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Texto: JCP - Fotos: Jaqui - JCP

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No podíamos dejar pasar la edición número 100 sin hacer algo especial y se nos ocurrió que era el momento perfecto para compartir con todos ustedes una selección de fotos panorámicas tomadas en un viaje de 100 días que realizamos sobre una Kawasaki KLR 650 y cuya historia podrán encontrar a continuación.

Salinas Grandes, Jujuy, Argentina.

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sta historia nació como la de tantos otros, motivados por el sueño de viajar en moto y recorrer parte de nuestro continente, ese sueño lo tenía desde hace 22 años cuando por pura casualidad conocí a un viajero mexicano que pasaba por Medellín en su imponente BMW con el propósito de recorrer todo el cono sur. Aquel encuentro fortuito me dejó desde ese momento dando vueltas en la cabeza la idea de hacer algo similar algún día. Pasaron los años y por la pasión que sentía (y

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siento) hacia las motos termine trabajando de tiempo completo con ellas. Pero el trabajo, los compromisos y muchos más motivos que no viene al caso enumerar, me impidieron hacer realidad este sueño, el cual llego a convertirse casi como en un enemigo que me trasnochaba y me hacia sentir frustrado, pues lo veía tan fácil al conversar con muchos viajeros, y a la vez tan lejano que por momentos sentía como si fuera una utopía. Pero hubo un evento que encendió la chispa con suficiente fuerza para que se mantuviera pren-

dida y ese sueño se fuera convirtiendo en realidad. Ese evento fue el anuncio de que el Rally Dakar se correría en tierras sudamericanas, tal noticia fue el pretexto perfecto para comenzar a pensar en serio en el viaje, aunque el poco tiempo libre disponible me impidió hacer un plan detallado como debe ser en estos casos y al final, corriendo contra el reloj, entre el trabajo y la vida normal, logré arreglármelas, eso sí, con la ayuda de muchas personas, para tener todo listo para arrancar el 14 de diciembre de 2008.

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Atardecer en Chiclayo, Perú

Inicialmente la idea era viajar solo, porque así lo había imaginado siempre, pero al final Jaqui (mi esposa) se unió al proyecto. Otra que se unió a última hora fue la Lorita, como bautizamos a la KLR 650 color verde que Auteco amablemente nos ofreció para la travesía, esto fue algo que surgió sin pensarlo, puesto que el plan era hacerlo en nuestra moto, pero por pura casualidad alguien en esta ensambladora se enteró del viaje y pensó que sería interesante someter la KLR a dicha prueba y así fue como entró la Lorita en la historia, una KLR que nació como moto de pruebas, que compitió en un Rally en La Guajira, que pasó de mano en mano antes de llegar a las nuestras y que en su “cuerpo” mostraba las señales de un uso inclemente cuando la recibimos. Pero como ya conocía este modelo de una prueba realizada para las páginas de La Revista, no dudamos en aceptarla como nuestra compañera de aventuras y ahora viéndolo en retrospectiva nos damos cuenta que fue una excelente decisión. La preparación de la moto se hizo en tiempo récord, algo así como 10 días y consistió en colocar una barra protectora con deslizadores que sirven en caso de caída y también para poner los pies y descansar un poco, un gato central, accesorio muy útil a la hora de hacer mantenimiento o cuando se tiene que arreglar un pinchazo, estas piezas junto a un adaptador para colocar un baúl trasero Givi vinieron del catálogo de Custom Evolution, esta misma empresa desarrolló a pedido un puente para reforzar la suspensión delantera y darle mas rigidez a la moto en el tren frontal, lo cual se tradujo en seguridad y estabilidad. Las

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Contra todo pronóstico logramos salir el día señalado, aunque no a primera hora como eran los planes, sino a las 5pm. maletas laterales que se usaron fueron unas Shad plásticas cortesía de Dos Ruedas y se montaron con unos soportes originales Shad de V-Strom que en Custom Evolution supieron adaptar a la Lorita en tiempo récord. Otro elemento importante llegó por cortesía de Osaka y fue un parabrisas de mayor tamaño, una gran ayuda aerodinámica que fue vital en muchos momentos para ir más relajados. La silla también fue objeto de una modificación profunda por parte de Tapizados K-Lond, quienes son expertos en asientos para viaje y en el caso nuestro diseñaron uno para darle más comodidad al pasajero y mayor altura, de manera que pudiera disfrutar de una mejor panorámica desde el puesto de atrás, lo cual se cumplió a cabalidad. La preparación siguió con la instalación de dos porta-herramienta artesanales fabricados con tubería de PVC y en los que ayudaron dos excelentes amigos. En ellos se dispuso todo lo necesario para ser autosuficientes en caso de las varadas más comunes y para darle el mantenimiento básico a la moto. En Macrocentro le hicieron una revisión a conciencia a la moto, le colocaron llantas nuevas, Dunlop Trailmax, cortesía de Auteco, kit de arrastre y se modificó el amortiguador trasero para aumentar

