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Unificación cambiaria y apertura comercial son reformas de primera generación
Valentín GUTIERREZ - Eugenio MARÍ
Valentín Gutierrez, Analista Fundación Libertad y Progreso.
Eugenio Marí, Economista jefe en la Fundación Libertad y Progreso.
La Argentina se encuentra en tiempos decisivos. Y es que ya sea por voluntad propia o por fuerza de las circunstancias, lo cierto es que muchas cosas deberán cambiar en los próximos meses. Lo incierto, por el contrario, es con qué velocidad y de qué manera se darán esos cambios. Nuevamente; las circunstancias exigen reformas, pero no es evidente en qué orden se darán esas transformaciones ni cómo se darán, con diferentes escenarios todavía abiertos. Entretanto, si queremos reducir la incertidumbre, es importante definir un horizonte hacia adelante. Y en términos económicos, preguntarnos: ¿qué combinación de políticas macro es la más conveniente para resolver los problemas que enfrentamos con el menor costo posible?
El sentido de urgencia se desprende de que el modelo económico actual se encuentra agotado. Algo que queda en evidencia frente a los desequilibrios que se observan. En lo fiscal, el déficit de la tesorería que heredará la próxima administración será del orden del 5% del PBI; a lo que habrá que sumar el pago de intereses de la deuda remunerada del Banco Central por otros 8 puntos del producto.
Un Banco Central que está completamente quebrado, con reservas netas negativas por 9.000 millones de dólares. Por cada peso en circulación, hay otros 3 pesos adicionales en deuda de corto plazo de la autoridad emisora, permaneciendo esto como una llama latente de inflación futura, capaz de avivar el fuego que ya se encuentra en 124% interanual, y que empuja a millones de argentinos a la pobreza.
En lo cambiario, el actual cepo es mucho peor que el de 2015. La cantidad de normativas discrecionales, parches y restricciones convierte el actual esquema de control de cambios es, probablemente, el más restrictivo en el mundo. Todo mientras se intenta sostener un dólar oficial artificialmente barato, a todas luces insostenible. En lo comercial, nuevos impuestos a las importaciones se suman a un sinfín de trabas a la libre entrada y salida de bienes, personas y capitales.
Lejos de ser todos estos males inconexos o ajenos entre sí, ocurre que todas estas variables están estrechamente ligadas. Madre del populismo, el control de cambios produce escasez de divisas al deprimir nuestras exportaciones y subsidiar importaciones. Sin dólares, el BCRA no puede defender el valor de nuestra moneda, menos aún si financia déficits públicos con emisión monetaria, ni tampoco responder a nuestros compromisos externos, acercándonos al default. Luego, para evitar la salida de reservas, se restringe el acceso a la compra de divisas o se desalienta su uso comercial, pero eso no hace más que dañar la actividad de empresas que necesitan insumos y nuestras relaciones con el mundo. Se realiza entonces la profecía autocum-
plida: vivir con lo nuestro. Todo es caro y nuestra productividad menor. Ante este escenario, existe ya cierto consenso en que el próximo gobierno debe abandonar el cepo, y como este es el cerrojo que impide resolver todo lo demás, imperioso será hacerlo rápidamente. Ese, sin embargo, es solo el principio de un conjunto de medidas que deben suceder prácticamente al unísono, el primer cable a cortar de un modelo que no se va a ir sin dejar consecuencias. Es muy al pesar de todos, que seguramente las cosas deban empeorar antes de que puedan ser mejores. Pero eso solo hace más importante que encaremos nuestros problemas de manera decidida y los resolvamos pronto, intentando generar todo impulso inicial cuanto podamos.
Resulta que con la salida del cepo los precios de los bienes transables tenderán a encarecerse, puesto que el tipo de cambio de los importadores para acceder a bienes del exterior será más alto. Esto significa comida, tecnología y ropa -la canasta del siglo XXI- a un precio mayor. Es posiblemente ese efecto, y el dolor inicial que supone toda revelación de precios, el principal golpe que debe-
rá soportar el próximo gobierno a su apoyo popular. Actualmente, qué tan fuerte puede ser este impacto no está saldado en los círculos económicos. Todo depende del nivel de credibilidad que consiga la próxima administración y el descalabro que deje la actual. Tenemos entonces diferentes opciones: 1) mantener el cepo y controles sectoriales 2) ir a un desdoblamiento, menos ineficiente con un dólar comercial y otro para el resto de operaciones, o 3) avanzar inmediatamente hacia un mercado único de cambios y detener la sangría de divisas cuanto antes. Esta última es la única opción que permite el ingreso de capitales y normaliza los flujos de producción para así dar lugar a la necesaria recuperación económica.
Ahora bien, si precios más altos es a lo que se teme, existe una manera de amortiguar este suceso lo más posible y resistir así al embate: futuro Ministro de Economía, abandone el cepo, pero también libere las importaciones. Una apertura comercial tendría a fin de cuentas el efecto contrario al de la unificación cambiaria. Al aumentar la oferta de bienes transables y la competencia en los mercados, ayudaría a moderar la suba de sus precios. Este
impacto se concentraría además en los productos que hoy son de los sectores más protegidos: indumentaria, calzado, tecnología, medicamentos, movilidad. En otras palabras, mediante la eliminación de las barreras cuantitativas y arancelarias, se mitigarían las consecuencias que supone el sinceramiento de un tipo de cambio para importaciones más elevado.
Esa es la combinación correcta. No solo pensando en lo urgente, sino también en lo importante. La apertura de los flujos comerciales también será un pilar de la reconstrucción del entramado productivo, hoy fuertemente golpeado por la recesión y la caída del ingreso por habitante, y con serios problemas de competitividad. La libertad de comercio no es una reforma de segunda generación, sino que debe ser parte inicial de nuestro camino, y por seguro un pilar fundamental de lo que viene, al menos mientras que la Argentina esté dentro del mundo y no fuera de él. A su vez, es posiblemente uno de los pocos amortiguadores que tendrá el próximo gobierno para aliviar precios, por lo que hay que aprovecharlo en el momento más difícil, el comienzo.