Avivando los recuerdos

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DIEGO GARCÍA CASTAÑO

AVIVANDO LOS RECUERDOS (BIOGRAFÍA DE DIEGO CON SESGOS FAMILIARES)

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A Maru, mi esposa, a mi madre y a la suya.

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 DIEGO GARCÍA CASTAÑO 6


Derechos Reservados.

INTRODUCCIÓN

Para que el lector pueda sintonizar fácilmente con lo que fue mi vida, Avivando los Recuerdos, desde un punto de vista formal, no es más que una línea nítida y clara de mi existencia, una síntesis o una primera aproximación no exhaustiva de lo que yo he vivido, o sea, la estela de mi vida. Aunque ésta sea, por sí misma, el fiel reflejo de los acontecimientos que van entrelazándose en la dirección que considero más representativa de mi paso por este mundo, es lógico que la claridad de sus resplandores o la localización de sus claroscuros dependerá de la proximidad con la que cada uno la divise. Con una visión más trascendente, Avivando los Recuerdos, es un trasvase del pasado hacia el futuro canalizado sobre la plataforma del presente, como no podía ser de otra forma tratándose de una autobiografía; es un mensaje lanzado desde la lejanía para que quien lo reciba, nacido o por nacer, descendiente o no de los míos, tenga un testimonio más de lo que es la vida, de lo que fue mi vida: un recuerdo para los que me conocieron o un contar con alguien que existió para los demás. Como podrá comprobar el lector, a través de los diferentes capítulos de Avivando los Recuerdos, mi vida discurrió por cauces bastante favorables. Pude, por ejemplo, cursar estudios medios en Orihuela y universitarios en Zaragoza y Madrid cuando esto sólo estaba al alcance de un porcentaje muy bajo de 7


españoles, aunque, como pasa casi siempre, no todo en ella fue normalidad y complacencia, porque, hubo también anhelos e inquietudes como aquella que me sobrevino con los albores del siglo XXI cuando me dijeron que mi corazón, al que hubo que adaptarle algún artilugio como el marcapaso, no funcionaba con la regularidad de otros tiempos. Por eso no es extraño que la zozobra vital, que recorrió todo mi ser en aquellos momentos, se reflejara como un torrente de fatalismo, conformismo, recuerdos e ilusiones, en la siguiente poesía: En una noche cerrada y oscura, oí a mi corazón clamar al cielo, la paz y el sosiego que más perdura, ¡Cuán grande no sería su desconsuelo! Sin esperar más le presté mi aliento, rompí las tinieblas con la luz del día, y así se acalló su cruel lamento, ¡la pena que, con él, yo compartía! Le hablé del amor y de la vida, de arroyos que cruzan las montañas, y, ¡cómo no!, de la ilusión vivida. De los pájaros que pían en las ramas, y de cómo saltaban por las cañas, ¡por fin vi que, la noche, ardía en llamas!

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Yo soy, o yo fui, según el año en que leas Avivando los Recuerdos, Diego García Castaño.

Empecé siendo el hijo de Remedios "la Groga" y de Diego

"Escorina", y el hermano de Manola. Después, fui el esposo de Maruja y el padre de Mª Remedios, Mª Dolores, Diego, Mª del Mar, Francisca Mª, Francisco, Antonio y Margarita de la Cruz. Y con los años, el abuelo de Julián, Juan Diego, Carlos, Santiago, Jorge, Gema, Cristina, Mª Asunción, Diego, Marina, Joaquín, Almudena, Esther, Antonio y en el año 2005, si Dios quiere, de Belén la segunda hija de Francisca Mª.

Me licencié en Ciencias Matemáticas en la Universidad Complutense de Madrid, aunque los dos primeros cursos de la carrera los estudiara en Zaragoza. Fui profesor de Cálculo y Geometría Analítica (preparación para el ingreso en la 9


Escuela de Ingenieros Industriales: la enseñanza que marcó mi vida), Curso de Iniciación, Preuniversitario y COU en la Academia Peñalver y Colegio Inmaculada Concepción, de la capital de España, donde residí durante veintidós años, de ellos dieciséis en compañía de Maru, mi esposa, y de mis hijos según iban naciendo. Como Catedrático de Matemáticas, impartí docencia en los Institutos de Caravaca de la Cruz, San Vicente del Raspeig y en el Carrús de Elche, mi ciudad natal. Como escritor científico publiqué a mis treinta y dos años, Matemáticas Teóricas, y a los treinta y cuatro, Matemáticas Prácticas, o sea, dos libros de texto para el

Curso Preuniversitario (el último con la colaboración de Luis M. Mateo

López, Ingeniero Agrónomo). A los setenta, es decir, el año 2002, publiqué la Biografía

y Matemática de Jorge Juan, y en el 2004 escribí, Trascendencia

científica de Jorge Juan Santacilia que se publicará D.M., según los editores, antes de julio de 2005, mes este último en el que pienso tener concluida mi autobiografía Avivando los Recuerdos. Para que el lector se dé cuenta de lo mucho que he tenido que desbrozar, en Avivando los Recuerdos, reseñaré algo de lo que me he dejado en el tintero. Por ejemplo, no he puesto nada sobre: todo lo relacionado con los veranos en el Campamento de Milicias Universitarias de Robledo (Segovia); los mil doscientos kilómetros que hice al jurar bandera para estar escasamente 24 horas con Maru, mi novia; la noche que conocí a mi futuro suegro, según regresaba de Zaragoza, en la estación de la Encina mientras esperábamos al tren correo MadridAlicante; las láminas que no pudo pintarme mi prima Manolita, hija de mi tía Salvadora, de unos diez años edad, por fallecer un día después de decirle yo que lo hiciera; la caída de un olivo, una tarde de mona en mi campo, de una familiar muy allegada que se quedó sin sentido aunque después reaccionó positivamente; 10


Cristóbal Colón y Dª María Teresa; "Pastor que con tus silbos amorosos, me despertaste de un profundo sueño ..." y D. Antonio Sánchez; la plantilla de letras recortadas y el punteado con el cepillo de dientes y D. Alfredo; la maletita con su botellita de vino de Laustalet; el marqués de Santillana, la Teoría del Instinto Ciego y D. Luis Chorro y Juan; la descomposición factorial de polinomios y D. Álvaro; María Serrano y las matemáticas; mi tío Manuel Navarro, la Escuela de Estadística y la Sra. que se le metió en el coche; la visita que me hicieron los de mi peña de amigos de Madrid un día que a mí me tocó patrullar, con mi "pistolón" al cinto, por Getafe; el sargento del Aeropuerto de Cuatro Vientos que me propuso traerme en una avioneta, una pava, a San Javier; mi primera entrada a casa de Maru, mi novia, y el Holiday On Ice de patinaje sobre hielo; el viaje de Maru con mis padres a Madrid y la Oposición a los Servicios Técnicos del Ayuntamiento de la capital de España en la que aprobamos el que sacó la plaza, Catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid, y yo; la semana que pasó mi madre en Madrid para ver cómo me alimentaba antes de marchar al Campamento de Robledo. Tampoco aparece nada, en este libro, sobre: las vacaciones que pasamos en el piso que compramos a mi primo Vicente Castaño García en Altabix, y después vendimos para adquirir otro en la calle Puerta de Alicante dirigido por su hermano Diego como arquitecto, y en el que solíamos regalar por Navidad libros de la editorial Aguilar a toda la familia: padres, hermanos, cuñados, etc., anunciando las entregas con micrófono y altavoz; las estancias, con paellas incluidas, de Maru, yo y los niños en la Torre de Carrús con Alejandro y Margarita y, alguna vez, en el campo de mi hermana con mis padres, Manola e Ignacio; las cocas en sardina que llevaba el padre de Maru al tren correo Alicante - Madrid y yo recogía, nada más llegar éste a la Estación de Atocha, para a renglón seguido comérnoslas tan a gusto 11


y recientes como si estuviéramos en Elche; el lavaplatos que me llevaron de Getafe a casa, como regalo de mis padres, cuando esta clase de electrodoméstico no la tenía casi nadie; el viaje que hicimos Maru y yo con todos los gastos pagados por una agencia de viajes de Lorca a Mallorca, estando ella embarazada de muchos meses de Margarita de la Cruz; el que hicimos a Algeciras, con Mª Remedios y Julián para que éste recogiera el Premio de Poesía Bahía de Algeciras que le habían concedido; el que hicimos para ver los Sanfermines con nuestros hijos, Francisco y Margarita de la Cruz; la semana que pasé con Maru en Santander para asistir a un Cursillo de Matemáticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el Palacio de la Magdalena, donde comimos un día con José Javier Etayo Miqueo, Catedrático de Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid, al que citaré en más de una ocasión en este libro; las comidas de todos los domingos, desde que se casó la mayor de mis hijas hasta mi jubilación, con mis hijos casados, nueras, yernos y nietos en nuestra casa, tanto en Elche como en Santa Pola; los cursos que celebramos la reunión, del mes de junio, del Departamento de Matemáticas del Carrús en la Casa Natalicia de Jorge Juan Santacilia, en el Hondón de Novelda, y las posteriores y suculentas comidas que nos preparaban los caseros de la finca, Isidro García y su señora. Según podrá comprobar el lector, mi predisposición hacia lo positivo en Avivando los Recuerdos ha sido tan asumida que cuando para mantener la linealidad del relato me he referido, "rara avis" y siempre en asuntos relacionados con los estudios de mis hijos, a algún comportamiento negativo le he exigido a éste que su negación tuviera, al menos, alguna repercusión positiva significativa y que estuviera exento de todo atisbo de rencor o malicia, y lo he expuesto además de

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modo que no se pueda identificar al infractor porque no tendría sentido, y menos a estas alturas de mi vida, zaherir a nadie, ni tan siquiera al que esto escribe. A este respecto, y para que ustedes vean que pueden existir otros puntos de vista sobre esta cuestión, o quizás otras formas de expresarse para decir lo mismo, haré una pequeña reflexión sobre lo que afirma la gran escritora Josefina Aldecoa en la Introducción a su autobiografía cuando dice que "las cosas negativas no merecen el precio del recuerdo". Según lo dicho en el párrafo anterior, si la sentencia que enuncia Josefina abarca sólo a lo negativo que no puede tener repercusiones positivas significativas ni su negación, estaré completamente de acuerdo con ella. En caso contrario, que no creo que sea el que ha querido darle, la aseverativa proposición que enuncia no sería tautológica, o sea, no siempre sería verdadera o correcta. Aunque los capítulos del libro representen, de forma bastante ajustada y precisa, décadas de los siglos XX o XXI: todo lo expuesto en el Capítulo I sucedió por los años treinta del siglo XX, lo que pongo en el Capítulo II por los años cuarenta, etc., como a veces, para no ser repetitivo, he agrupado acontecimientos similares de diferentes épocas no es extraño que algún capítulo sobrepase, aunque no sea por mucho, a la década y otros no lleguen por muy poco a completarla. Finalmente, quisiera agradecerles, a Julián Montesinos, Doctor por la Universidad de Alicante y Profesor de Secundaria de Lengua y Literatura, su revisión lingüística; a José Antonio Lidón su buen quehacer informático y su dedicación a la Sección Gráfica del libro y a Carmen Agulló, antigua Catedrática de Lengua de la Escuela Normal de Albacete, y a mis hijos Diego y Antonio, abogados, sus atinadas sugerencias. El autor 13


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CAPÍTULO I MI FAMILIA Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Aunque en el Registro Civil figure que vine al mundo el 19 de junio de 1932 lo cierto es que nací el día 13 de dicho mes, festividad de San Antonio; y es que mi padre, como hombre de campo y poco versado en rellenar papeles, se atrasó casi una semana en inscribirme como nuevo vecino de Elche: la ciudad de la Dama, el Misteri y las palmeras. Las dos últimas identidades de mi pueblo, que acabo de nombrar, son hoy día Patrimonios de la Humanidad. Cuando yo nací, mi familia vivía en la Calle del Ángel a la altura del nº 31 de la numeración que rige actualmente, en la primera planta de la casa de mis abuelos paternos que habitaban los bajos de la misma. Esta calle, durante la Edad Media y hasta que los moriscos fueron expulsados de España por Felipe III, en 1609, fue "frontera" entre dos barrios, el moro del Arrabal y el de la Parroquia del Salvador, entre los que siempre hubo enfrentamientos, desavenencias y peleas callejeras. No sé si como recuerdo ancestral de lo que acabo de citar, o por puro mimetismo con la cruenta contienda fraticida en la que estuvimos enfrascados los españoles, en la década de los treinta del siglo XX, la chiquillería de los diferentes 15


barrios de Elche era desafiante y guerrera. Mi hermana Manola, cuya edad superaba a la mía en un año y diecisiete días, y yo, siendo niños, escuchábamos "consignas" como las siguientes: los del Raval "declaran la guerra" esta tarde a partir de las seis a los de la Yeta, o los del Pla a los de la Barrera o la Alpujarra, etc. En estas confrontaciones nunca hubo que lamentar males irreparables pero sí afectados por los impactos de piedras o puñetazos entre los contendientes. La prolongación natural de la Calle del Ángel, por el este, era el camino, hoy día asfaltado, que bordea la Acequia Mayor en su discurrir hacia la huerta de Elche, por el huerto del Malla, el Hotel Milenio y hasta no hace mucho por el desaparecido Matadero Municipal, después de cruzar el Canal de Riegos de Levante. Era, desde luego, el más transitado por mi familia paterna porque por él accedían a algunas de las fincas de mi abuelo, por ejemplo, al huerto de palmeras que enfronta con el de la Torreta o Torre de Ressemblanch, al que hoy día figura en los callejeros que edita el Ayuntamiento como "Huerto de Diego García" o "Huerto de Diego Escorina", en recuerdo de mi abuelo; a las tierras que tenía algo más abajo, medio centenar de tahúllas que ocupaban parte de la zona comprendida entre el desvío, la prolongación sur del camino de la Torreta y el que va a Asprillas, o sea, al territorio del que fue Señor en el siglo XVIII el propio Jorge Juan Santacilia, y a las Bayas, de las que aproximadamente unas catorce las heredaría mi padre; y al campo que tenía mi abuelo en las inmediaciones de la carretera de la Marina, uno de cuyos lindes era el del Molino del Chocolate. En el actual Barrio de Altabix, en Bernia, mi abuelo tenía veintidós tahúllas de labranza, granados y palmeras, sobre cuatro de las cuales se construyó el actual Colegio Público Víctor Pradera. Esta finca se extendía por el último tramo de las Calles Bernabé del Campo Latorre y José Sánchez Sáez , y limitaba por el norte 16


con las vías del tren. Su contorno aunque era irregular formaba parte de un rectángulo que compartía con las tierras de Gaspar Quiles "el Tramusero", padre de Vicente Quiles, ex-alcalde de Elche y primo segundo mío, por ser su madre prima de mi padre. También tenía una parcela de terreno que limitaba con el bordillo Sur del Canal de Riegos de Levante y el desvío, y un olivar al que se iba recorriendo tres o cuatro kilómetros por la carretera de Matola y desviándose después por el camino de la Ermita del Ángel, hasta que poco antes de llegar a ésta y al otro lado del camino se encontraba el susodicho olivar. El caserón de mi abuelo, como otros muchos de aquella época, estaba diseñado para que los carros pudieran acceder desde la calle al alargado corral existente en su interior. Al entrar, o salir, el carro atravesaba todo el pasillo central de la casa a cuyos flancos se encontraban las habitaciones y el comedor. La cocina, situada a la izquierda nada más entrar al patio, tenía puertas a éste y al comedor; al fondo del patio se encontraban la cuadra, el gallinero y un amplio almacén sobre el que, al pasar los años, se construiría una vivienda, a la que se subía por una escalera exterior, para que la habitara al casarse mi primo, Diego Pascual, uno de los cinco nietos que estaban a cargo de mi abuelo, por haberse quedado prematuramente huérfanos de padre y madre. Con mi abuelo paterno se inicia la saga generacional de padres a hijos, sin interrupción, de los cinco Diegos Garcías de la familia, que abarca ya hasta uno de mis nietos, Diego García Boix, tataranieto por lo tanto de mi abuelo. Mi abuelo era un verdadero "patriarca" y un excelente "juez de paz"; ayudó, asesoró y orientó, casi a diario, a sus hijos, yernos y nueras, ¡todos le pedían consejo! Yo escuché conversaciones entre mi padre y mi abuelo, ciego durante las últimas décadas de su vida, que no pude olvidar nunca, por ejemplo, aquella en la 17


que mi padre le comentaba que había estado en tratos para comprar las granadas de un huerto, que mi abuelo conocía por haber hecho otro tanto años atrás antes de quedarse ciego, pero que no lo había logrado al empecinarse Pastereta, que es como se llamaba el dueño de la finca, en que tenía muchos más kilos de los que realmente había en los árboles, entonces mi abuelo, después de formularle a mi padre unas cuantas preguntas y escuchar sus respuestas, le dijo: "deberías ir mañana, regatearle un poco, y comprarlas porque lo que te ha pedido se puede pagar". Mi abuelo era un hombre justo y apaciguador como lo demuestra el hecho de que un año, en el que hubo mucha palma blanca, al preguntarle mi madre sobre el destino que iba a darle a una partida de palma blanca, algo defectuosa que había en el almacén, y él le contestara que era para secarla y venderla como palma deteriorada que era, o sea, para hacer escobas, capazos, etc. Ella

que era

bastante "negocianta" e interesada y que preveía de antemano la respuesta que acababa de recibir, le expuso la idea que llevaba "in mente", que no era otra que la de cargar la palma blanca en un camión y llevársela con mi padre a Alcoy, para venderla allí el Domingo de Ramos como si fuera palma buena, de primera calidad, para de este modo obtener unos ingresos extras. Como a mi abuelo le pareció bien, mis padres marcharon a la citada ciudad y como sacaron más de lo que esperaban, algunos de mis tíos, de los hermanos de mi padre, quisieron participar de los beneficios obtenidos, pero mi abuelo no lo consintió y sólo les cobró a mis padres, por la palma que habían vendido, lo que le hubieran dado si se la hubieran llevado como palma de deshecho que era. Mi abuelo además de sacar adelante a sus ocho hijos y a sus cinco nietos huérfanos a su cargo, como ya dijimos, tuvo que afrontar durante muchos años de 18


su vida la enfermedad de su hija Vicenta, que se volvió loca en plena juventud, al no resistir la noticia de la muerte de su novio. A partir de entonces la atendió en su propia casa y la benefició, al repartir la herencia, para que dispusiera de recursos económicos suficientes hasta su muerte, que le sobrevino en casa de una de sus sobrinas con la que había convivido durante muchos años, en casa de mi abuelo, y que fue la que se encargó preferentemente de ella al morir éste, aunque también hubo épocas en las que se turnaron en este cometido sus hermanos. Cuando les tocaba tenerla a mis padres, si era invierno, se la llevaban al apartamento de la playa aprovechando que, por esos meses, los pisos contiguos al nuestro estaban vacíos, y por lo tanto los gritos que ella profería no molestaban a nadie. Si era verano, se iban al campo. La dedicación de mi abuelo a sus nietos huérfanos fue ejemplar, incluso durante los muchos años en que estuvo ciego. Esporádicamente, recibió alguna ayuda en este sentido de sus hijas y nueras; uno de los nietos a su cargo, Manolo Pascual, estuvo durante varios años en mi casa como si fuera mi hermano, aunque él se iba a diario con mi padre que era asentador en la Lonja de Elche y le ayudaba en tareas propias de oficina. Algo parecido hicieron otros familiares con algunos de sus hermanos que estaban bajo la custodia de mi abuelo. El quehacer diario de mi padre, al igual que el de sus hermanos, sobre todo mientras fueron solteros, se desarrollaba en comunión con mi abuelo, con lazos de dependencia total al mismo, como no podía ser de otra forma al estar inmersos en una configuración agrícola de la vida. Trabajaban tanto en las propiedades que mi abuelo poseía como en las que arrendaba, compraban el fruto: uva, dátiles, granadas, etc., sobre el árbol. Las granadas, por ejemplo, las vendían preferentemente en el Mercado del Borne de Barcelona, ¡cuántas cartas no le 19


escribiría yo a mi padre con este destino!, las transportaban en camiones, vagones o con barcas desde el Puerto de Santa Pola. Los dátiles sin embargo iban al Mercado Central de Valencia, por lo que mis padres, que eran prácticamente los que se encargaban de venderlos, pasaban largas temporadas en esta ciudad. La palma blanca la enviaban tanto a las dos ciudades citadas anteriormente como a otras más o menos cercanas a Elche. Mi padre y sus hermanos vigilaban e intervenían en la siega de la alfalfa y avena para los animales, del trigo y la cebada que vendían directamente o llevaban al molino para proveerse de harina, etc. Ellos y mi abuelo se levantaban antes de salir el sol, de ahí les venía el apodo de "Escorina" a la familia, toda ella diligente y tempranera. Mi abuelo, por ejemplo, con una larga escoba de las utilizadas para quitar telarañas, desde la planta baja donde vivía, despertaba a mi padre, normalmente entre las 4 y las 5 de la mañana, golpeando el techo sobre el que se encontraba su habitación, en la que yo nací. Mi padre bajaba, aparejaba la mula o el caballo al carro y salía al encuentro de la tarea asignada. A veces se dirigía con el carro lleno de dátiles, por ejemplo, a Crevillente, ciudad de la que regresaba nada más finalizar la venta de los mismos. Aunque vivían en el pueblo, la vida de mi padre transcurría con asiduidad en el campo: regaba las diferentes propiedades de mi abuelo, recogía dátiles, tomates, pimientos, ñoras, maíz, etc., que previamente se había ocupado de plantar y cuidar. A veces se desafiaban mi abuelo a "poner", o sea a comprar, agua y mi padre a regarla durante el día y también por la noche. Mi abuelo, se lo agradecía de muy diferentes formas, por ejemplo, una vez le tiró un duro de plata a la acequia por donde discurría el agua de riego y le dijo que viera de encontrarlo porque se le

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había caído; cuando lo tuvo mi padre en su poder y fue a dárselo, mi abuelo le dijo que se lo quedara. Siendo mi padre soltero, si un domingo regresaba algo tarde a su casa, por ejemplo, pasada la media noche, tenía que llevar un cuidado especial al abrir la puerta porque aunque llevara los zapatos en las manos para no hacer ruido, la mayoría de veces mi abuelo detectaba su presencia y le llamaba: "¿Diego?", y cuando él se identificaba con un ¡sí!, le decía: "¡cámbiate de ropa que enseguida me levanto y nos vamos!" Si llegaban al campo de noche y había que recoger, por ejemplo, la uva, como no podían distinguir la madura de la que aún estaba verde se dedicaban, en primer lugar y hasta que empezara a amanecer, a preparar los envases, en los que más tarde pondrían los racimos, acolchándolos con "pampols", o sea, con las hojas de la propia vid. Un día, siendo niño mi padre, dos de sus hermanas, Manola y Josefa, preocupadas por su formación, se lo llevaron para ver si unas maestras que impartían enseñanza al final de la Calle Mayor de la Villa podían enseñarle, al menos, a leer, escribir y algo de cuentas. Todo acabó en un rotundo fracaso porque él, en un descuido de sus hermanas, se tiró deslizándose por el pasamanos de la escalera y marchó raudo y veloz al campo, a su "habitat". Mi abuelo no tuvo más remedio que ponerle un maestro en casa, sin embargo esto tampoco funcionó demasiado, porque aunque éste se anticipaba al alba no siempre podía darle clase ya que muchos días, aposta o no, él no lo esperaba y se marchaba a realizar sus labores agrícolas. Dicho maestro cuando llegaba a casa de mi abuelo, al "despuntar" el día, decía, a modo de llamada: "¿Diebo?" , o sea, que cambiaba, o eso al menos le parecía a mi padre, la "g" por la "b".

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Manola Navarro "la Torrera", mi abuela paterna, era la bondad personificada, de mediana estatura y no delgada, murió muchos años antes que mi abuelo. Siempre nos ofrecía todo lo que tenía, por ejemplo, en la época de los dátiles - éste sería siempre un recuerdo imborrable para todos sus nietos - nos sacaba nada más vernos una ramita de este exquisito fruto, muchas veces, aún sin madurar, amarillo y tierno, seleccionado de tal guisa que nos chupábamos los dedos de dulces que estaban. El día 5 de junio de 1999, en el Hotel Huerto del Cura, celebramos " los Torreros" el 127 aniversario de la muerte de Antonio Serrano "el Torrero", abuelo materno de mi abuela Manola Navarro. El apodo le venía por lo de la finca de la Torre que hubo hasta no hace muchos años en las inmediaciones del Paseo Germanías, de la Cruz de los Caídos. Tanto el dueño del hotel donde celebramos la comida, José Orts, como el sacerdote, Ginés Román, que ofició la santa misa "In Memoriam" por nuestro recordado antepasado eran, al igual que la mayoría de los que asistimos con nuestros cónyuges y familiares, tataranietos "del Torrero". Hasta el autor de la música del himno de La Venida de la Virgen, Salvador Román, que en la misma se interpretó, descendía del "Torrero". Constituyó para todos los asistentes una sorpresa ver que gente que conocíamos de vista, de toda la vida, del barrio, de la Glorieta, de la industria, del comercio, del deporte, arquitectos, médicos, sacerdotes, ex-alcaldes, profesores, agricultores, etc., procedían de un punto, en la lejanía, común al nuestro. Mostramos a continuación el árbol genealógico del matrimonio de este tatarabuelo mío hasta sus biznietos, o sea, hasta mi padre, no tanto para que se lea como para que se consulte cuando se tenga curiosidad de hacerlo. En el Capítulo VIII lo proseguiré hasta mis nietos. 22


La primera de las ramas de dicho árbol genealógico es la siguiente: María y Salvador Esteve Castaño  Isabel Remedios, Salvador, Miguel, Isabel y Andrés R. Esteve , Antonio  María, Salvador, José, Margarita, Isabel, Ángeles y Tomás Esteve P. y Salvador   . Explicamos el formato utilizado: el primer nombre, en negrilla, que figura es el de un hijo del tatarabuelo, en este caso María, después ponemos el de su esposo, Salvador Esteve Castaño, dentro de las llaves   pero fuera de los corchetes   aparecen sus hijos, en este caso los de María y Salvador: Isabel, Antonio y Salvador y dentro de los corchetes sus nietos, o sea, los biznietos del "Torrero". Con la misma estructura incluimos a continuación las ocho ramas restantes: Bárbara y Andrés Esteve Castaño  Antonio  Andrés, José, Antonio, Ramón, Vicente, Ramona, Josefa, Francisca, Dolores, Antonia y Bárbara Esteve V., Isabel  Andrés R. Esteve y José Serrano E. (2º matrimonio) y Andrés  María, Bárbara, María, Encarnación y Andrés E. Castaño . Antonio y Ramona Micó Vives  Antonio  Ramona, Josefa y Antonia Serrano Peral, Ramona  , Miguel   y Antonia   . Diego y María Selva  Antonio  , Diego  , Andrés  José, María, Andrés y Vicente Serrano Barceló, María  José, Diego, Manuel, Dolores, María, Irene y Carmen Urbán Serrano, Ángeles   y Encarnación  Vicenta, Santiago, María, Diego y Encarnación Fuentes Serrano . Teresa y Pedro Pérez Gutiérrez  José  Pedro y José P. Campello . José e Isabel Esteve Serrano  José   . Mª Josefa    . 23


Mª Encarnación y Martín Castaño Micó  María  Andrés, Bárbara, Encarnación, Martín y María Esteve Castaño, Antonio (emigrante), Martín  Encarnación y Teresa Castaño G., Lorenzo  Martín , Encarnación  , Margarita  Salvador, María, Encarnación, Margarita, Matilde, José, Asunción, Carmen y Josefa Belso C., Josefa  ¿ ?, Ramona (emigrante) y Teresa  Antonia, Encarnación, Teresa y Francisca . En la última rama de este árbol genealógico aparece mi padre: Vicenta (mi bisabuela), y Felipe Navarro Amorós  Manuel  Vicenta, Felipe, Manuel ( del que hablaré en el Capítulo III ) y Mª Navarro Nogueroles, Antonio  Antonio, Manuel, Juan de Dios, José Mª, Vicente ( al que me referiré en el Capítulo III, al igual que a su hijo Vicente en el II , III y VI), Felipe, Vicenta Navarro Maciá y en un 2º matrimonio: Felipe, Emilia, Mercedes y Remedios Navarro Maestre, Felipe  Vicenta, Felipe, Andrés y Salvadora, Manola (mi abuela) José, Pascuala, Felipe, Manola, Vicentica, Teresa (que murió siendo niña), Diego (mi padre) y Josefa García Navarro, María  María, Felipe, Vicenta y Antonio y Vicente (Presbítero). En negrilla aparecen mi padre, abuela y bisabuela y los ocho hermanos de ésta última. Mis abuelos maternos, Paco "el Groc" y Remedios Mateu vivían, con sus cuatro hijas, Salvadora, Remedios, mi madre, Paquita y Asunción, en la Calle Velarde nº 43. En una configuración agrícola de la vida que, según dijimos, era la habitual por aquellos tiempos, las familias que tuvieran varios hijos varones que realizaran los trabajos duros del campo eran las más prósperas, porque de ser todas mujeres, como era el caso de la familia de mi abuelo Paco no tenían más

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remedio que buscar ayudas externas, es decir, que recurrir a empleados y jornaleros. Aunque la entrada a la casa daba a la Calle Velarde, el acceso a la cuadra, que se encontraba al fondo de la vivienda una vez se atravesaba un pequeño patio con pozo, se llevaba a cabo por la Calle Antonio Sansano Fenoll por lo que no tenían los carros que atravesar la casa como en el caso de mi abuelo Diego. Con los años, la cuadra se convirtió en dos desahogadas viviendas, para otras tantas tías mías, una de ellas hacía esquina con las Calles Escultor Capuz y Antonio Sansano Fenoll. La casa de mi abuelo Paco la heredaría mi madre, que edificaría sobre la misma dos nuevas plantas, mientras sus otras tres hermanas se repartirían una finca que tenía mi abuelo en Matola. Mi abuelo Paco negociaba con hierba seca, algarroba, etc. en general con toda clase de pienso para las caballerías. Compraba animales, mulas o caballos, algunos de ellos para ser montados por los picadores en las corridas que se celebraban en la Plaza de Toros de Alicante. Era un espectáculo para mí ver a los caballos colgando en todo lo alto de la cuadra, a medio metro del techo, sostenidos por sus patas con múltiples correajes manipulados mediante poleas para que curasen sus heridas, rozaduras y magulladuras. Mi abuelo Paco murió como consecuencia de gangrenársele una herida que tenía en la pierna; mi abuela Remedios vivió muchos años más que él. Al no haber agua corriente en las casas, el suministro de tan preciado líquido se realizaba acarreando cántaros que se llenaban en las fuentes públicas, convenientemente distribuidas por el casco urbano. El abrevadero para los animales estaba frecuentemente adosado a dichas fuentes.

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Siendo soltero mi padre solía llevar a beber a una ristra de 4 ó 5 caballos, cabalgando sobre uno de ellos. Como a veces sus primos, para hacerle rabiar, le espantaban los caballos, en alguna ocasión tuvo que pelearse con ellos. Mientras, Remedios su futura esposa, mi madre, trabajaba en su casa con una máquina de coser y bordar haciendo "faena", trabajos, para alguna fábrica de alpargatas. Al no tener hermanos varones también se veía obligada, de vez en cuando, por la ausencia del capataz y de su padre, a llevar los caballos al abrevadero, adosado a la pared del huerto de palmeras del actual Colegio de las Jesuitinas, que se encontraba a menos de quince metros de distancia de la cuadra, aunque ella los llevaba del morral y de uno en uno. Mi madre adoraba a su abuela paterna Salvadora Martínez y pasaba muchas temporadas a su lado en su casa, en una de las esquinas de la Calle Puerta Alicante incrustada, hoy día, en el Parque Jaime I. De ahí le nació la gran familiaridad que siempre mostró a las hermanas y hermano de su padre, Marguiteta, Salvadora, Marieta, Pepica y Diego. Como Pepica casara con José García, primo hermano de mi abuelo Diego, sus hijos, María, Salvadora, Josefina, Asunción y Andrés además de ser primos hermanos de mi madre eran primos segundos de mi padre. Este doble vínculo familiar, o este entrecruzarse mis familias paterna y materna fortaleció sobremanera los lazos de amistad

entre ambas

familias, sobre todo de Andrés y mi hermana Manola. También yo compartí con Antonio Fuentes, un hijo de María y Secretario de la UNED de Elche, quehaceres docentes sobre informática como veremos en el Capítulo VI. Como mi abuela Remedios era de Alicante, allí vivían algunos de sus hermanos, Luis y Suncioneta, aunque Pilar, que tenía cuatro hijos uno de ellos, José Luis Viviente, Catedrático de Matemáticas de Universidad, vivía en Zaragoza. 26


Mi madre era una mujer con mucho juicio, seria, precavida y buena que afrontaba la realidad tal como se le presentaba, por lo que tras reflexionar, siendo aún soltera, sobre las fuentes de ingreso que tendría después de casarse, o sea, sobre los probables recursos de que dispondría para sacar adelante la casa, su nuevo hogar con los hijos que Dios le enviara, llegó a la conclusión, al convencimiento, de que lo que a ella le hacía falta para resolver esta cuestión a su gusto, no era otra cosa que embarcarse en algún negocio, y ella lo tenía muy claro: montaría una tienda de comestibles que atendería personalmente y que le asegurarían unos ingresos diarios, que compensarían la irregularidad de los negocios de mi padre que sólo se activaban por temporadas, entre las que destacaban, la de la palma blanca y la granada, que dejaban lógicamente " lapsus" de tiempo sin aportes dinerarios. Expuso sus planes, sus

ideas, con la claridad que le era innata, a sus

futuros suegro y esposo y teniendo yo dieciocho meses cambiamos de vivienda, una vez construida la casa en la que se ubicaría la tienda en la Calle Gabriel y Galán nº 3, cerca de la Alpujarra, esquina con la Calle Durán. Así es como nació la tienda de Remedios la Groga, que llegó a ser toda una institución en el barrio, conocido hoy día como Barrio de la Zapatillera. En ella se vendían casi todos los tomates, habas, alcachofas, melones, etc., que mi padre cosechaba en el campo, de unas catorce tahúllas de tierra bastante fértil, que le dio al casarse mi abuelo. Como en aquella época no habían frigoríficos eléctricos, pues sólo se disponía de unos rudos cajones con un serpentín a los que había que ponerles, a diario, en su interior trozos de barras de hielo, y carecían de la fiabilidad necesaria como para conservar, por ejemplo, carne, mi madre se veía obligada a trabajar en la tienda incluso los domingos. Mataba animales: gallinas, conejos, etc. y en una 27


ocasión recuerdo que hasta pequeños cerdos de los que mi padre criaba en el campo, porque según él los de la última cría no había forma de que crecieran y engordaran. Aunque pudiera dar la impresión de que la prisa de mi madre en escolarizarnos, a mi hermana y a mí, se debiera a que su trabajo en la tienda no le permitía tenernos todo el día por la casa, esto no era así porque además de que ella podía vigilarnos, de vez en cuando, desde su puesto de trabajo, a través de la puerta de entrada desde la tienda al comedor de la vivienda propiamente dicha, disponía de personas que se ocupaban de hacerle las labores de la casa y los recados y que podían también atendernos a nosotros; lo que le pasaba a mi madre era algo más profundo, y de lo que yo salí muy beneficiado, y es que se adelantó a su tiempo porque, aunque no era ni mucho menos culta, intuyó que el saber, como hoy día ya se reconoce, es la riqueza más estable y segura para el ser humano, por eso yo estudiaría en el Colegio de Santo Domingo de Orihuela y en las Universidades de Zaragoza y Madrid, hasta licenciarme en Ciencias Matemáticas, y Manola, mi hermana, piano. Cuando casi nadie estudiaba. Mi padre también colaboraba activamente con mi madre, aunque prácticamente nunca se ocupó de la tienda. Estaba casi todo el día en el campo, con su hortaliza, sus dátiles, etc. y sus negocios de temporada: granadas, higos, etc., y durante algún tiempo como asentador en la Lonja de Elche. Tendría yo unos tres años cuando mis padres me llevaron, con mi hermana, a una especie de guardería que había justo enfrente de la puerta de entrada a la Calahorra. Después pasé por el Colegio de las Carmelitas, que se encontraba donde hoy día está, y quizás por poco tiempo, el Centro de Estudios Universitario, el C.E.U., a espaldas de la Calle del Salvador y cerca del Ayuntamiento; y por el 28


Colegio Público de D. Máximo situado en la Calle Dr. Jiménez Díaz esquina a la Calle

Barrera.

De

todos

ellos

conservo

alguna

vivencia:

los

orinalitos

desparramados por la guardería, la leche que me llevaban desde mi casa a las Carmelitas o las destemplanzas y coscorrones que nos propinaba D. Máximo, especialmente los sábados, por culpa de los números romanos. Por entonces las escuelas unitarias, como a la que yo asistí, seguían el lema de que "las letras con sangre entran", que además llevaban a la práctica casi todos los docentes de forma inmisericorde. Lo que acabo de decir me sugiere la siguiente frase sobre la versatilidad del ser humano: "que nunca se encontrarán más dictadores que en una dictadura ni más demócratas que en una democracia". Como los alumnos lo pasábamos tan mal con estos métodos, según hemos insinuado en lo ya manifestado, nos rebelábamos contra quienes los aplicaban, o sea, contra los maestros. Algunos días, y esto solía pasar varias veces al mes, cuando D. Máximo llegaba a las nueve de la mañana al colegio, e intentaba introducir en la cerradura su descomunal llave, se daba cuenta de que esto no era posible porque nosotros habíamos introducido en su interior, y a presión, unos buenos huesos de dátiles. D. Máximo se volvía, y nos miraba de tal forma que los veinte metros, más o menos, que le separaban de nosotros parecían reducirse por momentos, al menos ésa era la impresión que a mí me causaba. Bufando y sin pensárselo dos veces, marchaba a por el cerrajero, aunque dirigiéndonos instintivamente fulminantes miradas que presagiaban la tormenta que se desencadenaría cuando entrásemos en la escuela. Una vez arreglado el "entuerto" y la puerta se abría, una leve pero pícara sonrisa se dibujaba en su rostro, al mismo tiempo que su mano derecha nos indicaba a todos nosotros, con un movimiento sinuoso de los dedos, que ya 29


podíamos entrar. Lo malo era que su mano no visible, desde el lugar en el que nosotros nos encontrábamos, escondía una regla prismática con aristas metálicas que era su preferida tanto para ir contándonos, de uno en uno, según entrábamos, como para enseñarnos las reglas de urbanidad. No me detendré demasiado en estos pasajes, ni detallaré cómo se desarrollaban las mañanas y las tardes en la escuela. Sería interminable, aunque algo de lo que allí sucedía quizás pudiera resultar hasta cómico el recordarlo, sobre todo, por el choque frontal con la forma de enseñar de hoy día. Sólo aludiré a un suceso que como el que he narrado de los huesos de dátil en la cerradura tenía lugar fuera del recinto escolar: recién acabada la Guerra Civil, D. Máximo nos llevaba, en rigurosa formación, desde la escuela a la Iglesia de Santa María a oír misa. Una vez finalizada ésta y con el mismo orden que habíamos entrado en el templo, salíamos del mismo. Si el comportamiento había sido el correcto nos mandaba romper filas y quedaba todo el mundo en libertad, pero esto pasaba pocas veces porque lo más frecuente era que a lo largo de la misa alguien hablara o se contagiara de la

risa "tonta", que en algunos provocaba el silencio y la

seriedad fingida de sus compañeros, y como esto solía acontecer en los momentos culminantes de la celebración eucarística, casi siempre en la consagración, en esos casos en lugar de quedar libres regresábamos a la escuela y sufríamos las tajantes reprimendas convulsivas de D. Máximo. A pesar de lo que acabo de narrar, los padres siempre le expresaron su agradecimiento porque pensaban que se le debía, al menos, en la parte alícuota que le correspondía, la cultura, forma de pensar y de ser que tendríamos en el futuro sus hijos. Digamos, para que nadie caiga en la tentación de sacar consecuencias, que podrían ser falsas, comparando enseñanzas tan dispares como 30


la de antes y la de ahora, que eran tiempos de guerra y posguerra. D. Máximo, por ejemplo, además de ser hijo de su tiempo, fue seguramente un cumplidor estricto de sus obligaciones que haría todo lo que pudo con honradez y dedicación, y ellos se lo reconocían con gratitud porque a pesar de lo dicho fue, sin lugar a dudas, un eslabón de la cadena que ha hecho posible el envidiable progreso del que disfrutamos hoy día. En la década de los treinta del siglo XX hubo, como todos sabemos, un hecho muy triste de la historia de España que fue el de la Guerra Civil. Duró desde 1936 a 1939, o sea, el mismo tiempo que yo tardé en alcanzar los siete años de edad desde los cuatro que tenía al comenzar la misma. En ella murieron más de un millón de personas. Como no podía ser de otra forma durante la contienda hubo escasez de alimentos: ¡hambre! Las únicas clases de pan que existían, al menos en Elche, eran el de maíz, que o se comía caliente o se volvía duro como una piedra y el de centeno, que se hacía como una bola en la boca y tenía por añadidura, en su interior, unas bolsas de humedades sumamente desagradables. Yo algunas noches escuchaba los disparos que se efectuaban por las calles de mi barrio, el de la Zapatillera según dije, algunos de los cuales se le atribuían a una mujer. Mi tía Salvadora, hermana de mi madre, su esposo Manolo y sus hijos, que vivían en la casa contigua a la nuestra, cuando sonaban las sirenas, que solía ser cuando se oía el estruendo o retumbar del estallido de las bombas que caían sobre la capital, en los habituales bombardeos que sufrió Alicante, en lugar de dirigirse al refugio que había en el subsuelo del actual Colegio Público Ferrández Cruz, pasaban a través de las terrazas, con sólo saltar un diminuto muro, a reunirse con 31


nosotros en el comedor de mi casa o en una pequeña dependencia, al fondo del mismo, resguardada por la escalera de acceso a la primera planta, que era el lugar más seguro de los que disponíamos. En esta zona republicana, en Elche, como en otros muchos lugares de nuestro país, se quemaron iglesias, se hicieron frecuentes registros en las casas para averiguar, preferentemente, si habían hombres escondidos sin querer defender la causa que ellos representaban, como fue el caso de mi padre, que estuvo durante meses en un cuartito que daba a la cocina, al lado de la cuadra. Una de las puertas del pasillo a la cocina estaba situada de forma tal que si se abría del todo, y así la colocábamos cuando había alguna inspección, tapaba por completo la puerta del habitáculo donde estaba escondido mi padre. A pesar de mi corta edad estaba yo tan aleccionado sobre el peligro que corría mi progenitor que cuando mi abuela Manola, o sea, la madre de mi padre, me preguntó un día por él, le contesté que precisamente acabábamos de recibir carta suya y que en ella nos decía que se encontraba bien; ¡como si ella no supiera dónde se encontraba su hijo!, y es que ésta era la respuesta que yo llevaba preparada para cuando alguna persona, más o menos extraña a la familia, me preguntara por mi padre. Eran frecuentes los registros en comercios, tiendas, etc. De mi casa, por ejemplo, se llevaron el carro, el caballo, gran cantidad de leña del olivar de Matola y todo lo que les interesó; aunque a través de segundas personas mi madre logró recuperar algo de lo sustraído. A la tienda de mi madre llegaban una especie de comisarios políticos y, fueran las diez de la mañana, o las siete de la tarde, lo primero que hacían era cerrar la tienda después de haber desalojado a todas las personas que hubiera en su interior. Mi madre estaba preparada para estas situaciones, hasta el extremo de 32


que las cosas de valor las tenía siempre a su alcance, debajo del mostrador, en una bolsa, de modo que cuando había un registro o inspección, en la forma que acabamos de narrar, le entregaba dicha bolsa a la clienta que estuviera atendiendo en ese momento, y le decía, ante la extrañeza de la misma: "y que no se te olvide de llevarte esta bolsa", como si fuera suya, con parte de la compra que estaba realizando. La cuestión es que este método no le falló nunca, pues la clienta pronto se conjuraba con mi madre y con el recado que recibía, ante la anómala situación que presenciaba con dos o tres extraños en escena. ¡Cuál no sería la confianza que tenía mi madre con sus "parroquianas"! Cuando estos "personajes" desaparecían, mi madre recuperaba rápidamente la bolsa con sus caudales. La compenetración con sus clientas, además de afectiva, provenía de que mi madre tenía una libreta, que guardaba en un cajón del mostrador, en la que escribía todo lo que sus clientas le quedaban a deber, téngase en cuenta que la vida por aquel entonces era bastante más difícil que lo es hoy día. Había quien le pagaba por semanas, otras cuando podían, ella les daba incluso consejos para que no aumentaran excesivamente sus deudas, etc. Yo me daba cuenta de que mi madre era diligente, flexible y que a la larga lo cobraba casi todo. Siguiendo con los comisarios, citaré un suceso intrascendente, una escena que mi madre me comentó muchas veces: mientras inspeccionaban la casa y uno de los comisarios tenía la pistola desenfundada en la mano, yo estaba tan tranquilo sentado como un Buda en el centro del comedor, ajeno a lo que allí pasaba, comiendo galletas. La situación de mi padre en casa, en su escondrijo, al que yo le llevaba, de vez en cuando, cuadernillos de una novela por entregas que recogía en casa de mi abuela Remedios, se hizo insoportable. El peligro de que lo descubrieran y lo 33


mataran era demasiado grande, por lo que no tuvo más remedio que marchar al frente de Teruel. No llegó a entrar en combate porque cayó enfermo, aunque estuvo tan cerca de la capital turolense que veía regresar los camiones llenos de heridos y mutilados, de más o menos gravedad. Por eso mi madre agudizó su ingenio y contactó con una familia de Santa Pola, parientes casualmente de Maru, la que veintitantos años después sería mi esposa, en cuyo seno se encontraba la persona que podría ayudar a mi padre. En efecto, una de las hijas de aquel matrimonio, Raimunda, prima hermana de mi futura suegra Dolores Sevilla, convivía con D. Luis, un alto cargo republicano en Valencia. Nada más realizar las gestiones pertinentes marcharon mis padres, a esta ciudad, buscando seguridad, allí vivieron una temporada sin sobresaltos, yendo incluso alguna noche al teatro. Mientras, en Elche, Josefa, la más pequeña de las hermanas de mi padre se hizo cargo de la tienda. Una mujer, Remedios la viuda, y su hija le ayudaban lo que podían, sobre todo a las labores de la casa y a cuidar de mi hermana y de mí. Huyendo de los probables bombardeos en la ciudad, que no llegaron a producirse, nos llevaban a Bernia, al actual Barrio de Altabix, donde en un pequeño almacén acondicionado como vivienda estábamos más seguros. D. Luis, el alto cargo político que tuteló a mi padre en Valencia, probablemente Coronel como alguien me dijo, estuvo un día comiendo en mi casa, con su compañera y su hijo. A mí me pareció un hombre muy formado y disciplinado, quizás por haberle visto corregir al

hijo de su compañera con

autoridad en dos o tres ocasiones en el poco tiempo que estuvo entre nosotros. Su pareja sentimental y su hijo permanecieron algunos días más en Elche, dormían en la habitación donde había estado escondido mi padre, y ella en el patio de la casa 34


sobre una pequeña mesa nos repasaba las tareas de la escuela, a mi hermana, a mí e instruía a su hijo. Al finalizar la guerra D. Luis, como perdedor que fue de la misma, antes de partir hacia el exilio que le esperaba pasó de nuevo por mi casa, esta vez para despedirse. Mi madre agradecida le dio todas sus joyas y parte de las de su familia, pues el dinero carecía de valor. Con el tiempo su amiga sentimental y su hijo estuvieron por Canadá, no sé si se reencontrarían con D. Luis, aunque parece ser que no fue así según me contaron, lo que sí es cierto es que su hijo regentó, durante algún tiempo, un BarRestaurante en Santa Pola, justo debajo del piso que tiene mi hijo Diego, y que a ella le fallaron ostensiblemente sus facultades mentales antes de morir en la ciudad que la vio nacer, o sea, en Santa Pola. Como Dolores Sevilla, la madre de mi esposa, y Raimunda eran primas hermanas incluiré parte del árbol genealógico que las relaciona: Antonio Sevilla Alba y Dolores Juan Mújica Antonio  Dolores (la madre de Maru), Conchita , Ana  José, Antonio, Raimunda , Josefa  Manolita, Manolo , Asunción  Nieves, Asunción, Antonia, Antonio . Estando mis padres en Elche, al regresar de Valencia, mi hermana y yo vivimos en completa normalidad. Yo, excepto en las horas que me encontraba en la escuela, estaba siempre en la calle, téngase en cuenta que no había tráfico de ninguna clase, una pelota de goma o simplemente una de jugar al frontón me servía a mí para estar entretenido, por ejemplo, un domingo, durante horas y horas. Ningún chiquillo del barrio tenía por aquel entonces un balón y cuando años después mi primo José Esclapez Castaño, hijo de mi tía Salvadora, se compró uno se pudo permitir el lujo de formar un equipo de fútbol casi "de su propiedad". A 35


veces me reunía con otro chiquillo y jugábamos "a las largas", chutándonos desde una a otra esquina a lo largo de toda una manzana de casas, y ¡cuántas veces yo sólo chutando sobre una pared!, a modo de frontón pero con el pie. Cuando nos reuníamos varios chavales organizábamos grandes partidos. Entre los que participábamos en estos encuentros estaban, por ejemplo, el hijo de Maleneta, el nieto de la Bola, Rafael el de Marcos, Juan Cascales, laureado por muchas Órdenes Monásticas, Caballero del Santo Cáliz, etc., los hermanos Vera, uno de ellos se hizo sacerdote, Vicente y Miguel, hijos de Remedios la viuda, Fermín y su primo Octavio, Antonio Pascual, del que hablaré en el Capítulo VI, Jaime el del huerto, Jaimito el de las bicicletas, Vicente el carnicero, los pastoros Evaristo y Santiago, Daniel Gras, Ramonico el de la tienda, los de la tienda la Pana y del Peix, Joaquín el de la Chaufa, Pedrín que vivía en la casa del huerto donde está hoy día el Colegio Ferrández Cruz, y en el que probablemente viviera en el siglo XVII el Doctor Caro, con puerta de entrada por la Calle Puerta de Alicante, Antonio que llegó en su juventud a ser Campeón de España de lucha grecorromana y después, en la época de los dos Ángeles Blancos, se pasó a la lucha libre, figurando en los carteles unas veces como "Sixto", que es su segundo apellido, y otras como "El Tojo". Hoy día es Jefe de Personal de los que limpian el Estadio Martínez Valero del Elche C.F. y Antonio Ruiz, al que veía todos los lunes, a mediodía en su casa, para comentar todo lo que sobre fútbol ponía el periódico Marca. Éramos tan aficionados a este deporte que aún recuerdo las alineaciones del Atlético de Madrid y del Valencia, cuando no sé la actual del Elche ni de ningún otro equipo. En el Atlético de Madrid o de Aviación jugaban: Tabales, Mesa, Aparicio; Gabilondo, Germán, Machín; Manín, Arencibia, Fernández, Campos y

