De la Urbe 70

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2 Crónica

Allá arriba en aquel alto istas nsas Gaitan Las Autodefeforman a la comule in de Colombia próximo 25 de mayo el e qu elecciones nidad alizando las e somos re n rá ta es se . Sabemos qu presidencialesmargen de la ley y que un grupo al arados para la guerra, estamos prep buscando la paz. Así pero estamosos a la comunidad de que invitam o a que vote por el canPueblo Nuev paz, por un país mejor didato de la mbianos. para los colo

o esta labor es d n a u c o r e P . lo un asunto sencil , la historia es de otro tenor. e c e r a p n ió c ta a o Ser jurado de v ni siquiera aparece en el map ue en una vereda q

Ilustraciones: Ricardo Cortázar

Karen Bejarano Parra karenbeja@gmail.com

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cababa de llegar a la oficina de Bienestar Universitario de la Universidad de Antioquia en Turbo, cuando la secretaria, con una burlita irritante, me dijo que había sido escogida para ser jurado de votación. No fue la mejor manera de iniciar la jornada laboral, pero pensé que todo estaría bien. Total, las tragedias electorales solo demoran unas horas. En la citación estaba escrito mi nombre completo, en negrita, mayúscula sostenida, bien resaltado. En el mismo formato también estaba escrito el nombre del lugar donde sería jurado: San Pablo de Tulapa. Nadie supo decirme dónde quedaba Tulapa, o qué era Tulapa, o cómo llegaba a Tulapa. Tampoco Google pudo identificarlo y ahí sí me preocupé. Solo un día antes de elecciones me enteré que quedaba en un desvío que hay en la carretera cerca de Necoclí. Cuatro horas de viaje por carretera destapada; tres de ellas no sabían nada de la existencia de unas tales Carreteras de la Prosperidad. Me gustan las aventuras, pero no las desventuras. Dejé tirado todo lo académico y me dispuse a organizar mi maleta de viaje. Era sábado 24 de mayo, faltaban más de veinte horas para que iniciara la jornada electoral, pero yo ya tenía puesta la camiseta invisible de jurado de votación. Mi función no consistiría en otra cosa que recibir cédulas, pues los jurados de votación son los únicos que no eligen nada de nada. Es el cargo más pasivo que pueda existir porque uno se siente como una máquina que recibe y entrega, recibe y entrega. Por si hace calor, por si hace frío, por si llueve, por si las moscas: una maleta digna de una mujer obsesiva. Un chip Claro, un chip Tigo, ambos con suficiente tiempo al aire. Cobija, almohada, botas pantaneras, agua, pan, jabón, papel higiénico y hasta champú. Toalla, desodorante, medias, calzones, ropa para el otro día y, por supuesto, gomitas rellenas de centro líquido. Tanta cosa para saber que iba a terminar durmiendo en el suelo pelado, sin ventilador. La cita era a las doce del mediodía del sábado en la Registraduría de Turbo. De los doce convocados llegaron diez; los otros dos jurados, con excusa médica en mano, se resistieron al paseo organizado por el Estado y la Registraduría. Una Toyota Land Cruiser modelo 81 se paró frente al punto de encuentro. Cuando vi el carrito supe que iríamos como sardinas en lata, y cómo me aterran las sardinas. Arrancamos casi a la una de la tarde y mis compañeros ya estaban en actitud de paseo; por mi parte, iba resignada pero fingiendo estar muy bien. Al norte de Turbo, casi llegando a Necoclí, el carro se desvió a la derecha y empezó a brincar como maíz pira cuando se vuelve crispeta. Hacía muchos años que no viajaba en estos carros; viajar en ellos es garantía de dolor de culo. Recordé: tenía nueve años y era la primera vez que viajaba a Montería, Córdoba. Iba acompañada de mis padres y de mi hermano porque, para ese entonces, aún conservábamos nues-

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tra hermosa familia disfuncional. Fue la primera vez que vi cómo me quedaba el cabello rubio por el polvo que se entró al carro. Había viajado muchas horas por tierra, desde el Tolima hasta Turbo, por ejemplo, pero nunca había sentido tanta claustrofobia como en ese vehículo. Y ahí estaba, catorce años después, reviviendo la sensación. La ruta era la siguiente: Pueblo Nuevo > La Pita > El Naranjal > San Pablo de Tulapa. Llegamos a Pueblo Nuevo casi a las tres de la tarde y paramos un momento a comprar algunas cosas. Es un lugar tropical, con fachadas de casas pintadas de colores vivos y donde se ven hombres que vigilan tus movimientos. Pueblo Nuevo es tan silencioso que hasta se puede escuchar, a una distancia considerable, el sonido de una moto. Me senté en la tienda donde hay un billar a esperar a que los demás gestionaran lo que les hacía falta. Solo se

escuchaban las voces de los mecánicos de al lado que estaban viendo la final de la Champions League y hablaban con mucha propiedad del partido de fútbol. Seguramente, los mecánicos estaban igual de enterados de las propuestas de los candidatos presidenciales. En esa esquina estaba la Casa de la Cultura, una construcción pintada de un color café claro y café oscuro. Tenía unos papeles pegados que llamaban la atención: una especie de panfletos de algún grupo armado. Nos montamos a la lata y arrancamos. Después de Pueblo Nuevo, la carretera es un desastre, hay que subir lomas y atravesar puentes de madera. Con los aguaceros de mayo, el camino estaba lleno de huecos y de pantano que hacían que el conductor maniobrara demasiado para salir del atolladero. Ese señor es un piloto; nosotros por cariño lo llamábamos ‘Juanpis’; nunca supimos cuál era su nombre real. Atravesamos


Aparte de una perra grande y con pocos dientes que salió a movernos la cola, ningún vecino se apareció a saludarnos. Nuestra única compañía fueron los soldados que estaban cuidando el lugar por aquello de las elecciones. Desde el principio fueron muy cordiales con nosotros, sobre todo con nosotras. Al igual que los pavos, los soldaditos estaban ansiosos de pisar a una hembra.

La Pita y El Naranjal patinando de un lado a otro, nos bajamos un par de veces para que el carro pasara los puentes sin tanto peso y nos agarrábamos fuerte cuando nos íbamos a un hueco. A eso de las cinco y media de la tarde, entre una luz de gloria, divisamos una casa rodeada de cayenas rojas que tenía pintada en su fachada “Escuela Integrada San Pablo de Tulapa”. Unas diez casas y un billar es lo que se alcanza a ver en Tulapa. En el centro de la loma había un espacio grande totalmente despejado y limpio de pasto. Una familia de chivos pasó corriendo cerca de nosotros y se arrimó al palo de mamoncillos que da sombra a la entrada de la vereda. Cerca estaban los pavos haciendo una especie de ritual: las hembras caminaban en círculo y los machos abrían sus plumas para verse más ostentosos. La forma en la que acomodaban las alas los hacía ver como seres mitológicos, aunque más bien son la versión gótica del pavo real. Y allí, en toda la mitad, un macho que avanzaba como si llevara un vestido de Miss Venezuela, alzó sus alas y en dos pasos se le montó a la hembra. Unos cuantos aleteos breves y el momento erótico llegó a su fin. Más retiradas estaban las gallinas con sus pollitos rebuscando lombrices en la arena y, quizás, en una clase de caza. Aparte de una perra grande y con pocos dientes que salió a movernos la cola, ningún vecino se apareció a saludarnos. Nuestra única compañía fueron los soldados que estaban cuidando el lugar por aquello de las elecciones. Desde el principio fueron muy cordiales con nosotros, sobre todo con nosotras. Al igual que los pavos, los soldaditos estaban ansiosos de pisar a una hembra. En un lugar tan escondido entre las montañas, la noche se hace eterna. Dos o tres bombillos estaban encendidos en los alrededores, con una distancia de cincuenta metros, más o menos, el uno del otro. La luna no estaba tan asomada y las estrellas no salieron a alumbrar. A cambio de esto aparecieron decenas de cocuyos a titilar en el campo abierto, como haciendo fiesta porque los zancudos se iban a dar señor banquete. Los grillos y las chitras eran más tolerables que las ratas y los murciélagos que caminaban y sobrevolaban el techo del cuarto donde dormiríamos los jurados. Terminamos acomodados en lo que algún día fue un puesto de salud, cero saludable. Saqué la cobija y la almohada, que por recomendación de mi mamá había llevado, y organicé mi cama. Tenía dos opciones: dormir pegada a los demás y alcanzar a montar alguna parte de mi cuerpo en una de las cuatro colchonetas (de cuarenta centímetros de ancho) que nos había prestado el Ejército, o hacerme un poco separada, tender mi sabanita, no tocar la colchoneta — que no acolchonaba un pito— y aguantarme los comentarios de los demás por no “aprovechar” el gangazo de semejantes colchones. Lo que sea menos sardinas, pensé. Dormir en cucharita con desconocidos no es que sea un buen plan; de hecho, la cucharita enamorada es buena un ratico, pero yo necesito mi espacio vital. De esta manera llegó la madrugada y apenas había alcanzado a dormir alguna horita por la incomodidad del suelo y por los chillidos de los hijos de Batman. Tenía frío y dolor de espalda, pero más que esto tenía excremento de murciélago y de rata en toda la cobija que había usado de cama. Me levanté, recogí las cosas y me fui a bañar. El presidente de la Junta de Acción Comunal nos había pedido el favor, en nombre de toda la comunidad, que no utilizáramos el agua de lluvia que estaba en un tanque azul en el patio del puesto de salud, porque era agua limpia y la usaban para cocinar. A cambio nos dejaron usar el agua de otro tanque que había en el puesto abandonado, ya que, al parecer del presidente y la delegada, estaba perfecta aunque el fondo se viera verde por la lama. Y ni modo de quejarse porque los demás estaban felices con el paseo y todo les parecía una bendición. Ni hablar de la delegada que, a pesar de haber sido la única que durmió en una cama en la casa de una familia de la comunidad, que se bañó con agua limpia y que cenó algo más que una montaña de

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arroz con una tajada de plátano maduro, tenía el descaro de pedirnos que no nos quejáramos porque solo era una nochecita. Se llenaba la boca diciendo que ella sí se adaptaba a todo. Desde el principio se lavó las manos y nos dejó a nuestra suerte porque, según ella, nosotros no éramos su responsabilidad. Los delegados son los únicos que reciben remuneración por su trabajo; medio millón de pesos, para ser más exactos. Al final me bañé con el agua del fondo verde. A las ocho de la mañana del domingo 25 de mayo, los jurados de votación dimos oficialmente apertura a la jornada electoral. Estaban listas las dos mesas de votación en la Escuela Integrada San Pablo de Tulapa para que aproximadamente cuatrocientas personas ejercieran su derecho al voto. La escuela se resume en dos salones de paredes rajadas que pueden caerse con cualSeguidamente entró la señora, no sin antes sacudir a la quier temblor, y un par de ventiladores que giran como entrada sus botas fucsias hasta la rodilla. Me entregó quien no quiere la cosa. la cédula y tampoco pronunció palabra; ella también El tiempo pasaba y la afluencia de votantes era tenía una mirada especial, la mirada de la mujer de un mínima. Consultaba la hora en mi celular y era deseshombre que lo puede todo. La señora llevaba aplicada perante saber que el tiempo no avanzaba nada. A las una sombra de ojos color gris perlado y un labial rosanueve de la mañana llegó el primer votante. De aquí do. Los tres votaron y salieron mudos. en adelante empezaron los electores a arrimarse, de a Me fui a almorzar, deseando que no fuera espaguepoquitos, pero llegaron. A pesar de que Tulapa es juristis con plátano verde como en el desayuno. Recordé la dicción del municipio de Turbo, muchas de las cédulas montaña de arroz de la noche anterior y le pedí a la eran de Córdoba. Los soldados que nos acompañaban señora que me sirviera poquito. Un par de perros con en el colegio conversaban con nosotros, nos contaron los huesos forrados en la piel se sentaron alrededor a que no podían votar y que, en realidad, no sabrían esperar un milagro. Gallina guisada con arroz y aguacómo hacerlo. Gane el que gane ellos no pueden refutar cate. Comí hasta donde pude, porque ver a un animal nada. Llegó el mediodía, la hora del almuerzo; yo solo hambriento a mi lado me impide seguir masticando. A quería que fueran las cuatro de la tarde. uno de ellos, le regalé la molleja que me habían serviEsperé a do en el plato. De lo que almorzaflaco que estaba, el ran los jurados Al igual que los soldados, muchos de ellos no sabían perro ya ni jadeaba. que estaban Regresé al puesvotar. Unos preguntaban tímidamente cómo hacerlo en mi mesa de to de votación y sevotación para guí con mi labor. A y otros llevaban un amable colaborador que les no dejar solo eso de las 3:15 de el puesto. Sela tarde comencé indicaba dónde poner la equis, sin preguntarles por guían llegando a sentirme mal; ya campesinos y no sabía qué tenía quién querían votar. ya no sabía difemás, si sueño o dorenciarlos; casi lor de estómago. No todos llegaban aguanté la presión con sombrero, y decidí bajar hasta camisa encajada con los dos primeros botones abiertos, el tablón que estaba en el almendro, cerca del billar. botas pantaneras y poncho en el hombro. Al igual que Me recosté, pero el calor y el malestar no me dejaban los soldados, muchos de ellos no sabían votar. Unos predormir. Un compañero que había bajado a fumar me guntaban tímidamente cómo hacerlo y otros llevaban recomendó que me tomara una Sal de Frutas. Faltando un amable colaborador que les indicaba dónde poner la quince minutos para el cierre de votaciones, me levanté equis, sin preguntarles por quién querían votar. Uno del tablón y abracé al almendro, mientras que un pollo de los jurados de la otra mesa, en tono amable, le explique estaba cerca me veía expulsar de mi estómago los có al acompañante que no estaba permitido persuadir restos de una tía suya que había terminado en una olla. a los votantes para que eligieran a un candidato en Se cerraron las votaciones y se hizo el conteo. particular, pero, con una mirada de pocos amigos, el amable colaborador dejó en claro que lo mejor era no El domingo 25 de mayo a las cuatro y media de la meterse en esos asuntos. El Ejército solo nos acompatarde, la delegada informó que en la zona 99, puesto 17 ñaría en el colegio; de ahí en adelante íbamos con la de San Pablo de Tulapa, se habían registrado 63 votos, de bendición de Dios. De repente se acercó al colegio un los cuales 57 fueron para un solo candidato: el candidato trío de personajes: una pareja de esposos con el cuello de la paz. enchapado en oro y un campesino de avanzada edad. Por recomendación de los funcionarios de la RegistraLos primeros en votar fueron los hombres. El de las caduría de Turbo, no se tomaron fotografías del lugar, pues denas entró sin saludar y, con esa mirada del que todo se podrían presentar inconvenientes con el grupo paramilo puede, acompañó al campesino hasta el pupitre donlitar que rodea la zona. de estaba el marcador y le señaló dónde debía rayar.

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Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Editorial Comité editorial: Patricia Nieto Nieto, Jorge Alonso Sierra, Luis Carlos Hincapié, Raúl Osorio Vargas, Jaime Andrés Peralta Agudelo, Elvia Elena Acevedo Moreno, Gonzalo Medina Pérez. Natalia Botero. Dirección: Juan Camilo Jaramillo Acevedo. Coordinación editorial: Daniela Jiménez González, Juan Diego Posada Posada, Yonatan Rodríguez Álvarez, Andrea Uribe Yepes, Diego Zambrano Benavides. Redacción: Karen Bejarano Parra, Manuel José Bermúdez Andrade, Estefanía Pereira Gómez, Santiago Castro Villada, Jaime Flórez Suárez, Carolina Saldarriaga Taborda, Juan Camilo Castañeda Arboleda, Margarita Isaza Velásquez, Pompilio Peña Montoya, Óscar Montoya, Luisa Charry Valencia, Paula Lotero, Andrea Uribe Yepes, Ángel Castaño Guzmán, Daiana González Navas, David Santos Gómez, Daniela Jiménez González, Juan Diego Posada Posada, Yonatan Rodríguez Álvarez, Diego Zambrano Benavides. Corrección de estilo: Alba Rocío Rojas. Diseño: Cristina Montoya Ramírez. Fotografía: Diego Zambrano Benavides, Luisa Charry Valencia, Nicolás Navas González, Julián Roldán, Juan Camilo Jaramillo, Pompilio Peña Montoya, Óscar Montoya, Daiana González Navas, Valentina Obando Jaramillo. Ilustración: Cristina Montoya R., Altaís, Ricardo Cortázar, Ángela Scarpetta, Jhon Muñoz. Caricatura: Moly. Portada: Daniel Pulgarín. Impresión: La Patria, Manizales. Circulación: 10.000 ejemplares. Director TV: Jorge Alonso Sierra. Director Radio: Luis Carlos Hincapié. Director Digital: Wálter Arias. Director Especiales: David Santos Gómez. Universidad de Antioquia. Rector: Alberto Uribe Correa. Decano Facultad de Comunicaciones: David Hernández García. Jefa Departamento de Comunicación Social: Deisy García Franco. Las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia. Universidad de Antioquia, Bloque 12, oficina 122. delaurbe.udea.edu.co, delaurbe@comunicaciones.udea.net.co, delau.prensa@gmail.com, www.facebook.com/sistemadelaurbe, www.twitter.com/delaurbe Teléfono: 219 59 12 FACULTAD DE COMUNICACIONES Ciudad Universitaria-Calle 67 N° 53-108 Medellín - Colombia

