Evangelio de una virgen. Autor: Diego Massi Nápoli 2018 Esta puesta en escena se propuso en función del teatro de Cámara o de un espacio medio a pequeño. En todo el ambiente predomina el olor a incienso. Al costado derecho hay un baúl abierto. En el piso, en la zona central del escenario, hay una tela morada que cubre un espacio especial. Al fondo, hay elementos que sostienen muchas velas que arderán toda la obra. Al centro, sobre la tela, hay una banco simple. A los costados, a modo de adornos, cuelgan del techo dos ramos de piedras engarzadas en alambre. El público ingresa a sala y ya se ven dos siluetas de mujeres de espalda, una de pie y otra sentada en el banco. La silueta es producida por la luz de las velas que arden en el fondo del escenario. Suena el último timbre, se pone en silencio la música ambiente y luego de unos segundos las actrices empiezan el diálogo. La pared posterior se tiñe de rojo generando un ambiente de dolor. Esta luz genera más luminosidad, pero aún, no llegamos a ver sus rostros. La escena debe provocar la sensación de estar en un interrogatorio violento. La mujer que está sentada, narra un hecho con culpa y desconcierto. Un hecho fantástico, que ella no pudo evitar. La mujer de pie la presiona, la ronda y golpea piedras en el piso. Cada vez que esto sucede, la mujer sentada reacciona como si hubiera recibido un golpe.
María: (Sentada)
Nunca antes había sentido ese olor, era penetrante como la orina, pero delicioso al mismo tiempo; vainilla, lirios, jazmines, azafrán y sudor; ese sudor de hombre que te hace sentir protegida.
Ana: (Parada. En cada palabra golpea el piso con el ramo de piedras) Olor de lujuria, pasión, deseo, ese sudor de hombre que te roba la virginidad.
María: (Asustada)
Olor a hombre, ese aroma como nunca antes, produjo un alboroto en mis entrañas.
En unos segundos mojé mis ropas, pero no era mi vergüenza roja con sabor a sangre, sino un liquido caliente que choreaba por mis piernas.
Ana:
Y de pronto tus pechos se hincharon, tus pezones se abrieron camino y el jadeo...
María:
Si, el jadeo me traicionó en un instante…
¿Cómo lo sabías? ¿Me viste?
Ana:
Te vi, lo se, siempre lo supe, pero jamás lo conté.
El silencio es el único testigo que deberás tener.
María:
Cuando pude entender lo que me estaba pasando, lo escuché, sentí a eso que emanaba el olor de la virtud perdida, sonó un revoloteo, un paso, otro paso y por fin lo vi entre las sombras, era grande, de ojos profundos, estaba desnudo, sí, totalmente desnudo, nunca había visto algo igual, no se trataba del tamaño o la forma sino de la perfección, las líneas, los pliegues, la piel…
Ana: (Ana golpea por ultima vez las piedras y las deja en el piso)
Calla, cada una de tus palabras golpeará en tu cabeza, una tras otra.
María:
Se acercó, me rodeo con sus brazos, me tomó por los senos y los beso, me toco los labios, lamió cada ranura de mi cuerpo.
No sé cómo lo hice, pero en segundos me liberé de las telas que cubrían mi piel. Sus manos abrieron mi vergüenza y metió su virilidad… Yo sólo cerré los ojos y sentí dolor, dolor, mucho dolor, el dolor más intenso de la vida, pero luego llegué al cielo, vi los ojos de dios y grite como nunca antes lo había hecho.
No podía parar, quería que todo él entrara en cada poro, quería que nunca me abandonara esa sensación de gozo, ese sentirme llena, sentir el chorro acelerado de vida, esa leche de eternidad invadiendo mi vientre.
Ana: (Ana recoge de un cofre una gasa)
Luego, solo te dijo: “eres la elegida”.
María:
Sí, fueron sus exactas palabras y por un instante lo ame.
