Empacho

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Empacho Diego Massi Napoli

La Paz - Bolivia

Mayo 2018

Ingreso a sala, la luz de sala y el escenario encendidas, en el escenario se ve un gran promontorio producido por bolas de papel periódico, forman un pequeño monte. Todo en silencio, sin movimiento, paulatinamente y en el transcurso de algunos minutos se apagan las luces de sala y escenario quedando sólo luz directa que ilumina el monte de papel. Cada tanto, algo se mueve dentro de la masa de papel, pequeños movimientos como si fueran producidos por pequeños animales.

Luego de un largo período de silencio e incomodidad teatral. De pronto suena una campanilla. Al mismo tiempo, del montículo de papel, salta un personaje que despertó por el ruido. Esto debe generar tensión en la sala.

El personaje es un “clown” hombre adulto disfrazado de bebe muy gordo. Lleva un pijama enterizo, celeste con detalles infantiles, un gorro de bebe. El pijama es muy grande, lo que permite contener una gran cantidad de bolas de papel, que forman un cuerpo relleno como el de un muñeco de tela. Lleva un teléfono de juguete colgado del cuello.

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El actor sigue moviendo la campanilla imitando un teléfono: 1 Taco: Actor: Siete años, el taco seco y duro fue directamente a mi cabeza, yo de espaldas con el auricular del teléfono aún en la oreja escuchando una última respiración enfurecida de mi padre, que disimulaba ante mi su indisposición y cortaba la llamada de muy mala manera.

El taco, era la parte puntiaguda de uno de los zapatos que más amaba de mi madre, color turquesa, aterciopelados con punta aguja, que se lucían cuando ella y mi padre, al final de una fiesta, deleitaban a los presentes bailando una milonga de ensueño (El actor empieza a cantar y baila un fragmento de la milonga: Firulete).

El zapato que yo amaba, me había golpeado de una manera brutal en el hueso occipital, con tanta mala suerte que la puta punta aguja fue la parte que pegó primero.

(Enojado) Justo Aquí en mi cabeza… Mierda duele!…

(Triste) Duele.

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Y duele no saber, no entender. ¿Por qué pasaba esto?

En mis largos… 7 años de vida jamás me había sucedido algo semejante. Me habían lanzado globos de carnaval, escupitajos asquerosos verdes y amarillos (Escupe), canicas, tincas, tincas toro, así de grandes… pero nunca había recibido un zapato de diseñador.

Eso se bebe sentir.

Eso debe pasar, cundo sin saber de donde, ni como, ni cuando; en la tele, un indio piel roja recibe un pedazo de plomo caliente, que le quema la cabeza y la cabeza sangra y la muerte viene.

Al piel roja, le disparó el General “Custer” desde su Winchester.

En mi caso, el proyectil letal, el taco, lo había disparado… mi madre, que tenía también la piel roja, pero porque estaba muy enojada.

Bueno, les cuento desde el principio para que entiendan.

El teléfono sonaba, como sonaban los teléfonos en esa época, campanas y campanas que tintineaban dentro del negro aparato con un disco que mostraba los números.

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Mi madre muy apurada, había llegado de algún lado y debía ir a otro lado, entre un lado y el otro lado, había grandes diferencias, venía de un lugar de jeans, camisa y pelo suelto, y debía ir a un lugar de vestido, zapatos increíbles y pelo con “ruleros”.

Pero el teléfono sonaba y ella me gritó: (Voz muy aguda y molestosa) “Nene, no estoy para nadie”. (Aclara frase de la madre) Dijo: nene, no estoy para nadie

Esa significaba que yo debía contestar, y contesté, interrumpiendo uno de mis capítulos preferidos de los supersónicos, y era mi padre. Él muy apurado, casi tanto como mi madre, me preguntó si ella, mi madre, estaba en casa.

Yo era muy obediente, sobre todo con mi madre y dije lo acordado…

Querido padre es un gusto escuchar tu voz, déjame decirte que mi amable madre no se encuentra en la residencia.

Mi padre empezó a respirar molesto, más que otras veces, respiraba como un dragón antes de que escupa fuego líquido.

Por suerte, mi padre no era un dragón, de lo contrario hubiera quemado el teléfono de donde hablaba, la tienda donde estaba el teléfono de donde hablaba, la

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casa donde estaba la tienda, donde estaba el teléfono de donde hablaba, el barrio donde estaba la casa, donde estaba la tienda, donde estaba el teléfono de donde hablaba… (ve público y se da cuenta de que lo está cansando) y así todita la ciudad.

