Daniel Frini
MANUAL DE AUTOAYUDA PARA FANTASMAS
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MANUAL DE AUTOAYUDA PARA FANTASMAS
Lima – Perú
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Manual de autoayuda para fantasmas Primera edición: noviembre de 2015 © De los textos: Daniel Frini © De esta edición: Editorial Micrópolis Imagen de carátula: Dream Catcher, de Michael Cheval Corrector: Diego M. Eguiguren Concepto gráfico de interiores: Dany Doria Rodas Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2015-14741 ISBN: 978-612-46537-8-0 Editado e impreso:
© Editorial Micrópolis E.I.R.L. Calle Los Ruiseñores Este 224 Urb. Córpac - San Isidro Lima 27 (Perú) Teléfono: 2242834 E-mail: info@editorialmicropolis.com Web: http://HGLWRULDOmicropolis FRP Tiraje: 200 ejemplares Este libro no puede ser reproducido, ni total ni parcialmente, ni incorporado a un sistema informático, ni transmitido en cualquier forma o cualquier medio, sea mecánico, electrónico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de los titulares en copyright.
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Para Adriana. Algo importante ocurre cada vez que te miro. Para Alan y Maxi. Señores de la vida, que son ejemplo para mí.
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SISENEG Seis días antes, murieron los animales. Cinco días antes, la lluvia mató toda vegetación. Cuatro días antes, la niebla borró cielo y firmamento. Tres días antes, el caos mezcló las aguas y la tierra. Dos días antes, desapareció el hombre. En el último día, dije: «Apáguese la luz». Después, descansé.
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TEOREMA DE LOS INFINITOS MONOS —Tenía que ocurrir. Algún día tenía que ocurrir —dijo Tarzán, mientras se quitaba los lentes con marco de carey, y dejaba el Ulysses de Joyce sobre sus rodillas. A lo lejos, el tam-tam de los monos transmitía en Morse: «Entre corazón y ojos mi alianza está acordada…»; el primer verso del soneto cuarenta y siete de William Shakespeare.
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ODIO LOS GUSANOS Odio los gusanos. No me gustan. Me hacen cosquillas y, como saben, los muertos no podemos rascarnos ni reír. Y no hay nada peor que estar lagrimeando eternamente, y aguantándose la risa, sin poder soltar la carcajada.
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LA EXISTENCIA DE DIOS —…y así demuestro la Hipótesis de Liebherman — dijo el Profesor—. Pero, distinguidos colegas, dejamos lo mejor para después de almorzar: con las ecuaciones de Ristresghard-Polensky demostraré la existencia de Dios. Aplaudido, el Profesor se dirigió al restaurante de la Universidad, cruzando la avenida. Al bajar a la calle, un perrito lo hizo tropezar. Cuando apoyó su mano en el piso, una bicicleta pasó encima de ella. Dolorido, no vio el autito que lo golpeó despidiéndolo unos metros. Allí lo atropelló la camioneta que lo dejó tirado en el asfalto, donde el camión lo aplastó. Ya dejé en claro mi intención de presentarme a los hombres en forma implícita. Odio a los que se empeñan en demostrar mi existencia. Hasta mañana, si yo quiero.
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CAMINOS DE LA CIENCIA Doctor Frankestein: ¿y si en lugar de recorrer morgues y cementerios para hacer una criatura, prueba con la camarera de la taberna, esa de cabellos claros y pechos turgentes que tanto le gusta?
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ETAPAS DE UN ASESINATO Cuando Mr. McCormick llamó a su criado, éste le llevó el five o’clock tea, tal como hacía todos los días. ―Felicidades ―dijo el sirviente―, hoy se cumplen tres mil veces que trato de matarlo con el té envenenado. Un récord que el Señor sabrá disfrutar. ―No lo crea usted ―habló McCormick―. Morí el tercer día en que me sirviera veneno, solo que mi digestión es lenta.
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SINDICATO ―¡Debemos hacer algo, compañeros! Ya hemos perdido toda credibilidad y nadie nos toma en serio. Acá el compañero Secretario General leerá la propuesta que se pone a consideración de la Asamblea. Tiene la palabra el compañero Simón. Pálido, casi transparente, quejumbroso y arrastrando cadenas, se dirigió al micrófono el compañero Simón de Canterville, fantasma desde mil quinientos setenta y cuatro, Secretario General del Sindicato que los agrupa.
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SOSPECHOSO —Es el numero tres, señor Detective. Ese es el que estaba en la cama de mi abuelita, y que intentó comerme cuando le dije: «¡Qué orejas tan grandes tienes!». —Bien, Caperucita, has hecho un muy buen servicio a la comunidad. En la fila de sospechosos, el número tres, el Topo Gigio, lloraba.
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MACHISMO BÍBLICO I Cuenta el Rabbí Mashad, originario de Wuppertal, acerca de una secta de maestros de la ley, en RabbatAmmón, ya extinguida, que se llamaban a sí mismos «A’ssari Itqaddash Malkutak», que en una mala traducción podría interpretarse como «Seguidores del Primer Hombre». Ellos sostenían que el Libro del Génesis presentaba un error: decían que A’ddam, el primer hombre, había sido formado de barro con tres testículos y medio. Cuando Yahveh Dios vio que estaba solo, creó a Evvah: pero el error del primer libro del Pentateuco consiste en que no tomó una costilla de A´ddamLiteralmente, la mujer le costó al hombre uno y la mitad de otro.
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LAS CAUSAS OCULTAS —¡Me tenés podrida con llamarme «La Bruja» delante de tus amigotes! ¡Tengo nombre, carajo! ¡Si querés que sea bruja, entonces vas a ver! ¡Mirá cómo salgo gritando: «¡Soy una bruja, soy una bruja!» —le dijo Elizabeth How a su marido, mientras salía a la calle, a grito pelado, rompiendo la calma veraniega de aquel 15 de julio de 1692 en la tranquila villa de Salem, en la colonia de Nueva Inglaterra.
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¿DÓNDE VA SIN DOCUMENTOS? Qué carajo hago yo ahora —un oficinista mediocre nacido en Bancalari— en un planeta perdido de la estrella Sadal-suud, en la constelación de Acuario, a seiscientos diez años luz de la Tierra; si estos rigelianos pelotudos mandaron mis valijas a Gamma Cassiopeia, en la otra puta punta de la galaxia. Y encima, adentro tenía el pasaporte.
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VARIACIÓN SOBRE «EL BURRO FLAUTISTA» DE TOMÁS DE IRIARTE El Air Force One cayó al sur del Río Bravo, en un lugar desolado, con el sol de junio cayendo a plomo. Apenas podía reconocerse parte de un ala y, más allá, la cola. El resto, eran sólo hierros retorcidos. Antes de que llegara al lugar medio ejército de la Unión, un burro se acercó más famélico que curioso, y de casualidad se topó con una valija maltrecha, abierta, que contenía algún dispositivo de comando remoto. Como el color llamó su atención, quiso moverla con su hocico para investigar. Sin proponérselo, apretó un botón rojo que estaba en el dispositivo. Medio Irak y todo Irán quedaron inmediatamente obliterados. ―¡Órale! ―dijo el burro― ¡Ya soy presidente de los Estados Unidos!
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OIGA, DON NOÉ Oiga, don Noé, acá hay un error. Comprendo que usted deba poner una pareja de animales de cada especie, y que los ocho brazos y las dos cabezas que tenemos mi esposa y yo se presten a confusión, pero nosotros somos turistas venidos de Aldebarán; no somos de acá, de la Tierra, y en la agencia de viajes no nos dijeron que habría un diluvio. Oiga, don Noé, ¿con quién podemos hablar? ¿Cómo podemos arreglar esto? Oiga, don Noé…
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LETRAS DE AMOR EN SU ROSTRO Nunca supe su nombre. Nos miramos y fue amor a primera vista. Pude leer en sus ojos el amor, la pasión, esas ganas de entregarse por completo al otro. Todo duró unos tres segundos. Tocó timbre y se bajó del colectivo. Nunca más volví a verla. Por ahí me equivoqué. Una de dos: o no soy bueno para la lectura de rostros, o ella escribió en su cara con muchos errores de ortografía.
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VENGO DE UN PAÍS QUE ESTÁ DE OLVIDO, SIEMPRE GRIS No hubo colores en mi país, solo blanco y negro, pero mezclados. Hubo alcohol y crímenes y mujeres tristes y fantasmas y hombres que fueron a su trabajo como quien va al cadalso y volvieron a sus casas pensando en una soga al cuello que los llevase a tierras más cálidas. No hubo niños ni música ni pájaros ni plazas ni juegos en la calle ni lágrimas y siempre fue invierno y estuvo nublado y llovió e hizo frío. Cierta vez surgió un rayo de esperanza: en el hueco, entre dos adoquines, nació una flor toda rojo y verde. Pero no hubo caso: la pisó un camión.
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NO CONFIAR NI EN LOS SCOUTS Deambuló dos días en la montaña. Cansado, con hambre y frío, lo encontró una patrulla de boy-scouts, en cuyo estandarte se leía «Los Lobos». ―¡Benditos sean! ¡Gracias al cielo me encontraron! Ya estaba perdiendo toda esperanza. Uno de ellos respondió, mientras le crecían rápidamente los colmillos: ―En realidad ya la perdió, señor. No somos scouts, somos hombres-lobos, o niños-lobos, si le parece mejor, y usted es nuestra comida. Tenga la amabilidad de desvestirse, así empezamos nuestra carnicería.