Luego me dejo libre y saco su humanidad de mis entrañas, se puso de pie, extendió su cuerpo y ahí las vi, enormes, perfectas, aterciopeladas…
Ana: (La tela la pone sobre María e imita las alas de un ángel) … Viste sus alas, era un ángel.
María: (Luego María toma la tela y juega con ella haciendo al ángel)
Sí, un ángel celestial. Me dijo nuevamente eres la elegida, una virgen de donde nacerá un niño que te manda Dios.
Madre voy a tener un hijo y su nombre debe ser Jesús.
Lentamente se hace la luz de frontales que dejan ver con claridad a las actrices, ellas están con marcas de haber sido golpeadas, ojos morados, golpes en brazos. Las ropas muestran sangre y tierra. Hay unos segundos de silencio y Ana descubre el velo de María y coloca la primera prenda.
Ana:
Ya antes de entrar en mi vientre estabas marcada, naciste mujer y naciste vendida.
María:
Lo juro, lo juro Madre. Dios me eligió.
Ana: Te marcó con fuego el mismo instante en que diste tu primer suspiro, por eso te perdí cuando cumpliste 3 años, te
debíamos devolver al templo, para que los representantes de Dios vieran que hacer contigo.
María:
Al parecer habían suficientes carneros para el sacrificio de humo para Dios y sobreviví; se cuenta de otras niñas que fueron sacrificadas y no tuvieron tanta suerte.
Ana:
Sólo bailaste
María:
Bailé y bailé, sin saber que de ello dependía mi vida, danza que cautivó al sacerdote que me dejó ingresar al templo.
Allí viví, entre ángeles que me daban de comer y me enseñaban…
Ana:
Todo fue bueno, hasta que a los 12 años, la sangre te manchó, la sangre que te hizo mujer.
María:
Todo cambió, los ángeles se enojaron, dejaron de alimentarme, no más lecciones, mi sangre de mujer había humillado al templo.
No sabían que hacer conmigo, los sacerdotes se reunieron durante horas y decidieron sacar el problema del templo.
Me subastaron entre los viudos del pueblo de Israel. Según ellos recibirían una señal divina par elegir a mi nuevo dueño.
Ana, toma parte de la tela que puso en su cabeza y cuello y la sostiene como si María fuera un perro con una correa.
Un juego, una cruel distracción, como ver pelear a perros por un hueso.
Ana:
La suerte dictó que seas de propiedad de un hombre viejo; se llamaba José, era carpintero, ya tenía hijos y no estaba feliz de cargar con una boca más que alimentar, pero al final sin otra alternativa, por orden del templo y por tu apetecible virginidad infantil, te aceptó.
Además del placer de tu tersa piel, obtendría una joven sirvienta que lo cuidaría en sus últimos años de vida.
María:
José, mi dueño, me dejó en casa de mi prima, donde debía aprender cosas de mujer y esperar que el regresara de un viaje para formalizar la alianza ante el templo, entregarle mi alma y mi cuerpo… poseerme, ser totalmente suya.
Ana suelta la correa de Maria. María se levanta y avanza para hablar con el público.
Un sábado, el templo llamó a todas las vírgenes del pueblo, vírgenes sin mella para preparar la ofrenda, yo era una de ellas y debía ir. Fue la primera vez que vi otra gente como yo, jugamos, mis ojos descubrieron otras pieles y las toque y por primera vez fui feliz… una niña feliz.
Por la tarde, en el camino de regreso, sucedió todo el milagro, ese mismo día el ángel me tomó.
Ana molesta va a traer del brazo a María. La acomoda en su lugar y sigue su trabajo.
Ana:
¿Feliz porque ya estabas con otra vida dentro? Ingenua.
No digas nada, si hablas, sólo te esperan las piedras. Si quieres vivir busca a tu dueño, hazlo beber, sedúcelo y deja que moje tu vientre. Deja que el anciano ruegue por tu vida y la suya en las puertas del templo.
Ana coloca una túnica a María.
María:
Créeme fue el Angel. Mi prima fue la primera en darse cuenta, antes de escuchar mi relato, en el instante en que crucé el umbral, ella vió el rojo en mis mejillas y el brillo en mis ojos, vió a la mujer que llegó al cielo, sintió el olor que dejan los ángeles cuando aman.