su dureza más de lo que permite normalmente y con eso ponerlo a tono con el peso que tendría que soportar. Por último la empresa Dryman, especializada en elementos impermeables nos confeccionó un par de estuches para llevar las colchonetas de camping, que debían viajar sobre las maletas laterales. Con todo esto, más una maleta de imanes para el tanque y un pequeño paraguas que viajó pegado al manubrio estábamos listos para salir. Un sábado temprano, a un día de la partida, yo corría de un lado a otro ultimando detalles, mientras la moto se encontraba en Custom Evolution donde se le daban los toques finales, por una falla mía en las comunicaciones todos los empleados se fueron a medio día y la Lorita se quedó encerrada. Infructuosamente y por todos los medios que se me ocurrieron trate de ubicar al dueño que estaba por fuera para conseguir que me abrieran y así sacar la moto para poder salir a tiempo, pero solo hasta las 3 de la madrugada logré ubicarlo y poco después rescatar la moto. Contra todo pronóstico logramos salir el día señalado, aunque no a primera hora como eran los planes, sino a las 5pm, pero en ese momento y después de varias semanas muy intensas solo queríamos arrancar, que la aventura por fin comenzara, sin importar cuanto lográramos avanzar. Y no fue mucho, es más, creo que fácilmente podríamos aspirar al récord mundial de la etapa inicial más corta en un viaje de este tipo. Por cuenta del cansancio y de una tempestad que nos esperaba al sur de Medellín solo recorrimos 25km ese día quedándonos en un hotel de Caldas, Antioquia,

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Formaci贸n rocosa conocida como Los Frailones en Cajamarca, Per煤

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Los técnicos de Auteco nos brindan asistencia.

algo gracioso por cierto, pero lo importante era saber que el sueño de tantos años empezaba a convertirse en realidad. Temprano en la mañana del día 2, estaba listo para prender la moto cuando Jaqui, con la intuición que caracteriza a las mujeres, me pregunta si tengo los papeles de la moto para guardarlos junto con los demás documentos. Una corta búsqueda arroja resultados negativos y ella sale en busca de un teléfono, porque ni celular quisimos llevar, la idea era desconectarnos completamente de nuestra rutina. Afortunadamente estábamos a media hora de la oficina y no en Popayán como era el cronograma original. Yo continué en lo que estaba y le di arranque al motor, pero 10 segundos después se apagó y todo quedó muerto. De inmediato pensé en los fusibles y me puse a revisarlos. Efectivamente encontré el fusible quemado y coloque uno de los que llevaba de repuesto, la moto prendió al primer intento y volvió a pararse poco después, pero esta vez vimos salir humo por debajo del tanque y un olor a cables quemados me dijo que la cosa era mucho más grave… Jaqui de nuevo salió para el teléfono, pero esta vez a pedir auxilio a Auteco. Para cuando llegaron los técnicos ya había adelantado parte del desarme para ganar tiempo y rápido me di cuenta que tenían claro lo que había pasado, porque llegaron directo a la causa

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La moto prendió al primer intento y volvió a pararse poco después, pero esta vez vimos salir humo por debajo del tanque. del problema. Me explicaron que la primera serie de esta versión de la KLR había llegado con el cableado mal ubicado, lo cual producía una fricción que con el tiempo terminaba pelando los cables y produciendo un corto circuito. También me contaron que a todas las motos de los clientes les habían corregido la falla tan pronto como llegó el reporte desde Japón, pero nadie se acordó de la moto de pruebas y para nuestra suerte la Lorita había fallado a solo 15 minutos de la ensambladora. Con esto resuelto, más una completa inspección de todo el cableado y conectores, pudimos retomar la ruta a medio día. Lo único que estaba definido en nuestro itinerario era que debíamos estar en Copiapó para el 11 de enero, así podríamos presenciar el paso del Dakar por el desierto de Atacama en Chile, vivir de cerca la competencia a motor más dura del mundo y trabajar luego en un reportaje especial que fue publicado en la edición # 86 de febrero

de 2009. Todo lo demás era indefinido, la ruta se iría planificando con los kilómetros, no teníamos un destino o una meta clara, no llevaríamos GPS, solo los mapas que fuéramos encontrando en el camino, así era como siempre había querido viajar, sin camisas de fuerza y dejando que el día a día marcara un destino, solo sabíamos que deseábamos explorar el continente y sus culturas, sentirnos libres, perdernos, conocer amigos en la ruta, hacer camping en medio de paisajes nunca vistos y estar de regreso en 60 días. No llevábamos ni 30km desde que salimos de Caldas cuando comencé a sentir que se me cerraban los ojos, le conté a Jaqui y ella me dijo que estaba igual, al parecer todo el “stress” y el cansancio acumulado de las semanas anteriores, donde no paramos de correr, nos estaba llegando de golpe y el cuerpo pedía a gritos descanso, así fue como decidimos que la segunda etapa solo llegaría hasta el Hotel Pipintá, un tranquilo lugar a 10km de La Pintada y a 90 de Medellín. El viaje no estaba avanzando precisamente tan rápido como esperábamos, pero por primera vez en muchos años no andábamos afanados y un poco de relax nos haría bien. Prácticamente hibernamos, porque dormimos como 36 horas donde solo nos despertaba el hambre y dos días después, con las baterías recar-

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Cordillera Blanca en el Callejón del Huaylas, Perú. Abajo en el valle se aprecia la ciudad de Huarás.

