Núm. 175 Colima, Col., lunes 28 de septiembre de 2015 El equipo de Destellos se complace en poner en tus manos el segundo número del semestre, hecho con mucho entusiasmo por alumnos, egresados y profesores de la Facultad de Letras y Comunicación (FALCOM). Presentamos en esta edición los cuentos, ensayos y poemas de distinto estudiantes y académicos, así como una propuesta fotográfica resultado del viaje de una alumna de la facultad. La FALCOM hace una cordial invitación a que, al igual que los participantes de este número, te animes a enviar tu propuesta, a ti que tienes interés en producir y estudiar literatura, temas lingüísticos, o áreas afines a las humanidades. ¡No olvides revisar la convocatoria de cuentos de éste semestre! ¡Esperamos tus propuestas!
La Ciencia de la ficción La Ciencia Ficción es uno de esos géneros literarios de los que no se suele hablar en clases, ninguneado e ignorado durante décadas por los grupos intelectuazles y muchas veces quitándole esa distinción a los títulos que probaran su valor cultural e histórico, por ejemplo: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, siempre etiquetado como un libro distópico, o Frankenstein de Mary Shelley, clasificada como solo una clásica historia de terror. Estos dos libros —después de todos los conceptos a los que se les puede ligar— son historias de ciencia ficción. Rivalizando en posibilidades narrativas solo con la fantasía clásica, literalmente abriendo la oportunidad de visitar planetas lejanos y dimensiones desconocidas. Fungiendo como un escape a la imaginación, un vistazo al futuro o al pasado de un sitio o la crítica de una sociedad aspecto de ella. La ciencia ficción es un género que es imprescindible leer por su influencia en la cultura popular y en nuestra sociedad, sobre todo teniendo en cuenta que cuando los clásicos del género fueron escritos, se imaginaban el mundo en nuestros tiempos, un mundo como el nuestro, tal vez, con un poco más de robots. Durante el mes de septiembre tuvo lugar la primera convocatoria de ciencia ficción, organizada por Ediciones FALCOM. Los cuentos que resulten ganadores serán antologados en el primer libro especializado en este género editado por los estudiantes de la facultad. La convocatoria cierra el dos de Octubre, los invitamos a participar. - Ediciones FALCOM Estimada Mtra. Hilda Leal: Muchas gracias por compartir con alumnos, profesores y amigos de la Facultad de Letras y Comunicación tu gusto por la literatura universal. Gracias también por la calidad y calidez de tu amistad. Te vas pero te quedas. *** “He aprendido que el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad, está en la forma de subir la escarpada” Gabriel García Márquez.
Contenido Cayó Dios del cielo Miguel Ángel Araujo
3
La improvisación Emma Lizeth Flores Zárate De saber y suponer Itzel Alejandra Vallejo Ríos
4
Tres hombres, mucho pecado Alejandro Cabrera Platón y el lenguaje: sobre la rectitud (orthótes) y la potencia (dynamis) de los nombres: algunas breves reflexiones Mario Antonio Rodríguez Bautista
5
El movimiento estudiantil de 1968 en algunas obras literarias y fílmicas Víctor Gil Castañeda
6
El libro y la lectura a largo del tiempo Mario Iván Hernández Ascencio Mil besos Beth Rivera
2
8
Universidad de Colima Directora: Beatríz Paulina Rivera Cervantes Consejo Editorial: Ada Aurora Sánchez, Hilda Rocío Leal Viera, Víctor Gil Castañeda, Gloria Vergara, Krishna Naranjo, Cecilia Caloca, Carmen Zamora, Nélida Sánchez Coordinación: Abelina Landín Vargas Corrección: Omar David Ávalos Chávez Colaboración fotográfica: Roxana Anaya Diseño: Celida Buenrostro, Rafael Santos
Impreso en el periódico “El Comentario” José Ferruzca González Director eFacebookf Destellos Falcom eColaboracionesf destellosfalcom@hotmail.com abelandin@ucol.mx La opinión aquí expresada es responsabilidad de los autores