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Vázquez; y en el Valencia: Eizaguirre, Álvaro, Juan Ramón; Bertolí, Iturraspe, Lelé; Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza. Disputábamos torneos de fútbol mesa, con botones como jugadores, en las mesas de nuestras casas. El portero, por ejemplo, eran tres botones gordos de abrigo unidos, cosidos entre sí, formando una sola pieza; el botón que lanzaba a los jugadores sobre el balón, un botón pequeño y abombado, era grande, fino y plano. Unos de los más expertos en estas lides eran Heliodoro Vidal y su hermano Paquito, que murió hace muchos años, primos segundos míos, por ser primas nuestras madres. Heliodoro fue Primer Teniente de Alcalde, Representante de la Federación Española de Fútbol, Presidente de la Asociación Provincial de Artes Gráficas, uno de los grandes industriales de Elche y sobre todo un hombre de paz y de consenso. Disponíamos incluso de una moneda especial para nuestros juegos que no era otra que las tapas de las cajas de cerillas. Un paquete era una caja vacía en la que se metían veinte tapas, no cabían más. Las extraíamos de cajas previamente desmontadas de las que tirábamos los laterales. Yo llegué a tener cajas de zapatos llenas de paquetes. Una vez me compraron mis padres un patín, y yo les cobraba a mis amigos un paquete por ir con el mismo hasta la esquina y volver, ¡me lo hicieron polvo en pocos días! , y yo tan contento por los muchos paquetes que iba acumulando hasta que mi madre, con la alpargata mojada previamente, me calentó el trasero. Jugábamos a todo con la moneda convenida por nosotros mismos: a las chapas, a baraja sentados en la acera, a la trompa, a hacer carreras, a la lucha libre hasta sacar al rival de un círculo marcado de antemano, a guerrear, a pedrada limpia contra los chicos de otros barrios. La verdad es que yo no intervine de pleno 37


en ninguna de estas batallas: ¡era demasiado estricto el marcaje a que me sometía mi madre! Había una casa, que aún hoy día existe en el huerto donde está actualmente la Cruz Roja, donde decían que había fantasmas; yo aunque sentí la emoción de su proximidad nunca fui capaz de entrar a averiguarlo. Una vez haciendo una pequeña caseta con materiales de construcción abandonados, casi logro salir de la misma por el miedo que sentía por si todo aquello se derrumbaba. Pocos días después, transcurría el año 1939, contemplé el paso por la Corredora de los tanques con la bandera de España, que venían de la guerra ya conclusa, y que eran aclamados por todos los allí presentes: unos lo harían por lo que fuese y otros por convicción. Por las calles chicos y mayores gritaban: "Viva Franco que nos da pan blanco, muera Negrín que nos da pan de serrín", aunque lo cierto y verdad era que el pan que comimos, al menos en Elche, durante muchos años de blanco no tenía nada, o era oscuro y oleaginoso como el de centeno o de "serrín" al que se asemejaba la viruta que caía del de maíz cuando se endurecía y se le rascaba. Eran tiempos de Falange, cara al Sol, el yugo y las flechas, etc.

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CAPÍTULO II EL BACHILLERATO: ORIHUELA Y ELCHE

Después del paréntesis religioso que supuso la Guerra Civil española y tras una previa y breve preparación catequística en el propio colegio, el día 22 de mayo de 1941, mi hermana y yo, con 10 y 9 años de edad respectivamente, hicimos la Primera Comunión en la Iglesia de Santa María. Una vez finalizada la santa misa, todos los chavales de las distintas escuelas que habíamos participado, por primera vez de la eucaristía, nos fuimos al colegio que había en los actuales bajos de la Calle Uberna nº 4, en la replaceta de la Calle Mayor de la Villa más próxima al Palacio de Altamira, a tomar un tazón de chocolate con "fogaceta", que por aquel entonces era todo un lujo. A los pocos meses, teniendo en cuenta el cambio de vida que se me avecinaba con motivo de tener que irme a estudiar al Colegio de Santo Domingo de Orihuela, quise despedirme de lo que hasta entonces conocía y había vivido. Me deshice en primer lugar de los paquetes, o sea, del dinero convencional que había utilizado hasta entonces en los juegos con mis amigos y compañeros de barrio y que ya no necesitaría. Por eso una tarde, aprovechando la gran concurrencia de chicos del barrio en las inmediaciones de mi domicilio, me subí a una ventana de la 39


Calle Gabriel y Galán, la que caía justo enfrente de la puerta principal de la tienda de mi madre, y agarrándome con fuerza con la mano izquierda a uno de sus barrotes empecé a lanzar al aire, con la diestra, paquetes que la chiquillería allí presente agradecía con alborozo y que atropelladamente recogía. Como aún me sobraron paquetes, después organicé unas cuantas carreras en las que premiaba con paquetes a los tres primeros que hicieran el recorrido, de ida y vuelta, por la Calle Durán, desde donde yo estaba hasta la carretera. Yo creo que con los paquetes se marchó también mi infancia. Por deseo de mis padres, y con toda la ilusión del mundo por mi parte, tan pronto pasara el verano marcharía al Colegio de Santo Domingo. Realmente me sentía feliz con la decisión tomada por mis progenitores, por pensar que sería bueno para mí aunque, como es lógico, sintiera cierta desazón interior por lo desconocido, por el cambio radical que iba a suponer, máxime cuando según me contaban algunos de los que allí estudiaban por cada domingo que me tocara venir a Elche tendría que pasar varias semanas sin poder hacerlo de nuevo, o sea, que no podría ver a mi familia, a mis amigos ni deambular por mi pueblo, y así durante los nueve meses del curso escolar si se exceptuaban, claro está, los oasis que significarían las vacaciones. En cierto modo, ese verano toda mi familia estuvo pendiente de mis necesidades como colegial, o sea, de los uniformes, pantalones, chaquetas, zapatos, de mis primeras botas de fútbol, que me hicieron a medida, pijamas, etc., toda la ropa llevaba cosido como distintivo el número 347 que me había correspondido al matricularme en el colegio. Me alegré mucho cuando supe que también irían a Santo Domingo algunos de mis primos hermanos, Vicente, Diego y Juan Bautista Castaño García, o sea, tres de los hijos de mi tío Juan Castaño, 40


casado con mi tía Manola, hermana de mi padre, un primo segundo, Vicente Navarro, y un vecino que vivía justo enfrente de mi casa, Luis Verdú Poveda, al que le dieron el número inmediato inferior al mío, o sea, el 346. También fueron ese año al colegio Vicente Soler, fallecido, que tenía el nº 345 y su hermano Manuel, hoy día Médico Analista. Cuando faltaban pocos días para irme a Orihuela me compraron todo lo relativo al aseo personal: cepillos, pasta de dientes, peines, fijador, colonia, etc., y el día anterior a la marcha, mantequilla y lo poco que de comida permitía que nos lleváramos la Dirección del Colegio. Con todo esto me fui a tierras de Miguel Hernández. Allí hice sólo el preparatorio, el Ingreso de Bachillerato, y unos cuantos meses del primer curso, por motivos que a continuación expongo. Estos vinieron de la mano de una terrible gripe, nunca vista en el colegio, que contagió con saña a casi todos los que allí residíamos; a algunos padres les recordó la del año 1918. Fuera como fuese, la verdad es que nos catapultó a nuestras casas a más del 80% de los colegiales. Supongo, aunque no lo pueda asegurar, que la mayoría de los que se fueron enfermos a sus casas volverían al colegio después de una convalecencia más o menos larga. Yo no regresé a Orihuela porque después de la gripe pasé pulmonía doble y a continuación pleuresía y, por si fuera poco, uno de los análisis de sangre que me hicieron detectó una enfermedad aún peor, y aunque nunca supe a ciencia cierta de qué enfermedad se trataba, sí percibía que debía ser muy mala, por los comentarios poco explícitos y con sordina que les oía a médicos y familiares. Lo único que me consolaba de todo aquello era que una vez que me exploraban, o auscultaban, los médicos siempre coincidieron en afirmar que aquel análisis o estaba mal hecho o era el de otra persona, porque por veces que me lo 41


repitieron nunca más salió lo que decía el primero, pero yo, la verdad, es que me encontraba débil. Nunca se descartó la posibilidad de que aquél análisis se hubiera traspapelado con el mío en la propia farmacia donde lo hicieron. Mis padres me llevaron a los tres mejores médicos de Alicante, a los de más renombre de la capital de la provincia, y estuvieron a punto de llevarme a Madrid a que me viera el Dr. Jiménez Díaz. Por fin, el problema que suponía mi estado de salud se solucionó en mi propio pueblo porque, D. Salvador Carrión, un médico que acababa de venir a Elche y que en muy poco tiempo había adquirido un enorme prestigio, rechazó con rotundidad el resultado del citado análisis e indicó, con firmeza profesional, las pautas a seguir que fueron todo un éxito. A pesar de las muchas y graves secuelas posteriores a la susodicha gripe aún tuve suerte porque, por ejemplo, el único amigo que se vino conmigo a Elche en el taxi que me trajo a casa enfermo, hijo del dueño de la Platería Segarra, murió a causa de dicha enfermedad. Nunca lo olvidaré por lo mucho que me impresionaba ver, cada vez que pasaban por mi lado, el derrumbamiento físico galopante de sus padres a partir de tan luctuoso suceso. El Colegio de Santo Domingo, que antaño fuera Universidad, era espacioso, imponente, como seguirá siéndolo hoy día, antes regentado por los jesuitas y ahora por el Obispado de la Diócesis Orihuela-Alicante. Viniendo con coche desde Elche, aunque normalmente en mis idas y venidas utilizaba el tren, el colegio se encontraba en el margen derecho de la carretera de entrada a Orihuela, al pie de la sierra. Tras el alto muro que lo circundaba estaba el campo de fútbol de los mayores, o sea, de los de la 1ª Brigada (de las cuatro que allí existían), o sea, de los que cursaban 6º y 7º de Bachillerato. El equipo titular de esta Brigada era tan 42


bueno que jugaba partidos amistosos, con resultados diversos, con el Orihuela C. F. y contra el equipo de los futuros sacerdotes que estudiaban en el Seminario, en todo lo alto de la citada sierra. El Colegio de Santo Domingo tenía una fachada monumental que recordaba a la de las

grandes basílicas; a la izquierda de la puerta por donde nosotros

entrábamos se encontraba la de acceso a la iglesia de los jesuitas, para la gente del pueblo. Los alumnos internos entrábamos a ella, a diario a oír misa, a través de una puerta interior que había en el vértice más alejado, según se venía en línea recta desde la portería, del cuadrado claustro que envuelve un coqueto jardín provisto de una pequeña fuente en su centro. Las galerías del mismo eran de amplios pasillos bordeados de altas columnas. A la derecha, nada más entrar desde la portería estaba la sala de visitas, a la que nuestros padres y familiares entraban directamente desde la conserjería. Como se dio el caso de que el primer año que estuve en el colegio coincidí en la 4ª Brigada, la de los más pequeños, con mis primos Vicente, Diego y Juan Bautista, hijos de mi tía Manola, según dijimos, y nuestros apellidos eran los mismos aunque invertidos, cada vez que decían que los Castaños Garcias tenían visita, o sea, que podían salir a ver a sus padres, yo me agregaba a la comitiva, y ellos hacían lo mismo cuando venían los míos. A mi primo Vicente Navarro, hijo de un primo hermano de mi padre del mismo nombre, que dormía en una de las dos camas contiguas a la mía, lo peinaba yo casi siempre, porque así me lo pidieron sus padres, ya que a él se le daba bastante mal hacerlo. Alguna vez, aunque no fueron muchas, en las galerías del claustro nos enseñaron a desfilar, vestidos de falangistas, o sea, con pantalón gris, camisa azul 43


y boina roja. En una ocasión, quizás la única, salimos en formación por las calles de Orihuela y fuimos llamando la atención de los transeúntes y sin alejarnos de la falda de la sierra, rodeando la ciudad por su parte norte hasta una gran iglesia que había en las proximidades de la carretera Alicante-Murcia. A mí, los estudios vigilados del Colegio de Santo Domingo siempre me resultaron pesados, me parecían excesivamente largos, porque, aunque en los días lectivos se podían resistir, aprovechándolos para ir al día en las distintas asignaturas, el que era inaguantable, el que repugnaba a mi mente era el de los domingos por la tarde que duraba ¡cuatro horas!, porque a pesar de que en él se pudiesen leer libros de la biblioteca, al estar terminantemente prohibido hablar entre nosotros, el aburrimiento invadía la sala. Con el tiempo, después de irme yo del colegio, me enteré de que esas horas dominicales de lectura o estudio, o dicho de otro modo ¡de aburrimiento total!, fueron sustituidas por proyecciones cinematográficas. La verdad es que no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que en el colegio lo que interesaba era tener algún cargo para mitigar las horas de calma excesiva. Era bueno ser uno de los tres bibliotecarios de la Brigada, como yo lo fui durante algunas semanas, porque mientras hablabas con unos y con otros para ver qué libro querían leer, buscabas el libro que te pedían, hojeabas uno de los pocos libros de fotografías que teníamos en el armario y que estaban prácticamente reservados para los bibliotecarios, te distraías y parecía que pasaban para ti con más rapidez las horas de hastío. Algo análogo, pero mejor si cabe, sucedía si eras uno de los encargados de hinchar los balones y conservarlos en las mejores condiciones posibles, porque cuando llegaba el temido estudio de los domingos por la tarde, con la excusa de 44


que tenías que ocuparte del correcto mantenimiento del material deportivo, no sólo te librabas del mismo sino que te permitía incluso jugar al fútbol, aunque fuera utilizando una sola portería, y encima le podías decir al profesor, al hermano, que no tenías más remedio que hacerlo para comprobar prácticamente que los balones estaban en buenas condiciones. También tenía ventajas el cargo que tenían dos alumnos por Brigada, que se encargaban a diario, jugando y correteando por los pasillos, de abrir alguna puerta que otra, y poco más, para franquear el camino que tendríamos que recorrer instantes después los demás hasta llegar, en doble fila y bien vigilados, por ejemplo, al comedor o la capilla. El Brigadier era el cargo de más categoría de la Brigada, él era el que dirigía alguno de los rezos y el más considerado por los profesores. Para los que éramos de Elche nuestro referente, en este cargo, siempre fue Carlos Bonete, uno de los ilicitanos más inteligentes, junto a Pedro Amat, de los que yo he conocido: laureado como nadie en el colegio, con toda clase de bandas honoríficas, medallas, etc., y profesionalmente como abogado además de actuar, durante algún tiempo, asesorando a un Juez en los casos considerados jurídicamente complicados, fue el "alma mater" de la Asesoría Falcó, próxima a mi domicilio por lo que no es extraño que, durante los últimos años de su vida, me "tropezara" con él muchas veces por la calle; era según me decía bastante aficionado a la Matemática. Leyó mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan y me comentó que no le parecía bien que no llevara índice. En cuanto a Pedro Amat sólo diré que fue, durante muchos años, Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca, que es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Elche, o sea, por la Miguel Hernández, y que en su

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especialidad, como Catedrático de Medicina que era, realizó importantes aportaciones. Como todas las tardes después de comer, y de retorno a la sala de estudios, se rezaba el rosario. De tanto escucharlo nos sabíamos de memoria el Oremus que venía detrás de la letanía y que sonaba, poco más o menos, si prescindimos de cuestiones gramaticales y de las palabras que falten por la erosión del tiempo (son sesenta y un años los que han transcurrido desde entonces), del siguiente modo: "Oremus, gratiam tuam clésimus méntibus nostre infunde, ut quiam christi filii tui encarnatione cognovimus per passioni eius et crucem, ad resurrectione gloriam perducamur per eundem christus dominum nostrum". A pesar de que la forma correcta de escribirlo sea, casi con toda seguridad, bastante distinta a la tecleada, lo cierto es que no he podido dejar de preguntarme, mientras lo escribía, ¿en qué parte del cerebro se conservará esta, llamémosle, aproximación a la citada oración?, porque me sorprende que, aunque no coincidiera en un tanto por ciento muy elevado con la real, perviva aún en mi subconsciente cuando tantos sucesos mucho más recientes los tengo ya completamente olvidados. Como tuve la suerte de que Carmen Agulló Vives, antigua Catedrática de Lengua de la Normal de Albacete, después de leer Avivando los Recuerdos, me pusiera sobre aviso de que el Oremus al que yo hacía referencia en el libro era precisamente el del Ángelus, o sea, el que rezaba en latín con asiduidad el Papa, indagué hasta encontrarlo. Fue la madre Belén, la encargada de la Casa Sacerdotal o Parroquial de la Basílica de Santa María de Elche, la que me sacó del apuro al meter una fotocopia del mismo en el buzón de correos de mi hija Francisca Mª, que me lo trajo a casa. Así pues, tenemos la ocasión de poder comparar la versión correcta del Oremus con la que yo he puesto anteriormente: 46


"Oremus Grátiam tuam, quaésumus, Dómine, méntibus nostris infúnde: ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Filii tui Incarnatiónem cognóvimus, per Passiónem eius et Crucem ad Resurrectiónis glóriam perducámur. Per Christum Dóminum nostrum. Amen". He resaltado en negrita los errores cometidos en el "oremus" que yo puse, sin tener en cuenta acentos ni mayúsculas. Es curioso lo de la palabra eundem que no existe en el verdadero Oremus, ¿de dónde habré sacado esa palabra? ¿existirá en latín?, porque poner de menos, en algo que se recuerda, me parece normal, lo hemos podido comprobar, por ejemplo, con las palabras qui, Ángelo nuntiánte que yo no puse, pero poner de más y que lo que añadas por tu cuenta tenga encima esa estructura tan latina como parece tener la palabra eundem, es muy extraño y un presagio de algo, que podría estar relacionado, por ejemplo, con el porqué empleaba yo, a veces, a mis 14 ó 15 años la expresión "ali galima" de sonoridad, a mi entender, plenamente árabe para indicarles, desenfadadamente, a mis amigos que una cosa era exquisita o que me gustaba mucho. También en mis clases empleé frecuentemente frases con este humor festivo y desenfadado. En ocasiones a alumnos que no entendían una cosa para remarcarles que era fácil lo que estábamos viendo les decía: "¡pero, hombre, si esto está "chupito es labis dómine"!", y ellos entendían perfectamente que mi exclamación pregonaba que la cuestión planteada estaba "chupada", o sea, que era muy fácil. No obstante, alguna vez, no me conformaba con lo dicho hasta ahora y seguía con la broma preguntándoles si entendían lo que quería decirles con el latinajo que acababa de echarles; normalmente me contestaban que sí, que significaba que estaba "chupado" y entonces "rizaba yo el rizo" y les decía: "¡pues no!, porque la traducción correcta es ¡chúpate el labio que viene el señor!" Como 47


todo esto se lo expresaba yo a los alumnos en forma jocosa y próxima nos reíamos todos y la clase seguía con nuevos ánimos, revitalizada. A mí estas frases, pedagógicamente hablando, siempre me ayudaron mucho y, por ejemplo, cuando me jubilé los alumnos, aparte de los regalos que me hicieron, me entregaron una especie de pergamino con 10 ó 15 expresiones típicas mías, de las que yo había creado y hecho famosas en clase. No obstante todo lo dicho y después de tener escrito lo que antecede, al comentárselo de nuevo a Carmen Agulló, que es especialista en Latín, me dijo que el eumden, que no eundem como yo recordaba, era ciertamente del Oremus, aunque en el libro del que la madre Belén hizo la fotocopia no lo pusiera, porque actualmente lo hayan suprimido, quizás porque da lo mismo decir "por el mismo Cristo Nuestro Señor" que simplemente "por Cristo Nuestro Señor", ya que el eumden es acusativo y se traduce por "el mismo". Al hilo de todos estos pasajes que acabo de narrar, me referiré a que las clases de latín, en el Colegio de Santo Domingo, eran muy activas por la metodología empleada por el profesor. El primer día nos ordenaba en fila india, en hilera de a uno,

por orden alfabético, y a partir de entonces empezaba la

competición; el profesor, sacerdote o hermano jesuita, le preguntaba a cualquiera de la hilera, preferentemente a los que ocupaban las primeras posiciones, por ejemplo: ¿cuál es la segunda persona del plural del presente de subjuntivo de tal verbo? o ¿ dime el dativo del singular de cual declinación? Si este alumno fallaba, al igual que el que le seguía, pero el que venía detrás daba la contestación exacta, este último adelantaba dos puestos en la fila. Con este método se animaba tanto la clase que, a veces, le preguntaba el profesor al primer alumno de la fila y desde el segundo hasta casi el último, de la 48


hilera, se separaban en volandas a izquierda o derecha de la alineación establecida, gesticulando y emitiendo un chasquido característico, seco y contundente, que producían al chocar entre sí los dedos índice y corazón, de la mano derecha situada en todo lo alto, a modo de castañuelas. Las ansias por contestar, por adelantar posiciones en la fila cuando se creía conocer la respuesta correcta, era enorme, sobre todo porque había que esperar a que no la supieran los que te precedían y a que el profesor te indicara que te correspondía a ti contestar. A veces se llegaban a adelantar hasta ocho o diez puestos, aunque lo normal era que fueran bastantes menos. Dando un salto en el tiempo, completaré los recuerdos más destacados sobre esta asignatura. Pienso que todo lo que aprendimos en latín era insuficiente para poder traducir bien, porque nunca llegamos a dominar los recursos sintácticos necesarios como para saber cuando una traducción estaba mal o bien hecha. Quizás la culpa fuera de los propios alumnos que le dábamos poca importancia práctica al latín, por ser una lengua muerta, sin pararnos a pensar que fue la madre, perfectamente estructurada, de otras muchas lenguas. Nosotros nos limitábamos a poner a la izquierda, de cada hoja del cuaderno, una columna con las palabras que contenía el texto latino y a la derecha otra columna con las mismas palabras traducidas al castellano y en medio, por ejemplo, si era dativo del singular, ablativo o el tiempo del verbo que fuera, y con un mínimo de reglas prácticas hacíamos la traducción, ¡y que sea lo que Dios quiera! Lo que realmente nos costaba, por faltarnos recursos sintácticos como ya he dicho anteriormente, era conectar entre sí las palabras en castellano teniendo la seguridad de que la frase resultante era fiel reflejo de la del texto latino. Por ejemplo nosotros con las mismas catorce palabras que contiene la frase: "Un escuadrón del 49


Emperador, atacado por el enemigo, no tuvo más remedio que retroceder ", éramos capaces, nos daba lo mismo porque no sabíamos más, de tergiversarla y escribir otra de significado completamente distinto e incluso opuesto: "El enemigo, atacado por un escuadrón del Emperador, no tuvo más remedio que retroceder". Una anécdota que en su día nos preocupó sobremanera se produjo cuando fuimos a Murcia a realizar las Pruebas del Examen de Estado. A mi lado se sentó un chaval que me comentó que lo que menos temía, de todo lo que tendríamos que hacer aquellos días, era el ejercicio de latín que íbamos a realizar de inmediato porque tenía un tío sacerdote que le había preparado a conciencia para el mismo, obligándole a diario a hacer traducciones. Al oírlo vi el cielo abierto y le dije que me pasara la traducción tan pronto la tuviera. También anuncié la buena nueva a algunos de mis compañeros de colegio que se encontraban a mi alrededor. Empezó la prueba de latín, y el que estaba junto a mí tan pronto acabó la traducción cumplió lo acordado. Con ansia fui copiando todo el escrito recibido hasta que de pronto al leer "siete o nueve años" paré de hacerlo, busqué la expresión latina correspondiente a la entrecomillada y leí "septuagésimo et nono annos", que yo había traducido al igual que mis compañeros por setenta y nueve años. No tuve más remedio que dirigirme a mi benefactor y decirle que era extraño que con siete o nueve años alguien hubiera ganado una batalla, que era de lo que trataba el texto, y que lo más lógico era que fueran setenta y nueve años como pensábamos algunos; entonces él con una seguridad inusual me dijo: "efectivamente eso sería lo normal, pero el texto está puesto con la intención de que la gente "pique" en esta cuestión", o sea, que se mantenía en sus trece y lo que venía a decirme era que lo correcto, tal como estaba trascrito el texto era "siete o nueve años". Hubo comentarios para todos los gustos, la confusión se adueñó de 50


mi entorno y cada uno puso lo que quiso. Lo que sí me dijeron es que, a mi socorrista, lo vieron algunos hundirse en el proceloso mar de la ignorancia y la ignominia. Volviendo al Colegio de Santo Domingo recuerdo, como algo singular o específico del mismo, que aprendimos a pelar naranjas de modo que al quitarle la piel ésta se convertía en unas gafas, con una pata central que colocada por la línea meridiana, por la mitad, de la cabeza se sostenían perfectamente. Esta forma de pelar naranjas la he practicado muchas veces, unas con mis hijos y otras con mis nietos. Los viernes nos levantábamos con media hora de adelanto, sobre el horario habitual de los demás días de la semana, y con nuestros albornoces y toallas nos dirigíamos, en perfecta formación, o sea, en dos filas, una por cada lado del pasillo, a las duchas. Éstas eran como cabinas individuales que tenían una puerta pequeña, parecida a las de los bares o salones de las películas de vaqueros, para que el profesor que vigilaba pudiera vernos, desde las rodillas hacia abajo y por la parte de arriba hasta algo más que la cabeza, y dar fe de que efectivamente nos estábamos duchando. No obstante como en invierno el agua estaba "que cortaba" de fría, recuerdo que nada más entrar a la ducha la habría a todo caño y me ponía a buen resguardo, pegando la espalda a la pared para que ¡ni me rozara!, aunque para aparentar que me estaba duchando me mojara las manos, me las pasase por el pecho, la cara y el pelo y armándome de valor alargara un pie para que se mojara y después el otro. Mis gritos y aspavientos, junto a los de los demás, le decían a las claras, al profesor que vigilaba, que estábamos, sin reparos, bajo los chorros del agua.

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Los sábados por la noche, en el tablón de anuncios que había a la entrada del dormitorio, se ponía la relación de los alumnos que el domingo tenían permiso para salir del colegio, normalmente para irse a su casa. Después, para no perder el tren o autobús que les llevaría a su destino, cada uno de los que aparecía en la lista apuntaba la hora a que quería que le despertase el sereno, un señor mayor más bien bajo y regordete con pinta de bodeguero, que muy temprano y llevando consigo un "bucólico" farol de petróleo, arrancaba la lista del panel donde se encontraba, leía las horas allí reseñadas y los números de cama a los que correspondían e iba despertando a la gente que tenía permiso. No obstante recuerdo que, en más de una ocasión, al equivocarse de número de cama la reacción y voces del afectado, por el error cometido, despertaba a sus más próximos y estos en cadena a muchos más. En estos casos la calma perdida nunca pudo recobrarse plenamente. En cuanto a las excursiones en las que participé estando en el Colegio de Santo Domingo reseñaré, por ejemplo, una que hicimos a la Cruz de la Muela, situada en el monte que cae en cortado sobre la parte norte de la carretera Alicante-Murcia, a su paso por Orihuela; por lo que la vertiente sur de dicha sierra es escarpada, propia para practicar los escaladores, aunque la opuesta, por la que subimos, era todo lo contrario, o sea, fácilmente accesible. Así pues por una cómoda y envolvente senda ascendimos, recogiendo minerales sobre todo cuarzo, hasta la cumbre y llegamos hasta el mismo pie de la cruz. Nada más verla me recordó, por el material empleado al construirla, a las torres metálicas que sostienen las líneas de alta tensión. En otra ocasión fuimos con varios autobuses al Monasterio de la Fuensanta en Murcia. Entre los partidos de fútbol que jugamos y una abundante comida que 52


nos dieron llegamos al colegio buenos para dormir de un "golpe" toda la noche. Parecida a ésta fue la excursión que hicimos a Santa Pola, aunque para mí hubo una gran novedad porque fue a verme mi padre. No quisiera olvidarme, en este apartado de las excursiones, del estupendo viaje que realicé, saliendo de Orihuela, en compañía de mi amigo Luis Verdú Poveda y su familia, o sea, de sus padres, Luis y Somesida, y sus dos hermanas Paquita y Leonor, que me invitaron a comer y a ver una corrida de toros en Murcia. Era la primera vez que comía en un restaurante y que asistía a un festejo taurino, aunque por avatares de la vida llegaría a ser Secretario de la Peña Taurina Paco Herrera en Madrid. El torero creo que se llamaba Pedro, de lo que no tengo dudas es de que su apellido era Barrera porque lo identifiqué rápidamente con la clase de localidad que ocupábamos. Pienso que debió tener algún descendiente, hijo o nieto, que siguiera su misma profesión, porque aseguraría haber leído en la prensa, no hace demasiados años, algo sobre un torero con su mismo nombre y apellido. Como ya expuse anteriormente, y con detenimiento, mi salida del Colegio de Santo Domingo, o sea, mi regreso a Elche, se produjo como consecuencia de una terrible gripe que acampó entre sus muros. Convaleciente y con la recomendación médica de reposo absoluto, cambiamos mi expediente académico al Colegio de Nuestra Señora de la Asunción de Elche, que se encontraba justo al lado de la Basílica de Santa María y cuya fachada estaba alineada con lo que es hoy día la acera norte de la Calle Uberna. Durante algún tiempo pasé horas y horas acostado sobre una gran hamaca, a modo de tumbona como si de una cama se tratara, en la calle junto a la acera de la puerta de la tienda de mi madre que daba a la Calle Durán. Todas las clientas me saludaban: "¿Dieguito - así me llamaban, bueno mi hermana me llamaba Dieguitín 53


cómo estás?". Y la verdad es que yo, rodeado de mis seres más queridos y bien atendido, no me faltaba de nada, me encontraba muy bien. A partir de entonces mi total restablecimiento sería sólo cuestión de dejar pasar los días. Pronto empecé a ir de nuevo al colegio, esta vez según he dicho, al de Nuestra Señora de la Asunción en Elche, donde acabaría el Bachillerato. Durante algunos meses, mientras me reponía, entraba a las diez, en lugar de hacerlo a las nueve como los demás, y a las cuatro y media, en lugar de una hora antes que era la hora de entrada establecida. Aún recuerdo que con la solana que caía, a esas horas propias de la siesta, iba con mis gafas de sol y con una calmosa y parsimoniosa marcha hacia el colegio, en el que no tardé en integrarme plenamente y gozar de la amistad de mis compañeros de curso, en cuya compañía seguiría hasta el Examen de Estado: un control para acceder a la Universidad,. parecido, al de la Selectividad. Ahora pasaré lista a mis compañeros de Bachillerato. Aunque durante algún tiempo estudiaron en Valencia la encabezaban los hermanos, Antonio Antón (Periodista y creador de la empresa Publi Antón) y José Antón (Abogado que ejerció de Procurador), les seguían Mariano Baeza (Fisioterapeuta y propietario de un gimnasio) y Antonio Baño (Practicante y muy entendido en medicina), que estuvieron con nosotros hasta el Cuarto Curso de Bachillerato, porque después marcharon a "hacerse" Practicantes o A.T.S., como se les llama hoy día; Julián Castaño (Médico, ya fallecido), Rogelio Fenoll (Odontólogo), yo, Juan Hernández (Director de Academia en Madrid y el matrícula del curso, nacido en Caravaca de la Cruz), Carlos Irles (Coronel en espera de su ascenso a General), Gerardo Lozano (Perito químico, fallecido), Manuel Lucerga (Industrial, fallecido), Diego Miralles (Industrial), Manuel Mora (Arquitecto), Angel Pereda (Otorrinolaringólogo), Emilio 54


Pomares (procedía de Mallorca, se fue de Elche y no le seguí el rastro), Antonio Soriano (Urólogo), Ramón Segarra (Comerciante), José Torres (Gestor y el sobresaliente del curso, fallecido), Patricio Vidal (Gestor), Paquita Giménez (no sé si es o no Farmacéutica), Manolita Piñol (Gestora), Josefina (vivía en la Calle Velarde y se casó con un tal Miguel ex-seminarista, fallecida) y las hermanas Verduzco, una de ellas, creo que la mayor, tiene un conjunto de tiendas por toda España, con el nombre comercial de Geli de Mora, con sus correspondientes cremas y empleadas para combatir el acné. Hay algunos como un tal Alberola, quizás de nombre Fernando, que se me pierden en el túnel del tiempo, desde luego no debieron estar con nosotros muchos años. Los veranos, hasta que mis padres construyeron una casa en el campo a unos 2 Km. de Elche en las inmediaciones del desvío actual de la carretera MurciaAlicante, los pasábamos en Santa Pola. Mis padres transportaban, los primeros años con carro y después con camión, la barraca que plantaban con alguna ayuda externa en la Gran Playa, a una distancia del mar no superior a los veinticinco metros. Allí se agrupaban más de un centenar de barracas, colocadas en una hilera contorneada reproduciendo el suave trazado de la orilla del mar, a las que se les proveía de fluido eléctrico. Durante algunos años este suministro corrió a cargo de Francisco García Díez, electricista ilicitano que con el tiempo sería mi suegro; él llevaba los cables, los postes, etc., todo lo que se necesitaba para montar la línea eléctrica desde la que se hacían las tomas de luz. Prácticamente todos los que veraneábamos en las barracas éramos vecinos de Elche. Seguro que a muchas personas de tierra adentro, de entonces, y sobre todo a casi todas las de hoy día, les hubiera chocado esta forma

de veranear, en

apariencia algo agitanada, en la que había arena por todas partes, que se pegada 55


al cuerpo, a cualquier cacharro, sin agua corriente, deficientes urinarios y servicios, etc. Pero la realidad era muy distinta porque los que allí convivíamos siempre lo hemos recordado con nostalgia, estábamos de vacaciones y en la gloria, teníamos todo lo que hacía falta para una vida placentera. Los pescadores pasaban por las puertas de las barracas, en cuyos porches se hacía la vida, vendiendo sardinas, boga, salmonetes, pescadilla, etc.; las churreras con su canturrear acorde y característico ofrecían su mercancía, los carritos de helados pregonaban el rico helado, mantecado, horchata, agua cebada, cucuruchos o cortes, los populares "chambis", el barquillero giraba su rueda de la suerte una vez lograba sacarse su joroba portátil, el artilugio cilíndrico que llevaba sobre su espalda, mujeres acompañadas por algunas de sus hijas vendían patatas fritas, etc. Se jugaba al dominó, al treinta y uno, a la brisca, al parchís, seguramente al chinchón aunque yo no lo recuerde, a lo que fuera, a la gallinita ciega, al corro la patata y al corro manolo, si es que son diferentes, a la comba, etc. Estábamos siempre en la playa, nos bañábamos las veces que hicieran falta para mitigar el calor y, por la noche hasta altas horas de la madrugada, se cantaban habaneras como "Venim de la mar, no sabem que fer, anem a cal mestre y no hay res que fer,...", zarzuela como "fiel espada triunfadora tu que brillas en mis manos...", hasta tangos de Carlos Gardel como "o cieguita dije yo con gran pesar, le di un beso a la chiquilla y tuvo con quien jugar, así fue que diariamente en un son que era de queja preguntábale a la vieja...", etc. Recuerdo que al pueblo, o sea, a Santa Pola, sólo iba una o dos veces por temporada, y eso que estábamos en las barracas desde finales de junio hasta aproximadamente el diez de agosto. Para las Fiestas de la Virgen de la Asunción, de la Patrona, había que estar en Elche. La verdad es que cuando a final de julio, 56


empezaba a irse la gente, o dicho de forma más gráfica, se producía la "desbandada" en las barracas le entraban, a uno, unas ganas locas de marcharse a Elche, porque además, por esos días, las moscas te asediaban y no te dejaban ni comer sobre todo si se trataba, por ejemplo, de un arroz caldoso, porque la verdad es que te faltaban manos para espantarlas por lo pegajosas y atrevidas que se hacían. Daba la impresión, porque la realidad así lo atestiguaba, de que con la marcha en tropel de los veraneantes a cada uno de los que nos quedábamos allí nos correspondían demasiadas moscas: las habituales más las que se habían olvidado de llevarse los que se habían ido. Ya en Elche, recobrabas la ciudadanía, vestías como cualquier europeo y te dabas cuenta de que en la playa habías vivido como un indio: con un bañador, unas sandalias o alpargatas y con poco más que el mar y los chapuzones. Muchos días ni tan siquiera te peinabas. Ahora la cosa cambiaba, ibas a alguno de los actos religiosos, al Misteri, o bien a Acción Católica, a pasear por las inmediaciones del cine Coliseo, por la Corredora o por la Glorieta donde las chicas daban vueltas, rozando las palmas de las palmeras que la rodeaban, por entonces muy bajas, a dextrorsum o sentido directo matemático, es decir, contrario al de las agujas del reloj y los chicos se movían al revés, o sea, a sinextrorsum. Esta técnica donde cada chico veía, cada media vuelta que daba, a todas las chicas que estaban en la Glorieta y a la vez cada chica a todos los chicos allí presentes, daba sus resultados. Acción Católica, en una primera planta de la Glorieta, era el lugar de encuentro con mis amigos, allí jugábamos al ajedrez y sobre todo al billar, y aunque habían dos o tres compañeros, entre ellos Luis Brotóns y Patricio Vidal, que a veces hacían tacadas de diez o doce carambolas, la mayoría éramos más discretos porque normalmente hacíamos a lo sumo cuatro, y casi siempre ninguna, una o 57


dos. Tres era una muy buena tacada. Yo no recuerdo haber hecho nunca diez carambolas seguidas, creo que ni tan siquiera nueve; ocho las hice una vez que hubo una conjunción extraña de astros que no volvió a repetirse. Lo anterior me recuerda que estando en Zaragoza, cursando el Segundo de Ciencias Matemáticas, un día que hicimos huelga me fui con mi amigo Tirado, un compañero de curso, a "echar" una partida de billar. Me quedé maravillado de que en su primera intervención lograra hacer casi cien carambolas y que su segunda tacada fuera de setenta y tantas: las dos bolas, a las que tenía que pegar la suya, parecía que estuvieran imantadas, siempre acababan situándose una al lado de la otra, con lo que las carambolas las hacía con facilidad, y si alguna vez se le separaban en la siguiente tirada las reunía de nuevo. Después me dijo, para sacarme del asombro en que yo estaba sumido, que era Subcampeón de Aragón de Billar Libre. Al ver jugar a Tirado entendí el porqué de la existencia del billar a tres bandas, o lo que es lo mismo, el porqué el billar libre puede aburrir, en cierto modo, a los buenos jugadores. Téngase en cuenta que mientras se hacen cien carambolas pasa demasiado tiempo, sobre todo, para el jugador que está inactivo. Con el billar a tres bandas, el número de carambolas por tacada que esta gente suele hacer se asemeja bastante al que hacíamos nosotros en Acción Católica al billar libre, y por lo tanto la alternancia en el juego es mucho más fluida. En los locales de Acción Católica teníamos también biblioteca y una sala para conversar, que daba a un balcón desde el que divisábamos a la gente que paseaba por la Glorieta, de modo que desde nuestro observatorio, elegíamos el momento oportuno para integrarnos en el engranaje chicos-chicas de la Glorieta. Las horas punta eran de ocho a diez de la noche los sábados y de una a dos de mediodía los domingos. Como no había televisión íbamos mucho al cine, al Gran 58