Luis Carlos Cervantes: o el destino vestido de violencia L

a fuerza del destino, ese imponderable, ese insondable que comunica e impone un mensaje que se traduce en hechos y somete la frágil voluntad humana, es la que sigue gobernando el devenir de nuestro país, ahora que ha sido asesinado en Tarazá (Bajo Cauca) el periodista antioqueño Luis Carlos Cervantes. A pesar de las 16 amenazas de muerte recibidas durante los 12 meses de 2013; no obstante su trabajo y su compromiso de luchar desde el periodismo contra la corrupción —denunciando al político o funcionario que fuera y que se estuviera apropiando de los dineros públicos— al corresponsal de Teleantioquia Noticias y empleado de la emisora Morena F.M. —en donde estaba dedicado a poner música para resguardarse de las constantes intimidaciones— se le retiró la escolta de protección porque —¡vaya sorpresa!— ya no había temores de atentado alguno contra su vida. La desmemoria volvió a operar con eficacia en el imaginario de las autoridades, a pesar de que el país intenta entrar en una mentalidad dirigida a rescatar el pasado y el presente, ahora que nos acercamos con optimismo a un desenlace inspirado en la salida negociada de nuestro eterno conflicto armado. Pero esa desmemoria llegó también hasta la dimensión cultural, olvidándose —una vez más— de que en Colombia no se amenaza en vano, de que —aquí sí— la memoria actúa con fría paciencia y llega hasta las últimas consecuencias. Cuando Luis Carlos Cervantes se presentó ante la Unidad Nacional de Protección para insistir en la persistencia de las amenazas de muerte en su contra, lo que ocurrió —¡vaya paradoja!— fue que le retiraron el sistema de protección que tenía asignado. Fue más fuerte el espíritu formal o santanderista, propio de nuestra tradición política, que esa otra ley histórica y tozuda según la cual cuando aquí se amenaza a alguien, será difícil, o imposible, escapar de tal condena. No se tuvo en cuenta que el periodista, nacido en Arboletes, era reconocido en el Bajo Cauca por sus continuos informes en el canal regional Teleantioquia sobre los vínculos de algunas administraciones municipales con bandas criminales como las de Los Rastrojos, Los Paisas y Los Urabeños. Luis Carlos tuvo la valentía de divulgar un informe para Teleantioquia Noticias, en agosto de 2010, sobre la existencia de lo que él denominó “el carrusel de al-

caldes”, el mismo que se originó el 11 de noviembre de 2008 cuando la Fiscalía 16 Especializada de Medellín ordenó la detención del entonces alcalde de Tarazá, Miguel Ángel Gómez García, para investigarlo por concierto para delinquir, constreñimiento y amenaza de muerte. Cervantes advirtió cómo después de la detención de Gómez García, y durante dos años y ocho meses, fueron cuatro los sucesores que, extrañamente, ocuparon dicha Alcaldía. Es creciente el fenómeno de las amenazas de muerte contra los periodistas que trabajan en las subregiones en condiciones materiales limitadas y de indefensión frente a poderes criminales ligados a intereses políticos y económicos, muchos de estos poderes moviéndose impunemente en los ámbitos de la legalidad y la ilegalidad. Porque son diversos los luis carlos cervantes que, superando el miedo, ejercen la profesión echando mano de la imaginación y la valentía para cumplir con su deber ético. Y siguiendo por el Bajo Cauca, sabemos de 6 o 7 periodistas que trabajan en medio de dificultades parecidas a las que afrontaba el colega sacrificado. A la luz del actual proceso de paz y del postconflicto, que cada vez se vislumbra con mayor claridad, la actual Gobernación de Antioquia ha emergido buscando tener su protagonismo político-administrativo en una y otra etapa del trámite concertado del conflicto armado colombiano. Apropiarse del drama que enfrentan nuestros colegas en una y otra subregión y garantizar el libre ejercicio de la función informativa en un departamento que, además, sufre la presencia de diversos factores de violencia, es la mejor manera de impulsar el liderazgo antioqueño en la búsqueda de la paz más auténtica con que hemos de soñar en las décadas más recientes de la historia nacional. Y decimos paz, conscientes de que esta es apenas la cuota inicial del viaje que aspiramos emprender para llegar al destino llamado reconciliación. Ello teniendo en cuenta que fenómenos como el desplazamiento, la desaparición forzada, la comisión de masacres, la persecución a grupos de izquierda y activistas de derechos humanos, como también las amenazas y asesinatos de periodistas independientes, ha tenido a Antioquia en un triste lugar de protagonismo nacional. Hoy, más que nunca, con todo y esa presencia latente del actor llamado destino, se mantiene vigente la responsabilidad del Estado en estas muertes absurdas de nuestros colegas.

Opinión

Entre viudas alegres y maricas viudos

Manuel José Bermúdez Andrade Ciudadano gay de Medellín comunicadorciudadanodemedellin@gmail.com

Número 70 Septiembre de 2014

No. 70 Septiembre de 2014

Corra las piedritas para que empiecen a moverse y los pueda ver”, me indicó en tono suave, nada consecuente con sus habituales gritos y órdenes de macho incipiente. Aquella tarde quería enseñarme a pescar corronchos en las quebradas contiguas a nuestra casa de infancia en el barrio Santander, cerca del cerro El Picacho. Todo era magia preadolescente; descubríamos el mundo. Barbudos y otros bichos raros, de diversos tamaños, se evidenciaron ante mis ojos: buscaron con agilidad nuevos escondites o terminaron en las manos de mi hermano Alberto. La pesca, con calma y sutileza, no era en definitiva mi fuerte. Pero esa enseñanza sutil y cariñosa, “remover con paciencia para poder ver”, me quedó sonando para la vida. Luego, cuando me hice profesional en educación y comunicación, a la par que activista, marica de derechos y con derechos, tuvo mayor sentido en el escenario del lenguaje: hay que liberar y liberarse. Es necesario asumir que la comunicación cotidiana y la palabra van fijando imaginarios para la cultura y que lo que se expresa, se siente, se piensa y se nombra, suele anclarse como referente de verdad. De ahí el compromiso ético de cuidar lo que se dice y el cómo se dice. La comunicación es esa herramienta mágica para recrear y construir nuevos modelos de conversación y de interacción, para nombrar la vida en su acepción

más extensa, más plena. Es un reto cotidiano que exige a la comunidad académica tomar distancia de los lenguajes radicales y binarios, para nombrar, nombrarse y ser nombrado. Salirse de esas detestables polaridades extremas del discurso: macho/hembra, hombre/mujer, femenino/masculino, hetero/homosexual, bueno/malo, raro/normal, entre otros. “Mover con suavidad la piedrita” que nos mantenía escondidos. Vernos y dejarnos ver transitando libremente en escenarios de la vida donde nunca antes existíamos, por ejemplo, en una familia estable y perdurable, trascendente. Incluso, como en mi caso, con la viudez. Ante la muerte de mi marido durante diez años, les estoy comunicando que lo gay no me tiene que hacer ver como la viuda alegre de los imaginarios culturales. Me pueden ver con otros ojos, como un marica viudo que transita también las memorias eternas del amor. Como ciudadanos, es nuestro deber derribar aquellas barreras desde y en el lenguaje y la palabra. Son maneras de enfrentar, no de confrontar, escenarios en los que la vida nos pone al descubierto otras, muchas, múltiples, posibilidades del vivir. Es contrario a los peces de mi infancia que, por supervivencia, corrían hacia nuevos escondites. Respetar el lenguaje es nuestra posibilidad más cercana a la defensa, sin imposición ni sumisión. Hay que recrear las maneras de contar y de contarnos; también de ser contados.


5 Caricatura Cárceles VIP

Luego de la propuesta de privatización de las cárceles, sustentada en 741 demandas que pesan sobre el Inpec por hacinamiento y maltrato, no será difícil imaginar los cambios que hará la administración privada es aras del lucro: que la celda con vista al mar a precios del Hilton, que el Bodytech en el patio... Ay de los delincuentes pobres, asesinos arrastrados y parapolíticos sin tesoro, ¡ahora sí van a pagar!

La institucionalización del amor

Un aire de amor multicolor se respira por estos días en las altas esferas gubernamentales: la senadora Claudia López y su novia, la representante a la Cámara, Angélica Lozano; las ministras Gina Parodi y Cecilia Álvarez. A estos idilios se suma el fallo que completa la felicidad de las primeras madres gays de Colombia: Ana Elisa y Verónica. Ojalá esta primavera de amor una viejos romances en cenizas, como el de Uribe y Santos…

De vuelta a la inquisición

“Le deseo suerte y que se pudra y se queme en el Infierno”, esto le dijeron a María Constanza Toquica Clavijo, directora del Museo Iglesia Santa Clara, de Bogotá, donde iba a presentarse la exposición de arte “Mujeres Ocultas”. María Eugenia Trujillo, la artista, recibió con sorpresa la noticia del Ministerio de Cultura de que su exposición había sido suspendida atendiendo una orden provisional del Tribunal Administrativo de Cundinamarca, dentro de una acción de tutela. Los demandantes argumentan que es por la recreación de partes del cuerpo femenino en objetos semejantes a las custodias usadas en el rito católico y por atentar contra la libertad de culto y de expresión. Aparte de las declaraciones, completamente anacrónicas y atrasadas, parece que en Colombia una institución laica todavía puede ser demandada con los mismos parámetros que hace 500 años usaron, por ejemplo, contra Galileo Galilei. Parece que no estamos tan lejos de la Inquisición.

Los discursos vacíos del presidente David E. Santos Gómez davidsantosg82@gmail.com

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uan Manuel Santos Calderón no es, ni mucho menos, un político hábil sobre la tarima. Le cuesta expresar sus ideas, de igual forma si le habla a una multitud mediado por un teleprompter o si improvisa en un recorrido barrial en busca de votos. Las palabras son una de las grandes debilidades de su carrera política y más de una vez han sido estas las que lo extravían en callejones sin salida. Basta recordar la pifia cuando manifestó que “el tal paro agrario no existe”. Es mejor cuando Santos calla: a veces porque habla sin pensar y otras veces porque piensa, habla y miente. Hace cuatro años prometió congelar los impuestos de los colombianos, luego se apropió de triunfos deportivos para recibir aplausos ajenos e incluso, en su aventura más conocida pero aún inacabada, anunció fechas finales para la paz definitiva. Las fechas, por supuesto, fueron rebasadas y los juramentos, incumplidos. Pero hablar de la mentira política como instrumento de revalidación del poder no aporta ninguna novedad. Verdades a medias o falsedades completas llenan nuestra historia sin que los ciudadanos se muestren contrariados. La palabra de los gobernantes es quizá el asunto de menor cuantía en esta sociedad. Lo que resulta deplorable es que, aún con el tiempo suficiente para organizar las ideas políticas, Santos resulte tan débil en sus alocuciones. El discurso dado por el mandatario la noche del domingo 15 de junio, justo después de ganar la segunda vuelta, o el pronunciado el pasado jueves 7 de agosto como inicio de su segundo periodo presidencial, pueden pasar tranquilamente al archivo del olvido en medio de repetitivas frases de cajón y párrafos interminables de generalidades. La noche en la que venció al candidato del Centro Democrático y aprovechando el fervor del Mundial de Fútbol que iniciaba, Santos hizo referencias a la Selección Colombia como una muestra de “pujanza” y a la veterana comerciante que lo etiquetó como “Juan Pa”, para ponerle toques de humor a un discurso que requería mayores cifras palpables y menos estilo pop de redes sociales. Fueron 30 minutos desperdiciados con lánguidas peroratas del tipo “cambiemos el miedo por la esperanza” o “reformaremos todo lo que haya que reformar”. También manifestó lo nunca antes dicho:

Caos anunciado

“Este es el comienzo de una nueva Colombia”. El discurso del 7 de agosto no fue mejor. Fue peor, incluso. Es obvio que la escritura del primer documento público de los nuevos cuatro años de Santos en la Casa de Nariño recae no solo en sus ideas sino en la habilidad de asesores que intentan moldear un mensaje contundente. Sin embargo, lo dicho durante el acto de posesión fue una seguidilla de frases inocuas. Recurrió una vez más a los ejemplos de James Rodríguez, Nairo Quintana y Mariana Pajón, y menos a los argumentos sólidos de estadista. Dijo que los pilares del discurso fueron la paz, la educación y la equidad. Suena bien, pero la realidad fue que las propuestas se acompañaron por generalidades imposibles de corroborar. La propuesta de paz fue repetida hasta el cansancio. Esta vez, quizá para evitar las promesas incumplidas de fechas finales, Santos se limitó a promover la idea de que un país en paz es uno con desarrollo y crecimiento imparable. Nada que no pueda decir un niño en un acto cívico. Cuando habló de equidad, pasó de agache quizá la realidad más vergonzosa: Colombia es uno de los países más inequitativos del mundo y lo ha seguido siendo durante su presidencia. Promesas de mejor salud, similares a las de hace cuatro años, se hicieron presentes; aunque la realidad es que sus reformas fracasaron y la crisis en los hospitales es noticia evidente. No se oyeron palabras sobre reforma agraria integral ni sobre el abuso minero. Por último, la educación. Allí recorrió fronteras espectaculares y vacías con máximas que prometen la creación de una “cultura de amor y pasión por el conocimiento” o que llevan a confiar en el respeto a los maestros como “los ‘héroes’ de la sociedad”. Santos no comunica cuando improvisa y tampoco lo hace cuando estructura sus ideas. No transmite confianza en sus promesas porque las ha roto tantas veces que son pocos los que se esperanzan en creer. Empiezan cuatro años de un segundo periodo que tendrá enormes dificultades para gobernar a una nación dividida. Tras escuchar los discursos que le permitían redibujar el país, es evidente que, al final de su mandato, tendremos muy poco de dónde agarrarnos para exigirle cumplimiento. Juan Manuel Santos habló mucho y dijo poco.

Y no se dio cuenta la administración de la Universidad de Antioquia que los motociclistas no eran el único problema relacionado con el caos de movilidad dentro del campus. Luego de desplazar las motos a un nuevo parqueadero ubicado al frente del Edificio de Extensión, se hicieron visibles las demás consecuencias de la crisis de infraestructura, por ejemplo, afloraron las bicicletas hacinadas entre los pasillos estrechos de los bloques. Para colmo, ni los postes ni las barandas y pasamanos de las escalas dan abasto: el espacio ya no es suficiente y las bicicletas resultan ser ‘invasoras’, amarradas a su suerte. ¡Hasta los árboles se han visto acorralados por las cadenas metálicas! Es importante que la comunidad universitaria pueda ir al campus en bicicleta. Por eso, resulta necesario que las directivas se preocupen por acondicionar mejores espacios para los ciclistas, ¿o la solución de la Universidad también será trasladar las bicicletas a un parqueadero externo?

De torniquetes y animales

Es muy complicado ingresar a una casa sin el permiso del dueño, eso solo lo hacen los perros cuando buscan comida: entran guiados por el olfato y por el hambre. A la Universidad le pasó lo mismo: el ‘perro’ llegó hasta la puerta y ahí se quedó, cuando se instalaron los primeros torniquetes; después, entró hasta la mitad de la sala y ahora los torniquetes también hacen parte de la Biblioteca Central. Ese es el sentimiento que han generado los pequeños invasores metálicos, que hoy “adornan” la infraestructura de la Universidad. Lo cierto es que al invitado siempre se le muestra la salida con amabilidad, igual que a los perros. Usar un método violento para rechazar los torniquetes, como se pretendió hace unos días, resulta penoso. Rescatemos el viejo arte de hablar, aunque solo sea para expresar el rechazo.

Semana negra para Semana

La crisis que viven varios medios impresos en el mundo, más los malos manejos administrativos, llevaron a la revista Semana al despido reciente de 26 periodistas. Entre ellos, dos importantes editores, Luz María Sierra y Álvaro Sierra. Ambos se habían desempeñado en los últimos tiempos en el cubrimiento del proceso de paz con las Farc. Así las cosas, con la lamentable salida de los 26 periodistas, Semana pierde en calidad y comienza a ganar un aire de revista de variedades más que de revista política.

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6 C贸mic

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8 Fútbol

“Colombia es un partido de fútbol” H

ace años le preguntaron a Diego Giraldo, un niño de ocho años que vive en el Oriente antioqueño, qué era Colombia. Su respuesta quedó consignada en el libro de definiciones infantiles Casa de las Estrellas: “Colombia es un partido de fútbol”. Inocente o no, es una definición que encierra mucha verdad. Solamente un partido, el debut de Colombia en el Mundial Brasil 2014 después de 16 años de ausencia en el certamen deportivo, dejó un saldo alarmante: diez muertos y más de tres mil riñas en el país. Cabe aclarar que estas cifras se alejan de los 76 muertos y 912 heridos que dejó el 5-0 con Argentina en las eliminatorias al Mundial de 1994. Ante esta situación, el Ministerio del Interior se dio a la tarea de investigar cuál es el papel que cumple el fútbol en Colombia. Para el 94% de los colombianos, el fútbol es importante o muy importante en sus vidas, y el 91% de los encuestados dijo que uno de los momentos más placenteros de su vida es cuando ve ganar la selección de su preferencia. Tanto es el fervor de los colombianos, que en cuatro de los cinco partidos que disputó la Selección en el Mundial, se podría decir que jugó de local por la gran cantidad de hinchas que, a pesar de los altos costos económicos, acompañaron al equipo nacional en tierras brasileñas. La encuesta hace parte del Plan Decenal de Fútbol que buscará fomentar la convivencia entre los hinchas y los aficionados del fútbol. El Plan se realizará durante diez años, es decir, hasta el 2024. A través de las fundaciones Colombianitos, Tiempo de Juego y Contexto Urbano se encuestaron a 2.475 colombianos: aficionados, asistentes al estadio, integrantes de barras, dirigentes, jugadores y ciudadanos que dieron a conocer la relación que tienen con el fútbol. Según el 96% de encuestados, la Selección Colombia es un símbolo de integración y los jugadores son ejemplo de ello. A pesar de que todos provienen de diversas razas, nivel social, religiones, y de que se formaron en distintos clubes del país, estas diferencias desaparecen cuando suena el silbato. Pero si el 40% de los encuestados atribuye al fútbol la unión del país, ¿por qué este deporte se convierte en otra fuente de violencia en nuestra sociedad? Sin duda ese es el principal interrogante que debe resolverse desde el Plan Decenal de Fútbol. De lo simbólico a lo real El fútbol, explica el periodista y magíster en Educación, Jhon Jaime Osorio, nació como una guerra simbólica porque la sociedad inglesa buscó que no hubiera enfrentamientos reales sino regulados, y así humanizar las prácticas que tenían los jóvenes en esa época. Solo que “el fútbol deja de ser simbólico porque prolongamos el juego más allá de lo que pasa en la cancha. El que tiene afecto por un equipo quiere, de alguna manera, imponerse al que se identifica por otro y no entiende que el partido termina cuando el árbitro pita”, argumenta Osorio. El exárbitro mexicano, Arturo Brizio, dice que el fútbol es “el fenómeno sociocultural más importante en la historia de la humanidad”. Por eso mismo, Osorio agrega que al ser un fenómeno social está influenciado por todas las actividades humanas, todo lo que pasa en la sociedad se ve reflejado en el fútbol y, generalmente, es más lo malo que lo bueno lo que se refleja en este deporte. Las soluciones Si en algo coinciden los expertos consultados es que la violencia como tal no existe en el fútbol, sino a su alrededor. Es por esto que cada uno, desde su campo, propone una posible solución a esta problemática. Para Jhon Jaime Osorio, el fútbol no es violento porque es un juego. Sin embargo, como es un espejo, en él se debe reflejar la educación y sus prácticas de integración, fraternidad y hermandad. “Si la educación influenciara al fútbol, como lo hacen los males de la sociedad, todo podría ser diferente”. En Argentina –donde surgió el fenómeno de las barras bravas–, cuando aumentó el número de muertos por los partidos y las familias se alejaron de los estadios, empezó a permitirse solo el ingreso del público local a las tribunas. “Creo que esa medida lamentable-

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Una ley, que ya parece universal, nos dice que el fútbol es más que un deporte. No solo mueve gigantescas sumas de dinero, también termina involucrado en política. ¿Pero hasta dónde puede llegar? ¿El fútbol podría aportar, digamos, en un escenario de diálogo y posconflicto?

