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Tablones de madera

Tablones de M A D E R A

Daniela Arévalo Isaza Klasse 8D

Con biblia en mano y asistiendo a la misa de cada domingo celebrada por el Padre José María Valenzuela, vino aquel recuerdo fugaz a mi mente, ¿cuál era? El día en que mi pueblo desde lo más alto de la montaña divisó aquellos tablones de madera que con rareza se dirigían a nuestras costas, desconocíamos su nombre, pero se iban acercando cada vez más. Nuestro Cacique en su inmensa sabiduría nos dijo: “No se alejen del pico de la montaña, esos tales tablones de madera de confiar no se ven”.

Desde pequeña siempre me gustaron las cosas grandes y esos tablones de madera se veían verdaderamente imponentes, desobedecí a nuestro líder sin saber que era el comienzo de una larga lista de desobediencias a mis costumbres por la necesidad de sobrevivir. Si tan solo me hubiera quedado en el pico de la montaña, solo si hubiera sentido temor por los tablones de madera… Como niña curiosa y desobediente fui a ver qué eran esos tablones; cuando llegué a la costa me encontré con humanos que nunca había visto nunca, ni en mis más locos sueños, su piel era clara, brillaba con el resplandor del dios Sol al igual que un recubrimiento de metal que cubría su cuerpo y que después por mis clases de español me enteré que la denominaban “armadura”.

Entre la gran cantidad de cosas curiosas de estos nuevos seres humanos había una especie de animal cuadrúpedo que habían traído en los tablones de madera (que cada vez me gustaban más) y que se parecía a mi perro, pero este tenía algo de especial además de ser muy grande, sus ojos increíblemente profundos me hipnotizaron al instante y una fuerza cada vez mas potente me hizo acercarme a ellos.

Al instante que me acerqué al animal escuché una voz algo gruesa que me decía: “¿Te gustan los caballos?”. La voz provenía de uno de la piel clara, en ese momento no le entendí su lengua, era diferente a la mía, pero supe que se estaba refiriendo al animal. Con miedo me limité a asentir con la cabeza. Analizando ahora la situación, lo que sentía era más impresión que miedo, pero sinceramente debí irme corriendo lo más rápido posible del lugar y olvidarme de la existencia de esos hombres en los tablones de madera.

El hombre al ver mi respuesta me hizo señas para que me acercara y tocara al animal, era muy suave y dócil. La majestuosidad del animal no me hizo pasar el hecho por alto de que aquel nuevo hombre miraba fijamente mi colgante de oro, no sospeché del nuevo huésped (craso error).

Mientras acariciaba más al animal, el nuevo huésped me hizo señas para ver donde podía dormir con su “Tribu”. Quise brindar hospitalidad y darle un presente por dejarme tocar ese celestial animal, así que lo llevé a nuestro territorio. Era un trecho largo y nuestro territorio estaba en las entrañas de la selva, donde las aguas se unen a los cielos y el cantar de los pájaros con el sentir de nuestros corazones, un verdadero paraíso.

Al llegar con las pieles claras mi tribu me miró con particular extrañeza, sin embargo, mi buen corazón que siempre me traiciona, me hizo defenderlos hasta que logre la aprobación del Cacique. Hicieron un festín en su nombre para celebrar que si los astros y nuestra diosa luna los había traído aquí era por alguna razón; la pasamos espléndido, aunque hubo un detalle que en toda la noche me hizo dudar.

Los hombres hablaban entre ellos como si estuvieran discutiendo y al mismo tiempo dibujaban formas en la arena, pensé tan ilusa que era parte de su cultura, pero no sabía lo que se nos venía al día siguiente.

Al amanecer me levanté con explosiones ensordecedoras; al ver que era lo que pasaba encontré a nuestros hombres luchando con nuestros supuestos huéspedes que en realidad eran invasores y se querían quedar con nuestras riquezas. Todos los hombres de nuestra Tribu murieron, incluyendo mi padre. Al parecer los invasores tenían armas más sofisticadas.

Después de la pérdida y el dolor de haber perdido a nuestros familiares, mujeres y niños, fuimos sometidos a un proceso de evangelización (“desprendimiento” lo llamo yo), y quien se opusiera era castigado fuertemente por las pieles claras y así poco a poco nos fuimos desprendiendo de nuestra religión y nuestra lengua. Ahora éramos la parte más baja en la pirámide de la organización social.

Sonaron las campanas, me quedé toda la misa recordando el comienzo de nuestro fin, pero no me podía quedar pensando todo el tiempo en la iglesia, tenía que ir a servirles a las pieles claras a los que ahora llamo “amos”. Antes de irme le pedí una sola cosa a mi nuevo Dios, que regresara a nuestros laceradores por donde vinieron y que nuestro pueblo casi extinto nunca más volviera a ver aquellos tablones de madera que alguna vez arribaron a nuestras costas.

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