No era una llamada de todos los días, el no me saludó y tampoco se despidió como siempre lo hacía.

Tal vez, era un castigo porque yo lo había hecho mal.

Confirmado, algo que había hecho yo, estaba muy mal porque justo en ese instante llegó el zapatazo y junto al maligno proyectil de partes puntiagudas, de adorable color turquesa y fabricada por un gran diseñador, llegó el segundo grito de mi madre:

(Voz muy aguda y molestosa) “Nene, no estoy para nadie… excepto que sea tu padre, idiota”. (Aclara la frase) Aclaro para que entiendan: Nene, no estoy para nadie… excepto que sea tu padre, idiota.

Claro, en ese tiempo se llamaba desde un teléfono público y si mi mamá no estaba, pues no estaba y no había como hacerla estar, no es como ahora, con los celulares inteligentes, que siempre te hacen estar.

Ahora que lo pienso, creo que mi padre estaba enojado, porque cada vez que llamaba, mi madre no estaba y

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siempre venía apurada, llegaba de algún lugar y se iba a otro que nadie sabía.

Y quizás también, mi papá estaba enojado, porque él quería estar con su nueva amiga secretaria, pero tenía que estar con la esposa de tacos, que al mismo tiempo no estaba en la casa, porque estaba bailando tango con su nuevo amigo, el profesor universitario.

Todo un lío y de tanto pensar, te da mucha hambre y así empezó todo, aprendí a comer muchas pequeñas bolitas, hacia bolitas de miga, de arroz, de pasta, de pastel de papa, de “donuts”, de torta… ya dije pastel de papa.

Cuando ya no había nada más que comer, me ponía muy creativo y empecé con pequeñas bolas de moco, luego algunas de pelo y por fin llegaron las de papel, de esos papeles llenos de malas noticias, notas del colegio, notas de amor rotas, cartas de despedida.

Así es la vida, nos va llenando de bolitas de basura que tragamos sin darnos cuenta, se llena nuestra cabeza de cosas que, aparentemente, son insignificantes, pero que al final nos marcan para siempre. Alguna acción, una palabra, un chiste que no significa nada para el resto, pero que a nosotros nos fulmina, nos lapida, nos quiebra, nos rasga el espíritu.

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Esos pensamientos atorados, son como tener una indigestión mental, esos recuerdos se van pudriendo, te hacen cada vez más daño, producen veneno, que poco a poco, chorrea por todo nuestro cuerpo, nos hincha, nos produce gases, nos hace seres malolientes, amargados, tristes y lejanos.

Y no lo digo yo, lo dice mi psicólogo.

2 Luz: Actor escuchando el auricular del teléfono: Son las 19 horas, cero minutos y cero segundos. Son las 19 horas, cero minutos y 10 segundos…

Día que muere, noche que nace, luz extraña, aún la casa está clara, entonces te distraes unos minutos más haciendo lo que hace un niño para distraerse, y cuando te das cuenta la noche ha ganado (Apagón total, luego de unos segundos el actor enciende dos linternas que ubicara hacia su caro u objetos que le ayudan a narrar el texto. Nota: en esta puesta en escena el actor, a través de una antigua consola de luz, maneja las luces de duración.) y te empieza a recorrer el temor que produce la oscuridad y eres incapaz de moverte hasta el interruptor de luz que está a pocos metros de ti, estás espantado; hasta que escuchas el conocido sonido de la bocina del coche de tu padre, ese sonido que te da valor y que hace que te incorpores para llegar hasta el “click” salvador que enciende la luz.

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Una vez repuesto y en movimiento, sales corriendo para abrir el portón, (Las linternas se convierten en las luces del vehículo, que hacen todo el recorrido que narra el actor) ves las luces de frente de ese vehículo que conoces de memoria, te pones a un costado, lo ves pasar y allí está, es tu padre, siempre igual, vestido igual, con la misma sonrisa, a la misma hora.

El coche se detiene, tu padre saca como siempre el pan caliente que compró al venir a casa y tú, como siempre, lo ayudas con su pesado maletín y por un instante sientes que eres “James Bond” el agente 007.