Cayó Dios del cielo Miguel Ángel Araujo Cortés* La tormenta terminó, las nubes se marcharon; navegaron guiadas por el viento hacia el amanecer. El astro rey borró los trazos oscuros que había dibujado la luna con la tinta negra de la noche. Aún se sentía la humedad de la lluvia en el aire, pero los dorados rayos solares que comenzaban a filtrarse en la tierra mojada y el asfalto humedecido anunciaban una tarde calurosa. Las calles seguían vacías. Algunas aves alzaban el vuelo desde las ramas para ir a postrarse en otro árbol. Había silencio: un profundo silencio que no dejaba oír más que los latidos del propio corazón. Y ahí estaba Dios. Sentado en una banca del jardín, contemplaba sin ánimo el vaivén de una hoja marchita que se movía con pesadez, sin poder alzar el vuelo a causa del chaparrón que sobre ella había caído. Era Dios, era él porque no podía ser otro, pero del Dios de las antiguas escrituras no quedaba nada: lucía una barba larga y blanca, sus ropas raídas y descuidadas iban bien con el agotamiento de sus ojos, con el cansancio de sus gestos, la tristeza en su mirada y su respiración entrecortada. Un Dios incapaz de contener un ápice de cólera en su voz. Un Dios caído de un cielo desgastado, venido de un edén olvidado, en desuso. Ahí estaba él, en medio del silencio, en compañía de una hoja maltratada, obligado a pensar como un hombre por vez primera y sin poder entender ni uno de todos esos pensamientos; esos pensamientos que le habían arrebatado su fuerza, que lo habían
consumido por los siglos de los siglos. Se preguntaba cuándo se habían filtrado, si cuando él había soplado sólo puso un alma en el barro inerte con que había jugado como cualquier niño juega a hacer pasteles con el lodo después de una tormenta. Pero ya no era un niño y no se maravillaba igual con sus juegos inocentes. Derribar torres y confundir las lenguas ya no era una novedad, ¿cuántas veces no se había cansado de sus juegos y los reiniciaba una y otra vez con lluvias torrenciales, erupciones y fuegos caídos del cielo, siempre con el mismo entusiasmo? Después de un tiempo sólo contemplaba la construcción de esas torres, sin intervenir, como un adolescente observa una colmena de hormigas, curioso, ausente, convertida su presencia en sólo una sombra amenazadora, una sombra y nada más. El silencio se rompió con el vibrante sonido de una campanada, primero una y luego un insistente repiqueteo, las aves volaron, ahora más lejos, y otra vez silencio, pero un silencio distinto: un silencio que se llenaba con los bostezos y las primeras palabras del día de los hombres y mujeres, algunas charlas breves en la cocina y el correr del agua en las regaderas. Las campanas sonaron dos veces más, las personas salían de sus hogares, guiados por la inercia, por el peso de los siglos, se dirigían a la casa de los santos, vírgenes y cadáveres torturados, como cada domingo. Hubo quien se detuvo para debatirse con una idea terca, algunos
dedicaron una mirada al Dios olvidado sobre la banca, no le reconocieron y siguieron su camino. Y ahí seguía él, ausente, como una sombra, con el rostro pálido, carente de ánimo, indiferente a su alrededor, impotente, así en la tierra como en el cielo. Y ella tocó su hombro, sin proferir palabra lo dijo todo, Dios miró a la Muerte que lo observaba con compasión y una lágrima amargó su mirada: comprendió al fin que su ciclo había encontrado aquella mañana su culminación, se había convertido en un Dios incomprendido, incapaz de entender al hombre y sus pensamientos, un Dios de rezos sin vida y fe marchita, un Dios desterrado del mundo, obligado a contemplar en soledad un edén olvidado, obsoleto a los nuevos conceptos que aquellas figuras de barro concebían en su cabeza. Allá, donde las campanas habían sonado, el sermón terminaba, y un niño, en voz baja, preguntaba a su madre “¿dónde está Dios?” Los rezos de esa madre llegarían al cielo para hacer la misma pregunta. Dios se levantó y caminó de mano de la Muerte, en el jardín quedó el silencio profundo y la hoja marchita. Arriba, aunque muy lejos del cielo aún, se dibuja la cruz más alta del templo, exhibía muerte y desesperanza de izquierda a derecha y en vertical. En algún momento Dios profirió, con verdadero dolor: -Perdóname, hijo, porque no sabía lo que hacía. *Alunno de 7º sem. de la Licenciatura en Comunicación
3