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Para el 94% de los colombianos, el fútbol es importante o muy importante en sus vidas, y el 91% de los encuestados dijo que uno de los momentos más placenteros de su vida es cuando ve ganar la selección de su preferencia.

) Ilustración: Cristina Montoya R

Estefanía Pereira Gómez estefa-pg@hotmail.com Santiago Castro Villada sa.castro93@hotmail.com

mente impide sentir lo que es ver una barra contra la otra cantándose, pero la verdad es que sí ha bajado el número de muertos”, comenta el barrista y politólogo argentino, Facundo Mercadante. Este hincha de San Lorenzo considera que desde la dirigencia deportiva se debe rechazar enfáticamente la violencia de las barras y el Estado debe tomar cartas en el asunto porque es un problema nacional. En Colombia, el 16% de los encuestados dice sentir temor de ir al estadio por las barras de fútbol; sin embargo, un 92% reconoce que los aficionados saben comportarse en las tribunas. Para el expresidente del Deportivo Independiente Medellín, Jorge Osorio Ciro, las barras han avanzado mucho en su estructura y no son –en sí– un problema de violencia: “El principal problema es la intolerancia y el irrespeto al contrario, hoy en día la violencia en el estadio no existe, pero en las periferias sí: es un problema de ciudad”. Actualmente Osorio Ciro es jefe de la Sección de Medicina Deportiva de la Universidad de Antioquia. De su experiencia con el Deportivo Independiente Medellín comprendió que el estadio sí puede ser un sitio de paz; eso lo entendió cuando vio el comportamiento de la gente en el momento en que se quitaron las mallas del Estadio Atanasio Girardot: “Financiar proyectos sociales con las barras y las mesas de convivencia ha sido muy efectivo”. Fútbol y posconflicto “El fútbol es la herramienta que necesita Colombia para la convivencia”. Con esta declaración, el ministro del Interior, Aurelio Iragorri, presentó el Plan Decenal de Fútbol. No deja de ser muy contradictorio, a primera vista, confiar en dicha afirmación cuando el 51% de los aficionados, según la encuesta del Plan, tienen miedo de ir al estadio. Lo cierto es que la Selección, que une al 96% de los encuestados, puede representar una verdadera opción para unir a un país tan polarizado como Colombia, en

el marco del proceso de paz con las Farc. Así quedó demostrado luego del emotivo recibimiento que tuvo la tricolor en Bogotá, hecho que se vio replicado en las distintas poblaciones del país donde los 23 convocados fueron recibidos como héroes. “Colombia tiene que estar siempre arriba. Ya demostramos que cuando nos unimos podemos dejar su nombre muy en alto”, fue el mensaje del capitán de equipo, Mario Alberto Yepes, a los 120 mil hinchas que coreaban los nombres de cada futbolista en el parque Simón Bolívar de la capital. Si Nelson Mandela usó el rugby para reconciliar las diferencias étnicas de los sudafricanos, y la Alemania separada por la Cortina de Hierro vio en su triunfo en el Mundial de 1990 el símbolo de la reunificación, ¿por qué Colombia no puede soñar con usar el fútbol como elemento de unidad de un país que ha vivido con un conflicto armado de 50 años? Para no ir muy lejos está el caso del experimento que realizó Jürgen Griesbeck en la Comuna 13 de Medellín durante la década del 90. El alemán armó un torneo entre pandillas con una sola condición, la de tener mujeres en el equipo. Aunque al principio los interesados protestaron e incluso asistían armados a los primeros partidos, con el tiempo cumplieron con la condición. Finalmente, luego de muchos encuentros vieron cómo desaparecían sus diferencias. “Nosotros tenemos el sueño de que el fútbol pueda brindarnos un momento de regocijo que atempere las conciencias y coadyuve a encontrar de mejor manera la senda de la reconciliación”, escribieron las Farc en una carta dirigida a Pekerman y a la Selección. Entre tanto, el excandidato a la presidencia por el Uribismo, Óscar Iván Zuluaga, afirmó que los 23 seleccionados le dieron al país “una lección de cómo se trabaja en equipo y cómo se defiende con amor un país”. Que sectores tan contrarios se unan en torno a algo que no sea atacar al gobierno de Santos, es una muestra de lo que el fútbol puede lograr en el país.


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Fotografías: Valentina Obando Jaramillo

Patrimonio

Catedral Metropolitana de Medellín, Parque de Bolívar.

Edificio Palacé, entre la carrrera 50 y la Av. Primero de Mayo.

Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, contiguo a la Plaza Botero.

Protección al patrimonio arquitectónico de Medellín: tardía, sin dientes ni dolientes Más allá de frías construcciones antiguas, el patrimonio material da muestra de una historia y unas costumbres. Valores que en una ciudad, afanosa de progreso, parecen no ser muy tenidos en cuenta.

Casa de don Francisco Antonio Zea.

Jaime Flórez Suárez jaime_afs@hotmail.com Carolina Saldarriaga Taborda caro.saldarta@outlook.com

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l 23 de noviembre de 1766, en una casa ubicada en la carrera 51 con la calle 51, en pleno centro del actual Medellín, nació Francisco Antonio Zea, científico, prócer de la independencia y primer vicepresidente de la Gran Colombia. La edificación fue declarada monumento nacional en 1954 y pasó a ser la primera casa asumida como patrimonio arquitectónico y cultural en la ciudad. Sin embargo, 60 años después la casa está en malas condiciones y sus habitantes, que la recibieron en comodato con la Alcaldía, aseguran que se han caído muros, que la tubería está oxidada y que las promesas de restauración por parte del gobierno local no se han cumplido. La historia de la Casa Zea es un reflejo del estado actual del patrimonio arquitectónico de Medellín: es mucho lo que se ha derrumbado y poco lo que se ha protegido. Son numerosas las promesas y las leyes que lo defienden en el papel y muy pocas las que se hacen reales. Medellín ha vivido en pos de los planes de desarrollo, incluso desde que era villa. Si bien el afán de ‘progreso’ la ha hecho crecer, el precio pagado ha sido alto: su memoria. En los albores del siglo XX, la ciudad afinaba su paso hacia la modernidad y era preciso que el Centro, corazón de la urbe, respondiera a ese objetivo. En 1917, 1921 y 1922, por causa de desafortunados accidentes, varios incendios consumieron el Parque de Berrío, donde entonces estaba ubicado el mercado público. Las tradicionales casonas de los alrededores que lograron permanecer en pie tuvieron que echarse abajo y ceder su lugar a nuevas construcciones que sí respondían al deseo de progreso. Según Álvaro Sierra Jones, director de la Fundación Ferrocarril de Antioquia, “un progreso mal entendido arrasó con la historia cultural y patrimonial del centro de Medellín, por lo cual ya no tenemos un centro histórico patrimonial por excelencia como Popayán o Mompox, sino que tenemos una ciudad ecléctica”. Y ya que la pequeña metrópoli no tiene suelo suficiente para la construcción, es decir, para el crecimiento, ha sido necesario construir, derribar y reconstruir sobre las ruinas. Al respecto, Juan Manuel Patiño, subdirector de Planeación de la Alcaldía de Medellín, afirma que “el caso del centro de Medellín es el más patético en América Latina, y es que se ha construido por ahí cinco veces la ciudad sobre la misma”. Desde los primeros años del siglo XX, Colombia ha tenido una legislación que se ocupa del patrimonio arquitectónico. Inicialmente, a través de la adhesión a tratados y convenios internacionales como la Convención de Viena o la de La Haya. Luego, con leyes como la 388 de 1998 y la 1185 del 2008. Y a nivel local, mediante el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) y el Plan

Iglesia de la Veracruz, patrimonio cultural de la nación.

Museo de Antioquia, primer museo del departamento.

Especial de Protección Patrimonial (PEPP), orientado a “disponer de instrumentos eficientes para proteger y promocionar las áreas e inmuebles considerados patrimonio histórico y cultural del territorio”. A partir de la promulgación del PEPP en 2009, la ciudad incrementó notablemente las edificaciones declaradas patrimonio que, en ese entonces, eran solo 125. Juan Manuel Patiño asegura que “en una ciudad que no tiene tanto potencial patrimonial, haber hecho el Plan de Protección Patrimonial es un gran avance. De hecho, aquí en el Valle de Aburrá se hizo el primer inventario patrimonial a nivel regional”. Sin embargo, Patiño reconoce que “ha habido avances pero no se ha hecho todo lo que se debería hacer”. Pese a que los inventarios patrimoniales –listados de edificaciones patrimoniales que deben ser protegidas– se han ampliado en los últimos años, muchas edificaciones estuvieron desprotegidas durante décadas y de ellas ya no queda nada. “Estos inventarios se hicieron después de haber derribado muchos edificios. Llegamos tarde y ya solo quedan elementos puntuales”, asegura Sierra Jones. Entre los expertos ronda la sensación de que las acciones que ha emprendido la Administración Municipal para defender el patrimonio no solo han sido insuficientes sino tardías. Luis Fernando González, arquitecto y profesor asociado a la Escuela del Hábitat de la Universidad Nacional, califica al PEPP de “tardío, sin herramientas, sin dientes y sin dolientes”. González, además, cuestiona el hecho de que tuvieron que pasar diez años desde la creación del primer POT (1999) para que se creara un plan de protección patrimonial: “¿En esos diez años cuánto se tumbó?”, y asegura que “en los listados perversamente se incluyó y se sacó edificaciones de acuerdo a los intereses de ciertos poderes de la Administración Municipal”. Si bien desde la legislación hay lineamientos, estrategias e incentivos para la protección del patrimonio arquitectónico, no siempre estos trascienden a la práctica. En ese sentido, Patiño asegura que “no se han estrenado figuras que están en la ley y deberían estar en el POT. Y no se han estrenado, no porque haya negligencia o no se quieran estrenar, sino que más bien ha habido algo de desconocimiento. La ley ha generado un montón de normativa y nadie sabe cómo cogerla”. “El patrimonio es una cosa que no está arraigada,

no es profunda, no tiene consecuencias reales sobre políticas urbanas ni dolientes en el verdadero sentido de la palabra, y lo que se hace es marginal a las políticas”, asegura González. Tal vez uno de esos trabajos marginales es el de la Fundación Ferrocarril de Antioquia, una entidad privada sin ánimo de lucro constituida en 1986 y que ha restaurado la Casa Barrientos, el Puente de Guayaquil, el Templo de la Veracruz, el Edificio Carré y el Circo Teatro Girardot, entre otras construcciones. La combinación de ineficiencia y tardanza es la responsable de que actualmente el patrimonio arquitectónico de Medellín esté constituido por edificios aislados, independientes, descontextualizados y anacrónicos; es decir, de que no haya una continuidad urbana como antiguamente, cuando estaban amalgamados en la silueta urbana del centro, lo cual, en palabras de Luis Fernando González, es la expresión de una sociedad que siempre ha creído que adelante hay algo mejor. El patrimonio no solo ejemplariza sino que testifica lo que se fue. Sin embargo —y este es uno de los mayores errores que se comete cuando se habla al respecto— no debe entendérsele simplemente como aquello que es antiguo. De hecho, hoy en día existen edificaciones contemporáneas que tienen un valor arquitectónico y cultural importante y que, a futuro, tendrán que ser parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad. No obstante, Luis Fernando González sostiene que “para la dinámica de desarrollo urbano que tiene Medellín, la conservación del patrimonio molesta y va en contravía, pues este es visto como un asunto retardatario”. Tal vez por ello el porcentaje de destrucción del centro tradicional de la ciudad es el más alto del país, según afirmaciones de Asencultura (Asociación de Entidades Culturales). El afán de progreso típico del desarrollo urbano de Medellín, el desarraigo de los habitantes de la ciudad con su historia, la sobrepoblación y la insuficiencia de terrenos que permitan la expansión urbana, sumado al imaginario de modernización reducido a derrumbar lo viejo para construir lo nuevo, han transformado en ruinas muchas construcciones patrimoniales por mal mantenimiento; otras han sido demolidas para convertirse en edificaciones modernas. Como resultado, buena parte de la memoria arquitectónica de la capital antioqueña ha quedado reducida a escombros o cenizas.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


El hombre de las mil historias

Fotografía: Julián Roldán

10 Maestros del periodismo

Juan José Hoyos es autor de obras como Sentir que es un soplo la vida y El cielo que perdimos.

Juan Camilo Castañeda Arboleda jccap18@gmail.com

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n mayo llueve casi todos los días en Medellín, pero aquella tarde el cielo se despejó anunciando que haría un buen tiempo. El encuentro con Juan José Hoyos estaba pactado para las dos en punto. A la una y media ya estábamos ahí, en la cafetería del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, cuatro estudiantes y un profesor, ansiosos y preocupados. No era para menos: entrevistaríamos a uno de los grandes periodistas de nuestra historia. Las ansias apenas se calmaban con los clásicos de rock que sonaban por los bafles del equipo de sonido. El Paraninfo es un oasis en pleno centro de Medellín, un lugar especial de la universidad en la que Juan José estudió y dictó clases. Alrededor de este patrimonio arquitectónico hay varios edificios y tres importantes vías por las que circulan miles de carros cada día. Pero en el interior del Paraninfo, entre los jardines y una estructura restaurada, se siente un ambiente silencioso y tranquilo. Mirábamos hacia todos lados esperando que apareciera el famoso periodista, docente y escritor. Sería el primer escritor reconocido que entrevistaríamos en nuestra vida, y no podíamos dejar pasar el momento para aprender sus ‘trucos’ en el oficio de contar historias. La entrevista se desarrollaría con la compañía del profesor César Alzate. Más que entrevistarlo, queríamos conversar, acompañarlo y estar cerca de él aquella tarde. A las dos en punto, Esteban Tavera, mi compañero, lo vio entrar. Juan José se acercó lentamente a la mesa, saludó, sonrió y se sentó. Estaba vestido de negro; su cabello cano delataba la edad de un hombre que ha sabido vivir. Pedimos unas cervezas y algún café. Todo estuvo listo. Como estábamos en el Paraninfo, empezamos a hablar sobre la Universidad. “Cuando tengo una pesadilla, siento que estoy en una clase”, bromeó. Juan José entró a estudiar Periodismo a los 16 años, se graduó en 1976 y diez años después fue nombrado profesor. Pasó tanto tiempo entre las aulas que ya no sabe exactamente cuántos años; solo reconoce que cuando la rutina de las aulas lo cansó, prefirió decir adiós. Hace seis años que se jubiló. “La Universidad de Antioquia significa lo que yo quería ser, significa todos los libros que leí en la biblioteca, significa los profesores que conocí y los amigos que tengo”. Muchos de esos amigos primero fueron sus estudiantes, a los que les decía que la lectura era el pilar principal de la formación del periodista. Por eso, la biblioteca fue su lugar favorito durante sus años como estudiante: “Allá uno puede hablar con los muertos sin necesidad de decir algo; uno puede hablar con gente que vivió hace muchos años solo con los ojos”. El gusto por la lectura se lo atribuye a su papá. La imagen que por años ha guardado es la de un hombre con un libro entre las manos, en su silla mecedora, cuando vivían en Aranjuez. A los 20 años, Juan José entrevistó a Manuel Mejía Vallejo, el gran escritor y referente de su generación. “Esa entrevista marcó mi vida, me abrumó la sabiduría de Manuel y la forma de comprender nues-

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Juan José Hoyos Naranjo dedicó 34 años de su vida a enseñar el arte de contar historias en las aulas de la Universidad de Antioquia. Hace un mes, en un día de cronistas, con sus entrañables amigos y estudiantes de siempre, esta institución le rindió un homenaje. Un reconocimiento necesario para un maestro del periodismo en Colombia. Un hombre que, como muestra esta entrevista, siempre está dispuesto a conversar. tras historias y nuestra región”. Y aprendió quizás la Una de sus novelas más reconocidas es El cielo que idea más fundamental de todas: que si quería escribir perdimos, la obra que los críticos encasillaron dentro tenía que tener una voz propia. Esa entrevista la titudel género negro. A Carlos Múnera, uno de mis comló “Sentir que es un soplo la vida” y la publicó en la pañeros, la novela se le hizo melancólica y apacible, Revista Universidad de Antioquia. muy diferente a las demás novelas de su género. “Yo El cine, la literatura y la música son las grandes no siento que la novela sea apacible, es un libro muy aficiones de Juan José Hoyos; pero debió hacerlas a un reflexivo sobre la violencia de la época. Simplemente lado a finales de los años setenta, cuando ingresó como traté de hacer una novela de la violencia de mi ciudad corresponsal al periódico El Tiempo. Fue la realidad de y de cómo la vivimos los periodistas”, nos explicó Juan las salas de redacción: “Me quedaba muy poco tiempo José. El cielo que perdimos fue publicado en 1990. Juan para leer, no pude volver a cine. Me dio duro tener José la escribió en 1987. que escribir sobre el tiempo. En la universidad uno se El cielo que perdimos es la antítesis del romanticisacostumbra a entregar trabajos tarde y allá tiene que mo de su novela anterior. En 1994, Juan José publicó ser antes de la hora de cierre”. su tercer libro con la intención de recopilar sus mejoEscribió sobre homicidios, masacres y atentados; res crónicas, reportajes y entrevistas hasta entonces. todo esto le generó problemas de salud. “Me enfermé Esas de El Tiempo, Revista Universidad de Antioquia y de insomnio y el médico me preguntaba que si quería Controversia. Lo tituló Sentir que es un soplo la vida. dormir o ser periodista. En cada uno de esos textos puede Que si quería lo primero verse a un periodista curioso, obera mejor que me bus“La Universidad de Antioquia signiservador, riguroso y, por encima de cara otro trabajo”. Juan todo, comprometido con la realidad fica lo que yo quería ser, significa José perdió la cuenta de social y política de Colombia. cuántos muertos tuvo que En el prólogo del libro, “El potodos los libros que leí en la bibliover en su ejercicio como der de las historias: las palabras periodista. Sin embargo, del Jaibaná Salvador”, Juan José teca, significa los profesores que dijo, “La vida siempre cuenta cómo los periodistas tienen triunfa sobre la muerte” en sus manos el poder de convenconocí y los amigos que tengo”. y, citando a José Saramacer a la gente: “Uno a veces piensa go: “Colombia debe voque el periodismo no tiene mayor mitar a sus muertos, y la repercusión en la sociedad y que única manera es contando esas historias”. uno escribe y las palabras se las lleva el viento. Pero Además estaba la preocupación por su hijo. Cuanel periodismo tiene sus repercusiones, uno no se aldo Juan José empezó a trabajar en El Tiempo, el niño canza a imaginar el poder que tienen la historias”. apenas tenía dos años. Por lo que pensaba que al ritmo Ya habíamos pedido más de dos cervezas cada que iba su vida como periodista, no lo iba a ver crecer. uno, el diálogo con el escritor se había extendido por Después de quince años como reportero, decidió más de dos horas y las obligaciones diarias no daban su retiro. A sus lectores, les explicó así su salida del tregua. Pero había una pregunta que, probablemendiario: “Me retiré del periodismo de todos los días, no te, todos teníamos en nuestras libretas y sin la cual me retiro del todo porque lo amo mucho”. En el próno nos iríamos: ¿Cómo encuentra Juan José Hoyos logo del libro Sentir que es un soplo la vida amplió sus las historias que cuenta? “Las historias lo buscan a razones: “Yo dejé de trabajar en los periódicos hace uno y las mejores historias están cerca del periodisunos años porque no podía escribir más historias. Las ta. Para el periodista es perjudicial la rutina porque noticias de la política, de la economía, la transcriple cierra los ojos, le tapa los oídos”. ción de los discursos y las declaraciones de los jefes Aquella tarde tuve la sensación de que Juan José políticos y los funcionarios públicos, me convirtieron Hoyos es un hombre sabio, sencillo y tímido, pero se en otro amanuense”. necesitan muchas más tardes como esa para conocer Como ocurrió en la vida de Juan José, abandonaal hombre de las mil historias. En aquel encuentro, mos el periodismo del día a día para concentrarnos en también descubrí –como dijo alguna vez el cronissus libros. También para recuperar la alegría de la conta Alberto Salcedo Ramos (citando a Borges)– que versación. El primero de todos fue Tuyo es mi corazón: Juan José es un verdadero maestro porque contagia “Yo descansaba escribiendo ese libro. Mis días de desel entusiasmo de hacer algo, en este caso, de contar canso eran los martes; ese libro lo escribí en esos días”. historias.

