De la urbe suroeste edición #2

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2 Testimonio

El caso 9620, 31 años después

Fotografías: Manuel Ángel Cañaveral

La memoria de Luis Fernando Lalinde tiene un lugar en Verdún, la vereda de Jardín donde fue torturado y luego desaparecido. Allí habrá un lugar para que su caso no quede en el olvido.

Estos caminos veredales fueron el escenario de las torturas a las que fue sometido Lalinde, otra víctima

Manuela Ángel Cañaveral manu.340@hotmail.com

Una mañana en despedida, partió Lalinde a buscar flores, llevaba un morral de mil colores, para aliviar nuevas heridas”. De esa forma, el grupo musical Pasajeros le rinde homenaje a Luis Fernando Lalinde Lalinde, un joven estudiante de sociología que el 2 de octubre de 1984 salió de su casa, en Medellín, para nunca volver. En esa época, los habitantes de Jardín, un pueblo enclavado en las quebradas montañas del Suroeste antioqueño, trataban de coexistir con un sentimiento de miedo por culpa del rumor de la guerra que empezaba a acercarse. Y en Verdún, a unos 10 kilómetros del casco urbano, el miedo era mayor. La vereda convivía con la guerrilla del EPL, el grupo paramilitar “La Escopeta”, el Ejército y la Policía. En medio de ellos, la sociedad civil. “Hace 30 años estábamos muy tensionados porque sabíamos que había mucha guerrilla por la parte alta de la vereda y en el pueblo —dice Flor, habitante de Verdún—. Como vivíamos en el borde del camino, uno sentía que pasaban, no sabíamos si subían o bajaban, pero se sentían pasos y se vivía un ambiente pesado. Además de que uno sabía que se quedaban en una casa de unos vecinos, ahí cerquita de mi casa, entonces más tensión todavía”. Pero fue el 3 de octubre de ese 1984 el día que cambiaría para siempre la vida en esa vereda. “A eso de las 5:30 de la mañana empezaron a gritarnos y a darles golpes a las puertas y ventanas para

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del drama del conflicto que padeció el Suroeste.

que saliéramos, —comenta Manuel, el esposo de Flor—. De una me vestí, cogí a la niña de la mano y salí a la puerta. Todas las armas nos apuntaban a la cara. Era el Ejército”. Los soldados entraron a la casa, revolcaron sus cosas. Buscaban a un grupo de guerrilleros. “Me obligaron a hacerles el desayuno a todos. Eran muchos, por ahí 40 —agrega Flor—. Yo sentía mucho miedo porque los soldados tenían siempre las armas en las manos y mi familia y yo estábamos en peligro”. Se sentaron en los corredores y alrededor de la casa. Manuel recuerda que conversó con uno de los soldados, le dijo que pese a estar retirado se había unido a ese grupo para cumplir “una misión muy importante”. Después de esas palabras, dice, nunca soltó de la mano a Dora, su hija de cuatro años. “Yo sé a qué huelen los soldados, ese fue para mí un olor nuevo, nunca había visto tantos soldados juntos y ese olor se quedó en mi mente para siempre —relata Dora—. Yo no sé describir ese olor. No sé si es bueno, si es a monte, si es agradable o desagradable, pero todos huelen igual y yo sé a qué huelen”. “Un muchacho que había venido de Medellín” Para entonces la economía campesina de Jardín se basaba en la recolección de café. En ese momento la cosecha era abundante y daba a las familias lo suficiente para vivir. La bonanza había abierto oportunidades de trabajo para miles de personas. Lo mismo ocurría en Verdún, una sociedad campesina y conservadora que, pese a su buen momento económico, enfrentaba un miedo


3 que aún se percibe en las palabras de sus pobladores. “Un vecino de nosotros, muy conversador y querido, un día invitó a ese grupo guerrillero a su casa y, sin pensar que ellos se lo tomarían tan en serio, convirtieron ese lugar en el centro donde se reunían. Allá llegaban médicos desde Medellín a hacerles curaciones —dice Flor—. Ellos diario llegaban ahí. Los corredores eran llenos de esa gente, con armas y encapuchados”. Ese 3 de octubre, cuando los soldados llegaron a la casa de Flor y Manuel, ya habían pasado por las casas vecinas. “Estaban buscando la gente que estaba por ahí, pero ellos ya se habían ido. Había otra persona —continúa Flor—, un muchacho que había venido de Medellín el día anterior a tratar de ayudarlos y a traerles un dinero”. Dice don Manuel que, al parecer, un habitante de la vereda le avisó al Ejército que la guerrilla estaba en una de esas casas. “Ya los dos guerrilleros heridos que estaban en la casa vecina se habían ido y el joven que estaba ahí iba a salir a la carretera central para viajar, pero vio que el Ejército estaba en la vía, entonces se devolvió para salir por otra parte de la vereda y también se encontró con un grupo de soldados”. Ese día la familia se enfrentó a la presión de saber que su casa estaba llena de hombres del Ejército y que, en cualquier momento, podría aparecer la guerrilla e iniciarse un combate con ellos en medio. “Mientras los soldados desayunaban, yo cogí a Dora cargada y me paré en la puerta, cuando vi que apareció una persona alta. Era un hombre de zapatillas de charol muy brillantes, estaba muy elegante. Con un pantalón morado y una camisa estampada del mismo color, por dentro, manga larga, llevaba correa. Subía sin nada en las manos y cuando vio la ley ahí, se sintió indefenso y cruzó los brazos para pasar”. Saludó al pasar frente a la casa. “Dijo ‘buenos días’ — recuerda Flor—. En ese momento yo me estaba entrando para la casa, cuando sentí unos pujidos, como si hubiera una pelea a puños, entonces me asomé y ya lo estaban cogiendo. Al frente de la casa, en un empedrado, había muchas personas, los trabajadores de la finca, unos soldados y había un hombre de ruana, sombrero y cubierto. Resulta que ese era un guerrillero que se había entregado, nos dijeron los soldados. Venía con ellos para reconocer a sus compañeros. Cuando el joven iba a pasar, el encapuchado dijo: ‘Ese es un jefe de la guerrilla, se llama Luis Fernando Lalinde y es un jefe de nosotros’”. A partir de ese momento, todo fue dolor. No solo para las personas que estaban presentes, sino para la familia Lalinde Lalinde. Narra Manuel que cuando lo cogieron, Luis Fernando forcejeó con los soldados y, en medio de la pelea, salió de un arma un disparo que dio en el piso. “Todos nos asustamos mucho y ahí fue cuando empezaron a torturarlo”. “Le amarraron las manos y los pies y mientras unos soldados lo jalaban de las manos, otros lo jalaban de los pies —recuerda Flor—. Luego se lo llevaron para una pesebrera de la casa vecina y, para que hablara, lo amarraron de un árbol y lo subían y lo bajaban mientras le metían mierda de vaca en la boca”. Los soldados iban y venían de la pesebrera. “Ese hombre no canta ni rancheras”, comentó uno de ellos, recuerda Manuel. “Estuvo ahí amarrado mientras le daban golpes —sigue su relato— y a eso de las 10 de la mañana se lo llevaron al frente de la concentración escolar y lo dejaron amarrado de un árbol para que todos vieran”. Ahí estuvo todo el día. En el pueblo recuerdan que luego del calor que hizo en la mañana, en la tarde llovió. Luis Fernando temblaba. “Como a las 6:00 de la tarde fue la última vez que lo vimos, cuando lo desamarraron y lo montaron al camión. Aún estaba vivo, pero muy mal. Nunca volvimos a saber de él.” Desde ese momento, Lalinde fue un desaparecido más de la guerra colombiana pese a que, para la época, el Gobierno de Belisario Betancur estaba llevando a cabo los primeros acercamientos de paz con varios grupos guerrilleros. Algunas de esas organizaciones ilegales, incluida el EPL, se encontraba en cese al fuego para facilitar el proceso. En el caso concreto de esa guerrilla la orden de silenciar las armas se había hecho efectiva desde el 30 de agosto. Sin embargo, desde mediados de septiembre el Batallón Ayacu-

cho del Ejército lanzó una ofensiva que dejó varios guerrilleros heridos en el municipio de Jardín. Fue por eso que Luis Fernando viajó a Verdún. Fue enviado por el Partido Comunista, en el que militaba, en una misión humanitaria con el fin de trasladar a un hospital a las personas lesionadas. “Los soldados también matan” El cuerpo de Luis Fernando Lalinde fue encontrado en 1992 en el Alto de Ventanas, límites entre los departamentos de Antioquia y Caldas. Esto gracias a la labor de su madre, Fabiola Lalinde de Lalinde, que desde el momento de la desaparición, inició una lucha incansable por encontrarlo y para que se hiciera justicia, a pesar de que fue sometida a persecuciones y montajes. Operación Cirirí fue como llamó su insistencia por la verdad en el caso de su hijo Luis Fernando y hace apenas semanas sus archivos fueron incluidos en el Registro Regional del Programa Memoria del Mundo, de la Unesco. Con esos recortes de prensa, mapas y registros sobre el caso, Fabiola logró que el proceso fuera llevado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que en 1987 ordenó al Estado colombiano, en el caso 9620, reparar a las víctimas del hecho. Además, el Consejo de Estado, en sentencia emitida el 27 de septiembre de 2013, condenó a la institucionalidad y, entre otras medidas, ordenó al Ministerio de Defensa la producción de un cortometraje para contar la historia. El pasado 25 de abril de 2015, el Centro Nacional de Memoria Histórica, la familia Lalinde y la comunidad de la vereda se reunieron con el fin de llegar a un acuerdo sobre la reparación y reconstrucción de la memoria de Luis Fernando Lalinde, porque además de su familia, Verdún también se convirtió en víctima del terror. Un salón que lleve su nombre, con murales que muestren árboles y un espacio para libros de memoria histórica hacen parte de esa reparación que pretende nunca olvidar el crimen cometido por el Estado. Víctima no es solo quien sufre físicamente, sino quien por obligación vive experiencias dolorosas para otros. “La ley infringió la ley —concluye Dora—, es decir, los soldados hicieron lo que se supone que solo hacen los grupos al margen de la ley. Esos grupos hacen cosas atroces, pero yo nunca los he visto haciendo eso, yo solo vi a los soldados, y les tenía miedo porque desde eso yo sé que ellos también matan”.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Editorial Comité editorial: Patricia Nieto Nieto, Jorge Alonso Sierra, Luis Carlos Hincapié, Raúl Osorio Vargas, Jaime Andrés Peralta Agudelo, Elvia Elena Acevedo Moreno, Heiner Castañeda Bustamante, Gonzalo Medina Pérez, Natalia Botero Oliver. Dirección: Juan Camilo Jaramillo Acevedo. Dirección edición regional: Juan David Ortiz Franco. Edición y colaboración edición regional: Wilmar Vera Zapata. Redacción: Manuela Ángel, Alejandro Vélez, Johana Saldarriaga, Juan Daniel Rubiano, Juliana Diosa, Julián David Hoyos, Sebastián Cano, Juan José Galeano, Sandra Milena Ríos, Luisa Fernanda Cañas, Gabriel Andrés Ramírez, María Cristina Flórez, Marian Henao, Estefanía Gómez, Marcela Arango, Sara Estupiñán, Carolina Agudelo, Cristian Hoyos. Diseño: Cristina Montoya Ramírez. Fotografía: Alejandro Vélez, Juan Daniel Rubiano, Juliana Diosa, Julián David Hoyos, Daniel Suárez, Adrián Ríos, Sandra Milena Ríos, Luisa Fernanda Cañas, Gabriel Andrés Ramírez, María Cristina Flórez, Indeportes Antioquia, Manuela Ángel, EcoFénix. Caricatura: Daniela Valbuena Infográfico: Cristina Montoya Ramírez. Portada: Juliana Diosa. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 2.500 ejemplares. Director TV: Jorge Alonso Sierra. Director Radio: Luis Carlos Hincapié. Director Digital: Wálter Arias. Director Especiales: David Santos Gómez. Universidad de Antioquia. Rector: Mauricio Alviar Ramírez. Decano Facultad de Comunicaciones: David Hernández García. Jefa Departamento de Comunicación Social: Deisy García Franco. Coordinador a de Regionalización Facultad de Comunicaciones: Diana Marcela Taborda Cardona. Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia.

