De la Urbe 81

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2 Obras

Alberto Fuguet, escritor chileno

Luego de un silencio novelístico de cerca de cinco años, Alberto Fuguet regresa con dos novelas que son como dos caras de una moneda masculina: un lado sentimental y otro sexual. Dos polos de lo que para él significa ser hombre. Sergio Alzate Estudiante de Periodismo sergio.alzate91@hotmail.com Fotografía: Penguin Random House

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l mirarlo de frente, me parece más guapo que en fotos. Me fijo en su barba que empieza a encanecer, en sus ojos oscuros, en la potencia de su nariz, en sus labios que se insinúan a través de los vellos bicolores. También miro sus manos: grandes y volátiles, de dedos gruesos; manos hechas para acentuar con ellas lo dicho. Mientras lo miro, pienso que también, como todas las manos, las suyas deben estar hechas para acariciar y recorrer. Y, como un resorte, un pudor periodístico me recuerda que esto es una entrevista y que él es un entrevistado. Al otro lado de la mesa, Alberto Fuguet habla. Yo lo escucho. La noche en Medellín prende sus bombillas y alrededor la gente se mueve entre las mesas. —Ufff, estoy cansado. Esto de ir y venir presentando el libro es una experiencia muy bonita, pero ya hoy llevo dieciocho horas despierto. Toda una maratón editorial, como acá, en Sudor —dice y bebe de su té Hatsu: té negro con limón. Sudor (2016, Random House) es su última novela. O, podría decirse, es la extensión de otro proyecto (distinto

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e independiente) que entregó al mismo tiempo a su editorial. No ficción (2015, Random House) se publicó seis meses antes y es la historia de un amor sentimental, de una pasión sin carne que se pregunta si puede haber intimidad sin sexo. Sudor, por su parte, explora lo contrario: la posibilidad del sexo sin lazos íntimos. —No ficción es el libro que presentarías a tus padres. Sudor sería el que te follarías sin que ellos supieran —le digo o le pregunto o tal vez le insinúo. —Podría decirse, sí. Con No ficción quise resumir toda mi poética de hombres y hacer algo tranquilo, romántico, no solo una cuestión sexual; es más de si va a haber una conexión o no —dice—. En Sudor, en cambio, hay sexo y había que describir el olor masculino, el ardor masculino, el deseo masculino, el cuerpo que lo hace ser distinto al hombre, ¿cachai? En el programa chileno de radio Una nueva mañana, Cecilia Rovaretti inició su entrevista a Fuguet diciendo: “Se tiró a la piscina, porque esta novela que se llama Sudor es lo más pornográfico en materia de lenguaje que yo he leído en los últimos tiempos [risa nerviosa o tal vez de pudor]”. El País de España tituló una entrevista del mes de abril con un entrecomillado suyo: “Mi olor favorito es el sudor de los hombres”. Lejos quedaron las masculinidades que insinuaban la ambigüedad de sus preferencias en sus anteriores novelas o en sus películas. De frente y en primer plano, Fuguet desnudó su sexualidad por medio de la literatura. No fue una forma de salir del clóset: fue más bien una reafirmación de su yo, la concreción de algo que no le interesaba tampoco esconder. —Yo sentía que todo lo que había escrito y firmado tenía que ver conmigo. Nunca había escrito del amor. Nunca había escrito de sexo. Sentía que debía llevar mucho al límite las relaciones. Llevar al límite el deseo. Llevar al límite la conexión. Y pensaba que algún día iba a hacerlo, aunque no lo sabía. Y no era por miedo, sino porque sentía que literariamente debía encontrar la historia. Así, la idea de escribir de hombres no solo frágiles, como son sus personajes masculinos, sino también homoeróticamente palpables fue sedimentando en Fuguet. Hay que encontrar la historia, se decía. No quería ser como Pedro Almodóvar y Manuel Puig (“a quien no invitaron a la fiesta del ‘Boom’ por queer”) cuyas obras encallan en la

mirada femenina. Tampoco se sentía cercano a Pedro Lemebel (“quien de estar vivo jamás hubiese leído Sudor”) ni a Reinaldo Arenas: le parecía que su homosexualidad estaba cargada de rencores y odios; una homosexualidad revestida del tremendismo de las periferias, un mundo distante al suyo. Y al final no solo encontró la historia, sino que fueron dos: una amistad entre hombres basada en el flirteo y el cariño, pero no en el sexo; y la de un editor gay de no ficción en su cuarentena que debe recibir la comitiva de un astro literario y su hijo que, señas más, señas menos, son Carlos Fuentes y Carlos Fuentes Lemus, su hijo (llamados en Sudor Rafael Restrepo Carvajal y Rafa). —Y también me parecía que si iba a asumir públicamente que era gay, me parecía que lo divertido era hacerlo vía escrita. No solo en las entrevistas. Me encanta que me lean chicos, tipos u hombres frágiles. Por eso realmente este libro provocó un terremoto, porque buena parte de mis fans son hetero. Y les ha gustado. —Pero —no puedo evitar notar como se lame los labios luego de cada trago de té—, ¿existe una literatura gay? ¿Una escritura queer? ¿O es algo para llenar la cuota de inclusión en el mundo editorial? Medita un instante la respuesta. Me mira con ese modo suyo que no incomoda, que no intimida. Y yo me pregunto si sabrá que me vestí así para agradar a un desconocido como él. Pienso en lo ridículo que debía verme ante el espejo, eligiendo cada prenda, peinando el cabello así o asá simplemente para parecerle “mino” (en su léxico chileno). Su voz suave y grave a la vez me regresa a esta plazoleta en medio del Jardín Botánico: —¿Algo así como lo que pasa en las series estadounidenses de the talking black, the talking gay? Independiente de esto, yo creo que hoy en día uno de los retos del mundo gay es que hay que tratar de seguir siendo queer. No solo gay, ¿me explico? O sea, molestar. No ser uno más de la moda. Ahora, no tengo problema con ser gay, cosa que soy. Pero me gustaría ser mucho más que eso. Hay otras partes del cuerpo que yo uso… no escribo solo con mi verga, ¿cachai? Al final, no le preocupa que lo etiqueten de escritor gay o de defensor de la cuestión queer en la literatura. Le quita un poco más el sueño que dos décadas después el fantasma


3 de McOndo, aquella diatriba en cuyo prólogo Alberto Fuguet y Sergio Gómez aspiraban mostrar una Latinoamérica diferente a la ficcionada por el ‘Boom’ latinoamericano, siga reapareciendo entre las páginas de los críticos. —McOndo fue una cosa muy fuerte, lo más parecido que a mí me hubiesen violado en público —dice—. Por eso me molesta mucho que sigan escribiendo sobre McOndo. Para mí eso es una mariconada, o sea, ¿por qué no critican a Sudor o No ficción? I mean, really? Lo que yo quería decir allí, y que tal vez lo dije mal, era que no todo era Cien años de soledad y que también había espacio para las historias íntimas. Ahora su relación con el ‘Boom’ es diferente. En repetidas ocasiones, Fuguet ha dicho que a García Márquez, a quien considera un gran escritor, hay que leerlo, follárselo, pero con condón “o, de lo contrario, engendras a Isabel Allende”. Sobre Carlos Fuentes (Rafael Restrepo Carvajal), escribió en Sudor que “se expresaba en un inglés perfecto y parecía ser un hombre que no tuviera ningún tipo de dudas, ni siquiera metafísicas: era para mí lo más remoto a lo que podía compararse con un verdadero escritor”. No obstante, admite que tiene algo en común con el mexicano: el deseo de ser pop. —Y para mí Vargas Llosa es súper gay-friendly porque tiene personajes masculinos con tensiones. Por ejemplo, hay un cuento de él que leí de adolescente y con el que me masturbé: “Día domingo”. Me turba pensar en aquella escena: un Fuguet diferente, sin barba quizá, en su cuarto leyendo Los cachorros, aquel libro de cuentos de Vargas Llosa. Un Fuguet rebosante de aquello que él, ahora con cincuentaidós, llama “el dinero de la juventud”. Ese Fuguet sintió deseo (“se me paró al toque”) al leer que Rubén y Miguel se desnudaban para nadar en el mar de Miraflores, dos muchachos como él que frotaban sus cuerpos desnudos, que se retaban mar adentro con sus pieles lisas por el amor de una muchacha. No había sexo, no había nada explícito, no hay mención concreta a lo erótico, pero había tensión y electricidad en lo narrado. Y ese mismo Fuguet, muchos años después, en Medellín, frente a mí cuenta que se masturbó por esos muchachos literarios.

Hay que cambiar de tema. Huir. Transitar por otras avenidas, navegar por otros mares. —Algunos han dicho que Sudor es tu libro más maduro, pero yo discrepo —le digo—. Al contrario, en un buen sentido, es un libro de la inmadurez. —Totalmente de acuerdo. Missing también fue tomado como un libro de la madurez. Y lo que yo les dije entonces fue “no, yo no maduré: el que maduraste fuiste tú”. Yo no sé si quiero madurar. Ahora me molesta porque muchos dicen “Sudor es tu mejor libro”. Pero yo no quiero eso. Decirme eso es como si me dijeran “tenés bonitos ojos y nada más”. También me gustaría que les gustaran otras partes de mí. Pero eso de “bonitos ojos”, al final es como un insulto. —Además, con Missing hubo toda esta discusión sobre qué tanto había de ficción o realidad en el libro, como si todavía esa cuestión en literatura fuera importante, ¿o me equivoco? —Por algo escribí un libro llamado No ficción: para metérselos en la boca cuando pregunten sobre la línea de ficción y realidad en mis libros. Si quieren mamar de eso, que vengan y se lo traguen —se ríe—. Y con Missing, en esta nueva edición que saldrá, puse una pequeña notita que será como salir del clóset de nuevo, porque nadie me lo preguntó: Missing es mucho invento. Ya el fin de la entrevista empieza a atisbarse. La gente ha cambiado a nuestro alrededor. La botella de té está vacía. La noche es una costra pegajosa y sofocante que aguijonea la piel. Rápidamente hablamos de pop, de Javiera Mena (“yo dirigí el videoclip de ‘Esquemas juveniles’”), de Spotify y Netflix, de Gepe y Francisca Valenzuela, de cómo la etiqueta de escritor gay jamás podrá superar a sus otras dos: McFuguet y PopFuguet. Y mientras nos despedimos, yo pienso en aquella frase que Alberto Fuguet soltó para El País: “Mi olor favorito es el sudor de los hombres”. Pienso, entonces, a qué olerá su sudor, su aliento, su saliva, su cabello, “sus pendejos”, su poética de los hombres. Él nada sabe y se aleja en la noche. Yo me alejo también.

Decidí leer a Ana María Agudelo Zapata Estudiante de Comunicaciones ana.agudeloz@udea.edu.co

N

ecesitaba una máquina de follar. Precisaba de un encuentro lascivo, excitante, erótico; quería tener una experiencia brutal, salvaje, alucinante. Entonces lo recordé y sucumbí ante su maldiciente tono. Hablo de Charles Bukowski, el último escritor maldito de la sociedad estadounidense, ese conjunto de maldiciones reprimidas que en La máquina de follar narra, a partir de veintidós historias, la vida de un hombre sombrío y detestable; un libro donde la desdicha y el karma cobran vida para arruinar su integridad y su privacidad. Cada personaje de estos relatos retrata su alter ego, y es así como nos va destapando lo innombrable, diciendo lo que nadie quiere decir y develándonos el camino de lo pecaminoso, camino que ni yo me atrevería a seguir. Aunque sus apreciaciones pertenecen a una época distinta —los setenta—, a un estilo de vida fuera de mi imaginación y alcance, no encontré mucha diferencia con respecto a nuestra sociedad actual. Bukowski critica a las prostitutas de la Veracruz del Centro de Medellín, critica a los drogadictos del Parque del Periodista, critica a los vendedores de drogas del aeropuerto de la U. de A., critica al LS, critica al paramilitarismo en Colombia, critica a los jóvenes libidinosos amantes del sexo, critica a las mujeres que son máquinas de follar, critica a Medellín y sus injusticias gubernamentales, critica a los goberna-

Bukowski

Elkin Restrepo

y la poesía que se hace narración

Diego Guerra Estudiante de Trabajo Social dieguelo21@hotmail.com

dores lujuriosos y me critica a mí por leer cada una de sus líneas. La máquina de follar suele ser catalogada por muchos como erótica, por las detalladas descripciones sobre sus encuentros sexuales, sucia por su lenguaje obsceno, grotesca por sus burlas y humor negro, y asquerosa por su trato hacia las mujeres. Para mí es una obra que abofetea al lector en cada cambio de página. Cada crítica es lanzada con furia a la humanidad: a las personas que proponen cambios, pero que no ejecutan ningún plan, por ejemplo. Asimismo, nos plantea un sin número de argumentos en contra de las relaciones sociales que día a día se crean. Porque en La máquina de follar la sociedad se nos presenta como un basurero, como el lugar de los desechos, escombros y pestilencias: un lugar del que nadie se atreve a hablar. Pero sí se escucha hablar de lo productivo, emprendedor e innovador. ¿Qué diría el escritor maldito de una sociedad como la de hoy? ¿De los avances en tecnología, la adaptación de los medios de comunicación a la vida diaria, las redes sociales y la comunicación móvil? ¿Qué diría ahora que no se habla de encuentros sexuales en moteles sino del sexting? Bukowski escribe para nefastos sintiéndose nefasto, para hombres rotos sintiéndose roto, y a partir de esos bajos instintos les propone una reconstrucción basada en la libertad. No es solo denigración, sexo y violencia, tampoco repugnancia; es una visión reflexiva de lo que esconde una sociedad moralista, una sociedad que debe liberarse en sus placeres para liberar la mente.

U

n auto que sale despedido a los misterios de una noche hermosa, un hombre que vuelve a la vida después de muchas sombras y cobardías, historias de amor inconclusas, muchachas que, sin ser hermosas, tienen la gracia menor de una reina de barrio, los sonidos de un idioma ajeno guardados para siempre en el recuerdo, desencantos y alegrías íntimas, eso y más es lo que habita en estos Cuentos de Elkin Restrepo, el poeta narrador. En todos ellos, el lenguaje poético y narrativo se cruza con belleza y maestría para dar vida a situaciones llenas de vida, encanto y posibilidad. La poesía se hace narración. En esta selección de narraciones, el lector, frente a la locuaz parquedad de Restrepo, halla situaciones marcadas por la simpleza y personajes marcados por la complejidad interior, ambos contados con una gran sensibilidad en la que el recuerdo del pasado es el hilo conductor. La memoria en estos cuentos es como un fantasma que lo toca todo, que está en todas partes, en la plenitud y en la tristeza, acompaña los besos, las palabras, las miradas; está en las paredes de la casa, en el asiento de atrás del carro, en un bote en el mar; es una memoria llena de añoranzas pero redentora, que empuja a los sujetos al silencio y a la quietud, pero también a la vida, una vida heterogénea de personajes que se encuentran en fugaces instantes que permanecen. Los protagonistas son individuos tan distintos entre sí que las palabras nos los permean, un hombre y su vecina bruja, una mujer y su amiga extranjera, el idioma incomprensible del pasajero del vehículo, el amigo que regresa cambiado por completo por el paso de los años, el padre y el hijo que viven en dos mundos diferentes, el muchacho de gafas grandes; los encuentros que narra el autor son otra cosa, constituyen un lenguaje más profundo, dan cuenta de un escritor que comprende los modos en que es capaz de hablar la cotidianidad. “Cada encuentro no había sido más que la cara de un nuevo desencuentro”, reflexiona en uno de los cuentos un narrador que entiende de lo humano y lo sabe trasmitir, por eso el lector se siente identificado, inmerso en un sentimiento que tal vez ya conozca. La prosa de estos cuentos es elegante, sin dejar de ser simple, el tono de casi todos ellos es nostálgico, tal vez sea una característica de Restrepo, de quien, no cabe duda, lleva consigo la vocación de las palabras. Cuentos de Elkin Restrepo acaba de ser publicado en la Colección Debajo de las estrellas del Fondo Editorial Universidad EAFIT.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión Editorial Comité editorial: Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez. Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Diego Posada, Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Juan Manuel Valencia, Laura Cardona, Sergio Alzate, Andrés Viveros, Yeison García. Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas León Coordinación de fotografía: Carolina Londoño Mosquera, Juan David Tamayo Mejía Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación general y de Radio: Alejandro González Ochoa Coordinación Televisión: Alejandro Muñoz Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación Especiales: David Santos Gómez Coordinación Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en el Suroeste: Leidy Yurany Arboleda Vélez Corresponsal en Urabá: Luisa Fernanda Gómez Rincón Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5912 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde a los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector David Hernández García, Decano Facultad de Comunicaciones Deisy García Franco, Jefa Departamento de Comunicación Social

El desconcierto unánime

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n el editorial de nuestra edición 80 dijimos que no era momento de neutralidades y declaramos nuestro apoyo a la opción del Sí en el plebiscito que buscaba refrendar los acuerdos de paz entre el Gobierno y las Farc. Sostenemos esa postura. La neutralidad no es el mayor bien del periodismo, es la honestidad. Esta exige, sin embargo, mirar más allá de lo que nos es familiar, ver el panorama completo. Tras la victoria del No el 2 de octubre, parte de la solución a la incertidumbre está en mirarse al espejo, en buscar explicaciones ante el desconcierto. No hay una única respuesta. Se ha hablado de la desinformación por parte de los promotores del No, cuya estrategia, como contó el exgerente de la campaña, Juan Carlos Vélez Uribe, en una entrevista con el diario La República, fue dejar de explicar los acuerdos y buscar que la gente “votara verraca” porque Colombia se convertiría en Venezuela, por ejemplo. A esto se suma la arrogancia gubernamental y la poca o nula colaboración de los líderes regionales de los partidos políticos ante unas elecciones en las que no estaban en juego sus puestos. Quizá la explicación más contundente es la del No oculto, el que no aparecía en las encuestas; aquellas personas a quienes les daba vergüenza o hastío expresar públicamente su opinión, pero que lo hicieron en la intimidad del cubículo de votación. En lo anterior puede residir la sorpresa generalizada —de las encuestadoras, de los políticos de ambos bandos, de los medios y de la academia— frente al resultado de la votación. Tal vez en esta sorpresa esté la falencia, y también el aprendizaje. No se le pide a la academia ni a los medios de comunicación que predigan el futuro, pero sí que lo vislumbren. ¿Quién más debía y podía leer la realidad que nadie preveía, mirar a la cara de esa otra Colombia que, por miedo, resentimiento o desinformación, dijo ‘no’ a la posibilidad de terminar un conflicto armado frente al que adjetivos como largo o doloroso solo redundan? ¿No debimos estar ahí los medios universitarios, las facultades de humanidades, los analistas políticos, los

¿Quién más debía y podía leer la realidad que nadie preveía, mirar a la cara de esa otra Colombia que, por miedo, resentimiento o desinformación, dijo ‘no’ a la posibilidad de terminar un conflicto armado frente al que adjetivos como largo o doloroso solo redundan?

