– Sonny Liew, autor de El arte de Charlie Chan Hock Chye
“Fresco, divertido y brillantemente dibujado, Kampung Boy es uno de los mejores libros cartoon de todos los tiempos”. – Matt Groening, creador de Los Simpson
978-84-17294-26-7 PVP: 16 €
BIC:FX
KAMPUNG BOY
“Un brillante narrador que combina una aparente sencillez con un magistral dominio del medio. Con sus dibujos, deliciosos y espontáneos, Lat refleja la vida en Malasia en toda su calidez, locura y humanidad”.
KAMPUNG BOY LAS Aventuras de un niño en Malasia
Por supuesto, no puedo recordar cómo fueron mis primeros años de vida. No supe nada de mis primeros días hasta que no aprendí a hablar y fui capaz de mantener una conversación con mi madre.
Nací en un kampung en el corazón de la región minera de estaño más grande del mundo: el valle del Kinta, en Perak . Según mi madre, nací en nuestra casa alrededor de las diez de un lunes por la mañana. La tarea de traerme al mundo recayó en mi abuela. Era la comadrona de kampung desde hacía muchos años. Fui el primer hijo de mi madre. Los recuerdos de mi padre sobre aquel día también eran muy claros. Según él, en ese momento estaba bajo la casa esperando impaciente cuando mi abuela le gritó: —¡Ven a coger a tu hijo! Momentos después, papá estaba en el me susurró suavemente al oído la llamada del su hijo recién nacido.
anjung (vestíbulo) conmigo en brazos. Entonces muecín , tal como haría un buen padre musulmán a
Tres días después, papá pagaría a mi abuela quince dolares (la tarifa habitual para un primer hijo).
Papá también le dio a mi abuela los siguientes objetos: Un pollo asado. Un plato de arroz amarillo. Un sarong de batik . Estos regalos solo eran una formalidad. El día 45, el día en que mi madre se recuperó por completo de su periodo pantang (tabú), fui sometido a mi vez a algunas formalidades. Al adat cukur kepala (ceremonia de rapado de pelo). Algo importante. Papá invitó a vecinos y parientes. Fue ese día, justo cuando salía el sol, cuando me sacaron de casa por vez primera para que sintiese el aire del exterior. La primera parte de la ceremonia es, claro está, el rapado. Realizado por mi abuela (¿quién si no?). Luego, calvo y desnudo, me llevó hasta la entrada de la casa, donde, en presencia de más de una docena de personas que me desearon lo mejor, procedió a bañarme.
Me vistieron con las ropas más elegantes y me depositaron en una hamaca, algo en lo que nunca había estado. Debí encontrarme muy cómodo. Mientras la hamaca se mecía despacio, parte de los invitados entonó la sagrada letra del Marhaban (una canción sobre el Profeta).
No tardĂŠ en dormirme. Luego el grupo fue a tomar un refrigerio preparado por mis padres.
Y así empezó mi vida, con el amor de una madre...
¡Oh! De qué forma tan cariñosa y tierna me cuidaba. Todos los días envolvía mi cuerpo en telas...
¡PUA
J!
Para luego atiborrarme de gachas de avena.
Cuando crecí, aprendí a gatear. Para entonces ya había empezado a evidenciar los rasgos físicos que me distinguirían como individuo. Tenía la cara redonda y, aunque el puente de mi nariz era muy bajo, no me quejé de ello porque, como descubriría luego, nadie en la familia lo tenía elevado. Aun así, la descripción que hacía mamá de mi aspecto me resultaba bastante vaga e insatisfactoria. Decía que yo era muy dulce cuando sonreía pero que en términos generales para nada era guapo. Me pasaba el día gateando por la casa. A veces jugaba con los rayos de sol que tocaban el suelo.
Esta es la parte trasera de nuestra casa, donde me pasaba la mayor parte del tiempo. En el nivel inferior estaba la cocina. Mamá cocinaba aquí. También era en la cocina donde mamá me bañaba, por ser demasiado pequeño para ir al río.
Desde la ventana delantera de la casa podía verse un campo de árboles de caucho. De ese bosque de caucho llegaba un rugido distante que no parecía callarse nunca. Era el ruido que hacía la draga de estaño, de la que hablaré más adelante. Me gustaba mirar por la ventana porque era lo más cerca que podía estar del exterior de la casa. Todavía no me dejaban salir.
A veces sacaba demasiado la cabeza...