Universidad de Antioquia, Bloque 12, oficina 122. delaurbe.udea.edu.co, delaurbe@comunicaciones.udea.net.co, delau.prensa@gmail.com, www.facebook.com/sistemadelaurbe, www.twitter.com/delaurbe Teléfono: 219 59 12 FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria-Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia

Número 2 Regiones Diciembre de 2015

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Las preguntas que aún deja la Operación Tapartó H

ace 22 años decenas de familias andinas lamentaban la pérdida de sus familiares en la avalancha del Río Tapartó. Ese dolor colectivo por una tragedia natural aún permanece en la memoria de muchos y parece una huella difícil de superar. Fue otro escenario y por motivos diferentes, pero el pasado primero de octubre muchas lágrimas volvieron a correr. De nuevo, Andes enfrentó el dolor colectivo de las familias desintegradas. De ver partir, esta vez esposados, a sus hijos, nietos, padres, hermanos y amigos. Fueron 57 capturados en un megaoperativo contra el narcotráfico que, por una parte, es doloroso para muchos por la cercanía de los involucrados, pero, por otra, pone en evidencia que el problema del expendio de drogas en el municipio, ligado a otros fenómenos delictivos, ha seguido ganando espacio y ha tomado dimensiones que no son fáciles de calcular. Pero a la ausencia de esas personas, difícil de digerir sobre todo para sus familias, se suma el hecho de que, pese al número de capturados, que parece excesivo para un municipio como Andes, el expendio de drogas y el control ilegal en algunos sectores siguen tan vigente como antes. ¿Un infiltrado de la Policía disfrazado de indigente?, ¿por dónde entraron?, ¿a éste también se lo llevaron? Lo sucedido se ha quedado en lo anecdótico del operativo, pero parece no haber conducido a los habitantes de Andes a formularse las preguntas que una situación como esta debería generar: ¿Qué ha llevado a esas personas —la mayoría jóvenes— a hacer parte de una red criminal tan compleja?, ¿por qué los agentes que llegaron desde Medellín a hacer el operativo encerraron en la estación a los policías locales?,

¿acaso existen nexos entre algunas autoridades y los traficantes?, ¿cómo puede reaccionar una localidad que sigue creciendo ante una dinámica criminal que parece más propia de una ciudad? Más allá de los reclamos sobre la inocencia de algunos de los capturados —que según algunos se han formulado con justa razón—, y del drama que representa para una comunidad entera ver tras las rejas a tantos de los suyos, vale la pena que no solo las autoridades sino el pueblo entero se pregunte cómo evitar que situaciones como ésta se repitan. No para que las acciones de quienes insisten en delinquir queden impunes, sino para que los jóvenes dejen de ser carne de cañón de los grupos armados y los más pequeños no tengan que crecer viendo en una celda a esos mayores que han sido sus referentes. Otra pregunta que queda en el aire es por qué Andes y muchos otros municipios del Suroeste se han transformado en lugares tan valiosos para el millonario negocio de las drogas, que es controlado por estructuras que tienen alcances mucho mayores que el de las pequeñas “bandas” de pueblo. En el fondo, la respuesta está en la ley de la oferta y la demanda y, en ese sentido, también es necesario preguntarse por la dinámica del consumo y por cómo enfrentar un problema global que ahora tiene graves consecuencias en lo local. Lo cierto es que mientras no se haga un diagnóstico serio de lo que pasa en la región será difícil tomar medidas que deben ser integrales y no limitarse solo al aumento del pie de fuerza. Ese es el primer paso para evitar que las avalanchas del narcotráfico y la ilegalidad sigan arrasando con muchos sueños.

Opinión

El sancocho sigue llevando de la misma carne Marcela Arango Durango marcearangoipuc@gmail.com

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uando se llega a vivir a un nuevo sitio siempre se crean expectativas. A mí, amante de la política, de una tierra caribe como el Golfo de Urabá, donde el ambiente electoral es así como el lugar (enérgico, explosivo y bastante costero), llegar a Andes y en época de elecciones me tenía con cosquillas. Creía que acá la cosa política tal vez sería menos activa, –la relacionaba directamente con el clima–, pero me llevé una gran sorpresa. Por eso los estereotipos a veces no son tan buenos aliados. Me di de bruces contra la realidad al ver que el contexto electoral es bastante candente, pero lo más interesante no es tanto lo briosas que son las campañas, sino lo tradicional de la contienda. Aún me parece estar viendo libros de historia donde el partido Liberal y el Conservador se disputaban el poder sin lugar a otras alternativas. Eso no quiere decir que en Andes la política esté teñida de sangre o que se sienta la tensión de aquellos años cuando se mataba por pertenecer a un partido. Pero lo cierto es que desde 1988, cuando se implementó la elección de alcaldes por voto popular, Andes ha tenido 10 gobiernos y nueve alcaldes (uno de ellos repitió) y solo dos de ellos –serán tres con el alcalde electo– han pertenecido a movimientos políticos diferentes a los tradicionales. Esas tres excepciones, sin embargo, aunque no lleven las banderas liberales o conservadoras, son fieles representantes de la política tradicional: uno de Colombia Democrática, el partido que avaló la primera candidatura presidencial de Álvaro Uribe Vélez; otro de Alas Equipo Colombia, la facción del conservatismo que lideraba el

exgobernador Luis Alfredo Ramos; y ahora llega al Palacio Municipal el Partido de la U, una colectividad que, en últimas reúne políticos tradicionales de diferentes colores. Pero si la cuenta se ciñe a los orígenes, es preciso decir que la supremacía la tiene el partido Conservador. El poder durante 18 años de la historia democrática reciente de Andes, desde que sus alcaldes son elegidos en las urnas, le ha pertenecido a los ‘godos’ o, por lo menos, a quienes en algún momento lo fueron y guardan su carné del partido bajo el colchón. Y como de tradiciones se trata, la llegada a la Alcaldía del ingeniero John Jairo Mejía significa el arribo al máximo cargo del municipio de la tradicional familia Mejía, reconocida por el poder económico que ha amasado con sus negocios. Si bien el nuevo mandatario lleva ese apellido, su vínculo con ese clan no es por cuenta propia sino por su esposa, la exsecretaria de Gobierno María Eugenia Mejía. Además, cuenta con el apoyo del exalcalde y actual representante a la Cámara, Juan Felipe Lemos, otro tradicional político andino. Pero más allá de preguntarse por las lealtades, las tradiciones políticas o el dominio histórico de los partidos es claro que lo que esperan los andinos es soluciones para los problemas que enfrentan a diario: el microtráfico, el crecimiento desmedido de un pueblo venido a ciudad, la remodelación del parque principal y el avance de otras obras de infraestructura…, en fi n, recomponer la fe de la gente en que la política, más allá de los colores, puede aportar algo para mejorar su calidad de vida.


5 Caricatura

El manto de la doble moral

“Yo estoy de acuerdo con la adopción gay, pero ¿si el niño crece con esas mismas maricaditas, qué?” Esta es la opinión de muchos colombianos. La típica doble moral. En pleno siglo XXI aún hay personas ahogadas en las “buenas costumbres” y bañadas por el manto sagrado de las religiones y los cultos que ven con malos ojos a las parejas homosexuales. Sin embargo, son cerca de 80.000 los niños que están esperando ser adoptados y tener una familia, más allá de si ella responde al canon normativo de hombre y mujer. Además, el contraste de las 77 familias colombianas y las 3.506 extranjeras que están registradas en la lista de espera de adopción del Icbf demuestra por qué la forma de entender la adopción en Colombia debe cambiar. Ese proceso ya empezó con la decisión de la Corte Constitucional que permite la adopción por parte de cualquier persona que demuestre idoneidad sin importar sus preferencias sexuales. Ahora lo que importará es el bienestar de esos pequeños que en algún momento fueron abandonados, curiosamente, por padres heterosexuales.

La heridas que dejó la campaña

Opinión

Una reina en medio de la pobreza Luisa Fernanda Cañas Urrego luisafernandacanasurrego@gmail.com

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aban pasos firmes y seguros con tacones de 13 centímetros. En medio de jurados y espectadores fijaban su mirada en una pasarela impecable. El cuerpo esbelto de las candidatas, su cabello bien arreglado y una sonrisa amable eran el centro de atención. Era 1934, el Reinado Nacional de Belleza coronaba a su primera soberana, Yolanda Emiliani Román, una cartagenera de 19 años que llevó el título de reina hasta 1947. Hoy, 81 años después, ese concurso sigue vigente. Hace pocos días, el 16 de noviembre, presenciamos los colombianos cómo Andrea Tovar, de 23 años, y oriunda del departamento de Chocó, se quedaba con la corona de Señorita Colombia 2015. Segunda vez que este departamento tiene una reina. Sin embargo, esa corona poco le deja a un departamento que se desangra por la minería ilegal, por la guerra que libran por el territorio guerrillas y paramilitares. Tampoco sirve para que su gente tenga vivienda digna o un sistema de salud que les permita a más chocoanos llegar a la mayoría de edad. Ni qué decir de la educación. Esos factores son apenas unos pocos ejemplos de la pobreza que vive un departamento olvidado por el Estado. 4 de 10 personas en ese departamento no

saben leer ni escribir, lo que les impide tener un empleo formal. Saber hacerlo tampoco es una garantía, porque son pocas las oportunidades que tienen para insertarse en el mercado laboral. Los pocos centros de salud aceptables se concentran en Quibdó, la capital, sin embargo, solo alcanzan máximo el segundo nivel de complejidad y en muchos casos los enfermos deben ser trasladados a otros lugares para recibir la atención que requieren. Otra de las problemáticas que afronta el departamento chocoano, pese a la belleza de sus mujeres y a sus riquezas culturales, es la explotación minería desaforada que acaba con el agua de los ríos y de paso con la supervivencia económica de la población que vive de la pesca. Alrededor de los problemas ambientales también se encuentra la disputa de los grupos armados que dominan buena parte del negocio. Con su color de piel, que refleja todas estas problemáticas sociales, la reina chocoana dice que “considera fundamental que todos los civiles entiendan y comprendan la importancia de respetar y tolerar las ideas de los demás, lo que conlleve a la inclusión”. Ojalá esa frase y la exposición que representa tener reina sirviera para que, más allá de voltear la mirada hacia ese departamento, se encontraran soluciones efectivas para sus problemas pensando en el ideal de que la próxima vez no haya que decir que una chocona es reina en medio de la exclusión y la pobreza.

Las campañas para las elecciones de octubre en Andes, como en casi cualquier municipio del país, no escaparon al ataque violento entre candidatos. John Jairo Mejía y Álvaro Pareja, con sus padrinos Juan Felipe Lemos y Horacio Gallón, respectivamente, emprendieron una campaña controvertida, tal vez sucia. Ataques por redes sociales, acusaciones tan graves como que uno de los candidatos era buscado por la Interpol y agresiones verbales entre los padrinos porque son enemigos número uno desde que fueron contrincantes para la Alcaldía. Una campaña que dejó enemigos, sinsabores y un ambiente que ojalá Mejía, el ganador, logre recomponer por el bienestar de Andes.

De safari por la vía alterna

Entre piscinas de lodo, balcones de tierra, piedras y arenilla, escalas de tierra y pavimento, vacas, caballos y hasta chivos. Así les toca viajar a aquellos que toman la vía Bolombolo-Venecia-Camilo Cé para llegar a Medellín o viceversa, luego del derrumbe que ha mantenido la vía por Amagá con restricciones desde principios de noviembre. Aunque en Antioquia no se pierde un peso, no se sabe qué pasó con los $1.150 millones que se destinaron en 2013 para el reparcheo de la vía, que estaría terminada a más tardar en mayo de ese mismo año. La plata debe estar muy bien guardada en la caja fuerte, ¿de quién?, no se sabe, pero bajo llave, seguro. Y eso que, se supone, es el camino al Cerro Tusa, uno de los grandes atractivos turísticos del Suroeste. Ojalá el paso obligado por esa vía que los viajeros han tenido que padecer durante semanas les recuerde a las autoridades que tienen una tarea pendiente.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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6 Informe

s o i d e m e d a z n La alia e t s e o r u S l a a t n que cue Fotografía: Carlos Quintero

Alejandro Vélez Posada lejovelez18@gmail.com

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os canales comunitarios en Colombia han tomado fuerza con el paso de los años, pero al tiempo han tenido que transformarse y muchos de ellos sufren dificultades para subsistir. En el Suroeste antioqueño, la experiencia ha sido significativa pues, desde 2010, los sistemas de televisión comunitaria se asociaron para fortalecerse y crear una coalición de medios subregionales. Los representantes legales de los sistemas comunitarios de Amagá, Andes, Ciudad Bolívar y Urrao iniciaron lo que hoy es Redesur. Su nacimiento se dio inicialmente para fortalecer los procesos legales y audiovisuales de algunos sistemas que presentaban falencias, a su vez por la inconformidad con el apoyo ofrecido por la Cooperativa Multiactiva de Televisión Comunitaria (Comutv), entidad creada en 2002 para darle la mano a los canales comunitarios y hacerlos competitivos frente a la televisión por suscripción. Redesur, a lo largo de sus cinco años y gracias a la participación activa de los diferentes canales asociados, ha realizado producciones audiovisuales que dejan entrever la capacidad técnica y humana que hay en la región. “Es importante que haya una alianza entre los medios comunitarios porque esto les permite lograr un posicionamiento en la región y el departamento, además de tener una mejor cobertura y sobre todo generar contenidos que demuestren lo que sucede en esta zona del departamento”, argumenta Zammy Alejandro Higuita, director de Redesur Noticias. Si bien los directivos y realizadores afirman que la red es una estrategia positiva, hay aspectos que se deben analizar con calma. Según Higuita, la normatividad que en Colombia rige a los medios comunitarios los limita para prestar algunos servicios comerciales que podrían ser de mayor interés para sus usuarios. Eso, según el director del informativo, los pone en desventaja con respecto a los cableoperadores. Sin embargo, productos como el noticiero semanal Redesur Noticias, que se realiza desde 2012, han posicionado la alianza. “Desde nuestro informativo le apostamos a contar la región a partir la realidad social y dejamos a un lado el amarillismo. Creo que con esta apuesta logramos fomentar la cultura porque estamos demostrando que en la región hay capacidades y mucho talento”, menciona el director del informativo. El reto más grande para 2015 fue el cubrimiento de los XXXVIII Juegos Deportivos Departamentales Indeportes Antioquia. Fueron 12 días en los cuales 30 personas se encargaron de llevar una señal de entre siete u ocho horas diarias vía internet. Con el cubrimiento informativo y la trasmisión de varios partidos demostraron que los canales comunitarios pueden realizar un trabajo de igual o mejor calidad que los medios nacionales o regionales. Los comenta-

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Muchos de los integrantes de los canales comunitarios del Suroeste son estudiantes que aprovechan

esos espacios para ganar experiencia.