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DISCRIMINACIÓN ―Madre, ¿por qué los niños no quieren jugar a la pelota conmigo? ―Hijo, deja que ellos jueguen sus juegos. No son malos, solamente temen a los desconocidos. Ahora sé buenito y quédate quietito en tu ataúd.
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CENSURA Cuenta Andersen del emperador al que estafaron con un traje inexistente. ―¡Pero si no lleva nada! ―exclamó un niño. ―¡No lleva traje! ―gritó el pueblo. La montada reprimió con gases. El niño purga reclusión perpetua.
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CH’IN ER SHI Er Shi Huang Di, el segundo emperador de China, buscó la isla de Zhifu interesado en la inmortalidad; tal como lo hiciera su padre, el legendario Ch’in Shi Huang Di. Demostrando una vez más que al destino lo hace la suerte, a pesar de ser notablemente menos capaz que Ch’in, Er Shi sí encontró la vida eterna. Pero no supo qué hacer con ella. Hoy atiende un puesto de comida china en Retiro. Los parroquianos se sonríen y le palmean condescendientemente la espalda cuando cuenta cómo escapó de la rebelión de Liu Bang, en el doscientos siete antes de Cristo.
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PRIMER CONTACTO ―Sa-lu-dos, te-rrí-co-las ―dijo uno de los alienígenas. Los nativos los miraron con curiosidad un momento. Luego los ignoraron. ―Que-re-mos ha-blar-con-su-lí-der. Los otros siguieron pastando. Las manadas de triceratops del cretácico tardío no tienen líderes.
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EL SECRETO La mitología nos dice que Prometeo robó las semillas de Helios, el Sol, y se las entregó a los hombres para que conocieran el fuego. Zeus, enfurecido, decidió castigarlo; y entonces ordenó la creación de la primera mujer, que fue formada por los dioses: Hefesto la moldeó en arcilla haciéndola hermosa, Atenea la engalanó, Las Gracias y la Persuasión le pusieron joyas, las Horas la coronaron con flores y Hermes puso en su boca mentiras y palabras de seducción, y en su pecho un carácter voluble. Nos cuenta, también, que esa primera mujer se llamó Pandora. Y a pesar de las advertencias de Prometeo acerca de no aceptar regalos de los dioses, su hermano Epimeteo se enamoró de ella y la tomó por esposa. Relata el mito que hasta ese momento la humanidad había vivido en armonía con el mundo; pero Pandora, curiosa, abrió la caja prohibida, permitiendo que la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, las plagas, la tristeza, la pobreza y el crimen quedaran libres. Los avances en investigaciones históricas y arqueológicas nos permiten hoy saber más acerca de la Caja de Pandora: era pequeña, y en su interior contenía una hamburguesa chiquita con queso cheddar y salsa de pepinos, un sobrecito con cinco papas fritas locas, una servilleta de papel, un sachetcito de mayonesa y un 29
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muñequito de Superman, de plástico; baratija hecha en Taiwan. La gaseosa, chica, venía aparte.
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TEORÍA CONSPIRATIVA DE LOS OSOS Papá Oso gritó muy fuerte: ―¡Alguien ha probado mi leche! Mamá Osa gruñó un poco menos fuerte: ―¡Alguien ha tocado mi silla! El Osito pequeño dijo llorando: ―¡Alguien está durmiendo en mi cama! Cuando Ricitos de Oro despertó, los tres osos todavía estaban allí. No sobrevivió al ataque. Un mechón de sus cabellos rubios, manchado de sangre, decora el centro de mesa en el acogedor comedor de la hermosa casita de los Oso.
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TÚ, PUTA Dieciséis años y el miedo en la piel. Mis tíos pagando el precio del debut. Penumbras y olor a jabón barato. Tus manos enseñándome a tocar mujer. «Labios», dijiste y me guiabas; y dijiste «tetas», «culo», «concha». Sesenta años después estoy muriendo. Sonrío y solo te recuerdo a vos.
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MACHISMO BÍBLICO II Herbert von Saks menciona, en su «Excursiônis Tellus Ioudeorum», a los agridagi, una tribu de las planicies de Ana-tolia, y que serían los mismos khjuinihi del targúm de On-quelos y de la versión siríaca de la Biblia que tomaron contacto con Occidente bien entrado el siglo XIX; quienes guardaban un escrito muy antiguo, hoy desaparecido, con una versión diferente del Pentateuco. Allí, el pecado original no sería el egoísmo, ni la vanidad de querer saber tanto como Dios. Para los agridagi el pecado original es una mezcla de curiosidad de Adán —que consideran buena― y desatino de Eva: ella lo invitó a ver qué había fuera del Edén. Estando desnudos, Adán salió primero y Eva detrás. Una ráfaga cerró la puerta, que no tenía picaporte por fuera. Eva había dejado las llaves adentro. Dicen que el escrito detallaba, claritos, los exabruptos proferidos por Adán.
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COSTUMBRES RARAS —¡Ahí viene otra vez! ¡Escóndanse! —dijo el sapo más viejo. —¡Te llena la jeta de saliva! —acotó un sapito. —¡Repugnante! —sentenció el sapo educado. La princesa, etérea y radiante, inició su ronda habitual de besos.
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CRISIS DE IDENTIDAD Con el cambio de hojas de la primavera, perdí los ojos y me aparecieron branquias. Cuando llegó el verano, mis doce brazos mudaron en tentáculos. A principios del otoño aparecieron las primeras escamas, en reemplazo de las plumas. En el invierno, mi trompa se transformó en una boca cavernosa y tétrica. A la siguiente primavera, los cambios continuaron. Dejé la crisálida. Tuve frío por primera vez. Luego, me aparecieron pedipalpos, que trocaron en dientes filosísimos; y antenas, que después fueron aletas, y también membranas, y párpados verticales, y dentículos, y opérculos, babillas, cuernos, cercos terminales y quelíceros; mientras las estaciones siguieron pasando. El líquido que rezumo después de atravesar mis tres estómagos, y que regurgito para alimentarme, ni siquiera es sabroso. Yo era un empleado administrativo, oscuro, pero sin problemas. Perdí mi trabajo, mi mujer, mi familia y mis amigos. Y ahora, ¿qué soy? Deseo morir. Con mi suerte, solo falta que no exista asteroide que se estrelle contra el planeta, y deba seguir así, mutando, estación tras estación, quién sabe hasta cuándo.
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OLOR/SABOR/FINAL Ella huele a duraznos y sabe a cerezas. Sus pechos suben y bajan al ritmo de su respiración, agitados. Llora sin emitir sonido. Él le besa el ombligo, apoya su cabeza en el vientre firme y se duerme, satisfecho. Ella lo acaricia y, prolongando su placer, se lo come.
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ASÍ HABLÓ CAPERUCITA —¡Basta de clases sociales, camaradas! —decía a los habitantes del bosque, mientras les ofrecía el contenido de su canasta—. ¡Debemos bregar por la emancipación de todos los trabajadores de esta foresta! ¡La dictadura del proletariado hará cesar esta explotación vergonzosa en forma de historia para dormir a niños con el opio burgués de un cuento simplón! ¡El imperialismo capitalista no sabe del to-rrente revolucionario que corre bajo estos pinos! La abuela, más curtida por los años vividos bajo el régimen del Lobo, sonreía a los animales como tratando de atenuar los exabruptos comunistas de su nieta, a la que todos en el bosque de Böhmerwald llamaban «La Roja».
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UN ATROPELLO A LOS DERECHOS ANÁTIDAS Bastante hijo de puta el Caballero Cisne de Lohengrin. Ordenó la represión de una manifestación pacífica de los patos y la detención de sus cabecillas Donald y Lucas; en represalia por las burlas sufridas en su infancia, cuando era considerado un patito feo, feo.
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EN ALGÚN LUGAR DE LA MANCHA —Dilecta mía, refulgencia de mis retinas, discernimiento que esclarece mi existencia —dijo Alonso Quijano—, Febo arrulla el elixir de tu prosapia. —¿Quéloque? —contestó Aldonza Lorenzo, mientras se rascaba una teta.
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CURIOSA MANERA DE SACARNOS DINERO Amados míos, soy Dios. Es decir, el ente al que ustedes llaman Dios. Nací en una familia acomodada del centro de la galaxia y compré la Tierra a unos mercachifles hace miles de millones de años; y, de verdad os digo, pagué monedas por ella. Era una inmensa esfera de roca, vacía y desolada. Contraté a los mejores paisajistas y decoradores y me aboqué a dotarla de océanos, montañas, selvas y llanuras. Luego vinieron eminentes biólogos que la sembraron con vida primigenia. Yo quería un lugar privado de recreo y esparcimiento para visitar, de vez en cuando, con mis invitados. También me interesaba ver de qué manera esos organismos primitivos podrían evolucionar; y me sorprendí gratamente cuando lograron una mente capaz de entender mis palabras. Hoy recurro a vosotros, porque me encuentro en una situación delicada: malas inversiones me llevaron a dilapidar mi fortuna, y ahora me es difícil afrontar mis obligaciones con acreedores y el fisco. Es por eso que, no sin vergüenza, les pido que me entreguen todas las riquezas del planeta. Si no, me veré obligado a arrasar con todos ustedes y construir un gigantesco shopping. O un bingo.
