivido las presiones, los miedos, los pesares y las alegrías de un deportista puede entender lo que sucede en una cancha, en una pista, en un ring, en una piscina. Por eso, Brasil fue para él la fuerza de una emoción compartida. Un palpitar conocido y compartido. Ese latir lo sintió por primera vez al recorrer los pasillos de la Villa Olímpica. Corredores como las arterias de un animal dormido. Iba viendo las habitaciones, los bloques de cada delegación. El eco de la ausencia resonaba. Pero cuando empezaron a llegar todos (atletas, jefes de delegación), aquella bestia se despertó. Se hablaba, se reía, se corría, se caminaba, se hacía algo en cada rincón. También, con la gente, vinieron los problemas: baños que no vaciaban, duchas que no bajaban, puertas que no abrían, desperfectos ante los que Juan debía de estar atento. “Yo no me habría imaginado tener que conseguir trapeadoras y escobas porque se nos inundaban las habitaciones”, confiesa. Sin embargo, la experiencia le dejó algo para el futuro: “Hasta de las cosas malas se aprende”. Tomaba nota, avisaba, planeaba una solución de emergencia, momentánea. Sus turnos eran de ocho horas, normalmente de diez de la mañana a seis de la tarde. Al finalizar el día, recorría la Villa o iba a alguna competencia que hubiera. Recorría los escenarios hasta medianoche con su acreditación. Durante el día, compartía con delegaciones cercanas: Cuba, Puerto Rico, Perú, Guatemala, Bielorrusia, Ucrania, Alemania, Bélgica. Hizo buenas migas con asistentes de Barbados, Jordania, Malawi, Irlanda. Era su propio Babel, su propia Piedra de Rosetta. “Allí uno derrumba las fronteras y se da cuenta de que el mundo, nuestro mundo, es algo chiquito y grande al tiempo: una cosa hecha de otras que no imaginamos, pero que, al final, somos todos iguales”, dice. “Por ejemplo, por pura curiosidad hubiese querido hablar con gente de Corea del Norte”, confiesa. “Sé que es medio morboso, pero habría querido. Uno los veía, muy militares, sin poder mirar para ningún lado”. Fue para Juan aprender los lenguajes secretos de las geografías: la frialdad europea, la ceremoniosa distancia de los asiáticos, el exotismo efervescente de los africanos, la cordialidad conocida de Latinoamérica. Pero, entre todas esas características, encontró allí que la competencia todo lo cura. “Es hermoso ver que las diferencias no existen en el deporte: alguien de Israel y Siria hablando; alguien de Ucrania y de Rusia; deportistas de Colombia y Venezuela siendo amigos. Ver al mundo sin mapas es algo espectacular”. *** No pudo ir con el resto de los voluntarios a la clausura. Era un día lluvioso, recuerda. Estaba un poco agripado, rememora. Todo pasa en su mente nuevamente, en su remembranza, en aquel espacio de memoria que jamás se agrietará. Con otros voluntarios, vio la clausura desde la Villa Olímpica. El ambiente era distinto: de final anticipado, pero también de relajación. “Ese día los atletas estaban relajados: los que ganaron, ganaron; los que perdieron, perdieron”, recuerda Juan. Era el final. La llama se apagó alrededor de las once de la noche y, una vez el fuego se convirtió en humo, Juan recorrió la Villa. Había tristeza, había felicidad, había sentimientos parecidos y contradictorios. Caminó entre las fiestas de despedidas de las delegaciones. Recorrió hasta las tres de la mañana el animal que volvía a tumbarse en el suelo para dormir, para vaciar su cuerpo, para quedar nuevamente vacío. Salió a la ciudad. Río era una caricia que impregnada de otro sueño: Tokio 2020. “No sé si seré seleccionado, pero desde ahora me mentalizo en que todo será asombroso, alucinante. Serán unos juegos, me imagino, muy tecnológicos”, dice. Mientras tanto, como un atleta, se preparará en las justas internacionales venideras. Debe de estar en forma: ese es también un Sueño olímpico.