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gadas, arrancamos a las 5am y nos fuimos hasta Pasto. Luego perdimos un día entero cruzando la frontera con Ecuador, donde para la fecha se vivían tensiones por las peleas entre ambos gobiernos, peleas que al final pagamos los ciudadanos, pero fue cosa de paciencia para ingresar legalmente al país vecino, que por cierto fue de tránsito, pues ya lo habíamos recorrido antes y por ello el interés era llegar a Perú, lo cual no supuso mayor dificultad. Tan pronto como pisamos Perú le bajamos al ritmo y al mismo tiempo el paisaje cambió por completo, del verde predominante en Colombia y Ecuador, entramos de golpe a un territorio árido, con muy poca vegetación, que pronto se fue convirtiendo en un desierto, donde la arena se confundía en el horizonte con un cielo azul en el que era extraño ver una nube. Por momentos avanzábamos junto a la costa y los paisajes resultaban espectaculares, con playas solitarias que luego desaparecían mientras nos internábamos en infinitas rectas que se perdían en medio de la arena, algunas veces literalmente, porque el viento, que también se hizo presente, soplaba muy fuerte desde la costa cubriendo el asfalto con un manto de arena que se movía frente a nosotros. En ese momento comencé a darme cuenta que habíamos entrado a un paisaje totalmente desconocido y que las incontables fotos y videos de otros viajeros que había contemplado durante años no me habían preparado para lo que me esperaba. Fue entonces cuando decidí hacer un álbum de viaje diferente, uno enfocado en los paisajes, con imágenes panorámicas que me permitieran mostrar de una mejor forma lo que nuestros ojos estaban viendo. Muchos de ustedes se estarán preguntando porqué esperamos casi dos años para compartir esta historia y las fotos, y la razón es muy simple, no habíamos querido publicarlas hasta no tener la oportunidad de hacerlo en un tamaño que permitiera disfrutarlas plenamente y con la edi-

2,18 dólares el galón de súper en Ecuador, ojalá Terpel nos tratara así en Colombia. Un bonito paisaje rumbo al sur de Ecuador. Nuestro "caballo" de acero en las playas de Máncora, norte del Perú.

ción # 100 tuvimos el pretexto, la oportunidad y las páginas suficientes para obsequiarles una pequeña selección de las mejores panorámicas que captamos con nuestra lente. Junto con los nuevos paisajes también llegaron nuevos desafíos a nivel motociclístico, las curvas se fueron haciendo cada vez más escasas mientras avanzábamos por la costa rumbo al sur. Las interminables rectas, junto al fuerte viento lateral nos ponían a prueba en cada etapa. Al

principio era normal sentir bastante sueño después de medio día y debo confesar que un par de veces tuve que parar y acostarme junto a la moto después de que se me cerraran los ojos por instantes, experiencia muy desagradable por cierto, pero que pronto solucionamos en gran medida con solo reemplazar las comidas pesadas durante el día por pequeños bocadillos “light” repartidos cada cierto tiempo, así lográbamos recorrer los hermosos, pero a la vez monótonos desiertos y Tan pronto pisamos Perú comenzaron las rectas infinitas, el desierto y el viento.

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las infinitas rectas que serían la constante en gran parte del viaje. Perú estuvo marcado por la historia, que está presente a cada paso, con una riqueza que desborda cualquier expectativa, con infinidad de ruinas incas y de otras culturas que se funden con ciudades y pueblos de una manera increíble, al punto en que muchas veces les pasamos por encima sin percatarnos de su presencia. A la primera oportunidad que tuvimos dejamos la costa para adentrarnos en los Andes y visitar la ciudad de Cajamarca, encontrando por fin hermosas montañas llenas de verde, sembrados de todo tipo y cristalinos ríos que descienden desde las cumbres nevadas, también descubrimos que en este país, salvo la vía Panamericana que baja por la costa de sur a norte, pocas carreteras se encuentran en buenas condiciones y lo que muchas veces comenzaba con un asfalto impecable (pista como le dicen los lugareños), poco después se transformaba en difíciles caminos de tierra y piedra, en muy malas condiciones, que pusieron a prueba la resistencia de nuestra compañera de dos ruedas, que siempre se mostró a la altura, lo cual nos dio confianza para adentrarnos por lugares por los que no muchos se atreverían y menos con el peso que llevábamos a cuestas (la Lorita). Uno de tantos caminos abandonados a su suerte, donde avanzábamos de hueco en hueco, terminó por arrancar dos de los tornillos que sujetaban la maleta posterior. En ese momento recordé a Mauricio Cano, en Custom Evolution, diciéndome “Juan, esos tornillos hay que cambiarlos por unos más resistentes, eso no te aguanta” y yo de cabeciduro contestándole “Tranquilo Mauro que esa maleta va casi vacía”. Por suerte encontramos una sombra en la entrada de una casa, que invadimos por completo a medida que el desarme se hacía más y más grande, ese día era 25 de diciembre y nunca olvidare cuando se abrió la puerta de la casa y una señora con cara de preocupación me dijo: ¿se malogró?. Con media moto desarmada y dándome cuenta de que no podía hacer nada para sacar los tornillos reventados, me provocó sentarme a reír con esa pregunta tan extraña, a quién carajos se le ocurriría una palabra tan rebuscada, pensé en ese momento, pero luego se acercaron otros lugareños que celebraban la llegada del niño Dios en la casa aledaña y de sus bocas salieron exactamente las mismas palabras, solo que después nos invitaron a la fiesta para que nos emborracháramos con ellos, todo con un acento muy gracioso. Con polvo hasta en las pestañas, bañado en sudor y sabiendo que me esperaba un trabajo de por lo menos hora y media para volver a dejar todo en su sitio y amarrar la maleta de alguna forma, en ese momento sentí ganas de unirme a la celebración, pero en eso recordé los programas