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LA TÍA GERTRUDIS LE PIDIÓ PRESTADA UNA TAZA DE AZÚCAR A LA VECINA DEL SEXTO «A», QUE TOMABA SOL EN SU BALCÓN, EN TOPLESS Tocó a la puerta que, apenas segundos después, se abrió de golpe. Imagino la escena. Ella, solterona por decisión propia, mujer de misa diaria a las seis de la mañana, novenas por la tardecita y dos rosarios rezados durante el día; luto riguroso, medias hasta la rodilla y zapatos negros abotinados, cara lavada y pelo entrecano atado en un rodete; parada frente a la puerta sosteniendo la taza con ambas manos y, recortada en el marco, despampanante, la vecina de la que nunca supe el nombre pero a la que llamábamos La Potra: cuerpo extraordinario, envidia de los editores de Hustler, un metro ochenta, cabello rubio a lo Farah Fawcett, tanga roja y tetas así de grandes, libres de cualquier yugo. Fue un choque de culturas. Marco Polo ante el Gran Kublai. Cortés ante Moctezuma. Nunca supimos qué hablaron durante ese encuentro; pero, a partir de allí, la tía abandonó la iglesia. Yo le conté doce amantes hasta que murió, hace poco. Solía pasar las noches acodada en la barra del Copenhague, donde la conocían como Gerty. Unos meses atrás tuve noticias de La Potra. Es pastora de un culto evangélico en un cine de Constitución, devenido en templo cristiano. Le va bien. Oficia los servicios en topless. 41
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TRATARÉ DE NO DORMIRME MIENTRAS ESTÉ MUERTO Soñaba que estaba sufriendo el ataque de un malón de la nación ranquel. Quinientos bravos de Calfulcurá, ciento cincuenta de Painé Guor, doscientos del feroz Paguithruz, veinte comanches y un sioux. No nos iba bien. Resistíamos detrás de una línea informe de carretones volcados y animales muertos. Pedí a mi kure un arma cargada. Ella no me respondió. Giré la cabeza y la encontré muerta. Al lado del cadáver, un oberstumführer de las SS, con su uniforme negro impecable en medio del polvo de la pampa y las botas charoladas brillantes aún en el barro, apuntándome con su lugger. —Erhalten, von der hose! —gritó Imposible convencerlo de que se había equivocado de sueño. Yo nada de alemán, él ni una pizca de castellano. Insistí hasta el cansancio, pero no hubo caso. Él gritaba cada vez más fuerte. —Vorbereitung der esel! —¡Este es mi sueño! —decía yo. Finalmente disparó y me voló la cabeza. El estampido me despertó. Pero no entiendo la sangre, el agujero en mi frente, la punta de lanza de tacuara clavada en mi hombro, mi familia llorando desconsoladamente a los pies de mi cama, ni por qué el alemán está ahora detrás de ellos y le hace cuernitos a mi viuda, mientras un comanche y el sioux se ríen. 42
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DICE EL LIBRO En el principio, Dios creó los vampiros. Era de noche. Y dijo Dios: «No es bueno que los vampiros tengan hambre». Entonces creó al hombre a partir de un colmillo. Después hizo el día y la radiación UV.
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LEYES NO ESCRITAS ACERCA DEL TAMAÑO, DISCUTIDAS BUCÓLICAMENTE EN LA COSTA DE MAGALLANES Tres días hace que la nave está fondeada a una legua de la costa de la Tierra del Fuego, cerca de un islote que la protege del viento. Annëken, kon de los selk’nam que habitan el centro de la isla, hace tres días que la vio y espera sentado, apenas cubierto con su chonhkoli de piel de guanaco, impávido y abstraído del frío y el viento, a que algún c’ón baje, para hablar con él. Es un chamán instruido e inteligente, que domina el idioma de los hombres que dicen venir de la España de Fernando sexto y la lengua de los hombres que vienen de la Inglaterra de Jorge segundo. Por fin, cuando el viento amaina, se desprende una chalupa con un solo hombre. Llega a la costa, baja y se aproxima a él. Con voz altiva, le dice: —Buenas tardes, doctor Lemuel Gulliver a su servicio. —Lo hacía más alto. —Son habladurías. No crea todo lo que escucha. —Me pasa lo mismo. Dicen que tenemos pies grandes; y solo porque algún español confundió nuestras huellas en la arena. —Es cierto, me había llegado esa noticia. —Conocí a una compatriota suya. Vio mis pies calzados, y luego, cuando me vio desnudo en la intimidad 44
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de mi kawi, me llamó mentiroso. Citó alguna regla acerca de la dotación del que tiene pies grandes. —Lo entiendo. En Liliput solían hacerme chanzas por lo mismo, envalentonados por ser petisos y no sé qué cosas con la ley de la «L».
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PAPÁ SE FUE 2.0 Papá desapareció cuando yo tenía seis años. Él era mago. Mamá dice que era extraordinario, que la gente lo aplaudía a rabiar y que a sus trucos los envidiaba el mismísimo Fu Man Chu. Mamá cuenta que aquel día, en el living de casa, hizo su último acto. Miró a mamá que estaba en la cocina, como si se tratara de la audiencia; con un ademán rápido de sus manos se cubrió con su capote y con su voz profunda, como de ultratumba, dijo sus palabras mágicas: «Voy a comprar cigarrillos». Nunca más lo vimos.
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ALF LAYLA WA-LAYLA —¡Alá es grande!—dijo la princesa Scherezade cuando vio a los mil y un apaches —. ¡Todos para mi sola! Y se los ve tan exóticos con esos modelitos… ¿Quién les hace esos trajes, ricura? —le preguntó al más cercano a ella, que parecía estar al mando del grupo; vestido con un chaleco de piel de ciervo, un taparrabos extrañamente largo y mocasines, el cabello lacio atado en una trenza y la cara pintada en líneas oblicuas blancas. El hombre miraba a todos lados con temor, y no habló. —¿Cómo te llamás, tesoro? —insistió ella. —Gokhlayeh —dijo él—. Pero me dicen Gerónimo. —¡Ay, pasen, pasen! ¡Qué amorosos! Y vos, cielito, vení conmigo. La princesa sabía que su esposo, el Gran Sultán Shahriar, le obsequiaría un presente traído de tierras lejanas, en compensación por tantas noches de sufrimiento esperando una muerte que, Alá sea alabado, jamás llegó. Según palabras del Gran Visir, el Sultán esperaba que el presente fuese de su agrado; y recalcaba muy especialmente que eran para su exclusivo solaz y esparcimiento. Scherezade llevó a Gerónimo a su alcoba, de la que salió, espantada, un minuto después. Hizo desvestir a los otros mil guerreros, y lloró.
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Claro estaba. Poseía, ahora, su propio harén, el más grande de todo el Islám: mil y un apaches eunucos.
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PROGRESO —Estamos vencidos. Nos hemos quedado sin escondite —dijo Robin Hood, mientras las topadoras desmontaban la última hectárea del bosque de Sherwood.
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Y ESTAS FUERON LAS NOTICIAS, DESDE EL FRENTE DE BATALLA —¡Caín Onán, entrá pa’dentro, disgraciao! El grito de su madre aún despertaba por las noches al Padre Tito. Se hizo sacerdote por ella, mujer despótica, devota e inculta que no tuvo muy en claro quiénes fueron malos y buenos en la Biblia. No era feliz. Y cada vez que dormía soñaba con mujer, pero su madre, muerta hacía más de veinte años, lo rescataba del ansiado pecado de la carne. —¡Padre Tito! —lo llamó el grito del Cabo Cepeda, y los golpes en la ventana—. ¡Venga! ¡Hoy es la noche! Miró la hora. Las once. Recordó el aquelarre que «no es leyenda, m'hijo», según decía Ña Aparecida, cada vez que le curaba el empacho. Llegaron al pie del cerro, en la oscuridad, a las doce. Preparó los utensilios para el exorcismo. La boca de la cueva los llamaba. Entraron. Un terrible golpe lo desmayó. Despertó y vio que era cierto. Ciento cincuenta mujeres, todas desnudas y algunas conocidas, lo miraban con furia. Estaba desnudo, también. Solo le habían dejado el alzacuello. Cepeda lo sujetaba por los brazos. Ña Aparecida, con tono de discurso de barricada, estaba diciendo: —¡Por cada una de las nuestras que murió en la Inquisición, morirán cinco de ellos, compañeras!
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Caín Onán Rosales, alias Tito, sacerdote a la fuerza, murió en la hoguera a los cuarenta y cinco años, en el Auto de Fe celebrado por el bando contrario, en la Sierra, la noche mágica de Walpurgis del año dos mil tres.
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¡LO ENCONTRÉ! El platero que hizo la corona de Hierón fue perdonado. El rey, en realidad, nunca le creyó a Arquímedes y su teoremita. ¿Cómo podía creer que los cálculos fuesen correctos? Nadie, en su sano juicio, puede hacerlo por más ¡Eureka! que diga el sabio, si éste anda por las calles de Siracusa en bolas, enjabonado y a los gritos.