No recuerdo la fecha ni la hora exacta, pero sí me acuerdo del miedo que sentía al estar ahí, sentada en primera fila en el aula del profesor Ángel Ramírez. Mi pulso estaba acelerado, mis manos comenzaron a sudar frío al escuchar el conteo regresivo que dictaba el maestro ocho… siete…seis… tenía que hacer algo, era ahora o nunca, cuatro…tres…, no había tiempo que perder, tomé toda la valentía que en esos momentos existía en mi ser y me levanté del asiento, caminé hacia al frente y dije: ¡yo! En ese instante, cuando sentí salir de mi boca tal palabra, supe que no habría regreso, era mi hora de improvisar. El profesor Ángel se posó ante mí y sosteniendo mi hombro dijo: “tu tema es la mendicidad en Colima, tienes un minuto y medio”. Mi cerebro aumentó su capacidad de trabajar un 20 por ciento más de lo usual, pensando y uniendo las ideas que se me venían a la mente en esos instantes. Observaba a los compañeros con mis ojos muy abiertos, llenos de miedo y de vergüenza. Un movimiento a mi derecha llamó mi atención, volteé y vi al profesor haciendo señas y hablando, no pude comprender qué decía, ni siquiera escuchaba, pero no había necesidad, sabía lo que significaba, estaba dando la orden para comenzar y así lo hice. -Cuando vamos caminando por las calles principales y los jardines de nuestro bello Estado, ¿con cuántos mendigos nos encontramos? Ocho, diez, y ¿qué hacemos
cuando los vemos? Les damos uno, dos, tres pesos, es todo lo que hacemos para apaciguar la conmoción que causaron en nosotros. Los observamos sucios, con discapacidades, infecciones, tristes y todo lo que hacemos para calmar nuestras conciencias es tirarles una moneda. ¿Sabían ustedes que existen personas encargadas (padrotes) de ubicarlos en lugares donde los dejan abandonados en una banqueta para que comiencen con su rutina de humillación? Lo peor de esto, es que algunos suelen ser sus familiares que tratan de sacar ventaja de la desgracia ajena. Sabiendo esto, ¿qué harán? ¿Seguirán arrojándoles unos cuantos pesos con ínfulas de superioridad, o harán algo más? Yo me pregunto, ¿qué es lo que somos? ¿Seres humanos con capacidades sensoriales e intelectuales o monstruos narcisistas? -Yo no voy a esa clase por el 8 y mucho menos por el 10, querido lector, porque como dice el maestro Ángel: “yo me reservo el 10 para un excelente alumno, para un Aristóteles”, ¿acaso tú eres Aristóteles? Yo voy por la enseñanza que inculca el profesor y nos repite diariamente “ayuda al prójimo”. Porque es nuestra capacidad de ayudar a los demás y hacer algo bueno por nuestra sociedad, lo que nos distingue a los seres humanos de las plantas y de los animales. *Alumna del Bachillerato 1, Universidad de Colima
f f
f
Emma Lizeth Flores Zárate*
f
La improvisación
De saber y suponer Itzel Alejandra Vallejo Ríos*
Quisiera saber tanto de la vida, como lo que sé de tus ojos que se tiñen de gris por las mañanas y que brillan cuando la luna se apaga. Me gustaría tener un mapa de la existencia así como tengo un mapa mental de tu cuerpo, del que conozco los caminos cortos al ombligo y los largos al olvido. Un dibujo del Ser y una razón que lo explique, así como puedo explicarle a los otros el modo en que sonríes cuando planeas algo, como si supieras una cosa que ellos desconocen. Quisiera saber qué es la vida, así como sé qué es el amor cuando te respiro por la mañana, con las hojas del árbol que entran por la ventana, y por las noches con la lluvia del silencio. Me gustaría explicarte lo que es el ahora, el presente que se nos va y se convierte en futuro; así como sé del tiempo que me abrazas y te siento. Del mismo modo que mido tus labios y los centímetros hasta tu nuca. Quisiera decirte, a veces, lo que es esto que vivo. Pero sólo sé que tiene tu nombre aunque tú no sepas el mío. *Alumna de 5º semestre de Letras Hispanoamericanas
4
Tres hombres, mucho pecado Alejandro Cabrera* Duermo sobre las cenizas del volcán, que me queman, pero no me absuelven. Vivo entre las manos de los hombres que rozan mi piel. Vivo enamorado, de ellos de uno y de todos, y ese es mi pecado. Por eso sé que estoy en la hoguera, de ojos alumbrados, que juzgan y brillan. Me gustan los hombres, Me refugio entre sus manos, sus labios y sus carnes. Para cada uno le tengo diferente uso. Para sentirme protegido, mi padre, el hombre más noble. Para saber que vivo, que aún respiro, me acuesto con un hermano. Y el tercer hombre, ese que nunca me ha dejado, ni me abandonará antes que yo a él; él sobre todos mis amantes el más fiel, es el dueño de la tez morena que me mira desde el lago. *Alumno de 1° semestre de la Licenciatura en Linguistica.