Todas las noches era igual, pero luego de esa llamada y el zapato puntiagudo, no volvió a tocar la bocina, ya no llegaba a la noche, no había ese detonante de valor que te ayudaba a prender la luz para que tu cuerpo deje de sentir ese terrible temor de estar solo y a oscuras.

Actor:

Por eso, dejé de jugar, para no distraerme y en cuanto veía morir un poquito el día, presionaba el interruptor, (La luz regresa con más intensidad y cantidad, el cielo se llena de pequeñas luces led simulando estrellas y se iluminan varios focos que son parte de la escenografía) en realidad todos los interruptores que podía, prendía todas las luces, para que la noche no me sorprenda a oscuras.

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Un día le conté mi miedo a Iván, él era mi amigo grande del condominio, que me dijo que tenía súper poderes y que nunca más yo tendría miedo.

Al otro día, fuimos a su casa, esperamos que todo se oscurezca y en ese momento me llevó la mano hacia él y me dijo que para no tener miedo tenía que tocar su varita mágica.

De verdad, su varita era mágica, porque crecía y crecía, no era de madera, pero estaba dura, pero caliente y ya no tuve miedo, hasta que su varita mágica me escupió y me asuste mucho.

Por suerte Iván ya no vivía en el condominio, porque la última vez que me vió, me enseño donde estaba mi varita y me dijo que para que la mía funcione debía meter la suya por atrás. Pero yo ya no quería porque dolía.

Así que era mejor recibir la noche en mi casa, tenía oculta una vela y fósforos que no me dejaban tocar, pero los tomé de emergencia, por si la noche llegara sin aviso.

El problema era cuando la noche me encontraba en un lugar imposible, por ejemplo en el patio, donde los niños del condominio jugábamos toda la tarde: Países, Pelota Quemada, Hielo Sol… Y de un momento a otro, todos se iban rápido a sus casas, y uno, no sé porqué, se

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quedaba sólo y la noche ya estaba allí y tenías que moverte por la oscuridad y subir todas esas gradas y ver en cada instante cuando esa brutal y maléfica fuerza que creías que existía, te acecharía y te tomaría por la espalda.

Y pensabas que no pasaría nada, porque justo te dabas vuelta estabas mirando hacia atrás. Pero como la fuerza era la mala, siempre lo sabía, entonces estaría adelante y te tomaría de frente y te haría algo terribleeeeee!.

La verdad, nunca se sabía que te haría, no lo llegabas a imaginar, estabas demasiado ocupado tratando de resolver en qué esquina de las escaleras se esconde un “eso” ESO… Buuuuu. Eso

¿cómo eso?

Si “eso” que todas las noches contaban en “ENIGMA”.

“ENIGMA” un programa de radio que anunciaba la llegada de la noche y donde te contaban historias de espíritus, fantasmas, extraterrestres y presencias malignas que seguro también estaban en las gradas y en las casas oscuras.

Era verdad, lo decían en la radio, la misma radio que te informaba, siempre, cosas de verdad. Como cuando decían que por decisión del nuevo gobierno de la junta militar, mañana no habría clases y era cierto, porque

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luego de ese anuncio eran varios días libres en el patio y sin tareas (De la emoción, el actor muy aparatosamente, se lanza sobre la montaña de papel).

La radio, siempre contaba cosas de verdad, por la mañana cuando no habían clases por el nuevo gobierno, escuchabas otras aventuras, las del famoso súper héroe que era de verdad verdadera: Kalimán, que, claramente era de verdad, porque era interpretado por el mismísimo Kalimán.

(Imita la voz de Radio) Kalimán interpretado por el mismo Kalimán.

Luego de la radionovela venía el noticioso donde dijeron que no sólo se suspendían las clases; había toque de queda, que significaba que todos debían llegar antes de las 10 de la noche a sus casas, incluso los padres y madres.

Era como jugar “Hielo Sol” pero para grandes, si te veían luego de las 22 horas, te hacían hielo toda la noche, hasta que salía el sol. A veces el hielo duraba para siempre.

Los papás ya no podían salir con vestidos y corbatas, esa noticia me pareció muy bien, pues cuidaría mi cabeza de zapatos de taco voladores, porque no habrían apuros ni malos entendidos respondiendo el teléfono y

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quizás, con algo de suerte, a las 19 horas, cero minutos y cero segundos, escuche la bocina y corra a ver llegar, nuevamente, el coche de mi padre.