Teatro, Coliseo o Ideal, después vinieron el Capitolio, Avenida, Central y otros. Casi todos ellos han ido desapareciendo por la televisión, los coches, y en parte por la moda actual de las salas múltiples como las del L'Aljub. El Gran Teatro y los cines Odeón

al ser, hoy día, municipales son los únicos que tienen su porvenir

asegurado. Las colas para sacar entrada los domingos eran anchas y alargadas, la sala se llenaba por completo, sobre todo en la primera sesión de la tarde del Gran Teatro, había otra sesión numerada a las siete a la que asistían normalmente matrimonios. Los estrenos eran casi semanales y las películas se anunciaban en programas de mano que repartían los domingos a mediodía por la Glorieta, a todo color y con fotogramas de la película en cartel; me gustaban tanto que, al igual que mis amigos, los coleccionábamos. Algunas películas constaban de dos o tres episodios, de modo que el final de cada uno de ellos, si exceptuamos lógicamente al último, tenía su suspense asegurado porque el protagonista o caía por un precipicio, en una trampa o en una emboscada, de la que difícilmente podría salir con vida, y aunque la verdad es que casi todos los espectadores suponíamos que "el bueno de la película" de morir lo haría al final de toda la serie, no obstante se mantenía nuestro interés hasta ver cómo el guionista de la serie se las ingeniaba para salir del enredo. Con los años mis padres compraron dos pisos a cincuenta metros del mar, en la calle Bailén número 3 de Santa Pola, el de la derecha para mi hermana y el de la izquierda para mí. Allí veraneamos, yo y los míos, desde hace más de veinte años y aunque algunos años me dediqué a la pesca, incluso me levantaba a las cinco de la madrugada para proveerme de gambusín vivo que un profesional del mar nos vendía a esas horas, sin embargo lo mío ha sido siempre andar, bañarme, 59


leer y sobre todo sentarme en el balcón de mi casa, en el muro de la playa o bajo un "cicus" contemplando el mar y sumido en mis pensamientos. Reseñaré ahora algunas de las anécdotas que acontecieron en el Colegio de la Asunción de Nuestra Señora, mientras estudiaba el Bachillerato. Por ejemplo, un día en la clase de latín que impartía la directora Dª Carmen ésta se enfadó con mi grupo de Cuarto de Bachillerato, porque según ella cada vez sabíamos menos, y para demostrárnoslo trajo a un alumno de segundo que contestó correctamente todas las preguntas que nosotros habíamos fallado, al afirmar ella con un molesto, al menos para nosotros, sonsonete: "ya veis cómo un alumno de segundo sabe más que vosotros que sois de cuarto". Alguien comentó desde el anonimato: "ya veremos cuando llegue éste a cuarto si no está tan harto del latín como nosotros". Se armó la mari morena por lo imprevisto del comentario. Como D. Joaquín, el profesor de Ciencias Naturales, a veces nos hacía los exámenes en días no lectivos, en uno de ellos aconteció lo que sigue: el examen se desarrollaba en la Sala de Estudios y como teóricamente no debería haber nadie más que nosotros en el centro, incluso la puerta de entrada a la misma se dejaba abierta. En estas condiciones, no les fue nada complicado a varios compañeros de cursos superiores al nuestro, que habían quedado de acuerdo con algunos de mi clase, oír desde la escalera las preguntas que D. Joaquín formulaba en voz alta. Conocidas las preguntas, y con el uso indiscriminado de los libros que se habían llevado, confeccionaron unos cuantos exámenes para pasarlos más tarde a los que ansiosamente los esperaban, utilizando para entrar en la Sala de Estudios, por ejemplo, la socorrida excusa de que el día anterior se habían dejado olvidada la pluma estilográfica, del mismo modo que los franceses lsolían perderla, según decían los libros, en el jardín de su casa. Según lo dicho, cada alumno que 60


recibiera uno de esos exámenes, confeccionados en la clandestinidad, era muy difícil que no aprobara. Todo lo acordado entre algunos de mi clase y sus compañeros, de cursos superiores, salió a la perfección. No obstante, y por eso el contar esta anécdota, hubo un hecho insólito y es que uno de los alumnos que recibió uno de los citados exámenes se quedó sin saber qué hacer, si entregarlo o no hacerlo y marcharse suspendido de antemano, porque no se creía lo que veían sus ojos, y es que el examen que le habían "pasado" ¡estaba escrito a máquina!; la cuestión es que después de mucho pensárselo, y conociendo la bondad de D. Joaquín, se decidió y lo entregó. Dijo D. Joaquín el día que dio las notas: "es increíble que un alumno sea tan necio de entregarme el examen escrito a máquina, o sea, habiéndolo escrito lógicamente en su casa, por lo que la nota que le he puesto no puede ser otra que la de un cero patatero". El alumno en cuestión se levantó y le contestó: "y más extraño es aún que Vd. que estaba vigilando no se diera cuenta que yo estuve escribiendo a máquina durante todo el tiempo que duró el examen". El "follón" que se armó fue mayúsculo, por la desvergüenza de más de uno de los que intervinieron en la discusión posterior. Mi primera experiencia como profesor se produjo cuando tenía 14 ó 15 años. Mi colegio, o sea, el de la Asunción de Nuestra Señora, proyectaba representar en el Gran Teatro un auto sacramental de Calderón de la Barca y como un maestro, de una escuela unitaria, colaboraba en los ensayos de dicha obra teatral, hacía las caretas que llevarían los actores, etc., la directora nos envió a Patricio Vidal y a mí a cuidar de los críos. Fuimos bastantes días y como es lógico la novedad y el sentirnos importantes, independientemente de lo poco que allí hicimos, nos 61


proporcionaron unos días inolvidables junto a aquellos pequeñuelos. Precisamente Patricio Vidal y yo nos quedamos, respectivamente, subcampeón y campeón de pimpón de Elche, entre otras cosas, porque los únicos que jugábamos a este juego en nuestra ciudad éramos los de nuestro curso. Porque la verdad es que cuando fuimos a Alicante, a disputar el Campeonato Provincial "ni nos enteramos", nos eliminaron a las primeras de cambio y no por uno o dos tantos ¡por más de 15 de diferencia!, cuando en este juego las partidas son a 21. Una vez construyeron mis padres la casa en el campo, a unos 2 Km. del casco urbano de Elche, como ya dijimos, allí pasábamos los veranos. Aunque podrían haber sido terroríficos, por lo de aburridos, ya que me quedaba sólo, pues mis padres y hermana marchaban muy temprano al pueblo, las mujeres a atender la tienda de comestibles y mi padre a sus quehaceres, sin embargo la realidad fue muy diferente, porque a diario me reunía en una fábrica cercana con el apoderado y el encargado del material de la misma, que eran las únicas personas que pululaban por allí dentro, aparte de los caseros. No habían más trabajadores porque el cupo de materia prima que tenían asignado, y que antaño manipulaban en la misma empresa, sólo desembarcarlo en el Puerto de Alicante se lo vendían a los catalanes, con lo que ganaban más que teniendo la fábrica en funcionamiento. Así se explica que allí jugáramos al dominó e incluso a veces al balón. Ginés, el hijo del casero de la fábrica, si no recuerdo mal jugaba en el Elche, en el filial o en algún equipo federado local de cierta importancia. En el campo no eran muchas las visitas que recibía de mis compañeros de curso; entre los que me visitaban de vez en cuando se encontraban, Manolo Lucerga, que a veces lo hacía a caballo, Rogelio Fenoll o los hermanos Pepe y

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Antonio Antón que un verano habitaron la casa de un tal Tarí junto al Molino del Chocolate, cerca de mi casa de campo. Con el tiempo un tal Pepe Sanmartín, una extraordinaria persona amante del fútbol y las tertulias, Pedro, el de la tía María, y su hermano Juan montaron en la casa de campo que tenían los padres de Miguel Olivares, que fue Presidente de los Moros y Cristianos de Elche, una pequeña y rústica fábrica de fideos, pegada a la verja de mi campo, allí charlábamos sobre todo de fútbol

mientras salían

superficies regladas de fideos que ellos recortaban, secaban, empaquetaban y distribuían. Yo me conocía el proceso de fabricación de los fideos a la perfección. Algunos días iba por allí a charlar con nosotros Paco Campello, el de Narcisa, una de cuyas hijas es hoy día concejala en nuestra ciudad, que vivía en una casa que le alquilaban mis padres, un tal Pepe que se hizo palmerero, José hijo de Remedios "la Teruela", etc., aunque como estos últimos trabajaban a diario, su presencia por allí era escasa. Había muchos momentos del día en los que yo leía en la porchada de nuestra casa de campo o en el comedor, cuando hacía mucho calor fuera o el viento me molestaba. Un día viví la siguiente aventura: habían unos pajarillos a los que llamábamos bosicones que construían sus nidos en los laterales de las acequias, pegando entre sí hojitas de "segaísa", una clase de hierba que si te descuidas puedes cortarte en las manos. Estos pájaros eran muy pequeños y volaban como a enviones, a modo de saltitos, iniciándose éstos a la vez que su piar. Pues bien, y por eso lo cuento, buscando un día encontré uno de estos nidos y me llevé conmigo al único pajarito que había en su interior, y que aún no levantaba el vuelo.

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A las pocas horas de llegar a la casa con el bosicó, y estando en el comedor leyendo una novela, me llamó de pronto la atención un insistente piar en el exterior de la casa. Me asomé por el amplio ventanal que daba al jardín y vi al pájaro que lo emitía y pensé: "ésta debe ser la madre del pajarito que yo me he traído del nido, y me dije ¿Cómo podría cogerla?", y al levantar la vista y ver la lámpara que había en el comedor, que era de mimbre y tenía en cierto modo forma de embudo invertido con un orificio de entrada para el cable de la bombilla, no dudé en el método que iba a emplear para "hacerme con la pájara" que en el exterior piaba y piaba. Descolgué la lámpara, me la llevé al jardín, puse en el suelo al pajarito que, como dije, aún no volaba, le puse encima la lámpara y me introduje en la casa como observador de lo que iba a ocurrir. Se aproximó la madre, ya no tenía dudas de que lo fuera, del pajarito a la lámpara y como desde el exterior veía a su hijito, fue tanteando hasta que subió encima de la lámpara y por el agujero, después de algunas vacilaciones, se metió dentro, lo que ella no esperaba es que al levantar el vuelo y extender las alas le sería imposible salir por donde había entrado. No recuerdo si los solté o no, lo más probable es que los dejara en libertad, no por remordimiento de ninguna clase sino porque esta clase de pájaros no subsisten en cautividad.

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CAPÍTULO III LA CARRERA, ACADEMIA PEÑALVER Y BODA

El año 1950 realicé en Murcia las Pruebas Escrita y Oral del Examen de Estado, al que ya hice referencia en el capítulo anterior por una traducción de latín, aquélla de si eran siete o nueve años o setenta y nueve. Como en la Prueba Oral nos llamaban de uno en uno y tardábamos en realizarla, algunos tenían que esperar tres o cuatro días para hacerla, y no más porque eran muchos los catedráticos que componían el tribunal, y mientras un alumno contestaba a las preguntas que le hacía uno de ellos, otros respondían a las que le formulaban los profesores que en ese instante les estaban examinando. Por eso mientras esperábamos a actuar en la Prueba Oral, en una habitación del Hotel Hispano, hoy día mucho más lujoso que por aquel entonces, nos metimos cinco compañeros que queríamos estar juntos. Tuvieron incluso que entrar en ella otra cama antes de ocuparla nosotros. Como el dormitorio daba a la Calle Platerías, que era peatonal y muy estrecha, y en la terraza de la cafetería que teníamos enfrente, que distaba escasamente unos cuatro metros desde nuestro balcón, estaba sentado un compañero de Elche, y en la mesa de al lado el catedrático más temido de los que nos iban a examinar, empezamos a incordiar con la complicidad del fino cortinaje 65


de la ventana que impedía que nos pudieran ver desde la calle: "oye Pepe ", le decía uno a nuestro amigo, "dile al que tienes al lado que me apruebe cuando me examine" y otro le gritaba: "entérate bien de las preguntas que nos hará mañana"; y así toda una retahíla de recomendaciones para que Pepe mediara por nosotros o, mejor dicho, para que se pusiera nervioso y no tuviera más remedio que levantarse e irse como así sucedió. El catedrático ni se inmutó, ni se dio por aludido, pero nuestro pobre amigo cabizbajo y congestionado desapareció de la cafetería, de la calle y yo creo que del entorno de la catedral en el que nos encontrábamos. La catedral nos resultaba ante todo sonora, la proximidad a la misma llevaba emparejados algunos inconvenientes. Las campanadas de su reloj, no sólo las de las horas sino también las de los cuartos, retumbaban en nuestra habitación con toda su potencia, nos molestaban a los que estábamos repasando apuntes, temas, etc., y más aún a los que se disponían a dormir aunque, a decir verdad, no eran éstos los únicos condicionamientos que alteraban nuestro estudio y nuestro reposo porque, por ejemplo, por citar alguno, una noche uno de nuestros compañeros, que repetía el Examen de Estado por tercer año consecutivo, nos dijo que no tenía más remedio que levantarse de la cama e irse a cumplir, esa misma noche, con una especie de promesa, que se había impuesto cumplir cada vez que viniera a examinarse a Murcia. Como por mucho que le insistimos no nos quiso decir de qué promesa se trataba y repetía, una y otra vez, que el que quisiera averiguarlo que le acompañara, todos nos fuimos con él. Así pues, salimos del hotel y giramos a la izquierda, o sea, hacia la catedral, después a la derecha y, pasadas dos o tres manzanas de casas, otra vez a la izquierda, y en la primera esquina de la derecha y por debajo del rótulo luminoso que anunciaba que allí había una heladería vimos cómo él, que nos había sacado 66


unos cuantos metros de ventaja, se introducía en la misma. Cuando llegamos nosotros, no hizo falta ni que entrásemos, él ya no estaba allí, había salido corriendo por la puerta de la heladería que daba a la otra calle dejando tras de sí tal griterío e indignación que los airados comentarios que los clientes se hacían, unos a otros, hasta por el exterior del local, nos descubrieron, junto con los residuos que vimos sobre la acera, que ya había cumplido su promesa, y que ésta no era otra, que entrar por una puerta de la heladería meando y salir por la otra a todo tren. Alguno de nosotros tuvo incluso, como San Pedro, que negar más de una vez que conociera al individuo en cuestión, porque si nos habíamos parado en la esquina, le explicaba uno de los nuestros a uno de los allí reunidos, "era simplemente porque nos había llamado la atención la algarabía que allí existía". Después nos reímos mucho comentando lo sucedido que, para nosotros, era simplemente un incidente marginal; y es que lo que fundamentalmente nos preocupaba por aquellos días era lo de la Prueba Oral del Examen de Estado, para la que cada uno de nosotros había buscado todos los enchufes imaginables. Yo creo, por las preguntas tan sencillas que me hicieron, que los míos funcionaron porque me preguntaron: el volumen de la esfera en Matemáticas; en Religión que le dijera los Mandamientos de la Ley de Dios y hablamos, el cura y yo, sobre la reciente Proclamación del Dogma de la Asunción que tanta relevancia tuvo para la ciudad de Elche, por lo del Misteri. El de Filosofía, como solía hacer algunas veces, me dio la opción de elegir a uno cualquiera de los escolásticos. Como yo conocía la forma de actuar de este profesor elegí a San Justino, entre otras cosas porque el libro sólo le dedicaba a este filósofo escasamente tres líneas y de esta forma no me complicaría la vida. Pero no todo sucedió como yo esperaba porque surgió un imprevisto que pareció 67


complicarlo todo, y es que como los nombres de San Justino y San Agustín suenan casi igual y además éste último era el filósofo que solían elegir la mayoría de los alumnos que se examinaban, cuando les hacía la misma pregunta que acababa de hacerme a mí, el catedrático, distraído o no, entendió que iba a hablarle de San Agustín, por eso no le cuadraba nada de lo que yo le decía y se escandalizó, por la brevedad de mi discurso y porque no oía lo que él esperaba escuchar. Fueron momentos tensos hasta que se deshizo el malentendido, entonces me pidió que lo repitiera todo otra vez y aquí paz y allí gloria. El de Ciencias Naturales, por ejemplo, me preguntó los insectos, y como esta pregunta se la hacía también a todo el mundo yo la traía, al igual que en Filosofía, bien estudiada, hasta el extremo que aún no se me ha podido olvidar que empezaba diciendo: "son artrópodos traqueados ..." Una vez tuve el Grado de Bachiller, tuvimos en casa que resolver el problema de a qué ciudad iría yo a estudiar Ciencias Matemáticas o Ciencias Exactas, como normalmente se la conoce, porque esta carrera sólo podía estudiarse en las universidades de Madrid, Zaragoza o Barcelona, o sea, a muchos kilómetros de Elche cuando la mayoría de mis amigos solían estudiar en la Universidad de Murcia. Hoy día, sin embargo, lo raro es que una Universidad no la tenga, desde luego en la de Murcia existe desde hace ya muchos años y en la de Alicante desde hace algunos menos. Pienso que lo mío por la Matemática pudo ser vocacional, como acontece normalmente con lo de hacerse cura porque, además de ser la asignatura que más me gustaba y que mejor se me daba, a mí me "sonaba" bien hasta la propiedad uniforme de la suma, que dice, que sumando miembro a miembro dos o más igualdades resulta otra igualdad; por ejemplo, durante los 4 ó 5 días que estuve en 68


Murcia, en una librería de la Calle Platerías o Traperías, que tanto monta una como otra, no dejé pasar la ocasión y compré mi primera Revista "Euclides" de la que siendo profesor de Análisis Matemático y Geometría Analítica en la Academia Peñalver, para el ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, dispondría de cientos de ejemplares, porque era una de las revistas matemáticas que más problemas propuestos traía para ser resueltos por los lectores, como pasaba también, por ejemplo, con la "Gaceta Matemática" o con la "Revista Hispano

Americana

de

Matemáticas".

Las

utilizaba

frecuentemente

para

proponerles problemas a mis alumnos. ¿A qué ciudad iría yo a estudiar la Carrera de Ciencias Matemáticas? Mi madre, como siempre, sería la encargada de contestar a esta pregunta. Mi padre ni tan siquiera cuando yo estudiaba 4º de Exactas sabía la carrera que estaba haciendo, porque a esas alturas de la carrera aún me interrogaba sobre lo que estaba estudiando para podérselo decir a sus amigos que se lo preguntaban, él no concebía que se pudiera estudiar algo distinto a Derecho, Medicina, Veterinaria, etc. Mi madre, en cierto modo, lo tuvo fácil, ¡estudiaría en Zaragoza! , porque en esa ciudad no sólo vivía su tía Pilar hermana de su madre, o sea, de mi abuela Remedios, sino que se daba el caso de que uno de sus primos, y por lo tanto tío segundo mío (aunque yo siempre lo traté como primo, como voy a seguir haciéndolo en el libro, por la pequeña diferencia de edad entre ambos), José Luis Viviente Mateu, por razones de salud había dejado de trabajar en Barcelona, residía con sus padres en Zaragoza y estaba estudiando uno de los últimos Cursos de Ciencias Matemáticas. El caso de José Luis, lo digo por lo de dejar el trabajo y hacerse matemático, me recuerda al de Valdivia que hizo, después de haber trabajado en algo ajeno a la 69


Matemática, los cinco Cursos de la Carrera de Ciencias Matemáticas en sólo dos o tres años, sacó a continuación la Cátedra que hoy posee en la Facultad de Ciencias Matemáticas

de la Universidad de Valencia

y con sus investigaciones, y

creaciones matemáticas, se ha hecho merecedor del puesto preferencial que ocupa en la actualidad a nivel mundial. Entre los compañeros de curso de José Luis Viviente recuerdo, por la relevancia que después adquirieron, a José Javier Etayo Miqueo, Catedrático de Matemáticas en la Universidad Complutense de Madrid, que me dirigió, muchos años después según veremos, la Tesina y que fue Presidente del Tribunal en el que saqué plaza de Catedrático de Matemáticas de Bachillerato; y a Sancho que lo fue de la de Barcelona. Con el tiempo también mi primo José Luis sería Catedrático de la Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza me recibió con ese olor a trenes y tranvías que le caracterizaba. Viví con mi tía abuela Pilar a muy pocos metros de la Plaza del Pilar. Mi recorrido hasta la Universidad era el siguiente: Calle Prudencio, donde estaba mi nuevo domicilio, después giraba a la derecha por la Calle Alfonso, y al final de esta calle torcía a la izquierda por la Calle El Coso, en la que aprovechaba para echarle una ojeada al enorme termómetro que había sobre la fachada del casino y que en los meses de más frío solía marcar casi siempre tres grados bajo cero; otras veces cuando, por ejemplo, quería comprar unos cuantos cigarrillos no pasaba por el casino, sino que me desviaba hacia la izquierda por la penúltima bocacalle de la Calle Alfonso y pasaba por el Tubo, lugar de tascas y limpiabotas. De una u otra forma me adentraba por el Paseo de la Independencia, último tramo que tenía que recorrer para acceder por una amplia y regia escalinata al coqueto y noble edificio de la Universidad, que por entonces se encontraba en la Plaza Aragón aunque hoy 70


día se haya trasladado al entorno de la Feria de Muestras y del Estadio Torrero del Zaragoza C.F. Atravesaba los soportales del Paseo de la Independencia por la acera opuesta a la de Correos, en la que se encontraban las mejores librerías y cafeterías de la ciudad y en uno de cuyos portales estaba la casa de mi amigo Valdés, hijo del traumatólogo del Zaragoza C. F., con el que solía yo estudiar en épocas de exámenes, normalmente lo hacíamos desde las 11 de la noche hasta las 3 o las 4 de la madrugada, aunque su padre nos obligaba a hacer una pausa, durante la cual nos reuníamos en el despacho del Doctor en "petit comité", con uno de sus hermanos y un primo de Mallorca que estudiaban Medicina, nos fumábamos tranquilamente un cigarrillo, nos tomábamos alguna chocolatina, contábamos algunos chistes y a estudiar de nuevo. Esto lo volvería yo a repetir en Madrid en casa de mi amigo Ángel Rodríguez Heppe, Ingeniero de Armamento y Construcción, que hoy día vive precisamente en Zaragoza. A su hermano José Luis, con el que charlaba como preámbulo a estas sesiones nocturnas de estudio, lo he visto alguna vez que otra por Alicante, pues es el Director de la Compañía Santa Lucía, de seguros, en esta ciudad. Fue un disfrute estudiar los dos primeros cursos de la carrera en la capital aragonesa. Éramos unos catorce alumnos, muchos de ellos chicos matrículas de Bachillerato. Las asignaturas eran fuertes pero estaba encantado. La Geometría Métrica era preciosa y nos la explicaba Cervera, profesor encargado de curso, y sobrino de Don Pedro Abellanas Cebollero uno de los matemáticos más destacados de España y Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, del que hablaremos en más de una ocasión.

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El libro de texto que seguía Cervera era la Geometría Métrica de D. Pedro Puig Adam, Catedrático del Instituto San Isidro de Madrid, profesor de la Escuela de Ingenieros Industriales y de la Complutense. Yo diría que Cervera de tanto estudiar este libro lo explicaba con palabras muy ajustadas al mismo, aunque esto no era malo, sino todo lo contrario, porque tanto este libro como el Análisis Algebraico de D. Julio Rey Pastor que dábamos con Ciriquián, en la asignatura de Análisis Matemático, revolucionaron la enseñanza de la Matemática en España, dándole a la misma respectivamente el gracejo y el rigor de sus respectivos autores Cervera le sacaba todo el jugo posible a su asignatura. Para resolver alguno de los tres problemas que él solía poner en los exámenes, en los que nos dejaba consultar toda clase de libros, apuntes, etc., tenía uno que dominar plenamente la asignatura e ingeniárselas además con artificios de feliz idea adecuados y nada desdeñables. ¡Aquello eran problemas!, no ejercicios como los que yo había hecho hasta entonces a lo largo y ancho del Bachillerato. En una primera lectura lo único que sacabas en claro es que todo estaba muy oscuro, y que iba a ser muy difícil dar con el hilo para deshacer la madeja, pero la cuestión es que con las horas de estudio y resolución de problemas que todas las tardes iba yo acumulando, recibía al final gratas sensaciones en aquellos exámenes, en el último de ellos, o sea, en el examen final, emocionado no puse ni mi nombre y como ya no había clases tuve que ir a decírselo a su casa. Aún recuerdo que Cervera me recibió en pijama. La Física nos la daba Velasco, un hombre campechano donde los haya, un catedrático competente y exigente que imponía como eliminatoria la prueba: Prácticas de Laboratorio. Seguía el libro de Felipe Cabrera, uno de los físicos más grandes que ha tenido España y, desde luego, de los más forofos del Zaragoza

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C.F.; a diario se le veía por la Universidad con su Marca bajo el brazo. La Astronomía nos la daba un comandante del Ejército del Aire. En Zaragoza tuve grandes amigos, entre los más próximos Sabino Gabiola de Bilbao, hoy día sacerdote del Opus Dei en la Casa Central de Bruno Buozzi en Roma, Rafael Navarrete de Teruel, Sanz, etc. Estudiaba muchas veces en la Residencia de Miraflores con Sabino, aunque lo normal era hacerlo en compañía de mi primo José Luis en la habitación que compartíamos en su casa de la Calle Prudencio. En la Residencia de Miraflores disponíamos de una amplia sala de estudios y podíamos consultar nuestras dudas, tanto teóricas como prácticas, con algunos licenciados, ingenieros, etc. que allí residían. Yo se las planteaba con frecuencia a un tal Pichote, ingeniero de caminos, jugador de béisbol y tan alto como yo. Por aquella sala de estudios veía a veces al Dr. Casas, Premio Nacional de Literatura. Mientras hice el Segundo Curso de Ciencias Matemáticas en Zaragoza la noticia saltó en Elche. Fue en abril de 1953 cuando conocí a la María, para mí Maru, que más he querido, quiero y querré de este mundo. Fue verla y hacernos novios. Recibí casi a diario cartas suyas en tierras aragonesas hasta que volví a verla a finales de junio. La fotografía dedicada que me envió presidía mi mesa de estudios en la Calle Prudencio. Mi enamoramiento fue total y me consta que compartido. Piénsese que fueron casi siete años de separación casi continua que acabó, en septiembre de 1759, con la boda más gozosa que "habrase" visto y que nos trajo los ocho hijos de los que hoy día disfrutamos. Tres de ellos, Mª Remedios, Mª Dolores y Diego ya saltaron los cuarenta, y los demás menos Margarita de la Cruz que tiene veintisiete, van por

los treinta y tantos, o treinta y muchos, y

luchando por la vida, Mª Remedios como Economista y Profesora en la Universidad 73


de Alicante, Mª Dolores y Francisca Mª como Profesoras de Religión ( graduadas respectivamente en Derecho y Trabajo Social), Diego y Antonio como Abogados, el primero de ellos Diputado del Colegio de Abogados de Elche en la actualidad, Mª del Mar como Profesora de Enseñanza Primaria, Francisco como Graduado Social, Jefe de Personal que fue de una empresa de ámbito nacional en Tenerife y de una Compañía de Producción y Exportación de Hortalizas Frescas Ecológicas de la Provincia de Alicante, y la más pequeña, Margarita de la Cruz, ejerciendo con gran competencia y reconocimiento de alumnos y profesores sus dos carreras, unos cursos dando clases de Educación Física en Primaria y otros cubriendo servicios como Psicopedagoga en Secundaria. Algunos de mis compañeros de curso, de los que no iban por la Residencia Miraflores, me decían que esta especie de Colegio Mayor era del Opus Dei y que todos los que allí residían pertenecían a la Orden. Le pregunté a Sabino si él también lo era, su contestación fue ambigua, me dijo: "no todos los de la residencia somos del Opus Dei" y yo no quise insistirle, aunque saqué consecuencias. Desde luego yo lo pasaba muy bien en la residencia; estudiaba, compartía inquietudes con los que conocía, entraba a la capilla y meditaba algún punto del Camino, o sea, de la obra cumbre de San Josemaría Escrivá de Balaguer, etc. Me gustaba convivir con aquella gente tan estupenda y además aprovechaba el tiempo. Sin embargo esta complicidad no duró mucho tiempo, porque un día Sabino me dijo algo así como que los de la residencia habían rezado para que yo me hiciese del Opus Dei. Como amigo que era, le dije que eso no podía ser porque yo tenía novia en Elche y la quería. Pienso que me presionó en exceso, que se pasó, aunque lo hizo con toda la buena intención del mundo, argumentándome que yo era un cobarde que no quería comprometerme y alguna cosa más. No obstante lo 74


dicho, le agradecí tanto a él como a sus compañeros la deferencia, que en cierto modo, significaba para mi persona la propuesta que me acababa de hacer. Siempre he valorado la meritoria labor que realiza la gente del Opus Dei y me encantó la forma de ser y actuar de toda la que conocí. A pesar de esta última experiencia vivida en Zaragoza, ¡cuántas veces me he intercambiado felicitaciones de Navidad con Sabino! Hasta uno del Opus Dei de Elche, después de tantos años sin verlo, vino un día a casa, por expreso encargo de Sabino, a traerme noticias suyas. Acabaré con lo del Opus Dei haciendo una pequeña reflexión, con la que a veces me he entretenido. ¿Cómo es posible que habiendo tantos casados que pertenecen al Opus Dei, yo conozco matrimonios en los que tanto el marido como la mujer lo son, Sabino no me dijera, cuando yo le hablé de que quería casarme, por ejemplo, "si la quieres cásate y haceos los dos del Opus Dei"? Antes de despedirme de Zaragoza recordaré lo que nos reímos mi primo José Luis Viviente y yo viendo la obra de teatro Las de Caín, casi desgastamos una pequeña columna que tenía yo a mi derecha, y él a su izquierda, y que nos servía de soporte para apaciguar las convulsiones que nos provocaban una tras otra la hilaridad de las diferentes escenas que presenciábamos. Después de terminar el segundo curso de carrera estuve todo el verano en mi tierra, donde veía a diario a Maru, a veces al despedirnos a las diez de la noche quedábamos para el día siguiente a misa de ocho, más que nada por volver a vernos cuanto antes. Salíamos a cualquier hora del día a pasear por la Glorieta, por el Parque Municipal, etc. Recuperábamos, ahora que podíamos, las horas perdidas y nuestras dos familias así lo comprendían. En octubre marché a Madrid a casa de la suegra de mi primo, Diego Pascual, que alquilaba habitaciones en régimen de pensión completa. Estaba en la 75


Calle Martín de los Heros, cerca del Ministerio del Aire y de la Plaza de la Moncloa, de donde salían los autobuses que nos llevaban a los estudiantes a las diferentes Facultades de la Universidad Complutense, iban más abarrotados que el propio metro a las horas punta. Mientras en el metro con decisión y empuje casi siempre te metías, aunque la puerta de entrada al cerrarse te cogiera a veces un trozo de chaqueta y se llevara algún botón que otro, en el autobús, cuando se hubiera puesto en marcha, si no te cogía por los brazos alguien de los de arriba, y mejor dos que uno, no había forma de subir; a algunos los entraban sus compañeros por las ventanillas pues estos autobuses llevaban bajos los cristales para que pudiera respirar tanta gente. Así pues mi primer año en Madrid transcurrió por Argüelles, por el barrio más próximo a los Colegios Mayores y a los campos de deportes de la Universidad Complutense, desde donde arranca la autopista de la Coruña, vial que suelen tomar los madrileños los fines de semana para ir a la sierra de Madrid, por ejemplo, a Guadarrama, Alto de los Leones, Navacerrada, etc. Yendo desde la Plaza España por la Calle Princesa hasta la Iglesia del Buen Consejo, cruzando después los bulevares y marchando por la acera de la boca de metro de Argüelles los viandantes se encontraban de pronto, al mediodía y por las tardes-noches, con una zona de bares repletos de universitarios, sobre todo con uno que hacía esquina, a modo de tasca donde servían mucho vino embocado y pinchos. Este punto de encuentro estudiantil distaba de la casa donde yo vivía algo menos de un centenar de metros. Mi pensión estaba cerca del Instituto Nacional de Estadística, frente a la actual Sede Central del PSOE en la Calle Ferraz, lo frecuenté durante los dos años que por la noche cursé, en la casona de San Bernardo de la antigua Universidad de 76


Madrid, la Diplomatura de Estadística en su Grado Superior Matemático, porque allí contactaba con mi profesor de Demografía, Ros Gimeno. En la parte baja del barrio estaban el Paseo y el Parque de Rosales, desde el que partía un teleférico que empalmaba dicho Parque con la Casa de Campo, cruzando por todo lo alto el Río Manzanares que algo más abajo bordea y le da nombre al Estadio del Atlético de Madrid, equipo que por aquel entonces jugaba aún sus partidos en el Metropolitano, en la zona este de la Universidad Complutense, junto a la Avda. Reina Victoria, por donde surgirían varios Colegios Mayores, entre ellos el de Santa Mónica, de las monjas agustinas del Colegio Inmaculada Concepción en el que yo di clases durante varios años, según veremos. Por Argüelles estuve sólo un año, después me cambié a la Calle Santa Brígida, frente al Teatro Maravillas, donde actuaba muchas veces la valenciana Queta Claver. En esa pensión conocí a la cantante Lolita Caballero, que se anunciaba con su nombre artístico de Dolores Abril y era una de las figuras de la Compañía de Juanito Valderrama, con el que más tarde contraería matrimonio. Maru aún guarda una postal que ella le dedicó con mucho afecto. Una de sus hijas con su mismo nombre artístico, Dolores Abril,

ha trabajado en alguna de las

películas de Pedro Almodóvar. Ese mismo año me cambié a una pensión de la Calle Fuencarral, al lado mismo de Telefónica y por lo tanto de la Gran Vía, a espaldas de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales donde presencié, por ejemplo, las tomas de posesión como Académicos de Pedro Puig Adam y Ricardo San Juan, a este último lo apadrinó Julio Rey Pastor, considerado como el padre de los matemáticos españoles del siglo XX. Allí compartí pensión con un Licenciado en Ciencias Matemáticas que se ganaba la vida haciendo jeroglíficos para distintos periódicos, 77


disponía de un diccionario muy especializado para estos menesteres que manejaba con gran maestría. Con el paso de los años se estabilizó mi estancia por el Barrio del Retiro, no siempre en la misma casa, pues estuve en la Calle Menorca, donde un paisano mío llamado Gerónimo tenía la Papelería Levantina; en la de Sainz de Baranda, donde compartí pensión con Vicente Valls Trives, hijo de un maestro nacional que me dio clases de Matemáticas en Elche, y en la de Fernán González donde permanecí hasta septiembre de 1959 que fue el año que me casé. En el Barrio del Retiro di clases en varios colegios, entre ellos en uno del que no recuerdo ni su nombre quizás por lo mal que me pagaron, aunque los alumnos para compensar me regalaban de todo por Navidad. Después estuve en el Salamanca y en el Isabel la Católica, este último frente al Parque del Retiro esquina con la Calle Menéndez Pelayo que enfronta con la Casa de Manolete, llamada así porque la mandó construir el que ha sido el mejor torero español de todos los tiempos. En esta casa vivía mi tío Manuel Navarro Nogueroles, primo hermano de mi padre e Inspector de Hacienda, en su casa comía yo casi todos los domingos. Para que se entienda bien lo que viene a continuación les diré que mi tío, como Presidente que fue del Málaga C.F, ciudad desde la que dio el salto como Inspector a Madrid, subió a este equipo a Primera División. Era un hombre muy influyente como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que al comentarle yo un domingo que había estado haciendo cola inútilmente para sacar la entrada para el partido España-Francia que se iba a celebrar esa misma tarde, me preguntó: "¿pero tú quieres ir?", al contestarle yo afirmativamente, se levantó de la mesa y marchó a su despacho a hablar por teléfono, a los cinco minutos vino y me dijo: "ya está todo arreglado, media hora antes del partido te 78


presentas en la puerta cero del Estadio del Real Madrid y le dices al portero que cuando vea por allí, a D. Santiago Bernabeu, que te lo diga y tú te diriges a él y le dices que eres mi hijo". Así lo hice y la verdad es que pude disfrutar del partido. Con Francia, con la selección francesa, vino Copa, el que más tarde sería extremo derecho de aquella legendaria delantera del Real Madrid C.F. formada por Copa, Rial, Di Estéfano, Puskas y Gento. Mi tío Manolo fue junto a D. Pedro Zaragoza, Alcalde de Benidorm y más tarde Gobernador de Guadalajara, uno de los que auparon a Benidorm al estrellato del turismo nacional e internacional. En el Manila Parck de mi tío se celebraron algunas de las galas del famoso Festival de Benidorm, que un año ganó Julio Iglesias y que constituyó uno de sus puntos de apoyo para alcanzar, como así fue, las más altas cotas de popularidad dentro de la canción melódica. También por gestiones realizadas por mi tío, pude hacer los seis meses de Prácticas de Milicias Universitarias en el Regimiento nº 13 de Getafe, donde estuvo retenido Tejero durante una temporada después de su Golpe de Estado del 23 F. Porque la cuestión era que si querías hacer dichas prácticas en un sitio de la península, por ejemplo, en Alicante o Zaragoza y no digamos en Madrid o Getafe, que era prácticamente Madrid, después de salir del Campamento de Robledo, en la Granja de San Ildefonso, tenías que dejar pasar algunos años, tantos que podrías llegar a olvidarte de que en ese pueblo existían un hermoso Palacio y unas monumentales fuentes, al estilo de Versalles, y que en su Colegiata enterraron a Felipe V. Como a mí me interesaba hacerlas cuanto antes para que no fuera impedimento para cuando decidiéramos Maru y yo casarnos, fue por lo que recurrí a mi tío. Antes de salir las listas ya sabía yo mi destino, Getafe, el que yo puse en 79


primer lugar en la hoja al pedir destino, a menos de 10 Km. de Madrid, por lo que pude seguir viviendo en la Capital de España, en la Calle Fernán González, donde dormía todas las noches. Por la mañana a las siete y media comandantes, capitanes, tenientes, brigadas, alféreces y sargentos cogíamos en la Cibeles, junto a la esquina del Banco de España, la camioneta militar, que llegaba a Getafe sobre las ocho, me pasaba allí toda la mañana y a la una de mediodía ¡labor cumplida!. La misma camioneta me dejaba al lado del Palacio de Telecomunicaciones, o sea, en Correos, en la misma Plaza de la Cibeles. Y así durante el medio año que allí estuve. De este modo, pude seguir en el Barrio del Retiro en contacto con mi peña de amigos, entre ellos con Pepe Landaluce, un ex-alumno particular mío, cuatro o cinco años menor que yo, Tuti, que era su hermano mellizo, Adolfo, un chico afincado en Madrid, natural de Almansa, o sea, paisano de D. Santiago Bernabeu, que era representante de productos alimenticios, entre los que destacaban los conguitos, su producto estrella. Paco Herrera, que era el torero de la peña, porque aunque Alfonso Ordóñez y alguno más de los amigos también fueran toreros, la verdad es que Paco era el mejor, el más pinturero y valiente, el que más gracia torera tenía. Por ejemplo mientras Alfonso, hermano de Cayetano y Antonio Ordóñez, este último uno de los mejores toreros que ha tenido España, tuvo que conformarse al final con ser banderillero de Paquirri, Paco Herrera superó en varios mano a mano al Viti, torero que tuvo su época de esplendor en nuestro país. Paco, si no hubiera sido por una inoportuna meningitis que se le vino encima, en lugar de ser joyero, como fue a partir de entonces, hubiera sido recordado como uno de los grandes genios del toreo. Yo fui, como ya dije, Secretario de la Peña Taurina Paco

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Herrera de la Capital de España y aún mantengo colgado en mi despacho uno de sus famosos derechazos. Di clases particulares de Matemáticas a mucha gente, a un hijo de un señor que había sido Gobernador de Cádiz y cuyo apellido si no era Polo se le parecía mucho, a un chico que se preparaba para la Academia Militar de Zaragoza, de la que con el tiempo sería profesor mi amigo Ángel Rodríguez Heppe, y por citar alguno más, aparte del que me reservo como alumno especial que fue, me referiré a aquellos dos chicos mayores, mecánicos de la Compañía Aérea Iberia, que me suministraban cajetillas de tabaco rubio, algunas de ellas con la etiqueta de la Compañía Air France. Un piloto de Iberia, amigo suyo, me trajo de Miami un bañador para Maru que era una monería, le sentaba de perlas, la pena fue que lo perdimos unos años después, ya casados, un día que fuimos a bañarnos con todos los niños a las piscinas municipales que hay en la autopista de la Coruña, según se entra a la carretera del Pardo. Aún conservo de uno de estos alumnos, y me ha sido de gran utilidad, un diccionario ilustrado de la Lengua Española: la Nueva Enciclopedia Sopena, de cinco tomos, editada en 1952 en Barcelona, que le compré por 750 pts. Concluyo con lo de los alumnos particulares que tuve antes de casarme, hablando de uno al que le daba las clases por las tardes una vez regresaba del Regimiento nº 13 de Getafe y que resultó ser, según veremos, bastante singular. Un día vino a mi pensión de Fernán González un señor que era profesor mercantil, de cincuenta y tantos años, con su cartera cuasi ministerial y su regla de cálculo y me dijo que durante toda su vida había añorado entender bien las matemáticas, y que había llegado el momento de lograrlo. Como estuvo de acuerdo en pagarme lo que yo le pedí, empezamos las clases: sacó un librito de problemas propuestos para 81


ejercitarse y me exigió que me ajustara al mismo, porque él había reflexionado mucho sobre este asunto y había llegado a la conclusión de que era lo que le interesaba. Yo lo ojeé y le di mi opinión: mire usted - le dije - como en este librito vienen más de cien ejercicios, por ejemplo, sobre ecuaciones de primer grado, y esto es muy sencillo, lo lógico sería hacer unas cuantas, bien elegidas, y cuando yo vea que Vd. las domina pasamos a otro tipo de problemas, pero él que no estuvo de acuerdo con lo que yo acababa de decirle, insistió en que quería hacerlos todos, que había llegado la época de aprender bien las matemáticas e iba a aprovecharla. Yo como era él quien me pagaba en principio estuve de acuerdo. Hacíamos, él o yo, el problema en la pizarra que tenía en mi habitación, pero ¡cuidado con borrarlo antes de que él lo copiara!, incluso en los casos en los que él sin mi ayuda lograra resolverlo. Al día siguiente me traía en limpio los problemas del día anterior para que se los corrigiese, y así tarde sí y otra también. Aguanté dos meses, no pude resistir más, ya no me importaba no cobrar, porque la cuestión era que yo soñaba con las ecuaciones de primer grado que le ponía a este señor, y lo que más me alarmaba es ¡que las resolvía en sueños, sin necesidad de escribirlas ni tan siquiera estar despierto! El 3º de Ciencias Matemáticas en la Complutense de Madrid fue muy diferente a todo lo vivido en Zaragoza. Éramos unos veinticinco compañeros en el grupo, mis amigos más próximos fueron Ángel Rodríguez Heppe, que vivía en el Barrio del Retiro como yo y con el que solía estudiar en los meses de mayo y junio algunas noches, desde las 11 hasta las 2 o las 3 de la madrugada, y el Pater como yo le llamaba a Aliste, sacerdote de la Parroquia de San Manuel y San Benito de la Calle Alcalá con el que estudiaba alguna tarde. Aún recuerdo cómo empezaba la dedicatoria que el célebre escritor y gran orador, Padre Felix García, de la misma 82


Orden que el Pater Aliste, nos puso en uno de sus libros a Maru y a mí decía: "A Maru y Diego en su juventud florida para que...". Con el Pater disfruté, por ejemplo, de una de las mejores obras de teatro que he visto, La Herencia, protagonizada por el mítico Rafael Ribelles, y con las fotografías que me hizo por el Parque del Retiro para enviárselas a Maru. La Geometría Proyectiva de 3º nos la daba D. Pedro Abellanas; su estilo alemán, ordenado, concienzudo, responsable, bien preparado y poco flexible contagiaba el ambiente de la clase, normalmente tenso. Copiábamos, a modo de apuntes, todo lo que él escribía en la pizarra porque al final de la clase se los dábamos al bedel para que se los entregara a D. Pedro, éste les echaba un vistazo y ponía su firma al final, y antes de marcharnos a casa pasábamos a recogerlos. Esto puntuaba lo suyo. Sánchez del Río, Catedrático de Física que llegó a ocupar puestos de responsabilidad en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, era el primer año que explicaba en Madrid, procedía de la Universidad de la Laguna, en Tenerife, que yo recorrí, el año 2002 cuando me jubilé, en compañía de mi esposa y de mi hijo Francisco que trabajaba en la Isla. Era muy competente, por ejemplo, nos explicó toda la Óptica y la Electricidad de 3º a partir de las fórmulas de Maxwel, o sea, dándoles valores particulares convenientes a las variables que en ellas entraban; pero sin embargo se le ocurrió algo que supongo que rectificaría en los siguientes cursos, me refiero a que en los exámenes que hacíamos, por indicación suya no poníamos nuestros nombres porque, según él, lo que le interesaba era ver cómo iba el grupo y no cómo iba cada uno de nosotros en particular. Al final para poner las notas, lógicamente, fue un verdadero lío y hubo que llegar a acuerdos, desde luego nadie suspendió. 83


El profesor más carismático, el más elegante matemáticamente hablando, de todos los que conocí en la Carrera de Ciencias Matemáticas fue Rodríguez Bachiller, y eso que sólo lo tuvimos durante el primer trimestre porque marchó a Norteamérica a dar cursillos. Nos dio la primera parte de la Teoría de Funciones de Variable Compleja de 4º. Encendía un largo cigarrillo Pall Mall, paseaba por el pasillo hasta que se lo acababa sin mediar palabra con nosotros, pensando, organizando mentalmente lo que nos iba a explicar, y cuando se enfrentaba con la pizarra era todo un fluir de ciencia que surgía con una claridad nunca vista, al menos por mí, por difícil que fuera la cuestión que explicara. Encima gesticulaba con precisión y de forma casi perfecta en todo lo que exponía. Me recordó en esto a Laín Entralgo, al que fuera Presidente de la Academia de la Lengua, al que le escuché un discurso, en 1956, en un acto con motivo del centenario del nacimiento de Menéndez y Pelayo, y me dio la impresión, por la cadencia rítmica de sus gestos, que llevaba las palabras entre las puntas de sus dedos. Respecto a la asignatura, Teoría de Funciones de Variable Compleja de 4º, contaré la siguiente anécdota: resulta que la última semana de clases me la perdí por tener que guardar cama, al estar enfermo y con fiebre, así es que cuando fui a examinarme y la cuestión a contestar, escrita por el profesor Adjunto en la pizarra, me era totalmente desconocida, se lo comenté al Pater Aliste y éste me contestó que era todo lo que había explicado el Ayudante de Rodríguez Bachiller en la última semana. No podía salir de mi asombro: ¡haber trabajado durante todo el curso la asignatura y tener que suspenderla! y encima viendo como el Pater sacaba folios de su faldriquera, pues vestía sotana y copiaba sin parar. Estuve a punto de entregar en blanco, pero no me di por vencido, lucharía hasta el final. Con todo lo

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que sabía de la asignatura iría interpretando, mal que bien, lo que había escrito en la pizarra. Yo sabía de antemano que iba a encontrarme con muchas dificultades y que no podría soslayarlas con rigor, porque no consideraba posible que una cuestión técnica tan importante pudiera yo edificarla sin habérsela visto desarrollar al profesor, o sea, iba a construir lo mejor que pudiera una contestación a la pregunta con muchos pasajes correctos y algunos poco justificados, pero que me dieran lo que él afirmaba en su pregunta de la pizarra. Así lo hice, cuando veía que no sacaría lo que quería, decía que calculando, cosa que no hacía en ese tramo de la demostración, se llegaba a ..., y ponía lo que creía que debía dar, así llené cuatro o cinco folios de no muy fácil lectura matemática para el profesor pero con apariencia de una edificación consistente para que tuviera éste, al menos, que molestarse en averiguar si aquello era o no correcto; yo jugaba, claro está, la baza de la comodidad por parte del profesor. Total que terminó el examen, hablé con el Pater y le dije que hiciera el favor de enviarme al Campamento de Robledo, en el que yo pasaría el verano, el segundo y último de Milicias Universitarias, la papeleta de examen para poder presentarme en septiembre a esta asignatura. La sorpresa fue morrocotuda cuando recibí la papeleta con el aprobado correspondiente, y encima el Pater a pesar de haberlo copiado todo había suspendido. Fue lo más extraño que me pasó a lo largo de toda la carrera, además el Pater me decía con humor si podría volver a escribir lo que puse el día del examen y enviárselo a Madrid, ¡por si sale en septiembre! -decía él- con sorna.