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El maestro de Periodismo XII Margarita Isaza Velásquez margaisaza@gmail.com

Fotografía: Juan Camilo Jaramillo

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Juan José Hoyos con el Gordo Aníbal Moncada (QEPD), fundador de El Patio del Tango, con quien compartió historias de Gardel y bohemia.

o le gusta que le digan don ni profesor ni maestro, le gusta que lo llamen por su nombre, porque es el suyo y es el de su abuelo. Sabe muchas cosas y escribe muy bien, pero por eso no se siente un intelectual, no se disfraza de novelista ni de poeta. Va por el mundo sin pipa ni boina. De vez en cuando va a eventos culturales y a conferencias, escucha. Él prefiere alejarse de la elite de los académicos, a la que pertenece sin títulos de honor, y más bien busca la compañía de sus alumnos, de sus amigos. Siempre está escribiendo alguna cosa, aunque sea en papelitos que guarda en los bolsillos y que, dice, después tritura la lavadora. También habla con todas las personas que ve y a muchas les cambia una historia de ellas por una suya. Así parezca un poco triste, nunca lo he visto negar una sonrisa. Dice que en el periodismo lo único que se vale es el “método salvaje”, un tipo de intuición dirigida por el corazón y la sabiduría. Nos dice que hay que ser hombres para ser artistas. Uno lo ve caminar por la universidad con el maletín negro y sabe ahí mismo que él está organizando el lead o cambiándole los párrafos a alguna crónica. Mientras tanto, uno está jugando cartas con los compañeros y siente vergüenza. Visita bares, tiendas de barrio, aceras, parques infantiles y lugares en donde se pueda conversar y, de paso, mantenerse alejado de algunos intelectuales disfrazados que lo acechan para la publicación de un libro o para demostrar ante auditorios que ellos lo conocen. Su maletín negro siempre está lleno de libros, sin importar que a su lado haya una bolsa gigante repleta de más libros. Lleva escritores europeos que son casi desconocidos en Colombia; también, algún texto narrativo pero académico, una de sus obras para regalarle a alguien, un libro de poesía y dos o tres novelas en borrador de sus alumnos de hace años. Nos dice que debemos leer mucho, sobre todo a los escritores rusos y a los clásicos, porque ellos ya lo dijeron todo. Él lee lo que cae a sus manos –dos, tres tomos– y, por lo general, al mismo tiempo. Cuando era profesor de Periodismo en la Universidad de Antioquia, en las clases se oía su voz que adormilaba a algunos estudiantes y que a otros los hacía escuchar muy atentos para aprender lo que se puede aprender en un salón. Proponía salidas o, más bien, entradas a la ciudad. Escogía las calles, las esquinas y las plazas con historias de hace tiempo que le traían un recuerdo, una escena, un hilo del cual tirar. No es viejo, pero sabe escuchar a los viejos y sabe hablarles a los jóvenes. Aceptaba a todos los alumnos, pero como Copey, el maestro de John Reed, él se tomaba el trabajo de conocer a los que sí estaban interesados, a los que querían vivir con la escritura, no de ella. Para eso tiene un radar y buena memoria. Cuando algún estudiante de hace más de una década se acerca para saludarlo, él lo reconoce y aunque es posible que no sepa su nombre, es capaz de recordar la mejor historia que el muchacho escribió para una de sus clases En realidad, lo pienso, no es que se acerque a los estudiantes. Los convierte en sus amigos y ahí sí les enseña y aprende de ellos todo lo que puede. Juan José Hoyos no niega una oportunidad.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Puerto Nuevo, un barriecito

que desaparecerá

Fotografía: Pompilio Peña Montoya El ruido de las obras del puente trata de ocultar la súplica de los habitantes que aún no son desalojados de Puerto Nuevo y se resisten a abandonar su barrio.

Pompilio Peña Montoya pompiliooo@gmail.com

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a oscuridad y el alcohol no le impidieron al detective del Servicio Secreto propinarle un tiro detrás de la cabeza a Lucho Vásquez, uno de los boleristas más queridos de Colombia, cuando este huía calle abajo. El hecho se inició en el bohemio Bar Acapulco una madrugada de noviembre. Al detective lo segó la furia pasional cuando el bolerista, guitarra en mano, cortejó a su acompañante al dedicarle una de las canciones que grababa con discos Sonolux. Era 1954. Lucho, que para entonces había recorrido medio país cantando en cantinas, contaba con 23 años. Su gran éxito era El tren lento. La historia trágica de este bolerista todavía vive en Puerto Nuevo, un escondido recodo del barrio Aranjuez que pronto desaparecerá. Allí hoy se construye parte del viaducto intraurbano más largo del país: el Puente Madre Laura Montoya, que unirá a las comunas 4 y 5 al cruzar el río Medellín. Hoy, de las 600 familias que conformaban el sector, unas 40 no han abandonado sus casas, pues no han encontrado aún una apropiada, casi imposible de hallar, según ellos, con el poco dinero que la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), entidad encargada de la obra, les ofreció. Durante los años 60 y 70 este sector seguía exhalando un tufo melancólico de boleros. Esto gracias, entre otros bares, al Grill Argentino, que le ofreció su escenario a las entonces promesas del bolero Rodolfo Aicardi y Ricardo Fuentes. Al filo de la media noche, estos dos hombres ofrecían duelos musicales acompañados del Sexteto Miramar. Aicardi, bebedor, cantaba entre otros temas Desde la ventana de mi apartamento y Una lágrima por tu amor. Ricardo hacía lo propio con Cuánto te debo, Por amor y De qué presumes. El Grill era una enorme casona campestre cuyo salón tenía sus paredes de tapia cubiertas de cortinas verdes. A la derecha de la entrada estaba el escenario, y al fondo un restaurante cuya especialidad era la sabaleta frita con patacones. En el Grill cabían 150 personas sentadas alrededor de una pista de baile. Se fumaban Lucky y Kent, se discutía de política y se comentaban los crímenes del momento. En el Grill Argentino también se presentaron Alci Acosta, Gustavo Quintero y Carlos Arturo González, este último un gordito que incorporó al Grill los sonidos tropicales que contagiarían a Aicardi y que, finalmente, lo llevarían a unirse a Los Hispanos. Gustavo haría lo propio al entrar a Los Graduados, con los que viajaría por toda América. Aicardi, diez años después, sería ovacionado en el Teatro Olimpia de París, Francia, en 1981. El Sexteto Miramar, por su parte, es hoy

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Con la llegada del mega-puente Madre Laura, Puerto Nuevo, en la retícula más apartada de Aranjuez, ya no existirá más. Esta es la historia de un barrio de boleros donde, ahora, hay familias que no saben cuál será su suerte. recordado como la agrupación pionera de la música Miramar, Los Hispanos y Los Ídolos. La atmósfera se afro antillana en Colombia. hizo más rumbera y las peleas a cuchillo, que dejaron Se dice incluso que el Grill llegó a ser frecuentado por lo menos cinco muertos allí, se hicieron frecuenpor el escritor Manuel Mejía Vallejo y el muralista tes en una época en que matar a disparos era un acto Pedro Nel Gómez; alrededor de ambos, dicen los abuede cobardía. los del barrio, se formaban corrillos en los que estaba De pronto, el Grill cayó en decadencia. Los abuelos prohibido hablar de sus artes: en el Grill se vivía solo del barrio coinciden en algo: una vez todos estos canpara el bolero. tantes se hicieron famosos y comenzaron a viajar por el “Era lo más parecido al paraíso, se escuchaban los mundo, empezó el ocaso para esta cuna de la música. boleristas del momento, luego llegaba la música de baile Finalmente su dueño, el señor Jorge Bustamante, en con sus trompetas, congas y pianos”, recuerda Gonzalo 1973 le vendió el Grill al sacerdote Vicente Mejía, que Betancur, residente del lugar, quien llegó a ser discómade inmediato desmanteló el lugar y creó la Cooperativa no, mesero y vigilante del Grill cuando no tenía más de Antioqueña de Recolectores. 20 años. Él tampoco se ha podido ir de Puerto Nuevo. Las putas no volvieron a cantar por allí. Vive del reciclaje de madera como sus hermanos. Su madre, Aura Díaz Giraldo, fue cocinera del Grill, funLos malevos dadora de Puerto Nuevo. Ella, a sus 99 años, hoy aún La Cooperativa, dedicada al reciclaje, le dio otro camina por lo que queda del barrio. Prefiere no decir aire a Puerto Nuevo. Ofreció empleo a las familias que palabra. comenzaron a establecerse allí Gonzalo recuerda y en el basurero de Moravia, que en la misma cuadra muchas de ellas desplazadas del Grill, a lo largo de del Urabá y el Chocó. A mediala carrera 55, entre las En el Grill cabían 150 personas sendos de los años 80 comenzó el calles 93E y 94, se constoque de queda, inició la guetadas, que fumaban Lucky y Kent, truyeron casas de citas rra entre pandillas por territoque fueron escenario rio y el tráfico de drogas. En discutían de política y comentaban los de más de un crimen las noches, los residentes de pasional: El Mister, La Puerto Nuevo solían escuchar crímenes del momento. Nina, Holly Bar y La motos, pasos y rumores. En la Prima. Primero fueron mañana, los cadáveres quedacasas tipo motel, pero ban varados en la ribera. conforme el Grill cobró fama en Medellín pasaron a Eran cuerpos acribillados que debían ser arrojados ser desaforados burdeles cuyas mujeres habían adquial río para que los matones de otros barrios se enterarido el encanto de cantar trozos de boleros para pescar ran de quiénes iban dejando este mundo. ¿Y quiénes corazones rotos. estaban detrás de estas muertes? Pues Los Prisco, una Gonzalo recuerda mucho a Rodolfo Aicardi porque temible banda. Así lo recuerda Neider Osorio, quien solía pelear con sus músicos cuando perdía la cabeza en llegó a conocerlos. De su modus operandi no era difíalcohol. También recuerda que, en una ocasión memocil enterarse. Y Puerto Nuevo, por estar en la retícula riosa, cantaron allí varias noches Alci Acosta y el ecuamás apartada de Aranjuez, al nororiente de Medellín, toriano Julio Jaramillo, canciones que habían grabado se convirtió en uno de los botaderos de cadáveres más a dúo en Medellín y que hoy se escuchan en establefamosos de la ciudad. A la apestosa brisa del basurero cimientos de toda Latinoamérica: Parece que fue ayer, de Moravia no muy lejos de allí, clausurado en 1983, se Odio gitano y Dos Rosas. Eran finales de los 60. Cuando unió el de cadáveres. Cerca de allí había otro botadero al Grill llegó la Sonora Matancera, desde Cuba, la pode cuerpos que la gente bautizó con el acierto temible licía tuvo que custodiar el lugar para evitar altercados. de La curva del Diablo. En los años 70, el Grill dejaría el bolero para dar Aranjuez se convirtió en la fortaleza de Los Prisco paso por completo a los sonidos tropicales del Conjunto porque allí mismo vivían. Este grupo, liderado por her-

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Alci Acosta

Rodolfo Aicardi

manos y primos, llegó a tener en sus filas a 350 jóvenes al servicio de Pablo Escobar. Bombas, atentados, amenazas, secuestros y torturas, su especialidad. Ellos estuvieron vinculados a los asesinatos del ministro de Justicia, Rodrigo Lara, del director de El Espectador, Guillermo Cano, del procurador Carlos Mauro Hoyos, del gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur, entre otros. Los sicarios, antes de matar, le pedían pulso a su santo de devoción para la puntería. En 1986, Albertina Osorio Montoya, hoy con 65 años, fundó detrás de la Cooperativa el Jardín Infantil Cariñositos, una cuadra arriba del río en donde botaban a los acribillados. La guardería aún existe, pero ya no tiene 32 niños como alguna vez, sino cinco. Muchas familias ya se fueron ante la llegada del mega-puente que tendrá una extensión de 786 metros y contará con tres carriles en cada dirección, y cuyo costo ascenderá a 205 mil millones de pesos. Por Cariñositos pasaron más de 500 niños. Quince de ellos fueron alcanzados por las balas en su adolescencia, como el mismo hijo de Albertina, muerto sin razón aparente a dos cuadras de allí. Los Prisco luego serían cazados por las autoridades. Después llegarían tiempos de relativa paz.

y añade: “Sé de familias que se separaron, de gente que de los cuales 411 ya han sido avaluados. La suma de esse enfermó de preocupación, de familias que están pasantos predios es de 20 mil 346 millones de pesos, más las do necesidades, de viejitos que los ha matado la pena”. compensaciones a las que tienen derecho propietarios, Y es que Puerto Nuevo está ubicado en un lugar poseedores, arrendatarios y ocupantes, que suman 2 privilegiado de la ciudad. La estación Tricentenario del mil 337 millones de pesos. Metro está cerca y este barrio tiene placa polideportiMargarita Ángel añadió que la EDU lidera el prova. A la Universidad de Antioquia se llega caminando grama ‘Renovando ciudad para la gente’, una estrateen 15 minutos. Y allí mismo queda El Planetario, el gia de transformación integral del hábitat que busca Parque Explora, el Jardín Botánico y el Parque de Los generar alternativas de reasentamiento en el mismo Deseos, además de sedes de EPS importantes. Las fasitio en donde se desarrollan las obras de infraestructumilias que no se han ido dicen que esto no lo tuvo en ra. Sin embargo, estas obras son a largo plazo y nadie cuenta la EDU. Ahora muchos de los que se fueron puede esperar tanto. “Por eso no hay más remedio que viven en barrios apartados de todos estos privilegios, comprar donde podamos y quedar por fuera de ese proen casas pequeñas y apiñados. grama”, comenta Ercilia Oquendo. El núcleo familiar de los Uno de los grandes prohogares que no se han ido es blemas, según el personero numeroso. A modo de ejemplo, delegado Carlos Montoya los ocho integrantes que conMúnera, es que la mayoría forman la familia de María Hoy, el aspecto de Puerto Nuevo de las familias asentadas Magdalena López, quien lleva en las laderas del sector no es otro: casas abandonadas, viviendo allí 21 años; o los 13 tienen escritura o la que pointegrante de la familia de Erseen es falsa. Sin embargo, escombros e incertidumbre. cilia Oquendo, quien lleva 18 todos los avalúos se hicieron años viviendo en una casa que bajo la normativa legal. Solo construyó ladrillo a ladrillo no en algunos casos especiamuy lejos del río. Aseguran les, el avalúo se reconsideró que hay casas multifamiliares tras una nueva evaluación por las que no dan más de 55 millones de pesos. y la oferta por la vivienda aumentó. “La Personería Y si las pagas de la EDU eran tan malas, ¿por qué ha estado muy atenta a este caso y no hemos hallado la mayoría negoció? Según Ercilia Oquendo, porque la ninguna anomalía con el tema de avalúos”, afirmó el amenaza es la expropiación, procedimiento que, según funcionario. explicaban funcionarios, restaba beneficios. Aún así Hoy las máquinas trabajan en el río para perfilar existe una veeduría ciudadana que continúa asistiendo las columnas del puente. Pronto terminarán de derria reuniones con la EDU y otras entidades para llegar a bar las casas y, seguramente, habrá desalojos. La casoun acuerdo más equitativo. na que fue el Grill sigue en pie, pero rodeada de bolsas Según la directora de la EDU, Margarita Ángel con reciclaje; pronto la derribarán. Atrás quedó el tiemBernal, los avalúos catastrales fueron calculados por po del bolero, la violencia y la paz, para dar paso a una Valorar, de la Lonja Propiedad Raíz, “que es la entidad obra que promete resolver la movilidad del Norte de idónea en determinar los avalúos, basada en las condiMedellín. Y Puerto Nuevo pasará a ser un bello recuerciones y reglamentos que exige la normatividad”. Para do en la memoria de algunos. la construcción del puente se requieren de 424 predios,

Plata que no alcanza Hoy, el aspecto de Puerto Nuevo es otro: casas abandonadas, escombros e incertidumbre. Por lo menos 40 familias aseguran que se quedarán en sus casas hasta que sean desalojadas. Albertina Osorio, de más de 60 años, por ejemplo, no se ha ido porque los 49 millones de pesos que le ofreció la EDU por su casa al pie del río (tres cuartos, sala-comedor, un baño, cocina y patio), apenas si le alcanzan para la cuota inicial de una nueva vivienda. Le han ofrecido subsidios pero las cuentas no le dan. A Gonzalo Betancur, el exdiscómano del Grill, la EDU le ofreció 43 millones, correspondientes a un subsidio más otras compensaciones. Con esa plata, afirma, podría comprar un apartamento pequeño en un barrio periférico, lejos de todo, incluso de sus hermanos y madre. “La descomposición social es dura”, afirma Gonzalo

Ricardo Fuentes

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Fotografía: Pompilio Peña Montoya

Gonzalo Betancur, el exdiscómano del Grill Argentino.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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La nave de los sueños

“¿Cómo puede caber en un espacio oscuro, cerrado, tanta magia brotando de un simple chorro de luz?”, escribió Fernando Vallejo en Los caminos a Roma. Y es que las salas de cine siguen generando tanto encanto como nostalgia.