Platón y el lenguaje: sobre la rectitud (orthótes) y la potencia (dynamis) de los nombres: breves reflexiones Mario Antonio Rodríguez Bautista*
Cuando cursaba cuarto semestre en la materia “Lengua y cognición” tuvimos como actividad la lectura y reflexión del texto Platón y el lenguaje: sobre la rectitud (orthótes) y la potencia (dynamis) de los nombres del cual me parecieron interesantes varios puntos planteados por el autor, Francisco García Bazán (2006)1, en la reflexión que ofrece del Crátilo. Inmerso apenas en las primeras líneas de La reflexión sobre el nombre en el Crátilo, una de sus ideas señala que “la […] significación recta de los nombres está de acuerdo con la naturaleza de los seres” y que además “existe por mero acuerdo y convención”2. Más adelante, recupero dos ideas que captaron bastante mi atención: “para que un enunciado sea falso basta con que una parte de él no esté de acuerdo con la realidad”3, y “la parte mínima de un enunciado es el nombre […] el nombre puede ser tanto verdadero como falso”4. De inmediato comenzaron a surgir varios cuestionamientos en mi mente, así como situaciones en las cuales podemos dar cuenta de la relación existente entre ser/nombre. Me cuestiono, ¿es nuestro nombre una marca de distinción entre semejantes? ¿Es, además, sinónimo de nuestra esencia, de nuestra existencia? Buscando respuesta a estos cuestionamientos (un tanto “filosofados”, creo yo), relacionado a un nombre y un ser, se me ocurre: ¿es nuestro nombre una marca de distinción entre semejantes? Estoy en conflicto con mi propio cuestionamiento y la respuesta que podría proporcionar, ya que, aún si hubiera dos personas con nombres muy parecidos, es su ser, su persona, su esencia la que le da significación distinta a la misma cadena de fonemas; entonces, ¿lo que hace la diferencia es el nombre o el ser? ¿Es, además, sinónimo de nuestra esencia, de nuestra existencia? En el texto podemos leer que “el nombre es una entidad […] volcada hacia la acción y que sirve para un fin determinado” (2006: 63), entonces, sugiero que es sinónimo de nuestra esencia/ existencia para aquellos que forman parte de esa existencia, que perciben esa existencia. Sé que existen (ejemplifico) dos Mario
embargo, aquellos cercanos a mí relacionarían “Mario Rodríguez” con lingüística, investigación, enseñanza de español, pero además, con mis aficiones, como la música; en el caso de mi homónimo, la relación sería “lingüística> (más características propias de Mario Rodríguez)>”. Entonces, sí, el nombre es sinónimo de nuestra existencia, para aquellos relacionados a esta. “El nombre tiene que expresar la esencia o significación de los seres” (2006: 65), y al leer esto recordé una idea planteada en clase por el profesor de la materia, Jesús Jiménez, quien decía que todo aquello que no es nombrado no existe. Entonces, me pregunto (ya para finalizar, y dejando estos últimos cuestionamientos a debate, también y al cual invito a aquel que lea estas líneas), ¿nos es otorgado un nombre con la finalidad de enunciar/anunciar nuestra existencia? ¿Ya el nombre marcará nuestra razón de ser en esta vida? Y me gustaría concluir con un pequeño verso, con tintes poéticos, que recordé mientras leía y divagaba: “sé que existo si me nombras”… *Alumno de 7º semestre de la Licenciatura en Lingüística 1y2 3y4
(2006: 61) (2006: 62)
Rodríguez que estudian lingüística, sin
5
El movimiento estudiantil de 1968 en algunas obras literarias y fílmicas Víctor Gil Castañeda*
El 2 de octubre de 1968 el presidente de la República Mexicana, Gustavo Díaz Ordaz, ordenó a los militares y policías que desalojaran por la fuerza a todas las personas que se habían concentrado en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Allá, en pleno centro del país. Otros dicen que la orden verdadera vino del Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. Las cifras de la masacre siguen siendo un misterio. Se habla de miles, otros dicen que fueron cientos. La literatura y las bellas artes no se quedaron en silencio. Bajaron a las calles para darle voz a las denuncias y hablar de los desaparecidos. Muchos intelectuales fueron encarcelados y otros renunciaron —en forma de protesta— a sus cargos en las embajadas, consulados y demás puestos públicos. Uno de los primeros textos que se editó fue el clásico: La noche de Tlatelolco de la periodista Elena Poniatowska. Nadie lo quería imprimir pues temían