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Haré un pequeño inciso para recordar que el 8 de diciembre de 1956, el día de la Purísima, le escribí a Maru, al amor de mi vida con sus ángeles custodios, el siguiente y trascendente soneto: DOS VIDAS Una gota de alegría llena desliza por el surco señalado queriendo el Creador que fuera buena en lugar de afearla con pecado.

Esta gota son dos vidas que se unen; y estas vidas son la tuya y la mía, para Él será como un resumen que juzgará cuando amanezca el Día. Ese Día Maruja te lo pido, abrázate a mí con violencia, para que Dios se sienta erigido, y, en vez de juez, Padre parezca que sólo nuestra dicha ansía, y en sus brazos nunca anochezca. Aunque es cierto que yo daba clases en colegios y algunas de ellas particulares, la verdad es que hasta el 13 de agosto de 1958, no se me presentó algo como lo que yo buscaba: me llamó a las 11:30 , en plena noche de la Alborada en Elche, mi primo José Luis Viviente Mateu, para decirme que se iba a París para 86


terminar la Tesis Doctoral y que había pensado en mí para sustituirle en la Academia Peñalver. Yo sin dudarlo, el día 16 ya estaba dando clases en dicha academia a los alumnos que preparaban la Segunda Prueba del ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid. La Peñalver era la academia más acreditada de nuestro país, en la Preparación del Ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales en los tiempos llamados "heroicos" de estos ingresos, por el número de aprobados que sacábamos en dicha Escuela, contigua al Museo de Ciencias Naturales en la Castellana muy próxima a los Nuevos Ministerios y al Estadio Santiago Bernabeu. De los algo más de tres mil alumnos que se examinaban menos de cuarenta lograban aprobar, de los cuales no menos de veinte eran siempre alumnos de la Academia Peñalver. Sus nombres y apellidos aparecían en la propaganda que nuestra academia insertaba en el periódico ABC. En la Peñalver estudiaron, por ejemplo, Martín Villa, el que fue Ministro del Interior, que aprobó en la convocatoria de junio anterior a mi llegada a este centro, por lo que sólo por mes y medio no fui profesor suyo, a los que sí les di clase fueron, entre los más o menos conocidos, a un hijo del Hotel Meliá, a Borrachero Presidente de la compañía de seguros Plus Ultra y a Pablito Calvo protagonista de la película Marcelino pan y vino, y entre los de nuestro entorno, por ejemplo, a un hijo del propietario del antiguo Hotel Cartagena de Elche y al hijo del dueño de la gasolinera que hay a la entrada de Elda, o de Petrel, según se viene de Madrid. Y es que a la Peñalver nos llegaban alumnos de toda España. Mediada la década de los sesenta, toda esta dinámica cambió tanto que las academias como la Peñalver, la Luz, de Ingenieros de Caminos o la Dobao Diaz Guerra, por citar a las más importantes tuvieron que reconvertirse, aunque lo 87


hicieran

por

prevención

con

anterioridad,

en

Centros

Autorizados

de

Preuniversitario y después de COU, pero ya nada fue igual, por lo que yo opté, mediada la década de los setenta, por hacerme Catedrático de Matemáticas de Bachillerato, o sea, Funcionario del Estado. En la Peñalver, al principio, daba una hora de clase y necesitaba el resto del día para preparar mis intervenciones teóricas, proponer 18 problemas semanales que fueran interesantes y que tuvieran cierta sustancia, o esencia como me rectificaba un día el singular escritor ilicitano Andrés Castaño, y corregir al día 90 problemas, tres por cada alumno de los treinta que componían el grupo. Pasaron los meses y tuve dos grupos, la labor era absorbente pero estaba contento, aprendía yo más que los alumnos y ellos me apreciaban. Como al que apellido no tenía García le ponían, me llamaban Sr. Castaño, o sea, por mi segundo apellido. Manejaba verdaderas montañas de revistas matemáticas, libros, apuntes, etc. Los problemas que yo ponía no los sacaban tan fácilmente y aprendían con su esfuerzo. Les gastaba bromas y les asociaba nombres gráficos a ciertos métodos de cálculo que utilizábamos en los problemas. Había alumnos que me paraban por los pasillos para preguntarme, por ejemplo, si la integral que aparecía en uno de los problemas que tenían que entregar al día siguiente era del tipo Oxford o había que emplear en ella algún cambio homográfico. Llegué a acertar problemas que salieron en el examen de ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales. Por ejemplo, recuerdo que un año, ¡cómo no recordarlo!, por el mes de abril al leer uno de los problemas que aparecía propuesto en la Revista Hispano Americana de Matemáticas me gustó tanto que pensé que si yo tuviera que poner el examen, de junio en la Escuela de Ingenieros Industriales, éste sería uno de los problemas elegidos. No se lo propuse a mis alumnos hasta 88


junio, exactamente hasta el lunes de la última semana de clase diciéndoles además que saldría en la Escuela, el martes lo corregimos, sólo unos cuantos del grupo llegaron casi hasta la solución. Lo hice completo en el encerado, aclaré todas las dudas que se me plantearon y les dije que el miércoles sacaría al azar a uno de ellos a explicarlo y así lo hicimos. El jueves cuando se examinaron en la Escuela pudieron comprobar sobre el terreno que uno de los tres problemas que les pusieron era el que yo previamente les había anunciado. Después de poco más de un año en la Peñalver, ya consolidado mi puesto de trabajo, me casé el 26 de septiembre de 1959, con la mujer que era el sueño de mi vida, con Maru. Llegué a Elche el día 25 por la noche, acompañado por Pepe Landaluce como representante de mi peña de amigos del barrio del Retiro de Madrid,. Por la mañana de ese mismo día mi futuro suegro y Maru habían cumplimentado todo lo relativo a nuestro matrimonio civil, incluso sin necesidad de que yo estuviera presente. Al día siguiente en la misa de diez nos casamos en la Basílica de Santa María. El convite, en el que colaboraron las dos familias, fue en casa de la novia: tartas, chocolate y "fogacetas" fueron del gusto de todos los invitados. Maru me contó después en Valencia, durante el viaje de novios, que alguna vecina le decía: "¿pero vendrá a casarse?", y ella que sabía de mí más que yo, les contestaba: "¡Claro que vendrá!, y si no ha venido antes es porque está muy ocupado". En la Capital del Turia estuvimos tres días, después regresaríamos a Elche donde disfrutaríamos en privacidad de la casa de su abuela materna. Allí nos llevaban hasta el desayuno unas veces con churros y otras con variada y selecta bollería. 89


Poco después marchamos a Madrid, y como no nos habían entregado aún las llaves del piso que habían comprado mis padres en la Ampliación del Barrio de la Concepción, alquilamos una habitación en una casa de la Calle Velázquez, en el Barrio de Salamanca, cerca de mis centros de trabajo. Comíamos en restaurantes como los que yo frecuentaba de soltero, a veces Maru me hacía ver que medio vaciaba las aceiteras sobre todo, por la noche, cuando tomábamos verduras. La verdad es que aquel mes y medio de pensión lo pasamos muy bien, pero no lo es menos que cuando tomamos posesión de nuestra casa estuvimos en la gloria, porque inauguramos un barrio de nueva construcción, con unas envidiables comunicaciones con el Centro de Madrid, la Peñalver estaba en el tramo de la Calle Arenal que va desde Sol hasta el Palacio de Oriente, tanto a través del Metro de Ventas, como de las líneas de autobuses y microbuses. ¡Cuántas veces, incluso sin darme cuenta, leería yo los nombres de las estaciones de metro de Ventas, Manuel Becerra, Goya, Retiro, Banco, Sevilla, Sol y Ópera! Por Navidad, el mismo año que nos casamos y estando en casa de sus padres en Elche, Maru abortó dos varones. Como punto final del Capítulo III, transcribo literal e íntegramente una carta fechada el día 27 de septiembre de 1960, justo un año después de casarnos, que pone de manifiesto que profesionalmente las cosas me iban bien. La escribió un tal D. Emilio Panizo Vigal, Paseo del Prado 26, Madrid, y decía: "Sr. Don Diego García Castaño, Muy sr. mío y distinguido amigo: Tengo la gran satisfacción de enviarle la presente para con ella, testimoniarle mi profundo agradecimiento por la meritoria labor que como profesor de Analítica y de Cálculo de mi sobrino y ahijado, Don Manuel Flórez Panizo, ha realizado 90


durante el pequeño tiempo de sólo tres meses de este verano, que le ha permitido conseguir su ingreso en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, después de su brillante y holgada actuación en los exámenes celebrados últimamente para el ingreso en dicha Escuela. Todos estos detalles, ponen de manifiesto su gran competencia y eficacia como profesor, pues sin estas excelentes condiciones que en Vd. se reúnen, mi sobrino, no hubiera podido conseguir el brillante resultado que este momento le rodea. Al rendirle mi tributo de admiración y reconocimiento a sus excelentes dotes como profesor, le hago presente mi agradecimiento y mi gratitud por su competencia y por el feliz resultado que en este momento disfrutamos. Aprovecho esta ocasión para saludarle cordialmente su afmo. y agradecido amigo.

q.e.s.m.

(y debajo su firma)"

Después nos hizo ir a su casa, a Maru y a mí, vivía en la Castellana, frente al Museo del Prado, y nos ofreció un estupendo y suculento ágape, a modo de merienda. Casos como estos son los que compensan la labor entusiasta y de entrega de los profesores. Lo mío como ya dije en otra ocasión pudo ser vocacional porque siempre vibré con la Matemática. Por eso escribí para el día de mi jubilación que prolongué hasta los setenta, la siguiente poesía:

No dejo la docencia porque quiera, aunque quiera dejarla por dejarla, para atender la vida que me espera, y así, quizás, poder llegar a amarla.

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Mis destinos, los Centros de Enseñanza, me traen recuerdos llenos de nostalgia. Alumnos, amigos ¡ cuánta añoranza ! Tiempos pasados cargados de magia. La matemática, mi fiel amiga, compañera por siempre, en todas partes, estará conmigo hasta que Él diga. Para mi familia, hijos y esposa, reservo mis mejores estandartes del amor que mi corazón rebosa. Elche, 13 de abril de 2002.

Esta poesía la escribí, por la fecha que en ella aparece, exactamente dos meses antes de mi jubilación, y aunque mi intervención de despedida, en el Hotel Milenio de Elche, ante mis compañeros fue larga, duró casi media hora, esta poesía quedó en el anonimato por el sólo hecho de que cada vez que la leía me entraba sentimiento, y preferí no emocionarme e ignorarla por lo tanto en el acto al que estaba destinada.

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CAPÍTULO IV HIJOS, LIBROS Y EL COLEGIO DE MONJAS

Como el mismo año que nos casamos, el Elche C.F subió a primera división, pudimos ver durante nuestra larga luna de miel el partido Real Madrid-Elche en el Estadio Santiago Bernabeu, aunque quizás por aquel entonces aún se le llamara de Chamartín, que es como lo bautizaron por construirse en el barrio madrileño que lleva este nombre. El resultado fue escandaloso, Real Madrid 11 - Elche 2, y para más escarnio el lunes el periódico deportivo Marca destacaba con grandes titulares, y con el humor negro que ello implicaba, que en aquella temporada el Elche había sido el único equipo que había logrado meterle 2 goles, al Real Madrid en su feudo. En la siguiente temporada, la segunda visita del Elche a la capital de España como equipo de primera división, Real Madrid 8 - Elche 0, y encima nevó. Por la noche, en la crónica deportiva de Radio Madrid escuché una entrevista que un periodista le hizo nada más finalizar el partido, a pie de autobús, a García, portero del Elche, que me recordó por su opaca comicidad al titular del Marca del año anterior, porque sin más le espetó: "aunque la temporada pasada le metieran a Vd. 11 goles aquí en Chamartín y en ésta le acaben de hacer 8, pienso sin embargo que no debe ser Vd. un mal portero porque si lo fuera el entrenador no lo hubiera 93


vuelto a sacar de titular ¿esto suele ser así, no?", García debió quedarse mudo, sin palabras, porque por mucho que elevé el volumen del aparato de radio, esperando un exabrupto como contestación, la verdad es que él no debió articular palabra. El 28 de enero de 1961, en nuestro propio hogar y con 4 kg. 450 g. de peso, la cigüeña nos trajo a la primogénita de la familia, a Mª Remedios, a la mayor de nuestros hijos. Yo decía que le parecía al Ángel de Salcillo que teníamos en la coqueta de nuestra habitación y que era más guapa que el bebé que venía en las botellas de colonia Nenuco, la preferida por nosotros, ¡Mª Remedios fue una ilusión soñada que se hizo realidad! A Maru la veía feliz por la casa, por el barrio, con su hija a cuestas, al brazo o en el cochecito. La tenía entre algodones y contaba, por ejemplo, con todas las atenciones de la clínica San Luis que teníamos bajo de casa,

regentada por un médico murciano, que después se especializó en

Sofrología, el Dr. D. Mariano Espinosa, y Regino como practicante o A.T.S. de la misma. Aún recuerdo escenas que se me quedaron grabadas: Mª Remedios y el hijo de un matrimonio amigo, el de Anacleto Bellón y Susana, jugando y riendo encima de nuestra cama de matrimonio o Maru acostada dándole, con el amor de madre reflejado en su rostro, el pecho a la niña. Fue Mª Remedios una bendición para toda la familia; con ella inició Maru, como madre que no paraba de tener hijos, los 16 años más fecundos de su vida: Mª Dolores (3 marzo 1962), Diego (27 julio 1963), Mª del Mar ( 29 julio 1965), Francisca Mª ( 28 enero de 1968), Francisco (8 diciembre de 1969), Antonio (23 septiembre de 1971) y Margarita de la Cruz (26 marzo de 1977). El bautizo de Mª Remedios tuvo lugar en la Iglesia del Espíritu Santo, de la antigua Carretera Aragón aunque hoy día se encuentre en la avenida que va a 94


Vicálvaro; allí estuvo toda la familia, nuestros padres, hermanos, cuñados, etc. D. Emilio, el Director de la Academia Peñalver, los profesores y un alumno por grupo, destacaré que uno de ellos, hijo de los dueños del Bar Restaurante Sotoca que había entre la Estación del Norte y la Casa de Campo, de la que sólo le separaba el río Manzanares, repitió tantas veces el Preuniversitario que le dio tiempo a asistir también, como invitado, a los bautizos de Mª Dolores y Diego. No obstante lo dicho, el bautizo más concurrido fue, sin lugar a dudas, el de Diego, en la Parroquia de la Virgen del Coro, quizás por lo que significaba tener asegurado un eslabón más de la estirpe de los Diegos Garcías de la que ya formábamos parte mi abuelo, mi padre y yo. Vinieron desde Elche hasta Paqui, la hermana menor de Maru, con sus diez añitos, mi sobrino Ignacio, con algún año menos e incluso mi primo Diego Pascual y Tere su esposa. Considero que la alegría y la emoción que sentí al nacer cualquiera de mis hijos fue siempre la misma, y así lo refleja el hecho de que en ninguno de ellos dejé de llorar al recibir la noticia de su feliz llegada a este mundo, ni de celebrarlo con la madre de Maru, porque la realidad es que tan pronto Maru se encontraba tranquila y bien atendida por el personal sanitario, con su hijo a buen recaudo, su madre y yo bajábamos a respirar el aire de la calle y nos íbamos al mejor mesón o cafetería que hubiera por los alrededores. Un buen filete de ternera con patatas fritas o un copioso desayuno nos libraba, en poco más de media hora, de la tensión acumulada. Excepto en el caso de Mª Remedios, que fue la primera y que nació en nuestro propio domicilio, mi madre se quedaba en casa con los niños mientras Maru, su madre y yo nos íbamos al sanatorio. Primero fuimos al de San Camilo, en el Barrio de Salamanca y no muy lejos de donde asesinaron a Carrero Blanco, 95


hasta que nació Mª del Mar, y después al Virgen del Mar, en la Plaza del Perú, en el que dio a luz a los tres siguientes, o sea, hasta Antonio. Margarita de la Cruz nació en Caravaca de la Cruz, y podríamos decir para entendernos, como su nombre indica. Aunque para los partos de Maru podíamos ir a algún hospital de la Seguridad Social, a los que teníamos derecho por trabajar en los Colegios Salamanca e Isabel la Católica y después en el Inmaculada Concepción, nunca lo hicimos porque no queríamos que cuando Maru diera a luz sólo pudiéramos visitarla desde las siete de la tarde hasta las nueve de la noche, que eran las normas que regían en los Hospitales Públicos. Por eso contratamos los servicios médicos Serme, "ex profeso" para que atendieran a Maru durante el embarazo y el momento del parto. Me chocaba el apellido del tocólogo que la atendía, Dr. Aumente, y le decía yo a Maru que "con ese apellido no se debería tener profesión distinta a la que él tenía". Una vez cumplían nuestros hijos los siete u ocho años, hacían sus Primeras Comuniones. En las de los cinco mayores Eduardo, un sacerdote amigo y paisano, fue pieza fundamental; era un santo, tenía su Parroquia en el Barrio del Pilar, frente a la ciudad de los periodistas, era un hombre entregado en cuerpo y alma a los demás. Muchos domingos comía en casa y nos acompañaba por la tarde a donde fuéramos, por ejemplo, al Aeropuerto de Barajas para que los niños vieran salir y aterrizar aviones, al Escorial a dar una vuelta y comer unos pasteles, etc. Yo mantuve con él grandes charlas, era un hombre de vastos conocimientos. Cuando nos fuimos, en 1975, a Caravaca de la Cruz a tomar posesión como Director del Instituto de esta ciudad, de mi Cátedra de Matemáticas, y no volvimos nunca más a vivir en Madrid, él fue el que se encargó de los innumerables trámites que hubo que hacer para que no nos quitaran el piso que teníamos del Ministerio de la Vivienda. 96


El día anterior al de su muerte en Elche, aún le oí reír a carcajadas comentando un pasaje de mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan que acababa de regalarle. Murió con la paz de los elegidos por Dios. Mi hijo Diego y todas mis hijas, menos la más pequeña, hicieron la Primera Comunión en Madrid, las chicas en el Colegio de las Franciscanas de Montpellier y Diego en el Colegio de los Menesianos. Francisco, como vivíamos en Alicante, en la Calle Ab El Hamet, la hizo en la Iglesia de los Capuchinos, cerca de la Estación de Autobuses, y Antonio y Margarita de la Cruz en la Basílica de Santa María de Elche. Maru me acompañaba en cualquier ocasión que se le presentara. Si yo tenía que ir a la Peñalver a dar sólo una hora de clase, ella se venía conmigo y se quedaba sentada en una mesa de la cafetería que había enfrente de la academia, allí vio por televisión, por ejemplo, la boda de la española Fabiola con el Rey Balduino de Bélgica, o del Bar Ópera, que hacía esquina a la Plaza de Isabel II. A veces simplemente paseaba por las calles, del entorno de la academia, mirando escaparates o entraba en la Capilla del Niño del Remedio que estaba al dar la vuelta a la esquina, debajo de donde yo daba clase, y que por los ofrecimientos que allí había debía ser tan milagrero como lo era el Cristo de la Iglesia del Hospital de Elche. Por ejemplo, como en el Colegio Salamanca a las siete de la tarde sólo era yo el que daba clase y el conserje estaba absorto con la puerta de entrada, Maru se venía algunas veces conmigo y desde un pequeño despacho frente al aula donde estaban mis alumnos, en el que yo la dejaba, ella escuchaba mis explicaciones. Después, si nos apetecía, dábamos una vuelta por el Barrio Salamanca, o sea, por el barrio más aristocrático de Madrid. 97


Una vez, aprovechando la estancia de sus padres en casa, les dejamos los niños y nos fuimos a Elche con nuestro Seat Ochocientos, un coche de la gama de los Seiscientos pero con cuatro puertas y algo más largo, a ver si éramos capaces de romper, en la jornada 34ª, la imbatibilidad que aún mantenía el Real Madrid y devolverle, aunque fuera en parte, los sinsabores de aquellas goleadas 11-2 y 8-0 a las que antes hemos hecho referencia. Y vaya si lo logramos, aunque fuera por la mínima diferencia: Elche 1- Real Madrid 0. Así pues, cuando la gente en Madrid todavía estaba saliendo de los cines y teatros, entrábamos nosotros exultantes, felices y contentos en la villa del Oso y el Madroño. Como Maru había cursado estudios de cultura general con D. Lorenzo, un sacerdote con vocación de enseñante, y después cuestiones comerciales, caligrafía, etc., en la Academia Ripollés, que estaba dirigida por ese gran profesor y mejor jugador de dominó que es José Román, le propuse cursar con un mínimo de asistencia al Colegio Isabel la Católica los estudios de Bachillerato pero, como estaba embarazada de seis o siete meses, no llegó ni a planteárselo. En el Curso 1960-61 la Academia Peñalver, cuyos locales ocupaban la tercera planta del portal nº 26 de la Calle Arenal vio cómo se ampliaban

sus

instalaciones también a la segunda, no porque se necesitaran más aulas para los grupos de ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales que allí impartíamos, sino porque al estar en la mente de los altos mandatarios de la Nación el que este ingreso debía desaparecer, como así sucedió en el Curso 1965-66, no había más remedio que buscar una alternativa al mismo, o sea, alguna otra clase de enseñanza que lo sustituyera. La Dirección de la Peñalver pensó que ésta debía ser la del Curso Preuniversitario, por eso empezamos con estas enseñanzas en la nueva planta, aunque, como es lógico, durante algunos años los estudios de 98


ingreso en la Escuela de Ingenieros Industriales siguieron siendo aún la principal actividad docente de la academia, los más valorados por el prestigio que nos daban, y el mejor reclamo para que se matricularan en nuestro centro alumnos de Enseñanzas Medias. Entre los profesores que nos ocupábamos, en la Academia Peñalver, de la preparación del ingreso en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid figuraban entre otros: Rafael Ramos (Química) que era de Alcoy, Cabrillo (Física), Wanott y Mister Green (Inglés), Francisco Portuondo (Francés y Secretario de la Academia). Yo me encargaba de las asignaturas de Cálculo y Geometría Analítica. Además como profesores de Preuniversitario fueron llegando Albistur (Latín), Pedro Montoya (Ciencias Naturales), Jorro (Literatura), Rafael Moreno (Filosofía) y algunos más. Como Cabrillo sacara Plaza en la Escuela de Ingenieros Industriales, ya no seguiría dando clases en la academia. Para narrar, y sobre todo para que se entienda, lo difícil que fue buscarle sustituto y los avatares subsiguientes, antes haré una pequeña introducción a la clase de enseñanza que impartíamos en la Academia Peñalver y cómo funcionaba empresarialmente la misma. En cuanto a la clase de enseñanza, decir que los alumnos se matriculaban por primera vez cuando tenían 17 ó 18 años, y como de los tres mil, poco más o menos, que se presentaban en la Escuela de Ingenieros Industriales dije que aprobaban menos de cuarenta, es lógico que por muchos años que estuvieran preparándose, la mayoría de ellos, nunca aprobarían, por eso me encuentro exalumnos que son médicos, arquitectos, etc. cuando en realidad querían, al menos cuando acabaron el Bachillerato, ser ingenieros industriales.

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A los afortunados que aprobaban la Primera Prueba del ingreso en la Escuela les costaba lograrlo varios años, dos en el mejor de los casos, pero después había que superar una Segunda Prueba que era donde yo me los encontraba en las asignaturas, ya citadas, de Cálculo y Geometría Analítica. Con todo esto, podemos pensar, como así era en realidad, que habían muchos alumnos mayores pululando por estas enseñanzas, y entre los más jóvenes, aunque rebasando ya los 20 años, otros con extraordinarias dotes intelectuales que necesitaban ser atendidos, adecuadamente, para que ingresaran cuanto antes en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Todo lo anterior obligaba a un régimen muy especial de convivencia y formación académica, acorde con la edad de los alumnos y el modelo de enseñanza establecido. La forma de dar las clases y el régimen interno del centro no podían, ¡ni muchísimo menos!, ser los mismos que los que regían, por ejemplo, en el Colegio de la Inmaculada Concepción, de las monjas de la Calle General Pardiñas, donde yo también di clases de Preuniversitario, desde 1966 hasta que salí de Madrid. El alumno según entraba en la Academia Peñalver se tropezaba con unas cajas de madera, con unas aparatosas urnas, una por cada una de las asignaturas fundamentales, en las que metía los tres problemas que le proponíamos diariamente en cada una de ellas. Al día siguiente, una vez corregidos por los profesores, con toda clase de anotaciones y rectificaciones, se los devolvíamos, los comentábamos y los explicábamos en la pizarra, y como aún solía quedar algo más de media hora para finalizar la clase, aprovechábamos para seguir avanzando y explicando el programa o cuestionario de la asignatura.

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Como la mayoría de alumnos, y de forma muy especial los que se preparaban para superar la Segunda Prueba de ingreso que, como ya dije, era a los que yo les daba clase, estaban ya varios años en la academia, disponían de colecciones de problemas con miles de fichas y habían escuchado, año tras año, a los profesores

explicar lo mismo, necesitaban que se les diese un trato muy

singular, y así lo hacíamos. El alumno, por ejemplo, podía entrar o salir de clase cuando quisiera, aunque estaba obligado a hacerlo sin interrumpir el discurso del profesor y sin llamar la atención o distraer a los demás compañeros. Un alumno que veía que lo que se iba a explicar ya se lo sabía se levantaba y se iba, otro abría con mucho tiento desde el pasillo la puerta de acceso al aula, inspeccionaba lo escrito en la pizarra y si le interesaba entraba en la clase. En cuanto al funcionamiento empresarial de la Academia Peñalver, como la Secretaría era paso obligado para entrar a la Sala de Profesores yo escuchaba, a veces, a los que venían a matricularse a la academia hacer preguntas como las siguiente: "¿me dará el Inglés el Sr. Wanott?", porque dependiendo de que la contestación fuera afirmativa o negativa él se matriculaba o no en la academia. En la Academia Peñalver recibíamos en mano el sueldo íntegro sin retenciones, no estábamos afiliados a la Seguridad Social, aunque a Rafael Ramos y a mí, el Director, nos hizo con la Compañía Plus Ultra un seguro de vida con unas condiciones especiales que cubría en caso de larga enfermedad el salario estipulado durante ese período de tiempo. De este seguro me abonaron unas miles de pesetas cuando nos fuimos toda la familia , en 1975, a Caravaca de la Cruz, ciudad en la que residiríamos dos años. Con todo este preámbulo, veamos lo que pasó cuando el profesor de Física, el Sr. Cabrillo, se marchó de la Academia Peñalver para ejercer de profesor en la 101


propia

Escuela de Ingenieros Industriales. Desde luego se trataba de un gran

profesor, de una persona excepcional, sus saludos cuando entraba a la pequeña Sala de Profesores eran célebres, igual decía según aparecía por el marco de la puerta: "y no olvidemos, porque no sería bueno, que Dios es Dios y Mahoma su profeta y aquí no hay quien tenga una peseta", o "si estamos jodidos y Dios así lo quiere, ¿no será que nos conviene?", o bien "si un negocio necesita que se le atienda antes de las once de la mañana, ni es negocio ni es nada", etc. Se le buscó sustituto y vino un licenciado en Físicas que no duró ni una semana. Según los alumnos no dominaba la asignatura, y como además el pobre hombre no pudo resistir el rechazo que de ellos recibió no tuvo más remedio que despedirse y marcharse. Pero como pasara lo mismo con los dos siguientes profesores de Física que vinieron, el Director, o sea, D. Emilio de Gómez Sellés y Pérez, ingeniero industrial, tuvo que tomar medidas en este asunto y traer a Albino Yustas, o sea, a un prestigioso físico que había traducido al castellano el Sears Zemanski, el libro de Física más estudiado en las Escuelas de Ingeniería y Facultades de Ciencia. Al venir Albino Yustas y enterarme yo, por una indiscreción de uno de los que trabajaban en Secretaría, de que iban a pagarle más de lo que yo cobraba, me fui a hablar con D. Emilio y le dije con toda claridad lo que pensaba, o sea, que no estaba de acuerdo en que ganase más que yo uno que era completamente ajeno a todo lo hecho por la empresa en tiempos anteriores. D. Emilio después de hacerme algunas consideraciones como, por ejemplo, que no había tenido otra salida que pagarle lo que Yustas le había pedido porque en caso contrario la Física sería un lastre para la academia, etc., me dijo que se lo pensaría y que al día siguiente hablaríamos. Fue rápido en comunicármelo porque unos cinco minutos antes de las 102


nueve de la mañana, o sea, instantes antes de que yo entrara a la primera clase del día, vino un empleado de Secretaría a la Sala de Profesores para que me pusiera al teléfono porque me llamaba D. Emilio, entonces fue cuando me enteré que ganaría lo mismo que Yustas. Al hilo de esta cuestión, también recuerdo que en otra ocasión una academia de la competencia me ofreció pagarme por una sola clase diaria, lo mismo que cobraba en la Peñalver pero participando además de los beneficios que se obtuvieran en los demás grupos. Como D. Emilio se encontraba de crucero por Miami, le transmití al Sr. Portuondo, como Secretario de la Peñalver que era, la oferta que me habían hecho. A los pocos días éste me dijo que había hablado por teléfono con el director y que le había comentado lo mío, y que éste le había dicho que si era posible se detuviera todo este asunto hasta que él volviera a Madrid. Cuando vino, al verme me preguntó sin más: "¿cuánto crees tú que debería aumentarte el sueldo para que te olvides de lo que te han ofrecido?" Yo le dije que tenía que consultarlo con mi señora y que se lo diría. Así lo hice y con lo que acordamos, Maru y yo, él estuvo de acuerdo. La compenetración mía con el director, a pesar de lo dicho, era total, por eso fui uno de los que más se movieron cuando le organizamos un merecido homenaje por su trayectoria profesional. Aún recuerdo algunas palabras de su discurso en el que se refería a mí "como el impetuoso y fogoso valenciano". Por ejemplo, como le encantaba la Astronomía y las cuatro últimas lecciones del programa de Matemáticas de Preuniversitario eran sobre esta materia, todos los años entraba conmigo a uno de mis grupos y actuábamos los dos conjuntamente

como

profesores, lo que él decía lo continuaba yo, y tras lo que yo dijese exponía sus ideas astronómicas. Yo llegué a controlar los tiempos de intervención de D. Emilio, 103


en estas clases, porque sabía no sólo lo que más le gustaba explicar sino en qué partes lo hacía mejor. En las Bodas de Plata como Director de la Academia Peñalver, D. Emilio, nos invitó al Restaurante Jockey, al mejor y más selecto de los que había en Madrid, y por lo que parece aún hoy día mantiene su prestigio, porque fue al que le encargaron los Reyes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía, organizar, en el Palacio de Oriente, el banquete de la boda del Príncipe Felipe con Dª Leticia, el día 22 de mayo de 2004, o sea, hace escasamente unos meses. D. Emilio fue un hombre que siempre gozó de buena salud, se cuidaba mucho, como lo demuestra el hecho de que un médico amigo suyo, uno de los más prestigiosos de España y que a veces les daba conferencias a nuestros alumnos de Preuniversitario, le realizara chequeos semestrales. Sin embargo no tuvo suerte porque cuando se le declaró el cáncer éste, a pesar de las revisiones periódicas que le hacían, estaba ramificado por todo su cuerpo y a los dos meses murió. Descanse en Paz. Aunque nuestra casa era muy pequeña, no tenía más de sesenta metros cuadrados, había épocas en que se ensanchaba como si fuera de goma o se engrandecía como por arte de magia porque Maru, a pesar de la numerosa prole que la habitábamos, sacaba espacio y camas de donde fuera para los que vinieran, normalmente, de Elche o de Santa Pola. Por ejemplo, de los armarios laterales de mi despacho salían dos somieres y allí dormían mis padres o los suyos cuando estaban con nosotros, o José Antonio, un primo de Maru, y su madre cuando venían desde Santa Pola al médico de los huesos, o su hermana Conchi o Tonica y Maximiana. En el bautizo de Diego dormimos tantos en nuestra casa que algunos, aunque no lo dijeran, tuvieron que dormir a lo ancho en lugar de a lo largo de las 104


camas. Además hubo épocas en las que vivieron con nosotros, por ejemplo, María y Pradito, chicas de servicio que le ayudaban a Maru en sus quehaceres. Francisca, la costurera, parecía que era de la familia, venía de vez en cuando y me recordaba por su edad y delgadez a la "abuelita pequeña", que es como mis hijos llamaban a su bisabuela María, a la abuela materna de Maru. Juan Manuel, hijo de mi prima Salvadoreta, mientras hizo la mili en Madrid también comía muchos fines de semana con nosotros. Hoy día es Arquitecto Técnico y profesor de Dibujo de Secundaria, en el Instituto de la Torreta. Volviendo a nuestro relato docente, diremos que según se deduce de ciertos pasajes ya expuestos, los alumnos que estudiaban para ingenieros hacían gran cantidad problemas, los pasaban cuidadosamente a fichas y los archivaban; era lo que les caracterizaba y no podía ser de otra forma ya que los exámenes en las diferentes Escuelas de Ingeniería en eso consistían. A estas colecciones clasificadas por tipos de problemas era a las que recurrían cuando al enfrentarse con un problema éste se les resistía. Por otro lado, estaban los alumnos de las diferentes Facultades de Ciencias y de forma muy especial los de Ciencias Matemáticas que estudiaban muchísima teoría, y aunque hacían problemas, porque en los exámenes aparte de las preguntas teóricas figuraban aplicaciones prácticas, muchas veces bastante seleccionadas y difíciles, como las que comentamos en el Capítulo III, no era en la cantidad a que estaban acostumbrados los estudiantes de Ingeniería. No es extraño por lo tanto que existiera cierto "pique" matemático entre los que recibían estas dos clases de enseñanza. Muchos alumnos de Ingeniería presumían de saber más Matemáticas que los de Exactas porque, según ellos, se les daban mejor los problemas. 105


Para tratar de entender la razón de unos u otros, reflexionaremos, aunque sea brevemente, sobre lo que es la teoría y lo que son los problemas en Matemáticas. Si yo le preguntara a alguien, que no supiera el Teorema de Pitágoras, "si el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de sus catetos", éste para poder contestar con rigor tendría que resolver el problema que supone dicha proposición, o sea, una cuestión, como es el Teorema de Pitágoras, que para cualquier estudiante forma parte de la teoría para él sería un problema. ¿Y porqué esta proposición, una vez resuelta como problema, forma parte de la teoría que se estudia en Matemáticas y otros muchos problemas que se resuelven en las clases no les pasa lo mismo? La contestación es muy simple, porque el Teorema de Pitágoras es como un trampolín, un medio, un recurso, que nos permite abordar con éxito otros muchos problemas, o sea, es abierto y extensivo, cuando otros problemas son cerrados en sí mismos, específicos o de repercusión insignificante respecto a otros problemas. Podríamos decir, para ir entendiéndonos, que el Teorema de Pitágoras, como cualquier otro teorema, es un problema madre capaz de engendrar, o ayudar a encontrar, la solución de otros problemas; en este contexto, podríamos afirmar, en sentido amplio y sin detenernos a matizar la cuestión axiomática, que la teoría es un conjunto finito e inacabado de problemas madres formada, por lo tanto, por los problemas más "exquisitos" de la Matemática. Así pues: todo en Matemáticas son problemas y sólo unos cuantos de ellos, los más "sublimes", por su repercusión en el progreso de esta ciencia, van formando parte de la teoría. Uno puede mecánicamente resolver muchos problemas, pero cuando no haya una retroalimentación teórica, nunca se llegará demasiado lejos, porque en el momento en que aparezca en un problema algo fuera del alcance de la teoría que 106


conocemos nos faltarán recursos para hacerlo, porque no es nada fácil reinventar la teoría sobre la marcha. Por eso no es extraño, por ejemplo, que un alumno me comentara, en cierta ocasión, que a pesar de que los problemas de cambio de variables los sacaba siempre bien, sin embargo, no entendía por qué tenía que hacer todo lo que él hacía, y me había oído a mí. Le dije que como dentro de pocos días me tocaba volver a explicar en su grupo la teoría en la que se sustentaban estos problemas, ésta sería la ocasión que él debería aprovechar para consolidar sus conocimientos en esta materia o, lo que es lo mismo, para ampliar su bagaje teórico en estas cuestiones. Cito esta anécdota por lo que sucedió después. A los pocos días de haber visto yo en clase la teoría que él necesitaba, para estar de acuerdo con todo lo que realizaba al resolver este tipo de problemas, vino a verme y me dijo que ya entendía el porqué de todo lo que hacía, que todo el proceso estaba clarísimo, pero que ahora lo que le pasaba era que algunos de los problemas de este tipo los hacía mal cuando antes esto no le ocurría. Le razoné que yo eso lo veía incluso lógico que le pasara así, porque ahora su mente, además de atender a la cosa mecánica como antes, tenía que ocuparse de las justificaciones, del porqué se hacía de esa forma, etc., y que esta acumulación de tareas a la que aún no estaba acostumbrado es la que, a veces, le provocaba errores; pero que no se preocupara porque pronto todo volvería a la normalidad. Así me lo confirmó al pasar los días. Hasta el Curso 1965-1966, como ya dijimos, no se implantaría el nuevo Plan de Estudios para el Primer Curso de las Facultades de Ciencias y de las Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros, o sea, el Curso de Iniciación Universitaria, que sustituyó entre otros a los ingresos en las Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros. A partir de entonces, aunque la tendencia venía definiéndose desde 107


hacía algunos años, la Academia Peñalver funcionó a pleno rendimiento, con muchos grupos de Preuniversitario como Centro Autorizado por el Ministerio de Educación y Ciencia. No obstante siempre mantuvimos un grupo del Curso de Iniciación Universitaria de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, en el que yo impartía las asignaturas de Álgebra Lineal y Cálculo. Pasamos ahora a relatar algunas anécdotas y aconteceres de los estudios y de los alumnos de Preuniversitario y de las Pruebas de Madurez, una especie de Selectividad, para acceder a la Universidad. Teníamos grupos con horarios de mañana y

tarde, los alumnos eran

lógicamente algo más jóvenes que los que estudiaban para ingenieros, rondaban los 16 ó 17 años cuando se matriculaban y los repetidores tenían 18 o muy pocos más. Aunque de estos últimos algunos habían estudiado en nuestra academia el año anterior, la inmensa mayoría procedían de otros centros, normalmente de grandes colegios religiosos. La mayoría repetían porque habían suspendido las Pruebas de Madurez, o sea, la Selectividad, en la Universidad. Hubo muchos colegios privados, sobre todo de monjas y curas, que prefirieron abandonar la enseñanza del Preuniversitario antes que seguir deteriorando su imagen. Esto a nuestra academia le venía de perlas. Llegaron años, en los que casi el 50% de los grupos de Preuniversitario eran de repetidores. Aunque fueran casos excepcionales, yo me encontré con repetidores que eran alumnos de sobresaliente, como uno que me viene a la mente, que al haber estudiado en un pueblo pequeño las Matemáticas con un farmacéutico no tuvo más remedio que suspender, según veremos, las Pruebas de Madurez en la Universidad.