Óscar Montoya esfinge76@gmail.com

U

Ilustración: Ángela Scarpetta

na de las voluptuosidades del cine, después de la oscuridad, es el silencio. Las películas deben desarrollarse como en misa: se tiene que acudir con el mismo fervor, es obligatorio cumplir ciertas reglas y, sobre todo, es artículo de fe creer en el milagro cotidiano que permite la transformación de aquellos seres moldeados con luces y oscuridad, en presencias palpables y susceptibles de modificar nuestra existencia. El cine crea una experiencia vital y social más allá del simple espectáculo; es similar a la que inducen los templos, los lugares religiosos y los grandes espacios litúrgicos, santuarios simbólicos, en cuya oscuridad se produce una comunión entre el espectador y lo que sucede en la pantalla. Quizás, por lo mismo, en los primeros tiempos a los cines se les empezó a llamar “templos del arte mudo”, “catedral cinematográfica”, “templos del silencio”. El cine posee su mitología con su correspondiente parafernalia religiosa, los templos y sus rituales de iniciación, los filmes sagrados y sus santos de devoción, tal como lo recuerda el director Martin Scorsese. Para él fue más duradera la impresión que le dejó el interior del primer cine al que asistió, que la misma película vista: “En realidad, es el recuerdo de la sala en sí misma lo que viene a mi mente. Recuerdo que de niño me llevaban al cine —mi padre, mi madre o mi hermano— y que mi primera sensación fue la de penetrar en un mundo mágico: la alfombra mullida, el olor de las palomitas de maíz frescas, la oscuridad, la sensación de seguridad y sobre todo de estar en un santuario: todas estas cosas evocan en mi memoria una iglesia. Un mundo de sueños. Un lugar que provocaba y agrandaba nuestra imaginación”. [1] Al igual que las iglesias, una sala de proyecciones es un lugar rigurosamente limitado en el espacio y, en el caso del cine, el ingreso se encuentra custodiado, exige un desembolso de dinero y muchas veces, cuando hay que hacer cola, de tiempo. Son tres los elementos básicos para el desarrollo del espectáculo cinematográfico: lugar o sala del público, pantalla y cabina de proyección. Los elementos restantes responden a las exigencias del sector en el que esté emplazado el local, a los gustos del público, a las modas arquitectónicas y decorativas, así como a la solidez económica de sus dueños. Cabe anotar que las especificaciones de las construcciones cinematográficas no fueron seriamente abordadas desde el principio. El cine mudo, sin exigencias de orden acústico, con cabinas elementales para proyectores rudimentarios, se contentaba con una sábana blanca templada, un generador de energía o lámparas de petróleo y duros asientos de madera, como los de las iglesias, para un público ávido de emociones y noticias del mundo circundante. La principal preocupación de sus dueños consistía en que la ubicación de los locales quedara en sitios de mucho tránsito, ya que se contaba más con la atracción que se generaba a partir de un espectáculo hasta enton-

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ces extraño y novedoso, que la de un público llevado por la sugestión de un verdadero arte. Así surgieron las primeras salas de cine: simples salones a los cuales se adaptaba un telón en una pared o entre dos soportes de madera y, al lado opuesto, se improvisaba una cabina de proyección. Diversión plebeya como el circo, el carrusel o la casa encantada, en un principio el cinematógrafo era despreciado por los moralistas, que se manifestaban indignados por su impudicia; por las clases pudientes, ya que su público no era el mismo que frecuentaba los teatros y las salas de conciertos; y por los intelectuales, que se mostraban desdeñosos con el nuevo invento, tal como lo refiere Francois Truffaut en El placer de la mirada: “Durante los años que precedieron a la invención del cine sonoro, personas de todo el mundo, especialmente escritores e intelectuales, miraron el cine con malos ojos y lo despreciaron, ya que solo veían en él una atracción de feria, un arte menor. Solo toleraban una excepción, Charlie Chaplin, por lo que entiendo que todos los admiradores de las películas de Griffith, de Stroheim, de Keaton estuvieran disgustados. Así

surgió la discusión acerca del tema: ¿el cine es un arte? Sin embargo, este debate entre dos grupos de intelectuales no concernía al público, quien por otro lado, no se hacía la pregunta”. [2] Los doctos e intelectuales podían negar que el cine fuera un arte, pero no podían cerrar los ojos ante el entusiasmo masivo que despertaba entre los públicos de todas las edades, ante el lucrativo negocio en que se estaba convirtiendo y ante la popularidad arrolladora de aquellos relatos simplones y fascinantes en los que los espectadores se sumían como feligreses de una nueva y arrolladora religión. Además, el cine era muy barato en comparación con otros espectáculos, pues sus exigencias logísticas no eran muy grandes, y las salas carecían de las comodidades más elementales. En esos primeros años, los argumentos del cine eran sencillos y predominaban las comedias y las películas de aventuras. Cuando el cine varió y enriqueció su repertorio, y decidió irrumpir en lo que entonces se consideraba cultura —a finales de la década del diez del s. XX—, también se modificaron sus locales, y comenzó la vertiginosa trayectoria que llevaría al séptimo arte a la conquista de la industria del entretenimiento. Este avance coincidió con la profunda crisis del teatro, que fue cerrando sus locales, situación que capitalizó el cine: se apoderó de sus salas y de parte de su público. Primero, compartió escenario con las presentaciones en vivo y, después, se quedó con las salas, cuando el teatro entró en un definitivo declive. Las barracas de feria se convirtieron en confortables salones bien pintados, decorados e iluminados que, en realidad, eran teatros readaptados a las nuevas exigencias. Al órgano gangoso y estridente que acompañaba las proyecciones lo sustituyó un grupo de músicos bien entonados; a las proyecciones con lámparas de combustible las reemplazó los equipos que funcionaban con fluido eléctrico; y las sábanas templadas entre dos soportes se cambiaron por las pantallas inmaculadas por donde desfilaban lascivas vampiresas, cómicos de bombín y jinetes en plena cabalgata. El cine sonoro, por su parte, se encargó de dar uno de los mayores pasos en el predominio del cinematógrafo sobre las otras actividades culturales. Muy pronto, sus locales se elevaron al rango de los más grandes teatros y se equipararon a las grandes construcciones civiles y religiosas, con todas sus características de monumentalidad, ubicación, seguridad y confort. En estos cambiantes años, décadas del treinta y cuarenta, acudir al cine entró a formar parte del abanico de prácticas en las que se desenvolvía la intensa vida pública que bullía en las calles, plazas, cafés, restaurantes, carpas, circos, cantinas, mercados, teatros, cines y salones de baile. Entre las salas recién construidas primó la tipología del salón-teatro, muy cercano al programa arquitectónico del teatro tradicional, con amplios vestíbulos y con su clásica repartición en hileras de sillas alineadas una tras otra. Con el correr de los años, la fisonomía interna de las salas se estandarizó y se hizo familiar a los espectadores: caseta de proyección aislada, con materiales y aberturas según especificaciones técnicas; capacidad de aforo de acuerdo con el tamaño del local; silletería fija al piso


Ilustración: Jhon Muñoz

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e independientes entre sí, con distancias justas entre las hileras y las butacas; salidas de emergencia bien iluminadas; servicios sanitarios; instalación de equipos contra incendios como extinguidores y mangueras; control a la sobreventa; restricción a los fumadores. La distribución espacial de los cines dependía de las dimensiones de la sala. Y así como había unos locales con dos, tres o cuatro niveles, o repartidos en platea, galería y gallinero, o en patio de butacas, entresuelo y club, otros eran de un solo nivel, sin ningún tipo de separaciones, y ni siquiera contaban con una pendiente adecuada que permitiera una óptima visualización de la película. En algunas de las grandes salas que se construyeron durante varias décadas en Medellín —el Junín, el Metro Avenida, el Lido—, predominaron refinadas delineaciones exteriores y finas decoraciones interiores que le brindaban un atractivo y un prestigio adicional a los locales. En algunos casos, alcanzaba un elaborado y elegante diseño, con sus finas maderas, los impecables cielorrasos, el reluciente cuero de la silletería y los demás elementos que los ponían a la altura de las grandes catedrales. Eran unas hermosas ‘iglesias profanas’ que, una vez desaparecidas, hicieron suspirar de nostalgia a sus devotos y habituales asistentes. También a Charly Cruz, un personaje de ficción de 2666, la novela póstuma del escritor Roberto Bolaño, que se lamentaba de la extinción de las viejas salas de cine en Santiago de Chile o en cualquier ciudad del mundo: “Las únicas salas que cumplían una función, dijo Charly Cruz, eran las viejas, ¿las recuerdas?, esos teatros enormes que cuando se apagaban las luces a uno se le encogía el corazón. Esas salas estaban bien, eran los verdaderos cines, lo más parecido a una iglesia, techos altísimos, cortinas rojo granate, columnas, pasillos con viejas alfombras desgastadas, palcos, localidades de platea y galería o gallinero, edificios construidos en los

años en los que el cine todavía era una experiencia religiosa, cotidiana y sin embargo religiosa”. [3] Una vez erigidas las salas de cine como unos de los principales lugares de diversión, realzaron el rito de la exhibición con sus locales de grandes dimensiones, a los que se agregó, de forma natural, el confort y el aislamiento. El espectáculo de barraca se transformó en una de las más refinadas formas de ocio que, además, supo encontrar sus propios canales de difusión, su modo particular de ser experimentado, sus especificaciones técnicas y su propia decoración. Era muy tradicional, a la entrada de cualquier cine, sobre todo en los pueblerinos y en los de barrio, encontrarse con grandes láminas a todo color de los héroes de las películas, que ‘salían’ por un momento de la pantalla a dar la bienvenida a los espectadores, como El Zorro, trepado en su caballo, con el sombrero alón encajado en la cabeza, el traje negro ceñido al cuerpo, el antifaz negro cubriéndole la cara, el látigo justiciero en una mano y las riendas de la cabalgadura en la otra. Así, con esa primera y grata impresión, la porción insustancial y cotidiana de la existencia se debilitaba, comenzaba a quedar orillada, marginada, afuera de la sala de proyección, en donde se accedía a una dimensión desconocida. Una vez instalado en el vestíbulo y pagada la boleta, solo se trataba de dar unos pasos, descorrer las pesadas cortinas y atravesar el umbral para penetrar en la cálida penumbra en donde habitaba la diversión y la magia. Si se llegaba a tiempo, antes de que apagaran las luces y que el chorro luminoso traspasara la sala por encima de las cabezas, se podía disfrutar de un hecho singular: la sala iluminada a medias era un espacio de fraternidad, donde no existían la etiqueta ni las discriminaciones, en el que todos participaban de un gozoso ritual. En esos momentos preliminares, se estaba despierto, pero a la espera de caer en una especie de trance. A continuación, se apagaban las luces y la pantalla

perdía algo de su blancura. Luego, aparecía en ella la cumbre nevada de una montaña, rodeada de un anillo de estrellas dando vueltas, o la estatua glacial de una mujer con una antorcha en la mano, o un león que rugía estrepitosamente. Entonces, sin más preámbulos, comenzaban los lances, las riñas, las persecuciones, el romance. Mosqueteros, bellas mujeres, cowboys, policías, indios, piratas, monstruos, villanos, seductoras vampiresas, gángsteres, superhéroes, niños callejeros y ladronzuelos que desfilaban por la pantalla, hasta que una música trepidante o solemne anunciaba el FIN, se disolvía la sombra y la pantalla volvía a su blanco indiferente. Se daba paso al melancólico reencuentro del público con la luz mortecina de la sala, y todo había terminado. Durante mucho, mucho tiempo, las exhibiciones cinematográficas fueron una atracción sin rival, y las barriales y las de pueblo, las más populares, las que primero conocimos. Para asistir solo se necesitaba una pequeña cantidad de dinero, salir de la cuadra, hacer la fila, pagar en la taquilla y acomodarse en la butaca para participar del silencio, casi religioso, de la sala a oscuras. Dejarse seducir, en fin, por la magia de la pantalla gigante. Una pantalla en la que, sobradamente, cabían la selva en la que reinaba Tarzán, las praderas en las que se tiroteaban los pistoleros del salvaje Oeste, el cielo por donde volaba Superman, los mares por los que navegaba el Corsario Negro. Y así como nadie puede olvidar su primer amor, tampoco nadie olvida la primera sala de cine a la que asistió. La primera sala de su niñez o de su juventud, la que sintió más propia, la más querida, la de los mejores recuerdos, en la que comenzó a amar el cine. La que compartió con los hermanos, con los padres, con la primera noviecita, con los amigos de la escuela o el vecindario. La que fue capaz de generar nuevas y vitales experiencias, como para el escritor Fernando Vallejo, descreído de las religiones, las teologías y los curas, pero un practicante convencido del culto del cine, desde que era niño, como lo confiesa en Los caminos a Roma: “De la mano de mi padre entré al cine. La salita, pequeña, abarrotada, palpitaba con la tibieza de las iglesias en misa de madrugada, si bien era el atardecer. Tal vez por causa de esta primera impresión para mí todo cine es un templo. Pero uno que embriaga no con incienso ni con latines de coro y presbiterio, sino con luces y sombras que pugnan en la oscuridad. Retumbó un cañonazo atronador y el templo se volvió barco: una nave pirata al abordaje (...). El humo de los mosquetes que salía de la pantalla se mezclaba en la sala con el de los cigarrillos Pielroja. Nunca, nunca, nunca he sido más feliz que en medio de esa humareda y de esa matazón (…). Esa tarde de domingo, en esa salita abarrotada, al abordaje de un entrechocar de sables, así y ahí y entonces nació mi amor por el cine.” [4]

[1] Martin Scorsese, Mis placeres de cinéfilo, Barcelona, Paidós, 2000, p. 49. [2] Francois Truffaut, El placer de la mirada, Barcelona, Paidós, 2000, p. 76. [3] Roberto Bolaño, 2666, Barcelona, Anagrama, 2005, p. 397. [4] Fernando Vallejo, Los caminos a Roma, Bogotá, Aguilar, 2004, p. 22.

Fotografías: Óscar Montoya

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Fotografía: Nicolás Navas González

DX.

Necrosis avascular

Luisa Charry Valencia luisicharry@gmail.com

La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir. Camilo José Cela

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ui tenista por seis años, la activista en movimientos sociales, la adolescente hiperactiva, la paciente diagnosticada con un trastorno de ansiedad que no paraba de correr, saltar, caminar, temblar; era la persona que creía que la vida se hacía moviendo, haciendo. No paraba, ni siquiera en la noche. Fui la chica que duró un año buscando la respuesta a su insomnio, desesperada. Fui la que calmaron con antidepresivos, inhibidores de serotonina, benzodiacepinas y demás medicamentos psiquiátricos durante seis años. Mi vida era un afán, un corre-corre, un vaya de aquí para allá. No me detuve durante 20 años, pero a todos, supongo, nos llega el stop: a mí me postró en mi habitación, con la prohibición de no ponerme de pie hasta nueva orden. Mi primer recuerdo de haber cojeado fue el 29 de octubre de 2013. Había asistido a la marcha por la defensa del sector de la salud, aquel al que pertenecí por un año y tres meses cuando estudiaba Medicina; hoy estudio Periodismo. Mi pierna derecha no respondía igual que antes, no era la que me había acompañado esos dos años en los que pertenecí a cuanta causa se levantara en el aire. La ignoré todo el tiempo, quizás me la había lastimado en mis clases de baile. Recuerdo el viaje. 21 de noviembre de 2013. Cali.

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Fui con mis amigos a conocer la ‘Sucursal del cielo’, feliz. Todo empezó normal, probamos el cholado y nos regalaron una lulada, pero hora tras hora se agudizaba un dolor que apareció de la nada. Estaba en la capital de la salsa y solo pude bailar una canción y a medias, en la Topa Tolondra. Debían parar todo el tiempo para esperarme: yo me quedaba atrás en las caminatas. Nicolás también lo recuerda. Vos me contabas que estabas practicando pole dance, y me dijiste que te habías caído desde las alturas. Estábamos preocupados porque tenías dolor, pero se te fue quitando, dejaste de ir. Cuando viajamos a Cali te empezó a doler demasiado, no cojeabas, caminabas normal. Al cuarto día, de tanto caminar, porque caminamos cuatro días casi maratónicamente, cojeaste a tal punto que tocó cargarte una buena parte. *** Nicolás Navas González nació el 29 de junio de 1995 en Montería, Córdoba. A los ocho meses su familia se trasladó a vivir a Ames, Iowa, Estados Unidos. Allá vivió hasta el 2001, cuando decidieron volver a Colombia y se instalaron en Chía. Pasaron cinco años y Corpoica, donde trabaja su padre, aprobó el traslado a Medellín en 2006. Es mi novio. Me conoció en Medellín, en la marcha que apoyaba el Paro Nacional Cafetero, el 7 de marzo de 2013, un día antes de mi cumpleaños. Tomó una fotografía de mis pies, porque yo marché descalza, la única. En ese entonces él estudiaba Comunicación y Lenguajes Audiovisuales en la Universidad de Medellín. El 29 de agosto de 2013 me volvió a ver: yo moderaba una Asamblea General de Estudiantes de

La vida, como en los guiones de cine, tiene puntos de giro. Este es el testimonio de una estudiante imparable que, de repente, vio cómo sus saltos se reducían en una silla de ruedas. la Universidad de Antioquia, él ya hacía parte de este Campus. Según él, quedó flechado. *** Apenas tenía 19 años y estaba coja como una anciana. Empezaba a depender de todos aquellos que estuvieran alrededor para que me dieran una mano y subir hasta las escaleras más pequeñas. El dolor llegó punzante y arrasando hasta con el mejor ánimo. Tuve que ir donde el médico. Sin ningún examen diagnóstico o algo que pudiera dar señales de qué tenía, supusieron que era una lesión y me ordenaron la primera tanda de diez sesiones de fisioterapia. Asistí juiciosa. Había días en los que mejoraba, caminaba mejor, sentía que estaba saliendo de ese dolor. No fue así. Volví donde el médico, había acabado mis sesiones y en mi bendita ignorancia recuerdo haber dicho: “Me han ayudado. El dolor ha disminuido un 60, 70 por ciento. Yo creo que necesito más fisioterapias”. El médico, el segundo que me veía, decidió enviarme el primer examen diagnóstico: una ecografía de tejidos blandos y mandarme al primer especialista, el fisiatra. No apareció nada, era un examen completamente normal. Él decidió que debía tener otra tanda de sesiones. Volví a ese lugar que parecía un gimnasio para ancianos: lo era, era deprimente. Yo era la única joven que estaba realizando fisioterapias por un fuerte dolor que ya no era en la pierna derecha, era en la cadera, en las dos piernas. No fui capaz, me negué a volver, las sesiones me hacían daño físico y mental. Cojeaba una semana con la pierna derecha y a la otra, con la izquierda. Algo pasaba, sucedía que yo ya no era la de antes. Me recostaba en las barandas del metro, me debía sostener para subir las escaleras, me detenía.