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de la señorita Laura y las trifulcas que se armaban en las “polladas” y me concentré en armar la moto y seguir el camino antes de que cayera la noche. Pero como premio de consolación la señora de la casa a la que le habíamos invadido la entrada, apareció luego con un plato lleno de mango maduro picado en tajadas que nos cayó como del cielo en medio de un calor sofocante. El Callejón del Huaylas era un lugar que deseaba ver con mis propios ojos, un valle encajado entre las cordilleras Blanca y Negra, llamadas así porque una está coronada por nevados y la otra es tono oscuro. Llegamos hasta Huarás, la ciudad que esta en medio del valle, luego de escalar por un camino estrecho y escarpado flanqueado por abismos profundos, en un desolado paisaje donde es difícil explicarse cómo hacen los indígenas para cultivar en las empinadas laderas. Se suponía que todo era “pista” como nos dijeron en Chimbote poco antes de desviarnos de la Panamericana, pero el impecable asfalto que nos llevó hasta un

pueblito llamado Casma, al otro lado se convirtió en un camino de tierra que no paró de subir hasta que por fin coronamos a más de 4.000 metros de altura y en eso aparecieron al otro lado del valle esos imponentes nevados formando un cuadro que parecía sacado de la imaginación. Igualmente irreales resultaron los paisajes del Cañón del Pato, una formación que aturde los sentidos, donde ambas cordilleras (la Blanca y la Negra) se juntan casi hasta tocarse, con inclinadas paredes de roca que suben vertiginosamente más de mil metros y que han sido labradas por el río Santa. Pero no solo el paisaje nos dejó atónitos, sino también la angosta carretera que lo recorre, donde recomiendan no detenerse por las rocas que se desprenden constantemente de las paredes. Vía que además se encuentra plagada de estrechos y oscuros túneles en los que solo cabe un vehículo, todo esto convierte la experiencia en algo muy emocionante. Esta bella región también nos regaló por primera vez la experiencia de rodar a más 5.000

En medio del árido paisaje sorprende la abundancía de cultivos. La vía conduce a Huarás.

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Este es el Cañón del Pato en Perú, dos cordilleras que se jutan casi hasta tocarse.

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metros de altura, en el Parque Nacional Huascarán, disfrutando de una privilegiada vista de algunas de las cumbres más elevadas del Perú. El viaje nos llevó luego hacía Lima, una ciudad llena de encantos, y de allí a Nazca cruzando de nuevo interminables desiertos. En el camino conocimos a Javier, un español que recorría América por segunda vez en una BMW y como la ruta coincidía nos fuimos disfrutando de su compañía y de sus entretenidas historias por varios días. En Nazca sobrevolamos las enigmáticas líneas, casualmente compartiendo aeronave con una familia paisa que viajaba en carro, también conocimos los ancestrales acueductos dejados por esta enigmática civilización, que aún hoy les sirven a los pobladores de esta región para sacar agua del desierto y sobrevivir en una de las zonas más secas del continente. Entre Nazca y Arequipa nos esperaba uno de los mejores tramos de carretera que haya rodado en toda mi vida, unos 80km bordeando el pacífico en un trazado imposible que es como poesía en asfalto, con curvas desafiantes que discurren al borde de los acantilados, con inmensas dunas de arena que se elevan cientos de metros, con playas solitarias y con un cielo azul omnipresente. Tan solo había que cuidarse de las “lenguas” de arena

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que cubrían la vía en algunas zonas, obligando la presencia constante de palas mecánicas para evitar que la vía desapareciera bajo la arena. A Chile llegamos casi sin darnos cuenta, de no ser por el puesto de frontera uno no se enteraría que acaba de entrar a un nuevo país, simplemente es una línea imaginaria en medio del desierto la que separa ambos países, pero cuando llegamos a Arica, la primera ciudad ubicada a pocos kilómetros de Tacna (última ciudad peruana), de inmediato se hizo evidente que estábamos en otro mundo. Desaparecieron los impredecibles motocarros que se cruzan por donde uno menos lo espera, el tráfico era ordenado y los conductores se detenían en las cebras para cederle el paso a los peatones. Parecía como si estuviéramos en una ciudad europea, pero en medio del desierto. Yo de todas formas mantenía mis reservas, incrédulo de que tanta belleza fuera verdad y mientras avanzábamos por el desierto de Atacama rumbo a Copiapó, que estaba a 1.200km de distancia, me pasó algo gracioso. Recorríamos una recta infinita cuando vimos una señal que indicaba un paso a nivel a 200m donde debíamos hacer un pare. Instintivamente mire por el espejo y un inmenso bus nos seguía a buena velocidad, como podía ver hasta el infinito en ambos lados era