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ESTO PASA AHORA EN LA MITOLOGÍA GRIEGA La Paradoja de Zenón, enuncia que Aquiles, el de los pies ligeros, el más hábil guerrero aqueo, matador de Héctor, compite en una carrera contra la tortuga. Siendo mucho más rápido que ella, le otorga una gran ventaja inicial. Luego de largar, Aquiles recorre la distancia que los separaba inicialmente en poco tiempo, pero al llegar allí descubre que la tortuga ya no está, sino que, lentamente, ha avanzado un pequeño trecho. Sigue corriendo sin desanimarse, pero al llegar de nuevo donde estaba la tortuga, ésta ha avanzado un poco más. Zenón pronostica que Aquiles no ganará la carrera, ya que la tortuga estará siempre por delante de él. Desconocedor de este augurio, el mirmidón no ceja en su empeño. Así puede vérselos a él y a la tortuga,en lo que los arqueólogos supusieron era una estatua, encontrada el mes pasado en Larissa, en el centro de Tessalia. Estudios tomográficos y de rayos equis han demostrado que, efectivamente, son ellos. Inmóviles, en una carrera iniciada hace más de tres mil años, que durará por siempre. A la fecha de hoy, Aquiles está unos diez centímetros atrás. Por el tamaño de su vejiga, se sabe que tiene unas ganas extraordinarias de orinar. Se conoce, también, que el muy tozudo tiene perdida esta carrera de antemano, si no se aviva de la existencia del cálculo infinitesimal.
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SE NECESITA UN MANUAL DE AUTOAYUDA PARA FANTASMAS Zacarías Ayala era muy feo. Y era curandero. Arte que heredó de su abuela, famosa por el litigio que le ganó, allá por el cincuenta, al doctor Zamponi, quien la había denunciado por ejercicio ilegal de la curandería. Ayala fue contratado por la viuda del alemán von Staffel, doña Nieves García Rodríguez, hija del que fuera goberna-dor antes de la revolución del sesenta y uno. No está clara la naturaleza de su trabajo, pero al cabo de tres meses, el curandero estaba viviendo con la viuda, en el casco de la estancia del alemán. Desde esa época se le conoció en el pueblo como el Yeti Ayala, el abominable hombre de la Nieves. Von Saffel todavía habitaba la casa, en calidad de fantasma, y sospechó algo cuando el olor a sahumerios —a los que siempre fue alérgico— comenzó a afectarlo. Cuentan los peones que era muy común escuchar los estornudos del finado, aún durante el día. El Yeti alegaba que el patchouli mantenía a raya a la culebrilla, al mal de ojo y a los cornudos. Celoso, el fantasma decidió asustar y echar de su casa a su reemplazante; para lo cual una noche abrió la puerta del baño, con la peor cara de muerto que pudo poner. Ayala se estaba afeitando. Von Saffel no vio a uno, sino a dos feos: el original y al reflejado en el espejo. 54
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Su terror fue tal que desapareció para siempre de la estancia. Esto ocurrió hace más de treinta años. Aún se escuchan sus estornudos en medio del campo. Se agravó su alergia. Ahora no soporta ni el olor a soja.
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LA VIDA EN EL MUNDO MODERNO ACARREA PROBLEMAS NUEVOS —Y bien, amigo, hábleme de su problema —miré al psicólogo, con una mueca entre curiosa e interrogativa—. ¡Vamos! ¡Anímese! —¡Guau! —dije yo. ¿Y qué otra cosa podría decir? Soy un perro marca perro, más vale pequeño y sin ningún atributo especial. Tuve la suerte de ser sacado de la calle por una solterona que me crió como a su hijo. Baño diario, peluquería los viernes. Pullover y gorra en los días de invierno. Cuando mi dueña notó mi primer comportamiento raro, inmediatamente recurrió a la psicología canina. Y acá estoy. —Ajá —dijo él. —Aú, aú, aú. Iú, iú, iu —lloré, bajando la cabeza, con mi mejor voz de caniche. —Bueeeeno —dijo él. —¡Guagrfguaguaarfgaguau! —le grité en la cara, adoptando la postura de un dóberman. —Y qué más —insistió él, sin inmutarse. —Guuuuuau —musité, con el aplomó inglés de un yorkshire. —Bien. Bien —dijo él. Sin hablar, lo ataqué como un rottweiller. —¡Serapio! —me llamó mi ama. Solté al médico y me refugié a sus pies. —¿Y, doctor? —dijo ella.
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—Curioso, señora —dijo él, acomodándose la ropa y levantando sus anteojos del piso—. Su perro tiene personalidades múltiples.
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LA VERDADERA RAZÓN O CÓMO SE PUEDE EXPRESAR, EN UNA SOLA PALABRA, EL MÉTODO POR EL CUAL SE ENCONTRÓ LA FORMA DE QUE LAS LEGIONES CELESTIALES CONSIGUIERAN EL TRIUNFO FINAL SOBRE LAS HUESTES SATÁNICAS DEL INFIERNO Casualidad
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VIERNES, A ESO DE LAS ONCE DE LA MAÑANA Doña Berta me pidió una docena de huevos. Los tomé de la canasta y separé una hoja de diario para envolverlos. Algo llamó mi atención, y detuve el movimiento del papel en el aire. Allí estaba, casi al final de la página. No podía creerlo. «Horacio: dice el Colorado Fernández que te pasa a buscar este viernes, cerca del mediodía. Rogelio». Me olvidé de Doña Berta. Con premura, miré la fecha del diario. Era del lunes pasado, y lo que cuento ocurrió ayer jueves. Quedé atontado; primero, porque encontrar una noticia así es bastante extraño; segundo, porque no conozco a ningún Rogelio; y tercero, porque el Colorado Fernández murió hace trece años cuando, borrachos, le dimos para tomar kerosene en su despedida de soltero. Algo de miedo tengo. Nunca me llevé bien con el Colorado Fernández.
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DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS QUE SE PERDIERON EN LA HISTORIA I El aporte más importante del Doctor Frankestein, además de su logro en la reanimación de material orgánico muerto después de más de veinticuatro horas, fue el de eliminar el rechazo entre órganos de donantes cadavéricos distintos. Resultó una pena que los ignorantes y miedosos habitantes de la villa de Darmstadt quemasen el castillo. Los documentos del doctor, invalorables, se perdieron en aquel incendio. Idiotas.
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GÉNESIS, CAPÍTULOS DEL 6 AL 9 «…Y entonces, Moisés tomó una pareja de cada especie de pájaros, de ganado y de reptiles, para que puedan sobrevivir. Además, recogió víveres de toda clase y los almacenó para que le sirviesen de alimento a él y a los animales. Cuando todo estuvo listo, Moisés entró en el arca junto a su familia, y se dispuso a cruzar el Mar Rojo…». —Perdón, mi Señor —dijo el ángel—, me parece que se le están confundiendo los personajes y las historias… —¿Quién escribe el Libro? —replicó Dios—, ¿vos o yo?
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NO ME DESAMPARES —Tiene derecho a un ángel de la guarda —me dijo el oficial, mientras me empujaba a ese túnel estrecho, apenas antes de nacer—. Si no puede pagarlo, se le proveerá uno de oficio. Está demás decir que no pude pagarme uno. El que me tocó en suerte atiende unos veinte millones de humanos. No puedo esperar gran cosa de él.
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BIBLIOTECA MITOLÓGICA I Minotauro está en el centro de la estancia. Aprieta sus puños y bufa. El sudor brilla en su testuz y la sangre tiñe su morrillo. Va a atacar. Enfrente Teseo, tenso en el traje de luces, estoque escondido, agita el capote rojo que tejió Ariadna con su insigne hilo.
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PRESENTACIÓN Es de noche. No hay luna. Tengo dos años. Mamá y papá están contentos. El rey Herodes les pidió que me llevaran a su palacio.
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NOCHE Y NIEBLA —Mamá, ¡el abuelo Adolfo se cagó otra vez! —¿Otra vez? ¡Viejo de mierda! ¡Qué carajo se cree! ¿Que estamos para servirlo? ¡Demasiado tenemos trabajando todo el día, pare tener que venir y atenderlo! ¡Como si fuera una delicia limpiarle el culo! ¡En lugar de agradecernos por no meterlo en un asilo! ¡¿Por qué no se muere y nos deja de joder la vida?! El abuelo Adolfo gimió y una lágrima le corrió por la mejilla. Se sabía inferior al perro de la familia. Como siempre, como todos los días, se dijo que si volviese a nacer, si hubiese otra vida, si se encontrase en otro universo, sería otra persona, digno de respeto y admiración. Pero estaba allí y no en un mundo paralelo. Era un viejo sucio de mugre y afecto y no una persona reverenciada y temida. Era el mismo abuelo Adolfo de siempre, denigrado y ultrajado, que vivía en la pequeña villa de Braunau am Inn, en los Alpes austríacos, en la pequeña casita de los Hitler.
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EL FANTASMA MÁS VIEJO Desorientado, no se encuentra entre los de su especie. El fantasma de un cavernícola muerto hace veinte mil años en Lascaux, en plena Edad de Piedra, no sabe nada de sábanas y cadenas.
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CELEDONIO CENTENO, CANTOR DE TANGOS …curioso y poco conocido entre los amantes del dos por cuatro, es el caso de Celedonio Centeno. Los más memoriosos recordarán un hombrecito regordete, de bigote finito, de escasos cabellos peinados a la gomina, que supo acompañar, con más pena que gloria, a la orquesta típica del Maestro Manfredini allá por finales de los años cincuenta. Solían llamarlo «El Mudo»; y más de un tradicionalista se ofuscó por lo que creía una inmerecida comparación con Carlos Gardel. Lo que pocos saben es que Celedonio Centeno era, ciertamente, mudo de nacimiento, pero vaya uno a saber por qué designio de la Divinidad también era ventrílocuo; por lo que podía, usando este don, entonar dignamente tangos como «La Cholga», «Mañanita de Barrio Obrero» o «Se fue en el tranway de las siete», mientras hacía su propio playback. Cuentan que nadie sospechó nunca de este engaño, aunque cierto ceceo, cierta tendencia a no pronunciar las «eses» finales, una «jota» aspirada, estuvieron alguna vez a punto de delatarlo. No se conservan grabaciones de Centeno.