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Fotografías: Luisa Charry Valencia

Estaba regresando ese dolor insoportable que me había llegado en Cali. Empezabas a cojear, y tú no le ponías atención a eso. Corrías, cuando tenías afán de un lado a otro ibas corriendo, a pesar del dolor, te agarrabas un pedacito de la cadera y corrías con ese dolor. Hasta que te diste cuenta de que cada vez era más grave, más grave, más grave. Mi constante pujanza de que volvieras al médico por fin funcionó cuando te quedaste paralizada. La situación empeoró. Cuando llegaba al metro veía esas escaleras grises y casi interminables de la estación y empezaba a subirlas, una a una, pegada de la baranda. Empecé a detenerme y a observar todo, a escribir lo que veía. Observaba a las niñas colegialas, con sus uniformes, que sonreían con esas bocas pintadas con labial mágico, color fucsia, y de cabellos negros, todas iguales. Las observaba mientras ellas me miraban como a un bicho raro, como la joven de piel blanca, de cabello muy corto, tinturado cada mes de diferentes colores, delgada, de 1.65 cm, que no aparenta más de 20 años y coja, sí, coja, completamente coja, como si fuera el cuerpo de una mujer loca y atrevida con el alma de una abuelita cansada. Sentía que me demoraba siglos desde la puerta de la universidad hasta llegar a las puertas del metro. Entraba en el vagón, que usualmente era el más lleno. Veía a las personas sentadas y yo, con los ojos llorosos, sentía la imposibilidad de decirles: “Señor, tengo un dolor muy fuerte que hace que tiemblen mis piernas, necesito sentarme”. No, me daba pena, ¡yo era una mujer de 20 años pidiendo un asiento! Maldecía todo. ¿Cómo era posible que un metro estuviera construido en el aire? En dos ocasiones tuvo que cargarme un policía para subir las escaleras de las estaciones porque me quedé paralizada, en la mitad de estas. ¿Cómo era posible que en la Universidad no hubiera ascensores funcionales? Me demoraba quince minutos para subir al tercer piso, para seguir mi vida académica normal. Empezábamos a andar menos. Íbamos a un sitio, caminábamos hasta este, llegabas con mucho dolor, pero nos quedábamos ahí sentados, y nos devolvíamos, con dolor. Ya no era ir desde Belén hasta Laureles, una caminada de casi 45 minutos. Ya simplemente podíamos ir tres cuadras abajo o ya a lo último, que fue hasta mayo, que no podías caminar ni una sola cuadra. Todo eso sucedió mientras esperaba mi cita con el fisiatra, la segunda, meses después. El sistema de salud colombiano no es el más rápido, ni el mejor. Aunque yo también cancelaba las citas porque el fisiatra solo trabajaba los lunes en la IPS Universitaria, y justamente era en esos días cuando tenía más salidas de campo de la universidad. Mi prioridad era seguir mi vida normal; no lo era mi salud.

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¿Cómo era posible que en la Universidad no hubiera ascensores funcionales? Demoraba

quince minutos para subir al tercer piso, para seguir mi vida académica normal.

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*** Lo recuerdo. Caminaba de la Universidad de Antioquia a la IPS Universitaria, el 28 de abril de 2014. En un recorrido que se demora de diez a quince minutos, me demoré casi una hora. Nicolás me acompañaba. Entré a la cita de fisiatría. Con el mismo médico que me había visto meses atrás, David Gueney, había dos residentes o estudiantes de Medicina. Días antes había tenido que volver a medicina general porque el dolor era imposible de calmar con analgésicos, tomaba Ibuprofeno de 800 mg y no ocurría nada. Me enviaron inyecciones de Dexametasona, un potente glucocorticoide sintético con acciones que se asemejan a las de las hormonas esteroides, que actúa como antiinflamatorio, y mis primeros rayos X. El fisiatra escuchó la historia nuevamente, miró los exámenes y dijo que no veía nada raro. Me hicieron quitarme los zapatos, las medias, el jean. Nicolás me ayudó, ya se me dificultaba vestirme por mí misma. Me acosté en la camilla y volvió la revisión médica. Te hacen caminar, de varias maneras, cogen tus piernas y las hacen girar, duele, duele como un putas. Me tomaron los reflejos, y se rieron, tengo unos muy buenos. Pero algo no le parecía al fisiatra. Volví al escritorio, me dijo que me enviaría al ortopedista, que necesitaba otro médico que comentara la situación, que apenas me revisara él, volviera.

El 30 de abril, mi mamá me llevó a la IPS Universitaria, iba cinco minutos tarde. Nicolás estaba sentado al lado del consultorio, me calmó, no me habían llamado aún. Tenía su enorme morral de viaje porque ese día se iba hacia Boyacá, en una salida de campo de la Universidad. Intercambiamos cartas, sí, los dos nos habíamos escrito sin saber que lo haríamos. Mientras guardábamos las cartas, salió un adulto todavía joven, de unos 26 años, con una piyama quirúrgica: Luisa María Charry. Estábamos encartados, no habíamos guardado todo aún. Entramos como dos mochileros y sonriendo. Al frente de su escritorio se encontraba Julio César García, ortopedista y especialista en cadera, miembro del Comité Editorial de la Revista Colombiana de Ortopedia y Traumatología, un adulto bien entrado en años junto a su aprendiz, el residente joven. Me pidió que le contara la historia. Yo estaba cansada de repetir lo mismo, una y otra vez, tanto a médicos como a personas que me preguntaban por qué caminaba así. Le resumí. Me pidió los exámenes, le ordenó al residente hacerme el tedioso examen físico, traspasamos la pared plástica que divide el consultorio en dos: la parte del escritorio, del interrogatorio y la otra parte, la camilla del dolor. Ahí sí no me aguanté, me quejé. Mucho. El dolor era peor que el de hacía dos días. Entonces empecé a escuchar una única palabra que salía del veterano ortopedista: ¡Culicagada! ¡Culicagada! Nicolás estaba con él, al otro lado del consultorio. Hablaban, no escuchaba casi, estaba aturdida por la palabra repetida y por el dolor que me causaba el joven al rotarme las piernas y preguntarme si me dolía y cómo. ¿Es genético?, preguntó Nicolás. Me asusté, ¿cómo así? Si los médicos habían visto los mismos exámenes y no habían visto nada, ¿este médico qué había visto? ¡Culicagada! ¡Culicagada! No escuchaba nada más, se asomó Nicolás y tenía una cara como de terror, me vistió, me dio la mano y caminamos juntos al escritorio, otra vez. Sentada ante ellos, hablaron los dos, médico y residente; no entendí nada de lo que se decían. Preguntó al aire, mirando la pantalla del computador, observando virtualmente las radiografías: ¿Acá no hay manera de medir el ángulo? Se acercó el residente y se dieron cuenta de que no, pero según lo que entendí el ángulo a simple vista era anormal. Culicagada, repitió esta vez, más tranquilo. Me miró y de ahí para adelante lo escuché. Me decía que los médicos tenían diagnósticos que SOSPECHABAN, enfatizó, que lo que me fuera a decir no significaba que sí lo tuviera, que necesitaba una Resonancia Magnética para comprobarlo, porque yo era muy joven, una culicagada, para tener el diagnóstico presuntivo: Necrosis Avascular. Escuché necrosis, me retumbó en la cabeza. Necrosis viene del griego nekrós y su significado es ‘cadáver’, es la expresión de la muerte patológica de un conjunto de células o de cualquier tejido. Me dibujó en un papelito la cadera y me contó lo que pasaba y lo que se podía hacer. Nicolás hacía las preguntas. Yo estaba callada. Como en shock.

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18 Testimonio

*** Según varias investigaciones de los médicos especialistas en ortopedia, la Necrosis Avascular u Osteonecrosis es un proceso patológico infrecuente, originado por falta de irrigación de la articulación coxofemoral que implica necrosis y degeneración de los huesos que conforman la cadera: principalmente el fémur. Eso significa que la sangre no llega a este hueso y este empieza a morir, de a poco, causando dolor e impotencia funcional. Puede ser asintomática inicialmente y finalmente sintomática, esta última se caracteriza por el dolor en la región inguinal en forma de C. Se estima que hay quince mil nuevos casos anuales en todo el mundo. Es más frecuente en el sexo masculino (siendo la relación hombre/mujer de 8:1) entre la tercera y quinta década de la vida. Puede ser unilateral o bilateral. El dolor puede llegar a las rodillas y se logra evidenciar el segundo síntoma: una marcha anormal, como por ejemplo la Marcha de Trendelemburg, un caminado que parece de pingüino. El Centro Médico Newyorkino NYU Langone reconoce como causas posibles la infección por VIH, fracturas de cuello femoral, dislocación de la cadera, uso prolongado o repetido de fármacos esteroideos similares a la cortisona (por ejemplo, prednisona, dexametasona) y el consumo excesivo de alcohol, entre otras. Pero las causas más comunes siguen siendo las de origen traumática y metabólica. El hecho de que no se detecte el factor causante en aproximadamente el 70% de los casos, y de que no se conozca el por qué determinados factores condicionan la aparición de esta entidad en unos sujetos y en otros no, hace sospechar la existencia de una predisposición genética a padecer esta patología. *** El médico me preguntó si había tomado esteroides, le conté que sí: hace dos años en una crisis de migraña me querían calmar el dolor con dexametasona, al punto de volverme cachetona. Miró al residente, se dijeron algo que seguí sin entender. Me explicó que una de las causas que podría “despertar” la enfermedad era usar por mucho tiempo fármacos esteroideos. Me dijo que de tener esa enfermedad, teníamos una única posibilidad: el quirófano. Debía ingresar al sitio y llevar aquello que había dejado de pasar por allí sin saber la causa exacta; sangre. El médico me recomendó que me hiciera cuanto antes la resonancia magnética, que escribiría en la orden médica el carácter prioritario, y me pidió usar una muleta o un bastón para no empeorar la situación de la parte derecha de la cadera, la más afectada; aunque había un problema: la enfermedad era bilateral y mi parte izquierda de la cadera también la padecía. Debía volver para la lectura de la resonancia y para saber qué medidas tomar. Salí con Nicolás del consultorio, nos abrazamos y subimos al segundo piso, por el ascensor, para llegar a Admisiones. Ya era más del mediodía y no habíamos almorzado; la noticia cayó realmente en un mal momento. Lo único que queríamos era que me asignaran la cita, almorzar y despedirnos como lo habíamos planeado para que Nicolás pudiera partir tranquilo. No pasó así. Él se angustió mucho. Hablé: –No entiendo nada, el lunes me dijeron que no veían nada. –Si te mandaron aquí es porque sí pasaba algo, ya lo sabía. –Yo pensé que iba a salir como de cualquier otra cita médica, con eso de que no tenía nada. Nicolás me agarraba de la mano, nos mirábamos,

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Ahí si no me aguanté, me quejé. Mucho. El dolor era peor que hacía dos días. Entonces empecé a

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escuchar una única palabra que salía del veterano ortopedista: ¡Culicagada! ¡Culicagada!

me recosté en su hombro y seguí: –A una, antes de aplicarle un tratamiento, le deberían decir qué puede pasar, los efectos secundarios, algo. ¿Cómo es que yo no tenía idea de que con el uso de dexametasona me podría causar una enfermedad que me puede dejar inmóvil? Incluso para este dolor me aplicaron más dexametasona. Intentamos que me agendaran la cita para mi resonancia, pero, como cosa rara, hubo un problema en el sistema: el médico escribió las especificaciones del examen en la casilla equivocada, la que estaba justamente abajo, debía estar arriba. ¿En serio? ¿Eso era un problema? Pues sí. Esperamos casi una hora a que en la León XIII –la clínica de la IPS Universitaria, de último nivel y de las más especializadas de Medellín junto al Hospital Universitario San Vicente de Paul– contestaran si podían realizar la resonancia magnética con ese papel o se debía volver al médico para que escribiera la misma información una casilla más arriba. Después de volver al consultorio y darnos cuenta de que el médico ya se había ido, nos avisaron que debíamos esperar hasta el otro lunes para que el médico corrigiera su error. Salimos de allá, cansados, tristes y con mucha hambre. Nicolás se fue. Era la primera vez que se iba tantos días y no estaría acompañándome. Disimulábamos nuestra angustia. Era el primer día en el que sabíamos cuál era la posible causa de mi dolor y de mi cojera. Nos despedimos. Esa noche fue muy dura, me fui en el metro hacia mi casa y lloré. Toda la noche. Mis padres se enteraron. Yo no salía del shock: estaba muerta de miedo, de angustia, de tristeza. Estaba sin él, en Medellín, muriéndome por dentro. *** La segunda vez que mis piernas no respondieron en el metro y que estallé en llanto fue el 20 de mayo de 2014. Un bachiller tuvo que cargarme. Volví a casa, no podía pensar en otra cosa que el maldito dolor, que había subido a una escala tan alta que me hacía temblar, llorar y perder la esperanza. Con mucho esfuerzo, me vestí y junto a mi mamá nos fuimos para la Clínica León XIII. A las 2:00 de la mañana del 21 de mayo llegamos a la recepción. Me ingresaron directamente a una camilla y ahí esperé con paciencia durante una hora y media aproximadamente, hasta que llegó una médica general a revisarme. Le dije: “Yo solo vine para que me den medicamentos y me quiten este dolor y mis piernas puedan volver a moverse o, al menos, me puedan sostener. Mañana tengo una resonancia y con ella miran si sí tengo necrosis avascular, pero quítenme el dolor”. Me durmieron a punta de Tramadol. Me despertaron para ir nuevamente a rayos X. Le pregunté al camillero que para qué, que yo ya tenía radiografías simples. El técnico me ayudó a quitarme el pantalón y acostarme en ese aparato helado, de metal. Me tomó las placas. Volví a mi camilla. Estaba dopada, dormí otra vez. Le pedí a mi mamá que se fuera, que

al parecer iba para largo y ella estaba muy incómoda ahí. Se fue a las 7:00 a.m. Recuerdo que fue otra médica a la camilla y me dijo que ella había pedido que fuera un ortopedista a revisarme, que debía esperarlo. Me estaba enloqueciendo. Estar en una sala de urgencias no es lo mío, al lado de unos pacientes que se quejan, roncan, que hablan todo el tiempo con sus acompañantes y que no dejan de observarlo a uno como la niña joven que no puede caminar. Era raro. Llegó Nicolás y me sacó sonrisas. Me dio el almuerzo que me habían llevado, era lasaña de pollo. Él se sentó y recostó la cabeza en la camilla, nos dormimos. Escuchamos mi nombre y despertamos. Era un ortopedista con un séquito de estudiantes. Estaba como afanado, pero era muy amable. Para ese momento entendí que los ortopedistas tenían un muy buen sentido del humor. Me hizo el examen físico doloroso, muy doloroso, y me pidió que me relajara. Me afirmó que en la radiografía se veía una necrosis avascular, que la resonancia daría otro tipo de detalles necesarios para saber cómo intervendría mi médico. Me incapacitaría y me mandaría medicamentos, pero que no era necesario que permaneciera allí. Nicolás me miró, prácticamente nos habían confirmado la enfermedad. Ya los dos sabíamos de qué se trataba y esperábamos la simple confirmación para seguir adelante con el proceso. En ese momento estuvimos preparados para salir de allí; solo faltaba que la enfermera me quitara el catéter y me diera el permiso de salida con todas mis órdenes e historial médico. El médico volvió solamente con uno de sus estudiantes. Todos observaban la escena en la sala de urgencias: No puedes apoyarte más sobre tus piernas, debes usar silla de ruedas, cada vez que te apoyas en ellas te causas más daño. Me puse pálida. Se me bajó todo. Se cayó el mundo y me estaba partiendo en dos. ¿Okey? Sí, señor. Le agradecí y se fue. Nicolás se sentó a mi lado en la camilla, nos cogimos las manos, me recosté en su hombro. *** El último procedimiento quirúrgico que puede ser una alternativa para reconstruir la cabeza femoral es conocido como implantación de células madre. Ellas podrían, con el tiempo, regenerar el área afectada. En 2006, los traumatólogos españoles, doctores Ripoll y De Prado, realizaron en Murcia la implantación de células madre en la cabeza del fémur de un paciente de 45 años. El diagnóstico del paciente era el de una necrosis avascular de la cabeza femoral, patología tratada tradicionalmente con una prótesis de cadera. Esta última es un procedimiento quirúrgico altamente invasivo y agresivo que se ha querido evitar con los pacientes jóvenes, aquellos que tienen aún mucho por vivir y por recorrer. Al otro día volví a la Clínica León XIII por la resonancia magnética. Había un retraso y empecé a tomar fotografías. De alguna u otra manera, había decidido, con el impulso de Nicolás, disfrutar de todo y esa era la manera más fácil para mí. Estuve 45 minutos acostada, sin moverme ni un poco para ese examen en el que te meten a un orificio en el que cabes perfectamente y te empiezan a aturdir con sonidos bastante molestos. Después Nicolás fue a reclamar el examen. Y sí…, el resultado es que tengo Necrosis Avascular. Pero nada, no se acaba el mundo, al menos para mí. Si muchos otros casos se han recuperado satisfactoriamente incluso con procedimientos quirúrgicos invasivos, ¿por qué yo no? Sigo esperando mi cita médica en la que me confirmen qué hacer, pero continúo viviendo y persevero como periodista en formación. Sigo siendo la misma mujer hiperactiva, que ama profundamente a un hombre, que intenta vivir la vida lo más normal posible, que conserva la sonrisa y que ahora disfruta de este tiempo en el que le tocó ser un carrito.