obvio que ningún tren estaba en la vía y temeroso de parar con semejante “borrador” pisándome los talones, simplemente baje la velocidad al pasar sobre la carrilera, pero me quede observando el espejo y atónito pude ver como el bus paraba por completo mientras el conductor giraba la cabeza en ambos sentidos antes de reanudar la marcha, en ese momento me quedó claro que a pesar de estar en un país latino, Chile era otro mundo. En el Atacama el viento se puso más fuerte que en Perú y en algunos tramos me costaba mantener la moto en línea recta, de hecho casi todo el tiempo tenía que hacerle fuerza al manubrio para contrarrestar la fuerte brisa y la moto se mantenía inclinada hacia la derecha como en una curva infinita pero avanzando en línea recta. Hubo etapas realmente difíciles, donde seguía adelante porque no había otra opción en medio de un paisaje donde es muy poca la presencia humana y donde las palabras árbol o sombra prácticamente no existen en el vocabulario, de hecho, en algunas etapas lo único que encontrábamos eran estaciones de Los jardines pertenecen a la Plaza de Armas de Lima, un lugar impecablemente conservado. Abajo, rodando con Javier cerca a Nazca. Lagunas Llanganuco en las faldas del Huascarán.



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Esta carretera de fantasía es entre Nazca y Arequipa

De izquierda a derecha: Listos para sobrevolar las misteriosas Líneas de Nazca. La cultura Nazca hizo estos agujeros para extraer agua del desierto. La Lorita y sus dos pasajeros avanzando hacia el sur de Perú, foto cortesía de Javier. Un hermoso atardecer en Arquipa, con la catedral en primer plano. Ya estábamos "cerquita" de la capital chilena. Abajo, la "Lorita" se ve minúscula en medio del increíble paisaje de la costa peruana al sur de Nazca.

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combustible que veíamos como si se tratara de un oasis y donde era obligatorio llenar el tanque para poder alcanzar la siguiente estación. Justo a tiempo llegamos a Copiapó para ver el paso del rally, pero la ciudad estaba a reventar y por más que buscamos era obvio que todos los hoteles se encontraban llenos, pero la suerte estuvo de nuestro lado y cuando nos disponíamos a salir de una hostería se me acercó un hombre con cara de extranjero y en perfecto ingles me dijo que en su cuarto había una cama doble disponible, que venía con un amigo desde Canadá en dos KLR y que éramos bienvenidos. El propietario del hotel no tuvo problema después de asegurarse que le pagaríamos la tarifa extra y nosotros, además de una buena cama, ese día

ganamos un par de amigos. Mike y Maurice resultaron excelentes compañeros de viaje, el primero un instructor de motociclismo en Canadá y el segundo un chef, con ellos formamos un buen grupo y seguimos juntos hasta Valparaíso. En ese punto no sabíamos por donde seguiríamos y ellos tenían claro que deseaban llegar rápido a Ushuaia, por eso nos despedimos con algo de nostalgia, esa es la parte difícil en los viajes, tener que decirle adiós a tanta gente especial que se conoce, sabiendo que lo más probable es que nunca los volverás a ver. En ese momento llevábamos 34 días viajando y más de 9.000km, la rueda trasera se había acabado por el centro y para fortuna nuestra el hostal donde nos quedábamos, Villa Kunterbunt,

era un refugio de motociclistas que embarcaban desde este puerto sus máquinas de regreso a Europa, dejando llantas en muy buen estado y así fue como conseguimos una rueda casi nueva de las medidas exactas, que los dueños del lugar nos obsequiaron. Para ese momento cualquier ahorro era vital, y agradecimos mucho el regalo, porque mi cuenta había sido bloqueada dos semanas atrás, al parecer porque el sistema detectó un movimiento en el exterior y al mismo tiempo otro en el país y la única opción que nos daban en Bancolombia era ir personalmente a una oficina, algo que nos quedaba muy complicado. Por eso debíamos defendernos con un dinero prestado que nos pusieron en la cuenta de Jaqui y pagando donde podíamos con mi tarjeta de crédito que

El desierto de Atacama cambia de color constantemente, aquí los tonos rosa lo hacen ver hermoso. Arriba Mike y Maurice con sus KLR y la llegada al campamento Dakar.