las represalias del gobierno, que se extendieron con mano dura hasta finales de la década de los ochentas. El texto de Poniatowska es una crónica pormenorizada de los sucesos y acontecimientos de aquellos días. Contiene numerosas fotos de los muertos, los acribillados y descripciones casi macabras, como una que indica: “Les disparaban con ametralladoras que usaban para tumbar aviones de combate”. En otra escena viene la descripción de cómo le perforaron el vientre a una mujer embarazada. Una más que me impactó fue cuando llegaron con los camiones de bomberos, llenos de agua y con sus mangueras a presión barrían la sangre desparramada en las calles, como océanos rojos después de un antiguo sacrificio azteca. En el año de 1980 el escritor Gerardo de la Torre publicó la novela Muertes de Aurora. En ella, unos obreros que participaron activamente en el Movimiento del 68 no logran cambios sustanciales en su vida laboral, ni familiar. Por eso viven amargados. El más grande, Jesús, termina de alcohólico y su amigo Galdino es abandonado por la esposa. Las frases son directas y a veces crudas. Alguien le cuenta a Jesús una agresión policíaca: “Aquellos monstruos que suponía desvanecidos para siempre, lejos de su vida, los malvados, los perseguidores, los crueles, se corporizaban convocados por la palabra del testigo”. 6
En 1982, el ensayista y narrador Marco Antonio Campos, publicó su novela corta Que la carne es hierba, con personajes juveniles y adolescentes, enfrentados a problemas amorosos y sentimentales, hechos crisis a partir de su inmadurez para asimilar el Movimiento del 68. Parece que los destinos se obstruyen y se niegan las salidas. Por eso tantas reflexiones y preguntas por parte de los protagonistas, quienes estaban seguros que la clase estudiantil cumplía así su compromiso histórico. La novela de Agustín Ramos, La vida no vale nada publicada en 1982, habla de cinco jóvenes (Héctor, Gabriel, Max, Adriana y Mónica) enfrascados en discusiones y relaciones amorosas desiguales. Participan del desencanto social posterior a la masacre del 68. No creen en los partidos políticos, por lo que buscan experiencias extremas para darle sentido a su vida y exploran las ideas del suicidio. Traman asesinar a un senador, pero todo queda en el puro intento del juego juvenil. Pasaban en silencio nuestros dioses, es una novela de Héctor Manjarrez, publicada en 1987. Nos habla de Lucas, un comunista que reflexiona sobre la militancia y los problemas juveniles en México a partir de 1968. Se da cuenta que la juventud está desorientada, política e ideológicamente. Él mismo es divorciado y vive separado de Raquel. Termina haciendo al amor con la arquitecta Ingrid, una extranjera para la que todo lo que sucede en este país, es confuso y caótico. La novela titulada Manifestación de silencios fue publicada por Arturo Azuela en 1989. Nos cuenta la historia de un periodista llamado José Augusto, quien vivió de cerca el conflicto de 1968. Apodado “Banderas”, se convierte en crítico del sistema político oficial, por lo que le inventan un crimen pasional: la muerte de su esposa Laura y es condenado a doce años de cárcel. Los diálogos son crudos y tajantes, con personajes que no creen en sus gobernantes y que cuestionan brutalmente su medio ambiente. Palinuro de México es una novela de Fernando del Paso, publicada en 1988. Habla de un personaje llamado Palinuro, quien relata cómo ha sido su vida, complementada con la relación amorosa de su prima Estefanía. Cuenta sus viajes por el mundo, sus fantasías en las Islas Imaginarias y de
múltiples nombres. La novela termina con el nacimiento de Palinuro y la posibilidad de que todo lo acontecido en la novela pueda ser, en algún tiempo, realidad. Una primera descripción del Movimiento del 68 lo hace el autor cuando habla de los famosos presídiums oficiales: “Para verlos subir de dos en cuatro las escalinatas del recinto, a todos esos diputados de cartera de piel de tiburón y fistoles de águila tuerta y sin faltar coroneles con las pecheras chorreadas de condecoraciones y charros terratenientes de espesor primitivo, que trataban de ignorar el aroma oneroso, un poco a queso de puerco y otro poco a cebolla, un poco a níquel y otro poco a sangre y nóminas burocráticas”. Más adelante habla de las madres que buscaban a sus hijos perdidos y asesinados en el famoso Campo Militar Número Uno: “A las madrecitas de cabezas blancas