Hace cinco años cuatro canales comunitarios del Suroeste decidieron asociarse para conformar una red. Hoy son siete y enfrentan los retos que se han impuesto para la televisión comunitaria. rios, reproducciones y la cantidad de usuarios que accedieron al canal de YouTube dan fe de lo importante que fue Redesur para el desarrollo y difusión de los juegos. Jóvenes, inclusión y empirismo Para los jóvenes participantes de los procesos en los sistemas comunitarios de la subregión es importante que se les abran las puertas y se les posibilite adquirir experiencia. Si bien son apasionados por los medios, quieren experimentar, aprender y dejarlo todo en su tierra, para después abrirle paso a retos más grandes. “Tengo que agradecer todo lo que soy a mi canal, desde que llegué a Aupur mi vida cambió considerablemente, yo solía ser un chico callado y tímido pero mis ganas de hacer televisión me llevaron a tocar las puertas del canal comunitario. Estando aquí me abrí paso a una vida sociable y, sobre todo, a la vida en televisión, que estoy seguro quererla para el resto de mis días”, menciona Juan Carlos Holguín, presentador y realizador del canal comunitario de Urrao. Sin embargo, y aunque los jóvenes destacan la experiencia y la oportunidad de hacer televisión en sus municipios, la mayoría coincide en que su labor no es bien remunerada; dicen hacer de todo en los canales y no recibir el pago que para ellos sería justo. Redesur y la TV por suscripción Debido a que los cableoperadores pueden ofrecer mejores servicios y más señales codificadas, muchos sistemas de televisión comunitaria en toda Colombia han cambiado su razón social para convertirse en televisión por suscripción. Pero esa migración tiene implicaciones frente al carácter comunitario de los medios. Mucho más si se tiene en cuenta que quienes venden las licencias son cableoperado-

res de grandes empresas y existen limitaciones en cuanto a la participación de los comunitarios. “Nos negamos a cambiar nuestro sistema de televisión comunitario a la televisión por suscripción, pues perderíamos tantos años de lucha y esfuerzo. La Ley 182 de Televisión nos cobija y protege”, dice Adriana María Acevedo, gerente de Aupan, el canal comunitario de Andes, uno de los sistemas más grandes del Suroeste. Y eso se suma la Resolución 433 de 2013, emitida por la Autoridad Nacional de Televisión, que impuso una serie de regulaciones que, a juicio de los voceros de algunos canales, hacen inviable su continuidad. Según dicen, la norma les resta capacidad de maniobra frente a las exigencias tecnológicas, de inversión en infraestructura y contenidos que demanda el mercado. Por ello, realizadores como Zammy Alejandro Higuita afirman que los canales no deberían seguirse resistiendo al cambio: “Una de las mejores alternativas hoy en día y teniendo en cuenta que se debe ser competitivo es hacer la migración. Yo le recomendaría a Redesur que utilice la asociación y compren una licencia de televisión por suscripción y así fortalecer los sistemas y la televisión en el Suroeste. Si no se es competitivo, difícilmente los sistemas se mantendrían firmes como hasta ahora”. Lo cierto es que los medios comunitarios tienen el reto de adaptarse a las nuevas alternativas que trae consigo la tecnología. Además, deben enfrentar la discusión por la tendencia cada vez mayor de migrar a la televisión por suscripción. Mientras tanto, los televidentes esperan que los avances en calidad continúen para que, cada vez, puedan recibir un mejor servicio y que en esa pantalla chica puedan ver el mundo y, por supuesto, se vean ellos mismos.


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Cosecha

de hombres en los burdeles del Suroeste Fotografías:Juan Daniel Rubiano

La abundancia que acompaña la cosecha cafetera llena los prostíbulos de clientes. Son tiempos de amor a cambio de un jornal. Con la cosecha, los jornaleros buscan en cuerpos comprados una oportunidad de desfogue. Para ellas, un trabajo duro pero rentable.

Johana Saldarriaga jo-ha7@hotmail.com Juan Daniel Rubiano danielrubiano01@hotmail.com

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os días en que el amor de Tatiana empezó a medirse en pesos empezaron en las tierras del café. Es la mayor de ocho hermanos, desplazada a sus cinco años del Urabá antioqueño y oriunda de Medellín. Sus ojos, medianamente claros, una risa que envuelve a la distancia y un cuerpo que aún conserva los vestigios de la juventud, acompañan sus noches de cada fin de semana en burdeles del Suroeste antioqueño. Tatiana da forma a su sonrisa cuando recuerda que el lote de su primer hogar costó $800 mil pesos en un barrio de la comuna 13 de Medellín y que, entre tablas y plásticos, comprendió el amor de familia. A sus ocho años vivía entre la necesidad mitigada por la aguapanela y el transcurrir normal de la niñez. Pero luego llegó una invitación de una prima. Se prostituyó y se enamoró por primera vez en Ciudad Bolívar, a sus 17 años. Entre lágrimas y arrepentimiento pasó la primera noche de trabajo, Y luego, muy pronto, un embarazo, producto del amor de burdel, la hizo madre a los 18. Tatiana es una de muchas mujeres que llegan desde Medellín y otros municipios a trabajar en los prostíbulos del Suroeste, sobre todo, en época de cosecha. Para la prostitución, el fin de año es sinónimo de dinero. “Hay tiempos buenos como tiempos malos —dice ella—. De enero a junio casi no vienen mujeres, pero cuando hay café y hay fiestas uno llama al patrón y hasta nos pagan los pasajes”. Trabajar duro un buen fin de semana le puede dejar entre $200 mil y $500 mil pesos. Eso, cuenta Tatiana, le permite estar tranquila con los suyos y, por ocho o más días, alejarse del agite que demanda su oficio. *** Billetes con olor a tierra, caricias que saben a café y atuendos propios del campo invaden cada ocho días, de viernes a domingo, los prostíbulos del Suroeste de Antioquia. La búsqueda de un amor efímero en los burdeles es una fuente productiva de trabajo en los tiempos de cosecha y las madres que también son prostitutas encuentran en las entre las piernas de los campesinos, una manera de sobrevivir, dar de comer a los suyos y esperar una vida mejor. “Llegamos, nos dan la pieza, nos mandan a comer, uno se arregla y sale al negocio”, cuenta Tatiana con el recuerdo intacto de la rutina en sus ojos. 12 escalones separan la tierra del bar El Ganadero y entre enjalmas, materos y avíos, los montañeros se ven cautivados por los encantos de mujeres que logran dar rienda suelta a la pasión, la diversión y lujuria que los aleja por unos minutos de la costumbre del trabajo. Los piropos adornados de amor ficticio que reciben las 20 prostitutas de El Ganadero expresan un deseo carnal que desahogan cada ocho días los hombres del campo. También ayudan a identificar a un buen cliente.“Mami, ¿qué vas a tomar?”, “déjame hacer esto y te doy más”. Ese, el que no tiene miedo de gastar, es el amante ideal, “el marrano de la noche”. Pero la abundancia de la cosecha no solo se refiere a la cantidad de dinero que circula

gracias al café, sino también a los forasteros que llegan y derrochan su jornal como si los tiempos de bonanza perduraran. Luego se acaba la plata y se quedan con las ganas. Es el caso de los recolectores que llegan borrachos y con la intención de mirar los cuerpos que no pueden comprar. Les dicen “los machuchos”, son el dolor de cabeza de los bares y objeto de toda la indiferencia de aquellas mujeres que venden su cuerpo, ponen precio a sus caricias, transan pasiones pero no regalan su amor. *** Tatiana dice que lleva la prostitución en la sangre, su madre también la ejerció, pero hoy es su ejemplo de lucha. Decidió buscar otras formas de ingreso después de su nacimiento. Pero no para todas las mujeres que viven de la mal llamada “vida fácil” es fácil abandonar su única forma de conseguir dinero para sobrevivir y cumplir algunos de los sueños que se les han escapado desde la infancia. Ella está cursando séptimo de bachillerato y anhela ser enfermera profesional. Durante la semana, se esmera por ser el ejemplo de sus hermanos menores. Sin embargo, su hermana de 18 años hoy repite la historia de un embarazo de cabaret: promesas de eternidad y palabras que conmueven el corazón de una prostituta joven que aún cree en el verdadero amor. Su hermana es el espejo de lo que Tatiana ya vivió. Esperanzada por un embarazo y las palabras de un hombre enamorado, vio la posibilidad de dejar los burdeles para comenzar una vida en que su familia fuera la prioridad. Pero luego de vivir en casa de sus suegros y sentir el irrespeto de un hombre enviciado por las mujeres y el desorden, se dio cuenta que la prostitución se aferró a sus necesidades. Entonces regresó. *** Mantener la cordura es una prioridad para las prostitutas. Y para muchas de ellas, mantenerse atentas y firmes no sería posible sin el alcohol y las drogas que abundan en los burdeles. El aguardiente y la marihuana son el placebo que consume Tatiana para mantener la calma a lo largo de sus noches, y aunque la alegría puede ser tan falsa como su nombre, es mayor la necesidad de atenuar el duro ambiente laboral. Ese que muchos llaman “el camino fácil” implica desgastes y horarios extensos. Aunque algunas cumplen la rutina y están disponibles todos los fines de semana, Tatiana dice que prefiere alargar el tiempo junto a su familia mientras el dinero le alcance. Es que no es un misterio que para ella –y otras tantas- aceptar la invitación a una pieza del bar le produce más fastidio que placer. “Llegan hombres que quieren ponerse las tangas de uno o manes que con solo ver los dedos de los pies se vienen”, dice ella con una expresión tan inocente como la de una niña que no puede ocultar su cruda verdad. Pero ha aprendido a manejar los abusos, a esconder las emociones. “Mi amor, yo vendo mi cuerpo mas no mi boca”, le responde a un cliente mientras evita que un beso descarado le deje un mal sabor en los labios. Y es que desde esa invitación que recibió a los 16 años tiene un largo camino recorrido entre bares, colchones y hombres; amores que dijeron ser verdaderos y se marcharon, trabajo nocturno y hombres que compran momentos. Pero esa misma invitación también le dejó una hija que ya tiene cuatro años y que es, ahora, su impulso para dejar su trabajo de fin de semana. Por ahora, Tatiana se ocupa de que nunca sepa de su otra vida. Esa es una imagen constante que se repite en los pensamientos de una joven que estudia, es madre y vende pedazos de amor que tienen mucha más demanda cuando abunda el café.

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Fotografías: Adrián Ríos

8 Crónica

La Casa conserva las historias de cientos de personas excluidas por la ‘normalidad’ del resto de la sociedad.

Los mundos

que viven en La Casa

La Casa de la Esperanza reúne en Andes a los rechazados por los patrones del orden, por la clean image y la normalidad. Para conocer el ritmo de ese lugar y de sus habitantes hay que despojarse de prejuicios

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Adrián Ríos Olaya adrianri777@gmail.com

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na puerta de madera se abre para recibirte y alguien con un cuaderno toma constancia de tus nombres y apellidos. De repente, sientes un olor de lo viejo, de lo memorable y te preguntas por las cientos de historias que han transitado esta casa. No lo niegues. Sientes un poco de miedo y el corazón se acelera, te alejas de las personas, buscas una pared para recostarte y permanecer distante de los demás. Te asustan las rejas, porque piensas que todo está cubierto y que no hay salida sin previa autorización. Algunos se acercan y te saludan. Te miran intrigados, con sorpresa; eres un extraño para ellos, al igual que ellos lo son para ti. Poco a poco comprendes el ritmo de La Casa y de quienes la habitan: dejas atrás el miedo y la incertidumbre, y comienzas a salir de la burbuja de protección en la que estabas. Los sientes tan tuyos como cualquier familiar lejano, olvidas tus problemas y no te interesa lo estúpido que puedas sentirte, porque a ellos eso no les importa. Fundación A mediados de 1984, Gabriel Velásquez Montoya empezó a recoger en el municipio de Andes personas con enfermedades mentales, que entonces eran insultadas y agredidas en las calles del pueblo. Por ello, decidió instalarlos en una casa propiedad de su familia. Sin embargo, ese lugar no mejoró la calidad de vida de los enfermos, ya que estaban la mayor parte del día en celdas separadas y les practicaban terapia con choques eléctricos.