Deporte

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Wushu: el arte de la guerra El Wushu fue conocido en Occidente gracias a la industria cinematográfica. Actores como Bruce Lee y Jackie Chan y series como Kung Fu despertaron una pasión por las artes marciales en el mundo. Sin embargo, muy pocos saben que Colombia tiene una Federación de Wushu y que la Liga Antioqueña lleva más de cinco años clasificando deportistas al Campeonato Mundial Tradicional. He aquí algunas curiosidades de esta disciplina china.

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al vez el ídolo de muchos cuarentones por su habilidad en el combate, no por ideologías, es Bruce Lee. Durante años las películas que mostraban las técnicas y habilidades de arte marcial chinas nunca tuvieron actores asiáticos como protagonistas. Fue en medio de muchos prejuicios étnicos que la figura y el carisma de Bruce Lee –artista marcial, actor y filósofo– apareció en la pantalla y se encargó de dignificar la imagen china en Occidente. Los vestigios de las técnicas de combate en China se remontan a 2.500 años a. C. Desde entonces, los chinos han ido perfeccionando sus armas y estrategias, adaptándolas a sus cuerpos militares. Además, han influenciado a otras comunidades con habilidades asociadas a la medicina tradicional y con características animales como métodos de combate. El Wushu (wu: marcial; shu: arte; el arte de la guerra) es el término que engloba todos los estilos de las artes marciales chinas. Entre otras asuntos, por errores de traducción en películas y series, todavía en Occidente se habla de Kung Fu para referirse al arte marcial, cuando Kung Fu significa “perfección, ejecutar un trabajo, destreza en el hombre”. De allí el Wushu Kung Fu: arte marcial que se aprende con esfuerzo e implica destreza y habilidad. La primera noción de Wushu apareció en un conjunto de pergaminos del periodo de Estados Combatientes (475-221 a. C) llamado, precisamente, El arte de la guerra, de Sun Tzu. El libro hace alusión a la estrategia militar y a la sabiduría, el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación: “La mejor victoria es vencer sin combatir, esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”. Los diferentes estilos de combate, como herramienta de expansión y defensa ante la invasión extranjera en distintas épocas, han jugado un papel importante en la historia y la cultura de este país asiático. Pero es un episodio de los últimos siglos el que mejor ilustra el protagonismo del Wushu en el mundo y que dio origen a la República China. El país estaba invadido por un sentimiento nacionalista, antioccidental y, a su vez, dispuesto a sublevarse en contra de la dinastía Qing por asuntos de corrupción, malos manejos y apertura a los extranjeros –recuérdese tratados como el Nanking o el Shimonoseki, cuando se entregaron Hong Kong y Taiwán a los británicos y a los japoneses–. Todo esto convocó a varios grupos practicantes de arte marcial que combatieron a los extranjeros con valentía. Uno de ellos fue conocido como la Rebelión de los bóxers (1898-1901). A pesar de sus derrotas, estos grupos dejaron en la población china un espíritu nacionalista efervescente que traería posteriormente la revolución de 1911 y que implicaría la abdicación del último emperador, el surgimiento de China como República y la promoción del Wushu como ejercicio físico. Hasta comienzos del siglo XIX, los chinos no solo tuvieron que padecer la arrogancia y la supremacía occidental en su territorio, sino una fuerte y masiva propaganda antichina que subestimaba y denigraba de su país. Una vez China se estableció como República Popular en 1949, bajo el liderazgo Mao Tse Tung y en pleno ambiente de la Guerra Fría, se desató un pensamiento de temor y respeto hacia el dragón emergente, especialmente por parte de los países capitalistas; todo eso determinó nuevas estrategias geopolíticas. Ese respeto, sumado a la aparición años más tardes de ídolos y talentosos actores como Bruce Lee, extendieron la

pasión por las artes marciales en todo el mundo y cambiaron aquella imagen que se tenía del país de Oriente como “los enfermos de Asia”. El Wushu como deporte La práctica del Wushu exige la ejecución de movimientos con casi todo el cuerpo, por eso es considerada una de las disciplinas deportivas más exigentes y completas. “Practicar Wushu hace que tengamos un umbral del dolor más alto, ayuda a fortalecer el sistema emocional y balancea las cargas emocionales, contribuye a mi bienestar, fortalece mi salud y permite tener un punto de vista diferente del mundo y de la existencia misma”, cuenta Juan Diego López, uno de los practicantes antioqueños de este deporte. En el Wushu existen dos categorías o disciplinas: Taolu (rutina) y Sanda (combate). Del Taolu se desprenden diferentes modali-

El Sanda o Sanshou es un combate entre dos personas en el que se permite golpes, puños y patadas.

Fotografía: Diego Zambrano Benavides

Paula Lotero paula.lotero.wushu@gmail.com

dades: mano vacía, armas cortas y armas largas, individual o en parejas. Es necesaria la ejecución de posiciones, patadas, puños, equilibrios, saltos y giros, técnicas de agarre, ataque y bloqueo. La categoría Sanda o Sanshou (combate libre) surge a partir de las técnicas tradicionales del Wushu: Shuai Jiao (lucha china) y Chin Na (sistema de atrapes y palancas). Así se configura un estilo de combate que emerge de estas técnicas, pero con un estilo propio que permite golpes, puños y patadas en casi todo el cuerpo, además de proyecciones y derribes. El combate ocurre entre dos personas y gana quien sale vencedor en dos asaltos o por knock out. Actualmente, el Wushu es apoyado por el gobierno Chino y dirigido tanto por la Comisión Estatal de Cultura Física y Deportes como por la Asociación China de Wushu. Estos organismos tienen la obligación de enseñar técnicas, entrenar atletas y promover competiciones y exhibiciones. En el ámbito mundial, el Wushu es regido por la Federación Internacional de Wushu (IWUF) y la Asociación China. El Wushu en Colombia Durante las décadas del 60 y 70 llegaron al país algunos textos, revistas, series y películas de artes marciales a Colombia. Muchas películas, por supuesto, provenían de los Estados Unidos. Otras producciones venían directamente de China, pero el país que más acercó a Colombia a las artes marciales fue Venezuela. Por ese entonces, el país vecino contaba con una reputación económica bastante atractiva y era destino turístico de muchos extranjeros, entre ellos, algunos asiáticos, practicantes y maestros de las artes marciales. A pesar de los muchos interesados que comenzaba a despertar la disciplina, no había una organización en el país como la tenían el Taekwondo, el Judo y el Karate. Era la investigación documental una de las escasas posibilidades de muchos colombianos para aprender esta disciplina. Algunos, muy pocos, tuvieron la posibilidad de viajar y aprender directamente de los maestros que residían y tenían sus escuelas ya consolidadas en el país vecino. Uno de ellos fue Orlando Salazar Rivera (1964– 2014), quien dedicó su vida a las artes marciales chinas y contribuyó a la difusión y promoción de esta disciplina en el país. Orlando tuvo la oportunidad de viajar a Caracas y conocer al Maestro Yunis Zapata, director del Instituto de Artes Marciales La Danza del Dragón. Con él y un grupo de maestros y discípulos del Shi Gong Dai Shi Zhe –maestro perteneciente a un conjunto de linajes de estilos tradicionales de Taiwán– empezó su proceso de aprendizaje. En 1998, se constituyó oficialmente La Danza del Dragón, sede Colombia, en el municipio de Bello, con Orlando Salazar como director y entrenador. En 1999 Salazar ocupó la presidencia de la Liga Antioqueña de Wushu y, desde entonces, inició una renovación completa de todo el esquema organizacional que se venía dando a comienzos de la década del 90. La Liga inició un proceso de capacitación y asesoría a otras ligas del país y se creó la Federación Colombiana de Wushu en 2002. Desde 2008 la Liga Antioqueña ha clasificado deportistas para participar en el Campeonato Mundial Tradicional que se realiza cada dos años. En todos ha obtenido medallas. Actualmente la Liga continúa el proceso de formación de deportistas de talla mundial, trabajando y difundiendo el legado del maestro Salazar. En casi dos décadas, el Wushu ha multiplicado sus practicantes, pero hace falta capacitación en algunos grupos o clubes nacionales que no están vinculados a la Federación o no figuran en un linaje estipulado. Así como promoción del deporte y, sobre todo, respeto, dice Uriel Darío Varela, ganador de dos medallas de bronce en el V Campeonato Mundial Tradicional: “Muy poca gente reconoce realmente esta disciplina. Incluso hay quienes se hacen llamar maestros y ni siquiera son reconocidos dentro de un linaje. Falta seriedad y respeto por esto tan bonito que es el Wushu”.

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20 Libros

Licencia para mentir La delgada línea entre la ficción y la realidad parece ser trazada no tanto por la fidelidad a los hechos como por la memoria de los personajes. La novela de Jorge Franco, El Mundo de Afuera, pone el dedo en la llaga del mito de los Echavarría Misas. Andrea Uribe Yepes andreauribeyepes@gmail.com

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os Carnavales de Berlín sucedían entre un frío extremo y unas calles congeladas en 1932. Con un abrigo y botas de goma para poder caminar en esa ciudad aterida, Benedikta Zur Nieden salió para el baile del 4 de febrero, con la ausencia de su amiga Gerta quien había desistido de ir al evento en el último momento. Para no opacar sus ojos azules, esa noche se decidió por una estola roja sobre un vestido sencillo y unos aretes grandes de cobre. Con eso encima y un “Lo que realmente les habrá molestado es haber aire de aventura que ella misbajado esos personajes del pedestal y darles ma reconocería después, vio a connotaciones humanas. Esa es la labor fundaun hombre en esmoquin con mental de un novelista. Sobre todo con uno que una flor blanca de papel en el trabaje con personajes que sí existieron”. ojal y pensó, a manera de premonición: “Es el único hombre con quien debo bailar”, y entonces bailó solamente con él, desde ese día hasta siempre. Ese hombre era Diego Echavarría Misas, quien de la mano se la trajo en un barco para Colombia y quien le mostró que Medellín, mucho más caliente que la fría Alemania, también podía ser su casa. Fue él quien finalmente, el 8 de agosto de 1971, la dejó sin querer, sin pensarlo, para enfrentar 40 días de un secuestro que terminó en el abandono de su cuerpo sin vida en algún lugar de Santa Elena, en las afueras de la ciudad. Los 40 días del secuestro, Benedikta Zur Nieden El Mundo de Afuera, ganadora del premio Alfaguara 2014. Entre los jurados que integran el galardón se encuentran, entre otros, escritores como Laura Restrepo, Sergio Vila-Sanjuán e Ignacio Martínez de Pisón. esperó a su esposo, negoció con los secuestradores muy al pesar de lo que le dijo Don Diego en el momento del secuestro: “Ni un peso por mí, Dita”, y guardó silencio en el actual Museo El Castillo, que para ese momento ria de sus fundadores”. ningún tipo de pugna: “Las novelas son tejidas sobre el era la residencia de la familia Echavarría Zur Nieden y Benny Duque, quien compartió muchos años una bastidor de la historia de ciertos personajes históricos, que ahora es el lugar donde reposan todos sus tesoros. amistad con Benedikta y ahora es la biógrafa oficial de pero no pretenden una reconstrucción prolija o fiel de Obras de arte, mueblería de época, objetos personales la familia, entiende pero no lo acepta: “Lo que pasa es los hechos”. y un aire entre la grandeza y el aislamiento. que desafortunadamente los escritores tienen ciertos Y con este argumento históricamente irrefutable, Ese hecho, el secuestro de uno de los hombres más derechos que se dan para apropiarse de un personaje, son muchos los que aseguran que no se cometió ningún filántropos que ha tenido Medellín, del que muchos de cualquier tema y hacer una ficción”. Ella, que se tipo de falta y que tampoco corresponde a El Castillo acusan al Mono Trejos, es el que Jorge Franco relata en siente un poco incómoda por aparecer en la página de determinar si es o no fiel la versión de Franco. El periosu nueva novela El Mundo de Afuera. Premio Alfaguara agradecimientos del libro de Franco, pues le facilitó un dista Reinaldo Spitaletta, a pesar de tener la realidad de Novela 2014, el libro narra, junto con apartes de la archivo de prensa, piensa que hubiera sido mejor si el como materia prima en su trabajo, propone un ejemvida y rutinas de la familia Echavarría Zur Nieden, el autor hubiera cambiado los nombres, “son licencias liteplo: “Una de las novelas colombianas más interesantes suplicio del secuestro con una mirada protagonista en rarias pero a mí no me parece, yo no estoy de acuerdo”. es Cóndores no entierran todos los días, de Gardeazábal. los conflictos personales de los secuestradores. Frente a la cancelación de su evento en El Castillo Aprendemos más del Cóndor Lozano en esa novela que Después de recibir el premio con un discurso en y el comunicado de prensa, Franco acusó y acusó por lo que nos ha contado la historia ‘verdadera’. Así que el que agradece a los ojos de su hija, el idioma de su censura al contenido. En una entrevista con El Tiempo no hay contradicción en novelar personajes históricos”. país y el amor por el oficio que ejerce, Jorge Franco dijo que la decisión de El Castillo de impedir la presenPartiendo de lo evidente que es ficcionar la realipresentó su libro en la ciudad de Medellín en el teatro tación en ese lugar se debió a radicalismos morales de dad dentro del plano literario, el escritor Pablo Montode la Librería Panamericana. El espacio inicialmente la junta directiva. “Lo que realmente les habrá molestaya establece además que el caso de Jorge Franco no es propuesto por la editorial y por Franco era el Museo El do es haber bajado esos personajes del pedestal y darles algo novedoso. “En el caso de la literatura antioqueña, Castillo, pero a último momento se cambió el lugar y connotaciones humanas. Esa es la labor fundamental por ejemplo, comienza muy claramente con Tomás Caempezó una especulación que se resolvió con un comude un novelista. Sobre todo con uno que trabaje con rrasquilla, con Frutos de mi tierra, que la escribió para nicado de prensa y una acusación de censura. personajes que sí existieron”. También defendió el resmostrarle al círculo de intelectuales al que pertenecía Que no juzgan la obra pero que no les parece copeto con el que trató a los personajes y dijo que su oficio sobre realidades cotidianas y mostrar que de esa ciudad rrecta, que las personalidades y las conductas de los supone llegar a todas las facetas de un personaje, reales aburridora y provinciana que era Medellín sí se podía Echavarría Zur Nieden son muy ajenas a la realidad, o ficticias. Y tiene un escudo protector. hacer una novela”. que era impresentable en su espacio porque irrespetaLa palabra novela funciona, en todos los casos sin Franco no escogió precisamente la Medellín “abuba la memoria de sus fundadores hasta llegar a carininguna excepción, como un muro de contención ante rridora y provinciana”, sino que escogió como base caturizarlos y que no y que no y que no, dijo la junta casi cualquier tipo de cargo. En la novela se miente. para su libro la historia de una de las familias más directiva del Castillo en un comunicado de prensa que Tomás Eloy Martínez, quien pasó por una situación emblemáticas e inmortales de la ciudad; es por eso que terminaba con esta frase: “Finalmente, el Museo El parecida a la de Franco con sus historias noveladas soel escándalo ha sido tal que se siente ofensa y que, como Castillo ratifica una vez más su apertura a la libre bre los esposos Perón, en una entrevista con Juan Pablo muchas otras ficciones de historias o lugares reales, no expresión de todas las formas de cultura, lo cual no Neyret lanzó unas palabras que más son un argumento ha pasado desapercibida. pugna con su legítimo derecho a preservar la memopara que un literato pueda apropiarse de la realidad sin

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Crónicas de la basura blanca Ángel Castaño Guzmán cortazar_73@hotmail.com

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n el Royal Lunch, un bar frecuentado por la clase trabajadora de Winchester, Virginia, Joe Bageant (1946-2011) encuentra los temas y personajes de Crónicas de la América profunda (Ícono, 2014), el estupendo libro periodístico que le granjeó celebridad. Allí, frente al modesto escenario de karaoke, conversa con Dink –añeja gloria local gracias a una paliza propinada a un chimpancé boxeador–, con Tom –veterano de la guerra de Vietnam, vencedor de un combate cuerpo a cuerpo con la heroína–, con Dottie –cantante amateur cuya salud la obliga a encaramarse a la tarima con un tanque de oxígeno–; en fin, con especímenes de la basura blanca, epíteto usado por los urbanitas de dedo parado para nombrar a los obreros embrutecidos por cantidades industriales de cerveza, sermones dominicales de predicadores fundamentalistas y cientos de horas ante el televisor. El trabajo de Bageant, por fortuna, no se limita a compilar anécdotas pintorescas o a mofarse de la alarmante ignorancia de sus parroquianos; logra un ameno y hábil retrato de un importante sector del electorado gringo. De sus entrañas provienen, por ejemplo, Lynndie England, la protagonista de las atroces fotografías de Abu Ghraib, y los miles de ciudadanos convencidos de la misión salvífica concedida por la providencia a los Estados Unidos. Ateo confeso y marxista militante, Bageant no tiene piedad con el Partido Republicano. Ironista salvaje, convence al lector de la malevolencia de un sistema económico

hambriento de mano de obra barata, capaz de sacrificar la dignidad humana en busca de aumentar las fantásticas cifras de los tiburones de Wall Street. El analfabetismo de los habitantes es el cimento de las victorias de la pandilla de Bush, personaje blanco de las envenenadas saetas del periodista. Sí, lo sé: lo dicho hasta aquí crea la imagen de un libro cocinado con los típicos ingredientes del discurso izquierdista setentero. Hasta cierto punto dicha percepción es cierta. Varios pasajes del volumen asumen un tono de denuncia social y política. Sin embargo, incluso en las páginas más airadas, Bageant no renuncia al sentido del humor. Ahí está, para mencionar solo un caso, la caricatura de Laurita Barr, una adinerada seguidora de los neoconservadores, grupúsculo ubicado a la diestra de Dick Cheney. Los demócratas tampoco salen ilesos. Los acusa de miopía y comodidad: en lugar de convertirse en portavoces de los asalariados, los desprecian por torpes. En “El valle de las armas”, la mejor crónica del conjunto, se aleja del alegato de los liberales a favor del control de las armas de fuego. En la orilla apuesta a Michael Moore, Bageant analiza el papel de las escopetas y los rifles en el quizá último ritual familiar de los estadounidenses: la caza de ciervos. Además, provisto de cifras, señala la baja tasa de criminalidad en aquellos estados donde las familias tienen un revólver en casa. El periodismo de autor, pariente del ensayo y de la novela, describe al mundo con eficacia asombrosa. Nada le envidia a la ficción. El cronista, a diferencia del reportero raso, no sufre la tiranía de la primicia; por lo tanto, puede dedicarle el tiempo necesario a una historia para encontrar en ella la veta de oro. El número de caracteres lo define el tema mismo, no la tijera del editor.