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ÉRASE UNA VEZ EN UN JUICIO… Los señores Betilotti, Zutánez y Naindevich son, usted puede verlo, señor Juez, tres ciudadanos que, ocultos bajo un mal disfraz de respetabilidad y honor, esconden la más abyecta lascivia, la más despreciable concupiscencia. Son un compendio de obscenidad, un manual de lujuria. Su impúdica libido les impide disimular el libertinaje que los embarga. ¡Mírelos, señor Juez! Sus trajes caros, sus relojes de marca, sus zapatos lustrados, sus perfumes franceses no pueden encubrir el fétido olor de —disculpe la expresión— su cachondez. Su cáscara de moralina no enmascara su orgiástico desenfreno. En cambio, su Excelencia, detenga un momento sus ojos sobre mi defendida. Su sensualidad es sólo una forma de enfrentar la dureza de un mundo que no le ha sido fácil. Mencionan su voluptuosidad cuando no puede observarse otra cosa que recato. Hablan de su incontenido erotismo, cuando no hay otra cosa que sana diversión en locales que, por otra parte, están perfectamente habilitados. Para terminar, señor Juez, las acusaciones de estafa que pesan sobre mi defendida no pueden considerarse como serias. El vituperio al que es sometida, el oprobio, la afrenta, ¡la deshonra! son, señor Juez, muy reales. Ni en cuentos alguien en su sano juicio podrá creer que, por sucios malabares, las casas de estos tres cerdos han quedado en las manos de esta inocente mujercita, a quien llaman «La Loba». 68
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EXORCIZO TE —¡Fue ese señor, papá! —gritó el pequeño demonio mien-tras señalaba con su dedo—. ¡Él me obligó a abandonar el cuerpo de mi huésped! El aterrorizado sacerdote se quedó paralizado frente al terrible leviatán de más de tres metros de alto, ojos rojos, serpientes por cabellos, piel erizada de pústulas, manos como garras, patas de caprino y fétido, en su olor a azufre. —¿Así que usted le tiró agua bendita a mi hijo? — inquirió en latín el horroroso padre mientras se acercaba al exorcista blandiendo su espada llameante.
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EL PUÑO IZQUIERDO DE CENICIENTA Se hicieron las doce, la una, las dos. A las seis de la mañana, todos los invitados se habían retirado. La orquesta se había dormido en sus asientos (apenas el trombón continuaba tocando con un «tua-tua» insulso); el príncipe estaba sentado en el trono, tratando de desanudarse la corbata que tenía atada en su frente, la camisa blanca fuera de los pantalones (manchada de vino) y la bragueta abierta. Solo un guardia quedaba en el salón del palacio. Llevaba puestos unos anteojos con nariz a lo Groucho Marx, una peluca de bucles rubios; y soplaba, tontamente, un cornetín. Cenicienta seguía bailando, descalza, con los zapatos de cristal en sus manos, mientras su madre y sus hermanastras se aburrían en la última mesa del rincón, y el hada madrina miraba, impaciente, su reloj, sin entender que tantos años de sometimiento habían desarrollado la conciencia social de Cenicienta, y sus contactos en los sindicatos eran perfec-tamente capaces de organizar, para las doce de la noche en punto, un paro sorpresivo de choferes de carruajes.
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MACHISMO BÍBLICO III Entre los escritos personales que a su muerte dejó Lord Charles Kingsley —el famoso arqueólogo y lingüista británico (Southend-on-Sea, Inglaterra, 1819 – Bengaluru, India, 1902)— y que, pretendidamente, iban a integrar un volumen titulado «Trips. From Karkemiš to Susa», se encuentra la traducción de un texto subyacente en un palimpsesto, del que no se tiene otra noticia que la que da Kingsley. Hoy, la mayoría de los eruditos coinciden en señalar que esta historia es apócrifa; y algunos dicen que es, lisa y llanamente, una invención del arqueólogo. El escrito refiere al mito babilónico de la creación y lo hermana con el Bereshit hebreo. Relata la historia del hombre Tukulti-Ninurta y la mujer Samhat, y su vida en el E-engur-a, que Kingsley asocia con Adán, Eva y el Paraíso. De la misma manera que en el Génesis, el manuscrito interpreta la creación de la mujer Samhat, por parte del dios Enki, a partir de una costilla de TukultiNinurta. Dice que la vida en el E-engur-a era apacible y exenta de problemas, pero que Ningizzida, la serpiente, encontró el punto débil de la mujer, sus celos, y decidió azuzarlos. Le contó a Samhat que Tukulti-Ninurta le había solicitado a Enki otras mujeres, y que el dios accedió, incluso al pedido del hombre para que la mujer no se enterase.
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En términos modernos, diríamos que todo se pudrió y la humanidad perdió el Paraíso la noche que, embriagada por sus celos, Samhat decidió contar las costillas de Tukulti-Ninurta mientras el hombre dormía, y encontró que a éste solo le quedaban dos.
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EL EFECTO CHUANG TZU Chuang Tzu, en Pekin, soñó que estaba enamorado de Li Pei y que en su estómago una mariposa agitaba sus alas, provocando un huracán al otro lado del mundo, tan enorme que llegó hasta la China entreverándolo todo, de manera que Tzu se mezcló con su sueño; y ahora el pobre no sabe si es él la mariposa, si está enamorado de Pei o de su hermana, o las odia a las dos; si está en Pekín, en Nueva York o es, quizá, el que está leyendo esto y espera, desesperadamente, que alguna mariposa lo despierte.
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EL FIN DEL IDILIO Yo estaba fervientemente enamorado de ella. Era tan perfecta que hasta tenía defectos, los mínimos, justos y necesarios. Pero al fin y al cabo, lo nuestro no pudo ser. ¿Por qué, me pregunto, mi amor por ella tenía que ser correspondido?
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SOLEDADES Cerró los ojos y trató de pensar en algo hermoso por sobre el ruido atronador que se acercaba a pasos agigantados. En su mente se formó una imagen borrosa, oscura, pero que se auguraba bella. Adivinó una flor a orillas de un arroyo, una nube, un pájaro. No tuvo tiempo para nada más. El tren le pasó por encima.
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DE CUENTOS V —¡Ya van a ver cuando sea grande, manga de pelandrunes! ―decía el Patito Feo, llorando, ante las carcajadas de sus hermanos. Ya se sabe lo crueles que pueden ser los niños. Al crecer, todos dejaron la laguna materna para conocer otras; con buena suerte algunos, mejor los demás. El Patito Feo no. El se quedó en su «terruño», donde al menos lo conocían. Ya no se burlan de su aspecto y, por cansancio, se ganó cierto respeto. Solo de tanto en tanto algún patito nuevo se asusta. Quedó pato, quedó feo. Jamás fue bello, jamás fue cisne.
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EL LOBITO MENTIROSO A la quinta vez que el lobito gritó: «¡Viene el hombre! ¡Viene el hombre!», la manada, furiosa, decidió ignorarlo. Diez minutos después, el lobito era huérfano y no quedaba nadie vivo en su clan. Pasó toda su vida arrepentido de aquella mentira que creyó solo un juego, y despreciado por sus semejantes. Al final de sus días tuvo la oportunidad de reivindicarse cuando atacó a un gran rebaño que pastaba en la ladera de la colina. Satisfecho consigo mismo, todo manchado de sangre y somnoliento, descansando a la sombra de un grupo de álamos después de haber matado más de cuarenta ovejas, se preguntó por qué los hombres no protegieron a sus animales, a pesar de que el pastor que actuaba de vigía gritó varias veces: «¡Viene el lobo! ¡Viene el lobo!».
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GANG BANG SALVAJE Desenfreno, desmesura, gemidos. Placer y lujuria dentro del costurero. Los hilos derrochaban testosterona. La aguja clamaba por más. Todo se desmadró cuando Hilo Negro e Hilo Rojo presentaron la sorpresa de la noche. Ella se puso pálida. En un alarido gritó: —¡El camello no! No le hicieron caso.
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CÓMO DUELEN TUS BESOS Mi piel se alegra cuando está cerca, mi olfato no sabe encontrar otro olor más que el tuyo. Mi boca extraña tus besos que duelen tanto. Ya perdí casi todo el labio inferior y mitad del superior, pero no puedo dejar de besarte, caníbal.
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VENGO A PEDIR LA MANO DE VALERIA ―Ejem —carraspeó Julián―. Don Esteban, vengo a pedir la mano de su hija. —¿Cuál? ―Valeria, Don Esteban. —No. Pregunto cuál mano, ¿la izquierda o la derecha? ―¿Qué diferencia hay? —Valeria es zurda. La izquierda es un poco más fibrosa, menos tierna. ―Entonces, deme la derecha. —Ta bien. ¿Tiene en qué llevarla? ―Traje la bolsa de los mandados. —No. Va a dejar un reguero de sangre. No se haga problema. Se la pongo en una bolsita de nailon, con hielo. ¿Algo más? ―No, gracias. —¿Probó el muslo de mi otra hija, la Jimena? Nada de grasa. ―No, está bien así. Solo quiero la mano para un caldito… —¿Y la pechuga de la patrona? Algo dura, pero abundante. ―Así está bien. ¿Cuánto es? —Espere que la corto y se la peso. Ta barata. Cincuenta el kilo. Y la próxima vez llámeme y se la mando. Ahora tenemos delivery.