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El citado licenciado en Farmacia, y no queremos ni mucho menos generalizar sobre este colectivo, operó de la siguiente forma: hasta primeros de marzo estuvo explicando la primera parte de la asignatura , o sea, el Álgebra; a partir de entonces debió explicarles a sus alumnos la Geometría pero, en lugar de hacerlo les dijo que como ésta era muy sencilla y siempre tendrían tiempo de verla, que lo mejor sería repasar de nuevo el Álgebra. La verdad es que la Geometría nunca la explicó, porque por el mes de junio al despedirse de sus alumnos les dijo: "respecto a la Geometría quiero deciros que al menos la leáis en vuestras casas porque, aunque es poco más de nada, no podemos estar seguros de que en las Pruebas de Madurez no salga nada que esté relacionado con ella". Y vaya si salió, tanto en junio como en septiembre, de modo que un alumno que en la Academia Peñalver, como repetidor, sacó 9,66 de media en dichas Pruebas de Madurez, tuvo que perder un año, por quedarse en su pueblo, para poder entrar en la Universidad. Les diré, a modo de reflexión que les ayude a entender lo que vendrá después, que pienso que estudiar un libro de Matemáticas sin un profesor que te ayude y te lo explique es ardua labor, pero también sé por experiencia que hay alumnos que oyendo al profesor se quedan solamente con la música y que, aunque muchos de ellos piensan que se han enterado, sin embargo cuando por la tarde empiezan a estudiar lo que escucharon por la mañana se dan cuenta de que ni con la ayuda de los apuntes, ni del libro, llegan a comprender lo que tan dulcemente oyeron. Debemos reconocer no obstante que es más fácil aprender escuchando y dialogando con el profesor que leyendo el libro de texto, en la soledad de un rincón de la casa. Por eso fueron muchos los alumnos que de vez en cuando dialogando conmigo por los pasillos, con desenfado y confianza, me dijeron poco más o menos 109


lo siguiente: "cuando atiendo a sus explicaciones me entero, pero no hay forma de comprender nada de lo que viene en el libro". Yo siempre les contestaba lo mismo, que el libro de texto que llevábamos era bueno pero que lo que pasaba era que el profesor tiene ventajas sobre el mismo porque, por ejemplo, puede repetir las cosas con enfoques diferentes para que el que no se entera de una forma lo capte de otra, puede gastar incluso alguna broma para quitar tensiones y que la gente se relaje y aprenda y, por otro lado, no es comparable un ser vivo, como el profesor, con un ser muerto como el libro. Un día una comisión de alumnos vino a pedirme que redactara los apuntes de lo que explicaba cada día, ellos se encargarían de hacer

y vender las

fotocopias, con un "plus", para que yo cobrase por el trabajo realizado. A mí, en principio, no me interesó lo que ellos me proponían ya que en otras ocasiones me lo habían insinuado otros alumnos, aunque de forma individual y no colectiva como en esta ocasión, y les dije que no, pero en este caso no sé porqué no me negué a hacerlo, les prometí que hablaría con uno de los empleados de Secretaría y si él se avenía a quedarse, por ejemplo, una hora más de las que le correspondían trabajar por las tardes, yo le dictaría la lección de cada día para que él fuera escribiéndola a máquina, y que ya me encargaría yo de que fuera dejando los espacios en blanco que me harían falta para luego dibujar a mano las figuras. Como el escribiente no nos falló, cuando acabó el curso yo tenía el borrador del libro Matemáticas (Clases Teóricas) que edité el año 1964 (Depósito Legal M14998-1964), a mis 32 años. Dos cursos más tarde saqué la segunda edición de este libro, mucho más renovada por estar ya en vigor el nuevo plan de estudios para el primer curso de la Universidad; y publicaría el libro Matemáticas (Clases Prácticas) del que fue coautor Luis Mateo, Ingeniero Agrónomo. Pero la conclusión 110


que quiero sacar de todo esto, es que aún hubo alumnos que siguieron diciéndome cosas parecidas a las que tantas veces había escuchado antes de editar mi libro; y es que los libros son menos flexibles, o más secos si ustedes quieren, que los profesores. Mis libros se vendieron en la Academia Peñalver de Madrid donde estudiaban unos ochocientos alumnos; en la Academia Peñalver de Barcelona donde lo hacían por los mil doscientos; en la Imprenta Agulló de Elche, tanto para los alumnos del Instituto de la Asunción de Nuestra Señora, que por entonces estaba donde hoy día está el Colegio Público Luis Cernuda, como para los de las Jesuitinas, centro adscrito a dicho instituto. Por aquel entonces las Matemáticas, en este instituto, las daban "los mellizos", toda una garantía para sus alumnos, o sea, Manolo, con el que me inicié en la Geometría, y Tomás Martínez, aparejador y arquitecto, respectivamente, y ambos licenciados en Ciencias Matemáticas. También vendí libros, por ejemplo, en el pueblo de Don Benito; y fue para mí una grata sorpresa cuando al ir como Director al Instituto de Caravaca de la Cruz, uno de sus profesores, José Moya, me mostrara mi libro y me dijera que lo había seguido durante varios años en el único Colegio de Enseñanza Media que existió en esta ciudad, y del que él fue su director. No hace ni un año que fui a la misa que por su alma se celebró en la iglesia que hay al lado mismo de la Exma. Diputación Provincial de Alicante. Fue, junto con Diego Giménez, mi mejor amigo en Caravaca de la Cruz. Para que se tenga una somera idea sobre la enseñanza de la Matemática, por aquel entonces en nuestro país, incluyo la parte inicial del Prólogo (1ª edición), empezaba diciendo:

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"Está en el ánimo de los que orientan la enseñanza de la Matemática en España el aplicar efectivamente las conclusiones de la Sesión Internacional sobre Metodología y Didáctica de la Matemática, celebrada el año pasado (1963) en Atenas, de las cuales destacamos las siguientes: 7ª Teniendo en cuenta la importancia de la Matemática para el desarrollo de la sociedad, los alumnos deben tener una formación suficiente, especialmente en los siguientes temas: Espacios Vectoriales, Cálculo Diferencial e Integral y Estadística. Se consideran como elementos esenciales en la exposición de la Matemática la Teoría de Conjuntos y Relaciones. Los alumnos de las Secciones Literarias deben conocer los fundamentos de estas materias. 9ª.

Cada país debe proceder a la modernización de sus Cursos de

Matemáticas, lo más rápida y profundamente que le permitan sus posibilidades. 10ª

Los exámenes deberán evolucionar para no impedir el progreso de los

programas". Cuando tecleaba estas recomendaciones, sobre todo la 7ª, no he podido por menos que pensar en los incumplimientos y en como yo los denunciaba, el año 2002, en la página 104 de mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan cuando acusaba, a los que dirigen la Enseñanza en España, del evidente abandono en la Enseñanza Media española del entorno de la Teoría de Conjuntos. La nueva reestructuración de los estudios que tuvo lugar mediada la década de los sesenta, nos la recuerda el Prólogo (2ª edición), cuando dice: "En el Curso 1965-66 ha entrado en vigor el nuevo plan de estudios para el primer curso de las Facultades de Ciencias y Escuelas Técnicas Superiores; hemos notado en sus programas de Matemáticas (Álgebra Lineal y Cálculo) una gran 112


modernización que nos lleva a modificar el enfoque de la mayoría de los temas de Álgebra, y de algunos de Geometría de este Curso Preuniversitario, con el fin de dar unidad a la enseñanza de la Matemática en ambos cursos". Efectivamente en esta segunda edición se hablaba con reiteración, por ejemplo, de función, aplicación, relación binaria, estructuras algebraicas: semianillo, grupo, subgrupo, anillo, dominio de integridad, homomorfismo entre grupos y entre anillos; clases residuales, ecuaciones diofánticas: ecuación pitagórica; variable estadística bidimensional: regresión y correlación lineal, distribución binomial y normal; teoremas de Menelao y Ceva; trigonometría esférica: grupos de Bessel, Coordenadas astronómicas y acababa el libro hablando de día sidéreo, solar y solar medio y del calendario. El 20 de junio de 1966 recibía yo, estando de vacaciones en Elche, una carta de Sor Carmen Ramírez, directora del Colegio de la Inmaculada Concepción (monjas Agustinas Misioneras),

Calle General Pardiñas nº 34 de Madrid, que

transcribo literal e íntegramente: "Sr. D. Diego García Castaño. Elche. Estimado Sr.: Por referencia de una de sus alumnas, sé que es Vd. profesor competente de Matemáticas en la academia Peñalver, yo quisiera pedirle, si es posible, que el Curso próximo diera clases de Matemáticas de Preuniversitario en nuestro colegio. Como todavía no hemos pensado el horario, podría Vd., en caso de acceder a mi petición elegir hora, siempre que fuera por la mañana y mejor a primeras horas. Económicamente, aunque pagamos lo establecido oficialmente, al no tener por el momento a nadie a quien le correspondan los puntos y estando Vd., como creo, casado y con hijos los cobraría íntegros. 113


Espero de su amabilidad me conteste lo antes posible y en caso de no poder VD., me recomendase a alguien de su categoría. En espera de sus noticias, queda a su disposición suya affma en Xto. (y firma)" Efectivamente acepté la oferta. Primero, porque, como dije con anterioridad, en la Academia Peñalver no ganaba antigüedad en las cotizaciones a la Seguridad Social, porque no la teníamos, y con esta forma de actuar al final de mi vida laboral logré reunir 38 años de cotización; y segundo, porque los puntos a los que se refería la madre equivalían prácticamente al sueldo de un profesor con horario completo en el Colegio de la Inmaculada Concepción. La clase la iniciaba a las ocho menos cuarto de la mañana, y de este modo podía estar a las nueve en la Peñalver. Pocos años después, vinieron a casa dos primos hermanos que estudiaban el Curso de Iniciación en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Eran ya repetidores y querían que les diese clase. Yo les hablé de la imposibilidad material de hacerlo, porque tenía que empezar a las ocho menos cuarto en el Colegio Inmaculada Concepción, como ya he dicho, trabajaba en la Peñalver hasta medio día y por la tarde llegaba a casa a las 9 de la noche. Ellos me ofrecieron pagarme, como nadie lo había hecho hasta entonces, y llevarme en su coche al Colegio Inmaculada Concepción antes de las ocho menos cuarto. La clase la pusimos a las siete menos veinte, y nunca llegué tarde al colegio de las monjas. Parece increíble la constancia que tuvieron estos alumnos, prácticamente no faltaron nunca a clase, incluso uno de ellos que a partir de mediados del mes de mayo dormía en el pueblo de Navacerrada, a unos cincuenta kilómetros de Madrid, llegaba puntual a clase. 114


Como cada alumno es un mundo, comentaré algunas anécdotas sobre estos chicos; uno de ellos, hijo de un conocido arquitecto cuyo nombre leía yo a veces en edificios en construcción, me decía que las chuletas que ellos tenían confeccionadas, con papel vegetal en forma de pequeños rollitos, tenían que estar mal porque si no hubieran aprobado, me hablaron de que cada uno de ellos tenía una chaqueta hecha "a medida" para poder copiar en los exámenes, con gran cantidad de bolsillitos para poner en cada uno de ellos el rollito o chuleta correspondiente. La verdad es que un día se las trajeron a casa, "cargadas" con todos los bolsillitos llenos de chuletas, para que yo las viera, y ¡me quedé pasmado!, cuando la abrió de par en par, uno de ellos, sólo le faltó gritar, "¡esto es un atraco!", para completar la escena. Aunque creo que iban suficientemente preparados para aprobar en la Escuela de Arquitectura, no obstante un día, aprovechando que yo había acabado mis clases con los de Preuniversitario y que por lo tanto estaba algo más libre, uno de ellos, con intenciones perversas que después se llevarían a cabo, me dijo: "Diego, ¿por qué mañana por la tarde no paso por ti, y nos das la clase en mi casa, tomamos café y conoces a mis padres?" A mí no me pareció mal y así lo hicimos. Vivía en la Castellana, no muy lejos de los Nuevos Ministerios y muy cerca, y en la misma acera, del Hotel Castellana Hilton; la casa no debía tener menos de ochocientos metros cuadrados habitables, porque yo yendo por uno de los pasillos, siguiendo sin perder de vista la cofia de la sirvienta que me precedía vi a lo lejos, por ejemplo, un comedor de amplias dimensiones. La sala donde el "niño" estudiaba estaba provista, entre otras cosas, de una enorme mesa con el tablero inclinado para dibujar. No envidiaba a los estudios de los más afamados arquitectos. 115


Tomé café y algún pastelillo mientras hablé con sus padres, después dimos nuestra clase, y al final de la misma la perversión a la que me refería anteriormente hizo acto de presencia, se me sinceraron y me dijeron: "Diego, teníamos tanto interés en que vinieras aquí esta tarde, porque hemos pensado, que si tú vinieras a esta misma sala, a las cuatro de la tarde, el día que nos examinemos en la Escuela, diez minutos después tendrías en tu poder los enunciados de los problemas que nos pongan, y habría tiempo para que tú los hicieras, los dos amigos que vengan a traértelos los copien en papel de examen de la Escuela y nos los lleven. ¿Qué te parece?", yo les contesté que muy mal, pero que les haría el favor. Aprobaron los dos y creo recordar que a los pocos años fui a la boda de uno de ellos.

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SECUENCIA GRÁFICA (de mi libro Avivando los Recuerdos)

Mi madre aún soltera

Boda de mis padres

Mi madre

Mi hermana Manola y yo

La tienda de mi madre, la de Remedios "la Groga" 117

Congreso Eucarístico


Maru, Conchi y una amiga bordando

Maru y yo siendo novios

Maru

Los padres de Maru

El "pater" Aliste y yo (Madrid)

Licenciado en Matemรกticas

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Nuestra Boda


Alumnos y profesores en nuestra casa de Madrid (Bautizo de Mª Remedios)

Mi madre y la de Maru con Mª Remedios

Maru, y su madre, con las dos mayores

Ángel de Salcillo, el rostro de Mª Reme

Yo con Mª Remedios y Mª Dolores

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La abuelita "pequeĂąa" MarĂ­a con Maru

Mis padres

Maru en la playa del Postiguet (Alicante)

Los padres de Maru

Paqui, Loli, Conchi, Maru y Marga

Los cuatro mayores con los Reyes Magos 120


Colegio donde estudiaron las niñas (Madrid)

Academia Peñalver, C/. Arenal, 26

El Colegio Menesiano, de los niños

Avenida Donostiarra nº 24, 11º, P. 6 (Madrid)

Maru con Francisca

Paseando a Francisco 121


Bautizo de Margarita de la Cruz (Caravaca)

Comunión de Francisco (Alicante)

Mª Dolores, Mª del Mar, Francisca Mª, Mª Remedios; Francisco, Antonio; Maru, Margarita de la Cruz, yo y Diego.

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Mª Dolores y Mª Remedios

Presentación de un libro mío en Novelda

Familiares en el Casino de Novelda

Diego, Reme, Mª del Mar y Mariasun

Francisco y Maru toreando en la Plaza de las Ventas 123

Kilómetro cero (Madrid)


Maru y yo en Zaragoza

Paella para 32: hijos, nietos, nueras y yernos

Universidades de Madrid y Zaragoza, al fondo, en las que yo estudiĂŠ

Practicando el lenguaje de las olas, con el horizonte, y el de las sonrisas, con Maru 124


CAPÍTULO V LA CÁTEDRA DE MATEMÁTICAS

Según crecían los niños el "big bang" de sus vidas se expandía, a los paseos por el barrio con su madre, con Maru, a brazo o con coche, le siguieron los colegios, sus juegos en una replaceta próxima al puente Calero o en el parque del Barrio de la Concepción, etc. Íbamos muchos domingos al Retiro y a la ciudad universitaria, nos llevábamos patines, balón, etc. Igual jugábamos en los campos que había detrás de la Facultad de Ciencias Químicas que en la espaciosa entrada a la Facultad de Medicina, bajo la fija y pétrea mirada de la estatua ecuestre que allí se erige, o en las pistas de las instalaciones deportivas universitarias, junto a los Colegios Mayores más próximos a la Plaza de la Moncloa y al Arco de Triunfo, en las que presenciábamos algún partido de rugbi y los más pequeños se distraían tomando chucherías o comiéndose sus bocadillos. Mi hijo Diego y yo, un año, nos hicimos socios del Real Madrid, y esto debió grabársele de tal modo en su subconsciente que hoy día él y su hermano Antonio, ambos abogados, van a veces a Madrid a ver algún partido de la Copa de Europa en el Estadio Santiago Bernabeu. También Maru y yo fuimos a muchos de estos partidos mientras estuvimos viviendo en la capital de España.

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Normalmente los domingos oíamos misa en cualquiera de las siguientes iglesias: Espíritu Santo, Virgen del Coro, Obispo Perelló, en la de la Plaza Manuel Becerra o en la Iglesia de Jesús de Medinaceli, al lado de la fuente de Neptuno y muy próxima al Congreso de los Diputados, a la que Maru acudía todos los viernes que podía y de forma muy especial el primero del mes de marzo. Después llevábamos a los niños al Museo del Prado, cuya entrada era gratis, o nos íbamos toda la familia, incluso la "abuelita pequeña" y Conchi, hermana de Maru, cuando estuvieron en Madrid se vinieron con nosotros, a la Casa de Campo a pasar el día o visitábamos a Daniel Jorro, profesor de Literatura de la Peñalver, en su finca los Tilos en Las Matas, donde los niños disfrutaban viendo elegantes y presumidos cisnes, alargados conejos traídos de Francia, palomas mensajeras, etc. Daniel criaba perros y hubo años que logró sacar algún campeón de España. En una de nuestras visitas a los Tilos coincidimos con un popular personaje de la televisión, del que no recuerdo el nombre, que había llevado unos huevos de perdiz para que se los pusieran en una incubadora. También visitábamos alguna vez a Pedro Montoya, profesor de Ciencias Naturales de la Peñalver, que tenía una pequeña parcela pegada, como la de Jorrro, a la autopista de la Coruña. Algún sábado por la mañana nos dedicábamos a visitar museos, por ejemplo, al de la Marina, Ciencias Naturales y Arqueológico; en este último disfrutábamos contemplando a la Dama de Elche, a la que con tanto empeño mis paisanos quieren traerse para que pose, o repose, a la vera del Misteri y a la sombra de los palmerales que la vieron surgir de pronto como una diosa en la Alcudia. Uno de nuestros destinos favoritos cuando salíamos de Madrid era la Cueva del Asno, en el caserío o pueblo de Valsaín, al pie de las siete revueltas, tan 126


conocidas por los aficionados al ciclismo por lo de la etapa a Los Puertos de la Vuelta Ciclista a España. Allí pasábamos el día, nos bañábamos en el Río Eresma, que poco más abajo suministra de agua a la factoría Whisky Dic, con un agua fresquísima y a la sombra de los pinos más altos y hermosos que hay en España. Al lado del río comíamos y los niños regresaban a Madrid oxigenados y listos para dormir toda la noche. En estas salidas solíamos pasar por la Granja de San Ildefonso y visitar su hermoso Palacio y las monumentales y majestuosas fuentes, que van a su encuentro bajando en cascada desde lo alto de la sierra. Después seguíamos hacia Segovia, ciudad a la que acudíamos también directamente desde Madrid, por ejemplo a comer truchas, como hicimos una vez en compañía de un matrimonio amigo, el de Anacleto y Susana, o a degustar el cochinillo crujiente de Casa Cándido. Algunos domingos llegábamos incluso hasta Ávila, allí comprábamos las sutiles y ricas yemas de Santa Teresa, veíamos las murallas, visitábamos la Catedral, entrábamos cuando nos apetecía en algún convento y callejeábamos por la ciudad. A mí me encantaba enfilar esas calles largas y desiertas de los domingos abulenses viendo, cuando menos te lo esperabas, a una monja cruzarla como una exhalación bamboleando sus largas y vaporosas vestimentas. Visitábamos a Anacleto en el Espinar, pueblo en el que solía él alquilar los veranos una pequeña casa rodeada de un reducido jardín, incluso en una residencia de Hermandades que había a sus afueras pasamos una o dos semanas toda la familia . A unos seis kilómetros del Espinar, pero en la misma serranía, un fin de semana que pasamos en San Rafael, en un hotel de la calle más céntrica del pueblo y con todo el monte por delante, mi hijo Diego, que dormía en nuestra cama, al notar frío, fue poco a poco deslizándose por debajo de la tapadera hasta llegar a 127


situarse casi a nuestros pies. Al despertarse Maru y no verlo se alarmó hasta que pudo averiguar donde se encontraba y sacarlo de tan recóndito y poco aireado habitáculo. Cuando nos levantamos y abrimos el balcón, los niños y también nosotros, quedamos extasiados por la imponente masa forestal, todo pinos, que se ofrecía a nuestra vista y olfato. Al ver lo bien que se lo pasaban los niños en estas salidas al monte, y comprobar que eran una solución al problema que para ellos significaba el aburrimiento de estar en nuestra pequeña casa los domingos, con los inevitables roces que entre ellos se producían y los consiguientes lloros, casi siempre de los más pequeños, decidimos comprar una parcela de 1640 metros cuadrados en el kilómetro 44 de la autopista de la Coruña. Como lo grabamos, aún podemos escuchar los destemplados lloros de Francisco, en nuestra casa de Madrid, quejándose de que Diego le había quitado sus duros. La Marimba, nombre que le pusimos con letras encaladas de gran tamaño sobre la pared lateral de la casa a nuestro albergue, a nuestra posesión serrana y dominguera, no era más que un garaje, sin compartimentos, en el que cocinábamos, teníamos camas, lavabo, etc. Estaba en plena sierra de Madrid, entre Villalba y Guadarrama, pegada a Alpedrete y desde donde escuchábamos perfectamente las campanadas del Monasterio del Escorial, al que solíamos ir a oír misa los domingos cuando dormíamos en ella. No obstante lo dicho, la casita que teníamos en la Marimba tenía una construcción sólida y el techo de tejas rojas a cuatro vertientes, el muro inferior circundante era, al menos, de medio metro de espesor de puro granito extraído y trabajado con eslabón y martillo por expertos canteros, de las rocas de la propia parcela. El ventanal y las puertas, por las que entrábamos nosotros y el coche, eran 128


metálicas y muy resistentes. La Delegación de Minas nos dio permiso para perforar, a base de petardos, un pozo de unos seis metros de profundidad con una pequeña galería al fondo, en un terreno en el que todo eran rocas. A partir de los dos metros ya afloró el agua. Un brocal de piedra, con su tapadera metálica y un alto arco metálico con su correspondiente carrucha, nos permitía sacar el agua de forma cómoda con un cubo. A la Marimba le venía su nombre del título de una película de Tito Guitart, o Guixart, que hizo historia en nuestro noviazgo, por lo que no carecía de un perfil romántico que provenía de los días que precedieron al de formalizar nuestro noviazgo: salía yo del Gran Teatro de ver una película cuando me tropecé con Maru y Margarita, una de sus hermanas, y entablamos una conversación intrascendente, porque de algo teníamos que hablar; yo les dije que salía del cine de ver La Marimba, y como me preguntaron "¿qué tal era la película?", yo les comenté que era musical, que no estaba mal. Lo que más les llamó la atención fue cuando les dije aquello de que cuando el protagonista le cantaba la canción de la Marimba a una chica ésta se enamoraba locamente de él; quizás por eso Maru, que era de las dos hermanas a la que yo menos conocía, me dijo que se la cantara, yo para hacerme el interesante le dije que eso no era posible porque no quería que ella se viera obligada a enamorarse de mí, como pasaba en la película, pero ella insistió y yo fui capaz de canturrearle, más mal que bien, alguna de las estrofas de la canción que más o menos decía: "de la Marimba al son te conocí, y al conocerte fuiste la ilusión, del hombre que viene a quererte, con el alma y con el corazón...". Después de cantársela a los siete años nos casábamos. A la Marimba íbamos casi todos los domingos, llegar allí y no haber niños era todo lo mismo, jugaban y espacio les sobraba. Después de comer podíamos, 129


aunque casi nunca lo hicimos, tomar café y comprarle alguna cosa a los niños en el Hotel Miravalle, que se encontraba al otro lado de la antigua carretera Madrid-La Coruña. A veces se venía con nosotros Eduardo o pasaba por allí Albistur, profesor de latín de la Peñalver, que había comprado un apartamento en Guadarrama. Algunos domingos íbamos por Galapagar, comprábamos carne de ternera y la asábamos en la Marimba, a modo de churrasco. Desde nuestra parcela se veía la Estación de Esquí de Navacerrada, y algo más arriba el repetidor de televisión de la Bola del Mundo, estábamos a un paso del Tunel de Guadarrama, del Alto de los Leones, del Valle de los Caídos, de Cercedilla, San Rafael y el Espinar. Un día de invierno que quisieron mis padres ir a pasar el día a la Marimba, los llevé muy temprano, para que me diera tiempo de volver y llegar a tiempo a mi trabajo. Cuando los recogí por la noche me contaban y no acababan, me decían que durante las 12 ó 13 horas que habían permanecido allí habían visto de todo, a un día pleno de Sol, le siguió una intensa lluvia, a una primera tormenta que venía desde el Escorial le acompañaron otras varias, parecía - me contaban- como si hubieran salido en procesión, cuando acababa una, venía la siguiente con el mismo aparato eléctrico y así durante dos o tres horas, después de nuevo un día soleado, para a renglón seguido empezar a nevar. Ellos quedaron impresionados por la diferencia de clima entre lo que acababan de vivir y el de Elche, o sea, el del Levante español. Algunos sábados por la noche Maru y yo cenábamos en Edelwais, a espaldas del Congreso de los Diputados, en una de las esquinas de la calle donde se encuentra el Teatro de la Zarzuela. Era un restaurante alemán con buena, fresca y espumosa cerveza y con unas cazuelas generosas, especialidad de la casa, en las que igual te tropezabas, entre la salsa, con champiñones, chuletones o 130


riquísimas salchichas; después solíamos ir al teatro. Vimos muchas obras, por ejemplo, de Alfonso Paso, costumbristas y sin grandes pretensiones, entretenidas y en ciertas escenas incluso divertidas. Exceptuando las que acabamos de citar, que no eran gran cosa pero pasabas un rato a gusto, la mayoría de las obras de teatro que veíamos eran bastante malas. Una sobre las pinturas negras de Goya no puedo olvidarla por lo horrible que me resultó estar allí presente; desde luego tuve que ver muchas para tropezarme con una de la categoría de La Herencia, a la que fui con el "pater" Aliste, o Las de Caín, que vi con mi primo José Luis Viviente, como ya dije en su momento. También a Maru y a mí nos gustó mucho el Tartufo de Moliere, que interpretara tan magistralmente Adolfo Marsillach. Sin querer generalizar, sólo como opinión personal, les diré que siempre encontré cierta similitud entre el fútbol y los toros al igual que entre el cine y el teatro. Me explico: he visto, en proporción, muchos más partidos buenos de fútbol que corridas de toros que me gustaran; sin embargo, puestos a elegir me quedo con estas últimas, me reportan por decirlo así una mayor satisfacción. Lo mismo me sucede con el cine y el teatro, que me tropecé con más películas buenas que obras de teatro que me agradaran; no obstante entre una película y una obra de teatro que me gusten, prefiero esta última por proporcionarme mejores sensaciones. Otras veces íbamos a un recital de violín, que al anochecer de los sábados daban en el Hotel Castellana Hilton, que yo conocía porque allí celebramos los de mi curso la comida fin de carrera. Mientras tocaba el violinista tomábamos una especie de aperitivo, poco sofisticado que no nos resultaba demasiado caro, y después nos íbamos normalmente a cenar a casa.

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Algunos fines de semana fuimos a tomar café irlandés muy espumoso, como debe ser, a la cafetería de la planta baja del Hotel Meliá Castilla. En este hotel solíamos ver alguna exposición de pintura y si se emparejaba oíamos, en alguno de sus salones, algo de piano o dábamos una vuelta por su discoteca, en la que entrábamos sin pagar porque, al acceder a la misma desde el interior del hotel, los empleados creían que estábamos hospedados en el mismo. Como el Curso de Iniciación Universitaria suavizó o rebajó el grado de dificultad respecto a los estudios de ingreso en las Escuelas Técnicas Superiores de Ingeniería, Arquitectura, etc., y el COU acabó con los miles y miles de alumnos que repetían el Preuniversitario, las Academias como la Peñalver, la Luz o la Dobao Díaz Guerra perdieron su razón de ser; los alumnos promocionaron con más normalidad, o facilidad, en sus estudios y llegó el tan ansiado bienestar académico a las familias. Lo que políticamente interesaba hacer se hizo; unos, la mayoría, salieron beneficiados y otros, muy pocos, salimos perjudicados. Como ya teníamos siete hijos, había que empezar a pensar en cómo y por dónde proseguiría mi porvenir docente. Me fui a la Universidad Complutense y hablé con José Javier Etayo Miqueo, catedrático ya nombrado en el Capítulo III y en la Introducción, para ver de hacer los Cursos del Doctorado, por lo que pudiera pasar. Como para matricularme en los mismos primero tenía que hacer la Tesina a esto me dediqué. José Javier, que fue el que me la dirigió, me dijo que la fuera pensando sobre Estructuras con Operaciones Ternarias, así lo hice y con su respaldo la leí como unos cinco meses más tarde. Él me dijo en varias ocasiones que le había sorprendido lo pronto que la acabé. Un día, ya del siglo XXI, a mi hijo Francisco se le ocurrió buscar por internet mi nombre a ver si aparecía algo relacionado conmigo, y encontró el historial de 132


José Javier Etayo Miqueo en el que se hacía referencia a mi Tesina. Incluyo la Introducción a la misma porque no lleva formulismo matemático alguno, da una idea del trabajo realizado y puede gustar al lector entrar en contacto con la forma de hablar y razonar de los matemáticos decía: "Este trabajo contiene en su primer capítulo un análisis de la construcción de semigrupos a partir de una operación ternaria, realizada por Edwin Hewit y Herbert S. Zuckerman; publicada en el libro Semigroups de K.W. Folley, bajo el título Semigroups and ternary Operations, y editado por Academic Press, (1969) páginas 55 y 83. En el primer capítulo conseguimos algunas proposiciones, que mejoran las condiciones impuestas por los autores: pues además de uniformar con ( 4" ) la obtención de semigrupos encontrados por ellos con ( 4 ) y ( 4' ), damos un método para hallar entre los semigrupos anteriores, los que tienen elemento neutro. En el capítulo segundo, ampliamos a grupos, lo realizado por E. Hewit y H. S. Zuckerman; utilizando la definición ( 4" ) y las condiciones ( 2 ) y ( 6" ) ya empleadas en el párrafo tres del capítulo primero, e introducimos la condición ( 4"' ). Como todos los grupos que se engendran, cumplen la condición ( 1 ); esto nos lleva a estudiar en los siguientes capítulos, las relaciones entre grupos que cumplan esta condición. Con estas miras, en el capítulo tercero, hacemos un estudio nuevo de una relación P entre grupos de un mismo conjunto, de modo que a dos grupos que la verifiquen les hemos llamado: Grupos proporcionales; esta relación binaria P entre grupos resulta ser una relación de equivalencia, y por lo tanto los grupos de un conjunto podemos clasificarlos; estando en una de estas clases, precisamente, los grupos que verifican la condición ( 1 ). 133


Finalmente, en el capítulo cuarto, incluimos la definición de lo que llamamos Doble-Isomorfismo entre grupos de un mismo conjunto; llegando a demostrar que existe un doble-isomorfismo involutivo entre los grupos engendrados en el capítulo segundo; es de destacar en este último capítulo, el ejemplo tercero, que nos sugiere algunos estudios, complementarios de este trabajo". Acabada la Introducción a la Tesina haré un pequeño comentario: un día paseando con mi señora por la playa de Santa Pola, al decirle que no sabía que nombre darle a una correspondencia que me salía en la Tesina porque, aunque por un lado el apropiado parecía ser el de bi-isomorfismo por otro lado éste no abarcaba en plenitud todo lo que yo expresaba con la citada correspondencia, no contemplada con anterioridad por los matemáticos. Le dije muchas cosas más sobre lo que quería sugerir con el nombre que le diera a dicha correspondencia y ella, aunque no era especialista en la materia, después de escucharme me dijo que si estuviera en mi lugar la llamaría Doble-Isomorfismo, que era uno de los nombres que yo barajaba, y que por ella fue el que adopté en la Tesina, como hemos visto en el párrafo anterior. Cuando el Preuniversitario fue sustituido por el Curso de Orientación Universitario, o sea, por el COU, los que éramos autores de libros de texto del Plan que se extinguía, y teníamos la intención de seguir siéndolo en el futuro, tuvimos que adaptarnos al cambio que se producía y a sus nuevos programas. Como estos cuestionarios, según la ley que regulaba estos estudios, eran potestad de los diferentes Distritos Universitarios, es decir, de las distintas universidades, éstas establecieron cauces para confeccionarlos. Como a mí me interesaba mucho enterarme, cuanto antes, de los temas que entrarían en el programa de Matemáticas de C.O.U. del Distrito Universitario madrileño, me moví en este 134


sentido para que no me pasara lo de siempre, o sea, que un libro que tenían que tener en sus manos los alumnos en septiembre no pudiera yo empezar a escribirlo antes de mediados de agosto. Pronto supe que el encargado de este cometido en nuestro Distrito Universitario era Fernández Viñas, Catedrático de la Universidad Autónoma, lesionado por entonces, con un brazo en cabestrillo, y que con el tiempo, tan pronto como la Universidad de Murcia instituyó la Carrera de Ciencias Matemáticas, se vino para estas tierras. A través de amigos comunes pude conocer el contenido del programa que Viñas había presentado a sus superiores. La mayor novedad estaba en los primeros capítulos que trataban sobre la Historia de la Matemática. Empecé a escribir el libro y a enviarle al editor los capítulos que iba terminando. Mientras iba escribiendo unos corregía las pruebas de imprenta de los anteriores, hasta que un día recibí una llamada telefónica en la que un amigo me prevenía de que el programa, de Fernández Viñas, corría el peligro de no ser el que definitivamente rigiera en nuestro Distrito Universitario porque D. Pedro Abellanas, del que ya hemos hablado en más de una ocasión, no estaba de acuerdo con el protagonismo de la Universidad Autónoma en esta cuestión y defendía, con el fervor que le caracterizaba, la tesis de que por antigüedad y prestigio la confección del futuro temario de COU le correspondía hacerlo a la Universidad Complutense, y así fue, y como en el nuevo programa que hizo José Javier Etayo, que fue casualmente el elegido para hacerlo, no se incluyó nada de la Historia de la Matemática y sus líneas maestras eran muy diferentes a las establecidas por Viñas, cansado y sobre todo decepcionado, abandoné la idea de escribir el libro. El editor, que llevaba el libro bastante avanzado, más de la mitad estaba ya impreso, fue todo

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un caballero y me dijo: "no te preocupes porque cuando hagas otro libro me resarciré de estas pérdidas". Lo curioso de todo este trance es que el amigo común que me presentó a Viñas y el que más tarde me previno de que el programa, de Fernández Viñas, corría el peligro de no ser el que definitivamente rigiera en nuestro Distrito Universitario era precisamente el mismo, José Javier Etayo, el que definitivamente confeccionó un cuestionario que acabó con todas mis expectativas, aunque la verdad es que nunca se lo recriminé, porque mejoró el programa de Viñas y porque era lógico que intentara quedar bien con su maestro, o sea, con D. Pedro Abellanas, que había sido el Director de su Tesis Doctoral, redactando un programa bastante diferente al presentado por la Universidad Autónoma. Aunque seguía sin parar de dar clases tanto en la Academia Peñalver como en el Colegio Inmaculada Concepción, y le daba una clase particular de COU sin cobrarle nada al hijo del Dr. D. Rogelio Monyol, médico del Ambulatorio de la Seguridad Social que había detrás de la Plaza de Toros de las Ventas al que Maru llevaba a los niños, sin embargo en los ratos libres, igual que había hecho con la Tesina, me dediqué a las asignaturas de los dos Cursos del Doctorado en Ciencias Matemáticas que concluí en junio de 1973. Al siguiente año al convocarse, por el mes de marzo, Oposiciones al Cuerpo de Catedráticos de Bachillerato, las firmé. Pero esto merece comentario aparte. Por el mes de mayo se constituyó el Tribunal para la Oposición en la que yo iba a participar. Me alegré, ¡cómo no!, al ver que el Presidente titular era José Javier Etayo y el suplente, por si el primero no pudiera actuar, José Luis Viviente Mateu. El primero, nombrado ya varias veces en Avivando los Recuerdos, no sólo me había dirigido la Tesina sino que estaba satisfechísimo de lo que en ella hice: 136


saqué varios teoremas nuevos aunque no fueran de mucha monta; y el segundo, independientemente de que fuera primo mío, una persona que confió en mí para sustituirlo en la Academia Peñalver, o sea, matemáticos conocidos y sobre todo que profesionalmente confiaban en mí. Lógicamente Maru rebosaba felicidad con todas estas coincidencias, aunque yo le solía decir que esto no sería decisivo para sacar plaza, porque en el supuesto de que quedara mal en cualquiera de los cinco ejercicios de que constaba la Oposición, José Javier, con llamarme y decirme que no había sido posible cumplía, como yo haría en su caso. Pero también le decía a continuación que yo era el primero en felicitarme por ser José Javier el Presidente que iba a tener en mi Tribunal, porque de lo que sí estaba seguro es que con él, y esto para mí era suficiente, el que lo hiciera peor que yo estaría detrás de mí. La cuestión es que con lo ocupado que yo estaba con mis clases nos metimos en el veintitantos de junio sin poder empezar a preparar la Oposición, y aunque ésta seguramente no comenzaría antes de septiembre, porque el mes de agosto era inhábil y la Oposición solía durar aproximadamente mes y medio, llamé a José Javier y le pregunté sobre el particular. Él me dijo que para el siguiente sábado había convocado a los cuatro Vocales del Tribunal y que pensaba proponerles, como fecha de inicio de las oposiciones, el día 3 de septiembre. Antes de colgar el teléfono ya tenía junto a mí a Maru: "¡qué!, ¿qué dice?" Se lo conté todo, y empezamos a pensar cómo organizaríamos el verano. Por mi parte, le dije que para poder estudiar con la intensidad que debía hacerlo, los siete niños, que tenían 13, 12, 11, 9, 6, 4 y 3 años, podrían irse a Elche y estar en el campo con mis padres y algunos días quizás, como así fue, con su hermana Margarita y su

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esposo Alejandro. Respecto a Maru le dije que ella decidiera si marchar con los niños o quedarse en Madrid. Al fin se quedó conmigo. Mª Remedios, la primogénita de la familia, también quiso pasar el verano junto a nosotros, aunque prácticamente estaría sólo con su madre porque lo convenido era que yo, desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, menos la media hora de la comida, estaría haciendo temas en el despacho. Eran 103 los que tenía el cuestionario de la Oposición y 93 los libros que según Mª Remedios, que tuvo la paciencia y curiosidad de contarlos, tenía yo apilados en el despacho preparados para echar humo. Además, cuando se me llamara para la comida de mediodía, habíamos acordado que no tenían que impacientarse si yo no salía, porque si estaba enfrascado en algún pasaje importante de uno de los temas lo lógico es que lo concluyera. Una de las veces un plato de fideos estuvo horas y horas esperando a que yo saliera del despacho. Era tanta mi dedicación al estudio, que cuando los domingos salía para oír misa me sentía extraño al andar, y es que no me levantaba de la silla para nada, porque hacía un tema por la mañana y otro por la tarde, y a partir de los veinte primeros además repasaba uno de los anteriores, volviéndolo a redactar de nuevo. Hubo dos o tres salidas a comer por ahí, y una tarde fuimos a un merendero que había al lado de la Iglesia del Cristo del Pardo, en todo lo alto del citado pueblo, donde en otros tiempos asistíamos a misa; pero yo siempre me llevaba algún tema para releer. En aquel verano también hubo un hecho destacado y en cierto modo trascendente: tenía yo una circular desde finales de curso de un Sindicato en la que se me comunicaba que tal día de julio habría un sorteo para asignar cinco pisos del Ministerio de la Vivienda a otros tantos profesores de Madrid; fueron Maru y Mª 138


Remedios. Como había que extraer papeletas al azar, que previamente se habían introducido en una caja, los presentes decidieron que fuera la niña, o sea, Mª Remedios, la mano inocente que las sacara, y uno de los mejores pisos, de los más grandes, fue para nosotros. Este piso lo vendí para poder casar a mis cuatro hijos mayores; fue como el maná que cayó del cielo en la Sagrada Biblia. El día 3 de septiembre, como me dijo José Javier, fue el acto de presentación de los opositores ante el Tribunal. Aunque las habíamos firmado algo más de 500, sin embargo allí no habríamos más de 200. Entregamos la Memoria Didáctica según nos iban llamando, y nos advirtieron de que el que se retirara en alguno de los ejercicios debería recogerla, si quería aprovecharla en otra convocatoria. El primer ejercicio fue el de contestar por escrito a dos temas; por allí se comentaba que si dejabas en blanco uno de ellos te suspendían seguro, sólo conocerse los temas se levantaron muchos, recogían su Memoria Didáctica y abandonaban la Oposición; a lo largo de las tres horas que duró este examen algunos más hicieron lo mismo. A los pocos días y de uno en uno fuimos leyendo nuestros exámenes, que previamente el Tribunal había guardado en sobres lacrados. Cuando salió la relación de los que pasábamos al Segundo Ejercicio, sólo figurábamos en ella 82 opositores.. En el ejercicio práctico pusieron una tanda de 5 problemas para toda la tarde, para unas 5 horas. Sólo lo aprobamos 52 cuando eran 60 el número de plazas disponibles o convocadas. En la encerrona grande, o sea, en el tercer ejercicio, de los tres temas que me salieron, elegí "Aplicaciones multilineales. Producto tensorial de espacios vectoriales". En las dos horas que estuve encerrado, "con llave", en un aula, para perfilar la exposición oral que tenía que efectuar del tema ante el Tribunal, en 139


primer lugar y antes de abrir la maleta donde llevaba todos los temas hechos por mí mismo, me dediqué a escribirlo en dos o tres pizarras, de esas que sube una y aparece debajo otra, y la verdad es que quedé satisfecho de como me quedaba. Busqué entonces el tema entre los que yo traía hechos de casa, pero al darme cuenta de que cambiaban el orden y algunos detalles respecto al que acababa de escribir en las pizarras, borré todo lo que en ellas había puesto y lo volví a rehacer concienciándome, además, de que iba a hacerlo muy bien ante el Tribunal. Con esta moral afronté mi exposición del tema y me pareció lógico cuando después me vi entre los 43 que pasábamos al cuarto ejercicio, o sea, al de la defensa de la Memoria Didáctica, en el que aprobamos todos los que seguíamos "vivos". Finalmente en el quinto y último ejercicio, en el de la encerrona pequeña, o sea, en el oral sobre una lección de Bachillerato de las que tendríamos que explicarles a los alumnos en el instituto, yo expuse el tema "Función continua". Sacamos plaza 41, o sea, que aún suspendieron en el quinto ejercicio a dos; a uno de ellos lo conocía bastante porque había hablado varias veces con él e incluso se lo había presentado a Maru; este chico tenía una experiencia docente de más de 15 años como Profesor Agregado en un Instituto de Valencia. Como no salieron plazas por mi tierra alicantina, ni una en Elche y sus alrededores, me tuve que conformar con irme, aunque fuera al año siguiente según veremos después, al Instituto de Caravaca de la Cruz, a unos ciento treinta kilómetros de Elche, mi ciudad natal. Pude irme a Málaga pero no quise. Por entonces, el Ministerio de Educación y Ciencia tardaba casi un año en hacer efectivo el nombramiento de los nuevos Catedráticos de Bachillerato, por eso continué en Madrid todo el Curso 1974-75, a pesar de que el representante

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ministerial que estuvo en el Acto de Petición de plaza nos dijo que el que quisiera podría incorporarse al instituto, que le había correspondido, como profesor interino. Para mi familia fue un verano redondo. Teníamos piso nuevo en Madrid, aunque poco lo íbamos a poder disfrutar, y lo que era más importante a mí ya no me asustarían, aunque yo creo que nunca me preocuparon en demasía, interrogantes como los siguientes: ¿y si las oposiciones no se celebraran en Madrid?, ¿y si las suspendiera con el panorama que se vislumbraba en la Academia Peñalver?, etc. Dejándonos de disquisiciones metafísicas, porque la realidad era muy otra, seguiría ese Curso 1974-75 en la Peñalver cobrando como si diera 9 horas diarias de clase cuando en realidad sólo impartiría 6. Las tres que cobraría de más era una forma de pagarme a plazos el despido de las mismas; según lo acordado. Al año siguiente daría tres y cobraría el despido de otras tres, ¡pero no!, porque ese curso tomaría posesión de mi Cátedra de Matemáticas en el Instituto de Caravaca de la Cruz, o sea ¡cobraría ya como Funcionario del Estado! Ese último curso que pasé en Madrid fue muy especial. Arreglamos de forma rudimentaria pero bastante completa el piso que nos tocó del Ministerio de la Vivienda, al cual regresaríamos en más de una ocasión. Por allí pasaron y recibieron la visita de José Antonio, el novio de mi hija Mª Dolores, mi madre, Mª Dolores y mis primas segundas Josefina y Salvadora García Castaño cuando todas juntas hicieron "una escapadita" a la Capital de España; también fueron en ocasiones los padres de Maru, para las revisiones médicas de su madre etc. Quince años después lo vendí y me permitió casar, con cierto desahogo, a mis cuatro hijos mayores.

