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El deber de votar informado
La proximidad de la elección de consejeros/as constitucionales nos exige como ciudadanía hacer uso del derecho a votar de modo responsable. Si bien es correcto que el voto es obligatorio, esa responsabilidad tiene entre sus aristas centrales una de carácter epistémico: se debe tener conocimiento sobre las candidaturas al consejo constitucional, así como de las principales propuestas con las que esperan nutrir el diálogo constitucional. La alternativa que queda abierta a eso es votar nulo o en blanco, lo que se podría entender desde cierta perspectiva como un voto de protesta. Aunque votar informado podría parecer una condición básica del correcto uso del derecho a votar, es precisamente ese el foco central de la crítica a las dinámicas de las votaciones realizada por Jason Brennan en dos libros recientes: The Ethics of Voting (2011) y Against Democracy (2016). El presupuesto teórico en defensa del deber de votar informado es de sentido común: mientras más informado se esté, mejor se vota. Esto implica distinguir entre “buena” y “mala” información, siendo este último caso lo que se suele denominar fake news y hechos alternativos, siendo ambos casos un ejemplo de lo que se denominada post verdad, y que es definido por la American Dialect Society como aquello que pertenece a un tiempo en el que los hechos importan menos que las creencias y las emociones. La principal conclusión de Brennan es pesimista respecto a quienes deberían tener el derecho a votar, y forma parte de una discusión más amplia en la que el autor propone la epistocracia (el gobierno de los conocedores o the rule of the knowers) como una alternativa a la democracia. Por supuesto, esto es foco de crítica, Moraro (2018) es un ejemplo de esa discusión. Para Moraro, establecer esta exigencia epistémica de votar informado confunde conceptualmente un votante competente y un votante confiable, distinción que parece asumir que un votante no informado puede aun así ser confiable. Al final del día, no se trata de una característica del votante en tanto votante lo que interesa directamente en esta discusión, sino el que lleve a cabo su acción de votar del mejor modo. Que ello derive en que un votante informado sea confiable, y que uno desinformado no, es un punto que puede ser discutido. Es evidente que se considera una virtud epistémica votar informado. Se trata de una esperanza en que, si la gente vota informada, tomará mejores decisiones. No está claro que esa esperanza sea correcta, por supuesto. Se asume, al mismo tiempo, que un voto informado tiene mayores probabilidades de ser un voto “correcto”, pero esa también es una discusión profunda: ¿Es un voto “correcto” aquel que represente del mejor modo lo que una persona o una comunidad cree? Si, como recoge la última encuesta de Pulso Ciudadano, un porcentaje de la población
A
Rafael Miranda Rojas Académico Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas. Universidad Católica del Maule.
no sabe de esta elección (34,7% según esa encuesta), es evidente que un voto desinformado puede ser más dañino que beneficioso para los procesos democráticos, incluso más dañino que simplemente no votar y disminuir de ese modo la legitimidad o la representación de la elección en cuestión (un ejemplo reciente de esto lo constituye el plebiscito de entrada, con voto voluntario, del anterior proceso constitucional).
Independiente de si se está de acuerdo con que hay una tensión entre epistocracia y democracia, no parece plausible que alguien prefiera que gobierne alguien que no sepa lo que hace, y por ende siempre hay en mayor o menor grado, epistocracia en democracia. Las dinámicas de polarización que generan procesos de votación popular es una de las principales cuestiones que motivan una reevaluación de Brennan ante las dinámicas instaladas a favor del voto universal y obligatorio. En Chile, se quiere que toda la ciudadanía que puede votar, vote. Pero se quiere y se espera que lo haga informada, que su decisión tenga cierto sustento y que el mismo no sea simplemente la reafirmación de creencias previas, sino un honesto y humilde proceso de reflexión y autocrítica.
Ahora bien ¿Qué información es la relevante de conocer al momento de votar? No es una pregunta fácil de responder, si nos fijamos que en estas dinámicas suelen primar posiciones sesgadas y no necesariamente racionales: No todo el que vota lo hace de manera reflexiva, y ello redunda eventualmente en una mala toma de decisiones. Peor aún, el mal uso de este derecho y deber de votar puede conducir a resultados perjudiciales para toda la comunidad, lo que no hace sino enfatizar la necesidad de votar informado. No se trata, como podría pensarse, que exista necesariamente un voto correcto o un voto incorrecto. Pero tampoco se trata de votar de modo preestablecido de acuerdo a lo que cada uno/a le parezca correcto o incorrecto. Parte del recelo que provoca el rol de los/as expertos/as dice relación con esta desconfianza al conocimiento, con esta desconfianza a la incidencia que puede tener en el voto el hecho de que, efectivamente, se conozca menos y se vote desinformado.
Tengo actualmente el anhelo de que el voto sea ejercido, con plena claridad de que es un derecho, pero también un deber.