ISSN 16572556 Número 81 Octubre - noviembre de 2016

Fotografías de portada: Juan David Tamayo Mejía, Alejandro Buriticá Alzate, Diego Zambrano Benavides, Juan Diego Posada, Sergio González, Bibiana Ramírez Betancur Fotografía de contraportada: Sergio González

No. 81 Octubre - noviembre de 2016

convencidos. Los invitados del No fueron abucheados más de lo que fueron rebatidos; los escasos asistentes escépticos o en contra del proceso de negociación fueron reducidos, casi ignorados. Las señales estaban ahí. La victoria del No descolocó las certezas, nos obligó a buscar respuestas y, quizá lo más valioso, nos sacó a la calle. En la movilización del viernes 7 de octubre en Medellín, bajo la lluvia, rodeados, entre otros, por colegas, profesores y estudiantes, escuchamos los pitidos de apoyo de las motos y los carros que cruzaban, los saludos desde las ventanas de las casas, vimos los rostros desconfiados o reprobatorios de algunos transeúntes. Esa y otras marchas —en Bogotá, en Cali— han permitido que muchos de quienes apoyaban el proceso, desde la burbuja del unanimismo universitario, crucen sus rostros con otros ciudadanos que, fuera de las aulas, también lo apoyan, o se abstienen o lo rechazan. Al desconcierto, ha de seguir la reflexión, la movilización. Como medio de comunicación y como parte de la academia, ahí estaremos.

El voto vergonzante David E. Santos Gómez Profesor de Periodismo davidsantosg82@gmail.com

Capítulo Antioquia

periodistas independientes, para entender? ¿Cómo pudo pasar inadvertido el resultado, que creemos negativo para Colombia, cuando nos sentamos a la mesa todos los días con muchos de los que votaron No, con padres, tíos o hermanos? Puede que también estuvieran ahí, en silencio, durante los diversos foros que las universidades y otras instituciones convocaron para hacer pedagogía sobre el proceso de paz, para analizar los beneficios y retos del posconflicto. Debates importantes, con invitados serios, pero que se limitaron a espacios en los que el público era casi en su totalidad afín al proceso de paz. Fueron una forma de convencer a los

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res elecciones estaban marcadas como fundamentales en el calendario internacional de este 2016. El referendo del Brexit que definía el futuro del Reino Unido en la Unión Europea, el Plebiscito refrendatorio del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las Farc y, por último, las presidenciales de Estados Unidos. Las dos primeras ya pasaron por el juicio de los votantes y sus resultados fueron un batacazo. Nadie los esperaba. Ganaron las opciones rezagadas en las encuestas. Las imposibles de prever. La isla de la Reina Isabel, a contracorriente, determinó que ya no hará más parte de Europa y le clavó una daga en el corazón a la utopía de la Unión. Hubo lamentos y crujir de dientes. Colombia, por su parte, en un papelón mundial, negó la aprobación de una paz que ya tenía la firma de las partes y recibía aplausos en medio de una algarabía internacional. Ahora nadie sabe cuál es el paso siguiente. Las partituras estaban escritas y las han quemado. La votación restante, que pretende ponerle nombre al remplazo de Barack Obama, está a menos de un mes y ya nadie se atreve a dar su veredicto. ¿Podrá ganar el racista Trump? ¿Tiene cabida en la mayoría del electorado gringo el discurso megalómano del multimillonario? ¿Ocurrirá allí la misma sorpresa que en los dos sufragios anteriores? Lo que antes era motivo de risas ha pasado muy pronto a ser un listado para el llanto. Lo inexplicable es ahora la medida de la política contemporánea. Las tres elecciones de las que hablamos com-

parten una pregunta que el electorado solo puede responder de forma dual. Sin grises. O se decide por el blanco o por el negro. O nos quedamos en la Unión Europea o nos vamos. O aprobamos el acuerdo con las Farc o lo negamos. O es Hillary o es Trump. No hay tercera opción. Pero algo hemos aprendido del Brexit y de nuestro Plebiscito refrendatorio: las confianzas que dan las pesquisas previas a las votaciones ya no existen. Algunos sacan conclusiones apresuradas sobre los posibles resultados desde las redes sociales. Tremendo error. Son pequeñas burbujas que, si acaso, repiten lo que nosotros mismos hemos decidido creer. Espejos vanidosos que celebran nuestros criterios pero evitan la incomodidad necesaria cuando nos cuestionan. ¿Los medios tradicionales? ¿Las “empresas periodísticas”? Menos. Se han desvinculado de la realidad ciudadana embebidos en lo que ellos creen que representa la realidad. Algunos, incluso, se jugaron por la opinión y el sesgo como el nuevo estándar informativo. Y ante la dualidad y la prepotencia de los que se proclamaron ganadores antes de tiempo hemos encontrado un fenómeno inesperado: el voto vergonzante. Un lado grita su supremacía moral. Agita las banderas de la verdad absoluta. Reniega del lado opuesto, algunas veces con argumentos y otras con burlas. Entonces, en una jugada oculta de la democracia contemporánea, los que se creen perdedores, los que son tachados de brutos e ignorantes, deciden callar su decisión. No decirlo a las encuestadoras. No comentar a nadie en la comida familiar qué casilla marcarán en el tarjetón. O simplemente mentir para no escuchar las recriminaciones. Pero el día del juicio, cuando se encierren en el cubículo y se enfrenten únicamente a sus propias convicciones, efectuarán su pequeño acto de rebeldía. Después, cuando ganen, sonreirán porque ni siquiera ellos pensaron que era posible.


Opinión

Botando

votos

Juan Diego Posada Posada Politólogo y estudiante de Periodismo jdposada@hotmail.com / @jdposadap9

C

uando de hacer campaña se trata, los bandos políticos ponen en función toda su maquinaria para llegar hasta el último rincón del país con una intención única: lograr un voto. Si Juan Carlos Vélez Uribe tuvo que colgar un flyer en su muro con la cara de Santos y “Timochenko”, no importa: el fin justifica los medios. Bien lo reconoció el mismo Vélez, “la idea no era explicar el Plebiscito”. A mi cuenta de WhatsApp llegaron dos mensajes de audio distintos: uno en nombre del Centro Democrático que criticaba el hecho de “quitarle” dinero a los jubilados para entregárselo a las Farc. El otro, sin remitente fijo, cuestionaba la entrega del país al castro-chavismo. Supongo, existían muchos más. Bastaba leer un par de páginas del acuerdo y ponerse dos dedos de frente para corroborar la información de tales mensajes. Ninguno es cierto. Si bien había un dinero para las Farc que funcionaba como subsidio, no iba a ser pagado de las pensiones y mucho menos posible sería convertirnos en algo parecido a Venezuela: resulta económicamente imposible virar el curso de un país capitulado por la inversión privada. Nuestro país es tan rentable para las élites, que no podríamos ser nunca Venezuela; ni siquiera siendo expropiados. En muchas ocasiones, el tratamiento despectivo hacia temas de interés nacional se conoce como: “campaña

negra”, “propaganda sucia” o, si se quiere, de modo políticamente correcto, Marketing. Su problema radica, precisamente, en aparecer en los momentos decisivos del país. Suele ser recurrente en épocas de campaña presidencial o legislativa y, por supuesto, el Plebiscito no fue la excepción. Probablemente la estrategia haya ganado muchos votos, pues vale entender la facilidad del colombiano por nunca verificar todo aquello que le es entregado, y mucho menos cuando la información proviene desde uno de los bastiones políticos del país. Pero, ¿hasta qué punto ganó la opinión mal informada? Joseph Göebbels, ministro de propaganda de la Alemania Nazi, solía decir que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”; para el caso nuestro no es la excepción. Utilizar campaña negra durante este tipo de procesos resulta una medida efectiva en términos de votos, pero degradante en cultura política. Desconocer la falta de interés y de reflexión sobre temas políticos en Colombia es, además de un daño para el país, la razón por la cual resulta desastroso explicar lo que es un proceso de paz y cómo el nuestro estaba contribuyendo o no a una verdadera solución del conflicto. Independiente de la posición (Sí/No), la responsabilidad como ciudadanos y actores políticos está en comprender y ayudar a comprender la coyuntura del país, no, por el contrario, construirla desde la información a medias. Colombia es un país que lee en promedio de uno a dos libros al año, por persona. Si partimos de un hecho como este, podemos deducir que los acuerdos suscritos en La Habana, difícilmente, fueron examinados por la mayoría de compatriotas. Ergo, la responsabilidad de explicarlos con la mayor claridad y objetividad posible era el llamado. Por tanto, incentivar a la gente para “votar verraca” es igual o peor que mentir sobre los acuerdos. Es partir del sentimentalismo para captar la atención de los votantes y contribuir a la inestabilidad política por medio del facilismo. El ejercicio de la democracia está basado en el voto informado y sustentado de una sociedad civil capaz de tomar sus propias decisiones. Esta debe ser la mayor preocupación de todo actor involucrado en la política; ejercer su influencia para informar y decidir. Con claridad. Desinformar es un crimen, no solo político, sino legal. Repetir la mentira es condenar al país.

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Visión

Las iglesias cristianas celebran. Las iglesias cristianas gritan. Las iglesias cristianas entonan cánticos. Las iglesias cristianas en Colombia agradecen a Dios que ganó el No en el plebiscito. Las iglesias cristianas aplauden la salida ministerial de Gina Parody, pues creen que es el primer triunfo palpable de su lucha contra la ideología de género. Las iglesias cristianas le temen a la dictadura gay de los acuerdos. Las iglesias cristianas votaron para defender la familia tradicional. Las iglesias cristianas votaron en contra de asuntos que no estaban en ninguna de las 297 páginas acordadas en La Habana.

Ejemplo

Ese lunes 3 de octubre, Colombia ocupó las primeras páginas de numerosos periódicos extranjeros. Pero lo que para la comunidad internacional habría podido representar un poderoso símbolo de progreso y de esperanza, en un mundo donde las malas noticias y las incertitudes son diarias (terrorismo, crisis de deudas, guerra en el Medio Oriente), se transformó en una gran incomprensión. El periódico español El País tituló: “Colombia dice ‘no’ al acuerdo de paz con las Farc” y planteó en el primer párrafo: “En un mundo de locuras sin fronteras, Colombia optaba este domingo por dar un salto al vacío o ser ejemplo para el planeta. Ganó la primera opción”. Un buen resumen de nuestra decepción y la del mundo.

¿Quiénes son y a quién representan?

Luego de muchos meses volvieron los encapuchados y las explosiones a nuestro campus. Ocurrió el 12 de octubre, fecha de la dudosa fiesta de la hispanidad y en la que la Universidad de Antioquia se unió a otras instituciones de educación superior del país para celebrar un concierto en homenaje a la paz. El libreto, de tan antiguo y desgastado, parece increíble a estas alturas de la historia: explosiones en el acceso de la calle Barranquilla, personas encapuchadas gritando consignas y preparando –y lanzando– otros explosivos, el cierre de la vía arteria que conduce al norte de la ciudad, la llegada de la policía y sus tanquetas. Consignas, chorros de agua, gases lacrimógenos. Espectadores que observan, unos cuantos que apoyan la… ¿protesta? Orden de evacuación. Tanquetas que traspasan la portería. Gritos. Gases. Sustos. Destrucción. Indiferencia. Parálisis académica y administrativa, quizás incluso ideológica. Mientras tanto, en los bloques de la parte de atrás, la vida continúa como si nada. Mañana apenas habrá memoria de esta escaramuza. Lo que no hay hace muchos años, quizá no lo ha habido nunca, es claridad sobre el porqué y el para qué de estas acciones. Da la impresión de que se pierde mucho y no se gana nada.

De pasarela

Ya lo dijo Darío Jaramillo Agudelo en alguna entrevista: “Uno escribe porque lo necesita, para estar solo, porque le gusta el silencio. Pero cuando comete… no sé si la barrabasada de publicar, comienzan a llamarlo para hablar en público de lo que hace, que es totalmente contradictorio a la razón por la que uno escribe: para estar solo”. A veces, solo a veces, soñamos con encerrar a ciertos escritores y periodistas reconocidos para que no hablen más en público, que se dediquen a escribir, para que no nos hagan reír a la fuerza con sus hijueputazos en charlas sino con esas páginas que tan bien se les dan. No lo vamos a hacer, pero nos seguimos preguntando: ¿habrá algún límite? Es que, comenzamos a pensar, tantas ferias, tantos premios, acaban por convertir eventos muy queridos en pasarelas. Y no es un sablazo solo para autores.