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¿Cómo sería Caravaca de la Cruz como pueblo? La primera información que nos llegó vino a través de una postal, con una vista de Caravaca,

que nos envió

Margarita, hermana de Maru, en la que se veía una calle que no estaba ni asfaltada y en la que las casas tenían accesos de entrada de carros. Menos mal que los incipientes malos augurios se desvanecieron rápidamente, por Navidad, con nuestra primera visita al pueblo en el que íbamos a estar al menos dos años, según la legislación vigente en aquellos momentos. Se trataba de un pueblo de unos 20.000 habitantes con bastantes comercios, algunos de cierta importancia. Por ejemplo, la cafetería Dulcinea donde compramos las típicas yemas de Caravaca estaba bastante bien, con muchos clientes en su interior que vestían y charlaban como en cualquier cafetería de Madrid. Paseamos por las calles, vimos iglesias, librerías, un colegio de monjas y al fondo la Plaza del Ayuntamiento, donde años después pondrían unas hermosas estatuas que le encargaron a Rafael Pi, al primer Secretario que hubo en el instituto durante mi etapa como director del mismo. Entramos a la Iglesia del Salvador, en la que bautizaríamos, en 1977, a Margarita de la Cruz, que nació en esta ciudad, según dijimos. Subimos al castillo en el que se guarda la Santa y Vera Cruz de Caravaca y después vimos el instituto. Cuando volvimos a Elche, estábamos convencidos de que habíamos realizado una buena elección de plaza. Durante el segundo trimestre tuve contactos telefónicos tanto con José Cos, director saliente, con el que me entrevisté por primera vez en la cafetería del Corte Inglés de Murcia, como con el Catedrático de Matemáticas, Francisco Ros, que era toda una institución docente en la provincia de Murcia, Director de un Instituto de Lorca y por extensión del de Caravaca cuando éste fue Sección Delegada del que 142


él dirigía. Era un personaje tan relevante que el instituto donde él estuvo, hoy día, lleva su nombre. Estos contactos desembocaron en mi nombramiento como Director del Instituto de Caravaca de la Cruz, el día 1 de octubre de 1975, aunque yo lo supiera mucho antes a través de Paco Ros. Maru y yo asistimos a dos cenas en el propio instituto, bajo la batuta gastronómica de Paco, el librero: una en Semana Santa y otra en junio, que me permitieron ir conociendo al profesorado y poder elegir con criterio, con conocimiento de causa, a los que me ayudarían a dirigir el centro, o sea, al Vicedirector, Secretario, Jefe de estudios y Vicesecretario. El 1 de octubre empezó a rodar con total normalidad el Curso Escolar; fue el principio de los dos años que pasaríamos en Caravaca de la Cruz. Vivíamos al final de la Gran Vía, la calle principal del pueblo, y sin embargo nuestra casa prácticamente en el campo. Por ejemplo, mientras comíamos en la cocina lo único que veíamos a lo lejos, a través del amplio ventanal de la misma, era la sierra y pegados a nuestra casa los albaricoqueros y el camino por el que yo caminaba muchas veces hasta la carretera Caravaca de la Cruz-Barranda. El cambio de Madrid, con sus prisas e intenso tráfico, por la paz y la calma de este noble y recio pueblo murciano benefició grandemente a los niños y a toda la familia. Las niñas iban al Colegio de la Consolación, al otro extremo de la calle en la que vivíamos y los niños a Colegios Públicos. En el pueblo no habían distancias. A mi hijo Diego, por ejemplo, me lo vi llegar al instituto dos o tres veces aprovechando el recreo matinal de su colegio. Maru iba con asiduidad a misa a la iglesia de los frailes, en la que había un cuadro de un Cristo que le impresionaba, y después hacía la compra en el mercado, frente a la cafetería Dulcinea. 143


Con Mariano, el alcalde, y Joaquín, el juez, que era de Elda, fui, por ejemplo, a hablar con el Gobernador Civil de Murcia para asuntos relacionados con la Residencia de Ancianos que se estaba construyendo en Caravaca de la Cruz. El Ministerio de Educación me nombraba siempre, a petición del ayuntamiento de esta ciudad, para el Tribunal que examinaba a los Policías Locales. En el instituto se hacían las Pruebas Físicas y yo era el que preparaba el dictado, les ponía unas operaciones aritméticas y un problema de algo más de enjundia. Una vez llamó la atención, a los demás componentes del Tribunal, o sea, al Alcalde y al Representante Gubernativo que venía de Murcia, el que decía: "Si está prohibido circular por el pueblo a más de 40 Km./hora ¿debe multar un policía local a un conductor que tardó 1,2 segundos en recorrer la distancia de 15 m. que separa dos árboles consecutivos de la Gran Vía?" También formé parte del Tribunal de Oposición en la que, Eladio Salas, sacó la plaza de Jefe de iluminación y Electricidad de Caravaca de la Cruz. Las relaciones del instituto con las instituciones del pueblo, con los demás centros docentes, con los frailes y, por ejemplo, con los que dirigían la revista que los mismos publicaban, eran inmejorables. Por eso me animé a resolver un problema que, desde hacía muchos años, tenía planteado el Instituto de Caravaca, como era el de disponer de un comedor para los alumnos que venían de fuera: de Moratalla, Calasparra o de cualquiera de las Pedanías. Hablé con Mariano, el alcalde, para montar una estrategia conjunta frente a la resistencia de la Delegación de Educación y Ciencia de Murcia. Fui a Murcia y le expuse a Augusto, o sea, al Delegado Provincial de Educación, el problema que significaba para el instituto lo del comedor. Él, como yo esperaba, dijo que ni había dinero ni se estaba por ahora pensando en hacerlo. Yo le presioné diciéndole que la 144


gente, alcaldes y pedáneos de la zona de influencia del instituto, se estaba impacientando y que pronto este problema se haría inaplazable. Contacté con todas las autoridades del entorno y les dije que debían escribir una carta al Delegado Provincial de Educación, pidiéndole que se contemplara, de una vez por todas, en los presupuestos de la Delegación la construcción del comedor del Instituto de Caravaca de la Cruz, que llevaba esperando desde que se inauguró hacía ya muchos años. Por otro lado, con Mariano gestioné todo lo relativo a la donación por parte del Ayuntamiento de Caravaca de una parcela, contigua al instituto, que tenía algo más de 2.000 metros cuadrados y era de propiedad municipal y sin la cual no podríamos tener el tan ansiado comedor. La secuencia de todo lo que sucedió hasta lograr que se construyera el comedor fue la siguiente: Augusto, el Delegado Provincial, me llamó un día para decirme que tranquilizara a las autoridades de la zona porque la Delegación estaba haciendo el máximo esfuerzo para solucionar el problema. En una conversación distendida, riéndose incluso, me decía: "¡diles a los alcaldes y pedáneos que no me escriban más cartas porque ya no me caben en la mesa!" Pasó el tiempo, y volvió a llamarme, esta vez para que resolviera cuanto antes lo de la compra de una parcela por parte del Ayuntamiento de Caravaca, para construir en ella el comedor. Mariano, el alcalde, me dijo que tan pronto pudiera convocaría un Pleno monográfico sobre el tema. Hablé con todos los concejales, les aleccioné, les dije que era la ocasión para resolver el problema que tanto había inquietado a todos, y que esperaba que en ese Pleno todos estuvieran a la altura de las circunstancias. Me reí mucho, quizás por lo satisfecho que me sentía, cuando algunos concejales me comentaron

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después que en dicho Pleno aunque cada uno discutía con los demás todos venían a decir lo mismo. Antes de marcharme de Caravaca el comedor estaba construido, y aunque no lo vi funcionar como tal, hasta dos años más tarde que fue cuando comí en él al atender una invitación de la nueva dirección del instituto, sin embargo en mis últimos meses como director y con motivo de las primeras Elecciones Generales democráticas en nuestro país, el comedor tuvo un gran protagonismo porque en él se celebraron innumerables mítines de los muchos partidos políticos que a ellas concurrieron, casi todos ellos hoy día en el olvido. Mi integración, y la de toda mi familia, con la gente del pueblo fue total. Yo participaba en las tertulias de la trastienda de la librería Paco, donde mis hijos tenían cuenta abierta para el material escolar que necesitasen, y en las que siempre éramos obsequiados por la casa con algo para picar. Mi relación, por ejemplo, con Diego Giménez y su familia fue muy afectiva. Como él estuvo preparándose en Madrid para ingeniero agrónomo, incluso uno de sus tíos daba clases en dicha Escuela Técnica Superior, y había estudiado bastantes matemáticas, mantuvimos jugosas conversaciones al respecto. Le regalé el Análisis Algebraico de Julio Rey Pastor que estaba agotado porque él, que lo había estudiado en su juventud y lo había perdido, quería tenerlo. Me agradeció incluso las anotaciones que yo ponía en el libro a pie de página. Diego Giménez era toda una Institución del Castillo donde se guarda, según dijimos, la famosa Cruz de Caravaca, fue Hermano Mayor de las Fiestas de Moros y Cristianos durante varios años y fundador de la Sociedad de la Cuchara y el Tenedor, a cuyas reuniones solíamos asistir Maru y yo como miembros que éramos de la misma. Diego nos invitaba muchas veces a tomar migas a su casa, a la matanza en una de sus fincas 146


y, por ejemplo, a mi cuñado Alejandro, casado con Margarita hermana de Maru, a cazar en sus cotos. En su finca del Cantalar, una serranía en la que abundaban las cabras montesas, había un manantial y tenía una planta embotelladora para comercializar con el nombre de la finca el agua. Botellas de agua mineral Cantalar las comprábamos nosotros en Elche cuando nos vinimos de Caravaca. Los viernes, desde las diez de la noche hasta aproximadamente la una de la madrugada, nos reuníamos Maru y yo con otros matrimonios amigos en el Polideportivo Municipal. Asistían, entre otros, Antonio y Juan Marín, Manolo Ledesma, el médico, Eladio Salas, Mariano, el alcalde, Joaquín , el juez, etc. y sus esposas. Cada semana invitaba uno de los matrimonios trayendo consigo las viandas a consumir, porque en el recinto deportivo sólo estábamos nosotros. Allí charlábamos hasta del sexo de los ángeles. Los sábados a la hora del aperitivo, para nosotros de una a tres, nos reuníamos en el bar de estas instalaciones deportivas sólo los hombres. Pagaba lo mismo el que llegaba a la una que el que lo hiciera a las tres menos diez minutos. Como los alumnos tenían ganas de aprender y los profesores eran competentes y trabajadores el instituto iba viento en popa. Colaboraron mucho conmigo, entre otros, Pedro Mora, que fue Jefe de Estudios, Rafael Pi, Secretario, Juan Mora, Pepe Moya, que fue Director del Colegio Cervantes e Hijo Predilecto de Caravaca de la Cruz, Teodoro y Encarna Guirao, que venían del Cervantes, Maravillas Marín, un tal Gregorio con el que coincidiría más tarde en el Instituto de San Vicente del Raspeig y Antoñita Ríos, que sería después durante muchos años compañera en el Instituto Carrús de Elche. A veces nos reuníamos varios profesores y nos íbamos a comer guíscanos, una clase exquisita de setas, a una casa particular de Moratalla y en su propio 147


comedor la dueña nos los servía; a degustar jamón de Jabugo a un bar de Cehegín o brevas con anís a la finca de Ricardo, uno de los profesores de Matemáticas del Instituto. Comimos migas en La Paca y paella en Lorca, en la casa de campo de Francisco Méndez, profesor de Historia del Instituto, que vivía en Murcia al lado de El Corte Inglés. Pescaba truchas en los embalses del Río Taibilla, con Antonio Marín. Nos invitaban a toda la familia, por ejemplo, a comer cordero en una finca, de un magnate de la conserva, en Cehegín, y los "Marines" a pasar unos días en la playa de Calabardina en Aguilas, ciudad donde nació el gran actor Paco Rabal al que le vi en Madrid una interpretación magistral de La Vida es Sueño de Calderón de la Barca, en la que destacó su peculiar forma de recitar, en esta ocasión desde el interior de una celda. También comimos migas en la finca que tenía Pepe Moya en Pliego. Las fiestas de Moros y Cristianos del mes de mayo eran por demás. Empezaban con el tío de la Pita que endulzaba con su dulzaina a todos los estudiantes, grandes y pequeños, llevándoselos lejos de sus centros docentes con lo que se iniciaban las fiestas. Asombraba al vecindario y más aún al visitante la forma como engalanaban a los caballos, con sus lomos cubiertos de bellos tapices bordados en grana y oro y otros colores. Eran espectaculares la Carrera de los Caballos del Vino, subiendo la cuesta del castillo y los bellísimos desfiles. Había fiesta por toda la ciudad y cábilas funcionando a pleno rendimiento, bailes, discurso del Rey Moro, un año a cargo del profesor de Matemáticas Pedro Mora, aunque éste fuera lorquino. Juan Marín, hermano de Maravillas y con farmacia en Bullas, era el Hermano Mayor, por aquél entonces. Antonio, su hermano, presumía de no dormir mientras durasen las fiestas.

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A la familia las fiestas nos afectaron de lleno: Antonio, nuestro hijo, en lo más alto de una carroza, con un vestido precioso y reluciente, presidiendo junto a una niña a todos los que en ella participaban; Francisco con espada y todos sus menesteres desfilando como un hombre; Mª Remedios y mi sobrina Mª José como doncellas del Califa con todo el boato que les correspondía; y los demás, sobre todo Diego, saltando y bailando por las calles con sus amigos. Cuando llegamos a casa, el día de la Fiesta Mayor, teníamos invitaciones para comer tanto con la Reina Mora como con la Cristiana, que tuvimos que atender como pudimos. Además por Navidad, en la Residencia de Ancianos, las monjas montaron un Belén Viviente con Mª Dolores como Virgen María; ¡estaba guapísima con un bebé en sus brazos! Las grandes huelgas que hicieron, por aquella época,

los profesores

interinos de Instituto para que se les abrieran nuevos cauces de acceso a la Función Pública, o sea, para que se convocaran oposiciones restringidas para ellos, me cogieron como Director del Instituto de Caravaca de la Cruz. Algún profesor me comentaba que en las oposiciones libres, como la que yo había hecho, nunca se había dado el caso de que aprobara profesor alguno del Instituto de Caravaca. Cuento todo esto, porque hubo un gran malestar entre los padres de los alumnos que me llevó a convocar una reunión entre ellos y los profesores, y en la que yo actué de moderador. En este cara a cara hubo lógicamente, como era de esperar, momentos de mucha tensión con alguna que otra palabrota por parte de algunos padres y la crispada contestación por parte de ciertos profesores. Si la sangre no llegó al río fue, entre otras cosas, porque tanto por uno como por otro bando contaba yo con grandes amigos. Así pues, todo acabó en paz, tranquilidad y propósito de enmienda. 149


Cumplidos los dos años que como mínimo teníamos que estar en Caravaca de la Cruz, como ya dijimos, y con la alegría de traernos con nosotros a una guapa caravaqueña como era Margarita de la Cruz, volvimos a nuestra tierra alicantina; exactamente nos fuimos a vivir a la Calle Ab El Hamet, de Alicante, desde donde iba, a diario, a mi nuevo Instituto de San Vicente del Raspeig. Al año siguiente cambié mi residencia a Elche, aunque permaneciera aún tres cursos más en el mismo instituto. En mi ciudad natal disfrutaría a partir de entonces, y en propiedad, de un piso de grandes dimensiones que acababa de recibir de mis padres y que favorecía la confortabilidad de mi familia. No solamente éramos diez en casa sino que los hijos se nos hacían grandes. Mª Remedios había estudiado ya el primero de Bachillerato en Caravaca de la Cruz, el segundo en el Miguel Hernández de Alicante, y se disponía a cursar el 3º de BUP en el Instituto de Ntra. Señora de la Asunción de Elche y los demás seguían sus pasos: Mª Dolores en el mismo instituto que Mª Remedios y Diego en el Jorge Juan de Alicante y con sus hermanas en Elche. En el Instituto de San Vicente del Raspeig conocí, entre otros profesores, a Cayetano, un gran director con pretensiones de inspector aunque no sé si con el tiempo llegaría a serlo; a Francisco Mas, de Crevillente, profesor de Física que después se hizo farmacéutico; Fernando Grandes, profesor de Literatura y Director del Teatro Arniches de Alicante; D. Pascual, cura del Sagrado Corazón de Jesús y de San Juan de Elche, al que veo muchas veces caminando, al igual que hago yo, por nuestro pueblo; y a Pedro Martínez, que pasaría conmigo muchos años en el Instituto Carrús y en el Seminario de Informática de Elche. En San Vicente lo pasé muy bien, como en los demás Centros de Enseñanza donde estuve. En el Departamento de Matemáticas me encontré con 150


varios licenciados en Ciencias Matemáticas cuando en Caravaca de la Cruz no hubo ninguno, aunque para ser justo diré que Pepe Moya lo era de cuerpo entero como lo demuestra el hecho de que a los pocos años vino a Alicante, donde estableció su residencia, como Catedrático de Matemáticas del Instituto Politécnico de esta ciudad. Desde Elche me desplazaba a diario al Instituto de San Vicente del Raspeig, con mucha calma y tranquilidad: cogía el autobús Elche-Alicante, después iba andando, poco menos que viendo escaparates, hasta la Plaza de Toros, muchas veces en este trayecto desayunaba, allí cogía el autobús para San Vicente, en dos o tres ocasiones me dieron billetes capicúa. Me apeaba cerca del instituto, daba mis clases y deshaciendo el camino recorrido por la mañana llegaba a comer a Elche. Como tenía las tardes completamente libres y había que entretener al auditorio, me refiero con esta expresión a los niños, sobre todo a los más pequeños, me convertí en criador de canarios. Empecé con dos parejitas y llegué a tener casi cien canarios. Llené la galería interior de la casa, la que daba al patio de luz, de grandes y espaciosos jaulones, ponía dos parejas en cada uno de ellos. Los alimentaba con alpiste, harinas especiales a las que les ponía vitaminas, antibióticos, etc, hojitas de sitró, una especie de florecillas que les encantaba e hidrataba. Limpiaba los jaulones con desinfectantes de uso habitual en hospitales; resumiendo, que no se me moría ni un pájaro. Lo que empezó con fines pedagógicos y ecológicos para pequeños y mayores, acabó siendo un trabajo bastante respetable, por lo que cuando me cansé me deshice del tinglado que había montado. Una pajarería se lo llevó todo, limpiamos la galería de arriba abajo, pusimos unas estanterías metálicas con su correspondiente cortinita y allí 151


colocamos ollas, cajas, todo lo que molestaba por otros sitios de la casa y que poco o nada hemos utilizado. Con lo distraído que estuve con mis clases, mis viajes y los pájaros, sin darme cuenta, en octubre de 1981, me vine a Elche, al Instituto Carrús en el que permanecería hasta el 19 de junio de 2002 en que me jubilé, a la edad de 70 años, tras cinco años de prórroga voluntaria y deseada.

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CAPÍTULO VI DE NUEVO EN ELCHE

Nada más incorporarme, en 1981, al Instituto Carrús de Elche como Jefe del Departamento de Matemáticas, convoqué una reunión del mismo para unificar criterios. Por ejemplo, como había observado que los libros de texto según del curso que se tratara eran de una u otra editorial, y yo pensaba que para mantener la línea expositiva de los temas debían ser todos de la misma, saqué este asunto a discusión. Desde entonces y hasta 23 años después que me jubilé los libros de Matemáticas del Carrús fueron siempre de la editorial Anaya. También me impliqué en el despertar informático de las Enseñanzas Medias y de la EGB en nuestra ciudad que, al igual que en otras muchas, se produjo por la década de los ochenta y que, en Elche, lideramos el profesorado del Departamento de Matemáticas de mi nuevo instituto aunque se integraran en este movimiento de innovación pedagógica, dando lugar al nacimiento del Seminario de Informática de Elche, profesores de otros Departamentos de nuestro instituto, de la UNED, del Instituto de la Asunción o de algunos Colegios Públicos de EGB. Antes de relatar el proceso de informatización, al que he hecho referencia en el párrafo anterior, desvelaré algunas de las claves que lo hicieron posible. Nada más regresar a Elche me enteré de que mi hermana quería deshacerse del piano que le compraron mis padres, hacía de eso ya 33 años, y como para mí tenía cierto 153


valor sentimental y lo que pedía, unas 50.000 pts., no me parecía excesivo, se lo compré. Buscamos un profesor de música y matriculamos a nuestros hijos, excepto a Diego y a Margarita de la Cruz, en el Conservatorio de Música de Murcia, al que los llevé durante algún tiempo hasta que trasladamos sus matrículas al de Alicante. Aunque fueron seis de mis hijos los que empezaron yendo al conservatorio, con los años todos menos Francisca Mª, fueron abandonando estos estudios. Ella fue la única que acabó estudios de piano, los demás aprobaron algunos cursos, asignaturas sueltas y se olvidaron de la música. Francisca Mª es muy aficionada a la música y tiene mucho gusto para la misma. Compuso la música y orquestó, con el coro de voces de su marido, de su hermano Antonio y de su cuñado Joaquín, el soneto, que le hice en su cuarenta cumpleaños a su hermano Diego, y que incluyo a continuación, convirtiéndolo en una preciosa melodía, en una canción merecedora de presentarse a algún concurso: Los años de la vida son blasones, escudos que nos llenan de pasado. Los de Diego repletos de crespones que envuelven a un león amenazado.

Volanda de crespones, por tu estilo, elegante, amable y conciliador. En cuanto al león que está en vilo representa a tu oponente perdedor.

Aunque principio y fin no sean nada, 154


y aunque los cuarenta hayas cumplido ¡junto a ti a la primer llamada!

Y es que algo insustancial nos une a los que aquí nos hemos reunido ¡El amor, para que quedes impune! Diego, encantado con la pieza musical que le compuso su hermana, se la grabó en el móvil y la escucha tantas veces le llaman por teléfono. No obstante lo dicho, profesionalmente Francisca Mª se pasa el día dando clases de Religión en un Colegio Público. Como cada día que llevaba a mis hijos al Conservatorio de Alicante, junto a la Plaza Gabriel Miró y Correos, tenía que esperar casi dos horas a que salieran, pensé en contactar con algunos profesores, con tal de aprovechar estos "lapsus" de tiempo. Lo primero que hice fue localizar a Fernando Piqueras, Catedrático de Matemáticas que me reemplazó en el Instituto de San Vicente cuando yo me vine a Elche, porque, en cierta ocasión, me había hablado de su afición y dedicación a la programación con máquinas Hewlett Packard con fichas. Después de convencerle de que podía iniciarnos en esta materia a unos cuantos profesores más, a los que les expuse mis proyectos, logré que el Instituto Miguel Hernández de Alicante, el más próximo al domicilio de Fernando, nos facilitara una de sus aulas en la que nos reuniríamos todos nosotros. Así emprendí la marcha hacia la Informática. Mi fervor informático pronto prendió en todos los profesores del Departamento de Matemáticas del Carrús, como lo demuestra el hecho de que algunos de ellos se animaron y acudieron a la que yo solía llamar Aula Piloto de Informática del Instituto Miguel Hernández. 155


Esa pasión por la informática abrió las puertas del Carrús los sábados, cuando ningún instituto de Elche lo hacía. Dimos cursillos para que los alumnos aprendieran a manejar con agilidad las máquinas de calcular. Para ello les proponíamos largos cálculos aritméticos en los que aparecían potencias, logaritmos, cocientes etc. para que los efectuaran sin trocearlos, o sea, sin hacer uso de resultados parciales para proseguir; se les exigía que llegaran al resultado final de un solo "golpe". Lógicamente, el manejo de los paréntesis en aquellos cálculos era primordial. Fue tal el trabajo realizado, que muchos años después Diego Romero, profesor de Física que después volveré a citar, al comprobar que había extraviado la carpeta en la que lo había guardado se lamentaba de no encontrarla y buscaba a alguien que se los dejara, para volver a explicárselo a sus alumnos; y tal el empeño que poníamos en esta labor informática que, por ejemplo, un sábado Pasqual Mollá me dijo: "Diego a ver si me dejas un hueco en tus explicaciones para poder exponer yo algo, de lo que he preparado, porque pienso que puede interesarle a los alumnos". Pasqual es hoy día uno de los dos o tres miembros más valiosos de IU en la Comunidad Valenciana. A su señora, que debe ser periodista o algo así, la conocí en la gala especial que ofrecieron, el 25 de octubre de 2001, a cientos de ilicitanos representantes de todos los estamentos sociales en el Hotel Huerto del Cura, mi amigo Antonio Antón Vázquez, su señora María Teresa Puntes y sus hijos en el cuarenta aniversario de Publi Antón. Un día quedé con Pasqual en que iría a mi casa a consultar algunas revistas matemáticas porque tenía que proponer algunos problemas, como miembro que era de un tribunal de oposición a Agregados de Matemáticas de Instituto. Yo le comenté a Maru que vendría Pasqual, le dije que además de matemático era un 156


destacado militante del PCE, aunque su porte "no cuadrara" con el estereotipo comunista de las películas. Maru, nada más irse Pasqual, con su proverbial bondad e inocencia política, pero sintiendo de veras lo que decía me manifestó: "Pasqual me parece muy buen chico para ser del PCE, yo creo que lo han engañado". Esta anécdota se la conté a Pasqual y nos reímos lo que quisimos. En estas jornadas de los sábados actuábamos seis o más profesores del Departamento de Matemáticas. Funcionaban dos aulas, una para máquinas de calcular, como ya hemos comentado, y otra para máquinas programables. Los profesores compramos, con dinero que poníamos de nuestros propios bolsillos, una Hewlett Packard, con fichas, y una Casio, con minipantalla gráfica. La Dirección del Carrús, viendo cómo los profesores trabajábamos en estas sesiones sin que nadie nos pagara nada, que gastábamos de nuestro dinero y que llenábamos a reventar las dos aulas, vino en nuestra ayuda y compró una Sinclaire, o sea, un pequeño y rudimentario ordenador, y dos televisores de 14 pulgadas para que pudiéramos "correr" los programas y gráficos que íbamos realizando. No obstante, pienso que nuestro despertar informático no se produjo hasta que el Carrús compró, aunque fuera en una versión bastante primitiva, un ordenador Apple. A nuestros cursillos de los sábados acudieron también profesores de otros centros, entre ellos, Antonio Fuentes, Secretario de la UNED de Elche y primo segundo mío, por ser primas nuestras madres, y Diego Miñano. Se integraron de tal modo en el grupo de profesores del Departamento de Matemáticas del Carrús, que cuando formé el Seminario de Informática de Elche, ellos participaron en el mismo junto a Francisco Vives, actual Jefe del Departamento de Matemáticas del Carrús, Juan Úbeda, Diego Romero, padre de Encarni Romero Colmenero, que es la primera astrónoma del mayor telescopio del Hemisferio Sur en Sudáfrica, y Pedro 157


Martínez, todos ellos del Carrús, Mª Carmen Bel, de la Asunción, Fernando Piqueras, del Instituto de San Vicente del Raspeig, y alguno más como, por ejemplo, la Sra. de Diego Romero. Empezamos dando los Cursillos de Informática de la UNED, por los que pasaron cientos de alumnos y de lo que nos pagaban guardábamos el 5% para la compra de material o de otras necesidades. Aunque en la mayoría de estos cursillos sólo enseñábamos a programar en Basic, que era el lenguaje informático más utilizado, no obstante dimos algunos de más nivel en los que aparte de la programación veíamos, con todo detalle, las partes del ordenador y explicábamos, por ejemplo, el Álgebra de Boole, la simplificación de circuitos o el modo de evitar errores. Del mismo modo que todos los Cursillos de Informática de la UNED los impartíamos los profesores del Seminario de Informática de Elche, del que yo fui elegido jefe aunque con anterioridad ya actuaba como tal al ser su creador, también nos ocupábamos de los que organizaban, Iván Aranda y José Brotóns, en la Universidad Popular y atendíamos a los que patrocinaban la Escola D'Estiu o el CEP. El Ayuntamiento de Elche, del que dependía la Universidad Popular, llegó incluso a hacernos contratos en toda regla. Fue un hecho que yo nunca entendí aunque, al preguntárselo a Iván, o sea, al director, me dijo que era para estar acordes con la legislación vigente. Nos afiliaron a la Seguridad Social a la que ya pertenecíamos, nos hicieron ir al INEM como si estuviéramos en el paro cuando éramos Funcionarios del Estado, e incluso nos dieron tarjeta médica con el médico que nos correspondía, cuando todo esto lo teníamos cubierto. Toda esta documentación la guardo porque la considero anecdótica por su futilidad.

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Con el tiempo vinieron los aires informáticos oficiales a la enseñanza. La Generalitat Valenciana tomó cartas en el asunto y quiso crear dos o tres Centros Pilotos en la provincia de Alicante. Hubo un concurso de méritos para ver en qué centros se implantaban. Carrús aportó por escrito todos los cursillos realizados y sacamos el nº 1 de la provincia, por lo que fuimos el primer instituto alicantino en tener Aula de Informática, con ocho ordenadores última generación. Como Jefe del Aula de Informática tuve que ir varias veces a Valencia, asistir a Cursillos de la Generalitat en el Instituto Jorge Juan o en el Figueras Pacheco de Alicante. Nos metimos de lleno en el lenguaje de programación Logo, algo infantil pero muy gráfico, con el que realizamos muchos programas, algunos muy vistosos como el que hice de la "gasolinera" en el que no sólo se veía, con toda claridad, la manguera y salir la gasolina sino que se apreciaba con claridad cómo cambiaba de forma continua la cantidad a pagar según manaba el combustible. Sacábamos líneas caracoleadas multiformes, árboles que se iban espesando hasta quedarse toda la pantalla hecha un borrón, chalets con jardín, árboles, con el camino de entrada al mismo y con toda clase de detalles: puerta de entrada, ventanas, chimenea, etc. En la Escola d'Estiu entrábamos a clase, a la misma aula, varios profesores, uno de ellos explicaba y los demás sentados como si fuéramos alumnos lo escuchábamos, aunque a lo largo de la clase casi todos interveníamos comentando algunos matices de los programas que allí se realizaban. El CEP, hoy día CEFIRE, o sea, el Centro de Profesores, encargado de programar cursillos sobre cualquier materia vigente en los cuestionarios de las Enseñanzas Medias o de Primaria, organizaba algunos sobre Informática, a los que

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asistían profesores de Elche y sus alrededores, por ejemplo, de Crevillente, Aspe o Santa Pola y que impartíamos en el Aula de Informática del Carrús. Un día vino a verme, Antonio Ramón Guilabert, Director de El Periódico Elche y Gerente de Radio Elche, para ver si le hacía un programa, que él necesitaba para poner en marcha el Concurso de la Carambola que tenía pensado organizar en su periódico y, que ningún informático de los que había visitado supo hacerle. El programa informático que precisaba tenía que hacer todas las fichas posibles con tres nombres, de los establecimientos que se anunciaban en dicho periódico. Por ejemplo, si eran 20 las empresas que se anunciaban tendrían que salir por la impresora 20.19.18/6=1140 fichas, pero cuando fueran 30, las fichas a confeccionar serían 30.29.28/6=4060. Como el número de establecimientos podía variar con el tiempo, el programa contenía intrínsicamente un problema puramente matemático, por eso recurrió a nosotros. Y es que en Informática no se puede hacer un programa sin tener en cuenta la materia, en nuestro caso científica o matemática, que lo sustenta. El ordenador podrá sacar las fichas con mucha rapidez, con lo que ya hace su papel, pero para ello hay que suministrarle de forma precisa las órdenes, para que pueda hacerlo, en un lenguaje que él entienda: Basic, Cobol, Pascal, etc., porque

al

ordenador, lógicamente, no se le puede exigir que piense, ya que esa es una facultad específica del ser humano, al menos en un estadio suficientemente amplio y significativo. El programador, con lo que sepa sobre programación y sobre la materia en la que se apoya el programa, es quien tiene que comunicarle, a través del programa, la tarea que ha de realizar. Hicimos el programa e incluso imprimimos las fichas en el propio instituto; Antonio Ramón traía el papel continuo y ambos de rodillas lo recogíamos según 160


salía de la impresora con las fichas ya confeccionadas. Informáticamente hablando, era todo bastante rudimentario, respecto a como se puede hacer hoy día, pero la Carambola se hizo realidad. La Carambola funcionaba de la siguiente forma: cada día, al comprar El Periódico Elche, te daban una cartulina, una ficha, en la que iban impresos, como ya dijimos, tres nombres de otros tantos establecimientos de los que ese día se anunciaban; si en el sorteo que se efectuara por la noche en Radio Elche salían, sin tener en cuenta el orden, los tres nombres de tu ficha te abonaban 10.000 pts. Como no le cobré nada por realizar el programa, porque consideraba que la labor que hice debía considerarse como una colaboración entre Instituciones de nuestro pueblo, Antonio Ramón a veces me enviaba a casa un paquete de fichas, como si hubiéramos comprado nosotros 60 ó 70 ejemplares del periódico, que yo repartía entre mis hijos. Por eso un día le tocaron las 10.000 pts. a mi hijo Antonio. Antonio Ramón, uno de los hombres más emprendedores y competitivos de los que he conocido, cambió de trabajo y se colocó en Alicante en la empresa audiovisual Tabarca, que hacía algunos documentales para Canal Nou. Al enterarse él de que yo estaba escribiendo un libro sobre Jorge Juan Santacilia, o sea, sobre el mejor científico español del siglo XVIII, nacido en Novelda pero de madre ilicitana, me dijo que este personaje era uno de los que tenía "in mente", desde hacía meses, para llevarlo a la televisión. Asistió a la presentación que hizo de mi libro, Biografía y Matemática de Jorge Juan, Gaspar Mora, Catedrático de Análisis Matemático de la Universidad de Alicante y ex Director de la UNED de Elche, en el Salón de Plenos del Exmo. Ayuntamiento de Elche que estuvo a rebosar, con gente hasta por la escalera de acceso al mismo según me dijeron. En mi intervención leí, en honor del gran escritor y poeta ilicitano Baltasar Brotóns, tío de Maru, la 161


secuencia poética que le dio cobertura en el libro a la muerte de Jorge Juan Santacilia. El libro, con anterioridad, había sido presentado en el Casino de Novelda por el docto abogado noveldense Manuel Torregrosa y a finales de junio, en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Monforte del Cid por el historiador Antonio Esteve. Dieciocho meses después de la Presentación del Libro, Biografía y Matemática de Jorge Juan, finalizaba Antonio Ramón, como director, los tres capítulos, de cincuenta minutos de duración cada uno, de la serie televisiva Jordi Joan Santacilia. Entre el variado y copioso material que manejó para este documental se encontraba mi libro y el cuadernillo definitivo del que será, según los editores antes de julio de 2005, mi segundo libro sobre este gran científico noveldense, Trascendencia Científica de Jorge Juan Santacilia, que viajó con él a la Isla de Malta y al Ecuador mientras rodaba dicha serie. Antes de su viaje a América, en el mes de agosto, me consultaba en la playa bajo el "cicus" en el que yo me resguardaba de los rayos solares, con el cuadernillo en ristre, sobre algunos pasajes que yo narraba en el mismo, a cambio él me proporcionaría, para la Secuencia Gráfica del próximo libro que espero publicar, como he dicho hace unos instantes, las mejores fotografías que realizaran durante el rodaje, tanto en la Granja de San Ildefonso, el Escorial, Isla de Malta, Cádiz como en el Ecuador. También me proporcionó, nada más tomar las riendas de la Televisión de Crevillente que es donde trabaja hoy día, una copia en DVD de los tres capítulos de la serie. Fui asesor científico de la serie y como tal tuve varias intervenciones a lo largo de la misma, unas tres o cuatro por capítulo.

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Cuando dije que para mí Antonio Ramón era uno de los hombres más emprendedores y competitivos de los que he conocido, no he podido evitar que pasaran por mi mente vivencias que compartí en mi juventud con Antonio Pascual, ya nombrado al final del Capítulo I, otra persona de la misma cuerda y cuño que Antonio Ramón. Fue Director del Banco Vizcaya, o del BBVA, y del Banco de Alicante, Gerente de una Fábrica de Alfombras de Crevillente, etc. Dos cosas me chocaban cuando iba, siendo mozo, a casa de los padres de Antonio Pascual: que tuvieran el diccionario Espasa Calpe y que llamase a su padre por su nombre, en lugar de decirle papá, padre o "ta", que es padre en valenciano y como yo llamaba al mío; él decía simplemente Antonio para llamarle. Lo que más me sorprendía, porque no creo que llamar al padre por su nombre sea muy frecuente, es que Antonio Ruiz que vivía en la casa contigua a la de Antonio Pascual también llamara Gaspar, o quizás Gasparo, no recuerdo muy bien, a su padre. Por aquellos años, de mi incipiente juventud, algunos domingos iba al Pantano de Elche con los dos Antonios que acabo de citar, Pepe Antón, José Urbán, Hipólito Sellés, que fue Director de una Caja de Ahorros, Jaime Orts, Decano de los periodistas de Elche, coordinador-dinamizador de los encuentros de fútbol navideño Populares-Informadores a beneficio del Asilo de San José que organiza la Asociación Informadores de Elche, de la que es Presidente, y con una calle a su nombre, por la que suelo pasar cada vez que voy a casa de mi hija Margarita de la Cruz; también venían con nosotros un tal Salvador, Julián, dueño de una tienda de ropa en la Replaceta de la Fregasa, etc. En el pantano pasábamos una mañana maravillosa por las sierras de Elche: jugábamos al fútbol al pie mismo de la presa, nos duchábamos en la cascada del Molino y almorzábamos como energúmenos bajo los pinos. Nada más con la ida y 163


vuelta al pantano recorríamos 8 ó 10 kms., a veces los hacíamos corriendo al trote, que es a lo que hoy día llamamos footing, y normalmente andando, a modo de marcha. Siguiendo con la Informática, comentaré que hice programas de ordenador para confeccionar las listas de los diferentes grupos del Carrús, pero como los ordenadores que teníamos no eran muy potentes tenía que ir al instituto incluso los domingos, les exigía lo que ellos no podían darme. Metía los nombres y apellidos de los más de mil alumnos del centro para que saliesen las listas por la impresora pero esto tardaba ocho, o más horas, en hacerse realidad y, como es lógico, me desesperaba por la lentitud del proceso. En los cursillos de informática que dábamos enseñábamos ante todo a programar, como dije con anterioridad. Hacíamos programas específicos, por ejemplo, para coleccionistas de sellos, para los gastos de una familia, etc., hasta que hice el Menuplas, una generalización de los programas que habíamos estado haciendo hasta entonces. El Menuplas era en realidad un generador de programas, empezaba preguntando sobre lo que iba a tratar el programa, número de campos a considerar, número de caracteres de cada uno de esos campos, etc.; una vez contestadas todas estas preguntas salía el menú ya confeccionado que permitía empezar a cumplimentar fichas del mismo. Podían realizarse tantos menús como se desearan, o sea, tantos programas distintos como se quisieran, de modo que cuando se iniciaba el Menuplas salía la relación de todos ellos, se podía elegir uno de ellos, y seguir introduciendo fichas nuevas, consultar las ya cumplimentadas, rectificándolas si así se deseaba y después salir de este programa y entrar en uno cualquiera de los restantes, etc.

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Con el tiempo vinieron ordenadores más potentes como los que fuimos recibiendo de la Generalitat para el Aula de Informática. Dispusimos de buenos programas, cuyos fundamentos nos recordaron a todo lo que nosotros habíamos hecho programando en los diferentes Cursillos de Informática que dimos por todo Elche, aunque lógicamente éstos eran algo más sofisticados, o sea, más profesionales. Yo empecé a darme cuenta y así fui transmitiéndoselo a los restantes componentes del Seminario de Informática de Elche, que el fin de nuestro devenir informático estaba próximo porque era una entelequia pensar que lo nuestro, refiriéndome con esta forma de hablar a esa media investigación informática a la que nos dedicábamos como era el caso del Menuplas, pudiera tener algún valor comparado con lo que estaban haciendo algunas multinacionales del ramo, como, por ejemplo, IBM, con unos recursos económicos y humanos portentosos. Llegué a decirles que era muchísimo más importante, a partir de entonces, conocer lo que existía en el mercado en este campo, para asesorar adecuadamente a las empresas que perder el tiempo en sacar artesanalmente inventos de poca monta, como había comentado yo a veces con Joaquín Garrido, dueño de Clave Informática e hijo de mi prima Conchita. Con esta forma de pensar, como es lógico, el Seminario de Informática de Elche perdió toda su razón de ser, porque lo cierto era que nos lo pasábamos "a lo grande" porque creábamos nuestros propios programas, y como ahora resultaba que la Informática, como ciencia eminentemente práctica que es, se separaba cada vez más de nuestras posibilidades, porque lo que primaba era la rapidez o potencia de los ordenadores y los programas "fábrica" o "en conserva" que estaban plenamente contrastados, depurados y perfectamente realizados por los expertos en la materia de las grandes multinacionales; a nosotros sólo nos dejaban si 165


queríamos ser prácticos y seguir inmersos en la Informática, la labor de retocarlos para adecuarlos a nuestras necesidades, pero como eso era poca cosa y no nos interesaba, decidimos terminar con nuestro invento, o sea, con el Seminario de Informática de Elche. Con los ahorros que aún teníamos, unas cuantas miles de pesetas, organizamos una comida, con gamba roja incluida, en el Hotel Restaurante Patilla de Santa Pola, a la que asistimos todos los componentes con nuestros respectivos cónyuges, más de veinte comensales. A los postres, el Seminario de Informática de Elche era ya historia. Lo único útil que podía seguir haciendo y lo hice, en las cuatro horas semanales de informática que tenía en mi horario normal de clases, fue poner al alcance de los alumnos los grandes programas ya existentes. Si para conocer el DBASE III, por ejemplo, había que estudiarse todo un libro yo lo sinteticé en unos veinte folios y los alumnos llegaban a dominarlo, lo mismo hice con el Framework y otros programas. Eran tiempos del LOTUS 1,2,3; de los ASSISTANT: WRITING, FILLING, REPORTING Y PLANING; del LOGO, BASIC, COBOL, PASCAL, etc., del PRINT-GRAPH, EASY-WRITER, PEACH-TEXT, FONTRIX, etc. Algunas de las academias, que por entonces empezaban a implantar estudios de informática, pasaron por el Carrús para proveerse de los resúmenes que hice de los grandes programas. Durante un mes aún di clases de FORTRAN en la UNED, a los de Segundo Curso de la Carrera de Psicología, porque el profesor de Matemáticas que tenían no conocía este lenguaje de programación y en el libro de texto aparecían dos capítulos sobre el mismo.