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era lo único que funcionaba, pero de golpe el presupuesto se nos redujo a menos de la mitad y esto nos obligó a bajar al máximo los gastos para poder seguir viajando, una dificultad que finalmente resultó positiva porque nos enseñó que podíamos viajar más con mucho menos, fue entonces cuando decidimos que seguiríamos hacía el sur de Chile. Pasamos por Santiago, ciudad que nos impactó por su orden, y a partir de ahí la vía se convirtió en una monótona autopista de 4 carriles. En un punto, cansados del tráfico nos salimos hacía unos termales que mostraba nuestro mapa, fue una apuesta arriesgada que implicaba desviarnos 70km, pero encontramos un camino secundario que serpenteaba en medio de hermosos bosques maderables y en un pequeño caserío encontramos un pacífico hotel (el único), administrado por sus dueños, una pareja de avanzada edad que nos acogió como si fuéramos de la familia. Allí, en medio de árboles frutales, encontramos una paz increíble y decidimos hacer una pausa de varios días para recargar baterías, la gente del lugar era muy amable y se notaba que vivían sin afanes, sin lujos también, pero sin carencias. El tiempo lo aproveché para escribir el artículo del Dakar y para hacerle un buen mantenimiento a la Lorita, mientras Jaqui se daba gusto en la cocina ayudando y aprendiendo. Como éramos los únicos huéspedes, Don Juanito y Doña Rosita (así se llamaban los dueños), siempre nos invitaban a la mesa con ellos y por esos días nos volvimos a sentir como en casa. Fue duro despedirnos, pero teníamos que seguir y pronto estábamos de nuevo en la aburrida autopista, hasta que el primer pinchazo del viaje rompió la monotonía. Con lo justó llegue a una “gomería” (montallantas), donde esperaba resolver el percance, pero el dueño se negó a ayudarme aduciendo problemas que había tenido con otro motociclista y solo me ofreció algo de aire y la promesa de que muy cerca encontraría donde arreglar la rueda. Un par de kilómetros más adelante estaba sudando la gota amarga mientras empujaba la moto buscando algo de sombra, en eso nos cruzamos con un trabajador de la autopista que me señaló un poste con un teléfono de emergencias, diciéndome que solo tenía que llamar y pedir ayuda, cosa que hice y una hora después estábamos amarrando la Lorita en un planchón que nos llevó hasta un montallantas 20km más adelante sin cobrarnos un solo peso, donde pudimos reparar la rueda y continuar el camino. Los días siguientes fueron de paisajes mágicos, con hermosos lagos e imponentes volcanes nevados en la zona más turística de Chile. Pucón, Puerto Montt, Puerto Varas, son nombres que nos traen a la mente imágenes inolvidables, sitios a los que llegamos por carreteras apacibles, algunas asfaltadas y otras de tierra, pero todas rodeadas de un panorama increíble. En ese punto decidimos cruzar los Andes y entrar a la Argentina por el paso Samoré, una entretenida carretera de montaña que se interna en bosques de coníferas centenarias que parecen de la era de los dinosaurios. La tierra de los gauchos nos recibió con un clima inmejorable y con asfalto recién colocado que nos llevó hasta Bariloche disfrutando cada curva y cada paisaje, donde nuevamente los lagos de aguas color turquesa dibujaban postales en nuestra retina.

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El primer pinchazo del viaje nos tocó en una autopista chilena, pero al pagar peaje teníamos derecho a grúa. El volcán Osorno se ve imponente desde Puerto Varas. Abajo una imagen tradicional de la ciudad de Valparaiso y a la izquierda la foto para el recuerdo con Don Juanito y Doña Rosita en el Hotel del Turista en Catillo.

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Paso de frontera Cardenal Antonio SamorĂŠ, entre Chile y Argentina.

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En Bariloche es obligatorio quedarse varios días, la zona tiene demasiado para ofrecerle al turista y así lo hicimos. En este punto tomamos una decisión importante, teníamos el tiempo necesario para regresar en el plazo inicial de 60 días, pero habíamos avanzado tanto que era inevitable el deseo de seguir al sur, y además, por el problema con el banco, habíamos logrado recortar tanto el presupuesto diario que nos sentíamos capaces de bajar hasta el final del continente, así fue como decidimos seguir hasta Ushuaia. A partir de ese punto comenzamos a hacer camping, estábamos descubriendo la magia de la Patagonia y qué mejor manera que durmiendo al aire libre, disfrutando plenamente sus paisajes solitarios, sus vientos eternos y un clima que puede ser muy benévolo o despiadado con nosotros que venimos de otro mundo. A pesar de lo difícil que puede llegar a ser el manejo cuando el viento sopla de lado a más de 80km/h, cada día en la Patagonia fue maravilloso, incluso cuando una leve llovizna nos mostró lo que es realmente sentir frío. Estuvimos en el Calafate, lugar de fama mundial, gracias al glaciar Perito Moreno, un espectáculo de la naturaleza indescriptible, un río congelado con paredes inmensas de hielo que crujen y estallan a medida que se mueven montaña abajo para finalmente caer a las aguas del Lago Argentino, el más grande de los lagos patagónicos. También visitamos Chaltén, un poblado construido a los pies del macizo Fitz Roy, una mole de roca que se eleva hacía el cielo formando un paisaje que parece salido de una película de ciencia ficción y que es como el paraíso para los aficionados al montañismo y a las caminadas por campo traviesa, con senderos de una belleza única y con lagunas cristalinas cuya agua se puede beber con absoluta tranquilidad. El siguiente destino eran las Torres del Paine, en Chile, otra formación rocosa de gran belleza que siempre había deseado ver con mis propios ojos

Arriba una postal con el macizo Fitz Roy como telón de fondo. Más abajo nuestro hotel portátil. Sobre estas líneas el momento en que nos cruzamos con Santiago Lema por primera vez y abajo la foto obligatoria al final del continente, a la Izq. Juan Pablo y Santiago.

