5 minute read
El último suspiro del alma
Sofia Domínguez Klasse 8B El último suspiro del alma
Hola, mi vida!, fue lo último que le dije a mi hija antes de que una gran estructura de madera llegara a mi comunidad. Traían unas armas muy avanzadas, era algo nuevo para mí. En eso bajó un señor vestido de cuerpo completo, traía algo tapando su pecho, su cabeza, y sus piernas. De pronto escuché un grito muy fuerte, era mi hija pidiendo auxilio, cuatro hombres se estaban llevando a mi esposa y a mi hija. Antes de poder reaccionar, dos hombres me agarraron por la espalda y gritaron: “¿Mi señor, esta bestia nos servirá?”. El señor asintió, me colocaron un dispositivo en el cuello, forcejé para poderme liberar, aunque no dio resultado, el dispositivo en mi cuello no me permitía desplazarme, además me ataron de manos y de pies dejando un pequeño espacio para poder caminar. En ese momento sentí un fuerte golpe en mi espalda y una voz gritando: “Sed obediente y no te golpearemos más”. Solo asentí, mi espalda ardía, podía jurar que ese golpe había dejado mi espalda en carne viva. Me subieron a la gran estructura atado a otros cuatro compañeros, nos llevaron a una planta baja; eran unos pequeños cuartos, podía notar la diferencia, las paredes no eran de paja o madera, estaban hechas de algún tipo de metal.
Pasaron varios días y no me habían dado de comer, mi cuerpo estaba muy débil y ya no podía sentarme, me preocupaba mi hija y mi esposa, pues no sabía nada de ellas desde esa fea separación. Me empezó a arder el estómago, como si algo me comiera por dentro, era una sensación muy dolorosa, sentía un hormigueo, aunque no era uno común porque este me quemaba y me hacía retorcer de dolor. En ese momento llegó uno de esos señores con un pedazo de algún tipo de comida, no la había visto antes, (era obvio que nuestras culturas eran muy diferentes), me entregó un pedazo muy pequeño, como si fuera a saciar mi hambre, me dijo: “Comed este pan, un esclavo muerto no servirá de nada”.
Me devoré el tal pan y como lo supuse no me llenó ni en lo más mínimo. El hormigueo bajó un poco, aunque ya no me retorcía, el ardor no paraba. Pasaron varios días con el mismo ciclo. Uno de esos días llegamos a una isla, nos bajaron de la gran estructura, casi no podía caminar, en eso vi a mi hija y a mi esposa, estaban casi en el mismo estado que yo.
Forcejeé con las pocas fuerzas que aún me quedaban, nuevamente no obtuve el resultado que esperaba, recibí de nuevo un golpe, esta vez fue más doloroso, a tal grado que pegué un grito asustando a mi pequeña. En su rostro noté una cara de angustia y temor, al verla intenté componerme, pero caí, estaba demasiado débil, la escasez de comida había erosionado totalmente mi fuerza, recibí un segundo golpe por mi pequeño tropiezo, esta vez intenté no
gritar, aunque fue casi imposible, hice un pequeño gesto de dolor, me puse de pie, seguí las ordenes de la gente de tez blanca, a golpes y empujones nos llevaron a un campo.
Mis piernas estaban temblorosas, casi no podía mantenerme de pie, nos dieron unas herramientas y nos mostraron como usarlas; pasaron unas cuantas horas, nos pusieron a trabajar, me sentía muy débil, no podía cargar las herramientas tan pesadas, causando que me cayera constantemente, cada caída equivalía a un golpe en la espalda y aumentaba mi debilidad. Al caer la noche nos llevaron a unos ranchos, su estado era muy malo, tenía un olor penetrante y fétido que dificultaba respirar, nos dieron un poco de comida y nos dejaron ahí.
Transcurrieron unos cuantos meses, al ver tantas muertes y tanto sufrimiento, decidí rebelarme, ese mismo día concluí que no trabajaría más, la verdad, mi jugada fue muy torpe y muy poco planeada. Me senté en una roca cerca de los cultivos, uno de los señores vestidos se acercó a gritar, antes de que pudiera decir algo lo callé y le dije que no trabajaría más, y que quería ver a mi familia. El señor me dijo con tono burlón: “Oh, hubiese empezado por allí, te llevaré con ella”. Lo seguí muy ingenuamente. Me llevó a un cuarto con tubos de metal y dijo que al día siguiente la vería. Me sentí emocionado, me estaba preparando para poner buena cara y disimular el sufrimiento que traía. Pasó el tiempo y asimilé la situación, el señor me había traído muy fácilmente a ver a mi familia, no consultó con ningún superior y por su forma de vestir se evidenciaba que no era de alto rango. Sentí una gran presión en el pecho, empecé a ponerme muy inquieto y la angustia cada vez era más intensa.
Al día siguiente, otro señor fue a buscarme, puso una bolsa en mi cabeza lo que me impedía ver el miedo que se había apoderado de mí; me llevó a un lugar en el cual la gente gritaba muy fuerte, me ataron y me quitaron la bolsa. Mi hija estaba atada al igual que mi esposa, logré localizar a un señor conocido en el montón de gente, era ese señor el cual había causado todo esto, al parecer se llamaba “Colon” o algo así, me enojé muchísimo y apreté mis puños con fuerza, en ese instante Colón habló y dijo: “Nos hemos reunido aquí para mostrarle a los negros que no son nada, y que si desobedecen, toda su familia sufrirá las consecuencias”. Me estremecí, se me pusieron los pelos de punta, me puse muy nervioso.
Uno de los cómplices de Colon agarró un arma muy puntiaguda, parecía una lanza, pero más sofisticada y de menor tamaño. En ese instante me puso el arma en el abdomen y dijo: “¡Por los blancos!”, me enterró el objeto en el abdomen y empezó a dibujar la letra ‘c’, sentí cómo se desgarraba mi cuerpo y mi alma, grité de tal forma como nunca lo había hecho, causando que mi esposa e hija se derrumbaran ante el horror.
El señor se retiró y me dejó desangrando, agarró a mi esposa y dijo: “Esta es tu consecuencia, verás morir a tu familia, y todo por desobedecer”. Le pasó el filo por el cuello provocándole la muerte instantánea, lo mismo hizo con mi hija. En ese instante, lo único que pude hacer fue pegar un pequeño suspiro diciendo: “No”. Ese fue mi último suspiro.