Ana por la espalda cuando termina de abotonar el vestido, toma el vientre de María.
Ana: Luego todos se dieron cuenta, ya no podías ocultarlo, todos imaginaban parte de tu historia, la historia que hinchaba tu vientre y tus senos.
María:
Unos meses más tarde llegó José… Yo estaba de espaldas y me abrazo, rápidamente lo noto, giró mi cuerpo y vió la inflamación de mi vientre.
El gritaba y gritaba, enfurecido, lleno de ira, “puta, puta, eras virgen del templo y te has entregado a un hombre, eras mía y te has dejado usar”.
Ana:
Le contaste la historia de lo que había pasado pero no te creyó, sólo se fue y tuvo tu vida en sus manos, bastaba con denunciarte en el templo.
María:
La historia dice que el ángel que me poseyó, lo visitó en sueños y le dijo que era un designio de Dios.
Ana: Otros dicen que se estaba cuidando las espaldas, porque algunos viejos ya habían denunciado a José, decían que él, sin pedir permiso al templo, había fornicado a la virgen María y que por el agravio, ambos debíamos morir lapidados.
María:
Nunca supe cual fue el verdadero motivo, pero luego de unos días José regresó y decidió guardar esto en secreto.
Ana:
Pero no hay secretos para el Templo, por eso los llevaron a sus puertas y los sacerdotes, de forma separada, los interrogaron.
José dijo su verdad, dijo que viajo lejos durante varios meses, que te dejó en custodia en casa de tu prima y que él no podía
haberte preñado. En un momento, el pidió hablar sólo con el sacerdote principal y le contó el sueño, le contó sobre el ángel enviado por Dios.
María:
Cuando las preguntas vinieron a mi, les conté todo sobre la visita del ángel. Entonces, los sacerdotes decidieron llamar a las viejas y a los expertos en traer a niños al mundo. Me desnudaron y uno a uno revisó mi cuerpo, pusieron sus dedos donde yo nunca me animé a ponerlos, hablaban y luego de varias horas me vistieron y me dejaron libre.
Ana levanta los brazos de María para arreglar las mangas. Esta posición hace la imagen de Jesús crucificado.
El sacerdote principal detuvo todo el proceso, abrió los brazos y anunció haber recibido una señal del cielo, ese mismo sacerdote que durante años me alimentó, ahora me protegía de las piedras. Según él, todo esto era un verdadero milagro, decía que yo era virgen, pero tenía un ser dentro, estaba embarazada.
Ana, con torpeza, hace que Maria se siente y le habla al oido.
Ana:
Tuviste suerte, nuevamente te salvaste del sacrificio. Mujeres con suerte, como mi abuela, como tu abuela, como yo, como tu y, dios quiera, como todas las que vienen.
Mujeres destinadas a encontrar ángeles salvadores o, quien sabe, brutales demonios.
Ana deja a María y se dirige adelante para hablar con el público para hacer un monólogo.
Demonios que no preguntan, sólo nos atacaban tomando grotescamente nuestro cuerpo a la fuerza y si tienes suerte y no te matan a golpes en medio de la violación y te dejan vivir, nunca lo denunciarás al templo, nunca lo contarás, porque si dices algo igual se llevarían tu vida, simplemente por dejar que te penetren.
Siempre es culpa nuestra, fue Eva la que se dejó seducir por la serpiente, fue ella misma la que engañó a Adán.
Cargas la culpa en la espalda sólo porque eres mujer y viste de más o dijiste una palabra inadecuada a un desconocido o sólo porque llevas ropa más corta o sonríes de casualidad.
El hombre solo reacciona porque se siente provocado y puede tomar por la fuerza a la pecadora, a la puta que se le insinúa.