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y que me hizo esperar casi medio día hasta que finalmente las nubes se movieron un poco permitiéndonos contemplar otro paisaje de fantasía. Rumbo a Punta Arenas, ciudad que fuera paso obligado de los barcos antes de la apertura del Canal de Panamá, pasamos por Puerto Natales, donde comer centolla es más barato que pedir una hamburguesa, pero por más que en otros lugares paguen fortunas por estos inmensos cangrejos de las profundidades, nosotros no fuimos capaces al ver que debíamos seleccionarlos vivos de grandes acuarios y que les esperaba una olla con agua hirviendo. En esta zona sucedió algo insólito, en un cruce de caminos vi parqueada una moto conocida, era la DR 650 de Santiago Lema, un colombiano que andaba viajando en solitario y cuyos relatos yo venía siguiendo por Internet desde antes de partir. Solo nos conocíamos por correos y aunque sabía que estábamos muy cerca fue una casualidad cruzarnos sabiendo que íbamos por diferentes rumbos. Total, el encuentro fue emocionante, yo sentía mucha admiración por este aventurero que había sido una gran motivación en las semanas finales antes de partir. Como teníamos que seguir la ruta y la noche se acercaba nos despedimos con la esperanza de volver a encontrarnos camino a Ushuaia, lo que nunca imaginamos fue que al día siguiente cruzaría frente a nosotros, en un semáforo en pleno centro de Punta Arenas. A partir de ese momento seguimos viajando juntos por 21 días. La sensación de llegar a Ushuaia fue algo especial, pero más que todo porque ese día nos encontramos en el camino con Juan Pablo, otro paisa que viajaba en una BMW y también nos cruzamos con Peter, un mexicano muy “buena onda” en otra BMW, así, en grupo, llegamos a media noche hasta la ciudad más austral del mundo, desde donde salen los barcos con turistas que pueden pagar los costosos tours a la antártida, nosotros nos dedicamos a conocer la zona, fuimos hasta Bahía Lapataia que es donde finaliza la carretera que viene desde Buenos Aires y donde todo viajero debe tomarse una foto junto al cartel, la nuestra acompañados por Pablo y Santiago, porque Peter no quería saber nada de caminos de tierra.

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La luz del atardecer en la Patagonia es única, el lugar es el faro de Puerto San Julián.

Rodando en compañía de los guanacos en el Parque Torres del Paine.

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El glaciar Perito Moreno se ve imponente al fondo, sencillamente no hay palabras, hay que verlo en persona.

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En este punto no quedaba otra opción que dar media vuelta y comenzar a avanzar al norte, decidimos que subiríamos por la costa atlántica hasta Buenos Aires y allí pensaríamos qué hacer. Nos despedimos de Pablo y de Peter, pero seguimos disfrutando de la compañía de Santiago que tenía los mismos planes. Eran en total más de 3.000km para llegar a la capital argentina y en la primera mitad el viento nos la puso complicada y luego cuando desapareció de un momento a otro, nos vimos inmersos en medio de un calor insoportable. Comenzaba la Pampa y le decíamos adiós a la Patagonia, no sin antes visitar Punta Tombo, un santuario natural donde se reúne la mayor colonia de pingüinos Magallanes, con más de un millón de estos simpáticos pájaros que pudimos ver de cerca mientras cuidaban a sus polluelos nacidos en estas playas un par de meses atrás. Antes de llegar a Buenos Aires pasamos por Balcarce, lugar de parada obligada para conocer el Museo Fangio y disfrutar de los hermosos autos de carreras que allí restauran y conservan en memoria del laureado piloto. Casualmente nos enteramos del Enduro del Verano, competencia que se corre en unas playas inmensas, muy cerca de donde estábamos y en las que participan más de mil pilotos en motos y cuatris, y para allá nos fuimos, pudiendo hacer un buen artículo para La Revista y disfrutando de un evento único en nuestro continente.

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Iván Pisarenko, un viajero “de profesión” que conocimos en Medellín y que fue protagonista de estas páginas nos recibió en su apartamento de Palermo, un barrio muy tradicional de Buenos Aires, allí pasamos una semana relajados, conociendo esta inmensa urbe que tiene miles de sitios para ver y de historias por descubrir, en esa pausa logramos resolver el problema del banco, todo gracias a un funcionario que entendió nuestra situación y fue justo a tiempo porque ya los recursos se estaban agotando. Esto nos dio ánimos para seguir rumbo a las cataratas de Iguazú, cruzando primero todo Paraguay y recorriendo parte del sur de Brasil, tierras muy hermosas y de gente apacible, aunque en un poblado llamado Melo, muy cerca de la frontera con Brasil, nos pegaron un susto tremendo, eran las 5 de la mañana cuando salí del hotel a calentar la moto y en medio de la oscuridad se me acercaron tres hombres desde ángulos diferentes, estaban vestidos de civil y se identificaron como policías aduaneros pero nunca vimos ninguna identificación, nos pidieron los pasaportes y nos ordenaron que los siguiéramos, en ese momento solo atiné a decirle a los dos empleados del hotel que habían visto todo desde la puerta que en el libro de registro estaban nuestros datos por sí algo nos pasaba, ya que ellos nos dijeron que no conocían a estas personas. Como no había otra opción seguimos la camioneta blanca en que andaban y llegamos

hasta un edificio con fachada antigua donde me ordenaron abrir todas las maletas. No supimos qué andaban buscando, pero muy pronto se dieron cuenta que éramos unos simples turistas y sin dar ninguna explicación nos regresaron los pasaportes y nos indicaron la salida del pueblo, esta era la segunda experiencia desagradable con las autoridades, la primera fue en un pueblo llamado Las Flores, cerca de Buenos Aires, donde nos detuvieron varias horas en una comisaría mientras investigaban nuestros antecedentes con ¡Interpol!, todo gracias a esos “compatriotas” que se han dedicado a empantanar el nombre de los colombianos en todo el mundo. El río Iguazú y sus enormes cataratas superaron cualquier expectativa que tuviéramos, no en vano es catalogado como una de las grandes maravillas de la naturaleza. Un lugar donde se siente el poder del agua en todo su esplendor y con un entorno natural de una exhuberancia inigualable. En este punto llevábamos 85 días viajando y sentimos que ya era hora de regresar, en especial por la presión del trabajo que ya comenzaba a pesar, por eso emprendimos el retorno a casa. Arriba, la Lorita posando con la ciudad de Montevideo al fondo y Jaqui junto a unos amigos muy especiales en Punta Tombo. Abajo el Enduro del Verano y una de las tantas Joyas del Museo Fangio, en Balcarce.