9 A comienzos de 1990 Gabriel decidió reubicarlos en otro lugar con mejor infraestructura. Fue así como realizó una “marcha del ladrillo” para construir lo que hoy se conoce como Casa de la Esperanza. Fue así como un grupo de personas sensibles al tema decidieron unirse para ayudar a los habitantes de ese nuevo hogar que, para entonces, no estaban afiliados a entidades de salud y, menos, podían contar con las revisiones de un psiquiatra. Con la llegada de enfermeras, cocineras y la creación de una junta directiva, poco a poco ese lugar empezó a ofrecer a los enfermos una mejor calidad de vida. Con las puertas abiertas La Casa de la Esperanza ha sido un hogar acogedor para individuos con problemas mentales. Ha tenido sus puertas abiertas para seres abandonados por sus familiares, que han quedado a la merced de noches frías, de días sin comer y de una sociedad indiferente y egoísta en sus patrones del orden, de la clean image y la normalidad. Todos los que habitan La Casa de la Esperanza conforman una gran familia de poco más de 40 personas, entre empleados y huéspedes. Mariela Bolívar, presidenta de la junta directiva, recuerda, sin embargo, el día en que el sacerdote de la parroquia de Nuestra Señora de las Mercedes celebraba las honras fúnebres de Sonia, una de las huéspedes. Ese día, sus familiares aparecieron en la iglesia, tal vez a pedirle perdón y arrodillarse junto a su ataúd; a llorarla un rato y recordarla ese día, porque mañana estaría de nuevo instalada donde siempre: en el olvido. A Mariela le arrancaron un pedazo del alma. Con su dolor y la rabia que sentía dijo unas palabras en el altar: “Tu familia, Sonia, fuimos nosotros”. ¿Quién es Daniel? Daniel no es Daniel. Siempre le dicen Daniel, pero no es su nombre. Se llama Luis Norberto Cortés, tiene alrededor de 30 años y vive en un cuarto que por lo estrecho y oscuro, parece una celda. Vive solo. Es de los pocos que vive así, porque generalmente las habitaciones albergan entre cuatro y cinco personas. Vive solo porque tiende a ser a veces agresivo y puede lastimar a otrs de los habitantes de La Casa. Su cuarto queda en el primer piso, donde hay otras habitaciones, así como la zona de lavado y un patio a donde sale a recibir la silenciosa caricia del sol y abarcar con su mirada las inmóviles montañas y las variadas nubes. Cortés posee una mirada vigilante; en ocasiones suspendida en el aire, en una nube cósmica que lo lleva a un viaje de largo recorrido. Su rostro se ve por una pequeña abertura en la puerta de su habitación, custodiada de barrotes amarillos y una lámina roja. Siempre estira su mano para saludar una y otra vez, una y otra vez, y de repente su voz se filtra por la abertura de la puerta pidiendo unos cigarrillos, porque, a veces, así es la vida: hay que darle una calada honda y profunda para sentirla. “Me perdona. Me regala un cigarrillo. ¿Usted sí me quiere? ¿Me saca pa´fuera?”, son las palabras que repite en ocasiones. De la nada se escucha una vocecita entonando una canción del mexicano Juan Gabriel Me gusta cantar y cantar, y hacer canciones que hablen de amor, para enamorados, tristes y alegres, que hablen siempre con la verdad. Yo amo y estoy y estoy y estoy muy enamorado y soy feliz; aunque estoy triste busco la manera de sonreír; por eso canta, canta, canta, que a mí me gusta cantar contigo... El diagnóstico de Cortés es esquizofrenia paranoide, para evitar los efectos negativos que ocasiona en su comportamiento, medicamentos como el ácido valpróico, la clozapina, y la risperidona le ayudan a soportar los aturdimientos y confusiones en los días en que no es más que un cuerpo vacío. Pastillas y algo más Todos los días son días de pastillas para Cortés, Gabriel, Ovidio y los demás habitantes de La Casa. Medicamentos como la sertralina, el biperideno, el haloperidol, el carbonato de litio y el ácido valpróico intentan controlar ese trastorno mental que da saltos de un lado a otro, queriendo descontrolar lo humano y deshacer la conciencia. A pesar de permanecer medicados, los habitantes de La Casa no han perdido la cordialidad y el respeto por el otro; la sonrisa en sus rostros dan la bienvenida a su hogar, a su casa; muestran que ellos no están “locos”, como muchos dicen; son incomprendidos: incomprendidos por la sociedad y su imagen de la perfección, de lo admitido y lo normal. Los habitantes de La Casa solo quieren un poco de amor, de besos en la mejilla y abrazos asfixiantes; sólo quieren un saludo, una mirada agradable con destellos iridiscentes, sólo quieren que les digas ¡te quiero!, cómo va todo, qué tal el día, ¿Una foto? Buscan ser normales y aceptados. Mientras tanto personas como Álvaro, Alejandra, Oliva, Lucía, Sara, Aleyda y otros más, siguen al pie de este barco que en ocasiones parece naufragar en un mar de dudas, desaciertos y dificultades económicas; que por motivos extraños retoma el rumbo y recobra el sentido para seguir navegando por océanos. Cortés sigue cantando su canción. ¿Cuál canción? La de siempre y por un momento la vida parece tener sentido, con o sin pastillas, con amor o sin amor...

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10 Crónica

“He visto a un muerto matando a un vivo”

Fotografías: Juliana Diosa

Con valentía de personaje épico, sed de victoria y ganas de herir, Gallino y Colorado luchan a muerte por la vida.

ntes, La vida y muerte se trenzan cada semana en las espuelas de contrinca

Juliana Diosa Vargas julianadiosa29@gmail.com

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allino y Colorado se enfrentan por sobrevivir. Un reloj alumbra verde, anuncia el inicio del enfrentamiento y los protagonistas de la batalla se miran fijamente. Erizan las plumas de su pescuezo y las espuelas están listas para herir al adversario. Minutos antes los competidores ya habían dado muestra heroica de su casta: soportaron unas cuantas gotas de antihemorrágico, parafina caliente en sus patas mientras les pegaban las espuelas con esparadrapo y aguantaron el tufo del sujeto que los preparaba para la batalla. En la riña, los contrincantes exponen su habilidad con el pico y la espuela. Gallino pega primero y Colorado cae mientras en el sitio se escucha un eco: “Yo por ahí tuve un amor, que jugó con mi cariño, toda el alma me partió, con la herida me dejó...” Las gotas de sangre combinan perfecto con el rojo de la madera y el tapete café de la esfera que hace las veces de escenario. Pero los valientes no son los únicos protagonistas de la gallera. Mientras ellos se enfrentan y despedazan de

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cuyos triunfos valen millones.

a poquito el cuerpo del rival, los billetes transitan entre las manos toscas y ampolladas de los sujetos de la tribuna. La mayoría hombres, que trabajan durante la semana para asistir el domingo a depositar confianza en su gallo favorito y dinero en el bolsillo de otro apostador. Casi derrotado, Colorado se levanta y espolea el costado de su adversario. Así, mientras Gallino se desvanece lentamente hacia su lado derecho, se despiertan las voces efusivas de la tribuna que apuesta a favor del pollo recién levantado: “Colorado, es usted”, “póngalo a andar de pa’ atrás”, “eche gallo, usted puede”, “se le acabó el cuido al Gallino”, “un ventilador”, “una pipa de oxígeno”. De verdad necesitaba una pipa de oxígeno. Gallino se ahoga en el centro del circo, su pico se abre y se cierra como pidiendo auxilio; estos son los gajes del oficio, de la disputa, de la guerra. Ya perdió el equilibrio y, al parecer, la fuerza. Sin embargo, como todo un luchador, trata de pararse, pero sus intentos son interrumpidos por Colorado que no lo deja tranquilo. Lo pica, lo chuza con las espuelas, aprovecha que su enemigo cae de nuevo para torturarlo, para humillarlo y alardear de su victoria. Gallino persiste y con medio cuerpo en el suelo choca contra la madera del circo. Su sangre es la evidencia de que tiene un agujero en el costado que está llamando la muerte y la derrota de sus apostadores.


11 La mayoría de las personas observan el espectáculo. Pero algunas no se fijan en el circo, sino que contemplan una maleta que parece abandonada, una báscula en que pesan a los competidores para que peleen con igualdad, los cascos y los bolsos colgados del techo, la parafina que duerme en las mesas, las plumas que están por doquier o el retrato del Sagrado Corazón de Jesús. Hay un trofeo con forma de gallo, un cuadro que dibuja un paisaje y la imagen tatuada con la expresión: “El goce caribe reposa aquí dentro”. La frase está en la tienda del “Indio”, Jorge Iván. Vende comestibles y bebidas en la gallera, y luce un sombrero y la camisa hasta la mitad desabotonada. Casi no apuesta, no le queda tiempo “porque hay que ponerle cuidado es al billete”. Entre tanto, el hegemónico Colorado exhibe en su pico las plumas del opositor. Y dentro del circo, “Manicomio”, el juez de las riñas, pone dos botellas de cerveza unidas llenas de arena y en los extremos dos tablas amarillas, el instrumento hace las veces de reloj de arena. La cuenta pone a prueba a Gallino; su valentía tiene 60 segundos para evidenciar que la derrota todavía no lo acuesta. Supera el desafío y, aunque está débil, sangrando, ahogado y en el suelo, intenta picar a su adversario. Es la prueba de que aún está en posición de combate. Así le da la razón a la frase que predican galleros de antaño: “El gallo es el animal más fino”. ***

“Alicate”, “el Gurre”, “el Sarco” y “el Sordo”, unos cuantos de los espectadores, esperan la próxima riña mientras hablan sobre Aguacero y Girivuelo, los gallos del recuerdo que ambientan las conversas. Hay otros: Verde, Palomo, Morado, que se disponen a “calzarse y motilarse”; son los héroes que escribirán con sangre la historia de la siguiente pelea. Los jugadores buscan el competidor por el que apostarán. “Gallo colorado con cola blanca es clasudo, sangrudo. La pluma blanca no miente. Eso es un varón”. Es el presagio de Darío Gallón. Su compañero, Jorge Humberto Sierra, mejor conocido como “Pernicia”, apuesta millones, pero dice que la plata es lo de menos: “Lo que más me gusta de esto es verlos pelear y el prestigio de sobresalir en las razas que uno coge… que lo mejor sea lo de uno”. Un político local se mete en la conversación: “Aquí toda la gente es igual: ricos, pobres, liberales, conservadores. No venimos a hablar de religiones… eso es lo que nos une: la vida y la desgracia de los gallos”. Muchos guerreros ya se enfrentaron a duelo por la vida. En el circo todavía descansa la sangre de un herido que se levantó y venció. Y algunos valientes luchadores salieron invictos de las espuelas de su contrincante; sin embargo, no tendrán la misma suerte cuando, al amanecer, les retuerzan el pescuezo y sucumban en la más fuerte de sus batallas; esa que no es en el circo, sino en las manos del juez.

Entre las casi 100 personas que se aúnan cada domingo en la gallera El Bosque, del municipio de Andes, resplandece la colorida bandera de Colombia izada en forma de camándula en el cuello de Nazario López; un manizaleño para quien lo más relevante es el dinero: “Yo vengo a apostar porque hay gente que viene sino a mirar”. Así, en la gallera la soplan vientos de otros lugares del país. Arquímedes Ballén, de Herrera, Tolima, tiene 43 años sintiendo la pasión de los gallos. La cosecha de café lo trajo hasta Andes y llegó a la gallera para “conocer” y probar suerte en el que ha sido su “deporte”. El reloj está próximo a encender la luz naranja para indicar que terminaron los 12 minutos que dura la pelea. Pero cuando parecía que el triunfo reposaba en las espuelas de Colorado, Gallino, aunque aturdido y prácticamente desmayado, se levantó de la prueba del reloj con el ímpetu que sostiene la revancha. Lanzó un golpe efímero y Colorado sucumbió ante el espuelazo de la muerte. “He visto a un muerto matando a un vivo”, dijo un hombre de gorra beis, camisa rosa y mediana estatura. Así se silenció el ruido de la tribuna. Quienes perdieron se engullen la derrota con un trago de aguardiente mientras escuchan al Charrito Negro y a Darío Gómez.

condenados a muerte. Suerte, valor y plata circulan en el campo de batalla de dos animales

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12 Testimonio

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Fotografía: Julián David Hoyos

14 Deportes

Una nueva generación de ciclistas sigue los pasos de sus ídolos que también corrieron en las carreteras del Suroeste.

que corren por las carreteras del Suroeste En una región que ha sido cuna de grandes ciclistas se preparan las nuevas generaciones que tienen el reto de superar a sus ídolos.