María:
Madre estoy segura, él era un ángel no un demonio…
Ana:
Ángeles o a veces casi ángeles, seres a los que nosotras les ponemos alas, hombres o mujeres que deseamos y seducimos o dejamos que nos seduzcan, hasta el punto de entregarlo todo, sin medir las consecuencias, hombres alados que elegimos, seres por los que daríamos con júbilo nuestra vida.
Maria: Cuando tocas un ángel, es difícil olvidarlo.
Ana: Lo se, mi dueño, mi esposo Joaquín, hombre rico, pero viejo; fue ofendido por las doce tribus porque de él no salía prole. Decían que no era completo porque no dió desendencia al pueblo de Israel.
Cansado, un día me dejó sola y se fue al desierto; todos los días él oraba pidiendo prole, se quejaba pues quería el mismo trato que Dios dió a otros judíos, como el patriarca Abraham, que Dios, en sus últimos días, le había dado por hijo a Isaac. Así, mi esposo decidió dejar de comer y beber por 40 días, hasta que Dios escuchara su plegaria y me haga fértil.
María se levanta de su altar y va por el ramo de piedras, que ahora ella golpeara en el piso.
María:
Madre, a mi me contaron otra historia, una en la que tu vientre estaba seco, que eras arena, donde ninguna semilla podía crecer.
Ana escucha el golpe y se pone de rodillas.
Ana: Fui una mujer joven, abandonada, viuda sin conocer al hombre que debía fornicarme, mi primer dueño murió en lucha sin mojarme, fui viuda, virgen y sin hijos.
Una mujer limpia que fue subastada al mejor postor y así fui de… tu padre… Joaquín, yo sería la última bestia que él probaría preñar.
Yo lloraba, oraba día y noche.
Temía, sentía en mis sueños las piedras rosando mi rostro; si no servía como vientre, sólo debía esperar morir en vida: Sola, abandonada, hambrienta, despreciada, todas piedras iguales de duras como las que te matan cuando ya no eres dueña de tu cuerpo.
Ana termina su texto en el piso y Maria va a levantarla.
María:
La culpa no era tuya… Tu sabías la verdad, tu y todas las otras mujeres que habían seguido el mismo sendero, todas las que fueron ultrajadas y alejadas por ser secas y estériles.
Ana: Sí, lo sabía, él no tenía vida, sus líquidos eran sucios, sin movimiento, líquidos muertos que emanaba un cuerpo débil.
María:
¿Porque no lo decías?
Ana luego de su desmoronamiento, toma nuevamente el control y vuelve a su dureza.
Ana:
Por mujer, jamás una mujer sería escuchada, excepto cuando gritara al recibir el castigo, cuando las piedras quebraran mi cuerpo.
María:
¿Y Dios?
Ana:
Dios creo que sí respondió y me envío un ángel salvador.
María:
Lo se, luego llamaste a tu dueño, que tuvo fe en su oración, que se alegró por el milagro de tu fecundación y entre fiesta y sacrificios nací yo, María, hija de Ana.
Ana:
No fuiste un regalo, alguien debía pagar la deuda con Dios, tu padre pudo ser un hombre completo en la comunidad, yo me aleje del peligro, todo a cambio de ti, de tu sacrificio, de tu virginidad y de tu vida.
María:
Por eso fui suya, porque debía pagar la deuda…
Ana:
Los ángeles siempre vuelven a la sangre caliente de mujer, vuelven a la carne que algún día probaron.
María:
Madre, nuestras vidas se parecen, nadie sabe nuestra verdad, sólo conocen una historia.
Ana coloca la última prenda, un manto morado de la virgen dolorosa. Aho si vemos por fin a la virgen Maria, pero esta golpeada y triste.
Ana:
La historia oficial, la que queda en la palabra escrita, esa que cientos de años después, en los concilios, algunos otros sacerdotes, permitirán que se conozcan o serán quemadas y olvidadas para siempre.
Las otras historias, las que van de boca en boca, cuentan que tu…
María:
… Que yo era una virgen especial, de sangre noble y que estaba destinada a ser de propiedad de un hombre con el linaje de David, un joven casi divino, casi un ángel, por lo menos para mi, destinado a gobernar y un día antes de mi boda en la fiesta del novio, había mucho vino bebido por muchos hombres.