Tocando en las puertas de la historia

Las letras, esas que no solo se escriben en los libros, sino en las partituras de los instrumentos y que componen canciones, hoy tienen su premio. Aunque pueda sonar romántico, cada canción que se crea es un fragmento de un gran libro, de un álbum, de esos que inspiran, que han llevado al suicidio o que han marcado matrimonios. Esas letras, las que al cerrar los ojos pintan universos de color pastel y desdibujan la maldad de las almas humanas, son las que la academia sueca del Nobel acaba de premiar. Bob Dylan no es solo un músico, es un humanista que ha construido con su legado una visión del mundo particular, de su mundo y de nuestro mundo. Un literato, que escribe con sonidos. ¡Que viva la música! Y, como diría Andrés: “El cine cansa y el libro miente, quémenlos ambos y dejen solo la música”.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


6 Voces

María Emma Wills El perdón, la empatía, el fuero interno, la democracia y la memoria histórica son instancias de la paz para la asesora de la Dirección General del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y la única mujer que hizo parte de la Comisión Histórica del Conflicto que estuvo en La Habana —en 2014—, para aportar reflexiones sobre los orígenes y consecuencias del conflicto armado a los diálogos entre el Gobierno y las Farc. Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com Fotografía: Karen

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as palabras de María Emma Wills son tranquilas. Es politóloga y lleva ocho años escuchando a las víctimas de su país. Su lenguaje es pacífico, así como el azul celeste que lleva en su vestido minutos antes de entrar al conversatorio al que fue invitada por la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín en septiembre. —El país está en un momento crítico, en una de esas coyunturas en las que puede tomar una ruta u otra. Realmente se define el futuro y no solo el presente. Esta mujer lo tiene en la cabeza: más de ocho millones de víctimas en los 52 años de historia del conflicto armado más largo de Latinoamérica. Sentada en el sillón de la sala de prensa de la Fiesta, en el Jardín Botánico, María Emma habla acerca de su trabajo con la memoria histórica, sobre los relatos de dolor y esperanza… Es un diálogo con verdades extraídas del verso de la realidad. —Tenemos que reflexionar sobre quiénes hemos sido en un país en guerra, qué hemos hecho o dejado de hacer para evitar que otros sufran. El espacio de memoria histórica propone reflexiones con uno mismo para decir dónde estaba yo, por qué pasó lo que pasó, cómo hago ahora que tengo una oportunidad de transformar lo que ocurrió en el país para que no se siga repitiendo, cómo hago yo para que no se siga repitiendo el horror. La memoria histórica es un campo de reflexión personal, colectiva y nacional, tiene los tres registros, y en esas reflexiones creo que aprendemos a ser mejores seres humanos. El país continúa dividido por los argumentos del Sí y del No. Los discursos, los tuits y las noticias anudan más la opinión de un pueblo que ha convivido con y a pesar de la guerra. En un panorama así, la voz de Wills intenta dialogar a la distancia con los relatos de las víctimas, con el acuerdo final de La Habana y con los reparos de 6’431.376 personas que le dijeron No. —Aquí, la memoria histórica juega un papel trascendental porque es un campo donde los ciudadanos y ciudadanas aprendemos a volvernos a conectar con los demás sin desconfianza, sin odios, sin estigmatización; esto es fundamental en ese tránsito de la guerra a la paz o de la guerra a una profundización democrática. Se trata de “la escucha del dolor ajeno a través de la memoria y los testimonios de las víctimas, pero también de la escucha y de la memoria propia”. Perdonar no parece tener espacio en la cabeza de muchos. Parece no tener espacio cuando la guerra ha dejado 267 mil —número de víctimas de homicidio registradas en el reporte del Registro Único de Víctimas (RUV)— familias en luto. —Hay una degradación del conflicto que no hemos visto la mayoría de colombianos, y cuando empiezas a escuchar a las víctimas tú dices: “Eso no puede ser, a qué horas, cómo no me di cuenta y cómo no actué”, porque creo que con el sentimiento de la escucha y de la empatía viene también el sentimiento de conocer la propia responsabilidad, y la responsabilidad que tene-

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mos los que hemos sido testigos o los que no hemos querido ser testigos y no hemos querido ver la guerra. Es que parte de nuestra indiferencia es un engranaje más de la guerra. La indiferencia es lo que les permite a los actores armados seguir operando como si nada, por eso creo que el descubrimiento es el horror, las dimensiones del horror, de la injusticia de ese horror y de esa pregunta lacerante que nos tenemos que hacer: ¿dónde estaba yo cuando eso ocurrió?

*** —¿Qué fue eso que descubrió en su trabajo con las víctimas? —Lo primero que descubrí, con enorme vergüenza, es que había mucha gente que había sufrido mucho, y que sigue sufriendo mucho en este país. En un país que, además, ha sido muy indiferente al sufrimiento de esas otras personas. Descubrí que tanta gente había estado desamparada y abandonada, sufriendo cuestiones absolutamente injustas, pero además vergonzosas para todo un país. Escudriñar las raíces del conflicto armado le ha permitido a esta mujer explicar por qué perdonar no resiste una aparición forzada en el escenario público y por qué el perdón emerge ante la tempestad interna de una sociedad tan sacudida por episodios de odio como la colombiana. —No podemos convertir el discurso del perdón en un imperativo, no les podemos imponer el discurso a las personas, no podemos regularles sus emociones y sus sentimientos, eso va en contra del proyecto democrático. En cuanto al perpetrador, la situación es diferente porque este cometió un daño y la democracia también se instaura como la posibilidad que tienen las personas que han cometido un daño de tratar de resarcirlo. Para los perpetra-

No podemos convertir el discurso del perdón en un imperativo, no les podemos imponer el discurso a las personas, no podemos regularles sus emociones y sus sentimientos, eso va en contra del proyecto democrático.

dores no opera de la misma manera porque ellos sí tienen la obligación moral de reconocer el daño que hizo y ese reconocimiento debe ser público. En la realidad de 48 millones de colombianos, las palabras de María Emma Wills adquieren mayor significado. En el fuero interno de muchos cuesta conciliar la esperanza y el dolor, la verdad y el escepticismo ante un acuerdo de paz. Cuesta pronunciar el perdón con alma. “Hay actos que se cometen en la guerra que hieren la conciencia humanitaria, hieren aquello que nos vincula a otros seres humanos”, dice María Emma: experiencias amargas, injustificadas, que fluyen por los ríos y montañas de la geografía colombiana con un corazón salvaje donde late la historia y la barbarie. —El acto de perdón tiene que ver con aquello que es injustificable. Quienes somos testigos de actos de perdón tenemos que aprender algo. Aprender que hay actos injustificables, que hay actos que no se deben cometer en la guerra, por ejemplo. Es injustificable que una guerrilla que quiere ganar la guerra, lance pipetas al aire que caen en una iglesia llena de niños, mujeres y ancianos. En esa línea de acontecimientos injustificables de los que ha dejado noticia la guerra, las mujeres tienen dos posibilidades: “O te centras en la experiencia de las mujeres o haces de la experiencia de ellas parte de ese gran relato nacional del conflicto armado”. Para María Emma Wills, las 14.573 mujeres que han sido víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual —tal como lo señalan las cifras del RUV— hacen parte de ese gran relato. —En el momento en que arranca la violencia, esta se vuelve una violencia total que circula en la vida cotidiana y en la que el cuerpo femenino se vuelve un territorio en disputa. Los cuerpos femeninos eran torturados y marcados durante la violencia entre liberales y conservadores porque la semilla del otro era tu enemigo, entonces el cuerpo femenino embarazado se convertía en cuerpo enemigo donde tenías que marcar tu dominación. En una sociedad que violenta a sus mujeres sin tregua quedan marcas de persecución, de miedo y de vergüenza… —En la guerra contemporánea la degradación tiene que ver con el cuerpo femenino y cuál es el papel que se le otorga a ese cuerpo en la guerra. No solo se ejerce contra el cuerpo femenino una violencia; sexual también se ejerce —en el caso de los paramilitares— una persecución sistemática a liderazgos femeninos en los territorios donde ellos fueron dominantes. El relato femenino ha dado lugar para que las mujeres “hablen desde un lenguaje de derechos y desde posturas corporales y mentales muy distintas porque saben que son sujetos de derecho y que pueden reclamarlos con mucha solvencia en el escenario público”. Las transformaciones del conflicto también han sido las transformaciones de la resistencia civil femenina, la misma que aboga para que la madre, la líder, la esposa, la combatiente puedan contar por fuera de su dolor interno: “Tú ves hablar a una mujer en el escenario público y no lo hace desde la timidez o desde una actitud de ‘yo no puedo’, sino desde ‘aquí estoy yo y tengo algo que decirles’, y eso ya es una transformación mental total de donde estábamos hace veinte o treinta años”, concluye María Emma Wills.


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Henry Acosta Patiño, facilitador del proceso de paz entre el Gobierno y las Farc

En momentos de gran incertidumbre, la voz de Henry Acosta vuelve a hacerse sentir para llamar al país a pensar en la viabilidad de los acuerdos. Insiste en señalar que hay motivos para creer que todas las partes siguen en búsqueda de la mejor salida para el país, y señala en qué sí y en qué no se puede esperar que se renegocie. Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social Periodismo atgoz@hotmail.com Fotografía: Archivo personal de Henry Acosta Patiño

La Paz es como una conquista; empieza con una florecita, con un poema”. Con esta frase, dicha en conversaciones aparte con el presidente Juan Manuel Santos y el miembro del Estado Mayor de las Farc “Pablo Catatumbo”, empezó el acercamiento. Y poco a poco, en medio de analogías, Henry Acosta Patiño logró lo impensable: que las Farc y el Gobierno de Colombia se sentaran a dialogar. Ambas partes lo llaman “El Quijote de la Paz”. Acosta es economista y magíster en Administración de la Universidad del Valle. Ha recorrido Colombia a pie y a lomo de mula, implementando proyectos productivos de economía solidaria. Su labor durante los últimos catorce años ha sido la construcción de canales de comunicación entre las Farc y el Gobierno, un arduo trabajo de filigrana basado en la sinceridad, el trato digno y la discreción. Acosta recuerda cada encuentro, cada palabra dicha, cada respuesta, con fecha y hora exacta. Por toda trocha andada o por todo río navegado, buscando la paz, lo acompaña siempre Julieta López Valencia, su Dulcinea. Su hija Tatiana Acosta, residente en Miami, dice de él que “es un loco soñador, que se empeñó en que Colombia alcanzara la paz. Pero no solo la paz de deponer armas entre ejércitos enemigos, sino la política, la paz con justicia social, una paz que él no ha conocido. Él que nació en medio de la guerra entre liberales y conservadores”. Acosta Patiño es consultor permanente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Tal vez la forma más sencilla de resumir el sueño de paz por el que han luchado Julieta y él sea la historia de su perro, Pablito, que nació del amor entre un perro del Ejér-

cito y la perra de “Pablo Catatumbo”, de ahí su nombre. En medio del desconcierto nacional por el resultado adverso del plebiscito que debía refrendar los acuerdos Gobierno-Farc el 2 de octubre, uno de los mayores conocedores de la filigrana secreta con la que se urdieron dichos acuerdos habla con De la Urbe acerca de lo que le espera al país.

niendo que ellos no pueden participar en elecciones. Eso es como si lo suegros le dijeran a uno: “Vea, lo autorizamos para que se case con nuestra hija, pero no puede acostarse con ella”. Si las Farc van a aceptar dejar las armas para hacer política, ¿cómo lo primero que les dicen es “no pueden participar en elecciones”? Eso es ilógico.

¿Cuál debe ser el papel de los jóvenes universitarios en este momento histórico? Los jóvenes tienen que estar presentes en la solución social, económica y política de nuestros problemas, siempre; esa posición no puede ser solamente coyuntural. Ellos tienen que participar en la universidad y en la sociedad, ya sea con marchas, con foros, sobre todo llegando a las comunidades más excluidas para informarles acerca de cómo funciona el Estado y cómo se pueden organizar para defender sus propios derechos. Los jóvenes son la patria de hoy y del futuro; nosotros somos lo que pasó de la patria, ustedes son la esperanza.

¿Y sobre el tema de Justicia Transicional qué dice las Farc? Ellos han aceptado ir al Tribunal Internacional y eso está en los acuerdos. Sí, pero ir con todos los que violaron las normas durante el conflicto, es decir, militares, políticos, empresarios y sectas religiosas. Y si el Tribunal los encuentra culpables, los condenará a sanción; no a cárcel con barrotes y ladrillos.

La decisión de la mayoría de votantes fue No a los acuerdos. ¿Se vuelve al punto cero en los diálogos? No. Se van a hacer ajustes a lo ya acordado, independiente del Nobel [de Paz obtenido por el presidente Juan Manuel Santos]. Entonces… ¿cuál es la posición de las partes? El Presidente está oyendo las sugerencias de los diferentes sectores del No, que son varios; unos dicen “hay que reformar esto” y otros dicen “hay que reformar aquello”. Él retomará esos puntos, mirará con sindéresis política qué cosas son razonables presentar a las Farc y les dirá: “Esta es nuestra propuesta”. Para hacerlo, está empoderado no solo constitucionalmente, sino, también, internacionalmente. Las Farc no quieren volver al monte. Ellos le apuestan a la política, por eso dirán “acepto esto”, “no acepto aquello”, pero redactado de otra manera. Ellos están dispuestos a aceptar cambios en temas como lo de género y algunos ajustes en el tema de tierras. Pero no cederán en lo que respecta a la participación política. El uribismo está propo-

Existe bastante temor entre los votantes del No, con la posibilidad de que si se implementan los acuerdos Colombia se convierta en un país socialista. ¿Cuál cree usted que es para las Farc el modelo de Estado? Ellos piensan en un modelo de Estado ideal como el de los países escandinavos, con todas las condiciones del capitalismo, incluyendo la propiedad privada, pero con justicia social y mayor equidad. ¿Qué nos espera de no darse el acuerdo? Esto puede terminar en una guerra civil o en una asonada; si se empeñan en que no va a haber paz, esto se complica. ¿Entonces cuál cree usted que debe ser la salida para sacar el acuerdo de paz de este atolladero? Hay que hacer un pacto nacional entre las partes, el Gobierno, las Farc y los líderes del No. Se construye el nuevo Acuerdo Final con ajustes en que estén de acuerdo las partes y se lleva a una Asamblea Nacional Constituyente que refrenda los acuerdos, política y jurídicamente. Con la Constituyente se hace todo de cara al pueblo. Esto demora de seis meses a un año. ¿Por qué? Porque ya hay un camino andado, no se va a tener que inventar cosas que ya están inventadas. Eso sí, respetando la dignidad de las partes.

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Hablemos de paz

Alejandro Botero Hernández Estudiante de Comunicaciones alejandro.bhdez@gmail.com Fotografías: Archivo familia Botero

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e pie, junto a la ventana de la habitación que da al balcón del segundo piso, dirige su mirada al sur, como buscando en medio de la noche a su querida y natal Caldas (Antioquia). “Cuando yo nací se mataban entre rojos y azules”, comenta mi abuelo Gonzalo. Mi abuelo nació el 31 de julio de 1949, en pleno apogeo de lo que los historiadores llaman la época de “La Violencia”; carga consigo las anécdotas e historias que le contaban su padre y sus hermanos mayores, pues no tiene memorias propias de aquel entonces. Recuerda mucho una historia en particular: la vez que los conservadores casi matan a su papá. Mi bisabuelo Luis Carlos estaba cruzando el monte para llegar a la finca, cuando se percató de que los azules venían detrás de él; se escabulló en medio de la maleza y se encomendó a las benditas ánimas del purgatorio, con tal suerte, que se encontró una trampa de esas que hacían los indígenas para cazar animales. Dentro del hoyo, guardó silencio y aguantó frío el tiempo suficiente para que las arañas tejieran de nuevo una gran telaraña, que cubrió completamente la entrada de la fosa. Solo los escuchó decir: “Hasta telarañas tienen estos huecos, ¿quién va a estar ahí?”, mientras siguieron la marcha en su búsqueda. Entre 1948 y 1958, Colombia vivió una violencia alimentada por las rencillas bipartidistas que se originaron en la disputa por el poder y cuyo detonante fue el asesinato del candidato de los liberales a la presidencia, Jorge Eliécer Gaitán, lo cual desembocó, a su vez, en “El Bogotazo”, el 9 de abril de 1948. “Yo sí vine al mundo con el pan debajo del brazo”, agrega mi abuela Marleny, quien ingresa a la habitación con “la merienda”: tres buñuelos, dos tazas de chocolate y un café bien espeso. Ella nació el 20 de enero de 1953, solo cinco meses después de que el general Gustavo Rojas Pinilla se tomara el poder. En esa época, los conservadores estaban divididos entre quienes apoyaban al presidente Laureano Gómez y sus detractores, es decir, los seguidores del expresidente Mariano Ospina Pérez. Fue entonces cuando Rojas Pinilla llevó a cabo un golpe de Estado, el 13 de junio de 1953, con el propósito de “traer la paz a la Nación”, y alcanzó la Presidencia sin que hubiera derramamiento de sangre. Con la creación del Frente Nacional en 1958, hubo un cese definitivo del conflicto bipartidista, que ya había cobrado trescientas mil vidas, entre ellas las de muchos civiles, y ocasionado el desplazamiento forzoso de aproximadamente dos millones de colombianos. La coalición política naciente alternó el mandato de ambos partidos hasta 1974, año en el que fue disuelta y se dio cabida a otros movimientos y grupos políticos. Este hecho es considerado por los historiadores como el primer acuerdo de paz consumado en Colombia, el mis-

mo que, sin embargo, no generó cambios significativos en la vida de mis abuelos. “La verdad es que para nosotros todo permaneció igual que antes; aunque ya la gente no se mataba en el monte ni se enfrentaba en las plazas, siguió igual de pobre e incomunicada”, dice mi abuela, mientras mira sonriente a la pantalla del televisor. La televisión se inauguró en el primer aniversario del golpe de Estado, el 13 de junio de 1954. Empezó siendo utilizada únicamente para realizar transmisiones presidenciales y para programas políticos y culturales; pero al año siguiente, en agosto, el Gobierno Nacional la abrió a los espacios comerciales. Mi abuela evoca con cariño su primera vez con la televisión, en 1963, cuando tenía diez años: su familia era humilde y, por tanto, no tenían los recursos necesarios para comprar un televisor; pero Juan, su hermano mayor, era muy amigo de las Garzón, las hijas del vecino pudiente del barrio. “Recuerdo que estaban presentando un programa de vaqueros en la casa de Las Garzón, cuando de repente empezaron a disparar y Juan me gritó: ‘¡Corra, Marleny, que la van a matar!’. Salí corriendo de esa casa como alma que lleva el viento, y comencé a gritar: ‘¡Ayúdenme, ayúdenme; me quieren matar!’. Todos los vecinos salieron a socorrerme; me preguntaron qué me pasaba. Cuando les expliqué, me dijeron: ‘¡Ay, Marleny, tranquila que del televisor nadie se sale!’. Juan, seco de risa, me miraba desde lejos”. “Salimos de una para meternos en otra”, prosigue mi abuelo, al hablar del surgimiento de las Farc-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo). Todo inició en Marquetalia, un caserío perteneciente al corregimiento de Gaitania del municipio de Planadas, en Tolima. Ese lugar era habitado por un grupo de campesinos armados, con ideología comunista, y varias familias campesinas desplazadas que huían de la violencia. Alrededor de cincuenta hombres conformaban las autodefensas campesinas, encabezadas por Pedro Antonio Marín , alias Manuel Marulanda Vélez o simplemente “Tirofijo”, y Luis Alberto Morantes Jaimes, alias Jacobo Arenas. El grupo guerrillero no quiso entregar sus armas durante la coalición política del Frente Nacional, por lo que se vio obligado a refugiarse en esa región montañosa para escapar del seguimiento de las autoridades. A ese territorio lo llamaron, inicialmente, la República Independiente de Marquetalia. Con la llegada al poder del presidente conservador Guillermo León Valencia, en 1962, se puso en marcha un plan para frenar lo que denominaron un “ataque a la soberanía nacional”. Si bien la Operación Soberanía, mejor conocida como la Operación Marquetalia, comenzó el 18 de mayo de 1964, fue el 27 de ese mes cuando tuvo lugar el enfrentamiento entre militares y guerrilleros. Se considera que fue en esa fecha cuando las Farc-EP se fundaron como movimiento. Según el exsenador Augusto Trujillo Muñoz, la operación fue un error histórico, ya que el país “siguió teniendo más territorio que Estado y algunas guerrillas asentadas se convirtieron en guerrillas móviles, aumentando la intimidación sobre la población civil; paradójicamente abandonaron de forma progresiva sus ideales de liberación e igualdad social”. Luego, en la década de los ochenta, gracias al auge del narcotráfico, esta guerrilla encontró una plataforma

“Nacimos, crecimos, nos enamoramos, nos casamos, tuvimos familia, los criamos, te vimos nacer y mientras crecías, envejecimos; y aún estamos en ‘la guerra’”.