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Julián David Hoyos Posada julian.d.6@hotmail.com Sebastián Cano Bustamante sebastiancano-1990@hotmail.com

Atención Colombia, se puede soñar con ganar la etapa, claro que sí, lo sabe Ulissi. ¡Eh! Háganse a un costado porque viene flotando Rigoberto Urán, ¡vamos, Rigo, vamos!”. Estas eran las palabras de Mario Sábato, narrador de Espn, mientras se corría la etapa 12 del Giro de Italia el 22 de mayo de 2014. Una contrarreloj individual de 46,4 kilómetros entre Barbaresco y Barolo. Etapa que tenía como favoritos al australiano Cadel Evans y, como líder transitorio de etapa, al italiano Diego Ulissi. Rigoberto Urán quebraba todos los tiempos. Mientras tanto, en la vereda La Legía Tapartó, a 15 kilómetros del casco urbano de Andes, en una casa entre las montañas cafeteras, Yeison Arley Gómez observaba detenidamente en su televisor, junto con sus dos hermanos, como “Rigo” avanzaba y sorprendía en tierras extranjeras. Yeison era amante del fútbol y soñaba, como muchos jóvenes, con dedicarse a ese deporte. Todos los días jugaba con sus amigos en una pequeña cancha de la vereda. Ninguna otra cosa le llamaba la atención. Pero un tropezón de su hermano Juan David le abrió las puertas de una carrera que nunca se imaginó. “Hace dos años vengo practicando, todo fue porque mi hermano empezó a entrenar y antes de una carrera se accidentó, entonces yo le dije que me prestara la bicicleta que yo lo reemplazaba. Me fui para la carrera y me fue lo más de bien. Entonces dije que a mí me podría ir bien en esto y empecé a entrenar”. Este pedalista, de 19 años, hace parte de Club de


15 Ciclismo Los Andinos. Equipo que se formó gracias a la iniciativa de Guillermo Valencia, un exciclista que corrió en muchas carreras de Colombia y se retiró por un accidente. Valencia empezó entrenando tres ciclistas y con el tiempo se fueron sumando más jóvenes. Entre ellos Juan David y posteriormente Yeison. El entrenador actual, y quien ha sacado a relucir a esta promesa del ciclismo, es Adolfo de Buriticá, quien llegó a reemplazar a Guillermo Valencia cuando, por las exigencias de la Liga Antioqueña de Ciclismo, el equipo necesitaba más nivel de competencia. Adolfo, al igual que Guillermo, es un exciclista profesional que corrió varias Vueltas a Colombia y que, ahora, implementa su plan de trabajo para entrenar a los jóvenes y sacar lo mejor de ellos. Este veterano entrenador se siente satisfecho con lo logrado por sus pupilos en tan poco tiempo. Además de Yeison, Gabriel Montoya hará parte del equipo Orgullo Paisa. Ellos, según el experimentado estratega, son punto de referencia para los demás compañeros. “La gente decía que empecé tarde en esto” Las caídas constantes en las carreras por poco sacan a Yeison del ciclismo. Se sentía aburrido y cansado de la mala suerte que Hasta ese momento era un triunfo más, pero Allo acompañaba. Pero las situaciones difíciles lo han bany Restrepo, presidenta de su club, se le acercó hecho más fuerte. La edad en la que empezó entrenar para darle darle el aliento que le faltaba: un equiparecía una dificultad, pero Yeison no se hizo ciclista, po profesional estaba interesado en sus servicios: nació ciclista, solo que emel GW Shimano. pezó un poco de retraso. “Al principio me era difícil, no porque fuera del campo, sino por lo que la gente decía de que empecé tarde en esto. Había personas que entrenaban desde los 10 años y yo en ese tiempo tenía 17, pero yo sabía que iba triunfar”, comenta Yeison con una sonrisa en su rostro. Las dificultades económicas tampoco lograron que desistiera en el sueño en que ya se había montado y a cada obstáculo le ponía una solución con lo que sabe hacer: correr en bicicleta. “Al principio mi padre me compró una bicicleta de segunda y me daba lo necesario, y la gente me iba regalando cosas, hasta que empecé a llegar de tercero y segundo. Después me gané una carrera. Ahí fue cuando me llamaron y me dijeron que venía la dotación para mí de parte de la Gobernación de Antioquia”. Esta dotación, con implementos más adecuados, fue un paso grande para él, que ahora se enfocaba en dar lo mejor de sí en los entrenamientos. Todos los días se levanta a las 6:00 de la mañana, parte hacia la tienda El Bosque donde se encuentra con el grupo y comienza el trabajo para fortalecer su físico y estar preparado para las competencias que se hacen cada mes en diferentes municipios del departamento. La mayoría de las veces se destaca y ocupa los primeros puestos. En Pueblo Rico ocupó el primer lugar en dos ocasiones, igual que en Urrao y Yarumal. En Andes el cuarto puesto, no pudo defender su condición de local debido una caída, pero tomó revancha en Fredonia, que le trajo un triunfo y una noticia que cambiaría el rumbo de su carrera, de su vida y la de su familia. A la llegada a la meta Yeison estaba exhausto. Hasta ese momento era un triunfo más, pero Albany Restrepo, presidenta de su club, se le acercó para darle darle el aliento que le faltaba: un equipo profesional estaba interesado en sus servicios: el GW Shimano. “Uno se siente muy alegre porque eso es lo que uno busca. Porque todos los jóvenes de por acá quieren llegar al profesionalismo, y yo sólo en dos años que vengo practicando soy el primero del club en hacer parte de un equipo profesional. Las personas me dicen que a esta edad apenas voy a empezar a dar rendimiento”, dice Yeison. El ciclismo le ha brindado la posibilidad de adquirir la responsabilidad y las ganas que le faltaron para el estudio. Su familia toda la vida ha sido del campo y solo se han dedicado a la recolección de café. Esta era la única realidad en la que Yeison tenía un espacio. La vida en las tierras cafeteras era su pasado, su presente y su futuro. Pero se atravesó el deporte. “El ciclismo es lo mejor que me ha pasado, aunque es muy duro, pero cuando se llega a la meta se celebra. Para el próximo año quiero correr la Vuelta a Colombia y, con tiempo, poder estar en un Tour de Francia, una Vuelta a España y un Giro de Italia”, finaliza este A pedalazos la vida de este joven va en ascenso, con la meta puesta en darle gloria a su tierra y su familia, aunque le digan que es tarde. andino que sueña, para sí, con las palabras que logró el urraeño Rigoberto Urán al ponerse la maglia rosa del Giro, por primera vez para un colombiano: “...¡Vamos, Rigo, vamos! Allí se para en los pedales, es un grande. No puedo mantenerme en la silla, ¡qué emoción! Ahí viene el gran final de Rigoberto. Go Rigo go, va a ser el mejor de la etapa hasta el momento… Rigoberto Urán, ¡im-pre-sio-nante!”.

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Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


16 Informe

Hasta con la basura

El uso creativo de lo que llaman basura se puede convertir en un mecanismo para aportarle a un ambiente sano y construir alternativas de negocio.

Fotografía: Cortesía EcoFénix

se puede hacer dinero

Los residuos sólidos hacen parte de la cadena de contaminación del medio ambiente, pero la recuperación del material reciclable ayuda a disminuir el impacto ecológico y fomenta la creación de empresa.

Juan José Galeano Ríos galeanoriosjuanjose@gmail.com

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as empresas dedicadas al reciclaje y a la transformación de este material de desecho en nuevos productos, son ahora una oportunidad para contrarrestar el cambio climático, mejorar el medio ambiente, la salud de los seres humanos y generar ingresos económicos. Solo la población de América Latina y el Caribe asciende a 518,7 millones de personas, de las cuales el 75% vive en ciudades y genera alrededor de 360.000 toneladas diarias de residuos sólidos, según datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Según la misma organización, cerca del 50% de esos residuos sólidos son dispuestos de manera inadecuada en botaderos abiertos o arrojados a fuentes de agua. Esta situación demanda el trabajo de muchos actores para mitigar los efectos adversos sobre la salud de la población, además del grave daño al ambiente, como se trató en el pasado encuentro sobre el cambio climático en París. En Colombia, el Plan de la Gestión Integral de Residuos Sólidos (Decreto 2981 del 20 de diciembre de 2013, del Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio), es una estrategia para fomentar el reciclaje y minimizar el impacto ambiental. Pero, además de las normas y de la regulación, hay iniciativas particulares que están aportando en la recuperación de material reciclable y, al tiempo, generan ingresos. Tal es el caso de EcoFénix, un proyecto surgido en el municipio de Andes que aprovecha parte de los desechos que se generan a diario en la localidad. Antes, las botellas plásticas se llevaban al relleno sanitario, pero a partir de la creación de esa empresa, y de la formación de cooperativas de reciclaje, con el acompañamientode las Empresas de Servicios Públicos de Andes (Eeppa), el reciclaje se ha vuelto una forma de creer que la basura no es basura en su totalidad. EcoFénix nació hace tres años por la idea colectiva de

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Falta mucho camino por recorrer para que el mercado de ese tipo de productos se expanda. No existen incentivos para los creadores de estas iniciativas.

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un grupo de amigos: Sebastián Ospina, Willinton Martínez y Mario Rojas. La financiación inicial surgió por convocatorias de capital semilla. En el año de 2012 ganaron el concurso de Ideas de Negocio y al año siguiente el programa Antioquia E. Con ese dinero invirtieron en las máquinas actuales y han participado en diferentes espacios de capacitación. “Eco por el lado del medio ambiente y Fénix por lo del Ave Fénix, que resurge de las cenizas”, dice Sebastián Ospina para explicar cómo las botellas PET, que usualmente terminan en los botaderos, pueden transformarse en productos de aseo como escobas y cepillos Los equipos que utilizan transforman el plástico de las botellas en fibras ecológicas que luego son convertidas en escobas. Esa maquinaria surgió de diseños propios con ayuda de electricistas y de expertos en ensamble. Utilizan las redes sociales para difundir sus productos, tiene un blog para promocionar sus escobas ecológicas y venden a través de sitios de comercio electrónico. Ese modelo les ha abierto puertas de negocios incluso en otros departamentos. Sin embargo, también comercializan sus productos a través de tiendas de insumos agrícolas que, a su vez, los ofertan a potenciales consumidores como la Empresas de Servicios Públicos de Andes. De igual forma, tienen previsto apostarles a los supermercados, pero la maquinaria con la que cuentan no es tan

eficiente como quisieran para expandirse y generar una mayor producción, pues hasta el momento elaboran al mes entre 400 y 500 escobas y cepillos de tipo industrial, cifra que ya se queda corta para la demanda que tienen sus productos. “Hemos ido escalando y llegando a esa parte que queremos. Uno no para de crecer y de querer sacar al mercado mejores productos, consolidarnos en un mercado, esa es la meta final”, dice Martínez, uno de los socios. Por eso, no descartan invertir en nueva maquinaria e incursionar a nivel subregional para abrir mercados en municipios cercanos. Incluso, aspiran acercarse a otros departamentos donde ya han tenido algunas experiencias y, por qué no, incursionar en el Valle de Aburrá, donde tendrían mayores facilidades para obtener la materia prima. Sin embargo, quieren avanzar con calma para no incumplir los requerimientos de sus actuales compradores. “Es mejor escalar poco a poco”, afirma Ospina. Pese a sus avances, aseguran que en Colombia aún falta mucho camino por recorrer para que el mercado de ese tipo de productos se expanda. En parte, debido a que no existen incentivos para los creadores en esa clase de iniciativas. “Hay países que llevan la delantera. Ejemplo vivo de eso es Suiza, que importa la basura de otros países para convertirla en energía. Brasil también nos lleva la delantera en reciclaje. En Colombia, se necesita más innovación, pues todo tipo de desecho puede generar algún negocio, depende de usted cómo lo vea”, dice Sebastián Ospina. Willinton Martínez, por su parte, dice que a EcoFénix todavía le falta mucho por avanzar, pero su idea es crecer con mejores productos y consolidarse en el mercado regional. Concluyen que se deben implementar proyectos a gran escala por parte de las empresas privadas y del Estado para fomentar el reciclaje como idea de negocio e innovación. A eso se suma, afirma Martínez, la necesidad de promover una cultura de la persistencia, para no dejar caer esas ideas de negocio, que puedan seguir en el juego y “no botar los guayos”.


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La empresa de “los arrugados”

Ya son muy pocos los que se dedican al viejo oficio de sacar arena, a lomo de mula, del lecho de los ríos del Suroeste antioqueño.