3 Testamento: Actor: También decían en la radio, que la nueva junta militar, (toma una cañería plástica que usará para interpretar varios personajes: Ahora Dictador y testamento) a comparación de la anterior, sería implacable contra los enemigos comunistas y que debían andar con su testamento bajo el brazo.

Quedé con muchas dudas, había escuchado un pan bajo el brazo, cosa que me daba asco, se que era una frase positiva, pero venir al mundo con un pan todo sudado bajo el brazo, no era la mejor manera de expresar que estaríamos a gusto en este planeta.

Unos tíos franceses, bueno no eran tíos de verdad, eran tíos de mentiras, en realidad, eran amigos de mis bailarines padres.

Ellos me explicaron todo lo que se debe saber sobre panes bajo el brazo. Ellos le decían al pan, (Usa la cañería como el pan francés) “baguette”, que era un pan muy largo, y tenía lógica, porque ellos eran largos y debajo de sus brazos tenían mucho más sudor y con un olor intenso, como los quesos que nos regalaban cada vez que venían.

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Pero en fin, ¿el testamento bajo el brazo?, alguna vez había oído esa palabra: Testamento y me acordé.

El abuelo de mi amigo, según contó mi mismo amigo, antes de morir… morir el abuelo, no mi amigo, había dejado su testamento con todo lo que tenía a su puta amante por la que había abandonado a su abuela.

Repito, por si hay algún profesor o está aquí la hermosa puta amante del abuelo de mi amigo, yo no he dicho nada, sólo repito lo que dijo mi amigo, que a su vez repite lo que dijo su madre, que a su vez repite lo que repite la abuela de mi amigo, que era la esposa del abuelo muerto…

Bueno, primero muerto de amor por su puta amante y luego muerto… muerto.

“Testamento”… Claramente el testamento era algo previo a la muerte y era como especificar a quien le ibas a dejar, el resto del pan que te había sobrado bajo el brazo o las muchas “baguettes” que habías obtenido en toda tu vida.

O sea, entendí varias cosas:

Las putas hacen felices a los abuelos, por eso los abuelos les regalan todo.

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El sudor y los quesos franceses apestan.

El sudor boliviano apesta igual, el queso boliviano, no.

Los franceses venían al mundo con un “baguette” bajo el brazo, los bolivianos veníamos con un testamento.

Y eso, justamente, me preocupaba mucho, mis padres eran comunistas… Mierda! y ninguno tenía un testamento para dejarle sus cosas a sus putos amantes.

Esa noche no fue tan oscura, mi padre vino de visita y buscaron por toda la casa, quizás buscaban sus testamentos, pero no; en realidad buscaban libros y cartas. Luego nos subimos al coche y fuimos al río.

Parecía noche de San Juan, porque allí, encendieron una gran fogata, donde quemaban esos libros antiguos de unos viejos barbones, que ya no se podían leer según la nueva junta militar.

Quemaron las imágenes del tío Che y Fidel y, yo, quemé mis afiches de la UDP y mi disco con la canción “Naranjitay” versión MIR.

Mi madre, no esperó a que la fogata se apagara, como siempre apurada, tenía que ir a otro lugar, esta vez no llevaba jeans ni vestido… llevaba una gran maleta.

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La fogata se apagó y ya eran las 10, así que mi padre se quedó en casa y se durmió en el dormitorio de mi papá, pero que hace algún tiempo, era sólo de mi mamá y, a veces, del profe universitario, que como eran las diez, se tenía que quedar en el dormitorio de cama grande y TV.

El dormitorio grande, era el lugar más popular de la casa, porque incluso, la amiga secretaria, se quedaba viendo la tele con mi papá hasta muy tarde. Claro cuando no estaba mi madre ni tampoco el profe universitario.

(Vuelve a sonar la campana imitando el sonido del teléfono. Este sonido aparecerá cada vez que se hable del teléfono).

Unos días más tarde, sonó el teléfono, nuevamente, en medio de los supersónicos; esta vez no tuve que contestar yo, porque estaba mi padre. Él hablaba con mi madre, que desde la noche de la fogata, estaba de vacaciones en una especie de hotel donde había llevado su maleta.

El hotel, se llamaba “La Embajada de México”, mi madre no estaba sola, habían muchas amigas y amigos, todos de vacaciones, eran vacaciones para adultos, porque no dejaban entrar a los niños.