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sólida para sostenerse económicamente, impulsar su crecimiento y adquirir poder. Fue entonces cuando, junto con otros negocios ilícitos, las extorsiones y los secuestros alimentaron la violencia y la desidia de los colombianos por participar en asuntos políticos o manifestar sus opiniones. Mi abuelo Gonzalo se coloca sus gafas para poder leer. Busca afanoso, en medio de sus cientos de recortes de periódico, una noticia de los años ochenta y me aconseja que a veces se hace más quedándose callado. “¿De niños cómo íbamos a conocer la radio y la televisión, si ni siquiera teníamos cepillo de dientes? Ya en la época de Pablo nos quedábamos callados, por querer más a la vida y no dejar viuda ni huérfanos”. De los 34’899.945 colombianos habilitados para votar en el Plebiscito, el 2 de octubre pasado, tan solo 13’066.047 acudieron a ejercer su derecho como ciudadanos; es decir, menos del 38 por ciento de la población total decidió. ¿A qué se debe la falta de interés para participar políticamente? El conflicto armado y el narcotráfico no solo desangran; también aniquilan la esperanza de un cambio, a través del miedo y la desidia. En las últimas tres décadas se han llevado a cabo varios diálogos de paz: el primero, en 1984, con las FarcEP (desde el gobierno de Belisario Betancur), el M-19 y el EPL y el ELN; así como varios procesos de desmovilización de guerrillas: el M-19 (1990), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento Quintín Lame y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) (1991), los Comandos Ernesto Rojas (1992), el Frente Francisco Garnica, el grupo Milicias Urbanas de Medellín y la Corriente de Renovación Socialista (1994), el Movimiento Independiente Revolucionario-Comandos Armados (1998), y grupos paramilitares: las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) (2003). “Nacimos, crecimos, nos enamoramos, nos casamos, tuvimos familia, los criamos, te vimos nacer y mientras crecías, envejecimos; y aún estamos en ‘la guerra’. Por eso es que yo no creo en la paz. ¿Qué paz va a haber con tanta violencia en las calles?”, responde mi abuela cuando le pregunto su opinión sobre el actual proceso de paz en La Habana, Cuba. He aquí un asunto importante que generalmente es omitido o relegado como mera consecuencia de algo extra-gubernamental: la delincuencia urbana; cada día incrementan los robos, asesinatos, violaciones, y demás actos delictivos que atentan contra la seguridad de la población. A falta de algunas condiciones mínimas que garanticen la calidad de vida -educación y empleo-, muchas personas se devoran las calles de distintas maneras para poder sobrevivir. Los guerrilleros no son la única causa del conflicto; la deficiente labor del Estado colombiano, en su deber primario de garantizar seguridad y distribuir equitativamente los ingresos, para generar una buena calidad de vida, también es causante de cada uno de nuestros problemas sociales. La corrupción degrada. “No confío en ellos [los políticos], no considero que me representen; pero sin política no hay país, entonces toca seguirles la caña”, dice mi abuelo, con resignación y desánimo. Al igual que mi abuelo, son muchos los colombianos que no comprenden que “seguirles la caña” a esos políticos es perjudicial para nosotros. La sociedad civil debe abandonar su rol de víctima y empezar a dialogar y supervisar; sus herramientas han de ser la educación política, la información verídica y la participación pública. “Ojalá usted conozca la paz de la que a nosotros tanto nos han hablado —concluyen finalmente mis abuelos, antes de irse a dormir—. Por ahora, es mejor eso de los diálogos en Cuba que seguir con el conflicto; es mejor siempre y cuando haya sinceridad, Alejandro, mucha sinceridad. Ya no hablemos más”.


Lo turbio del Son famosas las historias de los mineros, informales o no, que en una semana ganan lo que cualquier gran ejecutivo desearía, pero a la semana siguiente se lo han gastado todo y la suerte no los acompaña. En medio de la suerte o en la ausencia de ella, algunos de estos mineros se juegan la vida de formas que parecerían más propias de la leyenda. Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juandatamayo17@gmail.com Fotografía: Juan David Gráfico: Sara Ortega Ramírez

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iecisiete metros lo separan de la superficie. Los rayos del sol solo alcanzan a penetrar los primeros metros del agua café, turbia y contaminada. La oscuridad y el silencio se apoderan de su mundo. Está solo, completamente solo en la profundidad de un túnel subacuático que podría colapsar en cualquier momento y lo atraparía al instante, siendo muy poco probable su supervivencia. Hay muchos tipos de buzos. Unos se entrenan en una piscina para poder sumergirse con tiburones en el pacífico, otros lo combinan con la academia para soldar vigas de acero de una plataforma petrolera en el lecho marino o en la construcción de puentes que atraviesan el mar, de esos que solo se ven en el primer mundo. En el Bajo Cauca antioqueño, región que, lógicamente, no pertenece a un país del primer mundo, se puede encontrar otro tipo de buzo. Uno que no utiliza tanques de oxígeno, que reemplaza el traje de buceo por una pantaloneta y que busca oro sumergiéndose en las profundidades de un lago pantanoso, en la mitad de la selva de Nechí. Luis García es buzo y trabaja sacando oro de un pequeño lago en una diminuta embarcación hecha de tablas y canecas de plástico, llamada draga. La embarcación sostiene dos motores que absorben tierra del fondo del lago haciéndola pasar por unas rejillas que filtran el material que contiene el oro y que también mantienen vivo a Luis cuando se sumerge. Estar bajo el agua hace parte de su naturaleza. Desde pequeño, Luis nada en las caudalosas aguas del río Nechí y atraviesa los casi cien metros de distancia que hay de orilla a orilla, sin temerle a que un remolino, un tronco o a que la corriente pueda llevárselo para engrosar así la larga lista de desaparecidos que, según Medicina Legal, ya suman 38.118 personas en lo que va del siglo XXI hasta 2013. El afán de llevar dinero a su hogar, sumado a la independencia que asumen desde jóvenes los hombres de esta región sabanera, lo llevó a los catorce años a abandonar el bachillerato y a aprender junto a su tío el oficio de minero artesanal. A los quince años, luego de apenas dos semanas de entrenamiento, se sumergió por primera vez a las profundidades de un lago para extraer oro, solo en compañía de una diminuta manguera amarilla que le lleva oxígeno mientras la muerde y otra, de cuatro pulgadas, la cual absorbe hacia la superficie la tierra que se espera contenga el metal. Son las ocho de la mañana. Luis se acerca a la orilla del lago en compañía de Marciano, su tío y motorista de la draga, y de “Yito”, el ayudante que también cumple labores de buzo ocasional. Miran el cielo que está casi negro, el viento fresco es sinónimo, más que de tormenta, de un chubasco monumental como los muchos que caen en esa zona. —¿Será que llueve? —pregunta Luis con tono sarcástico a Yito. —¿Tú qué crees? Mujeres no van a llover, aquí lo que nos van a caer son rayos. Una de sus reglas es nunca trabajar bajo la lluvia y menos bajo una tormenta, ya que se verían a merced no solo de los rayos, sino también de una creciente súbita que le podría generar problemas al buzo en las profundidades. Emprenden camino de vuelta al campamento en donde viven y esperan pacientes a que la lluvia amaine. A las doce del día, el cielo está completamente azul y hace olvidar el diluvio de hace pocas horas. La temperatura, que alcanza los 38 grados centígrados, es insoportable. Luis no le da espera a su obligación y se clava de cabezas en el agua turbia de un lago, el cual más parece una sustancia grasienta y desagradable, impensable que haya albergado vida alguna vez.

El agua es densa por la cantidad de partículas de tierra y sedimento que levanta el proceso. Por eso, Luis flota sin ningún esfuerzo a un par de metros de la draga, mientras cuadra a gritos los últimos asuntos con el motorista, su tío. —¡MARICA, NO SE TE VAYA A OCURRIR QUITAR LOS OJOS A LA MOTOBOMBA, QUE ME EMBALO! —dice Luis a Marciano, en medio del estruendo de los motores, refiriéndose a la bomba que le manda oxígeno. —¡ESTÁ BIEN!, PERO HÚNDETE YA, ¡NO JODA! Luis toma la manguera que flota a su lado, la muerde con los dientes y se sumerge, sin siquiera producir una burbuja. Para él, el ruido de los motores, el olor a gasolina y el humo que producen se irán por los 45 minutos que pasará abajo, aislado de todo. El lecho del lago está a cuatro metros de profundidad. Allí, Luis, en completa ceguera, busca brevemente la manguera de cuatro pulgadas con la cual se absorbe toda la tierra, sedimento y agua que subirá a la draga para ser filtrada y sacar el oro. Marciano no sabe si ya su sobrino encontró la manguera, pero aun así debe activar la motobomba con el riesgo de que en la profundidad esta pueda absorber una parte del cuerpo de Luis. Pero ya los códigos están más que entendidos: tres minutos después de sumergirse el buzo, el motorista prende la máquina. “Blup blup blup”, a la superficie empiezan a llegar burbujas y, a la draga, grandes cantidades de material que baja por unas rejillas que lo filtran. En el fondo, Luis está parado moviendo la gran manguera de forma circular, de tal modo que empieza a crear un hueco que, a los minutos, se vuelve un túnel en el que, a duras penas, cabe él. Mientras muerde la delgada línea amarilla, va descendiendo más y más hasta llegar a estar a dieciocho metros por debajo de la superficie, catorce de ellos metido en un diminuto túnel que, en cualquier momento, podría colapsar. La presión de tener tal cantidad de agua encima empieza a sentirse; sin embargo, Luis sigue descendiendo hasta llegar a los veinte metros, en donde empieza a hacer un túnel lateral en el que, prácticamente, se debe acostar. Luis es un hombre callado, en la superficie a duras penas habla con sus compañeros, por lo que allí, en ese silencio abismal, se siente a gusto.

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En la penumbra de ese abismo diminuto de túneles silenciosos, Luis pierde todo sentido de ubicación; el cansancio le empieza a pesar. Los brazos están entumecidos de sostener la manguera, que cada vez tiembla más, y la boca le duele de morder por más de cuarenta minutos la manguera que le lleva oxígeno, situación que lo obliga a retroceder en el túnel lateral de tres metros y a empezar a ascender por el túnel principal. Su ascenso es lento, pausado, calmado, la presión que va sintiendo en los oídos podría hacerlos estallar si lo hiciera demasiado rápido. En la superficie, las burbujas le avisan a Marciano que su sobrino viene en camino, por lo que apaga el motor de la gran manguera. La inmersión duró una hora. Una hora en la que, luego de filtrar el material y separar el oro por medio de una batea, como lo han utilizado desde hace muchos años, han obtenido alrededor de diez gramos de oro que vienen siendo, más o menos, 1´100.000 pesos, de los cuales el treinta por ciento son para Luis, ya que el que más se arriesga, más gana. Este día Luis solo hará dos inmersiones ya que empezó a las doce. Pero en una jornada normal puede llegar a hacer hasta cinco. Y ya que trabaja seis días a la semana, su salario semanal no baja de los cuatro millones de pesos. Algo bastante bueno para alguien de tan solo veintitrés años que no terminó el colegio. La paga es semanal. Los dueños de la draga recogen el oro diariamente y lo pesan en presencia de los mineros, apuntan lo que cada uno ganó por día y cada sábado les pagan el dinero equivalente en oro por lo que, juiciosamente, ese día viajan a Nechí para cambiarlo por dinero. El destapar cervezas es una sinfonía en las cantinas del pueblo, las prostitutas hacen su agosto y el “perico” ayuda a más de uno a aguantar la borrachera. Luis está sentado en una de esas cantinas, toma cerveza porque el calor lo obliga; pero en su mente no está malgastar ni un solo peso, sino en comprar una tierra para ponerla a producir: yuca, caucho, ganado. Todo eso es en lo que piensa cuando está en la penumbra del túnel en la mina, esa mina en la mitad de la selva de Nechí que ha perdido para Luis todo valor y que ya se ha convertido en su oficina, en el lugar donde va a buscar más de un anhelo, todo, mientras le amaga a la muerte.

El buzo: Luis

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tro o ver la panorámica desde un edificio alto del centro o de El Poblado, los miradores de la vía a Santa Elena u otros barrios ubicados en las laderas. Esta capa o cúmulo grisáceo, que muchos miran pero pocos observan, no es normal en las condiciones climáticas características de la ciudad: no es en realidad un síntoma de lluvia o de frío, como se suele asociar, aunque esté llena de aire frío. Es contaminación. Desde 1998, con el Programa de Protección y Control de la Calidad del Aire, la municipalidad ha mostrado su preocupación por las condiciones ambientales que presentan Medellín y, en especial, su casco urbano. Aunque, históricamente, el clima se ha caracterizado por ser “templado”, el deterioro del aire y de otros aspectos del campo ambiental es evidente: lentamente la “eterna primavera” se ha ido acabando.

Estas partículas son imperceptibles al ojo humano. Mientras la PM 10 se encuentra en el aire y circula, la PM 2,5 es tan pequeña que puede pasar a través de los alveolos y entrar en los pulmones, convirtiéndose en una de las mayores causas de enfermedades respiratorias del mundo. Según el informe de la OMS, Medellín y Bogotá se encuentran entre las diez ciudades más contaminadas de América Latina. Incluso, la base de datos del 2014 de esta organización registra a Medellín con un porcentaje de 26 por ciento y a Bogotá con 24 por ciento de microgramos por metro cúbico de PM 2,5. Esto representa un incremento del 16 por ciento y 14 por ciento respectivamente, con base en el diez por ciento de medida regular. El hecho de que estas partículas lleguen a la ciudad se debe a varias condiciones ambientales y de infraestructura. Medellín es un valle rodeado por montañas, donde la circulación del viento se ve afectada por la geografía. Durante el día, la contaminación generada por las industrias, el parque automotor y las personas, se mezcla con los aires provenientes del norte que pasan por encima del Valle. Esto se debe a, que el sol, en su función de dinamizador, activa procesos tales como la fotosíntesis en las zonas verdes dentro de la ciudad. El resultado de dichos procesos es la liberación de los contaminantes, lo que permite que suban a la atmósfera para mezclarse con el aire que entra del norte y que se encarga de arrastrarlos. Así, el aire circula y, por tanto, la contaminación se va. Caso distinto se presenta en las noches, cuando el sol ya no está. Ante la imposibilidad de liberar los contaminantes por medio de su energía, la contaminación que se genera en las horas de la noche y la madrugada se queda estancada en el valle en forma de aire frío, pues no hay energía para subir a la atmósfera y mezclarse con los vientos calientes del norte. A este efecto se le llama inversión térmica y se traduce, básicamente, en la nube gris que los medellinenses encuentran en la mañana.