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Obras

Crónica de

un premio

Conocida en Occidente gracias al Premio Nobel de Literatura 2015, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich es la primera de dos galardonados por la Academia Sueca que han agitado el interminable debate sobre los límites entre la literatura y otras artes narrativas. Lo más importante, sin duda, es la oportunidad de conocer la obra de una gran escritora. Andrés Felipe Uribe Vasco Estudiante de Periodismo andres.uribev@udea.edu.co Fotografía: diariodecultura.com.ar

A

cademia Sueca, Källargränd 4, Gamla Stan, Estocolmo, Suecia. 8 octubre 2015. Abre la puerta de la sala, mira y se planta recta frente a las cámaras. Voltea los ojos; es la primera vez que una mujer anuncia el Premio Nobel de Literatura. Sara Danius, pelo corto. Crítica literaria, docente, escritora. Vestido negro, aretes pequeños, esclava en la muñeca derecha. Miembro de la Academia desde 2013 Secretaria permanente desde el primero de junio. Los periodistas esperan en silencio. Ella mira a su lado derecho, afirma y empieza su discurso en lengua sueca. Mientras habla, recorre el auditorio con su mirada. —El Premio Nobel de Literatura 2015 es para la escritora bielorrusa —hace una pequeña pausa y prosigue— Svetlana Alexiévich. Interrumpe su discurso ante los aplausos y algunos gritos de los periodistas: «El Premio Nobel de Literatura 2015 es para la escritora bielorrusa, Svetlana Alexiévich, por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». Repite las mismas palabras en lenguas inglesa, francesa y alemana. *** —¿Quién se ganó el Nobel? —pregunto. —No sé. Espere miro —saca el celular y busca: premio nobel 2015: —Una mujer, es bielorrusa. —¿Cómo se llama? —Svetlana Alex…. No sé cómo se pronuncia el apellido. —¿Y quién es? ¿Qué ha escrito? —Espere leo —mira detenidamente el celular—. Tiene un libro que se llama Voces de Chernóbil, es lo único que se ha traducido en español, hasta ahora. Y es periodista. —¿Periodista? Seguro ha escrito obras literarias, y por eso fue el premio. —No. Según dice acá, su obra ha sido periodística. —Pero es un premio de literatura, no de periodismo. —No sé. Muy raro. *** Svetlana Alexándrovna Alexiévich (Stanislav, Ucrania soviética, Bielorrusia. Periodista y escritora. 31 de mayo de 1948). La primera bielorrusa en ser galardona con el Nobel. La decimocuarta mujer en recibir el de Literatura, sexto Premio en este campo para la lengua rusa. Y la primera obra periodística en ser galardonada con el Premio Nobel. *** —El Premio Nobel de Literatura se lo ganó una periodista —digo. —En serio, ¿por qué? —No sé. Pero es literatura, no periodismo. —No creo que eso sea importante. A fin de cuentas, ¿qué es literatura? *** El Banquete Nobel. Ayuntamiento de Estocolmo. Suecia. 10 diciembre 2015. Trompetas. El desfile va ocupando las miradas del salón. Por las escalas, descienden lentamente la familia real sueca, los miembros de las academias y los laureados. Parejas: hombre y mujer. Quienes no pueden bajar con la ayuda de su compañero son apoyados por los empleados. Con-