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QIANGYAN WANG La nieta de Chi era hermosa. Se llamaba Redecilla Para Atrapar Miradas y cuentan que su pestañeo provocaba tifones en el mar de la China. Todos la amaron. Solo un hombre fue capaz de estremecerla. Nadie la poseyó jamás. Los Contadores de Historias dicen que no murió. Cuentan que se esfumó en la nieve cierto invierno que se prolongó demasiado.
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LOS ESPEJOS NO HABLAN —Espejito, espejito, ¿quién es la más linda del reino? ―Antes que nada —contestó el espejo― deberíamos definir qué entendemos por lindo. Está claro que nos referimos a una cualidad inherente a una persona, pero como se han estado sucediendo las cosas últimamente (la desigualdad sembrada por el capitalismo en el mundo, tarde o temprano iba a traernos problemas), hoy, paradójicamente, las minorías son mayoría. Tanta oleada inmigratoria ha desdibujado nuestro concepto de belleza y lo que es hermoso para un japonés de la prefectura de Ibaraki no lo es para un bakongo del centro del África... Una taza surcó el aire y deshizo el espejo en mil pedazos. —¿Pero yo qué dije de malo? ―alcanzó a decir éste, antes de apagarse.
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ARGUMENTOS A FAVOR DEL USO DE LAS GOMERAS Mi abuela siempre supo cuándo le robé alguna galleta, comía golosinas a escondidas después de lavarme los dientes, o me quedaba con dos insulsas monedas del vuelto. «Me lo contó un pajarito», decía. Toda mi infancia traté de superar a la vieja, pero nunca lo logré. —¿Por qué no fuiste a la escuela ayer? ―¿Cómo que no fui, Nona? —Ayer faltaste a clases. ―¡Noo! —No mientas ―y agregaba la frase lapidaria—: Me lo contó un pajarito. Tarde entendí de la connivencia rayana en contubernio entre abuelas y aves. Los pájaros —malditos sean; viles informantes, soplones, chivatos, delatores, botones― conforman una red insuperable de espías al servicio de las generaciones adultas que pergeñan inicuos planes en contra de la mejor y más sana infancia. No les tendré piedad.
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LA CARACOLA El mar estaba tranquilo, el sol de marzo apenas tibio, la arena limpia y solitaria y soplaba un suave viento del este. Vi la caracola ―una strombus gigas— desde unos treinta metros. Era hermosa y una buena decoración para nuestra casita de verano. La levanté y, como hago desde niño, la llevé a mi oído para escuchar el mar. Me llegó la cadencia de olas antiguas y lejanas. Pero esta vez había algo más: un murmullo apagado que sólo logré descifrar cuando tapé mi otro oído. Una voz humana ―¡Sollievo! ¡Aiuti! —decía. Y agregaba palabras que no pude entender. La llevé y se la mostré a mi esposa, que se sonrió descreída; pero luego abrió grande sus ojos, atónita. ―¡Sollievo!¡Aiuti! —oía, con más claridad en la casa silenciosa; pero aún sin entender el resto. Y allá está, en una repisa de nuestra casita. Mensaje de algún italiano náufrago desde hace quién sabe cuántos años, esperando un rescate que nunca llegará porque no entendemos qué dice, además de pedir socorro y ayuda. ―¡Sollievo!¡Aiuti! A veces, cuando la noche es silenciosa, lo escuchamos desde nuestra cama con cierto fastidio que alguna vez fue impotencia. Hemos pensado en deshacernos de la caracola. 84
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ZAPATOS Dejó las pantuflas de bajar ascensores y se calzó las chinelas de transitar lobbies. En la puerta las cambió por mocasines de caminar veredas. Llegó a la esquina, se puso botas para saltar charcos y bajó a la calle. En la senda peatonal las reemplazó por sandalias de cruzar calzadas. Absorto en sus cosas, no prestó atención a la bocina de romper oídos. Lo atropelló un auto que circulaba sobre ruedas de cansar ciudades.
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PARA AMENIZAR LA VIDA DENTRO DEL MONASTERIO San José de Cupertino está en éxtasis y levita a un metro del suelo. Hay olor a jazmines. Por detrás se acerca el novicio Clemente y deja bajo el santo un pequeño artilugio de pólvora, con la mecha encendida. Explota. El santo cae despatarrado. La carcajada estalla entre los monjes.
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BIBLIOTECA MITOLÓGICA II La lucha es titánica. El Salvaje Toro de Creta embiste. Hércules lo soporta de los cuernos y resiste. El Toro brama. Hércules tensa los músculos, hace fuerza y deja escapar una estruendosa flatulencia. El Toro ríe a carcajadas. Entonces, pierde.
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SONARÁ EL DESPERTADOR A LAS CINCO MENOS DIEZ Te levantarás sin mirarla, irás al baño despacio, tomarás dos mates de parado en la cocina, saldrás abrigado porque en la tele dicen que hace apenas dos grados y que el dólar que nunca viste subió. Tomarás el colectivo que pasará tarde por la parada. Ficharás la tarjeta en el reloj de la fábrica, de manera mecánica, y mirarás la hora que se marcó, sin verla. Te pondrás la ropa de trabajo, encenderás la máquina acordándote de los tres dedos del Rusito que quedaron tirados en el suelo cuando se los arrancó el balancín. Mirarás el reloj hasta que se hagan las cinco, sin esperar nada. Saldrás saludando al vigilante con un «ta mañana» susurrado. Harás, cansado, el viaje de regreso, como ocurre desde hace quince años. Casi te alegrarás al llegar a tu casa y comprobar que tu mujer te ha abandonado llevándose los muebles y los hijos.
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ESCENA EN UNA BUCÓLICA VILLA, EN UN DÍA DE MERCADO, EN LA EDAD MEDIA —¿Qué va a llevar, doña? —Deme tres libras de muslo, cortado finito, como para cotoletti. —Muy bien. Tiempo loco, ¿eh? —contestó el carnicero, al tanto que afilaba su cuchillo en la piedra de Ardenas y se disponía a rebanar la pierna del prisionero —ojos inyectados en sangre, espumarajos escapando de su boca con dientes flojos por morder lonjas de cuero para engañar al dolor, su cara roja y perlada por el sudor, las venas azules de sus sienes a punto de estallar, las manos moradas por las ataduras— condenado a ser descuartizado en vida, vendido en fetas en el mercado.
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LA LARGA ESPERA Esperó toda su vida por la mujer que le estaba destinada. No supo si nunca apareció, si vino y no la vio, no la reconoció, o él no era el indicado para ella. Murió y lo enterraron al lado de una vieja sorda que no se queda quieta en el cajón.
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EL REGRESO La mañana estaba cálida y el sol calentaba, despacio, las paredes del palacio de Great Cumberland Lodge, en Windsor Great Park, residencia habitual de los Duques de Marlborouh. El anciano, vestido con harapos, tocó a la puerta y fue atendido por el mayordomo, quien, al ver su traza, le espetó: —Los señores dan limosna y hacen caridad los viernes. El viejo respondió: —Volví. El mayordomo, azorado, preguntó: —¿Cómo dice? —Dije que volví —contestó el recién llegado, con un tono de voz apenas audible, casi de ultratumba. —Y usted, ¿quién es? —Mambrú. —¿Quién? —Mambrú, el que se fue a la guerra. —No entiendo… —Si, ¿no se acuerda? Mambrú se fue a la guerra, chiribín, chiribín, chin, chin… —¡Ah! No sé cuando vendrá; do re mi, do re fa, nooo sé cuándo vendrá. —El mismo, John Churchill, primer duque de Marlborough. Encantado. —¡Pero usted se fue hace como trescientos años! ¡Debería estar bien muerto! 91
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—¿Sabe qué pasó? Cuando los nuestros me abandonaron en la batalla de Malplaquet, los franceses me hicieron prisionero y me confinaron en Höchstädt. Huí. ¿Oyó usted decir que todos los caminos conducen a Roma? Pues bien, allá fui. Durante estos tres siglos salí y volví a ella unas mil quinientas veces. Solo esta vez llegué hasta aquí. Y por azar. Acepte mi consejo: no compre nunca un GPS chino.
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COLORES ―¡Vení que te parto en cuatro, Bombón! ―dijo el Caballero Negro. ―Mamita, ¡te agarro y te lleno de hijos! ―dijo el Barón Rojo. ―¡Qué flor de culo, Yegua! ―dijo el Príncipe Azul. Ella se alejó como quien no escucha nada. Sin embargo, la muy turra de Blancanieves, sonreía.