El ente encargado de la medición del aire, a nivel internacional, es la Organización Mundial de la Salud (OMS), que posee registros en sus bases de datos de tres mil ciudades en 103 países. Según la OMS, los niveles de contaminación se miden por el material particulado (PM por sus siglas en inglés) y se clasifican entre PM 10 y PM 2,5. Para que una ciudad pueda tener un aire respirable, estas partículas deben circular en un número menor a diez por ciento en el ambiente. Cualquier ciudad que sobrepase la cifra, se considera una ciudad con aire contaminado.

Autos, buses y motos La mayor causa de contaminación en Medellín es el crecimiento del parque automotor. Según cifras del Área Metropolitana, entre 2005 y 2015, se pasó de tener 478.000 vehículos a 1’347.736, entre carros particulares, motos, buses, camiones y taxis. Un incremento del 80 por ciento. En cuanto a las motos, las que mayores índices de crecimiento registran en la ciudad, pasaron de ser 139.000 a 710.186 en el mismo periodo: un aumento anual del ocho por ciento. Entre estas, las motos cua-

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s cada vez más cotidiano para los habitantes de

Juan Diego Posada Medellín observar, en la mañana, una especie de capa gris entre y sobre la ciudad. Basta con Politólogo y estudiante de Periodismo mirar hacia el cielo, subir a una de las estaciones del mejdposadap@hotmail.com

Entre marzo y abril de este año, Medellín estuvo en alerta roja por la contaminación en el aire y, aunque se tomaron medidas inmediatas, la ciudad sigue perdiendo la batalla contra la polución. Si bien las condiciones de la región son un factor importante en la concentración de gases, son sus habitantes quienes lentamente se ahogan a sí mismos.

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Independientemente del fenómeno que se presentó en marzo de este año, la atmósfera de Medellín luce sucia en las mañanas. Fotografía: SIATA

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Contaminación del aire:

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miento territorial, las dos crisis en menos de un año dejan en entredicho lo planteado en estos. Eugenio Prieto, director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá, reconoce que las condiciones del aire en la ciudad no son las mejores, debido a la cantidad de contaminación que se genera y la poca articulación entre los entes privados, públicos y sociales para contrarrestarlo. Además, explica, el tema del aire debe ser tratado en el orden de “la salud pública”, para lo cual se adelantan estudios epidemiológicos con las universidades. “Hemos diseñado desde el Área rutas de corto y largo plazo. En el largo plazo están relacionadas con el transporte y las industrias y, en el corto, con las contingencias ambientales recientes. Queremos incentivar la tarifa única en el transporte público, la modernización de las empresas y la movilidad alternativa”, comentó Prieto a De la Urbe. No solo debe pensarse el problema del aire como una condición ambiental, sino también como una causa de enfermedad. Hoy, Medellín no cuenta con un aire de calidad para respirar y parece no haber condiciones para que el problema disminuya. Si bien gran parte de la responsabilidad de esta situación recae en las instituciones públicas (y las medidas insuficientes para el control del transporte en los vehículos particulares, control de gases y otros contaminantes), la situación también es un llamado al ciudadano de a pie, pues el aire no es público o privado, es de todos.

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tro tiempos son las que más contaminan, por su cantidad, después de los camiones. Tan solo las motos aportan 255 toneladas al año de PM 2,5, y los camiones, 611. Son precisamente las motos cuatro tiempos las únicas que no tienen una restricción de movilidad en la ciudad como el Pico y Placa. Santiago Ortega, magíster en Recursos Hidráulicos de la Universidad Nacional, explica que Medellín ha sido y sigue siendo una ciudad industrial y “dependiente” del automóvil: “El hecho de estar en un valle, cerrado con los carros y los buses, es como estar en un garaje con todos adentro”. Y agrega: “Hay que apostarle a la ciudad compacta, a que todos vivamos cerca, que todo esté cerca, la ciudad tiene que crecer hacia adentro, pues el crecimiento hacia las laderas lo que hace es incentivar el uso del automóvil”. Desde el año 2011, Medellín ha tratado de adaptar el concepto de una ciudad más pequeña con el plan BIO 2030. Esta iniciativa, liderada por la Alcaldía, el Área Metropolitana, el Centro de Estudios Urbano Ambientales y la Universidad Eafit, busca posicionar el río como gran centro metropolitano de actividades y hábitat, eje ambiental y de espacio público. Sin embargo, la población sigue yendo hacia las laderas. Según cifras de la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), actualmente habitan la ciudad 2’534.011 habitantes y se espera que para el año 2030 sean 2’844.610. Aunque el cuidado del aire en Medellín se ve reflejado en los planes de ordena-

¿asesino silencioso en Medellín? Después de diez años de investigación, Elkin Martínez, profesor de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia, encontró un aumento exponencial en muertes por causas respiratorias en Medellín. Asegura que la causa está en el aire. Laura Cardona Estudiante de Periodismo laulccp@gmail.com Fotografía: Archivo Elkin Martínez

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a respiración es sinónimo de vida para el ser humano, pero en un ambiente contaminado la aspiración traerá toxinas al cuerpo: creará irritación, inflamación y obstrucción en los pulmones. En un mal escenario, las células de los bronquios se deformarán hasta crear un tumor. El proceso puede durar diez, quince, veinte o 35 años y ocurrirá sin causar daño en la persona. En cuanto reacciona, el cuerpo extraño, que puede ser del tamaño de un grano de maíz, producirá tos, malestar y pérdida de color. Y, cuando el médico reciba el caso, sabrá que la vida de su paciente llegará a su fin, más temprano que tarde. ***

Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

Hace diez años, el Área Metropolitana pidió a la Facultad Nacional de Salud Pública buscar si había consecuencias de la contaminación de Medellín en la salud. Elkin Martínez, médico, salubrista, fisiólogo y epidemiólogo, decidió ponerse al frente. Por esa época se repartían folletos del Área Metropolitana que afirmaban: “Todas las estaciones [monitores de aire] se encuentran en una categoría atmosférica entre buena y aceptable; en el cien por ciento de los datos, según esta categorización atmosférica se puede concluir que el Valle de Aburrá no tiene problemas serios por contaminación de aire por partículas sólidas suspendidas totales”. El primer estudio de Martínez examinó a quinientas personas que vivían en Medellín y a quinientas más que vivían en el Valle de San Nicolás. La prueba, llamada Espirometría, demostró que las personas de Medellín tenían reducida su capacidad respiratoria en un cinco, diez y hasta quince por ciento. Su última investigación analizó las muertes por causas respiratorias en Medellín desde 1980, comparadas con las demás ciudades de Colombia. El resultado ha hecho que se declare a la ciudad en epidemia: “Una epidemia lenta que cursa frente a nuestros ojos, a la par con las emanaciones tóxicas que emiten los vehículos automotores y las industrias”, dice en su artículo “¿Cuánto cuesta en vidas humanas la contaminación del aire?”. Usa la palabra epidemia, debido al crecimiento exponencial de las muertes por enfermedades respiratorias crónicas en Medellín. La muerte por Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) ha aumentado en un seiscientos por ciento en Medellín desde 1980. La EPOC dificulta la respiración progresivamente, hasta llevar a la persona a vivir con oxígeno y, aun así, morir ahogada. En el caso del cáncer de pulmón, el aumento es de un quinientos por ciento. ¿De dónde provienen las toxinas que generan estas enfermedades? El tabaquismo en Medellín ha disminuido de un treinta a un doce por ciento desde 1980 y los fogones de leña o carbón vegetal están casi extintos en los hogares medellinenses. En cambio, el crecimiento de los vehículos ha sido exponencial: en el 2000 había trescientos mil y para 2015 la cifra era de 1’347.067 carros. Pero no todos contaminan en igual proporción. Para cambiar el panorama de salud en Medellín, que muestra anualmente 1.500 muertes por enfermedades cardiovasculares (relacionadas con gases tóxicos), mil por EPOC y quinientas por cáncer de pulmón, el investigador propone intervenir esos camiones, buses y volquetas en mal estado mecánico, que consumen diésel de mala calidad y que tienen viejos sistemas de combustión, porque “ellos, el cuatro por ciento de los vehículos de la ciudad, causan el 95 por ciento de la contaminación en Medellín”.

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Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com / @AgathaCartaRoja

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ablo Montoya Campuzano, escritor ganador de los premios Rómulo Gallegos en 2015 y José Donoso en 2016, y profesor de la Universidad de Antioquia, les dirige una carta abierta a los habitantes de esta ciudad que se sofoca en medio de su contaminación. “Si no se realizan planes estructurados y a largo plazo que conlleven a una ciudad y sociedad limpia”, escribe Montoya, inquieto ante la indiferencia, “estaremos condenados a vivir esta encrucijada insoportable de mugre, humo, polución y muerte a la que hemos llegado”. La carta se hace pública a través de la plataforma Change.org, donde consigue sumar más de diez mil firmas. Pero esto no es suficiente para Montoya, quien es consciente de la necesidad de que su petición llegue no solo a más escenarios y personas, sino también a las autoridades y entidades gubernamentales. Así, luego de encontrar el respaldo de la Decanatura, del estudio de televisión de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, y la asesoría de Ciudad Verde,

de la Escuela del Hábitat y de diferentes investigadores, la iniciativa de Montoya se convierte en un video bajo la premisa de que “Medellín y su Área Metropolitana tienen el derecho y deber de respirar un mejor aire”. Pronto, esta alerta ante la crítica polución del aire y la invitación a poner de nuevo la mirada en el medio ambiente llega a la Rectoría de la Universidad de Antioquia. Nace, entonces, SOS por el aire, una nueva estrategia conjunta que convierte al segundo periodo académico de 2016 en “el semestre por el medio ambiente” y se suma al objetivo de volver al aire un protagonista y a la Universidad de Antioquia, con el esfuerzo de toda la comunidad universitaria, una institución verde y sostenible. De esta manera, el sello SOS por el aire busca promover espacios de opinión pública desde la academia para incentivar la creación de un plan integral para mejorar el medio ambiente y la calidad del aire de Medellín y el Área Metropolitana. La Universidad de Antioquia no está sola en esta campaña. Se le han ido sumando los esfuerzos de diferentes organizaciones y entidades que también quieren llamar la atención sobre el aire que respiramos. Entre estas instituciones se encuentran las pertenecientes al G-8, grupo de ocho instituciones de educación superior de Medellín: Universidad de Antioquia, Universi-

En Medellín y su área metropolitana hay más de tres millones de personas y dos Airbol. ¿Cuál es el verdadero impacto de estas máquinas en la ciudad? Juan Manuel Valencia Aristizábal Estudiante de Periodismo jmanuel.valencia@udea.edu.co Fotografía: Carolina Londoño Mosquera

El árbol del agua”, “el que purifica el aire”, “el árbol ecológico”, “un ambientador”, “eso ayuda a regular el clima de la ciudad”, “lo admiran porque por acá por estos lados no hay sino esto”, “en Unicentro de Bogotá hay otro”, “eso atrae muchas personas que vienen a ver”, “tiene que ver con el oxígeno, lo limpia de todo el humo”, “es para absorber toda la contaminación de los carros y las motos”. Son algunas de las respuestas que recibo cuando pregunto a transeúntes y trabajadores del sector de Plaza Mayor sobre el Airbol que está ubicado justo después del Parque de los Pies Descalzos. Entre tanto, lo veo: una estructura llena de líneas horizontales y verticales, como queriendo apuntar a todas las direcciones al mismo tiempo. Un tronco que no es macizo pintado con distintas tonalidades de verde dentro del cual se puede escuchar una turbina girando. Sus ramas —cuando las tiene— se esparcen desordenadas sobre la copa de apariencia metálica. Las raíces son cimientos que van pegados al pavimento. Su sonido no es el de un árbol frondoso cuyas hojas se mueven con el viento, sino los mensajes ecológicos de la pantalla LED y los parlantes que tiene adheridos a sí. Un caminante despistado podría pasar al lado de un Airbol y no notar su existencia. S O S “Eso es el Airbol, es una máquina que ayuda a purificar el aire sucio por uno más limpio”, responde Alejandra Aristizábal, una estudiante I EL A

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de comunicación audiovisual del Politécnico Jaime Isaza Cadavid —la única que me habló del proyecto con nombre propio—. El Airbol es una iniciativa de Contreebute, una agencia de estrategia y sostenibilidad ambiental cuya sede principal está en Medellín. Actualmente han plan-

dad de Medellín, Universidad Nacional, Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad Eafit, Universidad CES, Escuela de Ingeniería de Antioquia y Corporación Universitaria Lasallista. La motivación es que cada universidad se vincule a través de propuestas simbólicas, científicas, culturales o ambientales, que SOS por el aire permita poner en marcha diferentes acciones ciudadanas y políticas. Desde la iniciativa ya se han realizado algunos encuentros para acercar a los ciudadanos a la problemática y, al mismo tiempo, invitarlos a implementar hábitos más saludables. Entre tales iniciativas se encuentran un acto simbólico y un día agroecológico, y además se está evaluando la posibilidad de implementar varios días sin carro. Esta iniciativa no es solo un llamado urgente para que las universidades asuman una importante responsabilidad pedagógica. Es también una alerta de emergencia para cada una de las personas que habitan en Medellín, un territorio frenético en el que la gran cantidad de carros y motocicletas, la descomunal producción de desechos, el desinterés, la ineficacia de algunos programas estatales, entre otros factores, han ocultado la ciudad bajo una nube de contaminación y enfermado, poco a poco, a quienes la respiran.

tado dos en la ciudad con la ayuda del sector privado: uno en Plaza Mayor y otro en Ruta N. También, efectivamente, hay uno en Unicentro de Bogotá. El primero fue puesto hace seis años en los alumbrados del río y después fue trasladado a Plaza Mayor, pues la idea del proyecto es que los Airbol estén en zonas de gran flujo de personas y alto tráfico vehicular para generar mayor impacto. El de Ruta N fue instalado en 2015. La tecnología que utiliza el Airbol proviene de Italia, es la adaptación urbana de un sistema de purificación de aire de una planta de relleno sanitario. Lo que hace la máquina es absorber el aire con la ayuda de un extractor ubicado en la parte superior del ‘tronco’, este pasa por un campo plasma que ioniza y divide las moléculas. Luego, el Airbol simula una lluvia en su interior, separando las impurezas que quedan almacenadas en un tanque. Al final, el aire limpio vuelve a ser enviado a la atmósfera. El sistema busca ser autosostenible. No genera un alto consumo energético y, en el caso del Airbol de Ruta N, utiliza el agua de la lluvia que recoge el edificio que tiene al lado para llevar a cabo su tarea. Tiene la capacidad de limpiar 22.000 metros cúbicos de aire cada hora y un alcance de hasta 80 metros a la redonda: esto es lo que respiran sesenta mil personas. Absorbe monóxido de carbono (el contaminante que más abundante en el aire de Colombia), material particulado, virus y bacterias, entre otras impurezas del ambiente. Sin embargo, su impacto se pone en perspectiva al señalar que Medellín conforma con sus municipios vecinos una conurbación de más de tres y medio millones de habitantes. Según Arvey Sepúlveda, analista de tecnología de Contreebute y líder del proyecto del Airbol en Colombia, el impacto de esta máquina no está realmente en cuánto aire puede procesar, sino en ser educativo para las personas. “La idea de nosotros es sensibilizar. Si instalamos en Medellín cien, mil, tres mil Airbol, no va a cambiar el aire. No van a ser la solución al problema ambiental que tenemos aquí ni en ninguna parte del mundo, pero sí te sensibiliza”, comenta Arvey. Contreebute está trabajando con el Área Metropolitana para sembrar tres nuevos Airbol en la ciudad. Sobre la problemática del aire, Arvey señala que “esto poco a poco nos ha ido doliendo más, se ha ido concientizando más a la gente y al gobierno”. Por ahora, los dos que hay siguen plantados en la ciudad, luchando por llamar la atención de los transeúntes.


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Desde un espacio temporal en El Poblado, un grupo de artistas juegan a ver al aire desde la abstracción: a considerarlo en su esencia, experimentar con su concepto, debatir y reflexionar sobre el problema de la contaminación en Medellín.

Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com / AgathaCartaRoja Fotografías: Sense

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n el barrio Manila en El Poblado, una casa de corte colonial es ocupada por fotografías, instalaciones, pinturas y talleres alrededor del arte, la gastronomía y el yoga. Se trata de la propuesta Sense III Aire, un espacio temporal que durante un mes busca promover encuentros y ambientes de creación entre distintas disciplinas y que está inspirado en Ai Weiwei, artista y activista chino que cuestiona las tradiciones y manifiesta una gran preocupación por la defensa de los derechos humanos. Para esta versión, un grupo de colaboradores dan a conocer sus obras en una exposición en la que experimentan con su manera de interpretar la problemática de la contaminación en Medellín y sus propias reflexiones en torno a la importancia del aire como elemento vital. Aquí, un recuento de tres de estas experiencias artísticas: una videoinstalación, un happening, y una muestra fotográfica. Una historia a 112 dibujos Homenaje a lo Elemental I, del arquitecto David Tobón y la ilustradora Sara Hernández, surge de un interés por representar unos elementos de la naturaleza muy básicos, una invitación a repensar la manera en la que el ser humano convive con su entorno. Uno de sus principales propósitos era pasar mucho tiempo frente a lo natural, contemplar algo que parece ser muy quieto o muy estático pero que, en el fondo, resguarda diferencias cuadro a cuadro. Es entender cómo la sombra de un árbol puede ser un personaje válido. Esta videoinstalación consiste en una animación, dibujada a mano y en carboncillo, cuadro por cuadro, en un juego por transmitir una atmósfera: un río, que se refleja en unos árboles, y por el que se ve el paso de unas aves. Es

un proceso de observación antes de sentarse a dibujar y, sobre todo, un proceso de observación dibujando. La animación está compuesta de 112 dibujos que se repiten cuatro veces y de una serie de sonidos que buscan hacer énfasis cuando están pasando los pájaros y cuando se están reflejando en el agua. Tardaron 20 días dibujando. Con el sonido, David y Sara querían que disociara un poco y, aunque se entiende que hay agua, necesitaban que el sonido lo pusiera en otra realidad, que eso permitiera que cada quien lo interpretara libremente. “Al principio es un río, es agua y son árboles. Pero ya

cuando pasa por la herramienta del dibujo, finalmente puede ser cualquier cosa. Es una experimentación, un laboratorio y eso permite que las personas se conecten de la manera como lo perciben… o que no se conecten y digan ‘qué es esto tan raro’”, comenta Tobón. El dibujo inicial, del río con el reflejo de los árboles, es una sola mancha que empieza a moverse y en la que existe un reflejo del cielo. “Hay un momento de tensión y es cuando esos árboles atraviesan el agua y ahí es cuando entra el sonido. Eso es lo que va marcando un ritmo en esas repeticiones. De pronto uno en un primer acercamiento ve todo como lo mismo, pero si uno entra en el estado de contemplación de ese movimiento, encuentra que todas las manchas son muy distintas”. El llamado es a detenerse y a poner de nuevo la mirada en el agua, los árboles y los pájaros. Porque es finalmente la naturaleza la que le permitirá a los seres humanos que el aire vuelva a ser algo que se pueda respirar. El aire como origen y como unidad El happening es una experiencia artística en la que el visitante no solo es un espectador, sino que también participa activa y espontáneamente en las acciones que desee. La artista Luisa Botero tenía dos hitos para conjugar: el artista chino Ai Weiwei como motivación artística y el aire como concepto. Uniendo ambos, construyó la propuesta que llamó Igual que el aire y el viento y que está inspirada en la libertad como una condición fundamental del ser. A partir de la imagen del aire como origen y como unidad, el que lo sostiene todo y nos vincula con el vacío y con lo que somos, Botero trabajó en tres piezas

visuales, una pieza sonora y tres experiencias. En la primera de estas experiencias, nylon e hilos colgaban a la entrada del espacio y había unos globos dispuestos en el piso en un círculo. Las personas empezaron a apropiarse de esos globos, los inflaron y crearon una instalación. En la segunda, se les invitaba a participar de una experiencia sensorial a través de la consciencia de la respiración, por medio de las apneas: aguantar la respiración. “No llenarnos de respiración, sino aguan-

tarla. Entender qué pasa ahí, en la mente y en el cuerpo”, indica Luisa. En la tercera, finalmente, se buscaba que los espectadores se hicieran conscientes del oxígeno en la sangre a través de estados de consciencia, de respiración, inhalación y exhalación. Las piezas gráficas estaban compuestas de tres videos: un performance y dos recuentos que fueron el resultado de unos recorridos que la artista realizó en la selva de la frontera colombiana con Perú y en el Desierto de la Tatacoa. El aire en la selva y el aire en el vacío del desierto. El material sonoro es una apuesta por las ausencias, entradas, intensidades y vacíos, que buscaba recurrir a la imaginación por medio de cuatro capas de sonido que para la artista sintetizaban la experiencia de la unidad y del aire. “Una capa era mi respiración en diferentes estados de alteración. Otra capa es una toma de electrocardiograma que tiene una frecuencia de ritmo y de vida del corazón, donde también se alimenta por el pálpito y la entrada de oxígeno y salida de sangre. Una que fue tomada del mar y una cuarta que es una pieza construida, una pieza de Bach como producción humana”, indica Botero. Hacer visible al asesino invisible El fotógrafo Camilo Duque supo, después de investigar y recolectar datos, que a las partículas PM 2.5 también se les llama el asesino invisible. Pensó, también, que los seres humanos somos invisibles ante el daño que nos hacemos. Camilo comenzó a jugar con aquellas partículas, viendo las fotos de lo que son a nivel microscópico. “Me gustó lo que vi. Como sucio. Al principio era nada más como textura y luego se me ocurrió que en realidad esas partículas lo que pueden hacer es revelar al verdadero asesino que somos nosotros. Es un juego de palabras”, dice Duque. Su trabajo está compuesto de dos fotografías que implicaron un procedimiento técnico en el que involucró un maniquí, con el fin de representar al ser humano. El material que utilizó para la obra es carbón —que justamente tiene que ver con la contaminación porque es tóxico—. Utilizó un fondo blanco, una cartulina blanca, el maniquí y con el juego de luces anuló las sombras, para que las partículas que estuvieran encima fueran revelando el rostro. Porque esa es la idea, que las partículas revelen el ser. “Es un juego muy interesante porque cada persona ve lo que quiere ver, ven caras en otras partes donde yo no las había pensado, me han dicho que ven mapas. Al menos lo que sí es importante es que les causa algo, una sensación”.

La obra está acompañada de un tablero en el que recopiló la investigación que hizo sobre contaminación, a modo de evidencia policial, como de estar siguiendo al asesino, de atar cabos para entender cómo la contaminación del aire afecta a las personas: “Ese tablero es para que las personas despertemos un poquito, al menos que nos enteremos de lo real que es esta situación y que no es un juego, y en la medida en seamos conscientes de eso, podemos hacer un cambio empezando por nosotros mismos”.

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16 Retrato Con 72 años de historia, el Deportivo Pereira es el cuarto equipo más antiguo de la Dimayor. Sin embargo, la gloria no lo ha acompañado. Este es su quinto año consecutivo en segunda división y su octava participación en ella. Hernán Enrique González, fiel seguidor, relata su historia con la Furia Matecaña.

El corazón

puesto en la Andrea Zapata González Estudiante de Periodismo zapatandreag@gmail.com

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ecuerdo cuando tenía cinco años, fue la primera vez que mi papá me llevó a ver al Deportivo Pereira. En ese entonces, el escenario de fútbol de la ciudad era el estadio Alberto Mora Mora, que quedaba en el barrio Kennedy. Al estadio lo llamaban “El Fortín de Libaré”. Recibió este nombre porque el equipo siempre ganaba allí y porque Kennedy, junto con otros barrios, tiempo antes, conformaban el gran barrio Libaré. Mi papá me cargaba en sus hombros, y desde ahí podía ver todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Primero me enamoré del equipo, luchador y apasionado por lo que hacía. Luego de su hinchada, sus cantos y esa alegría al ver al equipo. Fue así como empezó mi amor por el Pereira, y en los hombros de mi papá no me perdía ningún partido de mi equipo en la ciudad. Los hinchas matecañas que no tenían la forma de entrar al estadio, se hacían en las montañas alrededor de él para poder ver a nuestro amado equipo. A mis once años fui por primera vez solo al Hernán Ramírez Villegas, ya por entonces el estadio del Deportivo Pereira. Su construcción fue impulsada por el padre Antonio José Valencia; él hizo que muchos hinchas fueran y pusieran un ladrillo para levantar el Hernán. Le tenía mucho amor a mi equipo. Me pintaba la cara con sus colores: rojo y amarillo; siempre andaba con mi bandera y, cuando no tenía dinero para entrar al estadio, me colaba con algunos de mis amigos. En el lugar donde ahora es Sur, había un hueco por donde nos podíamos meter. Íbamos muchos a tratar de colarnos y, al momento de hacerlo, mandábamos a tres de primeros, a los más “bobitos”. En ese tiempo, los policías que rodeaban el estadio eran muy poquitos: cogían a los primeros tres que se intentaban entrar sin permiso y, mientras se los llevaban, todos empezábamos a colarnos. Era cuestión de viveza. Así me la pasaba, hasta que tuve la oportunidad de pertenecer al equipo de fútbol de Risaralda. El que dirigía al Deportivo Pereira era Óscar Héctor Quintabani. El Dépor recibía el nombre de “El Kínder de Quintabani”, debido a la cantidad de jóvenes que tenía el equipo. Quintabani también me dirigió a mí, entonces yo iba antes de los partidos del Matecaña con mi hermano Carlos Alberto Zapata y otros dos amigos, Fernando Moreno y Ramón López, le pedíamos entradas al profe y él nos las regalaba. La gran historia guaraní Las andanzas de los paraguayos en el Deportivo Pereira las inició el delantero Carmelo Enrique Colombo en 1949; también se destacó el artillero Casimiro Ávalos en 1950. El Dépor ha tenido más de cien jugadores paraguayos, la gran garra guaraní. En 1951, la titular del Matecaña constaba de diez jugadores paraguayos y solo un colombiano. Se repitió la misma historia en 1952, cuando la base titular era de nueve paraguayos y dos colombianos. En cuatro ocasiones el Deportivo Pereira logró quedar en el tercer puesto en la primera división del fútbol profesional colombiano con gran influencia de los paraguayos: 1952, 1962, 1966 y 1974. Recuerdo mucho al equipo que dirigió César López Fretes, muy conocido en el fútbol colombiano. En el momento en que César era el técnico, el dueño del Deportivo Pereira era el señor Octavio Piedrahíta, también dueño del Atlético Nacional.

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Fotografía: latarde.com

César López Fretes había hecho una muy buena campaña con el Dépor, la mayoría de sus jugadores eran paraguayos también. En este período el último partido que tenía el Matecaña era contra el Millonarios, si ganaba o empataba quedaba campeón de la Primera División; el Atlético Nacional también estaba punteando por el liderato del torneo, pero solo podía quedar campeón si el Dépor perdía. Piedrahíta, dueño de ambos equipos, quería que ganara el Atlético Nacional; entonces, les dijo a los jugadores del Pereira que debían perder. El Pereira perdió, el campeón fue el Atlético Nacional y de segundo quedó el Millonarios. El señor Piedrahíta entregó el Dépor a otras personas y el desempeño del equipo empezó a bajar. La historia guaraní no terminó ahí. Me acuerdo mucho de dos jugadores que llegaron a ser de la selección Paraguay, y también hicieron parte de nuestro equipo: Roberto Cabañas y Juan Bataglia, aunque el último paraguayo que tuvo el Deportivo Pereira fue Mario Édison Giménez. Para mí, uno de los que más hemos querido: jugó 86 partidos con el Dépor y metió veinticuatro goles. “Con el corazón en la A” El Deportivo ha tenido muy buenas campañas y también muy malas. Ha estado en Primera División mucho tiempo, pero también ha bajado a Segunda. En la B estuvo en 1954, 1955, 1998, 1999, 2000 y 2012; desde entonces no ha ascendido. En casi cuarenta años, desde que soy hincha del Deportivo Pereira, no había tenido tantos sentimientos encontrados por mi equipo: ilusión, decepción, amor, impotencia, alegría, tristeza… Durante el tiempo que el Deportivo Pereira lleva en la “B”, todos los hinchas hemos tenido la

ilusión del ascenso. Ha habido algunos años en los que el equipo habría podido volver a Primera División; sin embargo, las cosas no se dieron. Los jugadores hacían una buena campaña, pero los administradores y directivos se empeñaban en que el equipo no subiera, jugando con la ilusión de nosotros los hinchas y también con la de los jugadores. En 2014 la administración del Deportivo Pereira pasó de ser de Álvaro López Bedoya y su familia, pereiranos adinerados, a estar en liquidación. Con esa nueva administración hubo campañas muy buenas, y mi ilusión por el ascenso crecía cada día, aunque al final, por errores individuales de los jugadores o de los técnicos, el equipo no tuvo la posibilidad de ascender. El 2016 ha estado lleno de alegrías, el ‘Dépor’ ha demostrado que se puede creer en el ascenso, ha hecho que muchos hinchas vuelvan al estadio, incluyéndome, y que sus jugadores se conviertan en ídolos de los niños pereiranos. Esta hazaña me ha recordado todo lo que alguna vez sentí por mi equipo, han vuelto a mí aquellas vivencias que tuve desde que conocí al equipo de mi ciudad, de Pereira, el de la “Perla del Otún”. En 2015, dirigido por Hernán Lissi, el equipo estuvo a un punto del ascenso; ha sido una de las mejores campañas en los últimos años. Fue un año en el que me sentaba con toda mi familia a ver a mi amado, un año en el que se tuvo muchas alegrías, pero al final una estrellada ni la hijuemadre. El Dépor nos acostumbró a verlo ganar en todos los partidos y, entonces, por cosas del fútbol, del técnico y de los jugadores, que aún no entendemos, nos quedamos en Segunda. Ese mismo año debutó uno de los jugadores más jóvenes que ha tenido el Deportivo Pereira: Juan Camilo ‘Cu-


17 cho’ Hernández. Cuando él pisó la cancha por primera vez, ese 6 de abril, tenía solo quince años; lo vi y pudo conmigo el sentimiento, ese es el sueño de la mayoría de los niños que juegan fútbol: llegar jóvenes al fútbol profesional. Tuve la oportunidad de hablar con él, me alegró mucho escucharlo: “La verdad, no me imaginaba llegar hasta el fútbol profesional y menos con la edad que tenía, no es normal que un jugador empiece su carrera profesional a esa edad”, me dijo Cucho. “He recibido un apoyo incondicional tanto de la hinchada, como de todos los integrantes del equipo, y me siento muy cómodo en él”. En la nueva campaña, la del 2016, Cucho es el goleador. Tan bien se ha desempeñado, que fue llamado a concentración con la Selección Colombia Sub 20. El año pasado, otro de los jugadores más destacados del equipo fue Leonardo Castro, un jugador muy entregado a su club. En la actualidad es delantero del Deportivo Independiente Medellín, y estoy muy feliz por él, uno de los hijos de la Perla triunfando en la Primera División. Ahora, en el 2016, dirigidos por Néstor Craviotto, volvemos a creer en el ascenso. La primera mitad del año el Dépor se ha mostrado como una familia y hemos visto un buen fútbol: el equipo estuvo invicto la mitad del semestre y eso es muy bueno. Llegó a los cuadrangulares finales, a mediados de octubre, con setenta puntos. Diez por encima del América de Cali. Algunos periodistas en varias transmisiones se refieren al equipo como el “Kínder de Néstor” o el “Jardín de Néstor” por la cantidad de jóvenes que hay en el equipo. Eddie Segura es uno de ellos, zaguero, lleva en el equipo varios años, debutó a los dieciséis en un partido contra Popayán. Eddie me dice que “la relación con los profes que han venido y los compañeros que han estado ha sido muy buena; he aprendido mucho de ellos y he crecido como persona y jugador. He trabajado duro por las cosas que quiero y sigo empeñado en eso, a veces te quedas corto porque, como siempre, uno quiere más, pero con la ayuda de Dios las voy a conseguir”. Como dije al principio, nunca había tenido tantos sentimientos hacia mi equipo. Por los resultados y como lo he visto, con buen fútbol y mucha unión entre jugadores, directivos e hinchas, se puede creer en el ascenso, esta vez más que nunca: “Ese es el objetivo de nosotros, ahora se puede creer en él, para eso hemos trabajado muy duro. Hay que dar el cien por cien de cada uno de nosotros, así ayudar a nuestros compañeros y ascender; somos líderes, hay que disfrutar mucho esto y sacarle provecho el segundo semestre, y de la mano de Dios vamos a subir, que es lo que hemos querido siempre”, me aseguraron Álvaro Meléndez,

Hernán Enrique Zapata González, desde sus cinco años ha estado relacionado con el fútbol; actualmente es dueño y entrenador del club Real Dínamo Fotografía: Andrea Zapata González

Eddie Segura y Carlos Palacio, jugadores muy queridos por todos nosotros, los hinchas. Todos estamos luchando juntos por volver a primera: directivos, jugadores, dejando todo en la cancha; y nosotros los hinchas apoyando desde las graderías y desde nuestras casas. Todos con el corazón en la A, con la pasión futbolera a flor de piel… y sí, se puede mantener la ilusión de ascender.