Joe Bageant (2014). Crónicas de la América profunda. Bogotá, Editorial Icono, 280 p.

Lecciones de dromomanía Ángel Castaño Guzmán cortazar_73@hotmail.com

E

Antonio Morales Riveira (2012). Antoniología, crónicas y reportajes. Bogotá, Editorial Icono, 336 p.

l Grand Tour fue, en los siglos XVIII y XIX, el complemento formativo de los aristócratas. Se viajaba no con intenciones comerciales o de cambio de residencia. Se emprendía el camino con una certeza: las millas acumuladas educan mejor que academias y universidades. O, en palabras de Marcus, un inglés con quien Antonio Morales Riveira conversa en un momento de su travesía por la India: la vida ocurre gracias al viaje. Tal vez, sin pretenderlo, haya dado la definición de dromomanía, esa impulsión mórbida por andar. Harto se ha escrito sobre las transformaciones efectuadas en nuestra identidad cuando alistamos las maletas, salimos del útero de las calles conocidas y dejamos atrás los rostros del día a día. Vargas Llosa lo confiesa en un ensayo publicado en Letras Libres: descubrió a América Latina en París. La lejanía le permitió comprender las cosas, la gente, la existencia, la historia, de otra manera. Bordeo el cliché: la rutina impide la epifanía, milagro reservado para los viajeros. Ellos, como los poetas, dan vida a los espacios, rescatan de las garras del tedio el sentido de los sitios. Instantes semejantes, decisivos los llamarían los fotógrafos, brillan en Antoniología (2012), compilación de crónicas del hijo del novelista Próspero Morales Pradilla. De los textos reunidos en el volumen, resultado de 37 años de labor periodística, se puede repetir lo dicho por Germán Vargas, en el prólogo de El último macho (1981), de los cuentos de Morales

Riveira: en ellos abunda la gracia y la frescura. En algunos, sobra. Divididas en secciones temáticas, las crónicas, casi todas publicadas en la revista Cromos, brindan un panorama de los gustos y las fobias de su autor. Los pasajes del libro en los cuales Antonio habla de sí, asumiendo el protagonismo de lo narrado, dan en el blanco. Si bien el tono es similar en el grueso, el empleado en el relato de los minutos finales de Jaime Bateman, fundador del M-19, linda con el de la ficción. Bien podría considerarse un cuento. A veces complaciente con los personajes notables –así se les llama en la tabla de contenido–, pienso en los perfiles de Fanny Mikey y de Marta Senn, donde las únicas voces son las de las matronas del canto y el teatro nacional, Morales Riveira conoce el oficio de narrador. Dosifica la información y no duda a la hora de enfrentar con audacia un tema, evadir lo manido. Ahí está, a guisa de ejemplo, la crónica “El condenado a muerte”, merecedora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Echándole mano a los recursos del folletín –cuenta la historia en dos entregas– y del cine, da una soberbia lección de cómo huir del lugar común, del tratamiento trillado. Luego del periplo, de ver y sentir en carne propia el calor excitante de Nueva York y el peligro de las aguas del Amazonas, de ir de un extremo a otro de la India en pos de la iluminación, de dejarse llevar por el frenesí del carnaval de Curramba, Morales Riveira vuelve a Bogotá. El encuentro es el de dos desconocidos. Ambos, la urbe y el trotamundos, han cambiado hasta el punto del no retorno, de ser distintos. Con la mirada depurada, recorre la capital. La brújula señala al asombro. De allí saldrán dos crónicas de antología, las mejores del conjunto: “Las plazas del mercado” y “El final de un exilio”. En la primera, en el caos de pregones y esencias de las plazas de mercado encuentra el alma de la ciudad. En la segunda, acompañado por un taxista, recorre de punta a punta la urbe para al final fundirse en el abrazo multitudinario de Transmilenio.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


Fotografías: Daiana González Navas

22 Crónica

En junio del 2012, Pijao recibió una mención especial por parte de la Federación Nacional de Municipios como reconocimiento de una experiencia innovadora.

Daiana González Navas mdaianagonzalez@gmail.com

Cuando las cosas ocurren tan aprisa, nadie puede estar seguro de nada, de nada, de nada, ni siquiera de sí mismo. Milan Kundera, La lentitud

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erde manzana, verde limón, verde pasto, verde montaña, verde musa paradisíaca, verde aguacate, verde como las hojas del café. Todos los tonos que pintan a las montañas quindianas pasan uno tras otro como si fuesen fotogramas. Paredes tapizadas de naturaleza bordean el camino y a veces se muestran las colinas con su abultamiento de plantaciones de café Castilla o arábico. El bus sube por el cruce de Río Verde y solo cuando pasa por La Quiebra, donde precisamente se quiebra el camino en dos, es cuando se es consciente de la majestuosidad de la Cordillera Occidental. Por el quiebre del lado izquierdo se llega al municipio de Córdoba, y por el del lado derecho, a Pijao, un pueblo que en este último año ha dado mucho de qué hablar en los medios de comunicación por ser el primero en América Latina en postularse para entrar a la Red de Ciudades sin Prisa, Cittaslow. La organización Cittaslow nació en Italia en 1999, creada por Paolo Saturnini, alcalde de Greve en Chianti (una pequeña población de Toscana en Italia, país del mundo que tiene más ciudades afiliadas: 74). Derivada del movimiento Slow Food o Alimentación sin Prisa, la Red propone un modelo alternativo de desarrollo de autosostenimiento, dirigido a lugares con población menor a 55 mil habitantes y que lleven un ritmo de vida menos acelerado que el de las grandes ciudades. Es un modelo que busca rescatar la tradición y el patrimonio cultural del territorio, en donde el ser humano es el protagonista de la vida lenta y saludable, la respetuosa salud de los ciudadanos, la autenticidad de los productos y la buena comida. Dar con Pijao no es tan fácil. Desde Armenia, no existe señalización alguna que indique cómo llegar. Para dar con el lugar se debe estar dispuesto a preguntarle por su ubicación a más de un cuyabro, con el riesgo de poder equivocarse de camino, devolverse y nuevamente buscar la ruta adecuada, pues no muchos suben a Pijao porque no es un lugar con un turismo

No. 70 Septiembre de 2014

Un recorrido por el que será el primer municipio en América Latina en ser declarado ciudad sin prisa o cittaslow. Una postura que va más allá de darle valor a la lentitud y que abarca propuestas medioambientales, de economía sostenible y de cuidado a la arquitectura tradicional. convencional, y serlo tampoco es el ideal del pueblo. Un arco de ladrillo ubicado alrededor de la carretera avisa que ha culminado el viaje. Las pequeñas casas, muchas de ellas construidas en bahareque, demuestran la influencia de la colonización antioqueña. Paredes con su blanco cal, combinadas con los colores vivos de sus puertas y ventanales: un verde y rojo, azul y amarillo, naranja y verde, vino tinto y oro. De lejos se alcanza a divisar el campanario de la iglesia y cerca de la avenida principal se ve la casa de Mónica, la pionera del movimiento Cittaslow en Colombia.

libros y periódicos dispuestos a ser leídos en cualquier lugar de la casa, hacen del hostal un verdadero cielo para los amantes de la serenidad. Mónica abre siempre sonriente la puerta del hostal que administra. Su aspecto raya con la estética de la mayoría de las mujeres de Pijao: lleva zapatos Converse de cuero, jean entubado, camisa manga larga color vino tinto y gafas púrpura, al estilo Gatúbela de los años 50. Un aire juvenil y universitario la rodea, ese mismo aire de querer cambiar el mundo. Lista para encaminar al visitante por una ruta ya antes establecida y explicarle en unas Vivir en Las Nubes cuantas horas su trabajo de seis En la fachada del hosA la organización Cittaslow Inaños, agarra su mochila de tejital de Mónica, un caracol do wayúu, la cuelga en uno de de cuerpo azul y concha ternational Network pertenecen sus brazos delgados y empieza el naranja sonríe. Este anunrecorrido que va desde las huercio de madera tiene que ver 189 ciudades presentes en 29 tas orgánicas de Leiber Peña y con el nombre del lugar y Oliva, el embellecimiento de los con la esencia del pueblo letreros en madera de la mayopaíses del mundo. donde se ubica, que, como ría de almacenes, el café orgánimuchos de los municipios co Luqman de Víctor Grisales, la colombianos, es lento por protección del patrimonio arquinaturaleza. Lentitud como sinónimo de serenidad, intectónico, la recuperación de las fachadas de las casas tuición, paciencia, receptividad. Lentitud como sinónimás antiguas, los murales tras la iglesia, la galería de mo de actuar como el caracol, sin pausa pero sin prisa Meluchita, hasta los diseños de varios de los senderos del y que la calidad prime sobre la cantidad. pueblo y los proyectos de la ruta agroecológica. El hostal de Mónica Flórez se llama Las Nubes, Si el foráneo tiene suerte, posiblemente también probablemente porque cuando se entra a este desapavisite la finca de café orgánico Don Leo, suba a uno de rece la lluvia incesante de pensamientos que llenamos los senderos ecológicos y hasta pase por el colegio Santa con tareas pendientes y solo queda espacio para el soTeresita, donde estudió Mónica y en el que, después de nido de la naturaleza que obliga, de forma placentera, un tiempo, también enseñó Filosofía e Inglés. a que se le preste la atención que no se le ha dado por Una y otra vez recorre los caminos en los que ha tanto ruido que se trae de la ciudad. Esto, junto con pasado gran parte de su vida. Muchos de ellos no camel piso de cedro, los acabados en madera, la pequeña biaron, se quedaron congelados en aquel tiempo en el huerta autosostenible, la comida preparada en aceite de que corría por los tejados de la casa de sus padres con oliva, pimienta, ajo y romero, y las numerosas revistas, sus gruesos anteojos fondodebotella y cabello enmaraña-

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23 do. La misma casa que hoy, al tener ya varias reestructuraciones, es el hostal que recibe cada que puede a un nuevo visitante que quiere conocer el pueblo y, de paso, hacerse voluntario en la Fundación Pijao Cittaslow. Lo único que cambió de ese tiempo de calles empedradas fue la mirada que tenía Mónica del pueblo. Para que esta mirada cambiara fue necesario que ella viajara lejos de su tierra. Al terminar su bachillerato, la tímida mujer de las gafas gruesas y cabello negro se mudó a Armenia a estudiar Tecnología Educativa en Comunicación en la Universidad del Quindío. Luego, para saciar su sueño de ser una mujer global, vivió en Estados Unidos. A su regreso tenía decidido ir a estudiar su maestría en Barcelona, pero la embajada le negó la visa. — En ese momento sentí que tenía algo que debía desarrollar, que mi proyecto de vida no estaba en el mundo global sino aquí en Pijao —dice Mónica mientras camina por lo que se ha convertido como su proyecto de vida. Así, después de veinte años, regresó a Pijao. “Cuando se está afuera es cuando realmente se da cuenta de lo que se tiene”, dice una y otra vez. Quizá una de las razones a esto las dé Milan Kundera en La lentitud, donde explica que la palabra añoranza se deriva del verbo latino ignorare. Ignorancia de no saber lo que se tiene hasta que se añora y se vuelve al origen. Mónica se detiene cada vez que se encuentra a uno de sus vecinos, saluda e inicia una conversación sin afanes, sin limitarse con el tiempo, sin acortar las ideas. Crea proyectos con quien pueda, habla de los miedos de una posible explotación minera, de la ineficiencia política o de las preocupaciones del pueblo. — Haber vivido en una sociedad como la norteamericana, donde la gran mayoría de las cosas son ficticias y donde la gente no es tan feliz, me hizo dar cuenta de la gran riqueza cultural, ambiental y arquitectónica que tenemos. Solo nos falta tener una mejor calidad de vida. Las Cittaslow en Europa —Lekeitio en España, Orvieto en Italia o Grigny en Francia, entre otras— buscan con este movimiento frenar el ritmo. Dedicar el tempo giusto para cada situación, que se ha ido acelerando por estar inmerso en las dinámicas globales. Sin embargo, en Colombia este movimiento tiene otra connotación. Pijao ya es slow. El sesenta por ciento de la población de Pijao vive en las zonas rurales. Los pocos pobladores de la zona urbana transitan a pie o en cicla y la comida que se consume es cosechada por sus propios vecinos; por las gallinas criollas de doña Mery, por la huerta de aromáticas de doña Oliva, por la miel de la finca de doña Martha o por el café y los tomates de don Leo. Lo que busca Mónica con Cittaslow en Pijao es formar conciencia en los ciudadanos y mejorar las condiciones de vida; que haya agua potable, saneamiento básico, una relación más amena con el medio ambiente, mayor apropiación por la cultura, la gastronomía y el patrimonio arquitectónico, turismo responsable y

hay 22 títulos mineros en Pijao y los páramos están en riesgo -les dice Mónica mientras sostiene entre el pulgar y el meñique una guayaba que come cada vez que para de hablar. El reloj del campanario todavía anuncia que son las 7:30. El hostal de Mónica se prepara para los siguientes visitantes, que pueden ser los miembros de la Fundación, los jóvenes que se alistan para ser guías turísticos o los niños más pequeños, entre ocho y diez años, que visitan a Mónica para jugar con el Lego y de paso escuchar las lecturas en voz alta.

(De izquierda a derecha) Leiver Peña, miembro de la fundación Pijao Cittaslow; Martina Schmidt, cultivadora de café orgánico; y Mónica Flórez, creadora de la Fundación Pijao Cittaslow, vestidas de chapoleras o recolectoras de café.

estabilidad laboral para los pequeños productores. — Yo buscaba un proyecto que se acoplara a esas características. Mi hermano me habla de Cittaslow hace aproximadamente siete años, y desde esa fecha tenemos un contacto directo entre Pijao y el movimiento Cittaslow, que tiene su sede en Orvieto, Italia. Una melodía angelical sale por los parlantes de la iglesia; en cada rincón del pequeño pueblo retumba el sonido del Ave María que invita a los feligreses a asistir a la misa. Son las 4 de la tarde y, sin embargo, en el reloj del campanario siguen siendo las 7:30. Es viernes, día en el cual Mónica se reúne en el hostal con jóvenes entre 13 y 15 años que están interesados en ser vigías del patrimonio de Pijao. — ¿Cómo podemos evitar que acaben con nuestros páramos, Emanuel? —le pregunta a uno de los vigías. — Con Cittaslow, Mónica, o consiguiendo el título de Paisaje Cultural Cafetero —apunta con certeza el muchacho. — Tenemos que hacer un trabajo más amplio con la ciudadanía porque la cosa es delicada. Recuerden que

Después de la triste noche De quince mil habitantes que tenía Pijao, ahora hay seis mil. La gente se fue del pueblo temiendo que esa noche se repitiera. Esa noche en la que, hace trece años, entró la guerrilla y sembró el terror. Una sola noche condenó a Pijao a ser reconocido en el Quindío como zona violenta. Una sola noche lo consumió en el olvido. La crisis económica en la que ya venía el pueblo por la caída del precio del café y el terremoto de 1999, se acrecentó con todos los desastres que había generado aquella toma guerrillera del Frente 50 de las Farc. Hoy, aunque la tranquilidad se pasea por las calles, sigue la preocupación por la dificultad de conseguir un trabajo digno y por la inestabilidad del precio del café. Las problemáticas del campo colombiano hicieron que se estableciera con más fuerza Cittaslow. Y ahora, con la propuesta de la Fundación de hacer un turismo justo, el pueblo se enfrenta a una paradoja: que aquel turismo sostenible, destinado a ayudar a los pequeños productores y a evitar que la vida se trastoque con el ruido del turista, no termine convertido en un turismo convencional, con empresas hoteleras que remplacen los hostales, restaurantes de lujo que quiebren los pequeños restaurantes y galerías artesanales que obliguen al ciudadano a dedicarse solo al turista que viene, y a dejar su vida tranquila. Tanto más reconocido sea Pijao por ser un pueblo tranquilo, más estará a la vista de grandes empresarios que buscarán la manera de sacar un poco de ganancias de la reputación que se ha sabido ganar el pueblo. Aunque por otro lado, entre más sea reconocido Pijao, más municipios colombianos verán a Cittaslow como una alternativa para aplicar en sus pueblos. Ya para octubre Pijao será oficialmente una Cittaslow y las publicaciones en los medios de comunicación no darán espera. Mientras tanto, la Fundación Cittaslow estará dando la pelea para que el proyecto siga siendo en pro de los pequeños pobladores. — Yo no sé si el Movimiento Slow me va a ayudar a conseguir el objetivo, que es un sueño que viene desde antes, y es tener una relación más armónica con el planeta; que los jóvenes y las madres tengan en casa huertas autosustentables y una mejor educación. No sé si al final será Cittaslow, o pueblo responsable, o un pueblo verde, pero sé los elementos que quiero que tenga y lucharé hasta donde pueda para que así sea —concluye Mónica.

Ser slow no es solo asunto de caracoles En Colombia, el Movimiento Slow llegó con la aparición de la Red Slow Food. Hoy son diecisiete comunidades del alimento localizadas en diez departamentos de Colombia (Cundinamarca, Boyacá, Nariño, Meta, Cauca, Santander, Antioquia, Caquetá, Tolima y Magdalena) miembros del Colectivo de Productores y Consumidores Orgánicos de Colombia y pertenecientes a la Red Terra Madre, que plantea una economía local basada en la alimentación, la agricultura, la tradición y la cultura. Además, por la misma fecha en la que Mónica Flórez creó la Fundación, en Bogotá se estaba creando la Organización Despacio, que, de forma intrépida, ha tratado de llevar a la ciudad las ideas del Movimiento Slow con temas relacionados con el desarrollo y ciclo vital, el desarrollo urbano-regional y el cambio climático. Como Despacio y la Fundación Cittaslow, existe una serie de propuestas que, aunque no estén vinculadas con el Movimiento Slow, practican su filosofía. Este Movimiento de Slow Cities promueve el uso de la tecnología orientada a incrementar la calidad del medio ambiente, a salvaguardar la producción de alimentos singulares y ganar la contribución al carácter de la región. Además, busca promover el diálogo y la comunicación entre los productores locales y los consumidores, así como a incentivar la producción de alimentos usando técnicas naturales y amigables con el medio ambiente. Tal es el caso de los Mercados Orgánicos en Medellín, las conservas artesanales Margaritas del Río, el café El Retiro, la tienda de productos orgánicos Col y Flor, Ceres, Yerbabuena y otras más que no conocen el caracol de cuerpo azul y concha naranja, pero que llevan uno de ellos adentro de su ser.

Montañas entre los municipios de Pijao y Génova (Quindío).

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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No. 70 Septiembre de 2014


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