versan , señalan y, a medida que se acercan a los invitados, van sonriendo. Las trompetas van acompañando el desfile. El banquete. Hay una mesa principal y doce mesas de un menor tamaño situadas horizontalmente a cada lado; al costado de las escaleras, seis mesas más. Una iluminación fría acompaña toda la ceremonia. Se escuchan los sonidos agudos y brillantes de las trrompetas. Svetlana viste pantalón, camisa y bufanda morada. Aplausos, va caminando al escenario principal ubicado en las escaleras. Una mujer, con vestido negro, banda con los colores de la bandera de Suecia, gorro militar blanco, la anuncia. Svetlana camina hacia el escenario al lado de la traductora. Acomodan el micrófono, se pone sus gafas, empieza el discurso en lengua rusa; cada dos minutos, su traductora lo pronuncia en inglés. “Este premio honra su sufrimiento”: Svetlana Alexiévich. *** “El triunfo de Alexiévich es la victoria no solo de Bielorrusia, sino también de Ucrania y Rusia. La escritora nació en Ucrania, y siempre dice que su lector principal está en Rusia y es parte de la cultura rusa”. Pavel Sheremet, escritor bielorruso. The Washington Post, USA. 8 octubre 2015. “Historias corales que han cruzado la vida de varias generaciones de soviéticos”: Corriere della Sera, Italia. 8 octubre 2015. “Svetlana Alexiévich: Cuando el pueblo habló, a todos nos dio miedo”: El País. España. 11 octubre 2015. *** “Flaubert se llamaba a sí mismo la pluma humana; yo diría que soy un oído humano”. Svetlana Alexiévich, discurso de aceptación del Premio Nobel. No creo que la discusión esté en que Svetlana sea periodista; ese no es el punto álgido. Periodistas también fueron cinco de los seis latinoamericanos galardonados con el Premio Nobel de Literatura. O, por lo menos, ejercieron el periodismo en alguna etapa de su vida. En el periodismo también residieron Faulkner y Hemingway, y obtuvieron el galardón. ¿Qué tanta influencia tuvo el periodismo en las obras de estos autores? El debate está, principalmente, en que la obra de Svetlana es netamente periodística. ¿Por qué, entonces, un galardón literario a su obra? Para contestar, primero debe responderse qué es literatura. *** Jean Paul Sartre relaciona la literatura con la libertad: no hay literatura si no hay una idea de libertad. Cuando alguien escribe, hay siempre una tendencia a liberarse a uno mismo o a su pueblo. Cuando alguien toma esa decisión, quiere transgredir, dejar atrás o cambiar. Nadie toma la pluma para dejar todo igual.

*** Voces de Chernóbil: Crónica del futuro (1997). Abro el libro y miro el índice. Coro de niños, coro de soldados y coro del pueblo. Pienso en la comedia griega. El libro es una composición de voces y, al final de cada capítulo, un coro: voces que cuentan cómo vivieron y viven la tragedia. La organización del libro es lo que más llama mi atención. Al terminar los capítulos, no dejo de pensar en Sófocles: ¿será el periodista un corifeo? *** Cuando un autor gana el Nobel de Literatura, los méritos van más allá de su figura. El premio a Svetlana no solo es un reconocimiento a la lengua rusa y a Bielorrusia, sino al periodismo. Ese viejo oficio que, bajo perfil, escondido entre otros, ha estado presente en muchos de los galardonados. No creo que el problema sea el periodismo. La discusión es la definición amplia y vaga de literatura. El de Svetlana es un Nobel que siempre ha estado ahí. La pequeña línea entre literatura y periodismo. El galardón a Svetlana es solo un punto para que el mundo se fije en lo que el periodismo está creando y está produciendo. Este reconocimiento solo le abre otra posibilidad al periodismo de mostrar su calidad e importancia. *** La guerra no tiene rostro de mujer. La voz, el testimonio y la organización de relatos. Voces y voces. El trabajo de las entrevistas, de los momentos graves, de la recopilación. El prólogo es solo un llamado al periodista y a su labor, ver el otro lado de la historia. El relato no solo muestra la realidad de estas mujeres en la guerra, sino la difícil y la apasionante carrera periodística. Cada una de las reflexiones que acompañan cada capítulo es una pequeña guía para la investigación. ***

*** Svetlana Alexiévich: Espero que el Nobel me proteja contra Putin. El Mundo, España. 17 mayo 2016. *** En Una introducción a la teoría literaria, Terry Eagleton define la literatura a partir de cuatro características: la ficción, el uso específico del lenguaje, la no utilidad y el discurso extremadamente valorado. Estas características también son válidas para textos no literarios. ***

Clase de Teoría Literaria: Narrativa. 2014. —Ustedes piensan que la literatura son solo las grandes novelas, los grandes cuentos. Pero no es así. Literatura también es la letra de una canción, el guion de una película cinematográfica. La verdad, no importa mucho qué es literatura: a ustedes lo que les interesa es estudiar el texto. Para qué saber qué es literatura, el estudioso de literatura quiere estudiar el texto sin importar lo que este sea. —¿Pero cómo vamos a comparar una obra como el Quijote con una canción? —El tema ahí ya no es qué es literatura, sino la calidad. Cuál tiene más calidad, eso ya es otra cosa, pero los dos son literatura y eso no se puede negar.