En cuatro ocasiones, el Deportivo Pereira ha logrado quedar en el tercer puesto en la Primera División del fútbol profesional colombiano. Varios de estos triunfos han tenido gran influencia de los paraguayos. Las andanzas de los paraguayos en el Deportivo Pereira inician con el delantero Carmelo Enrique Colombo en 1949. También se destaca el artillero Casimiro Ávalos en 1950. En el corazón del Pereira:

Juan Camilo ‘Cucho’ Hernández, goleador del Torneo Águila y capitán del Deportivo Pereira. Será vendido al Granada de España al final de la temporada Fotografía: Archivo Diario del Otún

Guillermo Gaviria Londoño: fue quien decidió unir a los dos equipos de La Perla del Otún, que en ese entonces representaban las clases sociales de la ciudad: Vidriocol, el “equipo de los adinerados”, y Deportes Otún, el “equipo del pueblo”, el de los de menos recursos. Ambas escuadras tenían una rivalidad marcada que también generaba problemas entre los habitantes de la urbe; tanto así, que en uno de los muchos enfrentamientos, seguidores de ambos equipos se fueron a los golpes. Este acontecimiento fue el detonante para que el capitán Gaviria iniciara su misión y así el Deportivo Pereira cobrara vida en 1944. María Cecilia Monsalve, ‘Chila’: toda su vida fue fiel seguidora del Deportivo Pereira. Falleció en 2000 antes de la consagración del equipo como campeón de la Primera B. El padre Antonio José Valencia: fue el que impulsó la construcción del estadio Hernán Ramírez Villegas, la nueva casa del Dépor. La hinchada Lobo Sur Pereira: nace en 1999. A pesar de la mala racha que tiene el Matecaña, esta hinchada sigue siendo grande y fiel seguidora.

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18 Ciudad

Nuestro otro infierno Ganador en 2015 de la Beca a la Creación de Libro de Periodismo Narrativo de la Alcaldía de Medellín, este reportaje extenso aparecerá pronto en el mercado con el sello del Fondo Editorial de la Universidad Eafit. Su autor, Juan Camilo Castañeda Arboleda, es periodista egresado de la Universidad de Antioquia. Ha publicado artículos en El Espectador y De la Urbe, y colaborado en la revista digital Altaïr Magazine. Ilustraciones: Catalina Vásquez

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ondenado a toda una vida en el infierno Es increíble ver cómo los eventos funestos se convierten en parte de la rutina; cómo se transforman esos sonidos ensordecedores provocados por el gatillo en el cese de las llamas que representan la vida; cómo las dinámicas y protocolos del sistema de la muerte se vuelven en cuestión de segundos un evento regular en el que apenas cabe la pregunta de quién fue esta vez el desafortunado, mientras pervive la esperanza de que, ¡por Dios!, no sea alguien conocido o amado. Cuando Gustavo Alberto González, vecino de Estiven, estaba guardando su vehículo en el garaje de la casa, escuchó la balacera. De la experiencia acumulada durante los días de guerras en Santa Inés, aprendió que, cada vez que escuchaba una detonación, había que buscar refugio. Minutos después salió para observar el procedimiento judicial. Vio a Estiven en la esquina, lo llamó y le preguntó por lo ocurrido. Estiven le dijo que habían matado a alguien dentro de un taxi en la carretera a Guarne. También le contó de un homicidio ocurrido la noche anterior. Albeiro Zapata estaba revocando la casa de un vecino, ubicada en el límite de la frontera invisible y a escasos metros de la vivienda de la abuela de Estiven. Al escuchar los disparos, buscó refugio, pero cuando vio la patrulla de la policía en el lugar de los homicidios chismoseó un rato y luego continuó con su labor. La vivienda de Claudia Arboleda está ubicada en un tercer piso, en la calle 81 entre las carreras 37 y 36 C. Ella asegura que no escuchó la primera balacera de esa tarde porque estaba viendo televisión con su hijo. Supo, porque una vecina la llamó para preguntarle si ya sabía quién era el muerto. Claudia también salió al balcón, vio la romería en la esquina y llamó a su mamá a preguntarle si el muerto era conocido, pero ella tampoco sabía. Anderson Vázquez y Juan Camilo Guerra, integrantes del combo de Balcones de Jardín, estaban en la tienda de Richard, ubicada en la esquina de la carrera 36B con la calle 81. Mientras miraban el levantamiento del cuerpo del taxista, varios hombres de El Desierto les hicieron señas desde la esquina de la 81 con la 36C. —Uno de ellos, El Gori, también conocido como Gallinazo, nos salió en esa esquina con una mano en la cintura, como si tuviera un arma, y con la otra nos indi-

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caba que los esperáramos —contó Anderson en uno de los juicios orarles contra Jhonatan. Después de la conversación con Estiven, don Gustavo regresó a su vivienda. Escuchó a unos jóvenes intercambiando insultos en la calle. —Los jóvenes de mi sector gritaban a los de El Desierto que subieran, que no fueran gallinas, que los estaban esperando ahí —relató don Gustavo. Adriana, la mamá de Estiven, trabajaba en una pequeña empresa de textiles a tres cuadras de su vivienda. Ese día dejó las gafas en la casa. Llamó a su hijo para que se las llevara, pero el joven no quiso, porque otra vez tenía en sus manos el control del Playstation. A la mamá le dio rabia y lo obligó. La casa de la familia Ocampo queda en un callejón que conecta a la 36B con la 36C. El joven salió de la casa de su abuela conversando con su mamá, quien le daba instrucciones de dónde podrían estar los anteojos. En el camino se encontró de nuevo a don Gustavo, quien estaba acompañado de su esposa Beiba Salazar y de Viviana Salazar, en la puerta del garaje donde minutos antes don Gustavo había guardado el vehículo. Estiven saludó a doña Beiba, ella era su madrina de bautizo. —En ese momento —relató don Gustavo— apareció un tipo con una ametralladora y empezó a disparar contra Estiven. Yo me entré a la carrera halando a mi señora, y nos siguieron disparando a nosotros también y yo caí detrás del carro. Miré para atrás y mi señora estaba muerta, grité: “¿por qué a nosotros?”. El tipo que disparó no decía nada. La puerta del garaje aún conserva las cicatrices de esa tarde, en el metal hay ocho agujeros de bala. Viviana alcanzó a huir. El hombre que disparó, según cuenta Viviana en una declaración a la Fiscalía, también arremetió contra ella, pero esta solo sufrió un pequeño roce en su hombro izquierdo. Según Daniela Ocampo, Estiven todavía estaba hablando con la mamá. —Él le decía: “Mami, me están tirando piedras, me están quemando”, entonces mi mamá le dijo: “Mijo, corra para la casa, corra, corra”. Después mi mamá sintió ¡pum! El celular cayó. Desde la tienda de Richard, ubicada en la 36B, Anderson y Juan Camilo, apodado La Araña, vieron a los tres hombres armados salir por el callejón en el que vivía la familia Ocampo. —Al que iban a matar —relató Juan Camilo en una

declaración ante un juez— era a mí, porque supuestamente yo mandaba a la banda de arriba, la de Balcones. Cuando La Araña y Anderson vieron a los hombres armados, corrieron. Al escuchar los disparos, Anderson se tiró al suelo y sintió el zumbido de varias balas. Los homicidas emprendieron la huida por la calle 81. Albeiro, quien había regresado a revocar la casa, estaba tirado en el suelo. —Yo vi —asegura mientras toma un sorbo de cerveza en la Tienda Roja— a los tres tipos corriendo por la 81 hacia la 36C. Eran Jairo, apodado El Barbado; Duván, apodado El Gallinazo, y Arley, apodado Tara. En el momento del ataque en contra de Estiven, de doña Beiba y de don Gustavo, el subintendente Edwin David Gallego todavía atendía los homicidios ocurridos una hora antes en la carretera a Guarne. Al escuchar los disparos, miró hacia la parte alta de la loma y observó a un hombre corriendo. —Al sujeto —aseguró— no lo pude identificar, pero llevaba la mano en la cintura y algo brillaba. Claudia Arboleda escuchó más de quince disparos. No quiso asomarse porque pensó que posiblemente era un enfrentamiento y nunca se sabía cuánto podía durar, era normal que pasaran varios minutos, o incluso horas. Tocaron la puerta de su casa. Claudia abrió y era Jairo, al que ella conocía como El Barbado o Jairito. “Él estaba armado y agitado. Otro muchacho, El Gallinazo, se metió a la casa de Julio, mi vecino; también estaba armado y le pidió ropa para cambiarse. Yo no los vi disparando contra ese muchacho y esa señora, pero sí creo que fueron ellos”, asegura Claudia. El subintendente condujo su camioneta a toda velocidad loma arriba. A su llegada al lugar del atentado vio gente corriendo y pidiendo auxilio. Acercó el vehículo hasta la casa de la señora Beiba y de don Gustavo. En la acera estaba el cuerpo de Estiven y, adentro del garaje, el de doña Beiba. Don Gustavo estaba detrás del carro y tenía heridas en sus piernas, él pidió al subintendente Gallego que auxiliara primero a su mujer y al joven. Varios habitantes del barrio ayudaron a montar los cuerpos de Estiven y doña Beiba en la parte trasera de la patrulla. Mientras trasladaba a los heridos a Policlínica, centro hospitalario que recibe la mayoría de urgencias médicas del nororiente de Medellín, el subintendente solicitó otra patrulla para transportar a don Gustavo. Para cuando llegaron al hospital, doña Beiba y Estiven ya estaban muertos.


Historia

La oficina de los veteranos

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La guerra de Corea comenzó el 25 de junio de 1950, cuando las tropas norcoreanas franquearon el paralelo 38 e invadieron el sur de la península. Terminó el 27 de julio de 1953, fecha en la que se firmó el armisticio en la aldea de Panmunjom. Colombia fue el único país latinoamericano que respondió con tropas al llamado de la ONU para defender a Corea del Sur. El Batallón Colombia estuvo conformado por 5.204 hombres: a lo largo de tres años, 557 resultaron heridos y 216 perdieron la vida.

Diego Zambrano Benavides Estudiante de Periodismo @diegozamben

Fotografía: Ascove

Pedro Hernando Vergara, secretario general de Ascove. Fotografía: Diego Zambrano Benavides

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e no ser por las banderas entrelazadas de Corea del Sur y Colombia, uno fácilmente confundiría el lugar con un taller descuidado, con una bodega o con una construcción que nunca se terminó. De no ser por el aviso mal pintado con letras blancas sobre un azul celeste, tachando los viejos propósitos del edificio, uno nunca se imaginaría que adentro funciona un bastión de la memoria. El edificio, con mucha edad, sobrevive a escasas cuadras del Palacio de Nariño para contarles a los colombianos que se arriman por allí y perciben su débil presencia, que hace muchos años, hace varias décadas, miles de soldados se embarcaron en una misión encomendada por la ONU. Partieron en fragatas, viajando un mes por el océano Pacífico hacia tierras lejanas, con el fin de defender, en nombre de la Patria y de la Libertad, a Corea del Sur, que estaba siendo invadida por los vecinos del norte. El aguerrido Batallón Colombia nació por un embeleco de Laureano Gómez, dicen algunos; nació porque siempre fuimos aliados de los gringos, dicen otros; nació sobre el papel, siendo el único país latinoamericano que atendió el llamado de Naciones Unidas. Lo cierto es que en Bogotá, en el barrio La Candelaria, en la carrera 4ª número 6-14, para ser más precisos, se halla este viejo edificio. Allí se reúne todos los días laborales un grupo de veteranos que luchan por que la causa por la que combatieron no termine igual que la fachada de su edificio, en el olvido. Ascove, la Asociación Colombiana de Veteranos de la Guerra de Corea, se fundó el 16 de septiembre de 1959, seis años después del armisticio que dejó en suspenso el conflicto. Sigue latente porque, a pesar de las negociaciones entre Corea del Norte y Corea del Sur, no se ha podido llegar a una solución. Ascove tiene dentro de sus misiones fundacionales, agrupar a los veteranos y mantener viva en la memoria de la Nación la gesta de las tropas colombianas que respondieron al llamado de la ONU. Sus objetivos están enfilados, según la asociación, en la búsqueda del “respetuoso reconocimiento que en justicia merecen y que hasta hoy se les ha negado; el mismo que, por el contrario, se les dispensa con generosidad allende las fronteras patrias”. Para el sostenimiento de la asociación, los afiliados realizan aportes mensuales y, en algunas ocasiones, empresas surcoreanas que operan en Colombia hacen donaciones para el funcionamiento de la oficina. Algunos colaboradores, que han trabajado como aliados de la asociación, son la Embajada de Corea del Sur en Colombia, Samsung, Lig Next y Reflomax. La Embajada es la entidad que organiza y sirve como intermediario para

donar auxilios educativos, viajes al país asiático y otras actividades para los veteranos y sus descendientes. La gratitud hacia los excombatientes ha sido una política permanente a lo largo de los años, sin importar los cambios de gobierno en la península o los distintos embajadores que han llegado a Colombia. El actual diplomático que se desempeña en el cargo es Jang Myung-soo, quien antes fuera el Director General para América Latina y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Corea. Por el lado de las empresas, Samsung ha sido fundamental en las labores de la asociación, entregando, año tras año, becas de estudio y apoyos económicos a descendientes de los veteranos que resalten por su rendimiento académico. La oficina de Ascove, ubicada en el viejo edificio del barrio La Candelaria, es propiedad del Ministerio de Defensa y fue entregada a la asociación en contrato de comodato. Tiene un aspecto carcelario, pues anteriormente funcionaba como una correccional de mujeres. La entrada es una puerta metálica de color verde que da paso a un auditorio adornado con banderas y mensajes de agradecimiento en español y coreano, seguramente entregados por el gobierno de la península. En el primer piso también hay una pequeña cocina, y un cuarto. Cada rincón del interior del edificio está repleto de información. Por los pasillos y salones hay distintos cuadros colgados con recortes de prensa, fotografías y mapas. Al segundo piso se accede por unas empinadas escaleras de madera ubicadas a la derecha de la entrada, tan frágiles que delatan cada paso. Los veteranos las suben con pisadas tranquilas, suaves pero firmes, con la seguridad de haberlo visto todo en la vida. Hay varios escritorios, la oficina de Epifanio Rodríguez Núñez —el actual presidente de Ascove—, una mesa de juntas, y unos baños. Unos banderines de los países que participaron bajo el estandarte de las Naciones Unidas adornan el fondo del salón. Entrar a este sitio es apoyarse sobre el marco de una ventana y ver el resplandor de la guerra. El presidente de Ascove es un hombre de semblante serio, se lo ve haciendo chistes con los presentes en la oficina, pero en su rostro no se dibuja un ápice de sonrisa. Le toca un hombro al veterano Guricochea y le pregunta: “¿Ya le aplicaron el TLC en su casa?”; el otro le responde: “¿Qué es eso del TLC?”. Sin hacer ningún gesto, el presidente le contesta: “Pues trapear, lavar y cocinar, qué más va a ser”. Mientras tanto, suena el teléfono en Secretaría, es un veterano que llama a preguntar por el próximo desfile. Pedro Vergara, secretario general de Ascove, recibe la llamada y

contesta: “Acuérdese que debe ponerse un vestido azul oscuro o negro y una camisa blanca; el Ministerio de Defensa va a dar un gorro verde y una corbata roja, y también hay que asistir a un ensayo”. Mientras le responde, va resaltando su nombre en una lista que tiene sobre su escritorio. Según Vergara, la Embajada de Corea se reunió en junio de este año con la asociación, por el inicio de la construcción de un edificio para conmemorar a los veteranos colombianos. El proyecto se financia con una donación del Grupo Lotte. El establecimiento tendrá un salón de reuniones, una sala de exposiciones, una biblioteca, oficinas y un salón de banquetes. Se estima que se entregará a mediados de 2017, y funcionará como sede de Ascove y de Adeveco, la Asociación Colombiana de Descendientes de Veteranos de la Guerra de Corea. “Hemos tenido grandes aliados, los coreanos viven eternamente agradecidos con nosotros los veteranos, este edificio que están construyendo para la asociación es una muestra de eso”, opina Vergara. Después de la llegada de Corea del Batallón Colombia, a muchos les costó conseguir empleo, algunos llegaron con problemas psicológicos causados por la guerra y otros quedaron viviendo en la miseria. El gobierno colombiano aprobó la Ley 683 de 2001, que subsidia a los excombatientes con dos salarios mínimos. Pero, según algunos veteranos, muchos a punta de trampas sacaron provecho de la ley, y quienes necesitaban el subsidio, en realidad nunca lo recibieron. En la actualidad, las bases de datos que maneja Ascove registran que quedan vivos 658 veteranos. De ellos, solamente 381 se encuentran afiliados a la asociación. “En los últimos tiempos tenemos una tasa de mortalidad bastante alta, yo diría que nos estamos muriendo por ahí unos cincuenta anualmente”, calcula Vergara, que habla con una voz cansada, aunque a sus 84 años sigue yendo de lunes a viernes a la oficina. Ascove es el refugio al que van los veteranos para sobrevivir al olvido. Todos los que llegan portan un pin de las banderas de Colombia y Corea del Sur entrelazadas. Es una costumbre que se volvió regla. Se los escucha subir las escaleras, y aparecen con el pecho inflado de orgullo. En las charlas, mientras preguntan si hay alguna invitación a comer de la Embajada o una nueva reunión de la asociación, siempre están presentes las anécdotas de sus años en Corea. Discuten sobre sus rangos, y seguramente se burlan del dictador norcoreano, que en los últimos días protestó por una invasión de reptiles en la frontera. Este artículo se hace en desarrollo del trabajo de grado Colombia en la guerra de Corea: Historias de vida de veteranos. Asesor: César Alzate Vargas

Fotografía: Diego Zambrano Benavides

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


20 En lente

Nombrar con colores

Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo @juanduermevela / juan.florezarias@gmail.com Karen Parrado Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

A

ntes era la Calle de la Amargura. Hace más de cien años, cuando se conmemoraba un siglo de la independencia de Colombia, fue rebautizada como Ayacucho, en una segunda gesta que dio nombres de batallas a las carreras de Medellín. Nombrar es siempre un remplazo, dar un nuevo nombre a lo que había sido nombrado por otros, pintar otro color —nuestro color— sobre el que ya existía. Los nombres son las fachadas de las cosas y, como tales, dicen mucho o nada sobre ellas. La calle de hoy poco tiene que ver con la última gran batalla liderada por el general Sucre. Tampoco está cerca, salvo por el ruido metálico de los vagones sobre los rieles y la campana que invita a los transeúntes a quitarse de en medio, de la calle que fue. Por ella circuló entre las décadas de 1920 y 1950 el primer tranvía eléctrico de Medellín. Durante los siguientes sesenta años fue el corredor de importantes rutas de buses, hasta que en 2013 se decidió que el tranvía, integrado al metro, se ubicaría sobre Ayacucho. El pasado como la contracara del presente, como la sombra que le traza su ruta.