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LA ÚLTIMA OPERACIÓN DE CEREBRO Era un genio. Realmente un genio. Tenía un CI de más de 250. Desde niño había sido sometido a innumerables tests y experimentos por quienes trataban de comprender su genialidad. Ya de mayor, con varios doctorados en su haber, él mismo se estudió con la esperanza de descifrar sus secretos y encontrar la forma de develarlos para transferírselos a otros, para bien de la Humanidad. Armó un equipo de trabajo extraordinario, para lo cual buscó en todo el mundo a los mejores en más de cien disciplinas, quienes trabajaron bajo sus órdenes durante mucho tiempo. Diseñó una operación de cerebro tan difícil que solo él era capaz de llevarla a cabo. Pero como el cerebro a estudiar era el suyo, pasó años preparando a sus técnicos y ayudantes para realizarla. Experimentaron con animales y con personas para aprehender y perfeccionar técnicas absolutamente revolucionarias, tanto que cada una de ellas por sí sola le hubiera bastado al buen Doctor para ganar, como menos, el Nobel. De hecho, recibió este premio en cinco oportunidades. Por supuesto, en sus investigaciones cometió errores y murieron pacientes, como siempre ocurre. Esto fue por el bien mayor de la ciencia. Pensó y repensó miles de veces las diferentes eventualidades que podían presentarse. Los datos a obtener 94
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eran de una complejidad tal, que solo él, al despertar, podría descifrarlos. Cuando cumplió sesenta y ocho años, la operación, por fin, tuvo lugar. Intervinieron doce equipos de médicos. Demoraron veintiocho horas. Debieron pasar tres días hasta que despertara. Sus discípulos se consumían esperando el momento en que el Maestro reaccionase y, por fin, pudiese culminar el trabajo de toda una vida. Se despertó. Abrió los ojos y miro a su alrededor. Con su voz profunda, pronunció sus primeras palabras luego de la última operación de cerebro: —Nene quede pis.
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LAS PERSONAS IMPRESIONABLES PUEDEN SALTEARSE ESTE CUENTO Dizque eran dos razas: los humanos y los t’ho’h’im (léase «tójim»). Los humanos, bueno, sabemos cómo lucen. Los «tójim» eran parecidos a… nada. Ni siquiera tenían estructura celular. Eran como una explosión constante y fría de la que, a veces, salían apéndices como rayos viscosos a modo de ganchos para interactuar con el mundo físico. Las dos razas creían en un Dios único. Las dos tenían un Libro. En ambos libros ―las dos razas creían que era la Palabra de Dios― había una sentencia que decía: «Hagamos al hombre/tójim a nuestra imagen y semejanza». Ambas razas se encontraron en las cercanías de una estrella de clase G, en los suburbios de la galaxia. Casi de inmediato descubrieron la cuestión teológica. Hace uno coma siete E diecinueve períodos de radiación correspondiente a la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo ciento treinta y tres del átomo de cesio, medidos a cero grado Kelvin, que humanos y «tójim» están en guerra. Mientras tanto, el Dios, consciente de su metida de pata, mira para otro lado, y silba, bajito, un tango.
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PROBLEMAS ACARREADOS POR EL HECHO DE DESARMAR LA CASA PARA LIMPIARLA Y NO ANOTAR DÓNDE VA CADA UNA DE LAS PIEZAS La cocina vive en los años cincuenta del siglo pasado. El comedor, diría que en los noventa. El living parece de fines de los treinta; y el baño de la planta baja, creo, ya está en los primeros años de este siglo. Al principio pensé en un capricho de algún decorador. Sin embargo, si uno se para en el rellano de la escalera, desde donde se domina toda la planta baja, verá que doña Carmen, fallecida en el sesenta, sale de la cocina con su fuente de ravioles y nunca llega al comedor; que don Tito, que ahora está en el geriátrico de la calle Rosales, sale del baño arrastrando los pies y mal abrochándose los botones de la bragueta y entra al living corriendo, casi sesenta años más joven, con pantalones cortos y peinado a la gomina. Tengo miedo de abrir la puerta para salir a la calle.
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CUENTO DE HADAS En la oscuridad, a la Chuni el miedo le duele más que el hambre. Está en cuclillas sobre el colchón que huele a sudores viejos, la espalda contra la pared sin revoque y los brazos rodeando sus piernitas flacas, por sentir algo que aplaque el vacío del pecho. La Sonia le dijo que para los catorce la llevaría al cine; y le contó del castillo, la princesa, el dragón y el príncipe. Hicieron catorce y la Chuni no fue al cine; pero imagina que ella es la princesa, y la pieza es el castillo. Sabe que los de afuera son peores que dragones y no espera príncipe solo por no saber para qué; pero sí a su mamá, que venga a rescatarla de tanto miedo, y golpes y mugre. La puerta se abre y aparece mamita. ―Pasá, Cholo. Cuando salís me dejás la plata en la mesa.
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PROMETEO —¿Papá? Decime algo, por favor. Hablame, papá, no te mueras —decía, arrodillado en el piso duro de la lúgubre habitación, mientras sostenía entre sus brazos a su padre, ahora un cuerpo flácido recién abandonado por la vida. —¿Papá? Los truenos de la tormenta, el golpeteo exasperante de las gotas de lluvia y el silbido helado del viento apagaban el ruido sordo de los extraños aparatos que rodeaban a las dos figuras. La oscuridad se rompía, de vez en cuando, con la luz azul y lejana de los relámpagos. —Papá, por favor… Se sumó otro sonido, que venía desde adentro y del piso inferior: gritos e insultos; muebles rotos y crepitar de fuego. —No me dejes solo papá. No sé qué hacer. En la escalera, por detrás de la puerta, sonaron pasos cada vez más cerca. Ellos ya estaban allí, listos para entrar. —Papá, ¿qué hago? El doctor Frankenstein no respondió. El monstruo descubrió, tarde, que ni siquiera podía llorar.
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AQUÍ ESTOY Y aquí estoy, pudriéndome mientras cuelgo de una rama añosa, con una soga que aún lastima mi cuello. El viento juega conmigo y me hamaca. Los soles a plomo queman mi piel grisácea y me mojan las lluvias. Con los ojos muy abiertos lo veo todo. Según cómo gire mi cuerpo, puedo estar horas contemplando un punto fijo del viejo árbol, los campos de girasoles o el camino de tierra que lleva al pueblo. Sé quién sale y quién entra del caserío. Algunos me escupen cuando pasan, otros se persignan y, los menos, me dedican una breve oración antes de seguir su camino. No nací aquí. Estaba de paso, pero he aprendido a conocer a cada uno de ellos. Yo no maté a esa joven. No sé quién lo hizo, aunque escuché rumores entre quienes pasan caminando. De todas maneras, no importa. Alguien me señaló y entonces me lincharon. Sin juicio, sin posibilidad de defensa. Y aquí estoy. Los niños se divierten a escondidas de sus padres, moviéndome y haciéndome girar con un palo. Algunos me pegan como si fuese piñata. Supongo que pasarán años; el viento se irá llevando girones podridos de tela de mis ropas; me quedaré sin carne por acción del tiempo o los carroñeros, se secarán los ligamentos que unen mis huesos, y éstos volverán, al final, a la tierra madre.
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Entonces, vendré a vengarme. No se salvarán ni siquiera los niños.
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GANAS DE JODER A LAS ESTATUAS Hoy me puse los ojos de usar zapatos rojos y llovía. Salí, desnudo, a la calle que olía a números imaginarios. Mis brazos comenzaron a susurrar una melodía color sepia, muy parecida a un viejo blues que cantaba Trixie Smith. Quise llorar, solo por hacer algo distinto, pero no. Caminé siguiendo planos de tesoros sin el menor asomo de letras equis; esquivando dragones chinos y unicornios montados en pelo por gendarmes con gorros frigios y camaleones invisibles sobre los hombros. Algunos empleados de la ciudad estaban sacando lunas gastadas de los faroles, y guardándolas en cajitas de madera, primorosas, para futuros trasplantes. Dos milenios después habían pasado diez minutos y llegué a la farmacia por designio de los dioses o por la más solitaria casualidad. Quién sabe. Entré. El farmacéutico, boticario de la vieja escuela, me miró de arriba abajo con sus anteojos para leer inglés antiguo. «Consiga aquí nuestras píldoras para ser más alto», decía el aviso ―«píldoras», decía, y no «pastillas»―, «píldoras para ser un guerrero bantú, para tener pelos en la lengua, para ser chueco, para derrotar al enemigo, para que perdonen nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, para ser pelado, para bailar sobre el puente de Avignon, para adivinar el
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futuro en las entrañas del café, para escuchar cómo crece el maíz en las tardes nevadas de otoño». —Caramba —me dije―. Y aspirina. Una simple aspirina, ¿tiene? Tenía. Y también tenía agua. La tomé y miré al cartel, otra vez. «Pastillas para la acidez estomacal», decía. Volví a la calle y seguí caminando por un día soleado, completamente chato.
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VARIACIONES SOBRE «LA METAMORFOSIS» DE KAFKA I —¡Ay, Virgen Santa! ¡Qué castigo! —decía doña Samsa—. ¿Qué van a decir los vecinos? ¿Y el honor de la familia? ¿No es suficiente que Gregorio sufra una metamorfosis? ¿Por qué, Señor mío, por qué tenía, además, que transformarse en mariposón? II Destino de alcantarilla el de Gregor Samsa: en el horóscopo chino es rata. III En Praga, en cierta calle, en cierta esquina, Gregorio Samsa suspira. Le tocó en suerte viajar y conocer el mundo, y ahora no soporta su limpia ciudad natal. Y extraña, con un nudo en la garganta, los basurales a cielo abierto de Buenos Aires. IV —¡Corten! —gritó el director— ¡Se imprime! Dos asistentes ayudaron a Samsa a pararse nuevamente sobre sus patas. —Gregorio —solía filosofar su madre— no hay mal que por bien no venga.