Academia Sueca, Källargränd 4, Gamla Stan, Estocolmo, Suecia. 13 octubre 2016. Abre la puerta de la sala, mira, se planta recta frente a las cámaras. Sara Danius, falda negra, blusa blanca, cabello corto, aretes pequeños, esclava en la muñeca derecha. Reloj en la mano izquierda, anillo en el dedo medio de la misma. Mira las cámaras fotográficas. Empieza su discurso en lengua sueca, recorre el auditorio con su mirada. Premio Nobel de Literatura 2016: —Bob Dylan —dice. Los periodistas gritan y luego aplauden. Repite sus palabras en inglés, francés y alemán. Se retira. ¿Qué es la literatura?

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


22 Campo colombiano

Profe,

nos robaron

Texto y fotografías: Felipe Ramírez Valencia Periodista pipervalen@gmail.com

N

Una noche del primer fin de semana de abril, desconocidos forzaron la cerradura de la sala de sistemas de la única escuela de la vereda Rivera, ubicada a diez kilómetros del casco urbano de El Carmen de Viboral, y se llevaron todos los equipos que pudieron. Esta es la historia, contada en primera persona, de lo que sucedió el lunes cuando estudiantes y profesores regresaron a clase.

—En las maletas —informé y me retiré hacia la sala primera mano de lo que faltaba— que quedaba enterao faltaban muchos minutos para las ocho de la de profesores. mente prohibido ingresar, tocar los candados o cualquier mañana cuando llegué a la escuela. Me sentí exCasi todos estaban tranquilos: el docente de Inforobjeto en ella, pues aquello hacía parte de la “escena del traño ante la mirada escrutadora de profesores y mática era yo, mis clases serían las principales perjudicacrimen” y cualquier movimiento entorpecería la investiestudiantes, como si el hecho de llevar casi dos años en Rivedas. Pero no solo esas. También las de Español, Filosofía gación que los uniformados hicieran. Vi la decepción en ra no me hubiese convertido, hace rato ya, en parte del paisay Religión: el resto de mi distribución académica. Usaba sus rostros. Y luego me reí internamente por mi discurso je cotidiano. Fui, en mi mente, foráneo por unos segundos. los videobeams para mostrarles a mis estudiantes el mundo forzado. Cada día me parezco más, inconscientemente, a Digo que fue instantáneo porque el profe Jaime no tarque hay más allá de estas increíblemente hermosas pero los profes que tanto critico. dó en sacarme de la incertidumbre, regresarme del anoniaburridas montañas. Fue un pequeño alivio cuando noté que el bafle grande, mato y romper el silencio. Me miró a los ojos y dijo: A ver si deja de perder el tiempo con tanto cine. No lo dijecon el que amplificamos el sonido en las formaciones y que —Profe, nos robaron. ron, pero estoy seguro de que más de un profe lo pensó. servía de apoyo sonoro en las proyecciones de películas, Hubo algo en su voz, por costumbre autoritaria, que Para ellos, el séptimo arte es el embeleco perfecto cuanestaba intacto sobre una de las mesas. Tampoco se llevaron me hizo sentir como si yo fuese el culpable. Me quedé en do no quieren dar clase. Para mí —y Norma Palacio, la la mitad de los cargadores de los portátiles y algunos mouse silencio y lo seguí con la mirada. Noté que la reja roja de antropóloga de la de la U. de A. que también es docente, con entrada USB, lo que me hizo pensar que los ladrones la sala de sistemas estaba abierta y que la aldaba y los dos pero de Sociales—, el aliado ideal, junto a la literatura, iban en moto, porque en un carro nada les habría impedido candados estaban ahí, arrojados en el suelo, muy cerca de para abrir los horizontes de un estudiante. Sobre todo el robar el bafle y meterlo en la parte trasera. Miré las maletas donde había parqueado mi moto. de estos chicos que no tienen nada para ocupar el tiempo vacías y los cuatro pequeños candados, que solían cerrarlas, El candado amarillo —el convencional— estaba libre, más allá de la televisión o de rezar el rosario con sus arrojados sobre las baldosas rojas. abierto. El plateado —que se abría con una llave extrapadres mientras ven el atardecer. Tomé fotos, me fui a tratar de dar clases y les pedí a los esña— yacía sujeto con firmeza de la aldaba doblada, aun—Profe, ¿por qué no prende el GPS y mira en dónde tudiantes que si veían llegar a la policía me llamaran. Por favor. que le faltaba una esquina. Como no pudieron con él, la están los portátiles? ¿Usted no dijo, pues, que si algún estuPrimero llegó una pareja en moto, era de bajo rango. derribaron a martillazos. diante se robaba uno, lo encontraba así? Me interrogó el que llegó conduciendo: Jaime abrió la puerta. Donde