Sandra Milena Ríos sandra.rios94@gmail.com

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Una sociedad de hermanos Inicialmente fueron tres hermanos los que emprendieron la labor, pero uno, el mayor de ellos, se vio obligado a abandonar el oficio muy temprano por quebrantos en su salud. Entonces, decidió partir a torear otra suerte. Cuando empezaron la carga la vendían a 20 pesos, “en ese tiempo la vida era muy barata”, dice Jorge. Ahora una carga de revoque cuesta 8.000 pesos si hay que llevarla hasta la construcción y 6.000 si lo hace el comprador. Los dos hombres argumentan que al principio no fue fácil, porque era poco lo que vendían; sin embargo, “con el tiempo nos fuimos acreditando”, dice uno de ellos. Empezaron con una mula que les costó 3.000 pesos y luego, con su trabajo, compraron dos más con el fin disminuir el número de viajes que debían hacer para entregar su carga. No les tienen nombres, pero las cuidan como a sus más fieles amigas, tanto que le tienen pesebrera y dormitorio a cada una. Además, dice Jorge, “a ellas no les pueden faltar las tres comidas del día”. En el oficio llevan 33 años y Óscar afirma que la llegada de la industria y de la maquinaria que hace su mismo trabajo, pero en un menor tiempo, no los ha afectado, pero sí los depósitos con los que deben competir. “Nosotros ya tenemos una clientela que nos conoce y a quienes les vendemos por carga (dos bultos), o sea cada viaje de una mula, y no por volquetadas, como

Fotografía: Sandra Milena Ríos

orge Morales es un hombre de aproximadamente 1,50 metros, tiene la piel dorada por el inclemente sol y las líneas en su rostro reflejan el paso de los años y el trajín que ha soportado su cuerpo. Usa botas Venus que casi le llegan a las rodillas y con ellas camina por las calles de Andes mientras arrea tres ‘bestias’ hasta el sitio donde le compran su material. Dos mulas de piel canela y un macho blanco lo acompañan hace más de 12 años. Son sus fieles compañeros, pero no trabaja solo con sus animales, también lo hace con su medio hermano, un sujeto tres centímetros más alto, con menos líneas en su rostro, un bigote negro que lo hace ver serio y temperamental, y una gorra vieja que lo protege del sol. Su nombre es Óscar Sierra, él es quien se dedica a ‘palear’, es decir, a llenar con arena los costales que después Jorge reparte por el pueblo. Les dicen “los arrugados” y son areneros porque cuatro décadas atrás no encontraban otra forma de sostenerse y llevar el alimento a su familia. Alternaban sus oficios entre el mazamorreo y la elaboración de canastos para carga. Luego, Óscar tuvo la idea de comprar una mula y aventurarse en ese mundo provechando las caudalosas aguas del río La Chaparrala. Eran otros tiempos los que corrían aguas abajo.

La suciedad y los desechos son dos enemigos a los que se enfrentan “los arrugados” en sus jornadas de trabajo .

hacen otros. Eso sí, los depósitos sí nos afectaron mucho pues compran una volquetada y la revenden por carga, lo que nos baja las ventas al puñado de personas que trabajamos en esto”. Pero su voz no demuestra desesperación, está acostumbrado a los avatares de la existencia y cree que sabrán ubicarse en las nuevas condiciones cuando éstas lleguen. Arena, arenón y revoque Para sacar arena del río los dos hermanos, por lo general, no abandonan sus botas pues, a pesar del tiempo que llevan en el oficio, todavía les da fastidio que sus pies descalzos entren al agua contaminada. Pero el contacto con la suciedad que traen las aguas es inevitable, porque pueden proteger sus pies pero no sus manos. “Hay gente que viene a hacer sus necesidades al río y todo eso lo toca uno encontrarlo”, dice Óscar. El sonido del río los acompaña en sus horas de trabajo mientras que sus manos y sus pies, al permanecer por mucho tiempo en el agua, encajan perfectamente con su apodo y, cuando se secan, sus manos parecen

arenón, sus pies arena y el resto de su cuerpo revoque. Ese es el material que sacan “los arrugados” de la quebrada La Chaparrala, su sitio de trabajo. En total son tres areneras ubicadas en diferentes lugares de la quebrada y cada una le corresponde a un grupo diferente que le paga al propietario del terreno por el derecho a sacar el material. Pese a que ya son pocos, a Jorge no le tiembla la voz para decir que “ser arenero es una bendición. A pesar de la facha en la que trabajamos es mejor aquí que en el campo”. Ya tiene 70 años y dice que ha sido feliz, que aún tiene alientos para moverse. “Aunque, a mí me duele todo el esqueleto, pero me duele es cuando me acuesto. Me levanto y camino dos o tres pasos y se pierden los dolores”. Cuando vuelve al trabajo, el dolor desaparece. Así como su oficio del que ya queda muy poco. “Da mucha tristeza que queden tan pocas personas aquí en Andes que trabajen así como nosotros, todavía con las mulitas”, concluye Jorge con un gesto de nostalgia que también se pierde como si se lo llevaran las turbias aguas de La Chaparrala.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


18 Música

El reggaetón que resguarda la tradición emberá chamí

Fotografías: Luisa Fernanda Cañass

Tres jóvenes indígenas del resguardo Karmata Rúa le ponen su voz y su lengua tradicional a al género urbano. Quieren que sus canciones sean un medio para preservar su cultura.

Al principio no fue sencillo convencer a los mayores de la utilidad de cantar este estilo en su lengua nativa, pero hoy los aceptan y los apoyan.

Luisa Fernanda Cañas Urrego luisafernandacanasurrego@gmail.com

Es muy triste recordar momentos felices de un cariño que soñó mi corazón. Llegó la hora de partir sin medir distancia y ni sombra quedará de aquel amor…”, esta es la frase que pronuncian unos labios color marrón, de un hombre que encontró en el vallenato la manera de cantarle al amor y al desamor, y que, durante más de 35 años, logró ser reconocido como el Cacique de La Junta y pudo alcanzar el éxito que desde niño soñaba. Él en Valledupar, en la calurosa Costa Atlántica, trascendió fronteras locales para llegar a las montañas antioqueñas, donde su canto arrasa en un territorio considerado sagrado ancestralmente. Allí, como tratando de emularlo, otro Diomedes trata de rescatar sus tradiciones y su lengua autóctona a través de ritmos más modernos, como el hiphop y el reggaetón. En un cuaderno viejo de pasta acabada tiene la letra de, por lo menos, 10 canciones escritas en español y emberá chamí. La mayoría de ellas hablan de la conquista de un territorio rico en cultura y cultivos, otras son escritas a partir de experiencias propias con el amor y el desamor. “A través de las músicas lo que hacemos es reconstruir la historia del resguardo, queremos recuperar nuestra lengua”, menciona Diomedes (D-ces) con una mirada llena de ilusiones y una sonrisa que muestra la pasión por cantar en su lengua, sin importar los prejuicios sociales o incluso las creencias que tienen los mayores con respecto al reggaetón. Nuevos ritmos En un improvisado estudio de grabación están los cuatro integrantes de la agrupación Tres de Corazones: Sti-

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ven Black, Sombra Bleys, D-ces Flow y Gareto, se disponen a grabar una de sus canciones favoritas Mukarmata (Mi Karmata) y posteriormente Chi Kurisiaba Kuria Bu (Un sentimiento de amor), la primera de ellas habla de la historia del resguardo Karmata Rúa desde la Conquista hasta el día de hoy. Cada uno se encarga de investigar la cultura emberá chamí para luego plasmarla en máximo 20 renglones y acomodarla a una pista más rumbera, con la cual los jóvenes pueden conocer y apropiarse de su historia con un estilo que sienten más cerca. Esa es la finalidad que tiene la agrupación musical que también hace parte de un proceso de etnoeducación que se adelanta en el resguardo con el propósito de fortalecer la cultura y la lengua indígena entre las nuevas generaciones. Dentro de ese estudio de grabación, con mirada tímida y manos sudorosas, está Stiven Black, un zambo que vive dentro del resguardo indígena, producto del enamoramiento entre su padre afrocolombiano y su madre indígena. Stiven Black, caracterizado por la alegría de la Costa Pacífica, fue el encargado de darle rienda suelta al sueño de ser cantante del género urbano al lado de sus compañeros y, de los cuatro, se destaca porque su pronunciación del español no es nasal, como lo hacen los indígenas puros. Su habilidad para bailar hace que las canciones que interpreta en la lengua emberá chamí, las sienta más en su corazón y pueda trasmitirle a quienes escuchan su música la energía necesaria para enamorarse de un territorio al que pocos se atreven a conocer, pero que los ricos empresarios quieren explotar. “Descargamos pistas musicales, las analizamos y luego sacamos la entonación que rime con la pista, porque verdaderamente coger el idioma indígena y convertirlo en esa música es algo muy complicado”, manifiesta Stiven Black, mientras regresa a su “escena”, la de mo-


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Mu Karmata Chi karmats chami deba imisidau Maudeba muna kerajo area un Maudeba nau iuja tuapeda keraju kera Kaya bari nubu. Chi karmata chamideba imisidau Mu chacha mu idana omiba waribida Pida na ma keranjo nibo. Mi karmata chiamideba imisidau Maudiba mu nama kerajo area nibo Mu nau iuja tuapeda munama keraju Kera kaya bari nubu. Chi karmata chamideba imisidau Mu chacha mu dana omiba wari buidapeda Naina kerajo area nibo.

Mi Karmata Cristianía tierra libertaria, tierra de hombres libres. Tierra de cultura y autonomía Imponente cerro Karmata, prodiga agricultura Para nuestra, nuestra subsistencia. Las cálidas aguas del San Juan, del San Bartolo Salpicaron la piel de Guaticamá Micaela también la de feliz ambrosía Lázaro y Juan José y también la de Guillermo. Circundan con majestuosidades nuestros espíritus tan viejos desde nuestra existencia. Mi hermosa Karmata, más severo Cristianía Vivencia y milenarios desde la existencia Karmata hermosa y bella como los son nuestras mujeres. Artesanas, pepema, okama, canastas Artes manejadas por las nobles manos De mis hermosas chamibidas Pinturas faciales con significados propios.

La precariedad de las grabaciones le imprimen un toque artesanal a sus producciones. Lo importante es recatar sus valores ancestrales.

verse con ritmo mientras espera su turno para grabar. A un costado está Sombra Bleys, otro de los integrantes de Tres de Corazones, un joven de 21 años que ha soñado desde niño con ser un gran rapero. De hecho, durante dos años que estuvo viviendo en Medellín compartió escenario con un rapero de la capital paisa que se interesó por su talento. Sombra Bleys, dentro del grupo, se encarga de hacer el rapeo en algunas canciones, pero también tiene la importante labor de investigar cómo se encuentra el resguardo indígena en la actualidad y la cultura autóctona que aún persiste, pese a la hibridación que se ha venido dando con la globalización. Gareto es otro de los integrantes de Tres de Corazones. Es el menor, y es quien apoya los coros de las canciones. Aunque es muy tímido, demuestra la pasión juvenil por el género cada vez que con su aguda voz le da el toque de serenidad a un ritmo tan emocional. De día se dedican a la labor agrícola mientras que en las tardes y noches ensayan sus canciones y trabajan en la creación de otras. Ellos compaginan la pasión de cantar hip-hop y reggaetón con el trabajo en el campo, pues es la única manera de sostenerse y conseguir recursos para la producción de sus canciones, el transporte a los municipios a donde los invitan y, por supuesto, ganarse el sustento para cada una de sus familias. En su estudio de grabación en Andes, solo cuentan con un micrófono, un equipo de cómputo con el software de edición de audio y una acústica no tan perfecta y clara por donde se cuelan sonidos externos, como para evidenciar la precariedad del audio. No obstante, aunque las instalaciones no sean profesionales, su ganas hacen que el reggaetón cantado en emberá chamí sea aclamado por los habitantes del resguardo. No olvidan la felicidad que sintieron al escucharse por primera vez en una estación radial.

Un sentimiento Sin lugar a dudas, uno de los grandes apoyos que ha tenido Tres de Corazones, más allá de sus familias, ha sido la emisora con la que cuenta el resguardo indígena: Chamí Estéreo. Allí se ha realizado la producción de sus dos canciones y se ha hecho la divulgación y promoción de su trabajo musical. Era imposible disimular los nervios y la alegría que sentían cada uno al saber que su Mukarmata iba a salir al aire. Stiven Black saltaba y se reía nerviosamente, D-ces apoyaba sus manos sobre su boca y Sombra Bleys, más serio, no expresaba nada, quizá por culpa de los nervios, pero todos sabían que estaban ante el fruto del trabajo de un mes y que pronto empezaría a sonar en cada uno de los radios y equipos de sonido del Suroeste. En menos de un mes, Tres de Corazones ha logrado el reconocimiento de entidades públicas, debido a su trabajo de fortalecer la cultura y lengua indígena a través del género urbano, fue así como su primera presentación la hicieron ante el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, para dar a conocer el proceso de etnoeducación que se ha venido trabajando desde el 2012 en el cabildo de Karmata Rúa. Su presentación logró al final la aceptación por parte de los mayores del resguardo, quienes no están muy de acuerdo con las letras que muchos artistas nacionales e internacionales le han impuesto a ese género que tanto fascina a los jóvenes; sin embargo, al tratar la historia del resguardo en pasado, presente y futuro la comunidad los apoyó y, de hecho, hasta les piden que sigan cantando y componiendo. Mientras Diomedes Díaz cantaba al frente de miles de personas que “ni sombra quedará de aquel amor”, el otro Diomedes, el del resguardo indígena, le seguirá cantando al amor por su comunidad al lado de sus compañeros, para que la cultura emberá chamí reconozca su historia y se visibilice más allá de sus fronteras.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


Fotografía: Gabriel Andrés Ramírez

20 Informe

La hermana Adriana busca que estas nuevas generaciones no se pierdan en el abandono y la violencia. Que no se vuelvan protagonistas del “no futuro” en Andes.