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Luego de un par de semanas se fueron a otro hotel, pero de la misma cadena, era el hotel “México DF”, que quedaba muy lejos y se llegaba en avión.

Mi padre, nuevamente respirando como dragón, tuvo que buscar el auto que mi madre había dejado, mal estacionado, fuera del primer hotel y tuvo que darle muchos billetes al policía que lo cuidaba y que no quería devolverlo, porque se había encariñado con el y lo tenía en su casa… Puto policía… Al final lo devolvió, por la respiración de dragón y por un fajo más de billetes.

Pero no todo era bueno, en la radio dijeron que se debía volver a clases y a las tareas, ahí me di cuenta que no sólo mi madre y sus amigos se había ido de vacaciones, habían familias enteras que desaparecieron sin decir a donde, ni cuando volverían.

Pero lo bueno es que nosotros vivíamos o sea estábamos vivos… para entonces era importante vivir.

Por ejemplo habían otros que ya no vivían, como los pieles rojas que mataba el General “Custer” todas las tardes o mi tía Eulalia, que murió de un resbalón, bailando “Morenada” en una noche de hielo, o el…

Marcelo Quiroga Santa Cruz o el Padre Luís Espinal.

Los que ya no vivían, nos recordaban que no debíamos andar por la calle después de las 10 y que aún se debía tener el testamento a mano.

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Lo del padre Espinal fue muy triste, era jesuita y todos en mi colegio llorábamos por él.

Se sabía que alguien como el padre Espinal debía tener un testamento súper listo y no era extraño que lo mataran porque era como un indio piel roja que nunca se callaba… por eso, no llorábamos por su muerte, llorábamos por sus últimos minutos de vida y todo el dolor que le hicieron sentir antes de recibir un pedazo de plomo caliente, que le quemó la cabeza y su cabeza sangró y la muerte le vino.

Nadie lo defendió. Seguro Kalimán se distrajo, porque estaba haciendo su programa en la radio.

Ese día, hice una gran bola y me la tragué, y luego otra y otra y así toda la tarde escuchando a “Ciruelito”, que reía y reía, porque no le habían contado que el Padre Espinal, que visitaba mi colegio y nos mostraba películas bonitas, estaba muerto y enterrado, con su pan y su testamento bajo el brazo. (Actor rellena aun mas su traje con papel de la montaña de papel. Se sienta y pone música: “Naranjitay de Dino Saluzzi”) Les pido un minuto de silencio, no solo para recordar al Padre Espinal, sino para que este niño obeso tome un respiro.

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4 Frutos: Actor: A esa altura, las bolas que tragaba daban sus frutos, ya mi cuerpo era un poco más redondeado, tanto que, en una tienda donde debía comprar ropa nueva para recibir la primera comunión, no tenían nada para mi tamaño (Abre su traje y saca un pequeño traje de bebe igual al que el actor viste, este también esta relleno. Juega con esa especie de muñeco como si fuera él).

No entendía, era una tienda de ropa para niños, y yo era un niño, pero la dueña, insistía que yo no era niño, porque estaba muy gordo y tenía el cuerpo deforme, tenía la cintura de un grande y el tamaño de un enano.

Y claro, al final lo entendí, era una tienda de ropa para niños, no una tienda de ropa para enanos, gordos y deformes.

La señora de la tienda se parecía a la radio, porque lo que decía era cierto, todos coincidían en que comer muchas bolas te hacía muy gordo y que a nadie le gustaban los enanos, gordos y deformes.

Sobre todo en el colegio, que te lo recordaban todo el tiempo, sobre todo los profesores de educación física, que sabían perfectamente, que las bolas eran muy pesadas y que no te dejaban correr, pero no les importaba; ellos gritaban que corras, que corras, que

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corras, hasta que estabas a punto de desmayar y sufrías mucho, no podías respirar, pero ellos seguían pidiendo… que corras.

Siempre llegaba último y todos se reían cuando el profe decía que deje de comer tantas bolas de Salteña y comas unas bolas de porotos haber si tirándome pedos y llegaba volando para no perjudicar la clase.

Los profes de educación física y las dueñas de tiendas de ropa para niños, no eran los únicos que odiaban a los enanos, gordos y deformes, también algunas niñas odiaban a los come bolas; como cuando vas a una fiesta de grandes, donde siempre hay otros niños que tampoco tenían donde quedarse mientras sus padres se ponían bailarines.