solía estar la chapa, había Risas y anotación personal: no volverles a decir menti—¿Qué se llevaron? un agujero redondo, oscuro. Centré mi atención en el único ras, por piadosas que sean. —Veinte portátiles y dos videobeams. rincón de la sala que me interesaba, porque allí ubicábamos —¿Entonces cómo van a ser las clases de Informá—Tienen azotadas a las escuelitas rurales, deben ser los las dos maletas con los veinte portátiles donados por Comtica, profe? mismos —dijo el agente mientras miraba a su compañero. putadores Para Educar. Sí, estaban vacías. —Toca teoría. O ya miraré qué me invento. —¿Acá hay cámaras? Tampoco encontramos los dos videobeams, mis aliados —¿Teoría? ¿Copiar? No, qué pereza. —No. más estratégicos a la hora de dictar clases: hasta ese mo—¿Y celador? mento me costaba darlas de manera tradicional, con dic* —No tenemos aseadora, ahora vamos a tener celador. tados y pizarrón, y el apoyo audiovisual solía ser un respiNunca hemos tenido porque la Gobernación no ha autoriro para los chicos y sobre todo para mí: un Comunicador Ya han pasado tres semanas desde que nos robaron. zado las contrataciones. Social-Periodista egresado de la Universidad de Antioquia, Hace unos días llegó el comentario hasta la sala de profes No me hizo más preguntas y empezó a tomar sus fotos. seccional Oriente, ahora profesor en la Institución Educatide que alguien se metió en una escuela rural de la vereda —Más tarde viene el comandante —dijo. va Rural La Aurora, sede Rivera. Cristo Rey, también en El Carmen, y se llevó, al igual que Luego sacó su radioteléfono y pasó el informe. Cuando —Mire a ver qué vamos a hacer —dijo Jaime. acá, los portátiles. Y luego escuché que hace unos meses, de llegó el comandante, me bastó la única pregunta que me Me sentí extrañamente aludido porque por viejo, sauna de las escuelas digitales de Marinilla, se llevaron unas hizo para confirmar que nunca más en la vida volvería a bio y autoritario, él es uno de los líderes indiscutibles de tabletas que los estudiantes no alcanzaron a estrenar. Suver los portátiles. nuestro pequeño colegio rural, y mi comportamiento, en pongo que seguirán llegando los rumores: somos un blanco —¿Los computadores estaban sobre las mesas o en la últimas, no distaría mucho del de él. demasiado fácil. maletas? —¿Ya llamaron a rectoría? —le respondí. —Profe, esa gente que se robó los portátiles ¿por qué Se supone que el investigador es usted, y si las maletas están for—Sí, pero no contestan. es tan egoísta, no pensaron en nosotros? Nos hicieron un zadas, calcule el resto. Pensé en responderle así, pero, después En ese instante entendí por qué el profe me mostraba daño muy grande —me dice Anyi Tatiana, de octavo. de todo, soy un tipo amable. sus hallazgos de la sala, pues desde hacía pocas semanas era Y es cierto. El daño es enorme yo el encargado de dar las clases porque no le robaron al Estado, sino a de Informática, de sexto a once, los 105 estudiantes de secundaria de la fusionando de a dos grupos: sexto sede Rivera, que eran los usuarios más con séptimo, octavo junto a noasiduos de esos equipos, y a otro cenveno y décimo con once. Esto me tenar más si sumamos a los niños de convertía, automáticamente, en el primaria. Lo que es lamentable porque encargado de la sala y delegado del después de pasar más de un año sin inproblema. Despistado yo. ternet, ya todo estaba listo para restaLlamé a Adriana Sierra, Coorblecer la conexión. Lo primero que les dinadora de la Institución, y como iba a enseñar era a enviar correos elecde costumbre estaba en la sede trónicos. Más del noventa por ciento principal del colegio, a ocho kiaún no sabe hacerlo. lómetros por trocha. Me saludó —Chicos, como ya no hay portátiy, antes de que le diera la noticia les, en la clase de hoy vamos a elaborar sobre el robo, me dijo que ya estalos computadores más creativos que les ba enterada. Me pidió tomar todas permita su imaginación. Nos hacemos las fotos que pudiera y enviarlas al en tríos. Comienzo a revisar veinte migrupo de WhatsApp institucional, nutos antes del final. Quiero que piensen para hacer el denuncio pertinente en las razones por las cuales los equipos y llamar a la policía. están diseñados de esa manera. Pueden Cuando escuché la palabra usar materiales de la sala de reciclaje. “policía”, les dije a los estudiantes —sumamente interesados en enEn muchas familias de la zona, esta generación de estudiantes es la primera que logra culminar sus estudios básicos hasta trar a la sala, para ser testigos de once. De los graduados, varios sueñan con ingresar a la Universidad.