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Tenía razón. Ser doble de riesgo en publicidades de insecticidas es un trabajo tan bueno como cualquier otro. V —¡Gregorio Samsa! —gritó la esposa. El tragó saliva. Estaba enojada. No lo llamó «Goyo», ni «Grégory», ni «Cuca» —como lo apodaban los muchachos del bar—, ni el tan íntimo y cariñoso «Bichito mío» con el que empezaban las pegajosas noches de amor. VI —¿Qué me ha ocurrido? —pensó Gregorio al despertarse de un sueño intranquilo. Se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso ser rosado, lampiño, con cuatro extremidades terminadas en dedos y una piel suave y repugnante, tan diferente a la dura caparazón que todos los insectos llevaban en Praga. VII «Estimado señor Kafka», comenzaba la carta, «entiendo su necesidad de expresar desesperación por una sociedad que no acepta al diferente. Le agradezco la fama imperecedera que me ha conferido su relato Die Verwandlung. ¿Pero sería mucho pedir que en él incluyera un bicho hembra? Me siento solo».
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VIII —Mire, señor Kafka —dijo el editor—, el mundo no está preparado para un relato de este tipo, tan oscuro, tan… ¿cómo diría? Repugnante. ¿Por qué, mejor, no hace que Samsa se transforme, cuando se enoja, en un superhéroe gigante y musculoso de color verde? Sería una pegada. Créame. IX —¡Vago! —gritó el jefe de Samsa—. ¿No va a trabajar por-que se encuentra indispuesto? ¡Tonterías! ¡Usted es un mal empleado! No me venga con que se ha transformado en un bicho. He escuchado excusas ridículas, pero esto es el colmo. Usted siempre fue un gusano, un parásito, una larva. X —Papá, tengo que confesarte algo: me transformé. —¡Sos un travesti! —¡No, papá! Me transformé en un bicho. —¡Que susto me diste! No es nada, hijo. Hay problemas peores. XI —¡Gregorio, acomódate las antenitas, que la tele se ve con lluvia! XII —Mami, ¿falta mucho? —Dos días. 106
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—Mami, ¿falta mucho? —Un día. —Mami, ¿falta mucho? —No, dale. Andá. Gregorio salió feliz de la casa. Era Carnaval. En medio de los disfraces nadie se espantaba al verlo y podía recorrer los lugares de Praga que le estaban vedados el resto del año. XIII —Usted sufre de Síndrome Confusional Agudo, probablemente originado en una endocrinopatía. No se preocupe, vamos a tratarlo con Risperidona y, le aseguro, mejorará notablemente —dijo el psiquiatra, mientras rascaba su vientre parduzco y abombado y agitaba sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño. XIV En las alcantarillas de Praga suele verse la silueta de un monstruoso insecto que aterroriza hasta a los roedores que pueblan las cañerías. Las madres ratas asustan a sus hijos: —Si no comés los desperdicios, te va a llevar Gregor Samsa. XV No es que no te queramos, hijo, ¿pero podrías no meter tu cabeza en la olla para tomar la sopa? Para noso-
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tros, los que aún somos humanos, esa baba que dejás tiene un gusto asqueroso. XVI Entiendo su punto de vista, señor Samsa, pero su hijo no puede viajar en la cabina del avión. Debe despacharlo en una jaula, previo paso por zoonosis. Cualquier duda que tenga, reclámele al señor Kafka. XVII De no creer, señor policía. ¿Cómo iba a saber que era Samsa? Lo conocí de niño, una hermosura de criatura, y no se parecía en nada a eso que maté a chancletazos. Acá tiene el arma asesina. No se manche con los pedazos que están pegados a la suela. XVIII ¿Cómo diablos iba a chupar la sangre de esa cosa? ¿Sería venenoso? Las dos mujeres y el hombre que acababa de someter en la habitación del lado, ¿estarían infectados? ¿Serían humanos que se convertían en eso, como los hombres-lobo? «¿Por qué diablos no me quedé en Valaquia?», pensó el vampiro. XIX —¡Estúpido aprendiz de brujo! —dijo el Brujo Director—. ¿Leyó la Regla, eh? Acá está, ¡vea!: «No usar el hechizo Insectus en humanos. No hay retorno». ¿Qué le digo a don Samsa, que es presidente de la Cooperado108
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ra? ¡Y no me venga con que Gregorio se lo merecía por chupamedias! XX —Gregorio, hijo mío, mamá y yo tenemos que decirte algo: sos adoptado. XXI —¡Qué se podía esperar de tu familia! —le recriminaba la esposa a Gregorio—. ¡Tu hermana es un gato, tu madre una víbora y tu padre un zángano! XXII —¡Ojalá mi padre se transforme en un insecto! ―le dijo la pequeña Berta a su amiga Antje, refiriéndose al señor Zimermann. Cuando Gregorio Samsa se despertó a la mañana siguiente, se encontró sobre su cama convertido en un ser monstruoso. Pequeños retruécanos de las infidelidades conyugales. XXIII Séptimo hijo varón. Viernes de luna llena. Gregor enamorado de Leyna Ahrends. Pero se acabó el stock de lobizones. Solo nos quedaron insectos. XXIV —¿Gregor? ¿Sos vos? ¡Cuánto hace que no nos vemos! ¡Che, qué cambiado que estás!
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XXV Escúcheme, Samsa, tengo que pedirle que no insista y se retire. Acá estamos filmando Alien, ¿entendió? A– L–I–E–N. XXVI Creo en la reencarnación, creo en el karma, creo en las vidas pasadas; ¿pero no hubiera sido preferible que yo muriese antes de mutar en esta cosa? XXVII ―Dele, doña Samsa, sea buena, deje que Gregorio venga a jugar con nosotros a la pelota. Nos falta un palo del arco. Dele, sea buena. XXVIII ―Hijos —dijo la Reina Madre Alien―, les presento a Gregorio, un primo que vino de la Tierra. XXIX En los túneles de las cloacas de Praga hay, en estos momentos, un cierto vendedor de paños que, sin clientes que le compren telas, se aburre soberanamente mientras con sus cortas patas se rasca el tercer fragmento de su abdo-men; entretanto recuerda, nostalgioso, la época en que era humano. XXX —Uau —dijo Samsa mirándose al espejo—, cómo pegan estas pastillas. 110
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XXXI Con el tiempo, Gregorio Samsa se acostumbrรณ a que lo trataran como a un bicho raro.
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ÍNDICE Siseneg Teorema de los infinitos monos Odio los gusanos La existencia de Dios Caminos de la ciencia Etapas de un asesinato Sindicato Sospechoso Machismo Bíblico I Las causas ocultas ¿Dónde va sin documentos? Variación sobre «El Burro Flautista» de Tomás de Iriarte Oiga, don Noé Letras de amor en su rostro Vengo de un país que está de olvido, siempre gris No confiar ni en los scouts Discriminación Censura Ch’in Er Shi Primer Contacto El Secreto Teoría conspirativa de los osos Tú, puta Machismo Bíblico II
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Costumbres raras Crisis de identidad Olor/sabor/final Así habló Caperucita Un atropello a los derechos anátidas En algún lugar de La Mancha Curiosa manera de sacarnos dinero La tía Gertrudis le pidió prestada una taza de azúcar a la vecina del sexto «A», que tomaba sol en su balcón, en topless Trataré de no dormirme mientras esté muerto Dice el Libro Leyes no escritas acerca del tamaño, discutidas bucólicamente en la costa de Magallanes Papá se fue 2.0 Alf layla wa-layla Progreso Y estas fueron las noticias, desde el frente de batalla ¡Lo encontré! Esto pasa ahora en la mitología griega Se necesita un manual de autoayuda para fantasmas La vida en el mundo moderno acarrea problemas nuevos La Verdadera Razón o cómo se puede expresar,
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en una sola palabra, el método por el cual se encontró la forma de que las Legiones Celestiales consiguieran el Triunfo Final sobre las huestes satánicas del infierno Viernes, a eso de las once de la mañana Descubrimientos científicos que se perdieron en la historia I Génesis, capítulos del 6 al 9 No me desampares Biblioteca mitológica I Presentación Noche y niebla El fantasma más viejo Celedonio Centeno, cantor de tangos Érase una vez en un juicio… Exorcizo te El puño izquierdo de Cenicienta Machismo bíblico III El efecto Chuang Tzu El fin del idilio Soledades De cuentos V El lobito mentiroso Gang bang salvaje Cómo duelen tus besos Vengo a pedir la mano de Valeria Qiangyan Wang
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Los espejos no hablan Argumentos a favor del uso de las gomeras La caracola Zapatos Para amenizar la vida dentro del Monasterio Biblioteca mitológica II Sonará el despertador a las cinco menos diez Escena en una bucólica villa, en un día de mercado, en la Edad Media La larga espera El regreso Colores La Última Operación de Cerebro Las personas impresionables pueden saltearse este cuento Problemas acarreados por el hecho de desarmar la casa para limpiarla y no anotar dónde va cada una de las piezas Cuento de hadas Prometeo Aquí estoy Ganas de joder a las estatuas Variaciones sobre «La metamorfosis» de Kafka
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Manual de autoayuda para fantasmas, de Daniel Frini, se terminรณ de imprimir en Lima el 28 de noviembre de 2015 en los Talleres Grรกficos de Editorial Micrรณpolis.
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