recién salidas de un Diez de Mayo que, viudas de sus hijos, solicitaban los cadáveres de Juanito, dieciséis años, estudiante de ciencias biológicas; o Manuel, dieciocho, chaparro y prieto bachiller de humanidades y otros más”. El escritor Guillermo Samperio, en su cuento “Venir al mundo”, localizado en su libro: Miedo ambiente y otros miedos, hace hablar a un personaje y explica que verdaderamente han nacido, vivido de nuevo, después de aquella amarga experiencia generacional del 68. En éste mismo libro, pero en el cuento “Una noche de noticias”, Bernardo platica cómo fue encarcelado durante el conflicto del 68, para regresar asustado, a casa de sus padres. Por otro lado un amigo —mientras ve las noticas por televisión—lo distingue entre la muchedumbre que hace una manifestación y una huelga por las calles del Distrito Federal. Es posible encontrar más referencias al Movimiento del 68 en las siguientes obras literarias: Desde el infierno y otros relatos de Marco Antonio Campos, sobre todo en los cuentos; “No pasará el invierno”, “María del sol” y “Esos fueron los días”. El libro de crónicas Tiempo transcurrido, de Luis Villoro, tiene un relato titulado “68” que alude al tema. Recordemos el libro 68 de Paco Ignacio Taibo. El poema “Tlatelolco”, de Marcela del Río. Así como varios versos de Rosario Castellanos, de Octavio Paz y Juan Bañuelos. También se encuentra la
película “El bulto”. ¿Quién no recuerda la película: “Rojo Amanecer”?. Una cinta que describe la rudeza con que fueron masacrados los habitantes de aquellos enormes edificios que rodeaban la plazoleta. Un filme que me provocó escozor cuando, en una toma, se ve cómo los estudiantes corren a refugiarse en la iglesia del lugar y ésta permanece cerrada durante toda la refriega. Tocan y tocan la puerta, pero adentro solamente hay un silencio que lo invade todo. Este acontecimiento también ha sido llevado al cine, por ejemplo, vemos que el universal tema del amor y un país destrozado, en la película: “Tlatelolco, verano del 68”. En esta cinta vemos a una acaudalada joven, hermosa, llamada Ana María, estudiante de la Universidad Iberoamericana, se enamora de Félix, humilde alumno de la carrera de Arquitectura, en la UNAM. La clase rica y la clase baja en pleno contraste de pasiones y enigmas. Los dos se ven envueltos en los conflictos socio-políticos del Movimiento Estudiantil de 1968, días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos. La diversión, el sacrificio, la muerte, el crimen y la sensualidad, chocan en un argumento inesperado y realista que deja al espectador absorto con la brutalidad de los acontecimientos. Esta sería una breve descripción de la extensa historia que relata la áspera película titulada: “Tlatelolco, verano del 68”. La cinta nos cuenta una historia conmovedora y cruda. Realista en extremo. Los dos jóvenes se conocen casualmente afuera de las instalaciones de la UNAM. Ella toma fotografías para una tarea que le ha encargado su maestra. Él está haciendo dibujos y maquetas de un proyecto arquitectónico que le han encargado en su facultad. Se conocen, se enamoran y se hacen novios, pero ante la enemistad de los progenitores de Ana María. El papá de ella es un rico funcionario del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En ése momento se encuentra bajo las órdenes del Secretario de Gobernación: Luis Echeverría Álvarez. Conforme avanzan los conflictos del movimiento estudiantil, ella se va enterado de las arbitrariedades de los jefes policiacos. Sabe que su papá está mandando a asesinar, torturar y secuestrar estudiantes disidentes o líderes del movimiento. Ana María toma fotografías de los crímenes y los abusos de las autoridades. Félix no tiene más familiares que un hermano. Los dos salieron