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También colaboré con Francisco Vives en un trabajo informático que presentó a un congreso del CDS, en Madrid, y que fue valorado y distinguido por este partido político. Paco llegaría a ser Presidente de la Gestora que hubo en Elche del CDS., y fue Concejal del Ayuntamiento de Elche no sólo con el CDS sino también con el PP, que es el partido en el que milita en la actualidad. Aunque siempre defendió con ahínco los intereses de su partido, conserva una amistad entrañable con la mayoría de los concejales que le acompañaron en las diferentes Corporaciones Locales, por ejemplo, con Diego Maciá, actual alcalde socialista de nuestra ciudad. Por eso, y por la amistad que nos une, todos los trámites a realizar para la colaboración del Ayuntamiento de Elche en la publicación de mis libros sobre Jorge Juan Santacilia, siempre los llevó a cabo Paco; porque aunque primero íbamos los dos juntos a hablar con el Alcalde, con Diego Maciá, él a partir de entonces, era el que hacía el seguimiento, por ejemplo, del número de libros que compraría el Ayuntamiento, del día en que se realizaría la presentación del libro e incluso de los más insignificantes detalles del entorno de este acto. Por la década de los ochenta hubo algunos acontecimientos familiares dignos de mención: el 26 de septiembre de 1984 celebramos, Maru y yo, con gran regocijo de toda la familia y algunos amigos, las Bodas de Plata de nuestro matrimonio; y en los meses de noviembre y diciembre, de 1988, respectivamente se casaron mis hijas Mª Remedios y Mª Dolores. De la organización de nuestras Bodas de Plata

se encargó mi señora,

aunque nuestras hijas mayores, Mª Remedios con 23 años y Mª Dolores con 22, también ayudaron a su madre. Recibimos muchos regalos. Maru habló al respecto con D. Antonio, o sea, con el Arcipreste de la Basílica de Santa María. A las ocho 167


menos cuarto de la tarde del día 26 de septiembre, cogidos del brazo y contagiados de la importancia del acto que íbamos a celebrar, partimos, después de hacernos algunas fotografías en casa y en el portal de la misma, en comitiva con todos nuestros hijos hacia la Iglesia de Santa María. Maru y yo, acompañados de dos de nuestros hijos, a la derecha de D. Antonio que oficiaba la misa. Los demás hijos y nuestros padres en las primeras filas de bancos. En la homilía hubo referencias a nuestro matrimonio, a nuestros ocho hijos, a la fe de mi esposa, etc. Maru salió encantada, todos nos besaban, nos daban la enhorabuena, nos hacían fotos por la calle, etc. Después nos fuimos a casa donde más de cuarenta personas compartieron, con nosotros, mesa y mantel: bocadillos, aperitivos, tartas, etc., hubo de todo, y el murmullo de las conversaciones, la alegría y el regocijo de los que allí estábamos presentes creó, durante varias horas, un ambiente festivo que aún hoy día recuerdo. Maru y yo pasamos uno de los días más felices de nuestra vida. Ella, a sus 46 años, y yo a mis 52, habíamos formado una familia numerosa de 8 hijos como 8 soles, que Dios nos conservaba en todo su esplendor. El día de mi santo, el 13 de noviembre de 1988, se casaba la mayor de mis hijas, la primogénita de la familia, Mª Remedios, profesora de Informática en un Instituto de Elche y de Economía en la Universidad de Alicante, con Julián, natural de Alicante, Doctor y profesor de Secundaria de Lengua y Literatura, premiado en innumerables concursos literarios e hijo de Juan Montesinos (fallecido) y Angelita Ruiz. Establecieron su domicilio en la Plaza Menéndez Pelayo nº 5 de Elche, al lado mismo del Ayuntamiento, con hermosas vistas arbóreas al cauce del río Vinalopó. El enclave de su vivienda, que antaño fuera el de los Señores y luego

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Marqueses de Asprillas, a espaldas de la Calle Mayor de la Villa, constituye uno de los lugares históricos más emblemáticos de nuestra ciudad. Julián y mi hija Mª Remedios se casaron, al igual que lo harían después todos mis hijos, en la Basílica de Santa María de Elche. Fui el padrino y Angelita, la madre del novio, la madrina. Entré en el templo con mi hija acaparando, como es lógico, las miradas de los allí presentes, desde luego Mª Remedios estaba preciosa y radiante, y yo orgulloso de ser su padre. Sus hermanos, algunos con sus novios o novias, se situaron en las primeras filas de bancos, junto al altar. Maru guapísima siempre estuvo cerca de nosotros. Hubo hasta traca, y cuando terminó la ceremonia fuimos "en tropel" a firmar como testigos: padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, etc. Se hicieron fotografías por doquier con composiciones variopintas al lado del altar y a continuación la marcha triunfal con sonrisas de los novios, realmente ya marido y mujer, cogidos del brazo al igual que Maru y yo. Al salir de la Basílica, nada más entrar en contacto con el frescor de la calle, arreció con ímpetu la lluvia de arroz sobre los novios. Después más fotografías de unos a otros en el exterior del templo, mientras Mª Reme y Julián se fueron a continuar el reportaje fotográfico de su enlace conyugal. En el Hotel Venta del Cruce de Santa Pola, bajo la presidencia de los novios, Angelita, Maru, mía, de mis padres y de los de Maru, empezó la cena: una noche inolvidable, con los gritos consabidos de ¡viva los novios!, ¡que se besen!, etc. Avanzada la cena, los recién casados, Maru, la madre de Julián y yo, pasamos por las mesas saludando a los invitados para ver si habían sido atendidos como se merecían. Al final mis hijos repartieron puros y la madre de Julián, ayudada por alguna sobrinita, un delicado recuerdo de boda para las mujeres.

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Finalmente marcharon gozosos, felices y contentos, en privacidad, a Cantabria, a Santillana del Mar, a su viaje de novios. En su cuarenta cumpleaños, Mª Remedios, nos invitó a Maru, a mí, a todos sus hermanos, cuñados y cuñadas a una cena en el Hotel Milenio, yo le dediqué el siguiente soneto: Las marcas de la vida son instantes que hay que asumir en el momento, debemos aceptarlas cuanto antes sin un proceso doloroso y lento.

La de los cuarenta de Mari Reme ha sido programada con esmero. con la confianza del que nada teme abrir compuertas por nacer primero. Están tus padres, hermanos, cuñados, arropándote en tu cumpleaños, alegres, mejor aún, encantados. Estás "haciendo familia" ahora. quizás tus hermanos con los años. Sólo contigo despertó la aurora. No había transcurrido aún un mes cuando, el 10 de diciembre de 1988, se casó otra de mis hijas, Mª Dolores, la que según mi forma de ver las cosas, más se le parece a Maru y, por lo tanto, más nietos nos ha dado hasta la fecha: Carlos, Santiago, Jorge y Gema. Su novio, José Antonio, un ilicitano y alto ejecutivo de la empresa Paredes de Elche, hijo de Joaquín Lidón y Vicenta Paredes. En principio 170


establecieron su domicilio en la Calle Antonio Brotóns Pastor nº 71, por el Barrio de Carrús, aunque pronto se fueron a la vivienda que hoy día ocupan en la Plaza de San Juan nº 9, junto al Museo de Arte Contemporáneo que fundara Sixto Marco y que tan celosamente vigila, sentado en uno de los bancos de tan recoleta Plaza. Desde su terraza, Mª Dolores y toda su familia divisan una soberbia vista panorámica de nuestra ciudad y un largo tramo del río Vinalopó, con algunos de los puentes sobre él construidos. Mª Dolores y José Antonio se casaron también en la Iglesia de Santa María de Elche. Fui el padrino y Vicenta, la madre del novio, la madrina. Entré en el templo con mi hija, Maru pegada a nosotros irradiaba felicidad por todos los poros de su cuerpo. El cortejo familiar que nos seguía, según me contó después Maru, fue impresionante hasta que se diluyó por las primeras filas de bancos. Finalizada la misa se hicieron las fotografías de rigor junto al altar, una con los novios y padrinos, otra con los padres del novio, con Maru y conmigo, con todos los familiares de uno u otro lado, etc. Así hasta la solemne salida de los novios, como marido y mujer. Nada más subir el escalón postrero del trayecto nupcial y mostrar sus rostros ante los que les esperaban en el exterior del templo, se produjo tal granizada de arroz sobre los novios, en especial sobre el pelo de la novia, que al sacudirse ésta todo el que se le vino encima, creo

- así me lo

contaron porque Maru y yo aún estábamos dentro del templo - que acudieron hasta las palomas. Después Mª Dolores y José Antonio prosiguieron con su reportaje fotográfico y él, según parece, la entró en brazos a su nueva morada. Nosotros seguimos fotografiándonos los unos a los otros y después nos fuimos a Santa Pola, ya que la cena era en el Restaurante Miano. Fue una noche completa, maravillosa. Hubo brindis por los novios, piropos para la novia y vivas 171


para el novio. Finalmente marcharon de viaje a Tenerife. Cuando cumplió cuarenta años Mª Dolores hizo lo mismo que con anterioridad había hecho su hermana Mª Remedios, o sea, nos invitó a todos a comer, en este caso cocido de "pava borracha", en las Dayas; yo le compuse el siguiente soneto: Al llegar tu cuarenta cumpleaños, esperas, de tu padre, un soneto. Subiré con las musas los peldaños, y los versos tendrás, te lo prometo. Como sé que lo prometido es deuda, encadenando seguiré los versos, para ti y los tuyos, mientras pueda, ver este mundo donde estáis inmersos. María Dolores: tu dulce mirada, que acoge a todos tus hijos y esposo, refleja la dicha de sentirte amada. Padres, hermanos, cuñados: te adoran, aquí están en este día tan hermoso, Olimpo es, donde los dioses moran. Precisamente a Tenerife iríamos también, Maru y yo, aprovechando que nuestro hijo Francisco trabajaba allí y a que nos regalaron al jubilarme, entre todos nuestros hijos, sendos billetes de avión de ida y vuelta a dicha isla. Estuvimos tres semanas, y pienso que nunca un hijo pudo atender más y mejor a sus padres que Francisco lo hizo con nosotros. Como sólo trabajaba por las mañanas como Jefe de 172


Personal de una gran empresa en Granadilla, por las tardes nos mostraba la isla que se conocía a la perfección. Como Francisco conocía los sonetos que les escribí a sus hermanas, Mª Remedios y Mª Dolores, y a su hermano, Diego, al cumplir sus cuarenta años, me pidió que le hiciera otro a él, porque aunque aún no tenía dicha edad estaba demasiado lejos de nosotros y quería tenerlo como recuerdo de su estancia en las Islas Canarias. Le hice el siguiente soneto: Sin darnos tiempo te fuiste a Canarias, ¡ Cuánta ausencia se nos vino encima ! Tu madre recurrió a sus plegarias, yo a glosar tu coraje con mi rima. En el Médano, con el dios del viento, estiraste nuestro suelo hispano. Sólo tu avanzar al cien por ciento, nos apagó a nosotros lo lejano. Gozaste con el surf y sus piruetas que tendían al Teide con sus vuelos, aunque caían, al ser otras sus metas. Y no digamos cuando regresaste y nos viste a todos con los pequeñuelos. ¡de puro amor tu corazón llenaste!

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CAPÍTULO VII ME HACEN ABUELO Y MUEREN MIS PADRES

Como todos mis hijos eligieron la asignatura de Matemáticas al cursar el COU, independientemente de que fueran a estudiar carreras de ciencias o de letras, mi dedicación a sus estudios, hasta bien mayores, estuvo siempre garantizada. Aunque de todas formas, ésta hubiera proseguido porque al estudiar, Mª Remedios, Ciencias Económicas, le tuve que ayudar en asignaturas como Estadística o Informática. En ésta última, por ejemplo, le hice varios programas en lenguaje Fortran que para correrlos, y ver si funcionaban con normalidad, no tuve más remedio que ir al Aula de Informática de la Universidad de Alicante, que disponía aún de grandes y vetustos ordenadores con fichas perforadas. Algunos años después de casarse Mª Remedios, le confeccioné, de mi puño y letra, más de veinticinco temas del cuestionario de la Oposición para Profesores de Matemáticas de Instituto y los trabajamos conjuntamente. Sacó el número 62 cuando sólo habían 60 plazas, o sea, que por alguna que otra centésima no ingresó en el Cuerpo de Profesores de Secundaria. No obstante la puntuación obtenida le sirvió para que la nombraran funcionaria interina de Matemáticas en Institutos de Lorca y Cartagena. Hoy día es una gran profesional de la enseñanza.

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Con Francisco pasó “idem eadem idem”, de esta declinación es precisamente el eumden del Oremus que incluimos en el Capítulo II, porque tuve que explicarle la Estadística de tercer curso de la Diplomatura de Graduado Social, la última asignatura que le quedaba para finalizar sus estudios universitarios. En este caso tuvimos la suerte, o el acierto, de realizar previamente y con todo detalle uno de los problemas que le salieron en el examen final, quizás el más difícil de todos ellos. Esta misma asignatura tuve que explicársela también a Margarita, hermana de Maru, porque ya de mayor cursó la misma carrera que Francisco. Desde entonces disfruto de un estupendo reloj Swiss Army que me regaló. Con toda la experiencia acumulada por el seguimiento, que siempre hice, de los estudios de mis hijos, cursé con ellos varias veces la EGB, el BUP y el C.O.U, suelo prevenirles de que una de las tareas más importantes que se les viene encima como padres es vigilar la formación de sus hijos: comentando con ellos como llevan sus estudios y sobre todo ayudándoles en lo que puedan y en lo demás buscando quien lo haga; les aconsejo que deben inculcarles, sobre todo, organización y hábitos. Lo malo de todo esto son los sacrificios que esta tarea conlleva y, por lo tanto, el peligro que existe de que los padres desfallezcan y miren hacia otro lado e incluso justifiquen su dejadez con rebuscada y eximente autosuficiencia, diciendo: "¿porqué mis hijos van a tener necesidad de que les ayude en su quehacer escolar?" Según formulaba esta pregunta pensaba en ciertas situaciones más o menos complicadas a las que tuve que enfrentarme como padre, algunas de las cuales narro a continuación brevemente. Por ejemplo, una vez mi hijo Francisco, en el colegio público donde cursaba sus estudios primarios, para poder aprobar el Inglés tuvo que hacer un examen de 176


repesca. Como estábamos en Santa Pola y tenía que venirse conmigo, al hacerse tarde y el niño no llegar, me acerqué a su colegio y le pregunté al conserje si Francisco estaba aún examinándose; éste me dijo que subiera a la primera planta a ver si estaba por allí. Así lo hice y me lo encontré en un aula esperando a que viniera el maestro para entregarle el examen que hacía un buen rato había terminado. Le pregunté si sabía adónde se había ido y me dijo que no, que hacía más de media hora que se había marchado y no había vuelto. Cuando bajé a preguntárselo al conserje el maestro entraba en el colegio con toda la compra que había realizado Dios sabe donde. Cuando a los pocos días me vino mi hijo y me dijo que había suspendido el Inglés, porque según el maestro había copiado, me indigné porque mientras el niño me aseguraba que él no lo había hecho yo me preguntaba: "¿pero qué derecho puede tener un maestro que abandona el aula y se va a hacer la compra, de recriminar a nadie porque copie, incluso aunque fuera cierto?" Hablé con dicho maestro y le dije que el niño se mantenía firme en que no había copiado y después de mucho dialogar lo aprobó. En otra ocasión, y también con Francisco como protagonista. Su maestra pocos días antes de finalizar el curso escolar sacó una relación de los alumnos que tenían que hacer, una semana después, un examen complementario de Matemáticas para ver si se salvaban. Muy contento, porque no figuraba en la misma, mi hijo me lo comunicó, pero cual sería su sorpresa cuando el día anterior a dicho examen la maestra le dijo, como el que no dice nada: "Francisco he pensado que mañana vas a hacer tú también el examen". Al decírmelo mi hijo, me pareció injusto el proceder de la maestra, primero porque si estaba aprobado no se le podía suspender como les podría pasar a los 177


que hicieran mal aquel examen, y segundo porque los que tenían que hacerlo habían tenido siete días para preparárselo y mi hijo no. Después de una larga conversación con la maestra todo se arregló por la vía del diálogo. A mi hija Mª Dolores, estando en el instituto cursando 3º de BUP, le ayudé durante una semana a preparar el examen final de Matemáticas. Después de realizarlo y comentarme cómo le había salido yo le pronostiqué que sacaría de un 6 a un 6,5, pero al salir las notas le pusieron un 3 y me vino llorando. Yo le dije que se tranquilizara que si ella había hecho lo que me dijo, y así me lo volvió a confirmar, esto debía tratarse de una equivocación por parte de la profesora. Al día siguiente fui a hablar con el director y le dije lo que pasaba, acordamos en que localizaría a la profesora y que le diría que me enseñara el examen. Al darme las dos hojas del examen de mi hija y ver que faltaba mucho de lo que mi hija me había comentado, desde allí mismo la llamé a casa por teléfono y le pregunté por el número de folios que había escrito en el examen, y al contestarme que tres, se lo dije a la profesora. Ésta removió todo el armario donde estaban los exámenes y, después de mucho buscar, apareció la hoja que faltaba con sus correcciones correspondientes. Como la suma de las calificaciones que aparecían superaba el 6, la aprobó. También en 3º de BUP, a Francisco le suspendieron las Matemáticas en las pruebas de suficiencia. Él me decía que, de los cuatro problemas, dos de ellos debían estar mal puestos porque a él no le sonaba nada de lo que decían. Me entretuve viendo todos sus apuntes y desde luego allí no aparecía la teoría relativa a aquellos problemas. Me trajo los apuntes de su hermano Antonio que iba a su misma clase y pasaba lo mismo. Quise averiguarlo por si tenía razón mi hijo, porque como las pruebas de suficiencia las confeccionaban de forma conjunta los departamentos, podría darse el caso de que el profesor no quisiera decir delante de 178


sus compañeros que cierta parte del programa no la había explicado ya, que estoy seguro, que si él lo hubiera manifestado de este modo, los demás profesores del departamento no hubieran dudado en sustituirlos por otros, como tantas veces pasó en los departamentos de los institutos en los que yo estuve. Llamé por teléfono al director y le conté lo indagado por mí. Al día siguiente, viernes, y tras un largo diálogo con el profesor éste se avino a examinarlo de nuevo el lunes. Después del palizón que nos dimos mi hijo y yo, sábado y domingo, aprobó con un 7 las Matemáticas de 3º. En este último caso, quedó flotando en el aire la siguiente pregunta: "¿por qué no le repitieron también el examen a todos los que estaban en sus mismas condiciones?" Porque lo cierto es, y está claro, que si pude enmendar todas estas deficiencias escolares, que a veces no tienen más remedio que pasar porque no somos perfectos, fue tanto porque yo estaba inmerso en el mundo de la enseñanza como porque me ocupaba y preocupaba de la formación de mis hijos, pero ¿y los padres que no acompañan a sus hijos en sus estudios, al menos de forma significativa y sacrificada, que son más de los que pensamos, qué podrían hacer en ocasiones como éstas? Muchos pensarán que estos casos no son normales, y evidente no lo son, pero nadie puede impedirnos tender puentes, dialogando con nuestros hijos, primero para prevenirlos y después para poder defenderles cuando no haya más remedio. Ahora, para nivelar la balanza pondré en el otro platillo, y en contra del sentir de los que piensan que las injusticias en la enseñanza abundan en demasía, mi gran satisfacción porque en todos los tribunales, específicamente estudiantiles, de los que formé parte nunca vi que funcionaran las recomendaciones ni que ningún compañero buscara mi colaboración al respecto, y eso que formé parte de muchos 179


de ellos, de Reválida de Sexto, hace ya muchos años, de Selectividad, de Oposición o de Concurso-Oposición a Cátedras de Instituto, etc. En un examen de Selectividad en Elda, por ejemplo, el Dr. Gimeno, Presidente del Tribunal, Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad de Alicante y con el tiempo uno de los miembros más jóvenes del Tribunal Constitucional de España, me dijo, una vez confeccionadas las actas y lógicamente con los resultados definitivos ya puestos, que mirase a ver si alguno de los dos alumnos, cuyos nombres traía escritos en un papel, había aprobado. Consulté las actas y le contesté que uno sí y el otro no, entonces me comentó: pues bien, llamaré al padre del que ha aprobado porque se alegrará. Lo más probable es que dicha persona al escuchar la grata noticia pensara que el enchufe había funcionado, entonces aún no existían los controles informáticos actuales que impiden estas anomalías, pero eso no era así porque todo aconteció tal y como lo he narrado. Otro ejemplo, en las últimas Oposiciones Libres que se convocaron a Cátedras de Instituto en la Comunidad Valenciana, Naveira, Presidente del Tribunal y Catedrático de Matemáticas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Valencia, mantenía una conversación telefónica, estando yo presente en su despacho, en la que le insistía a su interlocutor, que después me diría que no era otro que el Sr. Iribarne, Inspector Jefe de Educación de Valencia, que lo que le interesaba a su hijo era dedicarse de lleno a la Oposición de Agregados de Instituto, que también había firmado, porque en la de Cátedras no tenía nada que hacer, ya que algunos opositores habían marcado la distancia con los demás y entre ellos no se encontraba su hijo; además sólo se habían convocado dos plazas. Naveira ni tuvo dudas, al hablar con Iribarne, ni le dio esperanza alguna. 180


En la primera reunión que tuvimos para constituir dicho tribunal decidimos el día de la presentación de los opositores, el aula en la que los examinaríamos y elegimos los cinco problemas que les propondríamos en el ejercicio práctico. Antes de empezar a seleccionar estos problemas le dije a Naveira, igual que hicieron los otros tres vocales, que traía cinco problemas de diferentes grados de dificultad, dos que estarían, según mi criterio, al alcance de un 50% de los opositores, uno de un 30%, otro de un 15% y un último que pensaba que podría darse el caso de que no lo hiciera nadie; Naveira se interesó por el enunciado de este último problema y después de echarle una ojeada dijo: éste es uno de los cinco que vamos a poner. Aunque hubo dos opositores, los que al final sacarían plaza, que hicieron bastante de este problema, la verdad es que nadie logró acabarlo. Como el enunciado de este problema no es difícil de entender lo incluyo a continuación. Decía: “ si con cubos de 1cm. de arista, con todas sus caras blancas, formamos un cubo de n cm. de arista y pintamos sus caras de negro y un niño nos lo tira ¿qué probabilidad tendría un ciego de que al rehacerlo, colocando de uno en uno los cubos pequeños, éste siguiera teniendo sus caras negras? De este problema hablamos, en una de las sobremesas que hacíamos a diario en el Colegio Mayor Luis Vives de Valencia, José García de las Bayonas, Inspector de Enseñanza Media que actuaba de Presidente del Tribunal de Agregados de Matemáticas, Nicolás, Catedrático del Instituto Miguel Hernández de Alicante y profesor de la UNED de Elche, un Catedrático de Matemáticas de un Instituto de Benidorm y yo, porque mientras tomábamos café García de la Bayonas con una cuartilla apoyada en un periódico, previamente doblado, escribía, pensaba y la verdad es que estaba muy concentrado en lo que hacía, por eso le dije: "Pepe, ¿que cálculos haces que estás como ausente de lo que aquí decimos?" y me 181


contestó: "estoy intentando hacer el problema ese del ciego que reconstruye el cubo...., o sea, ese problema que habéis puesto en la Oposición a Cátedras". Nos reímos un poco y le comenté cómo podría enfocarlo, y dijo: "¡claro! así si creo que va a salir". Por la noche estaba eufórico porque lo había logrado sacar. Pepe, Nicolás, el Catedrático de Benidorm y yo jugábamos todas las noches una partida de dominó. Los perdedores invitaban a una botella en una champañería que había justo al lado del Colegio Mayor. Muchas veces los que ganaban se pagaban otra. Las relaciones entre los componentes del tribunal fueron tan cordiales que, dos o tres años después, Naveira, al venir a la Universidad de Murcia a dar unas conferencias me llamó a casa y quedamos en vernos en el Casino de Orihuela, punto más o menos equidistante entre Elche y Murcia. Hablamos animadamente durante hora y media y como salió en la conversación que él no tenía la Geometría Integral de Santaló, que yo poseía, le dije que se la regalaría y que un Agregado del Departamento de Matemáticas del Carrús, que era de Valencia, se la llevaría a la Facultad de Matemáticas. Así lo hice. Uno de los Vocales de dicho Tribunal a Cátedras, que con los años sería Presidente del Concurso Oposición de Acceso a Cátedras de Instituto del que yo también formé parte, me regaló unos libretos, una especie de cuadernillos, sobre la programación de los tres cursos del BUP y del COU, que había elaborado con dos o tres catedráticos más. Estos cuadernillos me vinieron muy bien y los utilizaríamos durante muchos años, hasta mi jubilación, en el Departamento de Matemáticas del Carrús. El concurso Oposición, al que acabo de hacer mención, fue largo y productivo. Largo porque lo iniciamos en el mes de mayo y acabamos a finales de 182


julio, y productivo porque me pagaron una cantidad infrecuente en estos menesteres, con la que puse la calefacción a gas natural en nuestra casa. Teníamos adscritos a nuestro tribunal 110 profesores, muchos de ellos eran mayores porque se exigían al menos ocho años como Agregado de Instituto, y como además se les daba medio punto, hasta un máximo de cuatro, por cada año que sobrepasasen la cota inferior impuesta por el Ministerio de Educación y Ciencia, la verdad es que como estos no se alcanzaban hasta los dieciséis años de actividad docente, los que tuvieran sólo nueve o diez tenían pocas posibilidades de acceder a catedráticos. El día de la presentación de los opositores, cada uno de los que iban a intervenir en este Concurso Oposición nos entregaba una Memoria Didáctica, que solía constar de cincuenta a cien páginas y que cada uno de los miembros del tribunal teníamos que leer, calificar y sobre la que, mes y medio después, podríamos formularles algunas preguntas a los concursantes una vez expusieran el tema, que cada uno nos iba comunicando según entregaba su memoria. Les puede parecer raro lo último que he dicho, pero esto era así, o sea, el propio concursante nos informaba a los Miembros del Tribunal del tema que nos “contaría”, mes y medio después. Esto explica que, excepto en casos muy aislados, las calificaciones que dábamos los cinco Miembros del Tribunal no bajaran del 7, aunque también es cierto que la pregunta que yo les hacía, a cada uno de ellos, al finalizar su brillante exposición no la contestó correctamente prácticamente nadie. Maru estuvo todo el mes de julio conmigo en el Colegio Mayor Luis Vives, creo que allí engordamos, los desayunos eran pantagruélicos y encima para media mañana nos daban un bocadillo y las comidas y cenas eran copiosas y apetecibles.

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Mientras yo estaba en el Instituto Sede del Tribunal, por la zona del Puerto del Grau, Maru recorría toda Valencia visitando iglesias, conventos, galerías de arte, museos, viendo escaparates, El Corte Inglés, etc., sacó tiquets de autobús y se desenvolvía como pez en el agua por toda la ciudad. También estuvo alguna vez en el instituto donde examinábamos y se vino, por ejemplo, a la comida cierre de la oposición, en el mesón La Clemencia, como si fuera uno más de los miembros del Tribunal. El día 22 de septiembre de 1990 mi hijo Diego contrajo matrimonio con Mª José, Licenciada en Derecho y profesora en los Salesianos de la carretera Matola e hija de José Boix y Asunción Sánchez, al igual que sus hermanas la boda se celebró en la Basílica de Santa María. Maru, mi esposa, era la primera vez que actuaba de madrina, iba elegantísima y con serena naturalidad agradecía la presencia en el templo de los que la saludaban, con suaves asentimientos de cabeza y los consiguientes vaivenes de su garboso sombrero, todo acorde con la representación que ostentaba con motivo de ocasión tan distinguida. El padrino fue Pepe Boix, el padre de la novia, al que conozco desde que estudiábamos el Bachillerato y al que le encanta ser unos meses más joven que yo. La cena fue en el Restaurante Batiste de Santa Pola, al aire libre. Puede ser que hubieran más invitados que en las bodas de mis hijas, bien porque Diego además de ser abogado hubiera hecho sus pinitos en política o quizás por el número de familiares y conocidos de la novia que asistieron. Allí estuvieron, por su afinidad política con Diego, por ejemplo, Antonio Pascual, Concejal del Ayuntamiento de Elche, del que ya he hablado en los Capítulos I y VI, y Manuel Ortuño, Presidente Local del PP y Subdelegado del Gobierno de la Generalitat Valenciana en nuestra

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ciudad, con el que Diego inició su vida profesional, aunque también estuvo practicando en el despacho de mi primo Juan Bautista Castaño García. Como la temperatura era muy agradable, estábamos a veinte metros del mar, el baile duró hasta las dos o las tres de la madrugada. De viaje de novios marcharon a Roma, les dije que pasaran por Bruno Buozzi y saludaran a Sabino, aunque según me dijeron no llegaron a verlo. A su regreso, establecieron su domicilio en la Calle Reina Victoria, en el edificio donde siempre estuvo la antigua Casa de Socorro de Elche, muy cerca del Puente Nuevo y debajo justo de la vivienda de los padres de Mª José. Igual que pasó con Mª Remedios y Mª Dolores, aún no había pasado un mes de la boda de Diego, cuando su hermana Mª del Mar contrajo matrimonio con Joaquín, hijo de Joaquín Parejo y Amparo Pérez, Graduado Social y profesor numerario de Secundaria. Un hecho a destacar es que Joaquín, en las oposiciones de ingreso a la Función Pública, sacó, en su especialidad, el número uno de toda la Comunidad Valenciana. Se casaron el día 20 0ctubre de 1990, como todos sus hermanos en la Basílica de Santa María. Fui el padrino y Amparo la madrina. Mª del Mar que siempre se distinguió por su finura, empaque y estilo propio, en esta ocasión, si cabe, resaltaba aún más su belleza, su esbelta figura. Joaquín su novio, risueño, como su madre, elegante y bien puesto, sacó a mi hija del brazo hasta el exterior del templo, donde como es costumbre fueron asediados por familiares y amigos con reiteradas y densas andanadas de arroz que se les venían encima. Mª del Mar pasó sus apuros pero salió airosa del trance. La cena fue en el mismo restaurante que la de Mª Remedios, o sea, en la Venta del Cruce de Santa Pola, y su viaje de novios también por Cantabria. Su hogar lo establecieron en la Calle Manuel Pérez Ruiz nº 3 , muy cerca del Instituto 185


Carrús de Elche en el que estudia, curso 2003-04, 2º de la ESO Marina, su hija mayor. Mi madre, Remedios “la Groga”, murió el día 24 de diciembre de 1993, el día de Noche Buena. En el epitafio que le dediqué, y que mandamos grabar en su lápida mi hermana y yo, le puse lo que ella siempre había sido: “una mujer interesada, desprendida y buena”. Interesada para asegurar el bienestar de su familia; desprendida para los suyos, y en la medida que podía para los demás; y buena para todos. Recuerdo, con el valenciano que hablaba ella, alguna de sus frases justificativas de su forma de ser y actuar: “p’el interés ningú es burle” o “si guanyar dinés no es fácil en ca es mes dificil alforralos”. Una cosa que la sacaba de quicio, quizás porque la considerara impropia de un niño, era que yo, a veces, reafirmara lo que decía uniendo por sus extremos el pulgar y el dedo índice de la mano derecha con un movimiento vertical de sube y baja, a modo de sentencia: ella perdía los estribos y me gritaba “o dexes de fer el rollet o te unfle el cul en l’aspardenya”. Mi madre nunca estuvo enferma, era la que cuidaba y le daba las pastillas a mi padre y sin embargo murió cuatro años antes que él. La culpa la tuvo un trombo a la altura de uno de sus muslos, casi en la cadera, la operaron la misma noche que se lo detectaron y estuvo convaleciente en el Hospital de Elche durante varias semanas. Yo no pensé que moriría de este llamémosle accidente, porque la verdad es que se cogió muy a tiempo; lo malo fue su inapetencia, era difícil hacerle comer, pero su ánimo era bueno. Mi hermana e Ignacio, su esposo, Maru y yo nos turnábamos en el Hospital de Elche al cuidado de mi madre. Siempre tuvo compañía, nunca estuvo sola. No es por decirlo, pero todo el que nos conocía, incluso mi hermana siempre lo 186


reconoció así, sabía que yo era el ojo derecho de mi madre. Yo he oído muchas veces la siguiente frase: "Diego, ¿por qué te querría tanto tu madre?, ella siempre nos decía, mi Dieguito ...”. La última vez que me la dijeron “pe a pa" como la he escrito, estando sentado en el muro de la playa en Santa Pola, por boca de una tal Magdalena, de esto hace ya dos años, fue tal el impacto que me causó que la tengo escrita, desde el 24 de diciembre de 2002, en un cuadrito colgado en mi despacho. A pesar de la inmensa pena de ver morir a mi madre, fue como una losa de varias toneladas de peso que me cayera encima, sin embargo siempre le di gracias a Dios por ser precisamente yo, aunque la verdad es que al estar sólo necesité consuelo, el que sufriera con ella sus últimos instantes. Cogido a sus brazos, lloré como un niño como lo estoy haciendo en estos instantes mientras lo escribo: "¡Madre, que estarás en el cielo!, para ti otro abrazo como aquel que te pude dar al morir porque elegiste, y no sé como agradecértelo, que fuera en el turno que a mí me correspondía cuidarte". Maru lamentó profundamente el no poder estar a mi lado, a su lado, en aquella despedida. Ella que había perdido, hacía mes y medio, el día 8 de noviembre, a su madre que fue la dulzura personificada. También Maru me contó que su madre en sus últimos momentos, cuando aflojaba sus ataduras terrenas, en presencia de sus cinco hijas y esposo, preguntó dos o tres veces por mí, le decía: "y Diego, ¿donde está?" Y ella le contestaba que estaba allí fuera, pero la verdad es que no podía salir a decírmelo porque su madre, pensaba Maru, que se moría por momentos, como así fue. Al preguntarle el otro día, con motivo de la inclusión de este pasaje en esta autobiografía, Maru a su hermana Margarita por qué su madre nombraría tanto a Diego al despedirse de este mundo, ésta le

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contestó sin más: “porque la mamá quería mucho a Diego”. ¡Gracias por ser así y que Dios la tenga en su Seno! En vida de mi madre me hicieron abuelo, ella conoció a mis primeros nietos, a sus biznietos: Marina (23-11-91), Cristina (11-1-92), Carlos (23-2-92) y Julián (309-93). Como a mi madre le hubiera gustado mucho oir lo que le dije, micrófono en mano, a mi hermana Manola, ante todos los invitados a la cena de sus Bodas de Oro, el 2 de septiembre del año 2004, en el Restaurante la Magrana, lo reproduzco en toda su extensión: "Buenas noches a todos. En primer lugar, y a modo de saludo, quisiera agradecerles a Ignacio y a mi hermana Manola, también a sus hijos Ignacio, Mª José y Mari Emma, hijos políticos y nietos, la deferencia que supone el que compartan, con todos nosotros, los momentos culminantes, ¡los más importantes!, de sus Bodas de Oro, entre ellos, alguno tan sobresaliente como ha sido, por ejemplo, el de la Santa Misa a la que hemos asistido en la Basílica de Santa María o tan distendido como va a ser, no os quepa la menor duda, el de la cena que nos aguarda nada más concluir mi más que breve discurso de alabanza, ¡de homenaje!, al matrimonio de mi hermana. Como mi intervención, según vais percibiendo, nace con la pretensión de prolongar en el tiempo la felicidad que Manola e Ignacio sienten en estos instantes, a continuación haré un reconocimiento público y en positivo de su vida conyugal, ensalzando, ante todo y como se merece, la armónica convivencia matrimonial que les une desde hace ya medio siglo. Porque la verdad es que estoy plenamente convencido de que, el suyo, es un ejemplo válido a imitar por otros muchos matrimonios. 188


Destacaré también la profunda religiosidad de Manola e Ignacio, tan sentida que por sí sola sería suficiente para hacer bueno el dicho, el aforismo, de que el ser del hombre es el de ser religioso. Por eso, me vais a permitir que asimile, aunque sólo sea simbólicamente, el matrimonio de Ignacio y Manola con el de San José y la Virgen María, porque, entre nosotros, ¿quién podría representar mejor a José que Ignacio laborando o trabajando en el campo, o simplemente partiendo almendras para que Manola obsequie con ricas y dulces pastas a familiares, amigos y conocidos? Claro que si en esta semblanza, en esta simulación, la imagen de José es Ignacio, la de María será Manola, mujer de su casa donde las haya, trabajadora, desprendida y buena, como fiel reflejo que es de mis padres, y por si fuera poco ¡"cantautora" en su hogar!, por la alegría que imprime a sus cantos mientras realiza sus tareas domésticas. Finalmente y como despedida formularé, con respeto y con mucho amor fraterno, una pregunta sin respuesta que siempre rondó por mi mente al ver jugar a mi hermana, es la siguiente: ¿jugaría también la Virgen María con su prima Isabel al chinchón? Ignacio, Manola, enhorabuena por el camino recorrido, y a todos vosotros, por la atención prestada, muchas gracias". A mi madre le debo mucho de lo que he sido, sin ella yo creo que no hubiera sido ni matemático, que es lo que más me ha marcado en la vida como he podido detectar en repetidas ocasiones. Por ejemplo, y aunque no tenga importancia alguna, me referiré, sólo por ser la más reciente ya que se produjo este mismo verano, a la siguiente: mi amigo Antonio Antón me regaló una bolsa llena de camisetas para toda mi familia con el nombre de su empresa Publi Antón. Para no despistarse y saber a quien tenía que llevársela, con rotulador escribió sobre ella: 189


"para Diego García Matemático" como si me cambiara mi segundo apellido Castaño por el de Matemático; lo de tener Antonio tan presente, en esta ocasión, lo de matemático pudo deberse a que él, además de saber que yo era Catedrático de Matemáticas, recordara que tuvo recurrir a mí en cierta ocasión para que le diera clases a Esther, a una de sus hijas, que estudió, en el CEU de Elche, Dirección de Empresa y que tuvo dificultades con las Matemáticas de primer curso de dicha carrera. Fue para mí una gran satisfacción escucharle a la esposa de mi amigo, Antonio Antón, que lo que más me agradecía era el que su hija a partir de entonces cogió otros aires en todas las asignaturas. Esther además de ser inteligente era graciosa y simpática, en las clases que le di, a la vez que ella aprendía lo pasábamos muy bien. Yo solía decirle a menudo que todo lo que se estudia es fácil, si se entiende claro está, así que cuando venía algo que a ella le ofrecía cierta dificultad yo le decía: "bien, Esther, pero esto es" y ella automáticamente me decía: "fácil", y una vez lo desentrañábamos me volvía a decir; "¡claro que es fácil!" Con Antonio Antón y su hermano Pepe viví la siguiente "aventura", la expondré por lo de matemático. Estudiaba yo el Primer Curso de Ciencias Matemáticas en la Universidad de Zaragoza cuando en una de mis estancias en Elche, me tropecé con los hermanos Antón, que me propusieron que me matriculara con ellos en la Escuela Normal de Magisterio de Alicante. Ellos estudiaban Periodismo y Derecho. Así lo hicimos, sin prepararlo aprobamos el ingreso gracias a que alguien nos pasó una buena traducción de francés, y después nos examinamos de varias asignaturas de primero. Los exámenes eran orales y, sin prepararlos, como ya dije antes, porque nosotros estábamos ocupados con nuestras respectivas carreras, aprobamos un 60% de las asignaturas. Relataré 190


sólo lo que aconteció cuando me examiné de Matemáticas, no sin antes comentar, por ejemplo, que en Ciencias Naturales no pudimos ni presentarnos al examen porque para hacerlo previamente teníamos que entregar unas láminas sobre el cuerpo humano y nosotros ni lo sabíamos. La Catedrática de Matemáticas me hizo tres preguntas que le contesté. Al decirme que estaba aprobado le manifesté que deseaba, si es que era posible, sacar mejor nota y me contestó que para ello tendría que hacerme algunas preguntas más. Las hizo y la calificación subió a notable. Le insistí que quería mejorar nota, si podía ser, y siguió preguntándome hasta que me dio sobresaliente. Lo del sobresaliente fue lo de menos, si lo cuento es porque el mundo es muy pequeño y hablando con unos amigos, muchos años después de ésta, llamémosle anécdota, un tal Francisco Seguí, que era uno de los allí presentes, y que regentó siempre una famosa droguería en la Calle El Salvador les dijo a los que nos acompañaban: "es que Diego siempre fue un adelantado en Matemáticas, porque en mi juventud una tía mía que era Catedrática de la Escuela Normal de Alicante me dijo que Diego sabía, por aquel entonces, una Matemática más avanzada que la que se solía dar en los centros de enseñanza". ¡Quién iba a decirme a mí que aquél desenfadado e intrascendente examen, que hice con los hermanos Antón en Alicante, me lo iban a recordar 30 ó 40 años después! Y es que dicha profesora, cosa que yo ignoraba por completo, era de Elche y familia de Paco Saguí, del dueño de la Droguería Seguí. Como pensaba que en 1997, al cumplir los 65 años,

tendría

obligatoriamente que jubilarme y deseaba seguir unos cuantos años más dando clases, quise crear un ambiente previo para que esto fuera posible dando algunas clases particulares en un piso vacío que tengo en la Calle Puerta de Alicante, en el 191


que le di clase a Esther. Les expliqué Estadística a varios alumnos del CEU, por ejemplo, al hijo de Luis Torres, el de Damel, que se llamaba igual que su padre y era muy alegre y simpático, a una chica de Orihuela familia de Bernabeu el de Hiperber. A la hija del Concesionario en Elche de la Peugeot, vecina de Luis Torres, que le quedaba sólo la Estadística para terminar la Carrera de Periodismo en el CEU de Valencia, etc. La cuestión es que después no me hizo falta seguir con las clases particulares porque en enero de 1997 salió una ley, a la que pude acogerme y jubilarme cinco años más tarde, o sea, a los 70 años, que era lo que yo deseaba. Mientras se casaban mis hijos y se iban mis progenitores, nacieron algunos más de mis nietos: Mª Asunción (23 -12-94), Joaquín (1-3-95), Santiago (14-6-95) y Juan Diego (6-12-95). El 8 de marzo 1997 mi hija Francisca Mª y José Miguel, Licenciado en Económicas e hijo de José Berbegal y Fina García, contraían matrimonio en la Basílica de Santa María. Todo funcionó a la perfección. Francisca Mª siempre fue guapísima pero ese día su rostro relucía y deslumbraba. Entró a la iglesia de mi brazo, algo más atrás el novio y Fina su madre que actuaba de madrina, después la cohorte de todos sus hermanos con sus cónyuges e hijos. Tras la ceremonia religiosa y la sesión fotográfica subsiguiente, la cena en el Parque Municipal de nuestra ciudad. Estuvo animadísima, actuó la Tuna y el baile se prolongó hasta altas horas de la madrugada. Después, igual que hizo su hermano Diego, marcharon a Roma en viaje de novios. Mi padre murió el día 3 de abril de 1997 en casa de mi hermana, se veía muy poco, poquísimo. Ni leía ni veía televisión, postrado en una silla de ruedas. Como siempre fue aficionado al fútbol le ponía a veces la radio para que escuchara la retransmisión de algún partido del Elche, hasta que me di cuenta de que no se 192


enteraba de nada, porque me decía, por ejemplo,

que el Elche iba ganando

cuando en realidad estaba perdiendo. Una semana estaba con mi hermana, en la segunda planta de Gabriel y Galán 3, y otra con nosotros, en la primera. Maru lo cuidó como si fuera su padre; yo por entonces aún estaba en activo en el Carrús de Elche y lo atendía por las noches. En sus últimos años, algunas veces, mi padre en lugar de llamarme por mi nombre lo hacía por el de sus hermanos: Felipe o Pepico. Maru, que era como su Ángel de la Guarda, le perdonaba todo lo que dijera o hiciera, porque comprendía el estado en que se encontraba y tenía paciencia para ello: siempre ha sido muy equilibrada. Mi padre tenía yagas en los talones por lo que venía a curarlo a casa un ATS. Como él se daba cuenta de que el mal no se le iba, un día, mientras el practicante estaba arrodillado haciéndole la cura, me llamó y me dijo: "oye, éste, refiriéndose al ATS que también lo escuchaba, ¿qué es lo que hace?", yo le contesté que le estaba curando y él balbuceó: "¿éste curarme? ¡pero, si es un inútil!, ¿no lo ves que viene y viene y no se cansa de venir y yo sigo igual?". Tuve que pedirle comprensión a un profesional que hacía lo que podía por mejorar a mi padre. Aproximadamente dos años y medio después de casarse Francisca Mª , el día 28 agosto 1999, contrajeron matrimonio también en la Basílica de Santa María mi hijo Antonio y Fini, hija de Juan Guilabert y Asunción Martínez y Profesora de Religión en un Colegio Público como Graduada que es de Enseñanza Primaria. Maru fue la madrina y Juan, el padre de la novia, el padrino. Maru lucía una mantilla española y peineta con la que realzaba su natural belleza. Todo marchó sobre ruedas, mi hijo Antonio lo tenía programado con precisión matemática, no hubo 193


ningún imprevisto. La cena, como la de Francisca Mª fue en el Parque Municipal y la alegría se extendió por todo el recinto hasta bien entrada la madrugada. Su viaje de novios fue a París y su domicilio lo establecieron, en la Calle Manuel Garrigós Alberola nº 2, en el Barrio de Altabix, próximo a la Universidad de Elche, o sea, a la Miguel Hernández. Como Jefe del Departamento de Matemáticas del IES Carrús de Elche, en la reunión correspondiente al mes de diciembre de 1999, les dije a mis compañeros que como el 2000 había sido declarado por la UNESCO como Año Mundial de la Matemática, ese año deberíamos hacer algo especial para rendir tributo a algo tan nuestro como era la Matemática. Las recomendaciones dadas por tan alto organismo, para la brillantez de tan merecido evento, giraban alrededor de que se divulgara públicamente esta ciencia, que se mostrara a los alumnos su utilidad práctica y que se resaltara la dependencia de las demás ciencias respecto a la Matemática. Les dije que cada profesor del departamento fuera pensándose en cómo contribuir a resaltar dicho Año Mundial de las Matemáticas. Algunos comentaron que, a lo mejor, les hablarían a sus alumnos sobre algún pasaje relevante de la historia de la Matemática; otros que realizarían algunos problemas de ingenio distintos a los que habitualmente se hacían en clase. Alguien insinuó que yo como Jefe del Departamento podría escribir algún artículo en la prensa, relacionado con este acontecimiento. Destacaré por lo que pasó meses más tarde, que a los que no tenían una idea clara de lo que podrían hacer, les insinué que quizás fuera interesante dedicarse, ayudados por sus alumnos, a averiguar quién fue y lo que hizo, matemáticamente hablando, Jorge Juan el famoso marino nacido en Novelda, porque entre otras cosas había pasado algunos años en nuestra ciudad. 194


El día 2 de enero del año 2000, y no el 1 porque ese día no hubo prensa, Información de Alicante me publicó un artículo que titulé Año de la Matemática en el que decía, poco más o menos, que el 2000 iba a ser un año de reconocimientos a la Matemática, a una ciencia que está presente en todas las actividades de la vida: en el comercio, industria, navegación, enseñanza, investigación, etc. Hablaba de la Matemática, como actividad vital del hombre en su trato con la realidad que le rodea para poderla entender y vivir en ella, y del proceso mental posterior que organiza y da estructura a los diversos aspectos que tal realidad presenta. Ponía de manifiesto que para la Matemática la realidad no es más que una motivación para encontrar esquemas de gran abstracción y generalidad, muchos de los cuales eran aprovechados por otras ciencias como peldaños para poder progresar, por lo que afirmaba que la Matemática era como la madre de las demás ciencias. Comentaba también que el lenguaje matemático era esa forma externa que los matemáticos imprimen a sus razonamientos, encadenando silogismos y transformando unas ideas en otras, cada vez más sencillas, hasta hacerlas comprensibles a los demás. Y que como este lenguaje, o estructura simbólica y significativa, contenía ya en sí el modo de pensar matemático y éste había ido evolucionando con el tiempo era lógico que también lo hicieran los signos que en él se utilizan, gracias a matemáticos como Diofanto, Vieta, Descartes, Leibniz y los más destacados de estos dos últimos siglos. Para acabar dicho artículo decía que la que se encargaba de reunir en un cuerpo estructurado todo este lenguaje matemático, ordenar su vocabulario (conjunto de propiedades y teoremas) y clasificar su sintaxis (métodos de inducción completa, deductivo, axiomático, formal, etc.) era la Logística.