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Vali贸 la pena esperar medio d铆a hasta que las nubes nos dejaron ver las Torres del Paine.

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Increíble el color del río Santa Cruz en la Patagonia Argentina. De izq. a der. Ivan Pisarenko, Santiago Lema y Peter Rubke, amigos de ruta. Sin planearlo llegamos a la Tierra del Fuego. Esto es solo una fracción de las Cataratas de Iguazú. Hora de preparar la cena. Abajo se puede ver la moto inclinada por efecto del viento. En todo el viaje solo se cambió un bombillo y el piñón de salida que hubiera aguantado.

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Por fín una buena dosis de curvas, esto es subiendo al Paso Jama rumbo a Chile. La iglesia de San Pedro de Atacama con su eterno cielo azul y abajo una calle del mismo pueblo despues de que lloviera. La carne en Argentina es casi una religión. Cruzando Uruguay nos encontramos mucho tráfico en la vía, pero de arañas. Una granizada nos recibió en Ecuador.

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Comenzamos a hacer etapas largas llegando a sumar hasta 1.200km de interminables rectas en un solo día, así superamos el tramo más aburridor de todo el viaje que fue el cruce de Argentina por el norte hasta llegar a Salta y desde ahí seguir rumbo a Chile por el paso Jama, una carretera de ensueño que sube hasta los 5.100 metros, donde nos llevamos otro susto al dejarnos coger de la noche rumbo a San Pedro de Atacama y vernos inmersos en medio de una tormenta de nieve, esa fue la única vez en todo el viaje que sentí algo de miedo sobre la moto, pero la vía estaba tan bien demarcada con reflectivos que pudimos llegar a pesar del frío y de la poca visibilidad. Una suerte para nosotros, porque no sería nada bueno caerse de noche en medio de la nada y a temperaturas bajo cero. En San Pedro de Atacama nos pasó algo curioso, se suponía que estábamos en medio del desierto más seco del planeta y nos toco un aguacero que tomó por sorpresa a los locales, hacía casi dos años que no llovía, como nos contarían más tarde, y todos corrían a ponerle plásticos a los techos de barro para que no se deshicieran. A partir de este punto ya conocíamos el camino y nos concentramos en avanzar, curio-

samente lo que de bajada nos había parecido difícil, como las rectas y el viento en el desierto, ahora ni nos afectaba, después de lo vivido en la Patagonia estábamos curtidos y se nos hizo fácil cruzar Perú, lástima que al llegar a la frontera con Ecuador se nos había vencido un poder que Auteco nos entregó y que es necesario cuando la moto no es propia, esto nos obligó a pasar la noche en Huaquillas, un poblado que es algo así como una plaza de mercado callejera en medio de la vía Panamericana, afortunadamente nos aceptaron una copia enviada por fax al otro día, porque no me imaginaba pasando allí otra noche, en un hotel que fue el peor de todo el viaje con amplia ventaja y eso que hubo otros… A los 100 días exactos llegamos nuevamente a casa sintiendo una gran satisfacción, no solo por haber hecho realidad un sueño que me había perseguido por muchos años, sino también por regresar enteros, sin una sola caída que lamentar y con la moto funcionando como el primer día, aunque pidiendo a gritos una lavada. Y es que en más de 30.000km tan solo tuvimos dos pinchazos y el segundo fue al lado de una serviteca en Argentina; compramos dos llantas en Buenos Aires

que Metzeler nos dio con un buen descuento, gracias a la amable gestión de Marcelo Otonello, un colega de la revista Infor Moto; cambiamos un bombillo al que se le fundieron las bajas y al regreso reemplazamos en Lima el piñón de salida y eso porque ya habíamos desarmado, porque el que tenía nos hubiera traído sin problemas. Curiosamente al llegar a Auteco, donde queríamos hacer la primera parada se le pegó el arranque a la Lorita y como no pudieron dar con el daño rápidamente nos tocó decirle adiós a nuestra fiel compañera, agradeciéndole que nos llevó y nos trajo sin fallar una sola vez en el camino, por lo menos no mientras estuvo lejos de su casa. Lo más extraño fue terminar el viaje en una Agility que nos prestaron y que se sentía como una pluma entre las piernas. En esos últimos kilómetros no pude evitar sentir algo de tristeza al recordar todo lo que habíamos vivido en esos cien días, al pensar en toda la gente que conocimos, pero al mismo tiempo sentía alegría por todo lo que aprendimos y más que nada por tantos lugares que nos quedaron por conocer y que a partir de ese momento se convertirían en la motivación para comenzar a soñar con el próximo viaje.

La palabra inmensidad cobra sentido al recorrer la Patagonia

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Rumbo a IguazĂş nos cansamos del asfalto y preguntando por vĂ­as alternas llegamos a este paraĂ­so.

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