Darrel

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darrel - Una moneda, por favor. Señora, ayuda, por favor... Nadie hace caso a los que piden en la calle. Ya habían pasado tres largos y pesados meses desde que Darrel había salido del hospital. Su abuela había estado unos días con él y usó parte del dinero que Darrel tenía ahorrado para pagar los gastos de todo lo que había pasado. Luego ella dio por sentado que él ya no volvería al pueblo, puesto que estaba en la ciudad como le dijo que haría. Tom y Billy también fueron a verlo. Le recordaron amargamente que Phill había muerto. Y tras Darrel contarles lo que había pasado, se marcharon culpándole a grandes voces por todo. No los volvió a ver. Ya no le quedaba nada de dinero. Lo único que tenía era aquella sucia ropa y un collar que sujetaba un óvalo con dos pequeñas fotografías, lleno de recuerdos, preguntas y una culpa que lo infectaba por dentro. Hacía ya varios días no había tenido más opción que sentarse en un bordillo, estirar su mano, y esperar que alguien fuese tan amable de darle algunas monedas. Él mismo, en su interior, no podía creerlo. ¿Quién era aquel joven que, con gesto apagado, se tiraba en el suelo a mendigar algo de caridad? No podía ser él mismo. No quería serlo. Pero, ¿qué iba a hacer? No podía volver a casa de sus abuelos, porque aunque se hubiese pisado el orgullo y lo hubiese querido hacer, no sabría por dónde llegar. No le daban trabajo, ¿quién iba a hacerlo? Si aquel infernal accidente le había dejado una pierna resentida y se tambaleaba peligrosamente al andar. Señor, señor, por favor, tengo hambre, señor... No. La gente no le escuchaba. Las caras, los gestos, se torcían y reflejaban un desconfiado desprecio. Una señora elegante y con caros ropajes lo esquivaba a la voz de no tener dinero. ¿Que no tenía dinero? Darrel quedaba sorprendido. Él no tenía dinero. Ni comida, ni ropa, ni trabajo. Cuando llegara la noche, posiblemente aquella señora se acurrucaría en un amplio sofá, con su querida familia, y dormiría en una suave y cálida cama. Mientras que él agradecería a cualquier dios si el guardia de la estación se olvidaba de controlar aquellos fríos y oscuros baños. Empezaban a caer heladas gotas de aquel techo suyo que era el cielo. Darrel, desparramado en el suelo, intentaba recoger sus piernas para no hacer tropezar a aquellos altivos zapatos que paseaban. Con su barbilla hundida en el pecho, miraba las gotas caer, tiñendo el suelo y entumeciendo cada parte de su hambriento cuerpo. Pero no le importaba. Ya casi nada le importaba. No tenía preocupaciones, de aquellas que dan un sentido y finalidad a tu día, y así en conjunto a tu vida.


La gente se alborotaba por la húmeda calle, se golpeaba con los paraguas y se ponían de mal humor. Darrel curvó sus dormidos labios y soltó una áspera risa. Qué graciosa era la gente atareada. - Es agua - dijo, en un tono que pensó como susurro, pero que sonó más alto de lo esperado. Miró a todos lados y encontró que nadie lo había oído. - Es agua - insistió, en voz algo más alta. Rió de nuevo, comprobando que nadie le hacía caso. Y de pronto se sintió diferente. Miró sus pies paralizados, hizo un esfuerzo y comprobó que, ante todo pronóstico, aun le respondían. Con movimientos torpes pero seguros, se puso en pie. - Voy a andar - dijo, casi al borde del grito. Las caras serias de la gente continuaron pasando sin alterarse lo más mínimo. Darrel se sintió bien. - Nadie me hace caso - continuaba a media voz, convenciéndose de que, de ahí en más, iba a hablar mucho y con nadie. Empezó a caminar, sin rumbo, entre aquellas personas que no notaban su presencia. Él seguía hablando, comentaba el tiempo, saludaba a los perros, debatía sobre los horrendos escaparates... y nadie lo notaba. Se sentó una rato en un banco para reírse de las señoras que gritaban, histéricas, cuando un coche las salpicaba. Le recordaban a aquella horrible maestra que tuvo de niño. Con el paso de los minutos y de las horas, su reciente humor se iba desvaneciendo hasta consumirse y callarse de repente. Sus pasos se hicieron más pesados y su cara se alargaba con cada pensamiento que lo empujaba a su perdida realidad. - Yo no quería esto - decía a cualquiera -. Yo quería tener un piso, conseguir trabajo, conocer gente especial... Pero no... yo no podía. Soy y seguiré siendo siempre un maldito error. No - se detuvo un segundo -. No, no debería de haber nacido -decía mientras reanudaba la marcha -. Porque yo no tengo unos jodidos padres que me paguen un jodido piso cerca de una jodida universidad. No, señores - gesticulaba y dramatizaba sus palabras - . Yo no tengo unos “papis” tan simpáticos que tienen unos amigos taaaan majos que me dan trabajo. Porque soy yo, ¡aquí me ven!, un condenado error -Darrel empezaba a gritar -. Porque ¡no!, no tendría que haber nacido... Porque... simplemente, ¡Phill viviría! Darrel se tambaleaba y chocó contra una señora de raro sombrero que pasaba por su lado. - Oh - dijo ésta, con cara de repulsión-, por Dios, qué desagradable.


Darrel se detuvo en seco, se giró y la miró. La señora se asustó e intentó ocultarse entras las demás figuras. - ¿Desagradable? -interrogó Darrel- No, señora, yo no soy desagradable. DESAGRADABLE es ver morir a tu amigo, ESO no es agradable. Yo sólo soy triste. Un perro sin madre que no sabe existir - le gritaba Darrel en una amenazante voz reprimida durante demasiado tiempo - ¿No le gusto? ¡Porque a mí tampoco me gusto! ¿Se cree que no me hubiese gustado morir en aquel accidente? ¿Acaso piensa que no lo he deseado con todas mis fuerzas? Pues sí, ¡ojalá hubiese muerto aquel día! Entonces no me envenenaría esta horrible culpa por dentro. ¡No viviría esta penosa vida! ¡Yo no... -empezó a vociferar Darrel, pero se detuvo en seco, buscando una cara que le había parecido ver entre la multitud. Empujó a varias personas que se habían detenido a mirarlo para llegar hasta la vidriera de la tienda donde aquel rostro había entrado. Se pegó al cristal y observó, conteniendo la respiración para no empañar la visión. Revolvió en su bolsillo y sacó un collar con un óvalo, el cual abrió y mostró dos fotografías. Comparó, nervioso y agitado, una de las imágenes con aquella persona. - Eres tú.



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