de Chilpancingo, Guerrero, para buscar mejores oportunidades en la ciudad de México, pero el destino los ha enfrentado. El hermano es matón y asesino a sueldo de las fuerza federales. Cuando Félix se entera, lo enfrenta y le dice que ahora cada quien habrá de tomar su propio destino, pero en bandos opuestos. Por si fuera poco, en el grupo de estudiantes hay un soplón y espía. Una especie de Judas que va delatando a cada uno de los líderes del movimiento. Los entrega a las fuerzas secretas de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) o a los paramilitares llamados Batallón Olimpia, mediante el clásico beso de Judas. Caricia que siempre les da en el lado derecho del rostro, para que los militares puedan identificarlos y llevárselos presos. El Judas siempre recibe su recompensa con dinero en efectivo, en sitios clandestinos o solitarios. La lucha sigue. Los maestros, directivos y funcionarios de la UNAM, y del Politécnico se han unido para enfrentar las brutalidades represivas del gobierno. Organizan; marchas, plantones, pintas, huelgas y la ciudadanía se adhiere a su movimiento político. Las autoridades temen porque a mediados de octubre de 1968 se inaugurarán los Juegos Olímpicos y México estará en los ojos del mundo. El presidente Gustavo Díaz Ordaz, angustiado, le sentencia a Luis Echeverría: “Ningún grupo de comunistas, guerrilleros y muchachos revoltosos habrá de acabar con mi prestigiada imagen que tengo ganada ante la comunidad internacional”. Momentos después le da una pistola para que dispare, pues están practicando el tiro al blanco en su lujosa residencia de Los Pinos, mientras es vigilado por los miembros de Estado Mayor Presidencial. Con éste inmenso poder que le entrega el presidente, Luis Echeverría organiza el golpe mortal contra los estudiantes, simpatizantes, familiares y habitantes de la ciudad de México. La clave es una luz de bengala que arroja un helicóptero de las fuerzas armadas. El Batallón Olimpia, identificado con un guante color blanco en la mano izquierda, dispara contra los soldados y los cuerpos de seguridad apostados abajo, en la Plaza de las Tres Culturas, en el complejo habitacional de Tlatelolco. La confusión y el caos empiezan. Las fuerzas armadas disparan furiosamente contra los más de diez mil manifestantes y los van matando uno a uno. Sus cuerpos se ven atravesados por los rifles, las bayonetas, las pisadas de
los tanques, los carros blindados y toda la artillería militar que un país puede enviarle al enemigo. En esta ocasión, contra sus propios habitantes. México nunca ha ganado una guerra mundial, pero sí es campeón en reprimir a sus mismos ciudadanos. El papá de Ana María se entera de los sucesos, después que la esposa le reclama su participación en estos crímenes. Lo abandona y las últimas imágenes son las de un papá alcoholizándose en la soledad de su residencia. Félix y Ana María están muertos. Los reconoce el papá en el frío piso de la morgue, oculta en un patio secreto del campo militar número uno. Llora inconsolable, pero el odio ha cobrado sus víctimas. Se sabe que otros cuerpos fueron metidos en múltiples aeronaves y aventados en el Océano Pacífico, después de colgarles trozos de acero en sus cuerpos para que se hundieran más rápido. Muchos fueron incinerados. Otros, enterrados en fosas clandestinas. Los heridos fueron perseguidos adentro de los edificios de Tlatelolco, en sus casas y por todo el país. Como en los antiguos sacrificios aztecas, la Plaza de Tlatelolco, junto a las ruinas del Templo Mayor, ofrecía un brutal banquete de sangre a sus viejos dioses: los de la guerra florida, el inframundo, el Mictlán y la violencia cósmica. Las últimas imágenes del filme son contradictorias: mientras los descarnados eran acribillados, las autoridades inauguraban en Ciudad Universitaria los Juegos Olímpicos. La risa y el jolgorio, después del llanto y las lamentaciones. La película recrea muy bien el ambiente de aquellos años a través de la música, la comida, la ropa, la moda, los camiones y las instalaciones, porque en el transcurso de la película se incluyeron imágenes originales de la masacre del 68, rescatadas de los archivos secretos de la DFS o que fueron patrocinadas por cineastas anónimos. *Profesor investigador de la Facultad
de Letras y Comunicación
7
El libro y la lectura a largo del tiempo Mario Iván Hernández Ascencio* En este texto se analizaron los temas ¿Por qué la historia del libro?, la crisis del libro y de la lectura, tomando como base la lectura de Chartier1, para tratar de entender o comparar el pasado de estos tres tópicos con el presente y sus respectivas problemáticas, a saber: el desplazamiento del libro por los medios digitales, la sobre producción de ejemplares físicos y la crisis de la lectura. Lo anterior influenciado desde la perspectiva de las relaciones públicas ¿La nueva comunicación puede acabar con años de evolución? El libro como lo conocemos hoy fue producto de un largo proceso de evolución, comenzado desde la edad de piedra, con los códices y las culturas prehispánicas, los