Un juego para derribar fronteras Derribando Fronteras para Construir Sueños es un proyecto que busca sacar a los niños del encierro y ofrecerles alternativas distintas al ambiente conflictivo de sus barrios. Gabriel Andrés Ramírez Restrepo arjualan@hotmail.com

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ue un sábado del año 2014. 10:00 de la mañana, hora de iniciar la jornada lúdica con los niños y niñas del sector de Ferromesa, en el municipio de Andes. La hermana Adriana María Arango cogió una campana y llevó consigo a tres jóvenes para pasar por todo el barrio, así daba la señal a los habitantes para que dejaran salir a los niños de sus casas. Antes había presentado a la comunidad el proyecto Derribando Fronteras, que adelantaba tres años atrás en otros sectores. Les explicó a los padres que pasaría cada semana con su campana buscando a sus hijos. La idea era dedicar una mañana para que los niños, que permanecían encerrados, en sus casas o en su barrio, interactuaran con sus vecinos. Organizados para jugar “con la hermanita” y los muchachos, los niños y niñas salían disparados a una placa polideportiva cercana. Dos horas de juego, gritos, llantos, peleas, risas y goles, transcurrieron de manera normal; excepto para una joven de 16 años. Luisa Restrepo, exalumna de la Institución Educativa María Auxiliadora y joven formadora del proyecto, cambió la expresión de su cara al ver las piernas de un niño de 12 años de edad. —Parce, lo que me dijo cuando le pregunté qué le había pasado en los pies me dejó fría- dijo con voz triste. Ambas piernas, no más de 60 centímetros en cada una, estaban llenas de cicatrices. Era imposible detallar sus heridas por sus movimientos con el balón. —Pregúntele usted –exclamó Luisa- no lo va a creer. —Por eso no me gusta utilizar mochos –respondió el niño- todo el mundo pregunta por las quemaduras, pero no me molesta responder. Una vez en mi casa, tuve una pelea con un primo, es mayor que yo… le saqué la rabia, me vació un tarro de alcohol en los pies y me los prendió. La respuesta fue rápida y, como si nada, siguió jugando.

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Se había acostumbrado a vivir con el recuerdo y las cicatrices. La hermana también escuchó lo que dijo y se quedó en silencio por un momento. No hubo más qué decir. Un proyecto de jóvenes Derribando Fronteras para Construir Sueños es un proyecto que surgió hace cuatro años en el municipio de Andes. Busca, desde el trabajo lúdico-recreativo, derribar las fronteras invisibles que existen entre los sectores más vulnerables del municipio. Un grupo de jóvenes, conformado por estudiantes de diferentes instituciones educativas y de la Universidad de Antioquia, es liderado por la hermana Adriana María Arango y se dirige a los sectores La Aguada, Córid y Ferromesa para encontrarse con una realidad olvidada por muchos habitantes del municipio. “Si nos ponemos a confrontar las palabras son: Derribar/Construir, Fronteras/Sueños; es una posibilidad para buscar una alternativa mejor -afirma la hermana-. Pero el asunto no termina ahí, la formación también se suscita no solamente para los niños y jóvenes de los sectores, sino también para los jóvenes pertenecientes al proyecto”. La juventud andina es la protagonista, porque el proyecto les permite entrar en un contacto directo con la realidad social que vive el municipio. “Lo que se busca es que se tenga un dinamismo autónomo, que el proyecto siga constituido por los mismos muchachos”, aclara la hermana Adriana. Una tarea importante es que los jóvenes formadores conozcan la historia de los sectores, la realidad que los rodea y el contexto social en que se encuentran los niños con quienes van a tratar cinco núcleos formativos en las jornadas recreativas: el cuidar de sí mismo, el cuidar de los otros, el cuidar de lo otro o del espacio vital, el cuidar de la historia de los ancestros y del barrio que se habita, y el cuidar la relación con la trascendencia. Afirma la hermana Arango que está “convencida que solo se ama lo que se conoce; ese conocimiento lleva a la comprensión del contexto para poder saber llegar

mejor a los niños y jóvenes con los que uno está haciendo un proceso de formación”. “Estos jóvenes tienen una situación muy interesante –agrega– y es que a partir de la experiencia que viven con los habitantes del sector, ellos escriben, narran lo que acontece en ellos: ¿Qué significó para ellos dar de su tiempo, de su saber; qué ha significado esto en el ámbito de su proyecto de vida?, ellos lo han narrado de forma escrita, icónica mediante dibujos, grafitis e historietas; y ahora lo están haciendo a través de la fotografía”. De una vida pacífica a una vida de inseguridad En los sectores por donde se despliega el proyecto y los jóvenes que lo acompañan coinciden muchas veces la drogadicción, el tráfico de estupefacientes y el maltrato intrafamiliar. Aunque esos barrios no siempre han tenido una historia conflictiva, ahora cada niño, niña y joven tiene una historia compleja reflejada en su piel, en su actuar, en su pensar. Algunos de ellos ven en los “combos” la única forma de sentirse seguros. Con la Operación Tapartó, que se realizó el pasado 30 de septiembre y logró la captura de decenas de personas, según las autoridades, dedicadas al narcotráfico, los tres sectores han estado inquietos. “Están muy tristes las familias de los muchachos –dice una cofundadora del proyecto-, se les dijo que no vendieran y ellos sabían a qué se atenían; pero también les están imputando cargos por delitos que no cometieron. A muchos de los niños que van a jugar en el proyecto les capturaron al hermano o al primo, hay que tenerles paciencia y apoyarlos”. Y ese es el reto que se plantean los jóvenes de Derribando Fronteras para Construir Sueños, que esos niños que han visto cómo sus familiares son encarcelados y que han crecido en medio de imágenes conflictivas, encuentren otras alternativas para que no solo sean capaces de escapar del ambiente de sus barrios sino que, también, ayuden a transformarlos.


Crónica

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Fotografía: Daniel Felipe Suárez

Hernán Córdoba,

una guerra contra el olvido ¿Por qué más de 5.000 colombianos viajaron a Corea a mediados del siglo pasado a pelear en una guerra ajena? En Andes vive uno de los sobrevivientes.

Unas cuantas fotos viejas hacen parte de los recuerdos de este veterano de la Guerra de Corea.

Daniel Felipe Suárez felipitosuarez@gmail.com

poráneos, en esa península se inauguró la Guerra Fría. Finalmente, la invasión de Corea del Norte a Corea del Sur en junio de 1950 desató un enfrentamiento bélico al que se sumaron China y la Unión Soviética, en defensa de sus aliados del norte, y Estados Unidos, el Reino Unido y un comando de la ONU, en defensa del sur. A ese segundo grupo se sumaría otro grupo de aliados, defensores de la “libertad y la democracia”, entre ellos, el Batallón Colombia enviado por el presidente Laureano Gómez. Colombia se desangraba en los primeros estertores de un conflicto del cual aún padecemos sus daños. “Pasábamos horas y horas vigilando el horizonte esperando a los chinos, que nunca llegaron al bunker”, afirma Hernán. A veces, para entretenerse jugaban a las cartas como si le apostaran a un destino incierto y, seguramente, para calmar la zozobra de esperar un combate que nunca llegó. Pero que no fue el caso de Hernán, no significa que los colombianos hayan ido simplemente a esperar. Aunque no hay acuerdo sobre una cifra concreta, se calcula que cerca de 200 soldados del Batallón Colombia murieron o desaparecieron en Corea.

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on un paso lento y ya algo dificultoso por el devenir de los años, Hernán de Jesús Córdoba se acerca para contar su historia, o lo que queda de ella en los laberintos de su memoria. Lo que muchos no saben es que don Hernán, como lo llaman sus vecinos, un viejo pensionado que pasa los 85 años, viajó al Lejano Oriente, no con el interés de conocer una de las culturas más antiguas del mundo, ni tampoco para sacarse una fotografía. En 1950 Hernán Córdoba se embarcó, junto a más de 5.000 soldados colombianos, en una misión para defender los intereses de los países Aliados en la Guerra de Corea. Llegó a esa tierra, que entonces jamás creía que podría conocer, para tomar parte en un conflicto ajeno, en el que muchos dejaron sus vidas, sin saber siquiera por qué peleaban. En ese momento, el joven soldado Córdoba tenía 20 años. “No, nos prometieron nada, yo tomé la decisión de momento”. Recuerda Hernán que todos los llamados a incorporarse al Batallón Colombia eran voluntarios, muchachos de todas partes del país. Aunque la historia parece, por momentos, perderse en su memoria, dice que cuando decidió sumarse a la misión solo faltaba una persona para completar el cupo. “Aquí había una guerra más grande que la que hay hoy, entonces yo pensé: si me han de matar aquí, mejor que me maten por allá que es en guerra”. Llamó a su familia para despedirse, porque no le dieron licencia para viajar a verlos, quizás por la inmediatez de la partida, o para que no tuviese tiempo de arrepentirse. Zarparon de Cartagena en “un barco de guerra muy grande”. No recuerda el nombre de la nave, pero sabe que pasaron por el Canal de Panamá, y desde allí, navegaron directo a Corea en un viaje que duró 32 días. “Éramos más de mil, fuera de la tripulación, que eran 40”. Dormían en camarotes y animaban los días con simulacros de alerta. Cuando llegaron a Corea: “la guerra estaba en la fina allá, eso estaba prendido por toda parte”. Desde el lugar donde desembarcaron fueron transportados en buses al que sería su campamento. Era de noche y Hernán recuerda que lo hicieron en medio de la oscuridad. No podían encender las

luces por el riesgo de un ataque de los soldados comunistas, quienes ahora eran sus enemigos. “Llegamos en plena oscuridad, nos descargaron en esas carpas y no se oía sino pura bala, no se podía ni prender un fósforo. Nos acostamos a dormir en los cambuches sin hacer un ruido”, comenta el veterano. En el campamento del batallón recibieron su dotación y un entrenamiento militar que duró cinco días. Le entregaron un fusil M1 y una bayoneta. Además, le asignaron la operación de un cañón y un lugar para vigilar. “Nos mandaban para el bunker por cinco días a mirar por un boquete a lo lejos, allá no se podía dormir, eso era a pura agua, tampoco se podía recibir alimento, ni siquiera enlatados”. Hacía frío, era el invierno coreano en el que todo se congela. “Nos hacíamos cerquita de las calefacciones de las carpas para que nos diera calorcito. Recuerdo que nos tocaba ir lejos para bañarnos con agua tibia”. Su tarea era vigilar la posible llegada de los soldados enemigos. La guerra enfrentaba a Oriente y Occidente, era el resultado de las tensiones que se generaron entre Corea del Sur y Corea del Norte luego de la división impuesta luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Para los historiadores contem-

El regreso “El viaje lo hicimos parte en barco hasta Panamá y parte en avión hasta Bogotá. El recibimiento fue muy bueno, nos recibieron como héroes”. Pero Hernán no se sentía como tal, aunque sí se siente orgulloso de haber participado. “Por los colombianos, ellos ganaron esa guerra allá”, dice convencido de lo que entonces afirmaron los comandantes de los ejércitos aliados que destacaron el papel de los nacionales. Más de 60 años después no reclama ningún protagonismo. Con cansancio, admite que no asistió a ningún acto protocolario, como si haber regresado sano y salvo de la guerra fuera el mejor premio, pese a promesas de pensiones vitalicias, nacionalidades extranjeras y una vida de héroes que nunca llegó para los veteranos de Corea. “Quisiera regresar a Corea, aunque solo no soy capaz”, dice Hernán. Los años lo han alejado de sus amigos y camaradas en armas. La vida pasa en su hogar en el Suroeste mientras conserva muy poco de sus recuerdos que son avivados solo por unos certificados curtidos que cuelgan en una pared y por un puñado de fotografías que guarda como un tesoro, ese es su botín de guerra.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


22 Testimonio

El maestro de las teclas sagradas Alveiro Mejía lleva 50 años dedicado a ponerle música a las celebraciones religiosas de Jardín.