Tal fue el ánimo del Metro de Medellín y la fundación Orbis con el proyecto ‘Ayacucho te quiero mucho’: intervenir las fachadas y predios visibles desde el tranvía, “hacer que Ayacucho volviera a parecerse a Ayacucho”. Pero el pasado es móvil, muchos de los que habitaron allí han muerto y sus herederos han arrendado las casas. Los inquilinos no supieron qué decir cuando les preguntaron por el color que, entre los elegidos por Orbis, era adecuado para pintar una fachada que no era la suya, en nombre de una historia que tampoco les pertenecía. Recorrer hoy Ayacucho es presenciar el contraste entre los dos anhelos de su intervención: el de pasado y el de futuro. Por el camino se filtran las historias tras las puertas, gastadas o recién pintadas; las de los anuncios de “se vende”; las llamadas de los arrendatarios a los inquilinos anunciándoles que dejarán de vivir allí; los vestigios de la antigua calle que no fueron pintados y descoloran ante las luces de las discotecas; las señales, cada vez más escasas, que sugieren que al recorrer el Ayacucho de hoy aún se recorre la Calle de la Amargura.

El inquilino de la fachada Juan David Tamayo Mejía

Al llegar, la mujer encontró un inquilino en la fachada. La ventana izquierda convertida en una estantería con películas, libros para colorear y álbumes musicales exhibidos. Frente a la puerta, un carro de supermercado con el resto de la mercancía. No dijo nada, esquivó con la mirada al hombre y con el cuerpo el carro, introdujo la llave y entró. Eduardo Montoya llegó con su mercancía en una caja hace siete años y se ubicó en la fachada gris de la casa abandonada, envuelta en una pelea de herencias de dos décadas. Desde esa frontera entre la calle y la casa ha sido testigo del cambio del asfalto por los rieles del tranvía, de los colores —pasteles, cálidos, vivos— pintados en las fachadas vecinas mientras la suya sigue gris, de las visitas pasajeras de los tres herederos. “Espacio Público me dio la razón, yo no estoy estorbando, estoy pegado a la pared”. Así permanece, como si buscara no ocupar un espacio tridimensional, en el intersticio en el que es soberano.

La casa de muñecas* Juan David Tamayo Mejía

Karen Parrado

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La casa es rosada. Rosada y lila, con rejas blancas. En la fachada, doce horas al día, Jorge Iván Vásquez ve pasar los años, sentado en su banca de madera marchita. Es un señor menudo, de canas florecidas por 79 de vida, y un examante del aguardiente. El tiempo ha hecho de su fachada rosada un agujero surreal por donde se filtra el ruido del nuevo vecino, el que le atormenta el sueño. “Debería poner que quiten esos rieles para que no pasen esos tranvías. Acabaron con Ayacucho esos rieles, esto era tranquilo”. La casa de muñecas fue una vez la casa de la familia, cuando sus hermanos y sus padres estaban vivos. De ellos solo quedan nombres y fotografías, rostros con los que se cruzó en esos corredores y que ahora le cuesta recordar. Ahora solo es su casa. Está sobre la calle 29, a pocos metros del cauce de la quebrada Santa Helena, a la que Jorge arrojó su cédula meses atrás para no poder votar nunca más. El sol se estanca en su fachada rosada mientras él, anestesiado por los tonos pasteles, ve pasar el tiempo, la gente y los recuerdos en la cinta de sus ojos zarcos. “¿Y no se aburre de estar en la fachada de su casa?”, le preguntan. “¿Pues pa dónde más va a coger uno?”, responde. *En memoria de Jorge, el señor de la fachada rosada.


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Juan David Tamayo Mejía

Carolina Londoño

Carolina Londoño

Carolina Londoño Juan David Tamayo Mejía

Juan David Tamayo Mejía

Juan David Tamayo Mejía

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


22 Testimonio

El escenario es la calle

“Abran paso, damas y caballeros, a los artistas que trabajan sin red protectora ni vestuario apropiado o artístico ni pista circular de arena ni lona siquiera sobre sus cabezas: sin nada, pues, pero llenos de fervor y atrevimiento. Con ustedes, señoras y señores, ¡el circo callejero!” Hugo Hiriart

Sara Lopera Estudiante de Periodismo sllopera9@gmail.com Fotografías: Sara

N

adie imaginaría que el Parque del Amor es un circo, pues parece uno más de esos que abundan en Medellín, casi siempre inhabitado, silencioso e invisible. El Parque está ubicado a unos metros de la estación Floresta del Metro por el viaducto hacia Santa Lucía. Nadie lo imaginaría porque es un circo sin carpa y sin boleta de entrada: es un circo callejero. Todos los lunes a las seis de la tarde, el Parque del Amor se convierte en música, ritmo y movimiento; en clavas, telas, pelotas y aros; en contact, swing y hula-hula; en cuerpos que juegan, saltan, se estiran y brincan con un orden propio y natural. A esa hora empiezan a llegar los malabaristas de siempre, los que trabajan en el semáforo, los curiosos, los amateurs o los que simplemente observan y disfrutan del show. ¿Pensarían alguna vez, el poder y sus arquitectos, que este parque sería apropiado por los jóvenes que han acogido el arte del circo como estilo de vida? ¿Que sus árboles servirían para colgar trapecios y telas, y que ese pequeño espacio en forma de plazoleta sería el escenario para el varieté del último lunes de cada mes? Seguramente no, pero así es el espacio en la ciudad, no siempre es vivido de la forma en que se concibe. La primera vez que llegué al lugar, alguien me contó la his-

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toria de un colectivo de artistas callejeros que se propusieron hacer de este un espacio para la escena circense que estaba dispersa en las calles de Medellín; un grupo de muchachos que cada lunes habita el parque y que lleva por nombre Cirko Libertario. Sebastián Vásquez es uno de esos jóvenes. Tiene veintitrés años, le gustan el diábolo, las clavas y el equilibrio, pero lo que más disfruta es la disociación: muchos trucos y objetos a la vez. Comenzó con el circo porque con este podía viajar sin necesidad de tener mucho dinero en sus bolsillos. Para él, el circo es un estilo de vida, uno que le cambió la forma de recibir el mundo y de entender que del arte también se puede vivir. Una noche me contó la historia de este colectivo. Con su tono de voz lento, decía: “Surgió porque nosotros éramos un grupo de amigos y conocidos que hacíamos malabares en la calle, en los semáforos. Todos habíamos viajado y habíamos estado en otras partes donde la movida del circo es más fuerte, y cuando nos reencontramos dijimos: acá esta movida no se ve, hay mucho circo, mucho talento, muchos malabaristas, pero cada uno es aparte, individual, en su semáforo, ¿cierto? Vamos a unirnos, a generar espacios adecuados porque ni siquiera tenemos donde entrenar”. Desde abril de 2015 el Parque del Amor es el escenario. Todas las noches tienen alguna temática: el varieté del último lunes de cada mes; lunes de gratiferia, un trueque en el que no es condición dar para recibir; otras veces se hacen talleres de circo y los artistas enseñan lo que saben hacer


23 por un aporte voluntario; también realizan circo-olimpiadas que son competencias como carreras de relevos o de malabares y su propósito es la diversión. En un extremo del parque puedo ver y sentir la energía que descargan estos jóvenes citadinos, las ganas de escapar de la rutina, de desafiar a Medellín y a este país que nos propone tan poco, de desafiarse a sí mismo y llevar el cuerpo y la mente al límite. Un hombre, en la otra esquina del parque, tiene cuatro pelotas, las tira tres, seis, diez veces y siempre se le cae una. La recoge y vuelve a empezar, vuelve a caerse, vuelve a recogerla, vuelve a empezar. Cuatro, ocho, doce veces, vuelve a intentarlo. Se enoja, las tira todas al piso, respira y vuelve a empezar. Parada en mi extremo, pienso que allí se representa la lucha que todos libramos con la vida: intentar las veces que sean necesarias hasta lograr alcanzar los sueños, el reto: no frustrarse en el camino. ***

“Por eso me decías “vago”, porque nunca fui avaro con tu belleza. En cambio tú nunca fuiste generosa con mi locura. Yo te daba mucho amor y te adoraba. Pero de tanto amarte casi me destruyes”. Gonzalo Arango. Medellín, tus jóvenes ya te conocen y cada vez se creen menos tus cuentos. Tu piedra en el zapato son los inconformes, rebeldes y locos. Una de ellas es Juliana Hernández, lleva puesta una camisa con el logo del Colectivo Cirko Libertario. “Es una mosca”, me explica Juliana, “porque somos el mosco que está dentro de toda esta mierda y es feliz y malabarea”. Juliana, a diferencia de Sebastián, habla rápido, gesticula, mueve las manos, ríe y sube el tono de voz cuando lo que dice la emociona. Al preguntarle por la realidad de un artista callejero en Medellín, siente tristeza al reconocer que es una sociedad que no está pensada para ellos. Sin embargo, “¿qué nos importa eso? Nosotros podemos gestionar nuestra propia vida a través del arte sin depender del Estado y disfrutarla más que cualquiera”. Ella tiene diecinueve años y desde pequeña es deportista de alto rendimiento. Comenzó con clases de actuación, participó en talleres de clown, estuvo en diferentes grupos de teatro; hizo performances, grafiti y gimnasia artística. A los catorce conoció los malabares, y con ellos, las historias de viajes, de cruzar fronteras y ser libre. A los quince hizo por primera vez semáforo, y hasta ahora ha sido una de las formas en sostenerse por medio de su arte.

Es cierto que se va al semáforo porque hay que pagar el arriendo y comprar comida. Pero, me explicaba Sebastián, también es porque cuando se conoce el circo es inevitable querer hacerlo todo a través de él: “Es un trabajo que no nos hace millonarios pero nos da para vivir, es lo que nos gusta hacer, no tenemos un jefe, manejamos nuestro horario y somos felices haciéndolo”. *** “Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla”. Friedrich Nietzsche Para Cirko Libertario, el circo es el campo para batallarlo todo. Se batalla con el propio ser, pues a través de este arte se puede mostrar lo estúpido, lo insensato, lo ridículo. Lo que somos. Lo bello, lo poético, lo incoherente. El circo define al hombre, no lo maquilla ni lo embellece sino que lo tira al escenario para que simplemente sea. Para Juliana el circo es la mejor forma de drogarse, pues es su propio cuerpo el que es capaz de proporcionarle la adrenalina, la lucidez y la emoción. También se batalla con la desigualdad y la desilusión, pues el colectivo, además de las muestras que hace en el Parque del Amor y en otras plazas de la ciudad, se desplaza a lugares de escasos recursos y oportunidades en Medellín. Así, han llevado sus juguetes y sus acrobacias a barrios como La Iguaná, París y Nueva Jerusalén, y a algunas escuelas en Sabaneta y Bello, con la intención de demostrar que el arte no tiene un fin lucrativo y no le pertenece solo a quien pueda pagar por él. El arte es de todos y sirve para crear. “En ciertos espacios el único propósito es dar, sacarle sonrisas a los niños que no tienen una casa ni un tablero en un colegio, si es que hay colegio, mostrarles todo lo que puede hacer desde el circo y decirles: no se queden ahí en la delincuencia”, dice Juliana. Finalmente, la batalla más difícil de librar, en la que más luchan, es la batalla contra el estigma que ha creado esta ciudad alrededor del artista callejero. Sebastián me contaba que en su intención de llevar el circo a la calle, el colectivo dejó colgada una tela en el árbol del Parque del Amor para quien quisiera ir cualquier día, montarse y practicar en ella. Cuando volvieron la tela había sido cortada, quienes permanecían en el parque aseguraron que había sido la Policía. —Si colgás una tela en un árbol o estás en un lugar muy selectivo de la ciudad te dicen: “Aquí no podés trabajar, te vas y si no te vas entonces te quito los juguetes o te llevo para la estación”. Es una represión —explica Sebastián.

un lugar que recibe sin distinción a cualquier persona que desee unirse para masificar la escena circense de la ciudad y hacerla visible ante las administraciones locales y departamentales, y ante los ciudadanos comunes que, al ignorarla, denigran esta cultura que está hecha de esfuerzos y voluntades de muchos jóvenes. Es lunes de varieté y, aunque la ciudad está fría y amenaza con llover, todos los que habitan el lugar se preparan para lo que Cirko Libertario llama “la terapia del circo”, terapia para el espíritu, la risa y el corazón. El telón está puesto en medio del Parque del Amor; detrás los protagonistas: dos clownes, el talentoso Carlos Álvarez (Director del Circo de Medellín) y una fila de jóvenes que, uno a uno, salen al escenario con juguetes de diferentes formas y colores. Cada tanto resuenan los silbidos, las risas y los aplausos de los espectadores que se levantan por encima de la música, dándole un verdadero aspecto de circo a ese espacio silencioso y poco frecuentado los otros seis días de la semana. Cuando acaba el show empieza a rotar un sombrero en el público; billetes de mil, cinco mil y hasta de veinte mil, monedas o una simple sonrisa es lo que este grupo de artistas reciben a cambio.

Medellín, tus jóvenes ya te conocen y cada vez se creen menos tus cuentos. Tu piedra en el zapato son los inconformes, rebeldes y locos.

Para Juliana, la gente se equivoca cuando piensa que el malabar en el semáforo no trasciende de la necesidad de dinero. Hacer semáforo, para ella y Sebastián y muchos otros que se mueven en este escenario, significa llevar el circo a todas partes y fomentar la cultura artística en la sociedad. “La gente que va a teatro es un público selecto que tiene para pagar la entrada y que entiende todo lo que se dice sutilmente. Pero representar el arte a través de la calle y del semáforo, que son ambientes tan cotidianos, es como cambiarle la realidad a alguien en un momentico”, cuenta Juliana.

­ ¿Y qué es lo que buscan reprimir? —le pregunto. — —Al artista callejero, que a los ojos de ellos es un vicioso, un vago y hasta piensan que vive en la calle. Eso no es así. Lo callejeros no nos resta lo artistas. Como todos, tenemos necesidades, pero esto es más un deporte y un estilo de vida. La gente no entiende eso. La imagen del policía cortando una tela de acrobacia es la representación de la autoridad reprimiendo el arte. Por eso el objetivo de este grupo de jóvenes es reivindicar la calle, el malabar, el semáforo, lo alternativo, lo diferente. Se esfuerzan para que se corra la voz de que en la ciudad hay

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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¡Ni un hombre, ni una mujer, ni un peso más para la guerra! Tras el desconcierto producido por la decisión negativa del plebiscito por la paz, el 2 de octubre, numerosas personas salieron a las calles de las ciudades colombianas para reclamar la vigencia inmediata de los acuerdos conseguidos entre el Gobierno y las Farc. La marcha de Medellín, el 7 de octubre, fue animada por miembros de la comunidad académica de la Universidad de Antioquia y otras instituciones.

No. 81 Octubre - noviembre de 2016


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