papiros, manuscrito; hasta llegar al cúmulo de hojas de papel empastadas que hoy conocemos como libro. Pero ¿Qué desplaza al libro, o qué desplaza a la lectura? Recordando la competencia de los impresos, se analiza primero, a la pantalla, indiscutible sustituto del texto físico. Aunque es verdad, un problema lo representan los soportes físicos costosos de los escritos. O será que están siendo desplazados no sólo objetos como el libro, también hábitos tan beneficios como la lectura a causa del contenido multimedia (audio, imágenes o video) en pantallas de televisión, cine y dispositivos móviles. Al parecer, estamos ante la sustitución del libro impreso por los medios digitales que han sido capaces de robar al libro costumbres que antes no existan. Ya que no era común la lectura personal (silenciosa) en lugares públicos y que hoy en día, gran parte de los textos que se leen son piezas publicitarias o publicaciones jurídicas, que ocasionalmente carecen de autor. Parce ser que sólo se trata de una competencia de medios de comunicación actuales y los distintos soportes tradicionales; los cuales, con sus siglos de evolución y tradición, parece que al libro lo “desplazan” aparentemente sin ninguna dificultad por los medios digitales y su revolucionaria comodidad e innovación. A que se le conoce como crisis del libro y de la lectura, hoy y antes. La preocupación acerca de la sobreproducción de libros en
8
el siglo XIX, angustió enormemente, ya que el crecimiento del mercado, no fue lo suficientemente grande para absorber la producción de libros. Pero al parecer este problema no es necesariamente por la falta de compradores, sino por la predisposición que se tiene con respecto a la lectura y la inversión en un texto escrito, editado, impreso y comercializado. Por otro lado y con base en la sobreproducción de libros y la falta de mercado para éstos, se encuentra la mala imagen, que en siglos previos al XIX se dio a los libros y, por supuesto a los manuscritos. Gran parte de ellos se consideraban prohibidos por los temas abordados: manuscritos filosóficos, magia, libros secretos y el erotismo. Pero cabe mencionar que no sólo existían este tipo de manuscritos o libros, también se encuentran textos poéticos. La importancia de la Biblia en el siglo XVI, no fue tan grande como hoy en día, porque hasta cierto punto pude ser tomada como un “libro prohibido”, gracias a la falta de accesibilidad, que la dejaba estrictamente, sólo al alcance del pastor, teniendo éste y la iglesia completamente en sus manos, lo que se trasmitía a los files. En la actualidad la biblia se ha convertido en uno de los libros fundamentales de la cultura colectiva, familiar y personal. ¿Cuál es la crisis de libro actual? Probablemente la crisis que hoy vive el libro y claro de la lectura como razón de ser de éste; se deba la percepción que el público o lector tiene del libro, como un objeto que pude ser leído sólo por algunas personas, que obviamente no es necesario que alguien “común” lo lea, dejando la lectura en un segundo plano, sólo como parte de la escuela, o como una actividad que pertenece niveles educativos elevados. *Alumno de 5º semestre de la Licenciatura de Publicidad 1
Chartier, R. (1999). Cultura escrita, literaria e historia. México: FCE.
Mil besos Beth Rivera *
Beso el refugio de tu pecho y el rumbo de todos los colores de tu piel, del terracota de tu oscura siniestra a la pálida arena que se resuelve en miel. Beso cada lunar, cada pliegue, cada cuenca. Beso el verde y todos los verdes de tu mundo, beso de fuego, tabaco, mezcal y vino tinto. de risa y de gemido, beso de ansia y de quietud, de humo y sueño y corazón al vuelo. Beso el espacio entre nosotros, beso la espera y el tiempo raudo en tu guarida. Beso tu mano sujeta a mi cadera, el bucle gentil sobre tu nuca, tu mirada de tigre y de demonio y el santo recinto de tus ingles. Beso tu azul y todos tus azules la corva de tus piernas y tu hombro, tu risa que es feria de los pueblos tu mano señalando curva a curva y cada puesta de sol sobre las flores. Beso tu mirada explorando cuestas, tus dulces ojos que me beben toda. Beso tu rojo y cada rojo en tu horizonte, el lento atardecer y el sonoro mañana, cada minuto, cada instante, y el tiempo de probar. Beso el suspiro que atestigua el correr de este amor que ya no admite freno ni bocado y galopa el terreno de los sueños libre, feliz y temerario. *Poeta colimense