Llegabas a la fiesta de boda de la prima, de la tía hermana, de la abuela de tu mejor amigo, que para no aburrirse en la fiesta de grandes insistió a su madre, una y otra vez, en llevar a la aburrida fiesta, a su mejor amigo, o sea, yo.

La madre de mi amigo, ocupada por los zapatos con punta, vestidos y peinados para la fiesta, dijo que: “Ya!” Pero, que por favor, mi amigo se calle.

Es así que llegabas a esos lugares donde siempre aparecía la niña que te encandilaba. Y decías, ya que

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todos bailan, quiero bailar y tú invitabas a bailar a esa niña preciosa y ella se escapaba corriendo.

Así, empezabas a sospechar, que la dueña de la tienda de ropa para niños, tenía razón y quizás también ella, la niña, se espantaba cuando un enano, gordo y deforme, la invitaba a bailar.

Aunque no le di mucha importancia, todo esto me empezó a lastimar…

Pero se me pasó muy rápido, porque en una fiesta de matrimonio hay muchas cosas para hacer bolas y comer.

Estaba el bufete, que visité una y otra vez, hasta que un mozo que, sin que yo lo supiera, me estaba espiando y a la quinta vez que me vió en la mesa de manjares, me pellizcó el brazo y me dijo que deje algo para los demás.

El mozo al final se fue, pero yo me quedé, porque venían las bolas de pastel y luego las verdaderas bolas de chocolate, o sea bolas ya hechas, rellenas de coco, ron o crema de pistachos, llamados comúnmente bombones, que por estar tan “Bolamente” ricos, oculté a manos llenas en los bolsillos del saco que me había prestado el hermano de mi amigo y que meses más tarde, en una fiesta de quince años, el hermano encontró, ya no en bolas, sino en pasta pegajosa.

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5 México: Actor: Pasó un tiempo y nuevamente sonó el teléfono, ya no era el aparato negro a disco que se había quedado en nuestra casa grande; éste, que ahora sonaba, era de color crema y estaba en el nuevo departamento muy pequeño.

Está demás decir que, como siempre, el teléfono sonó, en medio de los supersónicos..

Lo bueno de este teléfono, es que era mucho más seguro, porque mi madre y sus zapatos, seguían de vacaciones.

Por fin contesté, era mi padre y me dijo que el Hotel México DF ya aceptaba niños, así que yo también debía ir de vacaciones y que venía a buscarme con la amiga secretaria, que era la dueña de este nuevo teléfono y estaba muy enojada con migo.

Lo se, porque se le puso la piel roja como a mi madre, cuando la vi en el ascensor haciendo de secretaria con otro señor, que no era mi padre y al que también le daba besitos.

En fin, los esperé listo (Con la canaria y un pañuelo hace un envoltorio tipo “Lingera”).

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Mi padre debía llevarme hasta el hotel, fuimos directamente al avión, volamos durante horas y luego aterrizamos.

Allí estaba mi madre que me recibió muy contenta, yo también estaba muy contento y aliviado, porque en Mexico, ella usaba zapatillas.

Días después, mi padre se fue muy rápido, cuando le conté sobre el otro jefe de su amiga secretaria.

Yo estaba muy feliz, aprendí a comer muchas bolas mexicanas: tacos, ojo estos no tienen punta, son tortillas rellenas de, en fin…

Enchiladas, quesadillas, paletas, huevos rancheros…

Bolas ricas y “picosas”.

En México, tampoco les gustaban los enanos, gordos, deformes y que lloraban, porque todos te decían que había que tener mucho cuidado con las serpientes, sobre todo en los jardines donde mi madre trabajaba.

¿Que creen que pasó? (Muy dramático) Un día, vi una serpiente, y por fin entendí al profesor de educación física cuando gritaba… y corrí y corrí y corrí y corrí, hasta que ya no pude más.

Encontré a un policía del jardín, que también era el portero del trabajo de mi madre, yo estaba muy

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asustado y, llorando, le dije que había visto una serpiente.

El policía no hizo nada, sólo se burló, me dijo que: (Hablando como mexicano naco) “Claro, a las serpientes sí les gustan los enanos, gordos y deformes, para comérselos y alimentar a todita su familia de serpientes”.

Y también noté, que tampoco le gustaban los llorones, porque me dijo que no llore, que no sea maricón y que los hombres no lloraban.