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En lente

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Rótelo Medellín y su área metropolitana lideran la lista de consumo de casi todas las drogas en el país, donde más de 227 mil personas son consumidoras.

Texto y fotografías: Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juandatamayo17@gmail.com

S

e rasca, se saca el cuero, se pega, después se carbura con la candela, y ya, uno aspira el humo como si no hubiera un mañana. Son apenas las 10 de la mañana del 6 de mayo, y Carlos, sentado en una acera al lado del teatro Pablo Tobón, ya tiene los párpados hinchados y los ojos colorados de fumar marihuana. La marcha cannabica, en su novena edición, concentra en la avenida La Playa a cientos de personas que la convierten en un carnaval, en el cual la música, la yerba y demás sustancias, son consumidas ante la mirada atenta de la policía con su código, inútil en esta ocasión, y de algunos transeúntes que pasan rápidamente tosiendo y tratando de no respirar la humareda. El hecho de que una cantidad de personas (incluyendo menores de edad) hayan marchado por una de las principales vías de nuestra ciudad, consumiendo sustancias sicoactivas sin restricciones, es síntoma de la necesidad de generar un debate sobre la pertinencia o no de la legalización del consumo, en una sociedad que no solo es productora, sino, también, consumidora.

En Colombia, la edad de inicio de las mujeres para consumir marihuana es en promedio 17.6 años.

Nota: Las cifras son del último estudio nacional de consumo de sustancias sicoactivas en Colombia, realizado en 2013 por los ministerios de Justicia y Salud y por el Observatorio de Drogas.

El 79% de las personas que dicen haber probado cannabis alguna vez en su vida o son consumidores actuales, son hombres.

Un cigarrillo de cripy, variedad de marihuana, era vendido en la marcha a dos mil pesos. Al mismo precio se ofrecían pastillas de rivotril.

Para armar cigarrillos más grandes, las personas pegan los “cueros” con Pegastic.

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24 Última

Según muchos aficionados al consumo de marihuana, las frutas hacen un excelente filtro y retienen muchas impurezas. Las usan, además, por su bajo costo y la facilidad para acceder a ellas.

Escena de la Novena Marcha Cannabica de Medellín, 6 de mayo. Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

No. 84 Medellín, junio de 2017


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