195


También el domingo día 27 de febrero en el Periódico La Verdad de Murcia publiqué un artículo titulado Año Mundial de la Matemática, en él informaba de que en el año 2000 España sería el Centro Internacional de la Matemática porque en ella se celebrarían: la Reunión Anual de la IMU (Unión Matemática Internacional) en Madrid, el Tercer Congreso Europeo de Matemáticos en Barcelona o el Congreso Internacional de Análisis Funcional en Valencia. Comentaba en él, entre otras cosas, alguna de las cuestiones expuestas por David Hilbert en la conferencia que dio sobre Problemas matemáticos, en el Segundo Congreso Internacional de Matemáticos de 1900, sobre todo la de la predicción de los problemas más importantes que se abordarían en el siglo XX, entre los que incluyó el Teorema de Fermat que recientemente ha sido demostrado. Hice referencia a todo esto con tal de conectar con lo que se pretendía hacer el año 2000, que no era diferente a lo que hizo de forma tan exitosa Hilbert. Para ello la American Mathematical Society formuló una propuesta, en 1990, para que se organizaran equipos de matemáticos de primera fila, por especialidades, que dieran a conocer el año 2000, Centenario de la Conferencia de Hilbert, los principales problemas matemáticos que estarían "sobre el tapete" durante el siglo XXI. Entre los "desafíos a la inteligencia" que se vaticinaron para este siglo se encontraban algunos Problemas de la Teoría de Números, ciertos Modelos Teóricos de realidades complejas, etc., que los matemáticos esperan superar con el espíritu que Hilbert les insufló al afirmar que "todo problema que tenga solución será resuelto y el que no la tenga se demostrará que no la tiene". Comenté, en dicho artículo, el Problema de las Paralelas, o sea, el de demostrar la proposición de que "por un punto exterior a una recta sólo se puede trazar una paralela a ella", que en los Elementos de Euclides figura como Postulado 196


V. Afirmaba que, como postulado, ni necesitaba ni se podía demostrar, pero que la cuestión se planteaba porque los grandes matemáticos nunca lo aceptaron como postulado, por lo que para ellos debía poderse demostrar, lo intentaron pero sus esfuerzos y desilusiones duraron más de 20 siglos. Por fin, en el siglo XIX cuando, Gauss, Bolyai y Lobachewski, construyeron la Geometría no Euclidiana Hiperbólica y Rieman la Geometría no Euclidiana Elíptica, sin contar con dicho postulado, y en ellas se podían trazar por un punto exterior a una recta, respectivamente, dos o ninguna paralela a la misma, se dictó sentencia sobre esta cuestión: "la proposición del enunciado del Postulado V de Euclides no podía demostrarse". Finalizando

el

referido

articulo,

hice

una

breve

referencia

a

las

investigaciones, que llevó a cabo George Boole, en el siglo XIX, sobre Las Leyes del Pensamiento, que culminaron con la tan conocida Álgebra de Boole, o sea, con el Modelo Teórico del Álgebra de Proposiciones, que más tarde, en el siglo XX, Claude E. Shannon demostraría que era isomorfo al Modelo Teórico del Álgebra de Circuitos, con dispositivos biestables, por lo que podría utilizarse para diseñar computadoras electrónicas (las cuales ni existían cuando Boole construyó su álgebra), simplificar circuitos, etc. Y es que probablemente no haya rama de la Matemática por pura, abstracta o teórica que sea, por alejada que se encuentre de la realidad, que al menos en parte no sea utilizada de forma práctica para el progreso de la Humanidad. Porque como dijo Julio Rey Pastor, citado en el Capítulo III, "De la Matemática más abstracta y tenida por inútil, fue de donde Einstein obtuvo el instrumental más valioso para su Teoría de la Relatividad", mensaje éste que utilicé como idea inicial en mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan.

197


CAPÍTULO VIII 198


MIS LIBROS SOBRE JORGE JUAN

Haciendo bueno lo acordado por el Departamento de Matemáticas del Instituto Carrús de Elche, en su última reunión del año 1999, durante varios meses del año 2000 fueron apareciendo en la prensa artículos míos sobre la Matemática, a partir de marzo específicos sobre la matemática de Jorge Juan Santacilia. El "pistoletazo de salida", para que esto sucediera de este modo, resonó por el equinoccio de primavera del Año Mundial de la Matemática al llevar a Maru a Novelda y Monforte del Cid, aunque con anterioridad existiera una predisposición previa alimentada por mi ilicitanismo, como ya puse de manifiesto en la Introducción a mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan cuando dije que: "desde mi infancia me interesó todo lo relacionado con Jorge Juan Santacilia, por haber residido algún tiempo en Elche, en mi ciudad natal", y quizás también por las coincidencias de ser yo, como él: matemático, adquirir las primeras nociones de latín con los jesuitas y residir, algunos años, en Zaragoza y Madrid. No obstante debo reconocer que esta, llamémosla afinidad con el personaje, se mantuvo siempre en capas demasiado profundas de mi subconsciente Que quería conocer a Jorge Juan Santacilia no me cabe duda, además, se puso de manifiesto, por ejemplo, cuando les propuse a los profesores del Departamento de Matemáticas del Carrús que no sabían cómo contribuir al esplendor del Año Mundial de la Matemática que podrían dedicarse, ayudados por sus alumnos, a averiguar quién fue y lo que hizo, matemáticamente hablando, Jorge Juan Santacilia, el famoso marino nacido en Novelda, y les dije, entre otras cosas, que había pasado algunos años en nuestra ciudad. Mi interés por saber de 199


él, aunque no acababa de activarse, despertaba en ocasiones, por eso a veces preguntaba a profesores de Historia sobre ¿cuántos años habría vivido Jorge Juan Santacilia en Elche? Porque aunque yo sabía, porque así me lo indicaba la existencia en Elche de la Casa Palacio Jorge Juan, que había residido en nuestra ciudad, sin embargo ignoraba cuándo estuvo aquí,

si fue en su niñez, en su

juventud o a una edad más avanzada; lo cierto es que ninguno de ellos supo contestarme estas preguntas ni yo puse nada de mi parte para averiguar las respuestas correctas. Pienso, por lo tanto, que aunque sentía curiosidad, en este caso, por conocer el ilicitanismo que rodeó a nuestro personaje, la verdad es que no busqué soluciones para satisfacerla porque, si lo hubiera hecho, con sólo leer alguna de las biografías escritas sobre Jorge Juan Santacilia o ir a Novelda y preguntárselo a cualquier especialista o enterado en la materia, lógicamente, lo hubiera logrado. No obstante, lo lógico en este caso, según me di después cuenta, podría haberme fallado porque todas las biografías que leí, sobre Jorge Juan Santacilia, ignoraban tanto su matemática como el ilicitanismo que yo buscaba. Por eso, en el fondo y casi sin percibirlo, me sentí culpable de mi nula contribución a divulgar, apoyándome en

sus propias obras, la matemática de este gran científico y el

ilicitanismo que le rodeó durante toda su vida. Una vez lo hice, al contactar con los lectores a través de la prensa, como digo en el primer libro que escribí sobre él: "redimido me adentré con entusiasmo en su mundo, busqué a los más legitimados jorgejuanistas, y me ocupé con intensidad del personaje del que, en realidad, sólo su sombra conocía". Yo siempre me había movido con anterioridad en el mundo de las suposiciones, veamos: como sabía que este insigne marino había nacido en 200


Novelda, porque así lo pregonaba la prensa cuando informaba sobre la presencia, en esta ciudad, de altos mandos de la Armada Española festejando a Jorge Juan Santacilia, y que había vivido en Elche, supuse que sus padres vendrían aquí buscando trabajo como yo había visto hacer en mi juventud a tantos manchegos, andaluces, etc., y hoy día a tantos ciudadanos del Este de Europa, África, América del Sur o de tantos otros países. Pero esto no fue así, ¡ni mucho menos!, según fui descubriendo en mis investigaciones, porque sus padres formaban parte de esa pequeña nobleza que hubo en el Reino de Valencia en el siglo XVIII y que, por lo tanto, él recibió la educación que su linaje requería. Si vinieron a Elche, cuando Jorge Juan Santacilia tenía tres años, fue porque murió su padre, y porque su madre era ilicitana y poseía el Señorío de Asprillas. Lo anterior es una prueba de mi ignorancia sobre la vida de Jorge Juan Santacilia, que podríamos hacer extensiva a muchos ilicitanos y españoles. Por eso pienso que tanto los historiadores, literatos o científicos de mi ciudad, como los matemáticos de nuestro país, se ocuparon poco de él y siempre dejaron que fueran otros los que escribieran sobre el Sabio Español. He podido comprobar a nivel local, por ejemplo, que a la inmensa mayoría de ilicitanos el nombre de este gran científico lo único que les trae a la mente es la Calle Jorge Juan, y aunque con esto no quiera sentenciar que no haya gente en nuestra ciudad que sepa que fue marino, matemático y que nació en Novelda, sin embargo es muy probable, según mis propios y cortos sondeos, que casi nadie en nuestra ciudad supiera, hasta hace bien poco, que la madre del mejor científico español del siglo XVIII nació en Elche, como ya hemos dicho. Les contaré una anécdota que lo confirma: hablando sobre Jorge Juan Santacilia con José Quiles, un paisano que ocupó un alto cargo en la Universidad 201


de Alicante y con el que me tropecé por la playa del Varadero de Santapola, mientras veía salir el sol por el Faro de Santa Pola, me dijo: "como estaba en el ánimo del Rector Pedreño ponerle el nombre de Jorge Juan a la futura Universidad de Elche, que se intentaba crear bajo el patrocinio de la de Alicante, tuve que recabar información sobre este marino y por eso, al menos, conozco algo de su vida y de sus hechos". Pues bien, cuando en nuestra conversación salió a colación que la madre de Jorge Juan Santacilia era ilicitana no se lo creía. Además le dije que el propio Jorge Juan Santacilia fue Señor de Asprillas. Tampoco los matemáticos españoles, si prescindimos de los reconocimientos públicos que le han tributado, se ocuparon demasiado en divulgar y dar a conocer la vertiente matemática de nuestro personaje porque, como decía el prologuista de mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan, "la figura de Jorge Juan Santacilia ha sido abordada por varios historiadores en numerosos trabajos, pero apenas se ha estudiado su faceta de matemático". Como dije, el pistoletazo de salida de mis escritos sobre la matemática de Jorge Juan Santacilia y su ilicitanismo, ausencias clamorosas en las biografías que sobre él se han escrito, lo escuché por Monforte del Cid y Novelda, ciudades a las que llevaba a Maru para que la arreglara su "prima" Purita, que es esteticién. Ésta la atendía en Monforte del Cid si íbamos por la tarde, y si era por la mañana en Novelda en la casa que hay justo enfrente de la librería La Góndola, cuyo dueño, Augusto Beltrá, sería uno de los editores de mis libros sobre Jorge Juan Santacilia. Por eso yo "cabalgaba" en pos de Jorge Juan Santacilia cada vez que la llevaba, más o menos durante dos horas, tanto por una como por otra ciudad. Ahora, por considerarlo aclaratorio pero ante todo curioso, no olvidemos que este trabajo no es más que una autobiografía, me van a permitir que haga un breve 202


paréntesis, para explicar el entrecomillado que le he puesto a la palabra "prima" cuando me he referido a Purita. Este matiz proviene de que Antonio Sevilla Juan, abuelo materno de Maru que figura en el árbol genealógico que puse al final del Capítulo I, alcanzó gran fama como curandero en Santa Pola, Elche y sus contornos; él era de la conocida familia de los Moniatos de dicha ciudad marinera. Del mismo modo que curó a la abuelita pequeña, como ya dije en el Capítulo IV que le llamaban mis hijos a su bisabuela materna María, y se casó con ella, curó también de un mal, que no podían controlar los médicos que la atendían, a una ascendiente de Purita, la esteticién. Fue tal el reconocimiento de la enferma y de los suyos hacia el curandero y su familia que aún, hoy día, después de los muchos años transcurridos desde que esto sucedió, el abuelo de Maru murió cuando sólo tenía treinta y tres años, por ejemplo, José Manuel González, marido de Purita y colaborador mío en el Ayuntamiento de Monforte del Cid para la edición de mi primer libro sobre Jorge Juan Santacilia, solía referirse a mí como "mi tío Diego", cuando hablaba con Augusto, o sea, con uno de los editores. Y esto es así porque la familiaridad existente entre todos nosotros no envidia en nada, sino todo lo contrario, a la que comparten los que realmente son familia. El primer día que llevé a Maru a Novelda, por el mes de marzo de 2000, mientras ella estaba con Purita yo me adentré en La Góndola, en la librería de Augusto. Me atendió un joven empleado al que le pregunté muchas cosas, todas claro está, sobre la figura de Jorge Juan Santacilia. Por ejemplo, le dije si tenían alguna biografía suya y compré El Legado de Jorge Juan que se había publicado en Novelda hacía escasos meses. Continué preguntándole sobre qué personas de esta ciudad estaban metidas de lleno en el tema que a mí me interesaba, etc. Una 203


de sus respuestas fue: "el que puede informarle con propiedad de todo esto es Augusto, mi jefe". Después de leer el Legado y visitar varias veces las bibliotecas de San José de Elche y Gabriel Miró de Alicante, para ir documentándome, publiqué en el Periódico Información, muy avanzado el mes de marzo de 2000, un artículo que titulé Jorge Juan y la Matemática. En él decía que para aproximarnos a la vertiente matemática, de Jorge Juan Santacilia, habría que tener en cuenta que fue profesional de la Armada Española y que, a la edad de 22 años, o sea, recién concluida su formación en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, fue elegido, por su predisposición hacia las Matemáticas, para formar parte de una expedición compuesta por expertos científicos franceses que marcharon al Virreinato del Perú a medir el grado de meridiano contiguo al Ecuador, con los que compartiría ciencia durante algo más de una década. Comentaba también, en dicho artículo, que en esos aproximadamente diez años pasó de ser un marino, con escasa preparación científica, a ser un gran científico a nivel europeo que mejoró, por ejemplo, utilizando los novísimos métodos infinitesimales creados por Newton y Leibniz,

la fórmula que dedujo

Maupertuis, Presidente de la Academia de Ciencias de Berlín, para el cálculo del coeficiente o grado de achatamiento de la Tierra. También puse al descubierto que, Jorge Juan Santacilia, estaba al día y se implicaba en los movimientos matemáticos de su época como lo confirmaba, por ejemplo, el hecho de que resolvió geométricamente ecuaciones de tercer grado de las que incluía Newton en el Apéndice de su Arithmética Universalis, en la que recopiló sus explicaciones en clase.

204


El mismo día que se publicó este artículo tuve que llevar a Maru a Novelda. Entré en La Góndola a conocer y charlar con Augusto; salí impresionado por los datos recogidos y por lo puesto que estaba el dueño de esta librería en todo lo relacionado con Jorge Juan Santacilia. Me regaló varios folletos y una biografía del insigne marino, con poco texto y mucha imagen, o sea, un cómic, en cuya confección él había cooperado y que se había distribuido por todos los Colegios de Novelda y Monforte del Cid. Como había leído mi artículo me dijo que se lo había enviado a Manuel Torregrosa, docto abogado que presentaría en el Casino de Novelda mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan, para que lo leyera y se lo enviara a Madrid a Jorge Juan Guillén Salvetti, Patrono Secretario de la Fundación Jorge Juan y descendiente, tras varias generaciones, de Margarita hermana de Jorge Juan Santacilia. Augusto me dijo, por ejemplo, que en Novelda habían tres personas que eran Miembros de la Asamblea Amistosa Literaria que creara el propio Jorge Juan Santacilia a mediados del siglo XVIII, Manuel Torregrosa, él y Pau Herrero, Cronista Oficial de Novelda, Director de la Casa de la Cultura y editor también de mis libros. Con Pau compartí muchas sesiones de trabajo buscando material, comentando datos, etc. Fue, con mucho, la persona que más colaboró conmigo. Por abril publiqué, también en Información de Alicante, mi artículo Observaciones Astronómicas de Jorge Juan, del que entresacaré sólo algunos párrafos, en uno de ellos decía: "Hemos recorrido, con papel y bolígrafo, realizando los cálculos más importantes, los capítulos de la obra más matemática de las escritas por Jorge Juan Santacilia, o sea, Observaciones Astronómicas, y hemos podido intuir rasgos de su quehacer científico y la clase de libros que debió estudiar y consultar (pensamos que la mayoría de ellos fueron extranjeros, pues aún en el 205


caso de que hubiera nacido cien años después es posible que sólo con libros españoles, no hubiera podido alcanzar el nivel matemático que tuvo, ya que manejó conceptos que, aún hoy día, no se estudian hasta llegar a ciertos cursos universitarios). Esto último quedó confirmado al consultar el libro La Biblioteca de Jorge Juan, de R. Navarro y A.M. Navarro, pues nos encontramos que de los más de treinta libros de matemáticas que tenía, en su biblioteca, sólo dos sobre Aritmética, Geometría elemental y Trigonometría eran españoles, casi todos los demás eran libros franceses o traducidos al francés, sobre cónicas, análisis infinitesimal o métodos de los infinitamente pequeños, curvas de doble curvatura, álgebra, integrales y series; sus autores eran, entre otros, Mac Laurin, Cramer, Clairaut, Leibniz, Euler, L'Hôpital, Carré y Stone". Haré un inciso para referirme a un encuentro que tuve con Gaspar Mora, ya citado en el Capítulo VI, al saludarnos un día por el Puente de Altamira de Elche. Entre lo mucho que hablamos, me dijo: "he leído tu artículo sobre las Observaciones Astronómicas de Jorge Juan y al ver la bibliografía que incluyes en el mismo, por fin, me he enterado de quien fue, como matemático, Jorge Juan Santacilia, porque aunque he asistido a muchas conferencias sobre este personaje, por lo de los Premios Jorge Juan que concedemos a nuestros alumnos en la Universidad de Alicante, como los que las dieron eran gente de letras hablaban de otras cuestiones". Poco antes de finalizar este artículo destaqué que Jorge Juan Santacilia tuvo aportaciones a las matemáticas que él utilizaba, como podía comprobarse a través de una de sus reflexiones: "este problema está resuelto en muchos libros pero la fórmula que dan sólo sirve para arcos pequeños, pues si se aplica a todo el 206


cuadrante de la elipse, los términos de la serie disminuyen tan lentamente que es impracticable, por ello me ha parecido que puede gustar, a los geómetras, el método que yo he seguido, pues en él se evita el inconveniente que padecen los demás". Con la bibliografía que manejé para escribir estos artículos, configuré mi idea sobre quién fue y lo que hizo Jorge Juan Santacilia y, a partir del mes de octubre de 2000, me dispuse a narrar, para enmendar las carencias observadas, su vida plena de matemática e ilicitanismo en mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan. Fui a la finca del Hondón de Novelda

con mis hijos Diego y Antonio, abogados,

provistos de cámara fotográfica, y recorrimos todas las dependencias de la Casa Natalicia de Jorge Juan Santacilia, acompañados por Isidro García, casero de la hacienda, hoy día propiedad de César Cort Gómez Tortosa hermano de Mercedes, o sea, de la Presidenta de la Fundación Jorge Juan con sedes en Novelda y Madrid. Hicimos fotografías por el exterior e interior de la casa. En la ciudad de Novelda; por ejemplo, fotografiamos la fachada de la Fundación Jorge Juan y el monumento a Jorge Juan Santacilia erigido en 1913, en la Plaza del Ayuntamiento; y en Monforte del Cid la Iglesia Nuestra Señora de las Nieves, donde lo bautizaron, y el monumento que allí construyeron en su honor en 1999. Otro día, mi hijo Antonio fotografió en Elche: la Casa Palacio Jorge Juan con su escudo, una vista del palmeral y otra del cielo de las representaciones del Misteri, los dos Patrimonios de la Humanidad que tenemos en Elche, la Torreta o Torre de Ressemblanc con su escudo, la Portalada de la Casa dels Lleons, Ayuntamiento, entradas al Parque Municipal y al Deportivo, Calahorra, la cama de Jorge Juan Santacilia que hay en la Alcudia, la Dama, la Iglesia de Santa María, etc. Y en Alicante: el Instituto Jorge Juan, la casa solariega de los Juan con su 207


escudo, el Ayuntamiento, la Iglesia de Santa María, vistas del Castillo por dentro y por fuera, y una panorámica del Puerto de Alicante desde la cima del monte Benacantil. Algunas de estas fotografías las incluí en la Secuencia Gráfica del libro Biografía y Matemática de Jorge Juan y otras las tengo ya seleccionadas para ponerlas en el libro Trascendencia Científica de Jorge Juan Santacilia, que se publicará, según los editores, antes de julio de 2005. A la vez que escribía el libro Biografía y Matemática de Jorge Juan aún seguía publicando artículos en Información de Alicante, entre ellos, por ejemplo, el día 26 de marzo de 2001, el que titulé El XXV aniversario del Carrús y Jorge Juan, del que sólo entresacaré dos pasajes, por un lado, lo que dije sobre su obra Examen Marítimo, afirmando que se adoptó como libro de texto en Inglaterra, Francia y otros países europeos y que se distinguió, ante todo, por su gran rigor científico como lo confirma el hecho de que el gran investigador francés Jerónimo Lalande dijera de él que: "contiene la mejor teoría de la resistencia de fluidos, de la construcción y de la maniobra de los navíos; es uno de los mejores libros de mecánica aplicada a la marina" y sobre el cual Juan García Frías de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, manifestó: "los principios de la mecánica de sólidos, la teoría de percusión, la de fricción y la de las máquinas tienen un mérito superior, y son casi enteramente suyas; y aún las cosas sabidas se hallan tratadas con aquella sublimidad y elegancia geométrica que caracteriza las producciones de un genio original". Por otro lado, recordaba en el artículo el laudatorio homenaje que le tributó a nuestro personaje José Echegaray, Premio Nobel de Literatura, ingeniero, matemático, Ministro de Hacienda y Fomento y dramaturgo, cuando en su discurso 208


de ingreso en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la que llegó a ser Presidente, dijo en tono solemne: "Yo pronuncio con orgullo, con legítimo orgullo, el nombre de Jorge Juan, y admiro , en fin, a esta magnífica figura, honra y prez del ilustre cuerpo de Marina". También escribí un largo reportaje, en la revista que editó el Instituto para conmemorar sus Bodas de Plata, que titulé El Carrús, el buque insignia de Jorge Juan Santacilia, en el que hice una exposición detallada de todos cálculos matemáticos que hizo para hallar la longitud del grado de meridiano contiguo al. Ecuador El 8 de octubre de 2001 publiqué mi artículo Por un monumento a Jorge Juan en el que dije, entre otras cosas, que fue un personaje que marcó historia por tierras hispanas, americanas y europeas, con su medida del meridiano; que fue una de las estrellas más brillantes del firmamento científico español que impulsó un clima para la ciencia en nuestro país al que incorporó al movimiento científico europeo; que fue el mejor, el más importante científico alicantino de todos los tiempos, que creó un método de construcción naval propio que utilizaron incluso los ingleses. Que proyectó los arsenales de Cartagena y el Ferrol, que cooperó técnicamente para llevar agua de riego a tierras murcianas, que resolvió el problema que suponía la ventilación de las minas de Almadén y que fue el miembro más distinguido de los Santacilia de Elche, pues fue Jefe de Escuadra de la Armada Española, Miembro de la Royal Society de Londres y de las Academias de Ciencias de París, Berlín y Estocolmo. Para acabar dicho artículo decía que, por todo lo expuesto, se explicaba que su egregia figura apareciera impresa, por ejemplo, en los últimos billetes de diez mil pesetas, o sea, en los que precedieron al euro, en sellos y monedas. 209


A finales de 2001 ya tenía escrito el libro Biografía y Matemática de Jorge Juan. Maru, quizás recordando que los libros que escribí a mis 32 y 34 años nos reportaron algunos beneficios económicos, compramos con ellos, por ejemplo, un piso en Elche, me decía que lo editara por mi cuenta como siempre había hecho. Pero esto no fue así, porque le razoné que los libros que publiqué en mi juventud eran libros de texto que los alumnos necesitaban y compraban, mientras éste al ser de divulgación científica sólo le interesaría a unos cuantos curiosos y a algunos interesados en la Matemática, o sea, a no muchos, por lo que tenía sus riesgos emplear dinero para ver venir. Al no editarlo por mi cuenta y tener que buscar quien lo hiciera, el libro tardó medio año en publicarse. Para darlo a conocer, José Antonio Lidón, uno de mis yernos, se volcó haciendo reproducciones del libro por ordenador, que nunca quiso cobrarme. Por lo menos dispuse de diez ejemplares. Aunque Gaspar Mora abriera una posible vía para poderlo editar y, Diego Miñano, me sugiriera otra en la que parece ser estuvo implicado Manuel Rodriguez, ex-alcalde de Elche, porque al encontrármelo un día por el Paseo de las Eras de Santa Llucia me dijo que, tanto él como Diego Miñano, seguían haciendo gestiones para la publicación del libro, sin embargo, con la valiosa colaboración de mi gran amigo Francisco Vives, todo sucedió como yo esperaba y deseaba, o sea, que el libro lo editaran Augusto Beltrá y Pau Herrero, en Edicións Locals, con el sello de garantía de Novelda, de la patria chica de Jorge Juan Santacilia, ciudad de entendidos en la materia y de escritores jorgejuanistas. Como al escribir esta última frase no puedo por menos que pensar en Andrés Furió Chinchilla, al que me liga una familiaridad muy sentida, les hablaré, aunque sólo sea durante unos instantes, de un entusiasta de la historia y quizás del más 210


excelso propagador en Elche de la figura de Jorge Juan Santacilia porque, su billete de 10.000 pts., o fotocopia del mismo, ha servido para que muchos ilicitanos sepan, al menos, que el Sabio Español fue hijo de una ilicitana y que vivió una temporada en nuestra ciudad. Él me llevó a casa la Revista "La Caída" 2001, porque en la misma se citaba a Jorge Santacilia Agulló, o sea, al abuelo materno de Jorge Juan Santacilia, me trajo una fotocopia del testamento del Dr. Caro e incluso una exhaustiva información sobre la isla Diego García, hoy día base de submarinos atómicos norteamericanos, en el Océano Índico, o sea, por donde se expandió con criminal virulencia el terrible maremoto del 26 de diciembre de 2004 que provocó más de 225.000 muertos. También Luis Godin, al que Jorge Juan Santacilia nombró Director de la Academia Naval de Cádiz, en uno de sus escritos describía por aquel entonces, a mediados del siglo XVIII, que por las costas del suroeste español se produjo el siguiente fenómeno: de pronto se retiró el mar de las costas, para volverlas a invadir con unas monumentales olas que destruyeron fortificaciones militares y causaron algunas muertes. Al publicar el libro, Augusto y Pau, contaron con la ayuda económica que supuso el que los Ayuntamientos de Elche, Novelda y Monforte del Cid, después de conocer el borrador del mismo, se comprometieran a comprar un número determinado de ejemplares cada uno de ellos. La Diputación de Alicante adquirió también algunos otros y la empresa Jesús Navarro, la que distribuye el popular producto Carmencita, también debió ayudarles porque aparecía su anagrama en el libro junto a los citados ayuntamientos. Finalmente incluiré, al igual que hice en el Capítulo IV con los prólogos de los libros de texto que escribí en mi juventud, el del libro Biografía y Matemática de 211


Jorge Juan, en el que Manuel Areal Álvarez, hoy día ya ex-presidente de la Asamblea Amistosa Literaria, hace algunas referencias al contenido del mismo.

PRÓLOGO (del libro Biografía y Matemática de Jorge Juan)

"Digamos de antemano que nos encontramos ante una obra que esperábamos con ansiedad, después de conocer los meritorios artículos que el autor fue publicando anteriormente en un periódico alicantino. Una obra interesantísima que tiene la virtud de encajar perfectamente tanto dentro del género biográfico como del científico. La figura de Jorge Juan ha sido abordada por varios historiadores en numerosos trabajos, pero apenas se ha estudiado su faceta de matemático a pesar de haber sido "utilizada" prácticamente, como es el caso del magnífico libro de Lafuente y Mazuecos Los Caballeros del Punto fijo, (Barcelona, 1987). Diego García Castaño, no sólo ha escrito una biografía completísima y amena de Jorge Juan, sino que analiza y describe, después de estudiarlas profundamente, las dotes científicas del marino alicantino, con una sencillez y claridad que avalan al autor como un gran profesor de matemáticas y un profundo conocedor de las mismas. Describe los hechos del biografiado con un bello ropaje literario, que enriquece con datos poco conocidos sobre su familia materna, los Santacilia de Elche, y nos cuenta que Jorge Juan fue el primer matemático que publicó en España aplicaciones del cálculo infinitesimal.

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Completa su meticulosa, brillante y documentada obra con capítulos dedicados al Año Mundial de la Matemática, a las instituciones especializadas en el estudio del Sabio Español y a los monumentos que se le erigieron. Mi felicitación a Diego García Castaño por su lección de patriotismo al escribir este libro que me he honrado en prologar, y que estoy seguro de que constituirá en el futuro una obra de consulta obligada para todos los estudiosos que quieran acercarse a la figura de Jorge Juan ".

Madrid, 27 enero de 2002 Manuel Areal Álvarez, Presidente de la Asamblea Amistosa Literaria Aunque el libro se terminó de imprimir en los talleres Betagrafic de Novelda el 17 de mayo de 2002, prácticamente salió a la venta cuando yo me jubilé, o sea, sobre el 19 de junio de 2002. Pasé a la "reserva" a los 70 años, como dije en el Capítulo VII, porque prolongué voluntariamente en cinco años mi labor docente, tanto porque la enseñanza me dejaba mucho tiempo libre, sólo trabajaba 15 horas a la semana, como porque de esta forma acumulaba años de cotización a la Seguridad Social. Mis últimos alumnos, para mí en nombre de todos los que les precedieron, mis compañeros de Departamento y todos los profesores del Carrús me hicieron una gran despedida. En el Hotel Milenio, Paco Vives hizo un pequeño recuerdo de mi vida docente, Pascual Mollá me dio el regalo que me hicieron los profesores de mi Departamento y la Directora me entregó una placa de plata con la siguiente inscripción: A DIEGO GARCÍA CASTAÑO Como recuerdo a toda una vida 213


dedicada a la docencia. Tus compañeras y compañeros del I.E.S. Carrús Elx 2002 Nada tenía yo previsto para cuando me jubilara, pero la realidad es que he trabajado en estos tres años que llevo retirado, como profesional de la enseñanza, más horas al día que cuando estaba en activo: nunca me imaginé que me lo pasaría tan bien escribiendo, dos libros sobre Jorge Juan Santacilia y esta autobiografía. Me pongo al ordenador y no noto que pasan las horas. A Pau le escuché, en cierta ocasión, una frase demasiado bonita para un escritor, sin duda fruto de la amistad que nos une: "Diego, tu segundo libro sobre Jorge Juan Santacilia lo publicamos también en Novelda, porque tú sabes que todo lo que escribes sobre nuestro ilustre paisano nos gusta". En efecto mi libro Trascendencia Científica de Jorge Juan Santacilia se publicará antes de julio de 2005 como hemos acordado con los editores y citado en más de una ocasión. Antes de concluir Avivando los Recuerdos quisiera hacer un reconocimiento expreso a mis antiguos alumnos con algún recuerdo, más o menos intrascendente, pero significativo de los mejores años de mi vida. Por ejemplo, como por los centros de enseñanza donde estuve, y de forma muy especial por la Academia Peñalver, pasaron tantos miles de estudiantes de todas las regiones de España no es extraño que, en el transcurso del tiempo, me encontrara con muchos de ellos, en los lugares más variopintos. Una vez a las dos de la madrugada, por La Mancha, por las cercanías de la Roda y San Clemente, paré a repostar en una gasolinera en la que sólo había un coche cargando gasolina y nada más bajar del mío oí que me llamaban: "¡Sr. Castaño!", era el propietario del único vehículo que allí había, un antiguo alumno de la Peñalver. 214


Otra vez entrando a un supermercado de Alicante, alguien me gritó desde el aparcamiento de dicha superficie comercial: "¡Sr. Castaño!", era un arquitecto del ayuntamiento de esta ciudad que había estudiado en la Academia Peñalver. Después de saludarnos me dijo que me había reconocido, después de 30 ó 35 años, viéndome sólo por detrás, de espaldas, o sea, sin verme la cara: por la figura, estatura y sobre todo por la forma de andar. Por eso cuando llegué a casa lo primero que hice fue preguntarle a Maru sobre que forma particular tenía yo de andar, pues nunca antes escuché ninguna referencia al respecto. En el mismo Mercadona de mi barrio, estando pagándole a la cajera, me llamaron ¡Sr. Castaño!, al modo que lo hacían los alumnos en Madrid, era el hijo, ya casado, del que fue dueño del antiguo Hotel Cartagena de Elche, el que había al lado del desaparecido cine Victoria. Un día que estuve en la antigua Lonja de Elche, el propietario de unos de los "puestos" allí existentes, que era de Cox, nada más verme me dijo ¡oiga!, a Vd. lo conozco, ¿no fue profesor de matemáticas en Madrid?, al contestarle yo que sí, el me dijo que mientras estuvo preparándose para la Oposición a Ayuntamientos, en Madrid, solía ir por la Peñalver porque un primo suyo era alumno mío. Algo parecido le pasó a mi primo Diego Castaño García, arquitecto, o a su hermano Juan Bautista, abogado, que pasaron por la Peñalver porque a un conocido suyo le daba yo clase. El Dr. Luis Herrero, hematólogo que me atiende hoy día en el Perpetuo Socorro de Alicante y al que visito al menos una vez al mes, cuando me vio por primera vez en dicho hospital, hacía 40 años que no me veía, exclamó ¡pero si Vd. es el Sr. Castaño, que fue profesor mío de matemáticas en Madrid!, después hablamos y me dijo que, en los tiempos en que fue alumno mío, yo era un defensor 215


a ultranza del Elche C.F. y no tanto del Real Madrid. Aún se acordaba de alguna de las frases que yo decía en clase. Maru se alegró cuando le dijo: "es que a mí no me gustaron las matemáticas hasta que Diego fue mi profesor". Charlar con Luis para mí es un verdadero placer. El Dr. Salvador Montesinos, médico de cabecera que me controla ante todo la tensión y las pulsaciones de mi corazón, como tantas veces hace y con tanto cariño mi sobrina Elena García, fue alumno mío en el Carrús. Lo visito, en su consulta de la Calle Mayor de la Villa, casi todas las semanas y disfruto conversando con él. Otra alumna mía del Carrús, compañera de curso de Salvador, fue Mercedes Alonso, abogada, diputada de las Cortes Valencianas y actualmente compañera de mi hijo Diego en la Junta de Gobierno del Colegio de Abogados de Elche. Colaboró en la publicación de mi libro Biografía y Matemática de Jorge Juan, ella fue la que gestionó lo de los ejemplares que del libro adquirió la Diputación Provincial de Alicante. Asistió en primera fila, junto a Maru, a la presentación de mi libro en el Exmo. Ayuntamiento de Elche. Como ella me dijo una vez que lo que más recordaba de mis clases de matemáticas de COU era la clase práctica que dedicaba yo, cada semana del curso, a derivadas e integrales, a continuación comentaré en qué consistían y que finalidad perseguían. Como desde que se implantó el COU, estando yo aún en la Academia Peñalver de Madrid, consideraba que algunos de los temas del programa de este Curso de Orientación Universitaria resultaban demasiado teóricos para los alumnos, y por contra al final de curso, mediado mayo, o sea, cuando los alumnos sólo pensaban ya en los exámenes, tenía que empezar a explicarles otros eminentemente prácticos como eran, por ejemplo, los de derivadas e integrales, 216


decidí organizar mis explicaciones de modo tal que la parte práctica de estos dos últimos temas fuera viéndose, en una clase semanal, a lo largo de todo el curso. Así pues de las cuatro clases semanales que tenía que impartirles, tres las dedicaba a ir explicando los temas según el orden del programa y una para ver prácticamente las derivadas e integrales. Con ello perseguía: 1.- Que hubiera al menos una clase a la semana, en este caso la de prácticas de derivadas e integrales, en la que los alumnos pudieran hablar todo lo que hiciera falta, tanto entre ellos como conmigo, para compensar con lo que hacíamos en las otras tres: tomar apuntes y estar con los cinco sentidos a pleno rendimiento para entender todo lo que yo les explicaba. 2.- Que la tabla de derivadas estuviera activa, en lugar de las dos últimas semanas del curso, durante los nueve meses del mismo para que la aprendieran y no se les olvidara. 3.- Que se enseñaran, de una vez por todas, a operar, porque como dada una función su derivada suele ser, muchas veces, larga en exceso y yo les exigía simplificarla, tenían que esforzarse en saber operar. No olvidemos, por otro lado, que la importancia de operar con agilidad en Matemáticas es enorme recuerdo, por ejemplo, que mi hija Mª Remedios, que hoy día da clases en la Universidad de Alicante como ya dije en otra ocasión, me manifestó una vez: "papá a mí me gustaron las matemáticas cuando empecé a operar con soltura". Solía decirles a los alumnos que saber derivar no era gran cosa, porque para ello bastaba con tener o saberse de memoria la tabla de derivadas, pero que integrar era distinto porque había que saberse obligatoriamente de memoria la tabla de derivadas, tanto al derecho como al revés y conocer los métodos de integración. 217


Además no toda función tiene función primitiva. Por eso a las derivadas le dedicábamos sólo las cuatro clases del primer mes, mientras a las integrales las correspondientes a los demás meses del curso. El camino que recorríamos para ver las integrales en aquella clase semanal, que me recordaba Mercedes Alonso, era el siguiente: lo iniciábamos con las integrales inmediatas, o sea, con aquellas integrales que se pueden hacer sin más que saber de memoria la tabla de derivadas y unas cuantas propiedades como, por ejemplo, que las constantes que multiplican o dividen a todo el integrando pueden sacarse fuera de la integral multiplicando o dividiendo respectivamente y al revés, si están fuera pueden entrar dentro. Yo para fijarles esta idea, les decía que tuvieran en cuenta, por lo tanto, que las constantes pueden entrar o salir de la integral como perro por su casa y para reírnos y que encima aprendieran les decía: "¡que lástima que no se pueda hacer lo mismo con las variables!, porque si así fuera, para hacer una integral bastaría con sacar todo el integrando fuera y siempre nos quedaría: F dx=F(x+cte), y a renglón seguido les avisaba de que si alguien, alguna vez en un examen, sacaba de la integral alguna variable le pondría un cero. En esencia una integral inmediata es aquella que se puede hacer sin utilizar ningún método de integración, por lo que una integral puede ser inmediata para un alumno que sepa, por ejemplo, la derivada del argumento tangente hiperbólico (arg th x), que es una de las que a veces no viene en las tablas de derivadas, y no lo sería para otro que no conozca dicha derivada. Este último no tendría más remedio que resolverla empleando el método de descomposición en fracciones fracciones simples y dar el resultado mediante logaritmos neperianos. Después veíamos la integración por partes, por descomposición de una fracción, cuyo grado del polinomio denominador no superara a dos, en fracciones 218


simples, a las que acabamos de referirnos. En COU no se exigía el método de Hermite en general, al contrario de lo que pasaba con los alumnos de Ingreso en la Escuela Superior de Ingenieros Industriales que sí que lo veían. Los últimos métodos de integración que les explicaba a los de COU eran los más utilizados en las integrales trigonométricas racionales, o sea, en las integrales del tipo: F(sen x,cos x) dx, siendo F una función racional en el seno y coseno. Por lo que si la función F era impar en el seno el cambio que les indicaba era el de hacer cos x = t, si era impar en el coseno sen x = t, si la suma de los exponentes del seno y del coseno en todos sus términos era par tg x = t, y en cualquier caso tgx/2 = t. Yo les advertía que aunque este último cambio podía hacerse siempre, o sea, que transformaba la F en una función racional en t, o sea, en un cociente de polinomios con la variable t, sólo debía utilizarse en el caso de que no pudiera emplearse ninguno de los restantes, porque además de ser más largo y penoso como el grado del polinomio denominador se dispara, cuando éste les saliera mayor que dos no podrían resolver la integral. Para fijarles esta idea, les decía que me dijeran, por ejemplo, que medios de locomoción serían los más idóneos para hacer cada uno de los siguientes trayectos: Elche- Moscú, Elche- Santa Pola y del centro de trabajo-a la cafetería de enfrente, lógicamente me decían que el avión, el coche y andando respectivamente, yo les decía entonces que los asimilaran respectivamente a los cambios (senx=t , cos x=t), tg x=t y tg x/2=t, y les razonaba que del mismo modo que los tres trayectos, al menos teóricamente, podrían hacerse andando (con todos los inconvenientes que conllevaría, el hacerlo así, en el segundo y sobre todo en el primer trayecto), del mismo modo toda integral trigonométrica racional puede hacerse siempre, al menos teóricamente,

con el

cambio tg x/2=t, lo que pasa es que, al igual que pasa con lo de ir andando, los 219


cálculos a realizar resultan tan penosos que no vale la pena aplicarlo si se puede utilizar cualquiera de los otros cambios. Con los años siguieron viniendo más nietos: Almudena (13- 4-2000), Jorge (15-11-2000), Esther ( 13-4-2001), Diego (15-11-2001) , Gema (4-9-2002) y Antonio (7-1-2005) y en marzo, si Dios quiere, cuando de a luz Francisca Mª, Belén. Aprovecharé estas últimas líneas para prolongar, como les prometí, hasta mis nietos, utilizando la misma nomenclatura que entonces, el árbol genealógico de los Torreros, que inicié en el Capítulo I y en el que llegué hasta mis padres, Diego García Navarro y Remedios Castaño Mateu: Manola e Ignacio Urbán  Ignacio y Isabel Ruiz  Ignacio, Mª José y Jesús Enrique Pérez Enrique, Ignacio y Jesús, Mª Emma y Guillermo Sempere Guillermo y Olga . Diego y Maruja García  Mª Remedios y Julián Montesinos Julián y Juan Diego, Mª Dolores y José Antonio Lidón Carlos, Santiago, Jorge y Gemma, Diego y Mª José Boix Cristina, Mª Asunción y Diego, Mª del Mar y Joaquín Parejo Marina y Joaquín, Francisca María y José Miguel Berbegal Almudena, Francisco  , Antonio y Josefina Guilabert  Esther y Antonio, Margarita de la Cruz   . Concluyo con una ilusión por cumplir, con el pensamiento puesto en el 26 de septiembre de 2009, que es cuando celebraremos Maru y yo, si Dios así lo quiere, las Bodas de Oro.

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