Pero me asuste aún más que con la serpiente, cuando el policía, me dijo que tenía un secreto para hipnotizar a las serpientes, que sólo tenía que tocar una canción en su “flautita” mágica y que me la podía enseñar a tocarla ahí mismo… (Usa la cañería, imitando el miembro viril del adulto, que luego de verlo desde arriba y haciendo un gesto gracioso, achicara a la mínima expresión, haciendo referencia al pequeño tamaño del miembro del policía mexicano) Pero esta vez no caí en la trampa, porque todos saben, que las serpientes no tienen orejas.

6 Volver: Actor: Un día, las vacaciones se terminaron y también las serpientes, ya podíamos volver con mi padre, volver a los juguetes, a los amigos, a los profesores, a la

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señora de la tienda de ropa para niños, a las llamadas por teléfono en medio de los supersónicos.

Llegamos y muchas cosas habían cambiado, yo tenía nuevas curvas, producidas por las bolas “vacacioneras”.

Ahora vivíamos, nuevamente, donde estaba el teléfono negro, porque la amiga secretaria se quedó trabajando con su otro jefe.

En el colegio nada era igual, mis amigos y los profes hablaban de cosas que yo no entendía, por eso al año siguiente, cambie de amigos, pero no de profesores.

(Llora) Ya no daban los supersónicos, en ese horario conocí al conejo Riky (Llora con mas ganas. Luego saca de su manga, un largo pañuelo de muchos colores que nunca termina de salir. Se calma).

El gobierno ya no era una junta militar, no se necesitaba ir con el testamento bajo el brazo.

Por consiguiente, ya nadie tenía el pan bajo el brazo; en cambio había que ir todos los días, a las cuatro de la tarde, para hacer una larga fila y recoger el pan que le tocaba a tu familia. Un pan por persona, era poco, pero lo bueno, es que no tenía ni gota de sudor.

Sí, aprendí a comer bolas y es como cuando aprendes a andar en bicicleta, nunca lo olvidas. Aprendí a comer los problemas.

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Esa última frase, también la dijo mi psicólogo.

El resto de mi vida fue más o menos así, siempre comiendo bolas, incluso de grande:

Bolas cuando los profes cambiaron por jefes; bolas cuando esa chica que amabas nunca te tiro pelota; bolas cuando la plata no te alcanzaba; bolas cuando llamaste a tu casa y no saludaste a tu hijo, porque estabas muy apurado, para saber si tu esposa estaba allí; bolas cuando le tiraste el zapato a alguien que no sabía que se equivocaba; bolas cuando ya no tocaste la bocina en tu casa y la tocaste en otro portón; bolas cuando te das cuenta que las personas que más amas también se comen bolas y esta vez se las das tú.

Pasan tantas cosas, que un día te das cuenta que estás lleno, rebalsando de mierda y sabes que si te tragas una bola más, reventarás.

Tu corazón, literalmente, estallará y piensas que irte del mundo es una buena idea, una solución para ti y para el resto.

Reventar y que todos terminen manchados de mierda y es ahí, donde te das cuenta que en medio del excremento, hay cosas por las que vale la pena vivir, las cosas más simples que tiene la vida: ver, oler, sentir, escuchar, una sonrisa, una caricia, la mirada de admiración de tus hijos a pesar de los apuros, ese

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segundo donde entiendes porque “ella”, es y será, el amor de tu vida.

Y por fin, logras hacer lo que nunca pudiste, desechar todo el excremento que envenenó tu historia.

Te ensucias y luego te limpias, luego te vuelves a ensuciar y ese es el juego. Una competencia; donde los otros están para joderte y uno está para sobrevivir.

No sólo basta con limpiar… aprendí a perdonar.

Perdonar a la dueña de la tienda de ropa para niños, al profe de educación física, a la varita mágica de Iván, al encantador de serpientes mexicano, al coche de mi padre que dejó de tocar la bocina en mi garaje, a la bala que mató al piel roja, la bala que mató a Espinal.

Perdonarme a mi. (El actor, busca dentro del muñeco del pijama pequeño y saca un zapato de mujer: turquesa, aterciopelado y con un enorme taco en punta).

Perdonar a todos, incluso a los que te hicieron más daño… (Mostrando el zapato como trofeo) Y luego, sólo vivir… como ustedes. Sólo vivir… sólo eso… vivir, con un pan y el testamento bajo el brazo.

(Fin)