Ana:
Tu tenías apenas 12 años, sin experiencia y no sabías que uno de ellos te vió con intensiones, no sólo por tu olor de mujer inmaculada, sino porque competía con tu pretendiente y las mujeres siempre fueron buenos trofeos para mostrar.
María:
Esa noche le avise a mi prometido que volvería a casa, él me tomó la mano y me dijo que me seguiría, que me amaba y que en pocas horas ya nadie nos separaría.
Llegue a mi morada y como él me lo ordenó, dejé la puerta abierta, esperando al amor de mi vida.
Pero él no llegó… vino otro hombre que me golpeó, me quitó la dignidad y secó mi vida; cuando mi prometido descubrió mi cuerpo magullado y la sangre que brotaba de mi nariz, mi boca y mi virginidad… él me abandonó.
Ya nadie podía estar con la sucia María, que había sido brutalmente violada y que además llevaba el fruto de la vergüenza en su vientre.
No importa si te entregaste o te forzaron, para la ley debía morir, quitarme la vida o esperar las piedras del templo.
Ana entrega a María un manto con algo dentro que parece un niño.
Ana:
En esta historia tu llegaste a escapar, con tu hijo a cuestas, sobre un burro, con la ayuda de un viejo carpintero que se apiado de ti…
María:
…un tal José.
Ana:
Otra historia dice que ya en el templo los ángeles te visitaban, te daban de comer, te acariciaban y poseían tu cuerpo. Luego supiste que esos ángeles eran los sacerdotes.
María:
Madre, en el templo sangré mucho antes de sangrar, a los 12 años fui mujer, luego un ángel me tomó y me dejó al hijo de Dios en el vientre.
Ana tapa la boca y parte del rostro de María, dejándola parecida a la imagen de mujer musulmana con velo.
Ana:
Silencio, el silencio te mantuvo viva, nadie fuera del templo te debía escuchar, por eso el templo rápidamente te entregó a un viejo, el carpintero; él te ocultó hasta que salió de ti la prole. Si fuera necesario, él contaría la historia fantástica, la historia que salva a María de las piedras, la que deja sin sospecha a José y sobre todo, que no deja mancha en los sacerdotes, los ángeles del templo.
El ambiente se pone purpura, y empieza a sonar música, es un bolero de caballería que se escucha en los funerales y en las procesiones religiosas. Las actrices se mueven de un lado al otro imitando el son de las procesiones.
Ana: (Recitando al público)
María la virgen, esta en cinta, lleva dentro al hijo de Dios que un Ángel puso allí a través de la magia y la Fé… Es un milagro.
Ana saca del baúl una especie de pan pita u hostia con la que hará un rito parecido a la consagración del pan.
Ana: María, toma y come de él, es tu hijo, que ofreció su cuerpo y, sin que lo sepas, ofreció el tuyo para el perdón de los pecados.
María rechaza el pan. La música se detiene. María deja ver el contenido del manto donde se llevaba el supuesto niño. es una cruz. Maria se quita los mantos y velos y se inca con las manos atadas a la espalda, como esperando una ejecución. Ambas hablaran hacia el público.
Maria: Ya no madre, ya no.
María:
Madre, nunca se lo dije a nadie, pero vi a mi ángel varias veces más…
Ana: Lo sé, no pudiste dejar de verlo, de sentirlo dentro tuyo.
María:
¿Madre, el Ángel que te visitó tenía olor a hombre? ¿Lo amaste?
Ana: Sí, y tu fuiste su fruto.
Luego de esa respuesta Ana se inca con las manos en la espalda. La luz se apaga. De pronto se escucha un terrible sonido de varias piedras golpeando el piso. Ese sonido son las piedras del decorado que caen al piso. La luz vuelve y vemos a las mujeres en el piso muertas y las piedras al rededor. Suena música: Bebe: Edición de: Cesar debe morir. Se apaga la luz. Fin.