María Cristina Flórez Yepes mariacristinafy@gmail.com

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Fotografías: María Cristina Flórez

n día común, pero el que más recuerdo, toqué el piano y canté la misa más triste de mi vida. Por el centro de la iglesia entraba el cuerpo de la persona que me había dejado sus conocimientos, la que me inculcó que debía ser buena persona y luchar por lo que soñaba. Ella, con sus canas de conocimiento, iba a rogarle a Dios por su hijo que quedaba aquí abajo, en la Tierra. Partió 39 años después de estar radicados en Jardín. Fue una experiencia dolorosa que al traerla de nuevo a mi mente me eriza la piel. Ese día mi garganta entonaba distinto, el nudo que crecía parecía incontrolable, mis dedos en el teclado y mis pies en el pedalier se manejaban solos, a voluntad de ellos, era como si Dios estuviera en ese instante metido en mí. Era la última vez que mi madre escucharía mi voz y el órgano ¡Qué angustía! Aunque considero que el Señor da fuerzas para lo que uno tiene que hacer y hacerlo de la mejor manera. Uno dice que no es capaz, pero cuando le toca, pues hay que hacerlo.

Alveiro Mejía toca un instrumento que pocos conocen, pero en sus manos tiene la responsabilidad de entonar las notas que ambientan las ceremonias religiosas.

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Al son de una canción “Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor...” Era el canto de entrada que hacía estremecer mi alma. Estaba de pie al lado del sacerdote que se disponía a dar la palabra, veía todas las personas que con orgullo y fervor alzaban su mano derecha para persignarse, muchos descalzos y de corazón humilde, pero adorando un mismo Dios; no me importaba el cansancio de mis piernas pues yo, un niño de tan solo 10 años, debía tener todas las fuerzas necesarias para hacer todo lo que se me avecinaba. Así como los feligreses que hacían parte de la fiesta, yo oraba desde lo más profundo de mi corazón para que mi padre saliera bien de la cirugía que le estaban haciendo en ese momento en Medellín. Finalizada la Eucaristía debía ordenar nuevamente los ornamentos y prepararme para lo demás: cumplirle a la Iglesia con mis estudios de música, hacer los mandados de los padres, cargar los mercados para la parroquia y demás trabajos que eran remunerados con tres sueldos de 15 pesos cada uno. Era un monaguillo tranquilo, educado y muy religioso. Nunca me levantaba de la cama sin pronunciar el nombre de Dios. Cuando cumplí mis 16 años aproveché los conocimientos adquiridos en el coro infantil de la parroquia de Tarso y terminé mis estudios como corista (después del Concilio Vaticano II se le dio el título de Maestro de Capilla al que ejerce el ministerio del canto) y quise aventurarme a ejercer en las parroquias aledañas, como Támesis, Caramanta, Palermo y Jardín. Fui dándome a conocer y a hacerme querer y respetar por todos los que, en una canción acompañada de un órgano musical, sentían el amor de Dios, el dolor de la partida de un ser querido, la alegría de un matrimonio o la renovación de sus votos. Siempre me he ceñido por las normas litúrgicas y ya sé qué está permitido y qué no. Mis días eran demasiado trajinados pero el placer de hacer lo que me movía el alma me alentaba. Un 28 de diciembre recibí la llamada del párroco Alfonso Valencia, del municipio de Jardín, para que viajara a trabajar en su parroquia. Al siguiente día ya estaba en aquel valle encantado y dispuesto


Deportes

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Pude cantar durante mi trabajo con un instrumento anticuado, fuera de comercio, pero el más fiel al que un músico como yo puede aspirar.

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a nuevas experiencias. Después de cuatro meses fui por mi familia: mi papá, mi mamá y cuatro hermanos, pues ya sentía que ésta era mi casa, me habían acogido con calor humano. Debía tener disponibilidad las 24 horas, pues todo mi tiempo debía estar dedicado a Dios, situación que me hacía acariciar la idea de llegar a ser sacerdote aunque las palabras de mi padre me recordaban que “no hay forma todavía, quizás más adelante”. Aún así, el deseo de servir al Señor era más fuerte y no podía abandonarlo. En Jardín me ofrecían buenas oportunidades como ser profesor y crear grupos de canto. Pero debía tomar las cosas como me enseñaron mis padres, con humildad, resignación y seguridad. En las Navidades se esperaba solo la respuesta de una oración y no un juguete largamente soñado. “Hijo, pídale al Niño Jesús que su papá tenga trabajo, salud y la salvación del alma”. Así era mis navidades. Mi padre murió pocos años después, lo tuve más tiempo conmigo. Muchos decían que nos parecíamos y eso es para mí era un honor porque era un hombre limpio y excepcional. De él aprendí muchas cosas, como demostrarle a Dios lo mucho que lo amo y agradecerle por todo lo que me ha brindado. Un amor incondicional Como siempre he sido un hombre inquieto no desaproveché el empleo que me resultó en el Colegio Rural La Concentración, donde fui profesor de canto. Tenía alumnas muy aplicadas pero había una en especial que me llamaba la atención, se llamaba Blanca Nelly Vargas Díaz. Con el tiempo me ennovié con su hermana, una mujer buena, pero al fin de cuentas no tenían las mismas cualidades. Siempre tuve la esperanza de tener algo serio con Nelly, mujer que me permitió meterme en su vida para aconsejarla y hablarle de las realidades. Le decía cómo debía actuar con los novios, con la familia y con las personas que la rodeaban, quería que aprendiera de mis experiencias. Años después, mi relación con Nelly, mi cuñada, fue creciendo y nos veíamos de otra manera. Ella se dio cuenta de que era muy grande nuestro amor y decidimos afrontar la situación. Su familia nunca me aceptó; primero, porque me gustaba mucho el licor y, segundo, por haberle herido el corazón a su hermana. Nos hablábamos a distancia porque ella comenzó a trabajar y yo continuaba con mis obligaciones, pero nos veíamos cada mes y nos escribíamos mucho. La separación nunca fue un motivo para perder nuestros sentimientos. En 1982 Dios me dio el regalo de contraer matrimonio con ella, la mujer de mis sueños. Tuve dos hijos, un niño y una niña, que aún después de su adultez los sigo llamando así. Ellos son todos unos profesionales; mi niño es médico especialista y mi niña es ingeniera de alimentos. Ambos trabajan en Medellín. Les brindo mucho amor y los aconsejo para que no hagan altos en el camino, para que luchen por lo que hacen y encuentren la felicidad. Ahora estoy lleno de orgullo por haber hecho de mi vida lo que tanto soñé. Ya le entregué a Dios 50 años de mi vida en el Coro Santa Cecilia, 33 a mi esposa y a mis hijos; le dejé mi conocimiento a las monjitas del Convento de las Hermanas Concepcionistas y mis consejos a todo aquel que vio en mí un hombro para desahogarse. Ahora soy un viejo que ha compartido con un órgano las miles de canciones que le han llegado al corazón. Pude cantar durante mi trabajo con un instrumento anticuado, fuera de comercio, pero el más fiel y buen amigo al que un músico como yo puede aspirar. También tuve el placer de tocar piano, guitarra, acordeón y de recorrer las calles de Jardín llevando serenata a las ventanas. ¿Quién de los jardineños no ha tenido contacto conmigo? ¿Quién no ha llorado y reído, quién no conoce este hombre estricto con lo que se propone, quién no ha visto un hombre enamorado de su trabajo y de hacer expandir ese amor para que otros sigan por su camino? Si hay alguien que no lo conozca es porque no ha nacido. ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Sus manos han acariciado por decenios estas teclas, las cuales son parte ya de su historia y su familia.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


Fotografía: Cortesía Indeportes

24 Deportes

La Selección Antioquia femenina de voleibol ocupo el segundo lugar de esa disciplina en los Juegos Nacionales. Perdió la final con el departamento de Bolívar.

Antioquia manda en el deporte, pero ¿en qué se debe mejorar?

Marian Henao henaomarian@gmail.com

E

l departamento de Antioquia, que en 2008 y 2012 se consagró campeón de los Juegos Deportivos Nacionales, repitió honor en 2015 imponiéndose sobre las delegaciones, siempre fuertes, de Bogotá y Valle. Ese tercer título consecutivo merece todos los aplausos. Sin embargo, en el último cuatrienio la visión del desarrollo deportivo como fuente de bienestar social, esparcimiento y recreación no oculta algunas falencias que persisten en otros aspectos. Mauricio Mosquera, director de Indeportes Antioquia, asegura que los resultados de la administración departamental saliente en materia deportiva fueron positivos. “100% cumplimos con los deportistas, tanto en el alto rendimiento como en el deporte formativo recreativo y especialmente con el desarrollo deportivo en las subregiones de Antioquia. Duplicamos el presupuesto de altos logros y apoyamos como nunca los proyectos de altos logros olímpicos para el país”. Y aunque es cierto que al analizar las tablas de medallería el balance es satisfactorio, la descentralización de algunas disciplinas sigue siendo una tarea pendiente. Eso se debe, en parte, a la falta de apoyo al deporte por parte de las administraciones de algunos municipios, pero también porque el Área Metropolitana sigue acaparando a muchos competidores que se destacan en los campeonatos departamentales. Según el plan de desarrollo deportivo de la presente administración departamental, para los Juegos Nacionales de 2012, de 1.010 atletas preseleccionados, el 66% pertenecían al Área Metropolitana y, por ejemplo, regiones como Bajo Cauca y Norte solo aportaron cuatro y cinco deportistas respectivamente. Eso supuso, desde el comienzo, un reto evidente para la administración Fajardo, que se propuso una mayor participación de las subregiones en la representación deportiva nacional de Antioquia. Si bien Indeportes afirma que todavía no se cuenta con una estadística precisa de la distribución de la participación, en los más recientes Juegos Nacionales, desde su área de Desarrollo Social afirman que la descentralización fue el énfasis de los últimos cuatro años y que se lograron claros avances en la inclusión de un mayor número de deportistas de regiones como Urabá. Pero, ¿qué tanto se sienten protagonistas las subregiones? Magda Milena Cardona, vieja gloria del baloncesto antioqueño en representación de Jardín, afirma, por el contrario, que la brecha es cada vez más extensa, sobre todo en deportes individuales. “Cuando en la zona metropolitana ven un deportista bueno, inmediatamente se lo llevan para la Villa Olímpica en Medellín o los vuelven deportistas de liga. Por ende, no pueden representar a sus municipios. Igual pasa en los deportes de conjunto, aunque me parece que en estos

No. 2 Diciembre de 2015

El departamento ganó por tercera vez consecutiva los Juegos Deportivos Nacionales. Sin embargo, hay retos pendientes para que el deporte regional siga creciendo.

el Área Metropolitana no está tan fuerte y ahí los municipios nos hemos fortalecido”. Pero Cristian López, representante de Caucasia en baloncesto, considera que sí hay avances. “Creo que se ha achicado mucho la brecha porque, por ejemplo, los profesores de las subregiones se están capacitando más en la ciudad de Medellín, yendo a congresos o a capacitaciones que el Inder e Indeportes ofrecen. Ellos están asistiendo y comparten el conocimiento con los municipios”. Sin embargo, López explica que se sigue percibiendo diferencias, especialmente en las zonas más apartadas, porque no tienen la posibilidad de foguearse con representantes de alto nivel deportivo. Pero más allá de esas opiniones, los resultados de los últimos Juegos Departamentales pueden ser una buena muestra de qué tanto se ha avanzado. Pese a que municipios como Rionegro, Apartadó, Turbo, Carmen de Viboral, El Retiro, Liborina y Carepa lograron arrebatarle títulos a Medellín, la capital se quedó con 16 de las 34 disciplinas en disputa. En 2014, la ciudad había obtenido 14 títulos en 26 deportes. Debilidades logísticas Otro asunto que se desprende de la trigésima octava edición de los Juegos Departamentales Indeportes Antioquia, que se disputaron en Urrao, es el récord de participación con

casi 6.000 deportistas. Además, el énfasis en nuevas disciplinas como el ultimate, la cual estuvo en calidad de exhibición. No obstante, hubo falencias en la organización. Caso puntual lo ocurrido con la placa principal del Estadio Rigoberto Urán. Allí, se dieron cita múltiples disciplinas, un de ellas fue el bádminton que, por sus reglas, debe jugarse sobre un tapete especial. Aunque solo tuvo competencias la mitad de la primera semana, el tapete permaneció en la placa hasta dos días antes de la clausura y generó retrasos en la programación y el desarrollo de otras disciplinas. Por otra parte, no todas las competencias pudieron adelantarse en el municipio anfitrión. Deportes como tenis de campo y natación pasaron casi desapercibidos, pues su epicentro fue el municipio de Concordia. Eso demuestra que algunas localidades todavía no cuentan con la infraestructura necesaria para albergar a todos los deportes de una competición departamental. La conclusión es que si bien el gran objetivo es promover el sano esparcimiento, la competencia y la participación subregional por medio del deporte todavía hay retos que debe asumir la administración departamental y también las administraciones municipales para aprovechar todo el talento que florece, si es que Antioquia quiere seguir estando en el podio del deporte nacional.


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