Periodico Escolar - El Pulpo - Junio 2021

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LITERATURA

Sofia Domínguez Klasse 8B

H

El último suspiro del alma

ola, mi vida!, fue lo último que le dije a mi hija antes de que una gran estructura de madera llegara a mi comunidad. Traían unas armas muy avanzadas, era algo nuevo para mí. En eso bajó un señor vestido de cuerpo completo, traía algo tapando su pecho, su cabeza, y sus piernas. De pronto escuché un grito muy fuerte, era mi hija pidiendo auxilio, cuatro hombres se estaban llevando a mi esposa y a mi hija. Antes de poder reaccionar, dos hombres me agarraron por la espalda y gritaron: “¿Mi señor, esta bestia nos servirá?”. El señor asintió, me colocaron un dispositivo en el cuello, forcejé para poderme liberar, aunque no dio resultado, el dispositivo en mi cuello no me permitía desplazarme, además me ataron de manos y de pies dejando un pequeño espacio para poder caminar. En ese momento sentí un fuerte golpe en mi espalda y una voz gritando: “Sed obediente y no te golpearemos más”. Solo asentí, mi espalda ardía, podía jurar que ese golpe había dejado mi espalda en carne viva.

Me subieron a la gran estructura atado a otros cuatro compañeros, nos llevaron a una planta baja; eran unos pequeños cuartos, podía notar la diferencia, las paredes no eran de paja o madera, estaban hechas de algún tipo de metal. Pasaron varios días y no me habían dado de comer, mi cuerpo estaba muy débil y ya no podía sentarme, me preocupaba mi hija y mi esposa, pues no sabía nada de ellas desde esa fea separación. Me empezó a arder el estómago, como si algo me comiera por dentro, era una sensación muy dolorosa, sentía un hormigueo, aunque no era uno común porque este me quemaba y me hacía retorcer de dolor. En ese momento llegó uno de esos señores con un pedazo de algún tipo de comida, no la había visto antes, (era obvio que nuestras culturas eran muy diferentes), me entregó un pedazo muy pequeño, como si fuera a saciar mi hambre, me dijo: “Comed este pan, un esclavo muerto no servirá de nada”. Me devoré el tal pan y como lo supuse no me llenó ni en lo más mínimo. El hormigueo bajó un poco, aunque ya no me retorcía, el ardor no paraba. Pasaron varios días con el mismo ciclo. Uno de esos días llegamos a una isla, nos bajaron de la gran estructura, casi no podía caminar, en eso vi a mi hija y a mi esposa, estaban casi en el mismo estado que yo. Forcejeé con las pocas fuerzas que aún me quedaban, nuevamente no obtuve el resultado que esperaba, recibí de nuevo un golpe, esta vez fue más doloroso, a tal grado que pegué un grito asustando a mi pequeña. En su rostro noté una cara de angustia y temor, al verla intenté componerme, pero caí, estaba demasiado débil, la escasez de comida había erosionado totalmente mi fuerza, recibí un segundo golpe por mi pequeño tropiezo, esta vez intenté no

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